HISTORIA/HISTORIOGRAFÍA
ROBERTO PITTALUGA1.
“Tiempos difíciles” es un nombre literario, el de una novela por entregas debida a la pluma de Charles Dickens a mediados del siglo XIX, esa época de cambios fundamentales que llamamos revolución industrial. Resulta por ello muy apropiado para referirnos a estos tiempos, los que transitamos, dado que los paralelismos entre ambas épocas son innumerables. En estos, nuestros hard times, los regímenes de producción subjetiva tienen una capacidad configurante de profundidad inédita moldeando al sujeto en sus automatismos en los tres planos de su racionalidad, su sensibilidad y su vitalidad. Asimismo, los modos de explotación y dominación del capitalismo del nuevo siglo, plasmados —sobre todo aunque no sólo— en las nuevas tecnologías y diseños algorítmicos, reencauzan por cortes y repetición los flujos colectivos hacia una existencia vivenciada en insularidad, reconvirtiendo la pulsión deseante del colectivo en consumo mercantil del individuo.
Destaco dos aspectos, en relación a nuestra conversación. En primer lugar, que no son pocos quienes piensan que asistimos a un cambio en la temporalidad histórica, sostenido en la preeminencia de un régimen presentista que devalúa la relevancia del pasado. Si bien es posible matizar estas aserciones, o incluso dudar de ellas, de todos modos parecen confluir una decadencia extrema de la experiencia con un culto a un tipo de incertidumbre paradójicamente anclada en la novedad de siempre-lo-mismo.
En segundo lugar, que asistimos a una degradación, también extrema, de la palabra como régimen de subjetivación y de representación, sustituida por operaciones digitales, del dígito, con sus evidentes consecuencias en términos intelectuales y corporales, racionales y sensibles. Y si asistimos a una época en la que urge discutir lo humano mismo y someter a la crítica divisiones clásicas entre humanidad y naturaleza (¿pues, dónde termina un cuerpo, siempre situado?), discusiones en las que las llamadas humanidades deberían tener mucho para aportar (pero empezando por un autoexamen crítico), nuestras habituales formas de intervención por la palabra parecieran ser impotentes ante los modos de ejercicio del poder en la actualidad.
Destaco estos dos aspectos epocales porque me parece que ayudan a pensar ese diagnóstico que es casi un programa —para mí ineludible, aunque admito que puede ser mi obsesión— que Fredric Jameson formulara en 1994 en Las semillas del tiempo: “Parece que hoy día nos resulta más fácil imaginar el total deterioro de la tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo; puede que esto se deba a alguna debilidad de nuestra imaginación”.
Debilidad de la imaginación, incapacidad para proyectarnos más allá del continuum del presente, para pensar(nos) contemporáneamente, es decir —cito a Giorgio Agamben— a la vez adheridos y desfasados de este tiempo, sin concordar plenamente con él. Tal vez recuperar la imaginación, y con ella el futuro (como ruptura del presente, no como su continuidad) requiere ese ser contemporáneo que, en tanto desfasado, puede fijar su mirada en las oscuridades de nuestros tiempos difíciles.
2.
En la Argentina de hoy —pero es extensible al orbe— la lengua política es de baja intensidad. La historiográfica, ¿qué volumen alcanza?
En la década de 1990 no pocos intelectuales —historiadores— constataban que, incluso en las formaciones contestatarias al menemismo, ninguna discusión política apelaba a insumos históricos, tenía a la historia como capital simbólico, o creía que la historia aportaba inteligibilidad política. Reflexiones semejantes sobre esta misma incapacidad de la historia para aportar en el debate público encontramos en las disertaciones de Alejandro Cattaruzza y Elías Palti para el panel inaugural del ciclo “¿Historia para qué? Revisitas a una vieja pregunta” que organizan Jorge Cernadas y Daniel Lvovich por 2005 y que se publica un lustro después. Aun en 2007, en un preseminario del programa “A 30 años del golpe”, del Ministerio de Educación de Nación realizado en San Salvador de Jujuy con profesores y estudiantes de Institutos de Formación Docente del Noroeste, la proyección del film Tosco, grito de piedra suscita tanto asombro como protesta por el tardío conocimiento de ese pasado que se le había sustraído a las luchas piqueteras de Tartagal, Mosconi, Libertador Gral. San Martín, entre muchas otras.
Pero esta última, entiendo, es ya una escena dual: estábamos ahí para discutir a 30 años del golpe el pasado de las luchas obreras; y podríamos intuir que se trata del momento del encuentro entre una experiencia política de lucha popular con su tradición más propia, aunque tiendo a pensar que el film oficia de reconocimiento de una tradición no escrita pero actuante en la misma experiencia piquetera. Por eso, probablemente, y por el “acontecimiento 2001”, Javier Trímboli decía que desde 2003 —y hasta 2015 al menos— los temas de historia no dejan de circular, y no sólo los de “historia reciente” o del siglo XX, también el siglo XIX parece dar sentido a la vida común. Inmensidad de las multitudes del Bicentenario; aunque no estén claros sus significados, parecieran, esas muchedumbres ir al encuentro de su propio film, así como las piqueteras de Tartagal se reconocieron en la vida de Tosco. Y sin embargo, recuerdo el reproche de Beatriz Sarlo en un programa televisivo porque para los relatos del Bicentenario no se había convocado a los historiadores profesionales, académicos. Más allá del equívoco de Sarlo —sí, había historiadores— ¿qué significaba su queja? En el manifiesto-programa del PEHESA de 1982, las raíces de la democracia a la que se pretende fundamentar históricamente en esa hora de expectativas, omiten las experiencias del primer peronismo y la efervescencia política y cultural de los 60 y 70. El campo académico de la historia en Argentina, en esos años de su renovación —las dos décadas que reseña elogiosamente Roy Hora en 2003, en las páginas de Punto de Vista, y unos años antes Luis Alberto Romero en Entrepasados— no se interrogó suficientemente —no desplegó un programa de estudios al respecto— sobre el territorio político en el que tal renovación tenía lugar; es más, en muchos casos, sus principales figuras se opusieron abiertamente a lo que emergía bajo el impreciso pero fructífero nombre de “historia reciente”. Precisamente este surgimiento brinda algunas pistas para pensar el tema de esta presentación, pues la “historia reciente” se produce en un escenario en el que dialoga —no sin conflicto, claro está— con una pluralidad de construcciones de sentido histórico y de la legitimidad de la posición de enunciación historiográfica, en una suerte de hibridación que alcanza tanto a las manifestaciones escriturarias como a la posición del sujeto cognoscente, pues la transdisciplinariedad y la mezcla entre tradición académica y producción testimonial se despliegan en una reformulación de la praxis historiográfica, desplazada del tradicional lugar institucional hacia una ubicación en contigüidad con los movimientos sociales —principalmente el de derechos humanos—, protagonistas indudables de la emergencia de la historiografía sobre lo reciente.
3.
A diferencia de esa experiencia, hoy resulta más improbable, o más difícil (tiempos difíciles) encontrar los espacios para ese diálogo inmersivo entre lo que resta de las expresiones del movimiento popular y la historiografía, cada una con sus dificultades propias. Igualmente, me parece que en ambas gravita la derrota, la específica de la Argentina, la global de las distintas variantes de lo que, genéricamente, podríamos llamar socialismos. Y la derrota tiene alcances epistémicos y sensibles, además de políticos. No concierne sólo a la pérdida, sino también al botín: hoy, lo alternativo, lo independiente, no emerge como real confrontación a lo establecido pues la ecuación entre crítica e integración ha sucumbido a la captura y encauce preventivos del deseo, de las aspiraciones y de las expectativas por parte del capitalismo en su fase neoliberal.
Joan Scott leía el texto de Francis Fukuyama, El fin de la historia, así como otras experiencias vinculadas a la memoria y a la historia en Estados Unidos, como síntomas de un pueblo que se ha resignado, que ha dejado de luchar. León Rozitchner insistía en que cuando un pueblo no lucha, la filosofía no piensa. Reflexiones que podríamos reformular: cuando un pueblo lucha, piensa y —hoy especialmente, en estos tiempos difíciles— cuando piensa, lucha.
Pero, ¿se puede pensar una historiografía a la altura de estos tiempos difíciles? ¿Una historiografía que acompañe, que colabore, que se hibride, que sea parte de la emergencia de un movimiento popular? ¿Cómo pensar y hacer una historiografía crítica en una época con casi ningún debate de fondo? Y una pregunta probablemente anterior, ¿dónde anidan las políticas de la historia, sino en la historia misma, aunque más no sea en la de las esporádicas sublevaciones —desde el más mínimo gesto de evasión hasta el movimiento de protesta más multitudinario— contra las repeticiones del mandato del orden?
Tal vez un camino sea el de abandonar temporalmente la Historia, con mayúsculas, dejar a un lado el gran corcel blanco, y pensar desde las historias, a lomo de las mulas de las —lo digo adrede— pequeñas historias. Tal vez se trate de escribir las experiencias históricas en sus singularizaciones y, en todo caso, reconstruir desde ellas una totalización histórica que de ese modo no las asfixiaría en alguna homogeneización universalizante —en “la escala” que fuere. Lo que implica atender a la variedad de modos escriturarios, no sólo el de la formalización académica. Como se ha dicho, la forma expositiva no es una capa que recubre un contenido que sería lo histórico, sino que las operaciones narrativas forman parte de la producción de saber. ¿Cuál es, entonces, el lugar de la dimensión literaria, escrituraria de la historia, su tomar figura, si se atiende a las experiencias singulares? Y aun, ¿no deberíamos apostar a reconfigurar la “operación historiográfica” de la que hablaba Michel de Certeau en una fábrica social como entramado entre distintas experiencias, organizaciones, instituciones y no sólo compuesta por las instituciones académicas, lo que exige también un cruce de registros diversos, atendiendo a la proliferación de estilos, de modalizaciones narrativas pensadas en función de las historias que se cuentan?
La historia y la memoria importan en tanto modos de encontrar y rescatar en el presente el pasado del cual el orden dominante quiere definitivamente escindirnos. Tarea de rescate de actos y palabras, incluso en las operaciones de su supresión. Actos y palabras necesarios para desbloquear un presente eternizado, en una época de enorme adversidad, tiempo en el que la palabra, como decía, se degrada aceleradamente. La historia, entonces, como actualización, y no como actualidad, que es estar acorde a estos tiempos. Decía Friedrich Nietzsche en las Consideraciones intempestivas: “Esto, mi profesión de filólogo, me da el derecho a decirlo: porque no sé qué sentido podría tener la filología hoy, sino el de ejercer una influencia desactualizada, es decir proceder contra el tiempo, es decir, sobre el tiempo, y esperemos que sea en beneficio del tiempo por venir”.
Precisamente porque su tarea no es ofrecer algo actual sino actualizar esos pasados elididos, la historiografía puede aportar a la recuperación de la expectativa, colaborar en los trabajos por un futuro, siempre y cuando tome a su servicio a la poesía —que nos reencontraría con la imaginación que nos orientaría en estos oscuros tiempos, pues como decía Charles Baudelaire, la imaginación es la que nos enseña las relaciones secretas entre las cosas. Relaciones entre actos y experiencias de distintas épocas, aplicándoles toda nuestra imaginación para producir fisuras en estos tiempos difíciles.
En su libro Sublunar, Javier Trímboli se interrogaba por cómo sobrevive un revolucionario sin revolución. Tal vez como decía Alberto Pérez en 2014, en un panel sobre historia reciente en FaHCE-UNLP: “en cada nuevo escenario histórico debemos estar a la espera de desarrollar una historiografía que sostenga el empecinamiento por conservar viva la lucha que otros perdieron para intentarlo nuevamente”. Se trata de un empecinamiento que precisa asentarse en una epistemología de los derrotados, de los vencidos de hoy entendiéndose con los de ayer.
5.
Días atrás, cuando María Silvia nos escribe para intercambiar opiniones sobre este conversatorio, acordamos en presentar, cada uno, algo corto y polémico, con la intención de iniciar un debate. Provocar el debate, es lo primero que se me vino a la cabeza.
Esta vez me quedé pensando que, en estos tiempos difíciles, la provocación es un recurso de los poderosos, el poder se presenta provocadoramente con la intención de ofender, de causar ira, enojo, daño. Y esa es una de las acepciones de provocar.
Por eso, de nuestro lado, se trata, contrariamente, de ser fiel a esas otras acepciones que a partir del sentido del vocare, de la vocación, de la llamada, logran aunar el despertar del entusiasmo, de la creación y del deseo. Una llamada, una voz que también derivó históricamente hacia el griego epos, el relato, la narración. La provocación orientada a propiciar la reunión, el encuentro, un entre muchos y muchas, que nos permita relatarnos y debatir sin ofendernos, sin daño, y sin cerrar nuestros oídos a la discusión, a los enfoques contrapuestos, y que por ello sea efectivamente una llamada, una unión de epos y eros. Esa provocación no puede ser asunto de uno solo. Como en la historia que se narra, requiere de una escucha que la reciba. En los tiempos difíciles, provocar es para nosotros generar ese intervalo, ese encuentro, un entusiasmo donde inicialmente no se manifiesta; porque la historia no es sólo lo que escribimos sino cómo eso que escribimos puede instalarse en un movimiento real, y cada cual embeberse del otro. Provocar ese entusiasmo que no apunta a que nos reunamos en una identidad confortante como placebo sino a instalar ese intervalo tenso que exige entonces atención. Espero al menos haber logrado eso, la atención, que al decir de Simone Weil es un estado de apertura y de disposición.
Presentación en el Conversatorio “La Historia en tiempos difíciles”, V Jornadas Nacionales de Historiografía organizadas por Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 23 de mayo de 2025. Algunas pocas líneas de este texto se publicaron en las actas de las jornadas de historia reciente de 2023.
Es profesor en la UNLP, en la UNLPam y en la UBA. Sus temas de investigación cruzan las problemáticas de la memoria de los sectores subalternos con las reflexiones sobre las formas de escritura de la historia. Entre sus libros se encuentra Soviets en Buenos Aires (2015).
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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