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NOVELA / HISTORIA

MARTÍN OBREGÓN


Ensenada. Una memoria (2018)
de Leopoldo Brizuela

     Desde hace muchos años, cada vez que pensaba en Ensenada, se me venían a la cabeza los barcos de la Marina de Guerra apuntando sus cañones a la destilería de YPF durante los últimos días del invierno de 1955, amenazando con volar por los aires la ciudad si Perón no renunciaba. ¿Cómo era posible que no se hubiera escrito una novela a partir de una imagen tan potente? ¿Nadie había sentido la necesidad de hacerlo? En todo caso, si alguien la había escrito, yo no la conocía. Tal vez por eso me impactó tanto el último libro de Leopoldo Brizuela.

     Si Inglaterra fue una fábula y Lisboa un melodrama, Ensenada no podía ser otra cosa que una memoria. Memoria en la que se articulan, a partir de anécdotas y recuerdos familiares, aquellas dos dimensiones: la espacial – anclada en una geografía muy nuestra (la de Ensenada, lógicamente, pero también la de Berisso y los alrededores de La Plata) y la temporal, fijada en las dramáticas jornadas que desembocaron en la caída de Perón. 

     Sobre el telón de fondo del éxodo de Ensenada, Brizuela reconstruye la historia de los Grimau, vinculando las experiencias personales con las grandes transformaciones políticas y sociales. Y lo hace buceando en esa zona de sombras entre la historia y la memoria de la que hablaba Hobsbawm en su recordada introducción a La era del Imperio, la que se extiende desde el momento en que comienzan los recuerdos o tradiciones familiares vivos hasta el final de la infancia. Tal vez por eso la narración se despliega de manera fragmentaria, a medida que emergen del olvido los diferentes retazos de la historia familiar, que se van entrelazando e iluminando a medida que la novela avanza, ya que el relato también se sostiene en lo que no se dice, o en lo que se dice a medias.

     Novela fragmentaria, pero también polifónica, donde el autor trabaja – y se divierte – con una enorme cantidad de giros y expresiones idiomáticas que ponen de manifiesto toda la riqueza de una lengua que era producto de la mezcla inmigratoria. Este manejo de la oralidad es lo que hace que esta novela de Brizuela sea tan diferente a las anteriores, porque lo que se impone en Ensenada es el lenguaje de la calle y el del interior de las casas. El habla popular se transforma en la materia prima de su literatura y logra conmovernos profundamente, porque en esas jergas y modismos que utilizan los personajes (“qué esperanza”, “qué picardía”, “hacer escombro” “salir con un domingo siete” o “tomarse un matecito bebido”) cualquiera podría reconocer las voces lejanas y ausentes de sus propios abuelos. En esa polifonía que por momentos se torna caótica se destaca la voz de Poliya, una niña de apenas nueve años que lleva las riendas de la narración.

     En Ensenada, entonces, prevalece la oralidad. Y la lluvia, por supuesto, ya que ciertos acontecimientos adquieren tanta hondura en la memoria de los pueblos que las personas que los vivieron son capaces de recordar perfectamente en qué lugar se encontraban y qué estaban haciendo, o de vincular esos sucesos con ciertos fenómenos climáticos. Por eso la lluvia se enseñorea del texto y llueve sin parar a lo largo de toda la novela. En todas las ocasiones en que le pregunté a quienes habían vivido el golpe del ´55 qué era lo que más recordaban de aquellos días la respuesta, invariablemente, fue la misma: la lluvia, me decían, llovía sin parar, nunca en la vida llovió tanto y durante tantos días. En el intento de recrear la atmósfera de aquellas jornadas, la lluvia juega un papel fundamental. Sin la lluvia – que se hace presente en todas sus formas, matices e intensidades – Ensenada no tendría la misma potencia.

     Si bien transcurre durante la coyuntura golpista de septiembre del ’55 – entre el viernes 16 y el lunes 19 – Ensenada nos propone una mirada mucho más abarcadora de la experiencia del peronismo clásico, ya que los diferentes relatos familiares van y vienen en el tiempo, enlazando cuestiones tan diversas como la educación religiosa, la ley de alquileres, la toma de facultades del año ’45, la huelga de los portuarios, las elecciones del ’51 y por supuesto el 17 de octubre.

     El punto de vista que articula la narración es el de una familia antiperonista que ha logrado cierta posición (un establecimiento expropiado, una quinta en las afueras de La Plata, una hija que da clases de solfeo y otra que ha obtenido un título de Asistente Social son algunas de sus marcas distintivas) pero que sigue preocupada por diferenciarse socialmente. Por eso la abuela Hortensia le dice a sus nietos, cuando los lleva a pasear a La Plata, que no digan que son de Ensenada sino de Cambaceres, y la tía Beba se escandaliza de que la vean, durante el éxodo, trepada a la caja de un Rastrojero, yendo así, “en camión, como negros, a Punta Lara”.

     Pero lo que hace más interesante el antiperonismo de los Grimau es que está influenciado ideológicamente por las izquierdas. Curiosamente, o no tanto, en la novela de Brizuela aparecen las tres grandes vertientes de la izquierda pre peronista: el anarquismo, a través del abuelo Antonio, que le cuenta a la tía Beba la historia de Sacco y Vanzetti; el comunismo, al que se vinculan otros personajes (como Mancino, “el del escarabajo amarillo”) y el socialismo, considerado por otros como el verdadero artífice de toda la legislación obrera que Perón puso en práctica desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Se trata de las mismas tradiciones que entraron en crisis después del golpe del ’55 y que durante mucho tiempo se aferraron a una lectura en clave europea de la política argentina que les imposibilitó comprender del todo qué era lo que estaba ocurriendo.

     En Ensenada el peronismo aparece en su aspecto más punzante, el que nos lleva a interrogarnos acerca del “efecto de choque” que generó en términos sociales y que posiblemente haya ido mucho más allá de las transformaciones efectivamente operadas en el plano político y económico a lo largo de una década larga. Tal vez sea este uno de los grandes aciertos de la última novela de Leopoldo Brizuela. ¿Será verdad que en ocasiones la literatura es capaz de iluminar zonas del conocimiento y de la percepción a las que muchas veces acceden con dificultad disciplinas como la historia o la sociología? Ensenada, una memoria parece confirmarlo. Por eso, entre tantas otras cosas, se lee con avidez, con emoción y con placer.

MARTÍN OBREGÓN

Es Profesor en Historia y docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP.