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ENSAYO / POESÍA

VALERIA PUJOL BUCH


La lengua del desierto (2020)
de Vanesa Guerra

guerra

     Habrá sido el viento o una pájara que lo transportó desde Buena Vista, una editorial independiente de Córdoba hasta mi escritorio. No importa cómo se escabulló, sino que lo tiñó de borradores, notas y plegarias como palimpsestos. 

     Vanesa Guerra en este recorrido nos invita a garabatear ideas y compartir con ella en un discurrir inconcluso, una huella que estalla y que nos pone en movimiento. 

     No se lee de un tirón, porque Vanesa no nos regala una letra muerta, masticada. Hay que detenerse, releer, buscar referencias, dejar escurrir el tiempo. Con un enorme banco de herramientas, la autora desarrolla en este ensayo poético una reflexión para sortear la marcha zombie, individualista. Y lo hace con elementos que van desde el psicoanálisis, la filosofía, pero también teorías del movimiento hasta literarias. 

     Lejos del apocalipsis, amorosamente nos propone senderos desobedientes. Eso sí, para recorrer livianxs, hasta quizás desnudxs, nómades, o en trance. Por ello, podemos decir que devela la trama de la maquinaria del cincelamiento del alma al que nos arroja el neoliberalismo como carne picada. 

     Resulta interesante poner en diálogo a este ensayo con el poema Fundación, donde Susana Thénon propone inventar la vida de nuevo. Crear códigos emergentes, dioses más cercanos y otros sexos, como quien dice “nazco, duermo, río”. Así Vanesa orbita el desierto, el cuerpo, la memoria y el lenguaje poético que hacen indómitas las amarras y el sistema. En esta tarea, la autora fulgura notas y dialoga con otras autoras con quienes comparte las mismas preocupaciones. Igual sucede con una tradición a la que se encarga de recortar. 

        No estamos solxs, ¡ahh!

     Robert Walser, Franz Kafka, Lola Larrosa Laguna Ansaldo en el pasado y muchas contemporáneas como Sara Gallardo, Clarice Lispector, Silvia Molloy, Mariana Ocampo, Vivian Galbán, entre otras. 

     Esta costura es visible desde la edición. Al sacarle su envoltorio al libro y pasear con el índice por el huevo cósmico de su tapa, unx lo abre y se encuentra con innumerables notas el pie. Ya en este formato se pone en jaque la relación con el texto. ¿Cuál es el límite al sentido? ¿Dónde empieza, dónde termina? Todo esto se preguntaba Gérard Genette y Vanesa lo sabe y nxs convida a jugar. La posibilidad de estas notas que crecen desde el pie, nos empujan dulcemente desde su maquetado a pivotear entre ideas que proliferan, se abren errantes y quedan muchas veces inconclusas.

     Contenido y forma en esta obra danzan. Encontramos un exquisito trabajo con el léxico como puede observarse en el párrafo siguiente:

     “Walser atraviesa como atraviesa el viento al desierto dándole vida nómade, o como atraviesa un alma sin pena la calle, una que llega al limbo, extraviada o distraída, raptada por el brillo de lo que le ha embriagado, y reciénvenida con su lengua de otro mundo susurra algo que nos hace cosquillas en el ombligo de la palabra.”

     Un lenguaje que deviene vivo, poético en su forma, pero no se queda allí. En una de sus plegarias, Vanesa desea, nxs desea: “Invoquemos a la lengua poética para que nos regrese la voz que hemos perdido, porque antes que la lengua del amo nos apresara con sus dominios, supimos ser mágicxs, levitantes y límbicxs. Restituirnos a la poesía como reciénvenidos podría ser el designio”. La poesía es un fusil para liberarnos, y entonces forma y el contenido cabalgan libres y mutuamente habitadxs por el bosque.

     Vanesa en su vagar nos pone en diálogo con Robert Walser, conocido también como el caminante solitario. Sobre el arte de caminar, el escritor suizo reflexionaba: “Escribo para ausentarme”. Con Walser, Vanesa nos acompaña a deambular para encandilarnos con la naturaleza, la noche y el misterio, elementos que hablan sincerantemente a quienes están abiertxs. Y resulta ser que aquello que nxs rodea puede devolvernos a otro(s) signo(s).  Por ello, nos invita a comulgar con lo ajeno y hacerlo con el cuerpo, incluso con la palabra cuyo don no es ordenador, sino caótico. 

     Pero también a animarse a disolver la modalidad del Yo que implica expandir la extranjeridad y las posibilidades de ser innúmeros otrxs. Blancxs, negrxs, flacxs, gordxs, migrantxs, diversxs, todxs.  

     Como berretín, deseo detenerme en un pasaje de la primera novela de Walser que retoma la autora. Jakob von Gunten,  “trata de un niño que quiere aprender a ser siervo; el niño va a una escuela de servidumbre y eso lo hace feliz; (…) saber que podrá ser el mejor esclavo para conseguir el mejor amo, porque eso es algo que según Robert Walser se aprende”. Porque para Walser, nos advierte Vanesa, no se nace esclavo. Este es un aprendizaje lento, a goteo. Y esa imposibilidad de alcanzar el grado de esclavitud perfecta, pese a que la sociedad lo impone, es de lo que versa esta obra de Walser, escritura prolífera que incluso ha fascinado a Kanz Kafka. 

     En esta ansia de obediencia del niño de Walser, éste concluye no sirviendo ni para obedecer. Así supera al amo, porque sin siervo éste no existe, y genera una des-obediencia involuntaria, sutil,  poética como puro pliegue que lo retorna a un tiempo anterior. A una libertad que tuvimos antes de ser tocados por la lengua del amo. Y este pasaje viene acompañado por otra plegaria de la autora: “hacer lo que haga falta para formar parte de aquella comunidad que busca – incansablemente – iluminarse con la noche.” Des-obedecer, in-disciplinarse.

     En esta(s) forma(s)  de perderse-buscarse-desindividualizarse-desterritorializarse, Vanesa trabaja con la memoria, a la que rescata de cementerios de fósiles y reubica en ríos que deambulan en todas las direcciones. Algunos visibles, otros subterráneos y con un caudal que ruge. Y nxs regala una pregunta que nxs despeina en el apartado en que dialoga con Mariana Docampo: “si la memoria que nos habita es múltiple, ¿por qué nuestra voz se ha vuelto singular?”

     Colectivos, errantes, abiertos. También en movimiento y Vanesa deambula por  allí. Moverse con el cuerpo y del lenguaje porque “la permanencia en el uni-sistema es la aniquilación”. Con Mariana, juntas, atacan en varios pasajes la crisis representacional del sujeto como efecto del lenguaje unidimensional que opera como código de barra o lengua eslogan. Y la operatoria propuesta es trascender la falsa lengua, despellejarse de esa viscosidad que nxs captura y que enferma nuestrx cuerpo. Así nos invitan a desarticularnxs, a arrojarnxs al tiempo del , paradójico, no productivo, para abrir el blindaje, estallar y refulgir. 

     En el cauce del río de la memoria, intercambia de igual manera con Sylvia Molloy y el Común Olvido. Para Sylvia la memoria es un lugar con interrupciones, huevos y vacíos, “porque para entender (…) tienes que aprender a olvidar”. Esos caminos como aguas tan propias y ajenas, nos reencuentran con eso en que en la punta de la lengua siempre se nos escapa.  

 

En lo indómino de los pliegues,

En la conversación del doblaje

Ella movía el desparpajo de cometas

A plena luz del lenguaje

 

     Vanesa parlotea en otros pasajes con poetas, en este caso con Yanina Giglio y su obra Corva. Con ella le saca el jugo a nuevas ideas. Que la experiencia nos expande y nos devela innúmerxs seres como en cada pliegue hay en mí. Así nos traen el plural para habitar el tiempo y donar las voces como gesto curandero. Entonces, ¿quién es el autor de la lengua del desierto? ¿Es de Vanesa, Sara, Clarice, Sylvia, Mariana, Yanina?  ¿O fue escrito por voces que comulgan para pensar y en ese acto dejarse habitar mutuamente, e incluso invocar a otrxs? 

     Y el Yo en esta obra se parte y las otredades se anudan al lenguaje. Esto nos permite descartar la angurria del YO SOY, y de un nombre que nos priva de excedencias. Desanclar al cuerpo de una identidad barrada y zombie para hablar por y en otras bocas, para llegar a una emoción innúmera, a una danza colectiva. Para vivir, para curar, para desandar. 

     Junto con Lola Larrosa Laguna Ansaldo, aborda su obra: El Lujo. En la trama, Rosalía, una joven atosigada por la moral social y  constreñida de su época, advierte que no está en su sitio y se ha vuelto “una patada al espejo”. Aunque, Rosalía sospecha que existe otra realidad que la aleja de su pueblo donde todos danzan la misma coreografía. ¿Cómo salir de allí? ¿Cómo agarrarse fuerte a la intuición del gusto propio, aunque impropio hacia lo instituido? ¿Cómo? Vemos junto con Lola y Vanesa que “la moral aplana las rugosidades que toda pasión impone, la moral busca igualar, pero ella anda con pliegues. Porque el deseo primero se intuye, destella alguna cifra extravagante y después o mientras tanto, duele”. Aunque advierten además que en su tiempo descifrador, esa grieta activa la posibilidad de “partir de sí y llegar a sí, siendo otra”. Por ello esta novela de Lola, para Vanesa, es una novela de exilio. Un “partir para parirse mujer”. Y a eso también nxs convoca. A explorar esos exilios que hacemos cada vez que nos encontrarnos donde no sabíamos que podíamos estar.

     Por ello, Vanesa y las voces reverberantes que la acompañan, proponen que abracemos una lengua poética, con la que escribir nuevos nombres. Que despedacemos el cántaro disciplinante y en código en barra para aventurarnos al desierto cuando la sed en la noche nos desvela. Porque el capitalismo produce un hombre del resentimiento. Un ser con una clase de veneno que por goteo, lenta y sistemática, incita a sentir vergüenza ante la menor infelicidad. Y ese es incluso un pliegue a explorar. Es parte de la batalla contra la lengua de la información, que aplana la textura y el misterio. 

     Arrojémonxs a la noche, a la extranjería, al limbo, y sobre todo al deseo expandido para “despellejarnos de la piel del amo”.

     Para cerrar abriendo, deseo fundirme con Vanesa, sus otrxs, así como con Susana Thénon y su poema Juego. Vamxs a despojarnos de lo seguro, a gustar del amor por el minuto absurdo, libre y lejano a toda imagen y semejanza. 

VALERIA PUJOL BUCH

Egresó como Comunicadora Social de la UBA. Se dedica a la difusión de la ciencia y es docente de la Universidad Nacional de Lanús. Pilotea sus días entre sus tres amores: las ciencias sociales, la literatura y la maternidad.