GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

MÚSICA / VIDEOCLIP

DIEGO LABRA


Ola Mina XD (2019)
de Ca7riel y Paco Amoroso

onda mina2

     “Mira este video”, me escribió un amigo por Whatsapp, y adjunto un link. Como guiado por mi propio Carlos Argentino Daneri hasta un punto que contiene a todos los demás puntos del universo (una URL en este caso), el clic me llevó ahí donde pude verlo todo, pero todo, en un rectángulo de poco menos de siete pulgadas. Quedé de cara, como dicen los chicos ahora. Si es que los chicos siguen diciéndolo todavía. Este Aleph no está oculto, reservado para unos pocos en un escalón de la escalera que lleva al sótano de la casona de una familia bien. Sino que acumula más de siete millones de vistas desde el 11 de julio de 2019, cuando fue subido a YouTube. Cualquiera puede encontrar el infinito en el videoclip “Ola Mina XD”, del dúo de “música urbana” Ca7riel y Paco Amoroso

     El video abre con una suerte de altar al dios Windows 95, monitor de tubo y todo, que se erige en medio de la escena, flanqueado por un pallet y un barril oxidado. El plano se abre para revelar a los dos músicos arrodillados sobre alfombras a su pie. Ellos no están ahí para elevarle una oración binaria a Bill Gates, sino que persiguen un goce lisérgico por dial-up. El primero que se anima es Paco Amoroso. Se pone en cuatro e introduce un circuito integrado allá abajo, la luz roja titilando para establecer una interfaz narcótica/erótica entre carne y bits. 

     Justo a tiempo para su verso, Amoroso es arrojado, y nosotros junto con él, dentro de un caldo digital donde nuestros noventas y dos mil nos son devueltos como un vómito escrito en MS-DOS: gifs de Sonic, Pikachu, Broly y Shrek se (con)funden con el Diego modelo gordo y rubio oxigenado, Francis Ford “Guillote” Coppola, el Gauchito y la bandera nacional. Todo teñido de azul y oro. Vaporwave de bolishopping. Un fansite de Bokeee punto Geocities punto com punto ar. Lo que hubiese pasado si Cha Cha Cha y la cultura del meme hubiesen coexistido. 

     Ca7riel hace lo propio y termina como Lisa en el sillón de los Simpsons (si la familia amarilla hubiese sido una pesadilla que atormentó a Laura Dern en alguna película de Lynch). Siguen dos minutos de crescendo, a pura base y freaseo rapeado, que culminan en el clímax de un beso entre Paco y otro tipo que viste la xeneize. Paco y Ca7riel se miran extasiados. Saben que quieren más. 

     En todo su desenfado, la afiebrada visión que es Ola Mina XD, escrito por Kevin (Zeta) Zelaznik y Fernando Verdura y dirigido por el primero para Malasangre Audiovisual, podría aparecer como resultado de la aleatoriedad de un mal viaje y los bajos recursos de una producción a pulmón. Otra pieza más para el museo de lo bizarro lo-res que es Internet. Mas otros videoclips, como el ingenioso Jala Jala o el cinematográfico Ouke, protagonizado por Esteban Lamothe, prueban que el dúo crea su identidad audiovisual con mucha premeditación y estrategia. Y esta no es la excepción.

     Lo que el recurso narrativo del periférico anal quiere traducir mediante unos y ceros no es más que lo que Ca7riel y Paco ya tenían adentro. Poner en pantalla la cabeza de autodescriptos “niños robot” hijos de una “época informatológica”. Nacidos en los noventa, criados a base de todo por dos pesos, y cuya pubertad estalló a puro MSN y party-LAN durante la edad de oro del ciber. Un peso la hora, probablemente la mejor relación costo/beneficio en la historia de la industria del entretenimiento. Indicio generacional: cuando le preguntaron a Paco por haber “llenado” el Obras, “templo” de esa cosa amorfa que se llama “rock nacional”, el primer recuerdo que le vino a la cabeza fue que “alguna vez [fue] a ver a los Globetrotters ahí”.

     ¿Y la música? Bueno, la música también. Pulsante y abrasiva como es, más hablada que cantada, con lírica de gueto (“TODOS SE KIEREN SUBIR A MI PONY YO SOY ARGENTO NO TENGO MI MONI”), se corresponde con lo que uno imagina es el trap. Escena en auge en la que suele ubicarse a Ca7riel y Paco Amoroso. Pero la canción también desnuda lo ecléctico, “deforme”, de su producción. Adjetivada como “extraño y desopilante” y “un ritual aborigen combinado con los gritos de Gohan al transformarse por primera vez en Super Saiyajin 2”, su repertorio rehúye de las etiquetas en un mercado que las adora (pero donde es cool renegar de ellas). En este respecto, Ca7riel cumple su papel, definiéndose como poseedor de una “mente medio de productor”, que escribe “temas traperos, más hiphoperos y también rockeros”, despegándose de “la moda”. “Busco un sonido propio, pero es tan difícil, ¿viste?”

     En notas y entrevistas escritas sobre ellos, pero también en la misma música, el oyente es confrontado con negociaciones que tensan la escucha. Primero, con lo “popular”, en la superposición transicional que se dibuja entre los ritmos tropicales y el trap. El segundo reemplaza a los primeros en las pistas, los cumbieros se mudan al trap para no quedarse afuera. En tiempos en que la cumbia villera se ha visto canonizada con el visto bueno de la progresía, la crítica especializada y la bendición de la multinacional, el trap se vende como la continuación de ese escandaloso “agite tumbero”. Mas, con la sofisticación lírica y producción aportado por el hip-hop (y el appeal comercial del primo cercano reggeatón). 

     Como se ve en el video, Ca7riel y Paco se hacen cargo de esta demanda de lo “popular”, abrazando una estética trash (cierto, más cerca de Harmony Korine que de Yerba Brava). Una identidad visual a mitad de camino entre la Salada y el ClipArt. “No quiero chetos ni gringos / turros bailando en el bingo”, batió Ca7riel en el Hipódromo de San Isidro a quienes pagaron miles de pesos el abono de tres días en medio de la cruda recesión que todavía transitamos. 

     Segundo, se negocia con la tradición del rock, último refugio musical middlebrow de la siempre entrecomillada “clase media”. Constantemente se sacan a relucir las  credenciales rockeras del dúo. Que Paco (Ulises Guerriero) y Ca7riel (Catriel Guerreiro), oriundos de Floresta y amigos desde la escuela primera, estudiaron música desde chicos. Que el primero estudió violín, y el segundo “es hijo de un músico de rock y a su vez estudió y se recibió de profesor en la José Esnaola”, que “es como un Hogwarts” pero “con música” (que a su vez es como “una magia”).

     De nuevo, ellos mismos alimentan esta narrativa respondiendo que sus role models son “Freddy Mercury”, “Phil Anselmo” o aquel “GG Alin que se caga[ba] a piñas”. Aún más lo hacen con la doble vida que le dan a su música: hiperproducida y bailable en el estudio, la fiesta in your face que es Ola Mina XD, u orgánica y eléctrica en vivo. Esto último gracias la ATR Vanda, compuesta por algunos de los músicos con quienes supieron formar el conjunto de  inspiración spinetteana Astor y las Flores de Marte

     Mostrando la peor cara de la doctrina rockera, tan arraigada acá, y mejor representada por esa memorable intervención de “Pappo” Napolitano en Sábado Bus, estas credenciales son blandidas como una innecesaria defensa de una música que no busca justificaciones. Por eso se escribe que es trap, “pero de conservatorio”. Que los pibes “no son improvisados”. Se le aplica así una pátina de respetabilidad en deferencia a ese público “culto y oculto”. 

     Allí reside también la mayor versatilidad del dúo, la mayor potencialidad de su deformidad. Son materia prima agradable para una nota de Anfibia y sus lectores, quienes quieren escuchar en sus canciones un “nuevo punk”. Rock “garagero” para “tiempos de autotune”. Se dejan empaquetar para el consumo “boutique” junto a Babasónicos y la sensación indie Usted Señálemelo, sin perder el appeal de millones de chicos que hacen clic en Youtube y ante la pregunta por la revista de la UNSAM responderían ¿¡qué!?. Para quienes no quieren enterarse que el rock murió, tanto como fuerza comercial y como vanguardia artística, Ca7riel y Paco Amoroso son los nuevos Kuryaki. Para quienes son ajenos a esas internas, son el soundtrack de Bariloche y ya.

     Pero en este caso, y hete aquí lo que quizás es su mayor ruptura con los diez mandamientos del rock, el marketing no lo impuso la discográfica. Fue decisión propia, y a mucha honra. Si hacer plata implica “sacrificar un pedazo de su alma al capitalismo, sí o sí”, entonces “bueno, hay que ponerse a la moda”. Si las canciones se disputan una porción del mercado, del feed de tu Spotify, entonces hay que pensar en “conquistar tal público”. Aunque eso implique, como dice Ca7riel, dejar “de mirar adentro mío y hacer fluir el cien por ciento de lo que soy”. Este es un under que, como todos los under siempre, está dispuesto a venderse para alcanzar el sueño de vivir de la música. La novedad está en que no le da vergüenza decirlo. 

     Para quienes, como ellos, tienen el DNI por encima de los treinta y cinco millones, el saldo del siglo XX inmediato es menos el recuerdo de un estallido social que pasó cuando eran muy chicos, y más la globalización del mercado de productos culturales. Mtv, Cartoon Network y los otros ochenta y siete canales que había en el cable. Ese Caballero del Zodíaco trucho importado de Taiwán. La visual del videoclip expresa como la liberalización económica dinamitó los límites de lo que sus padres pensaban como “lo nuestro”. Todos quisieron ser por igual, durante el recreo en el patio de la escuela, el Power Ranger rojo, el diez de Boca o Super Saiyajin. 

     Encima después llegó la nueva y forajida frontera del Internet, donde el copyright va a morir, y todo estuvo al alcance de un clic. Leen Pitchfork, Spin o Rolling Stone, y descubren que la vanguardia está en el hip-hop barroco y sesudo del primer Kanye, Frank Ocean o Kendrick Lamar. Miran a amateurs en Youtube o Instragram hacerse un nombre desde abajo y sienten que ellos también pueden llegar. Investigan que genera más reproducciones y se van amoldando de a poco a la demanda digital. Porque (necesariamente) la otra cara de la democratización que implican las redes es el emprendedurismo de artistas que aprenden a venderse solos. En tiempos cuando la autenticidad es el máximo commodity, los “códigos” y las imposturas, tan caras a generaciones pasadas, se tienden a caer.

     El resultado, este “puchero deforme” que les sale a los músicos del culo, podría decirse que es nuestra “cultura nacional”, o algo que se le parece bastante. Puede ser que la Biblia siga estando al lado del calefón (aunque ahora se use más el termotanque eléctrico). Lo cierto es que sobre la mesa hay un plato de ramen con la cara de Juan Román Riquelme, más kawaii que nunca.

DIEGO LABRA

Profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito mayormente sobre industria editorial, tanto publicaciones periódicas como historieta. Posee un interés omnívoro sobre todos los aspectos de la cultura masiva.