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CINE / POLÍTICA

PABLO DEBUSSY


O Processo (2018)
de María Augusta Ramos

O_Processo

     ¿Cómo ver hoy O Processo, el documental de María Augusta Ramos, sabiendo lo que sucedió luego en Brasil, lo que sucede ahora, en la más estricta contemporaneidad? ¿Cómo verlo hoy, sabiendo que, en el juicio a Dilma Rousseff se cifraba el advenimiento de un modelo económico devastador, encarnado en quien hasta entonces había sido su vicepresidente, Michel Temer, y la posterior convalidación en las urnas –previa impugnación de la candidatura de Lula Da Silva– de Jair Bolsonaro al poder? Las palabras de la diputada del PT, Gleisi Hoffmann (ex jefa de gabinete de Dilma), que la cámara capta en una reunión parlamentaria entre miembros de su partido, resuenan más intensamente a la distancia. Hoffmann alude a lo que sucederá en Brasil si destituyen a Rousseff: “Van a capturar a las instituciones del Estado para ponerlas al servicio del más radical liberalismo económico y de la regresión social. Este golpe es contra el pueblo y contra la nación. Es la imposición de la cultura de la intolerancia, de los prejuicios y de la violencia”.

     O Processo es lo que se denomina un documental de observación: la cámara opera a modo de testigo mudo de los acontecimientos que registra (como sucede, por ejemplo, en el cine de Frederick Wiseman o de Sergei Loznitsa). María Augusta Ramos prescinde de recursos tales como la voz en off, las recreaciones ficcionales, las entrevistas; su objetivo es captar fragmentos de realidad sin mediación de otros procedimientos. El dispositivo fílmico es ignorado, en general, por los protagonistas de este documental; apenas si alguno de los miembros del parlamento repara fugazmente en él, lo cual le brinda al espectador la certeza un poco ilusoria de estar allí, observando los acontecimientos sin ser visto.

     La directora se propone narrar el proceso de impeachment a Dilma Rousseff desde sus inicios, en abril de 2016, hasta su concreción, a finales de agosto de ese mismo año. El único recurso del que echa mano son unas breves placas de color negro con letras blancas, que van contextualizando las escenas: el momento en que una comisión del Senado examina los cargos contra Dilma; la suspensión de la ex presidenta por 180 días, el dictamen favorable en la cámara de senadores, el testimonio de la propia Rousseff y la votación final en el Senado. Todo es mostrado con distancia, lejos de cualquier subrayado, de una manera sobria y despojada. La construcción de ese registro puede verse como un intento de exhibir ante los espectadores las imágenes de un hecho histórico a manera de un documento, de una evidencia que quede para las futuras generaciones. 

     Sin embargo, la distancia que coloca la cámara de Ramos no se traduce en imparcialidad: a pesar de la voluntad de la directora de registrar las reuniones puertas adentro tanto de los funcionarios opositores al gobierno como de los funcionarios oficialistas, sólo consigue la aprobación de estos últimos, por lo que el documental le da un peso mucho mayor a la palabra de los miembros del PT. Quizás allí, en los trasfondos de la política, en los encuentros a puertas cerradas, alejados de las cámaras de televisión, se halle uno de los elementos más ricos del film. Ramos accede al búnker del partido, capta las conversaciones y los debates entre sus integrantes, la preparación de sus discursos en el Congreso, las charlas telefónicas, una fugaz entrevista para un medio de comunicación. Es en esa intimidad donde surgen algunas de las críticas más duras, pero también más lúcidas e intelectualmente honestas hacia los gobiernos de Lula y de Dilma. Uno de los asistentes, un hombre al que la película no identifica, afirma: “preferimos darle un montón de dinero a los dueños de los medios y darles un montón de concesiones públicas. Porque teníamos la Secretaría y el Ministerio de Comunicación. Por eso con una mano entregábamos más y más licencias de radio y televisión y con la otra les dábamos grandes cantidades de dinero. Y en cambio a nuestra gente… […] El gobierno de Lula fue el que más estaciones de radio comunitarias cerró. Entonces se hace muy difícil decir que nos comunicamos con el pueblo cuando en realidad no hablamos con él a menos que sean elecciones o por el carisma del Presidente”.

     Frente a esas críticas sinceras y descarnadas, y frente a argumentos cuidadosamente elaborados, muchos de ellos impecables retóricamente, como el del abogado de Dilma José Eduardo Cardozo, algunas de las objeciones e impugnaciones de los opositores quedan expuestas en su flaqueza. Hay algo de teatro político en los oradores favorables al impeachment, especialmente en la abogada Janaina Paschoal, una suerte de Elisa Carrió paulista. Paschoal invoca la Constitución con lágrimas en los ojos, esboza una sonrisa nerviosa, y le pide perdón a Dilma por su voto que apoya la destitución, porque dice entender que la mandataria está atravesando un momento difícil. Viendo este tipo de intervenciones, uno desearía que la cámara hubiese podido ingresar al búnker opositor, a sus reuniones privadas, para verificar allí si la intención que dictaba esas palabras iba de la mano de las convicciones o del más puro cinismo. No hay tal posibilidad. Por el contrario, sólo se asiste a sus declaraciones en el Parlamento, previsiblemente calculadas y bien recibidas por sus compañeros de bancada, así como por particulares que se acercan a saludarla y a tomarse fotografías con ella. 

     Además de las escenas en el recinto parlamentario y de las que transcurren a puertas cerradas, O Processo da lugar, aunque en menor proporción, a las escenas en la calle, afuera del Palacio de la Alvorada. La película comienza con una panorámica aérea en la que se ven, separados por vallas y un espacio vacío en el medio, a los simpatizantes de Dilma y a los partidarios de su destitución. Quienes apoyan a la mandataria visten unánimemente de rojo, el color emblemático del Partido de los Trabajadores. Quienes se oponen a ella se embanderan con los colores brasileños, que combinan camisetas de la selección verdeamarela con vinchas, gorros y otros adornos, como si de un festejo se tratase. Curiosa identificación, que también recuerda lo sucedido en Argentina con los cacerolazos y asonadas destituyentes, prolijamente acompañadas por los tonos patrios. Esa multitud blanca que celebra la salida de Dilma es la que, poco después, presumiblemente celebrará al “mesías” Bolsonaro. Claro que el documental no llega a esa instancia. Se detiene, hacia el final, en un episodio de desalojo y represión policial, ya bajo el breve mandato de Michel Temer. Gases lacrimógenos dispersan a los manifestantes que vociferan “¡Fora Temer!”, y que se agolpan a las puertas de la residencia gubernamental. La cámara se queda con el humo negro que envuelve el aire. La pantalla se cubre por completo y se oscurece. La película termina, pero para Brasil la pesadilla no hace más que comenzar.

PABLO DEBUSSY

Es doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires y profesor en la Universidad Nacional de las Artes y en la de José C. Paz (UNPAZ).