GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

CINE / POESÍA

GASTÓN GUZMÁN


Vaquero del mediodía (2019)
de Diego Enrique Osorno

Vaquero

“¿Qué hay detrás de la ventana?”

Roberto Bolaño

     A principios de los setenta, en pleno auge de sus novelas editadas por Sudamericana y Seix Barral y luego de ser elogiado por Julio Cortázar, el escritor Néstor Sánchez desaparece, se esfuma. Abandona la escritura y extravía voluntariamente su rastro, apareciendo casi dos décadas después como vagabundo en las calles de California, durmiendo en una playa de estacionamiento. 

     ¿Qué llevó a Néstor Sánchez a tomar esa decisión? ¿Por qué alguien se sale del camino en el momento en que las cosas se empiezan a acomodar? ¿Cómo y por qué alguien decide perderse? Las respuestas que el escritor dio a su regreso contribuyen a aumentar el mito Sánchez: que dejó de escribir porque se terminó la épica y que cuando la gente recibe una revelación tan grande como la que él recibió, dejar de escribir es un acto de humildad. Muchos años después, Osvaldo Baigorria publicaría un libro sobre Néstor que es una rara avis del género de la biografía, cruzando ambas vidas a tal punto que, como afirma el autor, no es tanto un libro sobre Sánchez, sino más bien con él. 

 

     Volví a pensar en Néstor Sánchez y su gesto de desaparecer después de ver Vaquero del mediodía, el documental dirigido por el mexicano Diego Enrique Osorno. Este documental, estrenado en Netflix a finales del 2019, también gira en torno a la figura de un poeta que decide abandonar la escritura y emprender un viaje al anonimato, habitando la noche y durmiendo donde encontrara sitio. Otro que, al igual que Sánchez, se esfumó cuando las cosas – ser editado, ser celebrado, ser el centro en las tertulias literarias – empezaban a tomar forma.

     De Samuel Noyola, el poeta desaparecido que está en el centro del documental, hay pocos registros: grabaciones fílmicas amateurs que lo muestran siempre de noche, siempre errático y con una copa en la mano, además de un puñado de poemas publicados y entrevistas en revistas culturales. El grueso de su escritura que aún se conserva son cartas dirigidas a distintos amigos, avisos garabateados donde les avisa que durante la madrugada volverá a dormir a sus casas, si los dioses de la noche y los borrachos así se lo permiten. 

     Estos archivos que Osorno utiliza en el documental también contribuyen a echar leña al mito Noyola: la noche, el alcohol, el desierto, la ciudad, los grupos de poetas que recorren las cantinas discutiendo versos hasta amanecer borrachos, los poetas borrachos ya amanecidos que buscan algo sin saber qué es. Algo parecido ocurre en Los detectives salvajes con Cesárea Tinajero, la poeta desaparecida que es buscada por Ulises Lima y Arturo Belano a lo largo de las rutas, pero de quien solo se conocen un puñado de poemas escritos en los tiempos de la revolución mexicana: poemas suficientes para dedicar toda una vida a encontrarla. 

     Osorno recupera a partir de entrevistas a amigos, poetas y gestores culturales otros momentos de la vida de Samuel que causan gran impacto: cuando el premio Nobel de Literatura Octavio Paz lo definió como el mejor poeta de su generación y tras lo cual desempeñó un papel decisivo en la publicación de su libro “Tequila con calavera”, el encuentro donde el mexicano Mario Santiago Papasquiaro (el genial Ulises Lima de los detectives salvajes de Roberto Bolaño) bautizó a Samuel como el “Vaquero del mediodía” en una mesa del mítico Café Habana del viejo DF, cuando viajó a Nicaragua para participar en las milicias en defensa de la Revolución Sandinista y terminó, en cambio, absorto por la poesía de Ernesto Cardenal y también el acto final de la vida que le conocimos: cuando el Palacio de Bellas Artes le brindó un homenaje  a su obra. Noyola era ya un poeta vagabundo viviendo en una camioneta estacionada en un barrio periférico de Ciudad de México. Tan así, tan en la periferia estaba su morada y tan en la periferia estaba su figura, que su presencia en la casa de la cultura mexicana sólo fue posible gracias a los vecinos que lo ayudaron a bañarse y le regalaron ropa para estar a la altura. Luego del evento en el Palacio de Bellas Artes aparecieron ejemplares autografiados de su libro homenaje en las taquerías de todo el barrio. 

 

       Vaquero del mediodía se mueve sobre la figura del desaparecido y sobre su búsqueda, uno de los ejes centrales del género documental mexicano actual. Osorno sale a filmar/buscar durante las noches y preguntar por su amigo poeta: ¿ha visto usted a este hombre? Los testimonios recuperados construyen un tejido fabuloso que es, como lo es también su desaparición, no solo física sino también literaria: por un lado los vagabundos de las calles del DF mexicano que afirman que el desaparecido no es otro que “El Barrio”, un sin techo que duerme en la puerta de los mini mercados que pululan en las periferias, otros dicen que en cambio se trata del “Con Respeto”, otro sin techo muy cordial que siempre anda recitando poemas de memoria. 

     Cámara en mano, Osorno busca. Busca a su amigo poeta en las cantinas, donde lo imagina metiéndose en problemas por un trago o por un recital de poesía improvisado.  Lo busca en un hospital psiquiátrico y en las morgues, previendo que la adicción de Samuel al alcohol solo pudo haberlo dirigido a alguna camilla de institución. Lo busca, incluso, en las fosas comunes diseminadas por todo el territorio mexicano: nadie sabe dónde fue a parar el futuro de la poesía mexicana. La cara de Noyola aparece pegada por todos lados: en los paradores nocturnos, en las persianas de los locales cerrados por la crisis, en las cabinas de los camiones que recorren México. Una cara como de alguien que esconde algo, dice un vagabundo. O mejor: una cara como de alguien que se está burlando de todos nosotros.

     En paralelo a esta búsqueda aparecen testimonios de quienes lo conocieron y compartieron momentos junto a él y estos también contribuyen a construir la imagen mítica de la figura del poeta errante. Como dice Juan Villoro en la mesa del Café Habana: el poeta para sostenerse no sólo necesita obra, sino que también necesita de un mito. Sobre este poeta autodesterrado gira un universo mitológico propio: Samuel vive en la calle porque no quiere ni puede quedarse quieto, para Samuel la poesía es movimiento y ni modo: sólo queda moverse, que el único centro en la vida de Samuel era Octavio Paz y cuando éste muere Samuel queda a la deriva, Samuel siempre fue como un pájaro que se movía de rama en rama, es como el arcano cero del tarot: un extraviado que sabe que la verdad está en otro lugar pero también un borracho que va regando una estela de desmadre por todos lados.

     Sobre el final del documental aparece la pregunta que recorre las mesas de los entrevistados: ¿cuál es el lugar de los poetas en las sociedades contemporáneas? ¿Hasta qué punto es tolerable la figura ya no solo del poeta, sino la del poeta errante? ¿Cuál es el costo que tienen que pagar en el capitalismo de hoy quienes no aceptan quedarse quietos?  

     Pienso en Noyola como pienso en el Rey de “El espejo y la máscara” de Borges. Un rey chilango, borracho y contracultural que acaso vio algo que el resto no, y por eso decidió desertar. 

gASTÓN GUZMÁN

Es profesor en Historia en el Departamento de Ciencias de la Educación de la FaHCE (UNLP).