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NOVELA / HISTORIA

GUSTAVO ROBLES


El pasajero (2018)
de Ulrich A. Boschwitz

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     Tras su aparición en 2018 El Pasajero de Ulrich Boschwitz (1915-1942) se convirtió rápidamente en una sensación literaria en Alemania. Las peripecias de su publicación y la vida de su autor no causan menos asombros que los hechos que allí se narran. Escrita en 1938 la novela nos relata los avatares de la huida de Otto Silbermann durante los pogroms de la Noche de los Cristales Rotos. Casi inmediatamente después de esos acontecimientos esta obra fue redactada de modo febril en el lapso de un mes y constituye hoy un testimonio inigualable de lo trágico de aquellas jornadas. Silbermann es un próspero empresario berlinés, miembro respetado de la sociedad, excombatiente en la primera guerra mundial y judío asimilado cuyo sentido de pertenencia alemán es más fuerte que una identidad judía que nunca sintió como vinculante. Hasta la llegada de los nazis al poder, Silbermann había disfrutado de lo que podríamos considerar una vida feliz y apacible: enamorado de su esposa Elfriede, padre de un hijo radicado en el extranjero y exitoso hombre de negocios que sabe valorar lo previsible y el ritmo cómodo de los días. Pero ya en las primeras páginas de El Pasajero asistimos al desmoronamiento de toda esta cotidianidad guiados por la voz de un narrador distante, parco y hasta algunas veces ingenuo.

     La acción comienza durante lo que suponemos es La Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht), una serie de linchamientos, pogroms y saqueos ocurridos entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 en Alemania y Austria contra ciudadanos judíos llevados a cabo por las tropas de asalto de las SS y buena parte de la población civil. Esa noche en su departamento Silbermann intenta vender desesperadamente su vivienda con el fin de poder huir del país en una cómoda situación financiera, pero un inescrupuloso comprador, el señor Findler, se vale de la precariedad de su situación con el fin de negociar un precio abusivo. El teléfono no para de sonar desde la otra habitación, los llantos de Elfriede se mezclan con las noticias cada vez más alarmantes de lo que sucede en la calle. Silbermann intenta vanamente disimular su preocupación, pero con esto sólo logra acrecentar la codicia de Findler. Finalmente, miembros de las SS irrumpen salvajemente en el departamento para detener a Silbermann, quien logra huir por la puerta trasera sin rumbo fijo y abandonando sin otra opción todo lo que consideraba importante en su vida. Así comienza la cadena desbocada de situaciones que Boschwitz nos narrará con un ritmo furioso.

     Hay demasiados motivos para sostener que El Pasajero es casi una novela biográfica. Su autor, Ulrich A. Boschwitz, fue hijo de padre judío pero educado en la cultura protestante de su madre en la próspera ciudad de Lübeck. Soldado de la primera guerra mundial emigrará a Suecia con su familia en 1935 tras las leyes de Nüremberg y vivirá en diferentes países hasta ser detenido en 1939 en Luxemburgo. De allí será enviado a Inglaterra y permanecerá internado junto con su madre en un campo de concentración en la Isla de Man catalogados como “extranjeros enemigos”, para posteriormente ser trasladado a un campo de internamiento en Australia. En esa travesía de 57 días por ultramar a bordo del tristemente célebre Dunera convivirá en un ambiente imposible de privaciones y maltratos con judíos emigrados, presos políticos y prisioneros de guerra alemanes e italianos. En 1942 consigue regresar a Inglaterra a bordo de la embarcación Abosso, pero en el trayecto el barco es hundido por un submarino alemán. Ulrich Alexander Boschwitz fallece en ese naufragio a la edad de apenas 27 años, perdiéndose con él también su preciado manuscrito para una tercera novela. 

     Tras una primera obra llamada Gente al lado de la vida (Menschen neben dem Leben) publicada en una traducción al sueco y con la que obtiene una beca para realizar una estancia en París, Boschwitz publica El Pasajero en Inglaterra en 1940 con el nombre de The man who took trains. Ninguna de estas dos novelas apareció en el idioma en el que fueron escritas, el alemán, pero Boschwitz siempre guardará la intención de la publicación de El Pasajero en su lengua original, para lo cual había realizado correcciones y agregados que confiaba mejorarían sustancialmente la obra. Estas correcciones se las confió a un amigo para ser entregada a su madre, pero nunca llegaron a destino. La copia mecanografiada del original alemán permaneció durante décadas olvidada en el Archivo del Exilio de la Biblioteca Nacional en Frankfurt. Si bien en la inmediata posguerra la obra contó con la promoción decidida para su publicación de nada más y nada menos que Heinrich Böll, el proyecto se topó con la negativa de varias editoriales, temerosas seguramente de remover una conciencia pública todavía atormentada por la barbarie del pasado reciente. No fue sino hasta el año 2015 cuando una sobrina de Boschwitz se puso en contacto con el editor Peter Graf para comentarle sobre el manuscrito y ver la posibilidad de su publicación; quien, tal y como comenta en el posfacio que acompaña a esta edición, quedó inmediatamente fascinado por la maestría y lo balanceado del relato. Luego de un trabajo de edición, siguiendo lo que podría haber sido la intención de Boschwitz, Der Reisende -tal es su nombre original- fue publicada por primera vez en alemán en el año 2018 por la editorial Klett-Cotta y se convirtió rápidamente en una sensación literaria tanto a nivel de crítica como de número de ventas. Este año apareció su versión en castellano por la editorial española Sexto Piso en una muy atenta traducción de José Aníbal Campos. 

     De escasas descripciones y con una prosa frenética que combina diálogos desesperados con monólogos interiores que se enredan en una confusión sin término, la novela nos envuelve en una aceleración arrolladora. La huida hacia ningún lugar de Silbermann nos embarca de tren en tren, nos lleva de estación en estación, nos hace arribar y despedirnos casi sin pausa de diferentes ciudades. Los peligros no hacen sino multiplicarse en cada descuido, en cada adormecimiento, en cada palabra de más, en cada mirada cruzada en la calle, ante cada desconocido. Vagones de tren, rostros sospechosos o presuntamente afables, traiciones inesperadas de viejas amistades, gestos de solidaridad temerosa, saludos nazis sobreactuados, restaurantes de estación y taxis en constante movimiento pueblan la huida de Silbermann. Su única compañía es un incómodo maletín donde guarda el dinero que ha conseguido rescatar y que, de un modo entre trágico e irónico, sólo parece valer como recuerdo de una vida que perdió de la noche a la mañana. 

     Pero Boschwitz no desea provocar nuestra admiración presentándonos la estampa de un héroe, ni tampoco apelar a nuestra compasión humanista retratando una víctima angelical. El mismo Silbermann muchas veces resulta el actor de reacciones que no son muy diferentes de aquellas que constantemente lo humillan. Tampoco los personajes que habitan la novela están construidos en un blanco sobre negro: nazis inescrupulosos habitan una “zona gris” poblada también por oportunistas que fingen convicción, por antisemitas con un inesperado sentido de nobleza o por personajes que viven los acontecimientos con una destructiva ingenuidad. Algunos intercambios, siempre ocasionales y temerosos, combinan un humanismo moral con un cinismo lúcido que los vuelven piezas asombrosas de una sabiduría desesperada. Ejemplo de esto es el delicioso diálogo en un vagón de tren entre Silbermann y una mujer que acaba de separarse de su marido, conversación que rápidamente se torna en un juego galante y adorable de mutua seducción. Ella, despreocupada, ingenua y con un sentido temerario de la vida, logra sorprender alguna fibra de un Silbermann cansado y ya casi sin fuerzas. Sus “ojitos que brillan como fuegos fatuos”, tal y como la describe el narrador en un pasaje inusualmente expresivo, logran devolverle la mirada de reconocimiento y activan energías en Silbermann como si se tratara de una fuente de agua en un desierto. 

     El Pasajero no es sólo una novela de peripecias o una crónica de la barbarie, es también un ensayo sobre la relación precaria entre la locura y lo que podemos llamar normalidad, o mejor dicho es un aviso de que una acción sólo es racional en el marco de una definición previa de los fines y de las coordenadas en las que tiene lugar. Esto implica que, si esos fines y esas coordenadas han sido subvertidos, entonces todo intento de emprender una acción racional bajo los antiguos términos no hará sino acrecentar la dinámica desquiciada del contexto en el que sucede. La suerte del moderado, metódico y racional Silbermann es un ejemplo dramático de esto, un testimonio de la relación funesta entre locura y razón durante aquellos días. “Me han declarado la guerra, a mí personalmente. Es eso. Acaban de declararme la guerra de forma definitiva y real. Y ahora estoy sólo”, piensa Silbermann en uno de sus monólogos.

GUSTAVO ROBLES

Doctor en Filosofía y docente del Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Sus temas de interés son la teoría crítica, la filosofía política contemporánea y los nuevos autoritarismos sociales.