GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

GUAY PREGUNTA

Nos propusimos desde Guay trazar una mirada colectiva sobre las obras que nos acompañaron durante los cuatro años
de macrismo en el gobierno nacional. Preguntamos sobre libros, películas, músicas, series u obras de teatro, flamantes o
pretéritos, que permitieron pensar y también atravesar de mejor manera lo que vivimos. En primera instancia, invitamos a
quienes vienen colaborando con Guay a que seleccionen tres materiales y fundamenten brevemente por qué los escogen.
A la par, les pedimos que inviten a otra u otro colega, camarada, compañera o compañero a que haga el mismo ejercicio.
Como suele suceder, los bordes se desemprolijan y cada tanto las respuestas derrapan por un lado o por otro. Nos pone contentos presentar este material que es también una reflexión compartida, en fragmentos y no siempre tersa, sobre el estado de la cultura.

Alejandro Fernández Mouján

(Damiana/Kryygi es su último documental)

El caballo de Turín, de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky. En Turín, el 3 de enero de 1889 Friedrich Nietzsche salió de su casa. No muy lejos un cochero tenía problemas con su caballo que se había empacado, perdió la paciencia y castigaba al caballo con el látigo. Nietzsche se abrió paso entre la multitud y puso fin a la brutal escena abrazando al caballo. Quedó tendido en un sofá de su casa un par de días hasta que murmura sus últimas palabras, después de las cuales quedó mudo: Madre, soy un tonto… Del caballo no sabemos nada… (texto resumido del inicio del film). La película trata del caballo, el cochero, su hija, y un oscuro fin del mundo. La descubrí en algún momento de estos años.

 

Austerlitz, de W. G. Sebald. El primer libro que leí tres veces seguidas de tanto que me gustó. Un viaje que ayudó mucho.

 

Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, de Javier Trímboli. La mejor reflexión después de la debacle del 2015. Frente a tanto intento de reflexión deslumbrada con la nueva derecha, de varias jóvenes plumas progres y diplomatiques, este libro se mantiene y planta bandera.

 

Historias de Terramar, de Ursula K Le Guin. Increíble saga a la que Games of Thrones seguramente le debe mucho pero no logra superar. Los dragones de Le Guin son lo más. Durante un tiempo me ayudó a salirme del día a día y estar en otro mundo.

Ana Bugnone

(profesora de Sociología del Arte en la Facultad de Humanidades de La Plata)

O filho de mil homens, de Valter Hugo Mãe. Esta novela me atrapó porque cuenta la historia de algunos personajes, en su mayoría algo extraños, que van actuando, pensando y sintiendo temas como el amor, la familia, los prejuicios. Un libro que trabaja sobre las relaciones humanas con una delicadeza y una profundidad que me impresionaron muchísimo. Lo recomendé a todo el mundo.

 

Imágenes de Moisés Patrício, serie de performances “Presença negra” (comenzó en febrero de 2015, disponibles en internet). Las imágenes y las palabras de este artista de San Pablo me impactaron porque tratan sobre el racismo de un modo sutil y ponen en evidencia lo que el gobierno de Bolsonaro vino a legitimar: que el racismo en Brasil es tremendo, que las diferencias de color, de clase, de acceso a ciertos espacios reservados a los blanco, funcionan hoy en día, jerarquizando personas y actividades.

 

Desarma y sangra, de Charly García. En estos último año volví a escuchar música más frecuentemente, ligada a la necesidad de no escuchar más la radio y las noticias tremendas del gobierno macrista. Una de las salidas saludables fue escuchar música diariamente y, entre otrxs artistas, regresé a Charly. “Desarma y sangra” me parece la obra musicalmente -armónica y melódicamente- mejor lograda de las últimas décadas.

Ana Testa

(poeta y maestra)

II, de Usted Señálemelo. Fue una puerta de entrada a la Nueva generación. Reconocí en ese disco elementos pertenecientes a la historia de nuestro rock y los aportes propios de jóvenes de veinte años. Experimenté la contradicción de que me fascinara la estética y narrativa de la juventud, y la nostalgia de no ser parte de ella.

 

Prender un fuego, de Marilina Bertoldi. Después de una larga trayectoria de recitales de rock en vivo, sentí por primera vez que lo que estaba cantando tenía que ver con mi propia vida y mi propio cuerpo; y esto es porque Bertoldi no solo es mujer, sino que llegó para disputar el sentido al rock patriarcal e inventar y fundar un nuevo género de ser necesario.

 

El error en los detalles, de Ceferino Lisboa. Poeta y albañil. En contraposición a los dos primeros, él no es ni joven ni mujer. Con un claro espíritu setentista, Lisboa conjuga la ternura y la bajada de línea con un vuelo poético que sorprende a quienes les opera el prejuicio de que un albañil de Colonia Lola solo puede, mientras usa el fratacho, faltarle el respeto a la piba que pasa caminando.

Juan Bellini

(periodista y escritor platense)

Películas:

 

Guasón (Todd Philips, 2019). En Estados Unidos, mientras gobierna Trump, llega una respuesta desde el mainstream. El villano principal también es un millonario. Sin necesidad de panfletos se denuncian los recortes en la ayuda social y los patoteros en el subte no son negros ni chicanos. El equivalente argentino a esos tanques: los Campanella, Cohn, Duprat, Mitre, no estuvieron a esas alturas, más bien del lado cómplice.

 

El Ángel (Luis Ortega, 2018). La mejor película argentina del período. Un famoso caso policial con un condenado que aún continúa dentro del sistema penal. No era un marginal, con los que el cine y la televisión parecieron ensañados durante estos cuatro años.  Los hijos de las familias acomodadas podían ejercer la violencia desde el consumismo o desde el Poder.

 

La educación del Rey (Santiago Esteves, 2018). La marginalidad se la puede contar de distintas maneras en imágenes, bien sabemos que no es lo mismo ser Luis Buñuel que Jorge Lanata. Y en un contexto en que desde las altas esferas se felicitaba a un policía que mataba por la espalda, un pibe que roba puede ser mostrado como lo que básicamente es: un ser humano. Con luces, sombras, y con otros personajes complejos como el interpretado por Germán Da Silva.

 

Discos:

 

Aluvión Zoológico (Guatemalacamon, 2008). Disco profético, de años anteriores a la instauración de la revolución de la alegría. Estrofas como “prefiero perder con el pueblo que con Macri y la aristocracia” o un tema dedicado a Carrió (“va a convencer a Fortabat de que robar es inmoral”, “se profetiza en La Cornisa”, “va a hacer de cada radical un cuadro de la liberación”), y una sátira a la marcha de la Revolución Libertadora, el golpe preferido del secretario de cultura Pablo Avelluto.

 

El ruiseñor, el amor y la muerte (Indio Solari, 2018). Quince temas originales, en letra, en música, lleno de vitalidad, ni se notan los problemas de salud. Y en un álbum donde en la tapa hay una foto de sus padres, en las páginas interiores recrea su Sgt Pepper personal y aparecen retratos de Artaud, Jacqueline Du Pré, Billie Holiday, Vonnegut, La Pasionaria, Tarkovski, John Lennon, Werner Herzog, ¡Evita!

 

Abbey Road (The Beatles, 1969). Se cumplieron cincuenta años y parece que lo hubieran editado mañana. Necesario para cualquier coyuntura.

 

Libros:

 

Los dos demonios (recargados) (Daniel Feirstein, 2018). Con un Presidente al que le es indiferente si los desaparecidos fueron siete mil o treinta mil y habla de guerra sucia, Feirstein toma posición y es contundente: fueron treinta mil y fue genocidio. Mientras da cuenta de la pedantería positivista de muchos académicos también acerca su mirada a las versiones sobre la dictadura de Infobae, o programas del canal América como Intratables y Animales Sueltos, o los libros con la teoría de los dos demonios editados por Random House y Planeta. También le presta atención a las coincidencias entre Graciela Fernández Meijide, Juan José Gómez Centurión y Darío Lopérfido. Y revierte el mito de la “reconciliación” en Sudáfrica luego de años de apartheid.  

 

La maestra rural (Luciano Lamberti, 2016). ¿Córdoba se llenó de mutantes? La ciencia ficción y el humor presentes en una novela que se disfruta y por momentos descoloca.

 

Los diarios de Emilio Renzi. Un día en la vida. Tomo III (Ricardo Piglia, 2017). El último tomo de los diarios de Piglia, desde los años de la peste hasta su último refugio en la mente, en el lenguaje y el porvenir. Un libro lleno de literatura, cine, música, amores, enemistades, desamores, amistades. Vida. 

Fabricio Breccia

(integra el grupo literario Mulas en la niebla)

Ante la prepotencia de un discurso macrista lavadito y de packaging engañoso y siniestro, mi elección son dos películas y un libro que tienen en común una apuesta por lo complejo y la relectura.   

                                                                                        

The Big Short. Una película que se estrenó en Estados Unidos el 11 de diciembre de 2015, al día siguiente de la asunción de Macri como presidente. Una propuesta irónica, dinámica y cruda que desnuda lo que a priori parecía reflejar la avivada de unos genios ante la idiotez del sistema financiero mundial, pero en definitiva termina siendo la perversidad de ese universo donde todos ganan, salvo nosotros, los de a pie.

 

The Joker. Tanto esta película como Once Upon a Time in Hollywood son dos obras de arte que apuestan fuertemente por el viejo cine de calidad, donde los planos, la escenografía, la fotografía, las actuaciones, etc., son de una belleza y una sensibilidad que mejoran la vida del espectador. La peli The Joker es compleja, profunda y sobre todo perturbadora, y es ahí, en la incomodidad que genera, donde se convierte en una obra indispensable para evadirse de las conclusiones dicotómicas que nos resuelven los problemas tonta y rápidamente. 

 

La ilusión de los mamíferos. Pareciera que en esta novela el autor Julián López hiciera una apología de la trama por sobre el argumento. La prosa evidencia una búsqueda poética hasta el límite y quizás sea la mejor forma de narrar el monólogo de un hombre que le habla a su amante sobre el amor prohibido que comparten, pero en realidad, relata desde el dolor la resignación ante lo inevitable: el destino, la fatalidad autoproclamada, la muerte.  

Bruno Fornillo

(Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Comunes)

La foto es de una comunidad en Ecuador, está o estaba en la colección permanente del Malba. Me resultaba interesante lo obvio, la naturaleza y los pibes ahí jugando, las cosas bien. Luego caés en la cuenta que en el margen superior izquierdo, entremedio de los pastizales, hay un pequeño cartel blanco en el que se lee KM 485 -así se llama la obra- midiendo el gran oleoducto que pasa por debajo. Me encantó entonces, es la contradicción sobre la que trabajo: la vida comunitaria que parece primera y en verdad hay un volcán abajo.

 

 

China, de Henry Kissinger. No suelo leer estos libros personales, pero viendo la cocina de la diplomacia me cayó una ficha de la longue duree. Me interesa China, y con Kissinger entendí la importancia del pacto que hizo Estados Unidos con el maoísmo en el 71, su mega geopolítica para aislar a la URSS. Pero también se ve la debacle imparable del mundo atlántico de hoy, cómo la República Popular con sus 5000 años a cuestas, incluso apoyada en el renovado vínculo sino-ruso, se va a tomar el siglo XXI entero para retomar el centro que le correspondería por la órbita de las cosas.

 

Del caminar sobre el hielo, de Werner Herzog. Hay algo del gesto de Herzog, casi siempre el mismo, que debe tener más seguidores en la Argentina que en cualquier otro lado. Esta vez, recibe un llamado en Alemania que le anuncia que un ser querido padece una enfermedad casi terminal en París y decide ir. Pero no se toma un avión, un tren, un ómnibus ni agarra un auto. Por el contrario, cree que hace un bien, que algo bueno va a pasar, si va caminando en el medio del invierno. A mi me gusta esa idea que tiene de ir, con un sentido siempre a punto de escaparse, que roza el sinsentido al toque, pero igual va para adelante con todas las fuerzas.

 

 

Esta es la imagen que tenemos en la solapa de “nosotros” en nuestra página web. En otras ocasiones los libros, la música o las imágenes me quebraron el cerebro y cambiaron la vida, la verdad es que no me sucedió algo así en estos cuatro años. Me ayudaron y fueron fundamentales mis amigxs con los que trabajo, y aquí estamos en el punto de encuentro.

Camila Spoturno Ghermandi

(Tallerista, doctoranda en Letras)

Fue imprescindible para mí estos últimos cuatro años leer a escritoras mujeres y leer a escritoras mujeres que estuvieran vivas.  En el hotel cápsula de Lucía Puenzo  (Mansalva 2017), El nervio óptico de María Gainza (Anagrama, 2017) y Nueve cuentos malvados (Stone Mattress), de Margaret Atwood (Ediciones Salamandra, 2019), son algunos de los títulos que cumplen este requisito. Es que se trata de libros más o menos canónicos, escritoras más o menos conocidas, y de mayor o menor calidad literaria y estilos diversos, pero que abren la pregunta sobre la mujer abordándola desde diversos enfoques. La mujer malvada (y vieja), la mujer artista y la viajera. Modos de percibir, de mirar y de ser objeto de miradas y de percepciones también. Repito imprescindible porque las leía y me daba cuenta que pasaba otro tanto por fuera del libro y por fuera de la ficción. Estos textos acompañaron algo de lo que sucedía, y me ayudaron a cuestionarlo y a mirarlo más de una vez, y quizá con otros ojos. 

Cecilia Flachsland

(delegada de ATE. Escribió Desarma y sangra: Rock, política y Nación)

Sarmiento not dead

 

Estos cuatro años los pasé adentro del estado, en el Ministerio de Educación de la Nación, presenciando en vivo y en directo como se desarmaba la intensidad estatal que el kirchnerismo había desplegado a través de políticas que compusieron justicia e igualdad. El macrismo no mató esas políticas, fue peor: las “dejó morir” y a nosotros, les estatales, nos transformó en un ejército de zombies, ni vivos ni muertos.

 

Buena parte de la resistencia frente a esa condición fue gremial, Ate Verde y Blanca nos cobijó como pudo. Pero otro parte se nos fue en tratar de comprender por qué llegamos a esto y qué fue esto a los que llegamos.

 

Dos libros me ayudaron en esa tarea, uno fue un clásico de Richard Sennett, La corrosión del carácter. Mientras el ex Ministro Esteban Bullrich nos sugería “disfrutar de la incertidumbre”, Sennett, ya desde fines de los noventa, nos advertía acerca de los efectos corrosivos que tenían sobre el carácter de un trabajador la ausencia del largo plazo y el vivir bajo un poder que  se ejercía sin hacerse cargo de su autoridad. Un poder que nos dominaba pero, a la vez, nos dejaba librados a nuestra suerte. “Cumplan las ocho horas, ñoquis, pero sin tareas y sin horizonte”.

 

Por otro lado, me devoré un libro publicado en estos años, en el 2017, Adiós a Sarmiento, de Adriana Puiggrós, donde en una serie histórica larga analiza lo que llama “la destrucción del sistema escolar moderno”. Desmenuza el avance de las políticas de los organismos financieros internacionales sobre los sistemas educativos nacionales y dice que, finalmente, van a ser los liberales argentinos los que le digan “good bye” a Sarmiento.

 

Estas lecturas vinieron bien para comprender este proyecto de odio que fue el macrismo. Y también ayudaron para debatir sobre los desafíos de cualquier proyecto nacional y popular que se despliegue bajo estas condiciones contemporáneas, condiciones que nos constituyen y que exceden la voluntad de cualquier gobierno.

 

Tal vez pensando en estas, les trabajadores del Ministerio de Educación tomamos como tótem de la resistencia el busto de Sarmiento que está en el hall de entrada del Palacio Pizzurno.

 


 

Feminista y popular

 

Estos años de derrumbe fueron, sin embargo, “todos estos años de gente”. No nos guardamos en nuestras casas, salimos a la calle bajo viejas/nuevas identidades: fuimos trabajadores, fuimos estatales, fuimos kirchneristas, fuimos memoria, verdad y justicia, y fuimos mujeres, mujeres, mujeres.  El feminismo explotó y se volvió imparable. Para las ochentosas que lo habíamos vivido como una contraseña entre pocas y como una identidad que habilitaba que nos tildaran de “locas”, o nos dieran el consejo exasperante de “tranquilizate”, la masividad nos trajo un desconcierto productivo. Éramos tibias frente a la escena novedosa. Las alumnas nos recriminaban no hablar con la “e” y supervisaban nuestra bibliografía para ver si había o no mujeres autoras,  las compañeras jóvenes nos invitaban a cazar machirulos y agitar una agenda para que la igualdad sea cotidiana, y en lo personal tuve que alguna vez googlear a las apuradas qué significaba que en una mesa me calificaran como “paky peronista”.

 

Entonces, también en estos años, la necesidad de comprender esta urgencia de género. Y no solo con la bibliografía canónica de corte más internacionalista sino con textos que nos ayudaran a pensar el por qué de esta intensidad feminista en estos años en nuestra región. Y ahí me topé con el genial Cuando el feminismo era una mala palabra, de Carolina Trebisacce, Mónica Tarducci y Karin Grammatico, que analizan la historia reciente del feminismo local (porteño sobre todo) a través de unas fuentes novedosas, originales, que reconstruyen genealogías y abren problemas incómodos. Las autoras insisten en la necesidad de recuperar la dimensión modernizadora del  feminismo para entender también su corte de clase; rastrean las resistencias de partidos de izquierda y populares ante las demandas de género con el siempre clásico argumento de “contradicciones secundarias”; y reconstruyen otra posdictadura al mirarla desde las lentes del género deteniéndose en la articulación entre feminismo y movimiento de derechos humanos.

 

En el capítulo sobre los ochenta recuperan muchas publicaciones feministas que se preguntan con recurrencia: ¿por qué el feminismo no crece, porque queda como una experiencia de minorías donde somos siempre las mismas? Sobre el final del libro, y después de recorrer estas fuentes preciosas desde los sesenta hasta el presente, la pregunta cambia: ¿Por qué el feminismo creció en estos años? ¿Qué fue lo que lo hizo expandirse capilarmente y en el espacio público? ¿Fue por una lógica propia del movimiento de mujeres? ¿Fue como consecuencia de una corriente subterránea internacionalista? ¿Fue la imperiosa necesidad de “ni una menos” o del derecho al aborto? ¿O fue también por lo que habilitaron en la vida política, muchas veces aún a su pesar, las experiencias de gobiernos populares de América Latina encabezadas por Chávez, Lula, Evo, Mugica, Correa, Néstor, Cristina?

 

Todo este paquete de inquietudes tiene para mí una banda de sonido: la versión de Evita Capitana que lanzamos desde el Comando Evita, una experiencia política y artística donde un grupo de mujeres de diferentes edades y procedencias nos juntamos para hacer una serie de performances por la ciudad con el objetivo de derrotar el macrismo y de reconocernos en una identidad nacional, popular y feminista. (https://www.youtube.com/watch?v=rv7z0BmnSAU)

 

Y finalmente, como la vida cotidiana siempre sigue, incluso a pesar de los pésimos gobiernos, acompañé el crecimiento de mi hija que en estos años se transformó en otra lectora de la familia. La casa fue tomada literalmente por el mundo de Harry Potter y tuve que leerlo para poder seguir sus conversaciones, sus juegos, sus reflexiones. Con solo nueve años ya va por el tomo cuatro, yo por ahora voy por el primero, Harry Potter y la piedra filosofal.

 

En uno de los momentos más bellos de la historia, Harry, que es huérfano, encuentra un misterioso espejo mágico donde descubre que se mira y se ve reflejado junto a su madre y su padre. El protagonista busca el espejo una y otra vez para poder “estar” junto a sus muertos queridos. Finalmente, el director de la escuela, Dumbledore, le explica que los padres no están allí y que el espejo tampoco refleja el pasado sino que tiene otro tipo de poder: el de reflejar el deseo más fuerte que tengamos en el corazón. Harry, entonces,  le pregunta, “¿y usted qué ve?”. Y el director, cansado de tanta sabiduría y reconocimiento, le dice: “un par de medias”.

 

Nuestros muertos y un buen par de medias puede ser una buena fórmula para salir del infierno macrista.

Cecilia Abdo Ferez

(investigadora del Instituto Gino Germani, UBA)

El 6 de marzo de 2017 nació mi primer hijo. Ese día hubo una concentración de la CGT que se desbordó. Había sido una semana de muchas marchas, todavía incipientes en el macrismo. Lo relacionábamos con un influjo de revuelta, que traería el niño. Ese 6 de marzo, recuerdo estar en la cama del Hospital alemán, con la televisión prendida, mientras llegaban las primeras visitas. En un momento, sólo pude mirar la televisión. Trabajadores se suben al escenario, toman el atril con el logo redondo de CGT, lo sacan de cuajo y lo cargan en andas. Se lo llevan. De arriba y de abajo del escenario, totalmente copado y sin dirigencia, se oye el mismo canto, furioso: “Poné la fecha, la puta que te parió”. Es un canto que unos replican a otros, como dándose fuerza, como envolviéndolo todo. Dos días más tarde, cuando salía a la intemperie, era el primer paro internacional de mujeres. 

 

El libro de estos años podría ser Black out, de María Moreno. Es un libro maravillosamente escrito, pero no lo elijo por eso. Lo elijo porque María desbarata ahí el género “confesión”. La palabra confesión tiene algo de culposo. No hay nada culposo en el libro, sino el relato biográfico y elegante de una vida muy vivida, también pasada por borracheras. La que habla no es víctima, ni baja línea. Tampoco aconseja ni edulcora. No es un diálogo introspectivo, como si hubiese un sujeto a descifrar, una esfera de la interioridad. Es muestra de un subjetivismo casi único, con el que me podría amigar, y no ese otro, tan funcional al dominio contemporáneo: el de los “valores”, la “autenticidad”, la imagen impoluta de la familia, la reivindicación del plan de vida singular como única expectativa posible. 


“Mi” disco de estos años es Firmamento, del Dúo Karma. Es un disco infantil precioso, con imágenes y tono cubanos, porque sus autores lo son. Hay pájaros del Oriente de Cuba, hay palabras que suenan caribeñas y misteriosas, hay son y mar. En estos meses de 2019, el Dúo Karma festejó la victoria del Frente de Todos e increíblemente para mí, recibió opiniones y hasta invitaciones poco cordiales, por parte de algunos de los progenitores de sus seguidores, a que “se vuelvan a Cuba”. Ellos explicaron que no son exiliados y que les sorprendía que alguien pudiese escuchar sus canciones y no tener la sensibilidad de no intuir cuáles podían ser sus posiciones políticas. Algo similar pasó cuando Caetano Veloso y sus hijos vivaron a Lula en el Gran Rex, y el secretario de cultura Pablo Avelluto se indignó por los cantos de parte del público. Son muestras de una época que disocia y pide neutralidad de los artistas.

Claudia Bacci

(socióloga, desde La Plata)

Hannah Arendt siempre está muy cerca, toda su obra, pero estos cuatro años en particular releí varias veces estos dos textos de dos libros diferentes pero muy conectados: “Verdad y política” (Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios de reflexión política, 1964)” y “La mentira en la política” (Crisis de la república, 1973). El primero porque defiende la legitimidad de decir la verdad, aunque no guste (que escribe en medio de la polémica sobre su otro libro, Eichmann en Jerusalén); el segundo porque señala la necesidad de mantener las distinciones entre hechos (verdad factual), opiniones e interpretaciones, y advierte sobre el nuevo rol de la mentira en la política a partir de su uso propagandístico, mucho antes de la existencia de fake-news!

 

Una lectura nueva en estos años, la obra de la socióloga feminista británico-australiana Sara Ahmed, y en particular uno de sus últimos libros, Vivir una vida feminista (2018), imprescindible para comprender que esta vida feminista se vive y se practica a diario y en lo cotidiano, el feminismo es “tarea para la casa” y por eso es una vida de aguafiestas, como señala cuando enlista el “kit de supervivencia feminista”. Y no puedo dejar de citarla: “La aguafiestas feminista empieza como una figura sensacionalista [exagerada]. […] Diga lo que diga, la que habla como feminista es, por costumbre, la causa de la discusión para los demás. Es ella quien frena la fluidez de la comunicación. La cosa se tensa. Ella tensa las cosas.” Por eso las feministas siempre andamos con nuestro kit de supervivencia feminista: nuestros libros, nuestrxs amigxs, nuestras consignas contra el sexismo y el racismo para aguarle la fiesta al patriarcado, y contra todas las formas de opresión y explotación.

 

Una película: El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi (Argentina, 2019), sobre cómo los secretos familiares pueden tener un trasfondo sexo-político, y sobre la importancia de reconocer el sesgo heteronormativo de las memorias que ocultan los afectos y toda su carga política.

 

Una canción de Los Prisioneros, “El baile de los que sobran” (Pateando piedras, Chile, 1986), que me acompaña intermitentemente desde fines de los años 1980, cuando transitaba desconfiada y también desorientada el fin de la fiesta democrática, pateando piedras en las calles de una ciudad de provincia bonaerense. Una canción que habla de las promesas fallidas de nuestras democracias flojas de papeles, pero también les habla a lxs jóvenes chilenos que marchan hoy sobre la injusticia social y la gestión-explotación de los deseos.

Diego Caramés

(Universidad Nacional de las Artes)

Una imagen: la lucha en las calles el 14 de diciembre de 2017. Después de la derrota electoral de octubre, la resistencia en la calles y en el Congreso, que produjo la suspensión del tratamiento de la Reforma Previsional (permitiendo instalar el tema durante varios días y demostrando que había un núcleo duro de resistencia que persistía), fue un punto de inflexión, tanto para las fuerzas populares como para la alianza gobernante.

 

O Processo es una película de María Ramos. Centrada en la destitución de Dilma, se proyecta en Buenos Aires en el mismo momento en que Bolsonaro se perfila ganador de las elecciones presidenciales del Brasil. El filme deja ver, como pocos materiales de este tiempo, la nueva modalidad que asumen las fuerzas de la reacción, que pueden violentar los límites institucionales de las democracias representativas hasta torcer el curso del mandato popular que se expresa en la urnas.

 

Teoría de la Militancia. Organización y poder popular. En este libro, Damián Selci realiza un balance del proyecto político kirchnerista a la luz de la derrota electoral de 2015, al mismo tiempo que se propone una reelaboración y superación -hegelianamente hablando- de la teoría del populismo laclausiano. Un libro a contra-mano del sentido común del período, escrito por un militante (que sintetiza la voz de un colectivo concreto, dentro de una de las organizaciones políticas más importantes de las últimas décadas), y que en la tríada que constituye su apuesta fundamental -desarrollo de la militancia, la organización y la teoría- brilla un núcleo de verdad irreductible. Al menos, algo de eso se verificó en lo más potente y sorprendente de este 2019.

Dora Barrancos

Películas que he visto y me gustaron en este duro ciclo:

 

Sufragistas: porque refiere a las luchas feministas en Inglaterra.

Roma: porque es un fresco excepcional sobre las controvertidas relaciones de las mujeres de clase media mexicanas y las empleadas domésticas.

Moonlight: muy buena representación sobre la discriminación negra en EEUU.

 

Libros:

 

El nervio óptico, de María Gainza: excelente narrativa en la que se ponen en cuestión los orígenes de la clase alta argentina.

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez: notable escritura por sus lindes con el horror cuasi naturalizado.

Mosca blanca, mosca muerta, de Ana Ojeda: muy hilarante historia de una señora mayor con evocaciones de toda su vida, sarcástica, reveladora de hábitos de las clases medias.

Danila Suárez Tomé

(doctora en Filosofía)

En la difícil tarea de elegir tres ítems culturales que me acompañaron especialmente en estos últimos cuatro años, escogí la película Parasite, el libro Realismo capitalista y las columnas de La Inca en “El hecho maldito”. La película de 2019 del director surcoreano Bong Joon-ho, Parasite, condensó de manera magistral, tanto en su sensibilidad estética como narrativa, las problemáticas actuales y futuras de una vida que minuto a minuto se torna más y más precarizada, de una abismal desigualdad social, y de un planeta que está dispuesto a tomarse venganza por tanto maltrato sostenido. Algunas claves teóricas de este estado de cosas se pueden encontrar en el indispensable libro de 2009 de Mark Fisher, Realismo capitalista, publicado en castellano por Caja Negra en 2016. Allí, Fisher explora de manera bastante depresiva, admitámoslo, la idea jamesoneana de que “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”, en el momento exacto en el que la imaginación política parece haber quedado sofocada dentro de un mercado de consumo de ideales que adquiere vitalidad en contraste con la melancolía por el debilitamiento de las grandes utopías de la izquierda del siglo pasado. Pero nada de todo esto hubiera tenido, para mí, un anclaje latinoamericano y un sentido local de no haber sido por las columnas de crítica cultural de La Inca en el programa radial “El hecho maldito”, que no solo me aportaron ideas para matizar mis propias opiniones sobre diversos acontecimientos culturales, políticos y sociales en los cuales coincide nuestro interés, sino que además motorizaron alguna luz de esperanza en ese fondo de ilusión popular que tiñe todas sus intervenciones.

Esteban Barroso

(profesor de historia)

Stoner (de John Williams): la vida de un hombre completamente insignificante. Lo vemos crecer, enamorarse, entrar a la universidad. Como profesor es querido por sus estudiantes, pero no resulta alguien particularmente memorable. Es cierto que, en algunos sentidos, la vida se le derrumba. Se enfrenta a situaciones complicadas, reacciona usando toda su astucia. Pero incluso en aquellos picos inusuales de actividad, no parecen alejarse de la vida de alguien común y corriente. ¿Se puede escribir una novela enfocada en alguien intrascendente? ¿Se puede escribir una novela que nos obligue de forma más directa y despojada a adentrarnos en todos nuestros temores, sueños y dolores cotidianos? Stoner muere dos veces: una vez al principio, otra vez al final. Nos dicen que casi nadie lo va a recordar. Al finalizar el libro, morimos un poco con él. 

 

En nuestro tiempo (de Ernest Hemingway): los cuentos de este libro se van entrelazando a partir de su personaje principal, ese Nick Adams que, en “Campamento Indio”, es llevado por su padre a presenciar un parto. Nick es apenas un niño, y luego, ya volviendo en la barcaza, pregunta si siempre es así, si la sangre se desprende lentamente por las sabanas, si forman un charco debajo de un cuchillo, si los padres se suicidan por desesperación. Ese mismo Nick, hacia el final del libro, vuelve de la guerra para encontrarse con tierras quemadas, mansiones destruidas, truchas que se mimetizan con aquel ambiente hostil. Pero, nos dice, siempre queda algo. Hemingway, especialmente aquí, se detiene en cada uno de sus movimientos, hace de su caminar una secuencia casi infinita de acciones. Fiel a su costumbre, no es complaciente en su relato, no busca darle al lector demasiadas explicaciones. Y sin embargo, repite una palabra: felicidad. Nick parece estar recuperado, después de todo aquel recorrido, al menos una parte de su antigua felicidad. 

 

Un año sin nosotros (UN3): y si hablamos de felicidad, lo que sobra en esta serie es su búsqueda. El amor persiste luego de diez años, pero Clara y Ricardo deciden poner un freno, tomarse un tiempo para pensar. Es ella la que realiza la propuesta: un año, todo un año separados, y ver si la relación resiste. ¿El amor es verdadero cuando no tuvo la posibilidad de probarse, de tomar alguna referencia, de exponerse a la comparación? Pero, y por sobre todo, ¿sirve de algo el tiempo? ¿Cura, enseña, nos permite ganar experiencia? ¿Qué es la experiencia, y cómo se relaciona con el amor? Hay mucho de distancia, de dolor, de intriga, de aventura, de resistencia. Del deseo de volver.

Ezequiel Gatto

(profesor en la carrera de Historia de la Universidad Nacional de Rosario)

El libro que elijo es De los diferentes modos de existencia, de Étienne Souriau, editado por Cactus en julio de 2017. Fue un encuentro maravilloso. Nunca pensé que modificaría tan profundamente mis ideas sobre el devenir, la imaginación, la invención y el proceso creativo, las emergencias, los descubrimientos. Sus nociones de “proyecto”, “trayecto”, “instauración” o “inacabado” resultaron muy productivas para lo que entiendo fue mi principal apuesta de investigación durante el macrismo: repensar la noción de futuro. En esa búsqueda, Souriau fue mi estratega. Un estratega oblicuo, ya que es un libro de filosofía estética, lo cual me vuelve a demostrar que, para relanzar ciertas apuestas, hay que aprender a cambiar de juego.

 

To Pimp a Butterfly, el disco que el rapero afroamericano Kendrick Lamar lanzó en marzo de 2015 fue mi columna vertebral sonora. Su título, que traduzco como “Prostituir a una mariposa”, me remite a una situación de violencia y fragilidad, y me parece una buena síntesis del macrismo y de la sensación que nos atravesó durante mucho tiempo, que sólo comenzó a revertirse, al menos en parte, en el último año. Musicalmente es un discazo que renovó al hip hop a base de buenas letras y experimentación con beats freejazzeros.


La imagen que elijo es, en verdad, un territorio: el río Paraná a la altura de Rosario, la ciudad donde resido. Sus funciones para mí fueron múltiples: objeto de contemplación para bajar la ansiedad, símbolo de la victoria de los agroexportadores (preexistentes pero claves en la ofensiva macrista), ámbito de encuentro con amigues. Y espacio de investigación: tanta importancia adquirió el Paraná que entre 2017 y 2019 participé en la producción de Los ríos del río, un documental dirigido por Diego Fidalgo y realizado por el Club de Investigaciones Urbanas con el que intentamos reflexionar sobre una serie de aspectos (los agronegocios, la violencia institucional, la especulación inmobiliaria) que expresan el modo actual en que Rosario y el río conforman una unidad polifacética.

Federico Neuburger

(desde Córdoba)

La ofensiva sensible, de Diego Sztulwark / Teoría de la militancia. Organización y poder popular, de Damián Selci. Complementariamente, ambos textos intentan dar cuenta de la crisis de los gobiernos populares en Latinoamérica y de la emergencia de un nuevo paradigma de gobernabilidad, como también de las posibles líneas de fuga.

 

Todos contra todos y cada uno contra sí mismo e Invierno de impacto, de Bob Chow. En tiempos aciagos, la distopía irrumpe como el régimen narrativo “privilegiado” para dar cuenta del presente. 

 

El aroma del tiempo: un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, de Byung-Chul Han. La subjetividad neoliberal, en tanto psicopatología de la vida cotidiana, se muestra ante todo como un trastocamiento de la temporalidad. 

Gabriel D’Iorio

(profesor de Ética en la carrera de Filosofía, UBA)

Falta Favio, que está siempre, pero en esta ocasión elegí lo más contemporáneo: El método de la igualdad, Jacques Rancière (Nueva Visión, 2012), Los monstruos más fríos. Estética después del cine, de Silvia Schwarzböck (Mardulce, 2017) y  Zama, de Lucrecia Martel (2017)

 

En el caso de El método de la igualdad, es una lectura programática, que uso para las clases en las que trabajo Rancière, pero también cuando investigo: es extraña la idea de trabajar con un método vinculado a la igualdad, pero implica la posibilidad de abrirse a instancias de verificación concreta en las cuales la curiosidad y la traducción son los centros de una experiencia emancipatoria. En estos años tan opresivos, tan marcados por la desigualdad, este y otros textos de Rancière fueron un punto de reparo.  

 

Los monstruos más fríos, de Silvia Schwarzböck es –junto a Los espantos. Estética y postdictadura– una lectura extraordinaria para entender la imagen contemporánea, la imagen que va más allá del cine, luego de que el cine nos haya formado como espectadores tan fríos como el más frío de los monstruos: el Estado. El texto es muy valioso para pensar la relación de lo explícito con lo infinito en todos los planos, incluso en el de la resistencia, toda vez que la imagen actual no puede pensarse sin su vínculo con lo político. Repensar la idea de resistencia, abrirla no sólo al pasado sino al futuro, es una de las cualidades que estos textos de Silvia, en apariencia sombríos, iluminan. 


Finalmente, Zama. La obra de Martel es un monumento al riesgo estético: abrirse al texto de Di Benedetto, tenerlo como obligada referencia, suponía una enorme dificultad. Y Martel no sólo la enfrenta con una riqueza visual-sonora que hace de la película una exploración poética con pocos antecedentes en nuestro país (habría que pensar en algunos pasajes de Nazareno Cruz y el Lobo, de Leonardo Favio, para armar un contrapunto fértil); también logra que el cine reviva, contra la hegemonía narrativa de las series, como un objeto de placer y pensamiento. Ver esta película con mi compañera y releer el texto de Di Benedetto fueron momentos de gran felicidad en estos años difíciles.

Gabriel Giorgi

(escribió Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica)

Diarios del odio, de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny  (2014 y 2016) y la versión musical-coreográfica del grupo ORGIE (dirigido por Silvio Lang, 2017) , donde la lengua cotidiana –que incluye el algoritmo y el troll– modela el microfascismo. Los Diarios tienen el poder de captar el arco histórico de los nuevos microfascismos: arrancan haciendo archivo desde el 2008, y llegan hasta la “pastoral” macrista escenificada por ORGIE. La transcripción y archivo de las escrituras en foros online -el procedimiento fundamental de la instalación y el libro de Jacoby/Krochmalny- pescan la guerra por la voz y la enunciación que demarca el terreno en el que se desplegará  el macrismo. Y sitúan el odio como lugar de gravitación de los afectos democráticos.

 

Petróleo, la obra del grupo Piel de Lava (2018) , que hace de la deserción  del trabajo y de lo masculino su línea de fuga del presente. Deshacer el género en escena y a la vez disputar la relación extractiva con el suelo: en ese cruce Piel de Lava disputa las imágenes del “trabajador” y del “emprendedor”  que modulan subjetivaciones neoliberales, y que no se limitan, desde luego, al macrismo. Tiene la inteligencia de escenificar  cómo repensar el trabajo es siempre desmontar la norma de género.

 

Las hijas del fuego (2018), de Albertina Carri. La fiesta militante,  cuerpos y miradas femeninas que suben y ocupan desde el sur el territorio de la nación. En el revés exacto de la “revolución de la alegría” -que decía, al mismo, tiempo, “la fiesta se acabó”- la película de Carri hace de la fiesta una vía de la imaginación crítica. Una comunidad en el placer que trabaja imágenes previas del porno y de la orgía desde la mirada feminista. Y una política de la memoria que pasa por el cine: un gesto hacia el “Rey muerto”, el primer corto de Martel, desde donde cuenta una historia breve de cómo el cine busca descabezar al soberano. Película contigua a Las aventuras de la China Iron, de Cabezón Cámara: otra ocupación femenina del territorio que desmonta el género (gauchesco).

Gabriela Borrelli

(escribió Lecturas feministas)

A fines de 2016 se presentó Black Out, de María Moreno. Un libro con la tapa negra, el título en blanco y una fotaza de Moreno mirando hacia abajo. No tiene los ojos cerrados ni está abatida y si continuáramos la silueta seguramente tendría la mano en jarra. Me animo a intuir en ese gesto la desazón del líquido vertido, la copa derramada, la suciedad y esa postura del cuerpo al lado de lo volcado, ¿qué hacemos con esto? Y, ¿ qué hace María Moreno en este libro? Memoria, autobiografía, ensayo, crónica, fenomenología barística para dar cuenta de un río, no de plata sino de alcohol, el que corre por nuestras venas y se hace en la conversación, en la política, en la derrota, en los bares y en las reuniones “En cuanto al cliché de que en el bar están solo los revolucionarios de café: la jabonería de Vieytes era un encubrimiento para los  patriotas de la Revolución de Mayo, los socialdemócratas lo planearon todo en el café central de Viena, los socialistas ingleses de Sheffield en el altillo del Café Wentworth y ¿ qué hacían Lenin y Trotsky sentados en las terracitas de La Rotonde de París mientras veían emborracharse a Modigliani? No hay revolucionarios sin café, ni café que no sea metáfora del alcohol. Y yo nunca bebí sin profundizar sobre esta teoría ni sentir que estaba obligada a hacer la revolución”, dice Moreno en un pasaje inolvidable que comentamos con un amigo militante mientras bebíamos en una madrugada macrista. Nadie puede negar que los centros culturales en los que se bebe y se baila, se presentan libros o se festejan cumpleaños, fueron las unidades básicas de la época macrista. La resistencia como fiesta y el baile como reclamo de derechos es una deuda del campo popular a los movimientos transfeministas y al colectivo lgtbq+. En uno de esos centros culturales comentamos el libro y nos adivinamos la frase. No había nada que festejar en diciembre del 2016, apenas un año de macrismo que prometía tres más de black out, pero ahí estábamos, yo con un gin tonic, él con un Jack Daniels, pensando, charlando, hablando del libro de María Moreno.  Lejos de la resaca de la fiesta populista de la que habló el ex-presidente Macri, se trata de un black out de bajada intensa, de corte de un recorrido. Estaba lejos también este 2020 que nos pisa los talones, y entonces ese libro y esa cita fueron un amparo. Un libro nos unía de alguna manera y nos colocaba en un lugar del mundo: histórico pero sucio. Algo estaba pasando en la lectura de mezcolanza, en ese mapeo literario del barrio de Once que hace Black Out, en sus referencias a la revolución, en la resaca en ebullición con el recuerdo familiar que plantea, en la fiesta y el feminismo despatarrado y esquivo a los encuadres hegemónicos que retoma: “Estaba convencida de que, más que ganar la universidad, las mujeres debían ganar las tabernas.”  También Black Out traza una genealogía díscola en el sentido de exhibir los nombres de la estirpe “rara” de nuestra literatura. “Los Raros” llamó Horacio González a una colección de libros de la Biblioteca Nacional y son otros raros más María Moreno los nombres de compañía literaria, política y alcohólica:  Libertella, Piglia, Lamborghini, Fogwill, Norberto Soares, Charlie Feiling, Claudio Uriarte y Jorge Di Paola, Dipi. Ya que estamos con los nombres, no quiero dejar de mencionar que María Moreno esconde el nombre de Cristina (Forero) pero forzando al significante (ya que Lambor ha sido mencionado) puede ser Cristina F. y de este modo es el significante que no perdona y los nombres tampoco. Un libro de Cristina con resaca, o más corto, un libro de Cristina que supo acuñar también otros nombres. Black Out está en el centro de una reconstrucción: mira para atrás, nombra, recorre, bebe, cae, se levanta, y vuelve a beber, algo así como las palabras del vicepresidente boliviano ahora en el exilio mexicano: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse.”

 

Del alcohol a la maldad para reposar en el amor

 

Otro libro de tapa negra. También con una fotaza. Dos travas a caballo, abrazándose casi riendo, con polleras y chatitas, atraviesan un barrio de casas bajas, bien del conurbano o pueblito de provincia. El título es rosa intenso y dice Las Malas. ¿Quiénes son? La Tía Encarna, por ejemplo, que tiene casi doscientos años (en edad trava nos dice su autora Camila Sosa Villada) advirtiendo el primer rasgo de realismo no mágico sino suprarrealista de esta novela en la que la muerte aparece como un pájaro que despliega alas enormes y pomposas. En Las Malas la muerte arrasa pero la felicidad también:  la Tía Encarna encuentra un bebé con los más dulces de los ojos y lo cuida como propio, lo hace propio. Maternar en esta historia es un acto comunitario. Las travas nos lo enseñan como nos enseñan a amar a los hombres sin cabeza, aquellos que la guerra ha dejado vacíos, y también nos enseña a dejarlos. En esta novela, la biografía personal se convierte en relato total.  El libro de Camila Sosa Villada marcó sin proponérselo el ritmo de un feminismo incómodo para lo hegemónico, recordándonos que las dimensiones de la vida son muchas. Que el travesticidio tiene números, y que más allá de esos números hay una fuerza potente y calma que intenta hacer cada día vivible, cada hora habitable (en términos de Judith Butler). Vivir no sólo para sobrevivir sino para desarrollar: el amor, la amistad, el juego, el sexo, la vida. Las Malas conjuga en clave ficcional al sujeto actual del feminismo que puede articular miradas políticas más amplias, las que se jugaron en la disputa simbólica al macrismo. Salir del significante mujer para abrirlo en otras intersecciones y unir fuerzas contra el elemento aglutinador de la crueldad: el neoliberalismo económico y el conservadurismo cultural. Las Malas somos nosotras, las de este lado, las que cantamos Alberta Presidenta, agitando en esa “A” el terreno de lucha lingüística que la novela toma: el lenguaje es mío, dice Camila, no lo pedí, me fue dado, por eso “voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo”.

 

Balotash

 

Desde la llanura neocolonial mira cómoda la palabra balotage. En sus variantes fonéticas más afrancesadas ballotage (con la pronunciación ash al final)  con sus derivaciones extrañisimas como ballotaje, ballottaje, balotage, balottage hasta su semi-castellanización balotash. Esa palabra nos dolió en el 2015 y nos aburrió en el 2019. Después del 11 de agosto, su materialidad se acotó a la esperanza en la ciudad de Buenos Aires (hasta un libro fue publicado con ese nombre) pero tampoco sucedió. Lo cierto es que tiene una canción. Es de Los besos, de su disco “Helados Verdes” que apareció en 2017. “Lo que pida/la mayoría se realizará/ Lo que pida/ la mayoría se realizará”, reza el estribillo en un tema emocional que narra de alguna manera el tiempo de la espera y el imaginario del final. Esperar charlando con un vecino, imaginar ser la trombonista de una banda metalera, ser la candidata -de alguien- en la República Argentina. Una canción de espera para un tiempo que para muchos también fue una demora. La escuché mucho en una residencia de artistas que hice en una chacra cerca de Gualeguaychú a fines de 2017. Ariel Cusnir formaba parte de los residentes y estaba pintando una serie de cuadros inspirados en la Campaña en el Ejército Grande, ese levantamiento de Urquiza del que formó parte Sarmiento como redactor de los boletines oficiales. Imaginábamos a Sarmiento con sus cuadernos en un escritorio improvisado al final de las filas de los soldados. No sólo lo imaginábamos,  dado que Ariel prepara sus obras sacando fotos primero, sino que nos hizo disfrazar de soldados del ejército grande, con remeras rojas y bandas blancas improvisadas, con palos como armas para marchar desde la tranquera hasta bien entrada la chacra, unos 100 metros a paso de soldado. Mientras caminábamos emulando el paso del ejército sonaba la Canción del ballotage, una vez tras otra, “si yo fuera”…. cantábamos! fue más que una compañía, era nuestra propia marcha, un himno pequeño pero que reunía un poco lo que éramos y por lo que luchábamos. Hace apenas unas semanas Los besos se presentaron en San Telmo que es un poco mi pequeña patria, en el teatro Margarita Xirgú. No veía a Ariel desde ese fin de año de desesperanza política y complicidad artística, hasta que – justo cuando empezaron a tocar la Canción del Ballotage – subí a los palcos y vi su figura de espaldas, agitando los brazos y moviendo el cuerpo al ritmo de la canción. Más que acercarme a él, le salté encima, nos abrazamos, nos dimos un beso en la boca y nos dijimos: se van! sí, se van, pero nosotros no, nunca nos vamos, marchamos victoriosos volviendo de la campaña. Se terminaba una larga marcha (la de la chacra que simbolizaba nuestros recorridos, nuestra manera de escribir o pintar sin un mango) y también la de un pueblo que marchó tantísimas veces contra las medidas neoliberales en la era de la crueldad. Nos abrazamos y bailamos como tantxs en estas últimas semanas, nos acompañamos entre nosotrxs en estos años de macrismo, creamos nuestra propia trinchera de afecto, libros y canciones en ocasiones como declaración de guerra, en otras como caricia sanadora.  Desde ahí, agazapados pero juntos, le dimos pelea al balotash sin renunciar a los cantos ni a la fiesta. Victoriosos, hicimos de ellos una poética para la nueva era: la de política tierna, que vendrá sin dudas con nuevos libros y temas.

Germán Ferrari

(investigador y periodista)

De los “macaneos” de Sara Gallardo al “People Have the Power” de Patti Smith. En diciembre de 2015, Ediciones Winograd lanzó una recopilación de textos periodísticos escritos por Gallardo para la revista Confirmado entre 1967 y 1972. Aquel término lunfardo, el acertado título elegido. La lectura de esas notas recobradas y del estudio preliminar de Lucía De Leone me obligó a sumergirme en Los galgos, los galgos, en la reedición de 2016 de Sudamericana. Una exquisitez.

 

A principios de 2015 apareció Las películas de mi vida, de François Truffaut, una serie de semblanzas y críticas sobre filmes y protagonistas, además de reflexiones varias sobre cine, que fue leído –y disfrutado– mientras se expandía la peste neoliberal. Y resultó inevitable regresar a Los 400 golpes y otras bellezas del director-actor francés.

 

Smith ayudaba a sobrellevar el macrismo con sus canciones. Su recital en el Luna Park, pocas semanas antes de la despedida conservadora, se convirtió en un alud de energía para afrontar el futuro.

Guadalupe Reboredo

(licenciada en Comunicación Social, analista internacional)

Una película que me hizo reflexionar sobre la historia argentina en general y el macrismo en particular fue Rojo, una joya del cine nacional estrenada en octubre de 2018 dirigida por el joven Benjamín Naishtat. Ambientada en 1975 (previo al Golpe de Estado y con la terror latiendo cada vez más fuerte en el país) en un pueblito desértico, Rojo narra las desventuras de un abogado que se ve inmerso en un crimen que no planeaba y un silencio obsecuente y perverso, paralelismo de su vida personal con los tiempos políticos. El film retrata a la perfección, aunque con sutileza, cómo la violencia se derrama de arriba para abajo, cómo es que las verdades impuestas y los horrores permitidos por el aparato estatal hacen mella en el común de la gente, en el ciudadano aparentemente despolitizado, en la sociedad de a pie. Pienso en el odio que se exacerbó desde Cambiemos hacia la “grasa militante” y la relación de dicho discurso con el vecino porteño que tiroteó un local de Nuevo Encuentro a principios de 2016; nos queda mucho por analizar y tratar de entender. 

 

Agradezco haber conocido a Mariana Enríquez. Su obra vale la pena en su totalidad, pero si tuviera que elegir un libro me quedaría con Los peligros de fumar en la cama, una recopilación de cuentos de terror (su especialidad, aunque más bien deberíamos calificarlo como horror o al menos no acotar la categoría a monstruos y fantasmas) editado en el 2017 por Anagrama. Esta escritora argentina recientemente consagrada con el Premio Herralde de Novela explora universos esotéricos pero infinitamente cercanos. Nada nos es ajeno en su obra en parte porque, como ella misma ha sentenciado en entrevistas, “nada es más terrorífico que el Nunca Más”. Mariana trabaja sobre la actualidad y añade componentes, ¿o es que sólo observa aquello que está y preferimos omitir? De Los peligros de fumar en la cama me quedo con el cuento “Dónde estás corazón”, impresionante demostración de habilidad narrativa para desplegar una subtrama que va tomando forma sobre la historia aparentemente principal. La escritura de Enríquez es un placer para los sentidos. 


En cuanto al espectro sonoro, al macrismo lo musicalicé (¡y así se hizo más soportable!) con David Bowie. Hasta hace poco tiempo no sabía más que su nombre pero cuando me adentré en su obra no podía creer el artista excepcional con el que me estaba encontrando. Qué talento, cuánto trabajo y qué versatilidad. Reinventarse todo el tiempo sin perder la esencia; esa es la enseñanza que tomo de Bowie y relaciono ahora con el gobierno saliente y el que viene. Argentina tiene la penosa característica de avanzar y retroceder, sucesivamente. Queda en nosotros y nosotras la posibilidad de reinventarnos, de hacerle frente al odio, de transformar el futuro. No está todo dicho, lo nuevo es aquello que todavía no se pensó. David Bowie vivía adelantado y cuando parecía que ya había explorado todos los límites encontraba uno más. El macrismo nos quiso hacer creer que allí terminaba la historia y le demostramos que no, que siempre se puede volver a cambiar.

Guillermo Korn

(su último libro es Hijos del Pueblo)

No sabría explicar el por qué, pero elijo una pintura de 1889: La entrada de Cristo a Bruselas, de James Ensor. La multitud, algo de carnavalesco, rostros deformes y enmascarados. Todo parece confundirse, Cristo como uno más en el montón.

 

Escuché muchas veces, en este tiempo, al compositor Lluís Llach. No entiendo catalán, pero su música me alentó a buscar qué de su arte incordiaba al franquismo. Mucho de su poesía habita también este tiempo.

 

Una foto tomada en la puerta de la Morgue. Un santuario laico: velas de distintos tamaños, restos de cera, alguna flor, la foto de un joven barbado y mensajes escritos a mano, pegados con cinta. Uno dice “Ni olvido ni perdón” y el otro: “Justicia por Santiago Maldonado”.

Gustavo Robles

(profesor en la carrera de Ciencias de la Educación de la Facultad de Humanidades de La Plata)

La habitación alemana, de Carla Maliandi (Editorial Mardulce, 2016). Algo que caracterizó estos últimos cuatro años fue el protagonismo del movimiento de mujeres, que también tuvo su repercusión en cierta ola de literatura escrita por mujeres. Entre todas las obras que aparecieron en este sentido rescato esta de Maliandi, un poco porque es menos conocida que otras escritoras contemporáneas y, otro poco, por cierta identificación con la historia: allí con cierto humor se relata una historia de “desaprendizaje” personal de una argentina dando vueltas en Alemania sin saber muy bien cómo manejar las situaciones ni hacia adónde se dirige todo.

 

Los espantos. Estética y posdictadura, de Silvia Schwarzböck (Cuarenta Ríos, 2016). En este caso se trata de un libro de filosofía, o mejor dicho de estética, y que se plantea un objeto que, en la división de las tareas académicas, no suele ser un objeto de la filosofía: la transición democrática. No sólo es un libro controvertido como su mismo objeto, sino que también se enmarca en un loable proyecto editorial Las Cuarenta de publicar filosofía argentina y, a partir de una hermosa colección de la cual este libro es parte, de rescatar la idea de un pensamiento de la época histórica más allá de la coyuntura, y también más allá de los caprichos del “mercado”.

 

La Síntesis O´Connor (2017), de El mató a un policía motorizado. Creo que puedo decir sin miedo a exagerar que El mató es la banda de mi generación. Pero es también la que más logró romper en cierta medida el reducto del indie y la experiencia puntual de esa generación, La Síntesis O´Connor es un poco eso. Un disco algo melancólico y luminoso a la vez, con unas letras más íntimas y un sonido aplacado que voy a asociar por mucho tiempo a estos últimos años. 

Juan Rodes

(Manager de Gente Conversando, Staff en Disco Baby Discos)

Una Historia del Fútbol (2017), de Pedro Saborido. Un libro de historias surrealistas de fútbol que me hizo transitar con humor la infamia de los últimos años. 

 

Al Filo De La Democracia (2019), de Petra Costa. Un documental angustiante y revelador que me ayudó a comprender el fenómeno del lawfare en la región.

 

Los Nuevos Ídolos De La Juventud (2018), de Gente Conversando. Un disco en que ví reflejada la melancolía por los tiempos mejores y el rechazo a la cultura de plástico que se intentaba imponer desde la esfera estatal. 

Luis García

(profesor en la carrera de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba)

Los espantos. Estética y postdictadura, de Silvia Schwarzböck (2016) fue una especie de zócalo de época. Todxs estuvimos finalmente en desacuerdo con ese libro, pero supo instalar la exigencia un ensayismo político post-setentista. El umbral eran los ‘80, y los malestares de un pacto postdictatorial que hacía aguas. De fondo, Lucrecia Martel y su mujer sin cabeza: la imagen de la indiferencia ante las vidas desechables.

 

Diarios del odio, de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny (2016) fue el aviso de incendio: el fascismo social como poética de época. No lo podíamos creer, pero así era. Sociología de los afectos en el umbral entre las dos caras de Cambiemos: el nihilismo banal de Durán Barba y las balas de Bullrich. Pongo de imagen de fondo a Balcarce en el sillón de Rivadavia: banalidad del mal en versión criolla.

 

Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas, de María Moreno (2018) fue el libro que tendía el puente entre Pilar Calveiro y Albertina Carri, narrando los ‘70 que necesitaba el feminismo. Situó su escritura, de paso, como “célula madre”. La imagen, a no dudarlo, es la de Nora Cortiñas con el pañuelo verde, “madre de todas las batallas”. Del “nunca más” al “ni una menos”, de ida y vuelta.



Luis Escobar

(historiador, desde Santa Fe)

Recital del Indio Solari (Tandil 12 de marzo de 2016). Tandil tuvo una sensación singular de reunión, de espacios convergentes y amplios posibles. Además, el inicio con Nuestro amo juega al esclavo fue toda una caracterización de época. Olavarría fue distinto, con cierto sabor amargo antes que festivo…

 

Los Cachitos, de Mariano Pagés (Santa Fe, Ed. María Muratore, 2015). Una novela corta cerrada en su propio mundo en cuyos pasajes es imposible no pensar o asociar a los cuatro años macristas. A pesar de su pesadumbre, hay una singular escena de resistir a un posible desalojo narrado de manera magistral que muestra esos “cachitos” de humanidad persistentes.

 

Marcha de #NiUnaMenos (Buenos Aires, 3 de junio de 2017). Una imagen que delineaba un porvenir inmediato: un movimiento crítico y amplio que crece, se expande y revitaliza resistencias y creaciones frente a las respuestas de un poder tradicional que pone distancia, niega y reprime.   

María Pia López

(directora del Centro Cultural de la Universidad Nacional de General Sarmiento)

La mirada de las fotógrafas de movilizaciones feministas: las de MAFIA, Emergentes, Laki Perez, Ximena Talento. En el modo de poner la cámara se reforzó una performatividad corporal y una teatralidad de la escena callejera. Pero también se construyeron imágenes no normativas de belleza, otros cánones corporales. Fueron registro y acción.

 

Escuché mucho a Liliana Herrero, cada uno de los discos que sacó se convirtió en banda sonora de estos años. Canción sobre canción, versiones sobre las canciones de Fito, es un acto profundo de producción de citas, traducciones y actualizaciones. Es sonoridad de pelea pero también de una alegría popular. La canción DLG fue himno para el fin del macrismo.

 

La serie de obras Diarios del odio: el poemario de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, la puesta en paredes de ese poemario en distintas salas, la obra de Silvio Lang y el grupo ORGIE. En esa secuencia, la brutalidad racista y clasista que se expresa cotidianamente en los foros de lectores de los diarios, es convertida en materia prima de las obras, pero también interrogada de un modo profundo, irónico, despiadado, muy incómodo. Nos muestran esas palabras entre nosotrxs y, a la vez, muestran su poder asesino.

Mariana Canavese

(publicó Los usos de Foucault en la Argentina)

Las primeras que recuerdo, como un criterio para elegir tres:

 

La serie de televisión The Handmaid’s Tale, sobre la novela El cuento de criada de Margaret Atwood. Completa. Aunque me acuerdo especialmente de la concurrencia de la primera temporada y el tratamiento legislativo del proyecto por la interrupción voluntaria del embarazo, en el otoño de 2018, saliendo de la frialdad de ciertas imágenes y argumentos de ficción (aunque ocurriesen en la realidad), al calor del activismo joven por la legalización del aborto en tantas calles.

 

Pájaros en la boca, el libro de cuentos de Samanta Schweblin.

 

Y de Valeria Luiselli, dos entre el humor y el horror: Los ingrávidos La historia de mis dientes.

 

Noto ahora que son tres mujeres, tres ficciones, todas trazadas por algo de lo siniestro, de lo pavoroso y lo absurdo. Algo de estos últimos años.

Mario Cámara

(escribió Restos épicos. La literatura y el arte en el cambio de época)

Los diarios de Emilio Renzi, volumen II. Los años felices (2016), de Ricardo Piglia: formó parte de una serie de escrituras que volvían a los años sesenta y setenta, como Black Out (2016) de María Moreno (2016), o Misere (2016) de Germán García. Todos, como se puede ver, del mismo año. El texto de Piglia teje con maestría la experiencia más puramente personal y la trama histórico, cultural y política que va desde fines de los sesenta y llega hasta el golpe de 1976. Lo más impactante: el Buenos Aires infinitamente pequeño articulado a partir de un conjunto de bares y librerías, el lugar singular que va ocupando en la escena cultural. En sus entradas se cruzan Roberto Jacoby, Rodolfo Walsh u Osvaldo Lamborghini, militantes e intelectuales, experiencias psicodélicas y pases a la clandestinidad. Piglia se erige como un punto central que aglutina fuerzas en tensión, y en sus recorridos las exhibe, las hace dialogar, piensa en sus contradicciones. Cómo pensar en un país que no deja de estallar, es una de las preguntas que reaparece una y otra vez en sus páginas.

 

Diarios del odio (2014/2016), de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny: podría empezar afirmando “nos odiaban tanto y no nos dábamos cuenta”. Diarios consistió en una instalación que inscribió sobre las paredes de una sala de la casa Victoria Ocampo una serie de comentarios vertidos en los foros on-line de diversos diarios de alcance nacional, principalmente La Nación y Clarín. Las anotaciones fueron realizadas en carbonilla por diferentes manos amigas de Jacoby y Krochmalny. Las inscripciones en su calidad manual más que a una dimensión tecnológica remiten a un conjunto de otras inscripciones, por ejemplo al uso de la pared como inscripción de consignas políticas o a la escritura de baño público que se puede encontrar en estaciones de trenes, clubes deportivos, instituciones educativas, entre otros, que recogen mensajes de contenido sexual, refranes populares escatológicos, o insultos contra rivales futbolísticos. Los contenidos que vierten sobre las paredes los Diarios del odio aquí son muy diferentes. ¿Qué leemos en las paredes de la casa Victoria Ocampo? Enunciados racistas, antiperonistas o antikirchneristas, homofóbicos, misóginos, que en más de una ocasión, se articulan de modo interseccional aunando todos los estigmas juntos. Diarios del odio es una suerte de bóveda que alberga la transcripción fiel, aunque fragmentaria, manual, en carbonilla, proveniente de esa otra superficie de inscripción, esta sí, contemporánea, resultado de lo que se conoce como la web 2.0, o la web participativa, desarrollada hace apenas una década. Dos años después, esas inscripciones fragmentarias adquieren la consistencia de un libro y la forma de la poesía. El libro, que también se llama Diarios del odio, construye una suerte de taxonomía del odio en tiempos neoliberales y neofascistas. 

 

Los espantos. Estética y posdictadura (2016), de Silvia Schwarzböck, y Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017), de Javier Trímboli: los dos libros deben leerse juntos y casi hasta de modo simultáneo. Una página y una página. Los espantos trae un conjunto de reflexiones, categorías y palabras que producen la sensación de que hacía mucho tiempo que nadie las pronunciaba. Demoledor y polémico. Silvia Schwarzböck discute, dialoga, con Fogwill, Walsh, e invoca a Lucrecia Martel, entre otros, y con ellos piensa la dimensión de un derrota -la de la vida verdadera- que no ha dejado de suceder hasta el presente. Sublunar, en cierta medida, funciona como una especie de reverso. Ensayo que hila fino en las sobrevivencias provenientes de las militancias setentistas y que la dictadura no pudo arrasar. Entre los setenta y el 2001 Trímboli va armando una forma de pensar el período kirchnerista, su potencia y sus límites, sus ecos y sus deudas con el pasado. Hoy, a las puertas de un nuevo gobierno kirchnerista, se resignifica. 



Martín Ara

(desde Filosofía de la UBA)

En estos cuatro años me acompañaron una serie importante de textos, pero destaco dos de ellos: Los espantos. Estética y postdictadura (2016), y Los monstruos más fríos. Estética después del cine (2017). El tono sombrío de ambos libros causa un fuerte impacto, muy ligado al género del terror (al que en cierto modo responden). Eso puede velar, quizás, la profunda melancolía –politizada, de izquierda- que hace de la estética la vía de acceso a nuestra contemporaneidad, a partir de la asunción de una derrota histórica. Son los textos que mejor describen el régimen de sensibilidad que posibilitó y sostiene al macrismo (o el nombre que se le quiera dar al país de Jauja neoliberal en Argentina).

 

En diciembre de 2017, en medio de la lucha para evitar la reforma previsional propuesta por Macri, Semillas de Diciembre (2008), de Chris Marker, me pareció una señal, o como él mismo lo diría, un recuerdo del porvenir. Es uno de los últimos cortometrajes de Marker, y muestra el estallido político y social de Grecia. Nunca se termina de aprender a mirar, pensaba Marker, el modo en que el pasado y el futuro se inscriben en el presente. Eso nos daba fuerzas, en aquel diciembre.

 

Por último, tres discos de Acorazado Potemkin: Remolino (2014), Labios del río (2017) y el reciente Piel (2019). Entre lecturas de Nietzsche y discursos de Cristina, escuché sin parar un tema, Haz de luz, que parecía el puente perfecto entre ambos: “Y así todo vuelve a suceder/no tenemos nada que perder/solo una manera de volver”.

Martín Baigorria

(crítico literario y profesor)

A veces la literatura capta aspectos del presente no asimilados por el debate más coyuntural. Esto se ve en algunos libros recientes. Morris, de Violeta Kesselman, ensaya varias respuestas a una pregunta que las ciencias sociales no han podido resolver: ¿qué tiene en la cabeza un militante? Es una prosa con un claro sentido de intervención polémica, que a su vez debe leerse como un libro de poesía. Dentro de este último género, La recidiva, de Gabriel Cortiñas, combina la metáfora argentina del cáncer con la idea de una “lengua estallada” casi anti-referencial, marcadamente asociativa: “con o sin columna porque un hombre / al que le rompen todos los huesos a fierrazos / y no le queda ni uno / sano es un invertebrado”. En el viejo continente fue editado Hacía un ruido. Frases para un film político, de María Salgado, raro artefacto que tematiza las experiencias asamblearias de 2011 en Madrid y plantea algunas conexiones originales entre el discurso poético y el momento actual regido por la mediatización informática. Por último me gustaría mencionar los libros de Jimena Schere –GorgonaUna antología de la literatura argentina– y Toma de corriente, de Triana Leborans. Todos estos textos publicados en el período 2015-2019 poseen un interés que va más allá de esa etapa. 

Mercedes Orden

(editora en cinemasonor.com, Comunicadora Social)

Caravana, de WOS. Una de las únicas cosas que rescato del macrismo es que dejó una juventud enojada, y Valentín Oliva (WOS) es un exponente. Su disco debut condensa el deseo de expresar un mensaje potente y bien dirigido de descontento. Este rapero proveniente del freestyle atestigua con lucidez la incomodidad política, cultural, social y económica que atraviesa el país. Que nos atraviesa. Y si no lo creen, escuchen “Canguro”.

 

La obra de TUTANKA (@nosoytutanka). A Tutanka lo conocí con sus carteles por Palermo, a partir de la técnica Wheat Paste, como el de Susana Giménez apuntándonos con un revólver. En los últimos años, su obra alcanzó un mensaje político fuerte comparando al Senado con un dinosaurio, o mostrando a Macri como Freddy Krueger, entre otras genialidades que interpelan a quien los cruza. Pero se sigue superando y ahora comenzó con videos virales que nos ayudaron a reírnos, al menos por un rato, de una etapa crítica del país. 

 

Lluvia de jaulas, de César González. César González es un director que encuentra un modo preciso y particular para construir imágenes, para dar voz a la miseria, la marginalidad y la soledad. En su última película estas temáticas son observadas a partir de la mirada de un grupo de jóvenes abandonados por la sociedad. Funciona como ejemplo de época, donde el egoísmo y doble discurso de una clase media-alta pide “salvar las dos vidas” pero no sale a las calles para salvar las vidas de estos pibes.

Natalí Incaminato

(doctoranda en letras, @LaInca_)

En primer lugar, me acompañó Vigilar y castigar, de Michel Foucault. Lo tuve cerca por mi investigación de tesis pero además fueron años de discusión de su obra a la luz del problema del neoliberalismo; mi intención principal fue leerlo como núcleo de herramientas o interrogantes para pensar el feminismo y las diversidades en estos 4 años de mucha intensidad para esos movimientos. 

En segundo lugar menciono la serie de la BBC Years and years. Creo que fue particularmente significativa para entender en espejo algunas notas del macrismo y su obsesión acrítica con la “modernización”. Es una ficción más que asedia los problemas y ansiedades de la precariedad y obsolescencia a las que se arrojan a cada vez más personas en un orden capitalista sin control. 

Por último, me acompañó el podcast Peripatéticas. Las intervenciones filosóficas de Danila Suárez Tomé me acercaron al existencialismo desde una divulgación que no simplifica los saberes, y a una perspectiva crítica de izquierda que me permitió salir de la realidad política geográficamente más inmediata, ampliando el cuadro.

Nazaret Castro

(colectivo periodístico Carro de Combate)

Sacar la voz, de Ana Tijoux (2012). No es argentina, pero refleja muy bien el espíritu de lucha de una época en el que el enemigo es difuso (el neoliberalismo que todos llevamos dentro aunque con gobiernos como el macrista se explicite de forma más brutal): “tomar las riendas, no rendirse al opresor…”

 

Una lectura feminista de la deuda, de Luci Cavallero y Verónica Gago (Buenos Aires, 2019). El pequeño libro de Cavallero y Gago, ambas de Ni Una Menos, tiene la virtud de recordarnos que la lucha feminista es inseparable del cuestionamiento más radical del orden neoliberal; y que la deuda -que tanto alimentó el macrismo- es una pieza fundamental de ese régimen.

 

Una imagen de la ilustradora cordobesa Pilar Emitxin (adjunto la ilustración, de 2018). La consigna “Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista” nos recuerda que la defensa de las mujeres y de la naturaleza va junta, y son tal vez -así, juntas- la lucha más determinante para poner freno al neoliberalismo que representa Macri, pero va mucho más allá de él.

Pablo Luzuriaga

(tesis de doctorado sobre la poesía de Ezequiel Martínez Estrada)

Enterrados (2018), de Miguel Vitagliano. La novela cuenta la historia de un hombre de letras atrapado entre los escombros de un derrumbe. Para evitar pensar en su situación próxima a la muerte comienza a narrar, a partir de las piedras que encuentra ante sus ojos, la historia de la Guerra Guasú y de la traducción de la Divina Comedia realizada por Mitre. La metáforas del derrumbe y la narración como apuesta para reconstruir el sentido de la historia fue clave ante la desolación macrista y liberal. 

 

Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017), de Javier Trímboli. El ensayo –”urgente”– caracteriza la experiencia kirchnerista desde el punto de vista de sus fuentes heterogéneas y a partir de la reconfiguración política que tuvo lugar tras el derrumbe liberal de 2001. En medio de la hegemonía macrista, enunció palabras claves acerca de una experiencia a la que le costó demasiado pronunciarse en términos críticos. Habitado por discursos de otros, fuentes de archivo, textos literarios y experiencias artísticas, el ensayo mantuvo encendida la chispa de la política como conflicto bajo el agua del desierto de ideas liberal.  

 

Soviets en Buenos Aires (2015), de Roberto Pittaluga. La investigación sobre la recepción en Buenos Aires de la revolución en Rusia, a partir de testimonios de la izquierda, demostró –muy al comienzo del macrismo– el profundo impacto –soterrado– en las subjetividades políticas del evento más importante asociado a la utopía de masas durante el siglo pasado. Ante la idea de fin de la historia sobre las que se montó el macrismo, el libro abrió una caja de pandora con relatos de cambio radical.  

 

Antología temática de la poesía argentina (2017), de Américo Cristófalo, Luciana Del Gizzo y Facundo Ruiz. La antología reúne una selección de poesía argentina desde la colonia al presente. A diferencia de las antologías tradicionales, la selección fue realizada por temas (“Amor”, “Política”, “La tierra y el río”, “Idiomas argentinos”, “Exilios, recorridos”, etc.). La organización elimina las pretensiones totalizantes de las antologías tradicionales y se hace cargo de que toda selección supone una lectura. En medio de la desolación macrista y su desprestigio sistemático de la cultura, la antología funcionó –entre mis lecturas– como un ramo de “flores pensamientos”. 


El absoluto (2016), de Daniel Guebel. La novela cuenta la historia de una familia de artistas abocados a la representación del absoluto. Ante la desolación macrista y liberal, el relato toma una distancia irónica clave para la reflexión sobre las posibilidades del arte hoy. Un respiro de ironía romántica frente a la tabula rasa y la mente en blanco de Marcos Peña.

Paula Provenzano

(licenciada en sociología)

 El origen de la tristeza (2004), de Pablo Ramos (toda su obra, pero para elegir alguno). La destrucción que fue produciendo el macrismo se parece mucho a la historia que cuenta Ramos sobre Gabriel,  un pibe que vive en el barrio El Viaducto y está creciendo en un país que se está desintegrando. Difícil fue al leerlo no sentir la reedición de la crueldad y la necesidad de hacerle frente con ternura.

 

Pablo Ramos en 2016 le dedicó el Martín Fierro por el guión de Historia de un Clan a Cristina Fernández y se animó a desear “ojalá algún día vuelva”.

 

 Petróleo (2018). Obra de teatro creado por el grupo de mujeres “Piel de Lava”. La figura presidencial configuró un retroceso en sí mismo, conocido por frases como “a todas las mujeres les gustan los piropos, aunque les digan qué lindo culo tenés”. En contraposición, el movimiento feminista fue sin dudas uno de los que tuvo mayor gravitación social como eje de transformación y resistencia. Petróleo es una parodia sobre las masculinidades. Un grupo de obreros trabajan juntos en un pozo petrolífero, la complicidad jerárquica machista define la escena hasta que llega otro que cuestiona esa repetida rigidez y hace estallar el binarismo.

 

Ladrilleros (2013), de Selva Almada. En un contexto de tanta regresión también a nivel simbólico, la novela Ladrilleros de Selva Almada fue central para pensar las (im)posibilidades de ser y estar en el mundo. Espectacularmente escrita (poco probable no necesitar leerla de un tirón), transita la tragedia que significó el amor entre dos varones en un pueblo de Chaco. En clave shakespeareana, Selva Almada nos convida una historia que resulta simplemente exquisita.

Roberto Pittaluga

(autor de Soviets en Buenos Aires)

El libro de Peter Linebaugh y Marcus Rediker, La hidra de la revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico (Barcelona, Crítica, 2005). Porque construye una historia política cuando las nacientes agencialidades de las clases obreras, del poder negro e incluso de las mujeres, marchaban juntas en pos de constituir otra idea de humanidad que la que proponía la modernidad capitalista, una humanidad “variopinta”, como se decía en la época.

 

Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, de Javier Trímboli (Buenos Aires, Cuarenta Ríos, 2017). Porque me ofreció una mirada aguda sobre la historia argentina de las últimas décadas, de modo de ayudarme a comprender el kirchnerismo y la política popular, como también a entender aspectos del triunfo macrista y sus raíces.

 

 La rebelión, de Joseph Roth (Barcelona, Acantilado, 2008 [1924 orig.]). Por la complejidad del personaje y el contexto histórico, y el tratamiento del pasaje entre subjetividades en esa sociedad quebrada que es la Viena de la primera posguerra.

Máximo Eseverri

(escribió Enrique Raab: claves para una biografía crítica)

El invierno (largometraje, Argentina, 2016, Dir.: Emiliano Torres). Un joven y un viejo se enfrentan a muerte, en medio de la nada, por casi nada. Cine en su máxima potencia, alegórica y visual. Acaso la mejor película del (¿y sobre el?) macrismo.

 

Twin Peaks (serie televisiva – tercera temporada-, EE.UU., 2017, Dir.: David Lynch). Prácticamente desde Citizen Kane (1941) que no sucedía la rara confluencia del ejercicio de una libertad creativa radical con los recursos del cine masivo. Y se puede ver por Netflix.

 

Le livre d’image (largometraje, Francia, Dir.: Jean-Luc Godard, 2018). Último de los films-testamento de JLG. Pertenece al género de obras que nos recuerdan cosas importantes que habíamos olvidado. En la imagen final en la que recupera a Ophüls (Le plaisir, 1952), que recupera a Maupassant (Le masque, 1889) simplemente lloré. Mucho.

Marcelo Scotti

(publicó Transficcional, para abordar el malestar en las prácticas socioeducativas, a través del cine en diálogo con el psicoanálisis)

Sobre el final del mandato de Cambiemos, me sumí en la lectura muy postergada de Flores robadas en los jardines de Quilmes, el clásico fuera de molde de Jorge Asís sobre “los setenta” y la experiencia de un sobreviviente. Me encontré con una gran novela, que no sólo envejece bien, sino que parece incluso ganar en matices con el paso de estos cuarenta años de montaña rusa sinfín de la historia argentina. Me impresionó también El salto de papá, de Martín Sivak; no tanto por su motivo –una elaboración sensible pero muy enrevesada de la figura del padre y el vínculo filial-, sino por la descripción minuciosa y detallada de la política argentina de los ochenta y noventa, y el lugar múltiple e influyente en ella de cierta burguesía financiera de tradición ideológica bolchevique y pertenencia al PC argentino. 

 

La película contemporánea más importante para mí fue Transit, del alemán Christian Petzold. Aunque vi otras tal vez mejores, el riesgo que asume Petzold para realizar un film inclasificable en el que se propone narrar una historia sobre emigrados del nazismo en escenas y espacios actuales, esta anacronía, forzada y filosa, sostiene una reflexión política sobre ciertas continuidades estructurales de la historia europea –y no sólo- contemporánea, y una puesta al día de la cuestión de la migración, el exilio y las violencia múltiples sobre los otros que atraviesa el tiempo de atrás hacia adelante y a la inversa. Pero también vi por primera vez la extraordinaria Prisioneros de la tierra, la película que Mario Soffici realizó en Misiones en 1938 sobre cuentos de Quiroga y con la explotación de los mensús en los yerbales como eje del relato. Fundamental para pensar en otras continuidades y violencias históricas más cercanas.


La música de La chicana, en general, aunque sus mejores discos son anteriores al período; pero sobre todo el exquisito disco solista Salto mortal, en el que Dolores Solá reversiona tangos clásicos de los veinte y los treinta. En tiempos en que se multiplican las vueltas de tuerca sobre el tango, muchas veces vaciadas de sentido histórico, Dolores sostiene su estilo personal pero asume el desafío de recuperar viejas y hermosas canciones casi olvidadas que renacen en su voz. El tema “Huella”, cantado a dúo con Atilio Reynoso, es una muestra de la posibilidad de seguir trayendo las músicas populares del pasado sin renunciar a la tradición ni a la modernidad. Pero por encima de todo, mi experiencia estética más impactante en estos años fue –y es- El Cuchi de cámara de Lorena Astudillo: el universo del inmenso Cuchi Leguizamón en un disco que hace crujir los huesos, revienta las costuras y calienta  los corazones y relanza, de paso, la actualidad de la obra del Cuchi y sus luces sobre la política y la sociedad argentina.

Gastón Galli

(ensayista, desde La Plata)

En sus momentos más livianos, la vida en los años de Mauricio se parecía a la visita a algún país latinoamericano, donde uno se puede comunicar fácilmente pero que frecuentemente tropieza con expresiones que no alcanza a comprender por las insalvables diferencias de lo parecido. Uno se sienta en una parrilla en Uruguay y se anoticia, no sin alarma, de que en ese establecimiento se pueden comer “chotos” o en Perú puede encontrarse en peligro de comer un “sudado de gallina”, nombre que invariablemente me sugiere la imagen poco estimulante de un pollo transpirando.

 

Por supuesto que, una vez recibidas las aclaraciones correspondientes, se puede disfrutar libremente de los manjares mencionados. En el país de Mauricio, en cambio, uno no sentía alivio cuando le revelaban qué significaba un “emprendedor”, un “timbreo” o, peor aún, un “reperfilamiento de la deuda”. 

 

Por eso, pensando en ese país extraño, yo buscaba guías de viaje, y los libros de Ezequiel Adamovsky, José Natanson o Paula Canelo cumplieron para mí ese servicio, revelando los rincones oscuros que se ocultaban detrás de los globos amarillos. Pero debo confesar un placer algo perverso: la lectura de aquellos libros que se empeñaban en mostrar un país hermoso. Mi favorito: Cambiamos, de Hernán Iglesias Illia, que es una especie de diario escrito por un amigo entusiasta y más bien pavote del Dr. Frankenstein que relata con ingenuidad la evolución del armado del Monstruo creyendo mostrar el nacimiento de un superhéroe.

 

Funciona casi como una Guía de Buenos Aires que recomiende visitar la calle Caminito, presentada en el texto como un lugar maravilloso, pero en el que basta poner un pie para saber que se ha ingresado en territorio del Infierno.

Irene Cosoy

(toca el bombo en la percusión feminista sindicalista de ATE Capital Las pibas de ATE)

La banda de Germán (2017) reversión de Cosas mías, de Los Abuelos de la nada. Al día siguiente del balotaje, en el 2015, me afilié a ATE. Hasta el momento, trabajando en el Estado Nacional, había evitado la sindicalización porque me consideraba parte de la gestión. Sin embargo el macrismo vino a reforzar mi identidad de trabajadora en contrapunto con la de funcionaria. En el contexto de despidos masivos y violencias de distinto orden sobre los cuerpos de las/os estatales, ATE pasó a ser un espacio de inclusión, resistencia y lucha, particularmente la percusión de mujeres de la que formo parte: “Las pibas de ATE”. Allí cantamos y acompañamos con instrumentos de percusión -que en forma genérica llamamos “los bombos”- distintas canciones populares a las que les re escribimos letras que tratan de los problemas de las trabajadoras organizadas. Dejo la letra de uno de nuestros hitazos que sonaron y suenan en toda marcha que cruza reivindicaciones sindicales y feministas: “Llegó la banda de Germán, Verde y Blanca Capital, vamos a hacer un sindicato feminista y popular. Porque somos laburantas no vamos a permitir que nos sigan despidiendo, vamos a parar el país. Yo soy así, soy compañera. Yo movilizo toco el bombo y hago huelga. Yo soy así, voy militando, en el Estado le doy guerra al patriarcado”.

 

Elijo cuatro novelas que componen la saga Dos amigas de Elena Ferrante, aunque ese es el seudónimo de una autora que prefirió el anonimato. Cuatro extensos libros devorados furtivamente en el 2016 (publicados en Argentina en el 2015) alimentaron un mundo paralelo que comentábamos con amigas y compañeras de trabajo, contemporáneas de lectura. Un ecosistema compuesto por un elenco limitado de personajes y una narración cronológica de la vida de las dos amigas, esta saga comparte el estilo de culebrón televisivo de los 80, cumpliendo el mismo efecto evasivo y atrapante. Sin embargo, a diferencia de los problemas del corazón de aquellas telenovelas, lo que da vida a la trama es la lucha de clases, por momentos descarnada. Diría más específicamente, el motor del relato es la lucha de clases y su modulación sobre las subjetividades de dos mujeres que nacen en un barrio camorrero napolitano en la segunda posguerra.

 

Tarascones. Dramaturgia: Gonzalo Demaría. Dirección: Ciro Zorzoli. Actuación: Paola Barrientos, Alejandra Flechner, Eugenia Guerby, Susana Pampín. 2016.

Pieza políticamente incorrecta, grotesco nacional con un elenco parejo y brillante. Cuatro señoras ricas en una tarde de té confiesan sus mugres ayudadas por una máscara, de efectos dionisíacos, que va circulando entre ellas y las transmuta a la esencia vital de la mucama, personaje que no se ve en escena pero se sabe, mantienen atada a la pata de la cama, a la espera de un juicio sumario por el asesinato del caniche de la dueña de casa. La risa que produce la obra es la risa de quien ve en escena ridiculizadas a cuatro malditas integrantes de una clase alta arquetípica.

Julia Rosemberg

(su último libro es Eva y las mujeres: historia de una irreverencia)

El peronismo denunciado. Antiperonismo, corrupción y comisiones investigadoras durante el golpe de 1955, Silvina Ferreyra (2018).

 

Estos cuatro años de macrismo obligaron a revisitar el pasado. Si el golpe de 1955 y la dictadura que se instala a partir de entonces habían sido analizados desde sus aspectos represivos o sus vertientes económicas, poco se había estudiado una faceta central de ese período: la consolidación de la identidad antiperonista. El libro de Ferreyra aborda las llamadas “comisiones nacionales de investigaciones” creadas tan inmediatamente después del golpe que es difícil no pensar que mucho de eso venía macerándose con anterioridad. Estas comisiones que nada tenían que ver con el poder judicial, se dedicaron a investigar casos de corrupción en el gobierno anterior. Conformadas en su gran mayoría por civiles, con un promedio de edad cercano a los 60 años, cerca de 3.000 personas persiguieron dirigentes y funcionarios peronistas. Pero su mayor eficacia no radicó en eso sino que según la autora el mayor éxito fue la instalación de una ecuación que iguala peronismo con corrupción sobre una buena parte de la sociedad. Quiero insistir en este punto: la capilaridad. Se buscaba que las denuncias se hicieran entre vecinos, colegas, compañeros. Entonces más que buscar el olvido de esa experiencia reciente, la libertadora se alimentó de la misma como su contracara. El disciplinamiento sobre la sociedad no fue únicamente el decreto 4161, la proscripción y la represión. Hubo además una salvaje disputa por la narración de la experiencia peronista, ahora bajo el signo de lo facineroso. El antiperonismo encontraba, finalmente, su identidad. 

 

El mismo año que se publicó este libro, 2018, bajo un proceso judicial viciado, se ordenaba el allanamiento en la casa del Calafate de Cristina Kirchner buscando incluso entre las paredes riquezas mal habidas. Entre las imágenes que más circularon del reciente golpe de Estado en Bolivia estuvieron los videos que ciudadanos opositores al MAS grabaron al entrar de manera forzada a la casa de Evo Morales, como prueba de una supuesta vida amoral, corrupta e hipócrita. Una obsesión por el dinero que sin embargo no es tal. Porque la impugnación de fondo, en un caso o en otro, no es a la riqueza en sí, sino a quienes tienen permitido usufructuarla. 

 

El grito, de Leobardo López Arretche (1968).

 

El 2018 fue un año de diversos aniversarios pero a uno se le dio especial visibilidad: el mayo francés. Sin embargo las revueltas de 1968 tuvieron otros escenarios. El grito es una película documental mexicana hecha ese mismo año, con imágenes tomadas en su mayoría por estudiantes universitarios. Es decir, se trata de un registro elaborado por los propios manifestantes durante los cuatro meses que duró el conflicto. Lograron un total de ocho horas de material fílmico que fue editado por Leobardo López Arretche cuando salió de la prisión. 

¿Una de las tantas revueltas juveniles sesentistas bajo los patrones parisinos o un episodio más ligado a la historia latinoamericana? Los 4 años de macrismo abonaron no sólo a una relectura de nuestro pasado, sino también a reflexiones y preguntas sobre nuestra región, al coincidir con el golpe en Brasil al gobierno de Dilma Rousseff, la cárcel de Lula y el más reciente golpe en Bolivia. Inscribir nuestro presente y nuestro pasado en una historia un poco más amplia dejó de ser un sueño revisionista y se volvió un ejercicio inevitable.

En las imágenes que se suceden en blanco y negro en el documental llaman la atención algunas cuestiones, como la cantidad de veces que hay referencias a la revolución cubana, principalmente simbolizada en banderas con el rostro del Che Guevara. Y brillan por su ausencia, en un país como México, referencias a las identidades indígenas. En las proclamas y documentos que la voz en off lee de los huelguistas queda en claro una cosa: a diferencia de lo que sucedía entre los jóvenes parisinos donde predominaban las consignas idealistas y en contra de cualquier autoridad, en El grito aparece otra cosa: pedidos insistentes a que se respete la Constitución, incluso se llegan a citar artículos particulares en muchos de los comunicados de los manifestantes. Es decir, en la versión latinoamericana de las revueltas juveniles sesentistas no se deja ver un espíritu contra el Estado, en todo caso una voluntad de disputarlo. 

Otra diferencia más salta a la vista en el documental: si el final de las revueltas del mayo francés se fue dando de a poco, diluyendo su fuerza y su unidad, en México las revueltas finalizaron de un modo mucho más latinoamericano: con una masacre. La gran movilización del 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco fue salvajemente reprimida, con detenciones ilegales y hasta desaparecidos. No se supo con certeza cuántas fueron las víctimas, en ese momento el gobierno mencionó solamente 20 muertos, pero la cifra fue aumentando hasta llegar a más de 300. Esta masacre sofocó el movimiento estudiantil. Octavio Paz, en ese momento embajador, renunció al día siguiente, y escribió: “Tampoco es casual que los jóvenes mexicanos asesinados el 2 de octubre hayan caído en la antigua plaza de Tlatelolco: ahí precisamente se encontraba el templo azteca donde se hacían sacrificios humanos. El asesinato de los estudiantes fue un sacrificio ritual, porque no existía razón política alguna que justificara ese acto. Sólo se trataba de aterrorizar a la población, usando los mismos métodos de sacrificios humanos de los aztecas”. El pasado indígena, la historia de colonizaciones, aparecía finalmente, era el retorno de una violencia que nunca se había ido. Paz en El laberinto de la soledad propone a la sociedad mexicana atravesada por tiempos históricos: “Aquello que pasó efectivamente pasó, pero hay algo que no pasa, algo que pasa sin pasar del todo, perpetuo presente en rotación. La historia de cada pueblo contiene ciertos elementos invariantes o cuyas variaciones, de tan lentas, resultan imperceptibles”. Diez días después de esta masacre, el 12 de octubre, en una fecha muy simbólica para los latinoamericanos y particularmente para los mexicanos, se inauguraban los Juegos Olímpicos, bajo el slogan “Todo es posible en la paz”. 

Chavs, la demonización de la clase obrera, de Owen Jones (2011)

 

El libro Chavs fue publicado en Inglaterra en 2011, y a nuestro país llegó con cierto delay. La traducción en España se hizo en 2013, así que recién a partir de ahí, lentamente empezó a circular entre nosotros. Así que muchos lo leímos bajo los años del macrismo creyendo encontrar ahí respuestas a lo que sucedía en el pago chico.

Owen Jones es muy joven, escribió el libro teniendo treintipocos y esto no es un dato menor: en el centro de su trabajo está la idea de clase social a la que vuelve una y otra vez sin tener que estar justificándola con aparato académico. 1989 y el fin de la historia no parecen haber sido para su cosmovisión del mundo una marca indeleble. La clase social es el centro pero también el odio, fundamentalmente analiza cómo el gobierno de Margaret Thatcher buscó casi como programa de gobierno generar un quiebre en el colectivo trabajador, en la idea misma de clase. Para esto se asentó sobre la clase media buscando diferenciarla de la trabajadora no solo por su posición económica o en el esquema de producción, sino fundamentalmente en aspectos culturales, en especial de consumo. Y lo que alimentó sobre la misma es un sentimiento de odio hacia los de más abajo, ahora culpables de todos sus malestares. El individuo por sobre todo y la muy difundida idea de meritocracia: si llego es por mí esfuerzo, los que se quedan en el medio es porque son vagos planeros. Para el autor, es esta idea “aspiracional” lo que destruye la identidad de clase. Así, pertenecer a la clase trabajadora dejaba de ser algo de lo que estar orgulloso, y se convertía en algo de lo que había que escapar. Buscaron, entonces, desde el thatcherismo combatir a las clases sociales desde un nuevo estadío, más feroz, de la lucha de clases. Algo de todo esto nos resulta conocido. 

 

  

Javier Trímboli

(profesor de Historia en la Facultad de Humanidades de la UNLP y en el Normal 7)

Hijos del Pueblo. Intelectuales peronistas: de la Internacional a la Marcha de Guillermo Korn (2017). Lo leí tarde, cuando el macrismo se estrellaba ya no sólo con la resistencia que una parte de la sociedad le ofrecía sino contra su propia incapacidad hegemónica, pero fue como contemplar, a través de estas postergadísimas trayectorias intelectuales, nuestra propia muerte y resurrección. Este libro la vuelve posible. Como alguna vez se escribió: con la voluptuosidad que produce conocer cosas únicas, detalles. 

 

Mugre de Acorazado Potemkin (2011). Había quedado clavado en el auto; sólo se iba cuando subían los chicos y ponían Skrillex. Era el año 2016, nos querían borrar del mapa y parecía que les alcanzaba para hacerlo. Perforando una barrera de guitarras, la voz de Juan Pablo Fernández dice que el gobernante dice que “no hay más nosotros”. Otra vez la voluptuosidad: la belleza se conjuga con el desasosiego. Blindados.  

 

Los espantos. Estética y postdictadura de Silvia Schwarzbock (2016). La derrota electoral del 2015 nos dejó pensando de vuelta en los setenta, con la impresión de haber quedado atrapados, sin límite a la vista, en la postdictadura. En verdad, con eso también una parte de nosotros quiso discutir y discutió; era inaceptable, si habíamos vivido días glorioso, moderadamente es cierto. Este libro fue electroshock. Y lo seguirá siendo.

Analís Escapil

(profesora en Ciencias de la Educación)

El piedrazo en el espejo, de Pompeyo Audivert que realiza en este escrito una reflexión respecto a la capacidad del arte para transformar la realidad, profundizando en la potencia del Teatro. Antes el Teatro funcionaba como espejo de la realidad, hoy el teatro debe ser la piedra que rompe ese espejo, afirma Audivert. El arte, y puntualmente el teatro en estos años de macrismo, de monstruosidades exacerbadas, construyeron realidades otras que fisuraron los espejos ploteados de efectos de verdad, desbordados por el #sisepuede, la luz al final del túnel, flanes, gallinas y cerdos (sólo algunos ejemplos de las frases y eslogan más iluminadas de estos últimos 4 años). Las escenografías, los telones, les actores, les directores, les guiones contribuyeron a la configuración escénica de espacios de fuga, de contra-producción, de resistencia y sobre todo, de mucho amor.

 

“El Aula” de Leandro Erlich en Liminal, exposición antológica en el MALBA (2019). Sitio del no sitio. Ahí estoy, sentada, expectante y proyectada en un espejo que invoca ficciones visuales de tiempos otros que comparten mismas materiales con el hoy. El olor a madera, el pizarrón color verde, las tizas, las ventanas de doble hoja me atrapan en paradojas espaciales y reflexiono respecto a mis múltiples “caídas en la escuela pública”. La desidia, la mercantilización, la represión, el desfinanciamiento/recorte constituyeron las tácticas del ataque sistemático a la escuela pública llevado adelante por el macrismo. Pero allí, desde el umbral, desde la liminalidad de la experiencia abatida por la expropiación, los cuerpos de docentes y estudiantes resisten. Luchan desde la espacialidad encarnada en la defensa por la educación pública.

 

Pedagogía Transgresoras II, de Bocavularia Ediciones (2018)

Pedagogías Transgresoras II reúne una colección de ensayos donde se proyectan multiplicidad de voces, cuerpos y experiencias que transgreden las formas tradicionales de pensar la Pedagogía, los géneros y las sexualidades. En particular, los ensayos de val flores me acompañaron en este tiempo para pensar cómo una “pone el cuerpo”. Acampes, marchas, movilizaciones, clases públicas, paros (entre otras) produjeron un agotamiento corporal que se recargaba en cada mate y chori compañere, en cada grito, canción, perfo que potenciaba las lágrimas y la ira, pero también nos rebalsaba de placeres, fuerzas, amores  de pensarnos y sentirnos ahí, en un cuerpo colectivo, resistiendo, reclamando, luchando, haciendo historia. 

Ignacio Barbeito

(profesor de Filosofía)

“Si quieren gobernar, armen un partido y ganen elecciones”. Para muchos, el requerimiento de 2011 de la ex Presidenta se tornó un presagio oscuro en 2015. El 10 de diciembre de ese año Mauricio Macri asumía como Presidente de la República Argentina y redoblando la desinhibición ceremonial de Néstor Kirchner en 2003, al lucir abierto su saco cruzado y manipular el bastón presidencial, improvisaba un baile tropical en el balcón de la Casa Rosada. Lo que Macri había armado, o de lo que en todo caso era su figura humana más pública y expuesta, no era exactamente un partido. Más que un partido, Cambiemos quería ser un “código” novedoso en la nueva economía emocional digital, capaz de congregar en la virtualidad a las existencias sin partido y organizado para desplazar el foco táctico hacia las nuevas armas y el verdadero territorio: las redes y la minería de datos. Macri no se entendía bien con el lenguaje, el de las ideas y los argumentos, el de la historia, el de los discursos o la disputa política; pero en todo caso la humanidad no mostraba hacerlo mejor. Como Obama en EE.UU., Macri fue en Argentina el primero en recurrir al mundo digital para ganar elecciones. La analogía casi se impone por sí misma tras la lectura de The Game (2019), de Alessandro Baricco, una expedición ensayística lúcida y aguda que remonta la corriente del ultramundo digital, desde Space Invaders a AlphaGo. Con Macri, la “solución a los problemas de los argentinos” pareció, justamente, un juego, tan sencillo como descargar y operar una app. Las bibliotecas y las constelaciones conceptuales ideológicas, los partidos y sus intrigas y las laberínticas estratificaciones del Estado, el pueblo y su memoria, fueron entonces retratadas como lúgubres ruinas carentes de utilidad y propósito.

 

Apenas había pasado un mes de la asunción presidencial, cuando Macri visitó Davos. ¿Acaso se podía poner en duda que allí, en el Foro Económico Mundial, que tuvo como tema “La cuarta revolución industrial”, junto a CEOs como Sheryl Sandberg, Eric Schmidt y Satya Nadella, Mauricio Macri, blandiendo confiado la iniciativa de un Ministerio de Modernización, se encontraba más cómodo que en su propia casa? En La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo (1998; 2000), Richard Sennett dedicó páginas elocuentes y precisas a la descripción y comprensión de los rasgos antropológicos de estos nuevos héroes y heroínas de la economía mundial, periódicamente congregados en la montaña suiza. Esas páginas no pudieron ser más actuales. Como esos CEOs, exhibiendo una fe inquebrantable y mesiánica en una reengineering provinciana, el Presidente argentino quiso brillar en medio de la dislocación y el desmantelamiento de estructuras, hábitos y modos de vida que se figuró caducos.

 

Un mes después de su viaje a Davos, Macri visitó al Papa Francisco, que lució un semblante pétreo en la recordada foto junto al mandatario argentino. La colisión entre el management de la destrucción creativa y la Teología del Pueblo no pudo parecer entonces mejor representada. La disputa por el valor del significante “alegría”, tampoco. El formidable testamento filosófico–político que Nicolás Casullo legó bajo el título de Las cuestiones (2007) concluía con una advertencia sobre la mayor vitalidad y calado existencial que revestía la enseñanza de Benedicto XVI en comparación con el discurso republicano y progresista secularizado. El Papa y el filósofo (2013) es la transcripción de una extensa conversación entre Alver Metalli y el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, y proporciona un enlace necesario con aquella intuición de Casullo, permitiendo reparar en las formas de encuentro entre la historia político intelectual latinoamericana y la Iglesia y en los desencuentros de ambos con el mundo surgido tras el colapso de la Unión Soviética.

Jordana Blejmar

(coautora, junto con Silvana Mandolessi y María Eva Pérez, de El pasado inasequible)

Enero, de Sara Gallardo (1958). Como muchos, conocí tarde a esta notable escritora argentina. La leí por primera vez el año pasado en ocasión de publicarse en Inglaterra la primera traducción al inglés de su colección de cuentos El país del humo (1977), que tuvimos el gusto de presentar junto a Joanna Page. Leí además Pantalones azules (1963), las columnas de Confirmado que Lucía de Leone recopiló en Macaneos (2016), y Enero (1958), su primera novela. Me deslumbró su original prosa poética, su eclecticismo genérico, y sus excéntricos personajes. En uno de sus relatos el protagonista es un jardín cantante y en otro una mujer que tiene una cabeza de repuesto. En Enero, Nefer, una adolescente violada en un festival de pueblo rural, se debate entre abortar o no en condiciones de total intemperie. Leí este libro justo cuando en Argentina se discutía la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Alejandra Laera hace un muy buen análisis de la novela en esa clave para la revista Transas.  

 

En estos últimos años leí o releí varios libros a la luz de lo que está sucediendo con los movimientos de mujeres en todo el mundo. Me pasó con El desierto y su semilla, de Barón Biza, reeditado por Eterna Cadencia en 2014, o con “Dentelladas de tigre” un cuento incluido en Manual para mujeres de la limpieza (publicado en 2015 en español), de Lucia Berlin, donde se relata una noche en una clínica de abortos en El Paso. Ahora mismo estoy leyendo Las homicidas, de la escritora chilena Alia Trabucco Zerán (2019). Se trata de una investigación fascinante sobre cuatro mujeres asesinas del siglo pasado hecha desde una perspectiva feminista. Trabucco Zerán se pregunta en qué sociedad vivían esas “mujeres malas”, cómo fueron juzgadas esos crímenes dentro y fuera de la ley, qué ficciones se tejieron alrededor de sus figuras. 

 

Damiana Kryygi, de Alejandro Fernández Mouján (2015). Vi este documental de Alejandro Fernández Mouján en un evento organizado por Javier Trímboli en FLACSO. Damiana era una niña de la etnia Aché de Paraguay secuestrada por unos colonos de la zona de Sandoa, después de que estos asesinaran a su familia. Durante su cautiverio, es tratada como un verdadero “botín de guerra” y convertida en objeto de estudio de científicos europeos que pretendían probar, mediante el análisis de sus rasgos fisionómicos, sus teorías sobre la inferioridad de ciertas razas. Fue obligada a posar desnuda para la cámara de uno de ellos afuera del hospicio donde estaba internada un frío día de mayo, dos meses antes de que falleciera de tuberculosis. Esa fotografía se volvió viral en las redes, y generó un álgido debate sobre los riesgos de volver a exponer y a humillar a Damiana, ahora mediante nuevos medios. A contracara del ritmo vertiginoso y en ocasiones frívolo de las redes sociales, la película de Mouján propone un recorrido pausado y respetuoso sobre los vaivenes de esa fotografía sobrecogedora. Logra así un montaje ético y político sobre la historia de Damiana, sobre su imagen y, por extensión, sobre las injusticias infringidas a los pueblos originarios en la historia latinoamericana. 

 

Terrenal, de Mauricio Kartún, (2014)


Como no vivo en Argentina, cada vez que viajo intento ir lo más que puedo al teatro. En estos años vi obras muy buenas como Campo minado (2016), de Lola Arias y la delirante parábola político-sexual Tadeys (2019), de Osvaldo Lamborghini, dirigida por Albertina Carri y Analía Couceyro y protagonizada por Peter Capusotto. De esta última destaco lo pertinente de su propuesta que, como bien dice Mariano López Seoane, aunque a tono con los feminismos del presente y las protestas de las disidencias sexuales, se inscribe mejor “en el linaje aberrante de las lenguas de las locas que en el vocabulario contenido de los activismos del presente”. También quisiera mencionar Terrenal. Pequeño misterio ácrata (2014), de Mauricio Kartún, una relectura intrépida sobre la propiedad de la tierra y el mito de Caín y Abel, en clave criolla, clown y conurbana, que vista en un contexto de neoliberalismo adquiere matices alegóricos más que interesantes.

Mariana Belluscio

(profesora de Historia, desde Cosquín)

El 2015 me agarró, como a tantxs de nosotrxs, con una tristeza difícil de explicar y más aún de transitar. Fue como un duelo anunciado, un desastre con señales que superó cualquier pronóstico. Hasta los más pesimistas… Acabábamos de mudarnos a nuestra casa propia, gracias a las políticas de un Estado que nos habilitó ese sueño. Y fue toda una movida, porque estábamos migrando de la ciudad a las sierras cordobesas y en el mismo acto, nos enterábamos que la revolución de la alegría nos dejaba sin trabajo. Pero más allá de la incertidumbre tan poco disfrutable de una situación así; no era sólo eso, la debacle no era sólo nuestra, el dolor no era en términos individuales. Todo lo que tocaban lo volvían barro. Entonces tuve la necesidad casi desesperada de hallar palabras, explicaciones, poder entender. Pero también, de encontrar refugio y saberse un rato a salvo. De amucharnos y reconocernos, de no sentir tanta derrota. En eso anduve estos cuatro años, y en mi auxilio vinieron algunas lecturas, sonidos, imágenes, y unxs cuantos amigxs, por suerte.


Algunas lecturas: Hubo muchos libros, pero dos me ayudaron a pensar(me), a poner palabra y algún intento de explicación a esto que nos pasó: Melancolía de Izquierda, Marxismo, historia y memoria (FCE, 2018) de Enzo Traverso y Sublunar, entre el kirchnerismo y la revolución (Cuarenta Rios, 2017) de Javier Trímboli. Los dos me dieron sostén con la contundencia de hurgar en lo constitutivo, en lo genealógico que nos trajo de allá hasta aquí. No para regodearse en machacar la herida, si no para entender de qué estuvimos hechxs, y mejor aún, para sabernos en carrera y exigirnos preguntarnos hacia dónde queremos ir. En los dos textos, cada uno a su modo, se puede reconocer el derrotero vital e histórico que nos colocó en un lugar o el otro de tantas grietas. Y ambos ayudaron a expresar con claridad que el sabor que nos dejaba esta derrota no era el devenir inalterable de las cosas.

Un puñado de canciones: necesité volver a la fuente, a todos los discos de Silvio. A Fito y Spinetta. Al Cuchi y Atahualpa. Casi para poder reconocernos y reafirmar quienes fuimos. De todas ellas La era está pariendo un corazón de Silvio Rodríguez fue la que más sonó. Está en el disco Al final de este viaje, y resulta que fue grabado en 1978, cuando yo iniciaba el mío.

Un perfil de face: Luciano Debanne no se decide a llamarse a sí mismo poeta, pero cada mañana desde su página de FB, nos supo escribir con una cercanía compañera eso que queríamos decir, que andábamos sintiendo y no salía. Leerlo en el bondi, en la espera de consultorios, en la calle fue lo que yo y montón de gente más hicimos. Compartir sus publicaciones fue una fija. Cada reposteo era anotado por su autor a cuenta “¿Qué te puedo cobrar? te anoto veinte pe”… llegué a deberle muchos pe… cuando salió la publicación de su librito Veinte pe (La terraza, 2019) compré y regalé todos los que pude. Hay que saber honrar las deudas.

Un lugar: El patio de la Piry es un reducto de creación y resistencia cultural, en medio de la barrida que arrasó con casi todos los espacios que frecuentábamos (No sólo los espacios físicos, si no también en la tele, la radio, las fiestas populares) Allí, cada enero de festival y algun que otro domingo durante el año, nos congregamos en torno a la ofrenda del patio de tierra, con el cerro Pan de azúcar asomando detrás y una cantidad de músicxs, poetas, bailarinxs y cantorxs. Allí cada tanto es posible escuchar al José Luis Aguirre, changuito de Traslasierras que conmueve con su poética y su guitarra chuncanita. Pero no es el único. Si andan por Cosquín no dejen de visitar el patio de la Piry, pregunten y lo van encontrar seguro, no tiene dirección, tiene camino.

Romina Freschi

(poeta y docente)

Al pensar una relación de mis lecturas con el macrismo, aparecen tres relecturas, hechas en escenas muy diferentes pero que hoy se me relacionan.

 

La primera, El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde,  que elegí junto a otros cuentos para leerle a mi hija al irnos a dormir. Le enseñé a ella el humor y la ternura ineludibles de Wilde, y me encontré nuevamente fascinada pensando en las relaciones con el manifiesto comunista y el modo en que Wilde ironiza sobre el avance cultural, territorial y económico que Estados Unidos ya realizaba con tenacidad y consistencia, a finales del XIX. Wilde reconoce el fantasma del capitalismo salvaje construido sin aura alguna y pone en escena esa pérdida en un fantasma como alma en pena que desaparece en manos de una novia virginal y americana.

 

La segunda,  La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica, ensayo de Walter Benjamin, donde justamente se describe la pérdida del aura en las artes audiovisuales y se devela al cine como industria de penetración cultural paralela a la guerra como industria de penetración territorial. Las relaciones de producción desligan al humane de la relación con otre; el artista se relaciona con máquinas, así como el político y el estadista. Utilizo este ensayo en los cursos que dicto en la carrera de Cine de Animación.

 

Por último, me he visto releyendo a Federico García Lorca, gracias a la reciente edición de The Lorca Sessions, de La Flauta Mágica (2019).   El Lorca que aquí se compila – poemas y conferencias – me devolvió a la misma atmósfera de la que hablan Wilde y Benjamin. El poeta en Nueva York no cesa de asombrarse y dolerse de la relación con la maquinaria que deviene horizonte. El duende no puede salvarlo, pero emerge siempre, cual fantasma en la máquina.

Valeria Sager

(profesora de Literatura en la Facultad de Humanidades de la UNLP)

.“Aire”, la canción de Manuel Moretti, en su versión solista grabada en La mañana del aviador sonaba sin parar en mi cabeza los días que siguieron al diez de diciembre de  2015. El año en el que salió, 2002, lo compré en una feria de discos independientes en el Centro cultural Malvinas, ese también había sido un año desahuciado como de intemperie. En el cierre de la feria, Manuel tocaba en el salón más grande del lugar con poca gente, solo con su guitarra y esa voz que a veces me retumba adentro como si estuviera toda hecha de sonidos graves y melancólicos.  El día que Cambiemos ganó las elecciones, mi hija se había quedado dormida en el auto, mientras la despertaba con un nudo en la garganta y en los ojos, sonaba ese pedacito que dice: No tengo nada que hacer, país no da para más.

 

.Me encantan las historias en capítulos, soy una irredimible lectora de novela, el cuento leído de un tirón y sin continuidad me deja vacía. Como si creyera que en la prospección de la novela; que allá, más adelante, puede llegar lo mejor. Mirados los últimos cuatro años desde el presente se renueva esa idea pero no borra lo anterior. En general, no busco un estilo. Lo que busco es una historia inmensa, casi épica y una forma rara, la historia de un tiempo único o de un lugar o de un tipo de personajes. Una historia con un narrador fuerte o una cámara insistente que busca siempre el mismo punto y ahí va. Con una narración, si no, que aunque no tenga voz en off, la tiene para mí y escucho el sonido de lo que me cuenta, de ese mundo en el que insiste para que aparezca ahí. Cuando eso está, la narración puede o, diría, debe leerse en el interior de una obra, de algo más grande que convoca a que cada relato que se agrega vuelva a desplegar otro pedacito de lo que ya estaba. Algunas narraciones sin embargo son en sí mismas el nudo de una gran obra. Grandes esperanzas, Mansfield Park, 2666, Historia universal de la infamia. En cine el placer que me da meterme en eso casi solamente lo logro con los  hermanos Coen y acá, en la otra orilla, con Llinás. La balada de Buster Scruggs  (2018) me capturó una vez más y fui muy feliz suspendida en lo que cuenta.         

 

.En agosto de 2000. En un debate sobre el Nuevo cine argentino que publicó Punto de vista, Alan Pauls decía que lo nuevo de aquellas películas como Silvia Prieto o Mundo grúa fue que evidenciaron que pensar el cine y la forma era pensar al mismo tiempo la producción, que si se planeaba una película cara y se hacía en los 2000 de Argentina, el resultado sería como lo había sido en el cine anterior, un conjunto de películas acomplejadas. El binomio entre forma y producción, algo que se evidencia también en las vanguardias por ejemplo, funciona como concepto ineludible para interrogar la producción de libros, de películas y de obras de teatro tanto como la diseminación de editoriales y producciones independientes en aquellos 2000 y en estos 2015-2019. En el eco del comienzo de siglo en el que se formaron los más jóvenes entre quienes escriben, actúan, dirigen o producen arte ahora, algo de eso que dice Pauls se hace nítido. Las cuatro obras de las Piel de Lava, Neblina, Tren, Colores verdaderos y Museo que publicó Entropía en 2015, siguen esa línea construyendo escenarios demolidos con una forma magistral que parece cavar en esa demolición.         

Emiliano Gambarota

(sociólogo)

Las canciones de Paula Trama con su grupo Los Besos. Se quedan con todo el ardor lírico que hace un poco de ruido en poemas. “Confieso que calé/tu nombre en el parquet.” Buceando se descubre que hacen una versión de un clásico de Johnny Cash que se sostiene en la genialidad de la traducción libre. Cantando me hace acordar un poco a PJ Harvey pero sin un gramo de pose rockera rompecorazones de chabones ya.

 

Sanmierto (sic) de Emilio Jurado Naón, o mejor dicho la lectura de unas pocas páginas de ese libro que el autor hizo para presentarlo en la sala de estar de un departamento por escalera en el Abasto. El antiguo idioma sarmientino tensado como una cuerda sardónica luego de haberla hecho serpentear para que así resuene musicalmente en los oídos poco entrenados de estos días.

 

La revista en papel de poesía Rapallo que ya lleva cinco números. Nuevos poemas democráticos, entrevistas (a Mercedes Cebrian, Germán Carrasco, Julián Herbert) y ensayos. Un lugar con criterio para que los nuevos publiquen sus cosas sin apurarse a sacar un libro que luego querrán quemar.

Laureana Cardelino

(docente y poeta de La Plata)

Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Varios íconos del ser argentino o del ser argentino en la literatura argentina están destrozados y desplazados en esta novela. El relato de un gaucho quedó atrás, sale la voz y la experiencia de un personaje que parece de otro libro (el Martín Fierro de Hernández) pero no lo es. Este es un personaje que recorre la Pampa de una manera novedosa, con un paisaje que está siempre latiendo detrás de su deseo, algo que comienza a descubrir en cada paso. El lenguaje es disruptivo, mezcla tradiciones, maneras de decir y de amar, de conocer el sexo y el placer lésbico. La novela propone una salida a la opresión a través de la aventura y el delirio. Es un libro que pone en escena lo que estaba ausente, lo saca a la luz y le da una voz potente. Es un libro necesario.

Los fantasmas de mi vida, de Mark Fisher. Todo el catálogo de Caja Negra constituye una resistencia al neoliberalismo y al capitalismo en general, con autores y textos clave. Elijo este libro de Mark Fisher porque me ayudó a pensar mis propios procesos de pensamiento y creación, mi propia experiencia de sentir, y cómo ubicar la angustia frente a una realidad monstruosa. Son artículos sobre música, literatura, películas, política, sociedad, filosofía, educación. Una mirada lúcida sobre la locura y la depresión y un análisis certero del contexto de la Inglaterra de Tatcher y los años siguientes. No es difícil de equiparar a la situación de Argentina. Su idea del futuro en el pasado y la aniquilación de la esperanza captó esa angustia que sentimos.

La música de Seba Rulli. Gran cantautor platense de sensibilidad, calidez y voz incomparable, lírica y hermosa. Músico, poeta, amigo, también conocido como Sâr Rulli, Saturno o Bardolfo. Se lo podía ver con una pluma en la mano mientras recitaba o cantaba una canzoneta italiana, también con su guitarra conduciendo a la audiencia a una experiencia colectiva auténtica, riéndose ante los baldazos de agua y los petardos que un vecino enfurecido (tal vez macrista) arrojó mientras tocaba en una terraza grande repleta de gente, frente al Teatro Argentino. Compartimos varias fechas con Recital de Poesía Las Pibas (colectiva de poetas que integro) lo invitamos a tocar y pasamos noches muy mágicas. Era nuestra resistencia estar produciendo y girando. Seba era y es nuestro poeta músico favorito y lo extrañamos mucho. Se suicidó en el invierno de 2019.