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NOVELA

LETICIA GARCÍA


El nervio óptico (2017)
de María Gainza

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     El nervio óptico es un libro con el que me topé cuando buscaba alguno para regalarme. Lo primero que me atrajo fue su título y la imagen de su tapa que propone un juego entre forma y contenido. Se trata de la silueta de una mujer en cuclillas cuyo interior contiene un detalle del cuadro de Alfred De Dreux “Caza del ciervo”. Vi primero a la mujer y luego al ciervo, aunque ahora sea al revés cuando lo miro. Claro que, como en toda articulación visual, importa la distancia y el lugar en que nos ponemos para verlo. Me causó curiosidad el título, ¿en la rudeza de la nomenclatura médica se trataría de poder ver y transportar información sobre qué? Y se sumó el hecho de que fuera la primera novela de una autora argentina y contemporánea.  Me intriga ver cuán contemporánea soy de mis contemporáneos. Cabe aclarar que se trata de la tercera edición de un libro que apareció en octubre de 2017.

     No conozco los cánones requeridos para nombrar a un libro como novela, pero no es lo que llamaría una novela clásica, se trata de una colección de once cuentos que tienen como protagonista –y vuelvo a tener el problema de forma y contenido- a la autora y/o a un cuadro o pintor. Elijo decirles que es una novela autobiográfica, pero es un exceso dicho así.

     Entonces, once capítulos que funcionan independientemente unos de otros, a modo de cuentos breves, donde un cuadro lleva a un momento de su vida y viceversa, y mientras los recorremos vislumbramos, por instantes y con el rabillo del ojo, qué cosa se tramita en esta historia. “Uno escribe algo para contar otra cosa”, dice, y logra plenamente su atractivo literario.

     Inicia el libro con dos epígrafes, uno de ellos, del poeta Joseph Brodsky, “Los aspectos visuales de la vida siempre han tenido para mí más peso que el contenido.” En mi caso no sé si sabría separarlos para distinguirlos. María Gainza organiza un contenido con los aspectos visuales de pinturas que se enlazan a su vida volviéndose acontecimientos. Entrelaza obras y autores que funcionan de catalizadores de su sentir – De Dreux, Cézanne, Toulouse-Loutrec, Augusto Schiavoni, Courbet-, entre otros tantos.

     Visto en su conjunto es un libro donde la protagonista nos cuenta en primera persona, usando la técnica de recortar un detalle para que resalten algunas pinceladas, texturas y colores, su pasado reciente y no tanto; el de su familia y el pasado de nuestro país. En distintos capítulos nos acerca los vestigios de ese Estado que buscaba su sentido (y origen) en Europa, en una Europa aristocrática y con muy poco de revolución industrial. Describe con humor, ironía y lucidez crítica los detalles de las glorias pasadas de la nación, de las que su familia fue parte y que nuestra querida Buenos Aires conserva. 

     Es un libro que reúne con delicadeza las piezas que conforman una vida, la de la protagonista y la de tantos otros que la determinaron con sus acciones, obras, escritos, choques, encuentros y desencuentros  –que también la marcan-. Es un relato cálido, sutil y con tonos melancólicos, “una suave felicidad en el bajón, la felicidad poética creo que le dicen”. Lacan describe al arte como un modo de organización alrededor de un vacío y en esta novela el vacío toma la forma de la pérdida. Pérdidas que se volverán, en cada cuento, agujeritos por donde asomarse a otras tramas, a otras escenas, mezclándose todo el tiempo la figura y el fondo, los detalles visuales y el contenido. Hay pérdidas afectivas, familiares, amorosas, de pares y amigos, de iguales y distintos, pérdidas esperadas y otras absurdas, las hay temidas también. 

     Ser crítica de arte, y antes espectadora, se muestran como recursos que la protagonista tiene para entender y tramitar aquello que se le escapa. Cada pintura remite a un momento de su historia, es parte de una foto instantánea que fijó su memoria (Polaroid llamábamos a esas fotos que se revelaban en el momento). Detalles visuales que le permiten relatar las contingencias de su pasado, vueltas necesarias en la construcción de lo que dice ser, para poder pensar lo que vendrá.  

     En el capítulo “Gracias, Charly” el relato inicia con la protagonista embarazada huyendo de una niebla de cenizas que invade la ciudad. Sale en su auto, en principio no sabiendo muy bien hacia dónde, pero buscando un refugio, cuando recuerda un museo en la otra punta de la ciudad que tiene los cuadros de su pintor favorito. Así nos sumergirá en la vida y la obra de Cándido López, en la historia de la guerra de la Triple Frontera, con citas del diario de viaje de Sir Richard Francis Burton mientras remonta el río Paraguay en 1867. “El barco navega bien pero nuestras vidas están en manos de unos borrachines que lo timonean…”. Su auto acaba de tropezar contra un micro. El saldo, un farol delantero aplastado.

     Cuando finalmente llega al Museo Nacional recuerda que los cuadros de Cándido López están en restauración, ¡desde hace años! Los treinta y dos al mismo tiempo… Desilusionada y pensando otro plan, se sienta sobre sus anteojos. “Me levanto, los rescato, saco una patilla, después la otra, parecen las patas de un mosquito amazónico y se me parte el corazón. La sensación de fracaso me aplasta. Definitivamente estoy mal equipada para afrontar la realidad; soy un ejército de uno que, a metros nomás del enemigo, se da cuenta de que olvidó su bayoneta.” Claro que, en esta historia no está tan claro quién es el enemigo. “Mitre había prometido: `En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción.” La guerra duró casi cinco años y le costó al país más de cincuenta mil muertos.” Parte de esta empresa incluye a las familias patricias argentinas comprando campos en Paraguay a precio irrisorio, hecho que se ligará al pasado de su marido con su primera mujer y el hermano de esta, Charly. Historia que no les contaré. 

     La protagonista, retomo el capítulo, está embarazada, desconoce el sexo de su bebé, pero supone que en su panza está en el mejor de los mundos posibles y sorprendentemente para él “todo es futuro”; afirmación que nos da la medida de lo que pesa el pasado para ella. Es en este contexto que recuerda la cancioncita empalagosa que le cantaba su mamá para hacerla dormir y que decía, “¿qué será, será?”. Y que le estrujaba el corazón pensando que era una pregunta. “¿Cómo demonios voy a saber yo qué será?, pensaba. Odiosa cantinela, me arruiné la niñez tratando de contestarla.” Y aclarará que no entendía que la cancioncita era “una forma de aceptar el destino”. ¿Se trata de aceptar un destino escrito o aceptar un azar vago? Porque nos encontramos con el hecho de que la protagonista intenta medir, cada vez, en cada historia, cuánto fue azar y cuánto decisión en las vidas que nos acerca; cuánto hubo de feliz error o al revés, de buenas nuevas con un mal final. Detalles de situaciones, imágenes de momentos recortados que se vuelven causa del presente. Momentos y decisiones que parecen fundantes y se disuelven como la neblina de la mañana con el correr del día. Forma y contenido intercambiándose entre sí, todo el tiempo. Por momentos, el pasado se vuelve oracular, permitiendo leer a posteriori los detalles que anunciaban el porvenir. Y siempre nos encontramos con lo que se escapa, a pesar del intento del artista por retenerlo y plasmarlo. “Ahí están los temas para que los aprovechen los profesores de historia”, dice Cándido sobre sus obras. 

     María Gainza escribe, “en la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo el arte, y las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias”, y las más personales, agregaría. Fui cautivada por estos relatos. Principalmente por su prosa, ágil, delicada y a la vez directa y salvaje. Me deslumbró el nervio que permite pasar de la percepción de las formas del arte, con sus colores, trazos, contenidos y pasiones, a los juegos de la palabra, con su articulación y movilidad, sus medios dichos, y sus artificiosos conjuntos que organizan los relatos. Puedo decir que llevada por el azar, tuve un buen encuentro.

LETICIA GARCÍA

Licenciada en Psicología (UNLP), psicoanalista, miembro del Instituto Pragma – APLP, miembro del equipo de Salud Mental del Hospital San Roque de Gonnet.