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CINE

JULIA ROSEMBERG


El joven Karl Marx (2017)
de Raoul Peck

    

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     Los aniversarios redondos suelen motivar homenajes. Y en el siglo XXI, dispositivos digitales mediante, una de las formas más recurrentes de canalizarlos es la de los audiovisuales. En 2017 fueron el centenario de la Revolución Rusa y los 150 años de la primera edición de El capital, el año siguiente fue el bicentenario del nacimiento de Karl Marx y se cumplieron 170 años de la publicación de uno de sus textos clave: el Manifiesto Comunista. En este contexto salieron numerosas producciones que rememoran aspectos de lo que podríamos englobar bajo la palabra comunismo: la polémica serie que hizo un canal de televisión ruso sobre León Trotsky luego subida a Netflix, una muestra alemana sobre la vida cotidiana en la RDA, hasta dibujos animados chinos sobre la vida de Karl Marx. ¿Volvió el fantasma en formato 2.0?

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     En 2017 se estrenó una película titulada El joven Karl Marx. Su director es Raoul Peck, nacido en Haití, donde fue ministro de cultura en los 90 durante el breve gobierno de Rosny Smarth. Pero buena parte de su trayectoria la recorrió en Europa: estudió en Alemania y en la actualidad vive en Francia donde dirige una escuela de cine. Una de sus películas estuvo nominada al Oscar, el documental No soy tu negro, basada en el intelectual afroamericano y homosexual James Baldwin quien tuvo al racismo como el eje principal de su pensamiento. Dato de color: en esta película aparece de manera muy breve Barack Obama luego de un fragmento de entrevista a Baldwin donde dice que espera que alguna vez haya un presidente estadounidense que sea negro. No sabemos de todos modos qué habría pensado Baldwin de Obama, murió en 1987. Estas dos películas de Peck fueron hechas con una distancia temporal casi minúscula. Sin embargo la diferencia entre ellas es grande y no sólo porque una es ficción y la otra documental. Mientras Peck leyó desde muy chico a Baldwin y lo menciona como una de las lecturas que marcaron su vida, cuenta que conoció a Marx ya de grande, gracias a la universidad alemana en donde se lo enseñaron “de una manera nada dogmática, sí muy académica”.

     El joven Karl Marx aborda un momento recortado de la vida del pensador alemán, aquel que va de 1843 a 1848, cuando tenía de 25 a 30 años. La trama, centrada en él, permite que se lo enaltezca aunque sin exageraciones, no hay épica, más bien la apuesta es “humanizar” al personaje. En cambio, el que será su compañero de aventuras es retratado con una pizca de sorna: un jovencito rico que sostiene a Marx. Nos referimos a Friedrich Engels. Son los inicios de esta dupla lo que registra la película, cómo comienza esta sociedad y activan políticamente a la par del trabajo intelectual. En las últimas escenas emprenden un nuevo desafío, el de escribir un manifiesto, hasta ahí llega Peck. Todo esto es narrado bajo la pretensión de realizar una reconstrucción exigente y atada a los hechos. La ropa, los muebles, el vocabulario, todo está en función de trasladar a los espectadores a mediados del siglo XIX. A priori parecería no haber marcas del presente, o si las hay, son difíciles de detectar. Quizás una de ellas sea, feminismo en alza mediante, la importancia que se le da a Jenny, la mujer de Marx, una figura que suele pasar desapercibida. Pero más allá de eso, a diferencia del juego planteado con Obama en el documental, en esta película se busca una narración desligada de todo tiempo posterior, de todo anacronismo. “Políticamente no ha pasado nada importante después de Marx” dijo el director en una entrevista y ese parece ser el espíritu de la ficción. Como no ha pasado nada importante en este siglo y medio, nada que valga una relectura siquiera, hay que volver a él. Un volver sin mediaciones que da como resultado un Marx que le habla a un mundo que ya no es -exactamente- el nuestro, el del trabajo clásico, la fábrica en donde patrones están frente a frente con sus explotados. Es ahí donde el marxismo se mueve como pez en el agua, ninguna pista o guiño acerca de cómo eso se articula con el presente de precarización, de burnout o de liquidez laboral y, porqué no, de clase. El joven Marx de esta película parece no hablar nuestra lengua. ¿A qué sujeto se dirige Peck? Al borde de la reliquia. (…Peck, al borde de la reliquia?).

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     En este sentido, sin buscarlo, la película plantea un dilema que tiene que ver con la forma en que está narrada, con su estética, con su planteo lineal y recortado. A 200 años del nacimiento de Marx, ¿cómo sería justo recordarlo? ¿Cómo debería ser una película que le haga justicia a semejante figura? La de Peck es una película que en el sentido formal podríamos decir que es correcta, incluso de baja intensidad. ¿Cómo se retrata a una persona que lo revolvió todo? Las viejas tensiones de conjugar forma y contenido. Hay un antecedente en donde la preocupación por esta pregunta es central, y estuvo como podía esperarse, ligado a las vanguardias estéticas. Sergei Eisenstein, el director de cine soviético, comenzó a armar una película sobre El Capital que nunca llegó a realizar. A partir de sus notas, Alexander Kluge, director de cine alemán, hizo en el 2008 un trabajo colosal titulado Noticias sobre la Antigüedad Ideológica: Marx-Eisenstein-El Capital. Se trata de una película de 9 horas (!) en donde hay un intento estético y de contenido de releer a Marx, que también busca sacudir el género cinematográfico. Ahora bien, se trata de una apuesta destinada a ser vista casi exclusivamente por cinéfilos. Lejos quedó la voluntad de masividad de Eisenstein. Pero también lejos de la lógica Netflix y el consumo de plataformas.

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     Si algo nos permite pensar esta película no tiene tanto que ver con su trama o con su estética, sino con el hecho mismo de que haya tenido lugar. Nos devuelve una pregunta acerca de por qué en los últimos tiempos hay un creciente interés por Marx, que no es sólo de los sectores clásicos, los ligados al pensamiento de izquierda. Una sumatoria simbólica: entre numerosas publicaciones, el diario británico London Times en el 2008 titulaba una de sus notas “Ha vuelto” en referencia a Marx, en Alemania El Capital aumentó sus ventas y llegó a estar entre los libro más vendidos. Hasta el entonces presidente de Francia Nicolás Sarkozy y el Papa Benedicto XVI refirieron de alguna manera al pensador alemán. Si en 1989 Fukuyama y su fin de la historia habían decretado la derrota final del marxismo, y la larga década de los 90 parecía confirmarlo a cada momento, ¿desde cuándo podemos ubicar este retorno a Marx? Sin dudas la fecha clave, lo detectó Eric Hobsbawm antes de morir, es el 2008 y la nueva crisis global del capitalismo. ¿Por qué se dio este regreso? Por empezar hay que volver a 1989: a partir de ese año el comunismo dejó de ser el peligro tan temido. Bajo el reino sin sombras del capitalismo feroz del siglo XXI, Marx ya no es el gran ogro. Se puede volver a él sin amenazas. Pero hay algo más. En la que será una de sus últimas entrevistas, Hobsbawm dice que Marx es retomado post 2008 por sus aciertos en la lectura económica. Porque está claro que si no se cumplió con la derrota del capitalismo en pos de una sociedad más igualitaria tal como auguraban algunos de sus textos, sí se cumplieron muchos otros de sus análisis. Fundamentalmente que el capitalismo es inestable, que tiene crisis cíclicas, cosa que durante la hegemonía del extremo mercado de los ’80 y ’90 era inconcebible. Entonces, el 2008 como el nuevo 1929: una crisis económica que dispara profundos cambios políticos, culturales y sociales.

     Volviendo a Peck, comenta en una entrevista realizada el año pasado que “hace diez años el mundo tenía una especie de tabú hacia todo lo que era Marx, el comunismo, la lucha de clases. Y si abrías la boca, tú eras un extremista o alguien que estaba en contra de la democracia (y había insultos). Pero eso cambió hacia 2008, cuando la crisis financiera: muchas revistas económicas, incluso las más conservadoras, como The Economist, incluyeron a Marx en su portada. Lo que había comenzado para mí como un proyecto muy complicado, de repente, era realista”. El 2008 y su crisis económica, entonces, permitió esta vuelta a Marx. Sólo que parece ser una vuelta con un potencial discutible, herbívora. ¿Podrá ser consumido por el propio capitalismo como una mercancía más? ¿Estará su cara en todas las remeras? O, de otra manera pero parecido: caída la posibilidad de una concreción política que lo llene de barro, ¿se convertirá en pura erudición academicista?

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     El joven Karl Marx parece ir a tono con la tendencia de la izquierda en el mundo de encerrarse en una profunda nostalgia que le impide ya no imaginar futuros sino siquiera pensar el presente. Así, el pasado no tendría fuerza alguna, imposibilitado de conectar con fuerzas que lo activen. Pero siempre hay excepciones. A lo largo del 2018 desde la vicepresidencia de Bolivia se organizaron numerosas actividades para conmemorar el bicentenario de Marx. Entre ellas la reedición de los apuntes del pensador alemán sobre la comunidad agraria andina, y se realizaron una gran cantidad de charlas, una de ellas titulada “por qué un joven de 20 años debe leer, hoy, a Carlos Marx” llevada a cabo por Álvaro García Linera. Además, se organizaron proyecciones gratuitas de El joven Karl Marx en distintos puntos del país andino. La experiencia de los gobiernos populares de los últimos años de América Latina da cuenta de que lo que se emprende en esta nueva hora de pura hegemonía capitalista es tan frágil y requiere de tanta creatividad que nada del pasado de los vencidos puede darse por muerto o, en su versión siglo XXI, convertido en consumo 2.0.

JULIA ROSEMBERG

Profesora de historia en la Universidad Nacional de José C. Paz.