En un spot para Fernando de la Rúa. en 1999, se pone en escena a una niña con guardapolvo blanco. La cámara se le acerca y responde a las preguntas de su maestra: ¿por qué el pueblo es pobre? “Y… por los corruptos” ¿Y qué son los corruptos? “Son los que le roban la plata a la gente”. Entonces, ¿qué necesita la Argentina? “Y… un presidente que no sea corrupto”. Cierra: el sello de la Alianza sobre fondo blanco. Esa campaña tenía como objetivo la victoria que De la Rúa obtuvo en octubre, pero, ante todo, la necesidad de que se produjera sobre el montaje de una moral progresista que sepultara definitivamente al peronismo. Unos meses antes, en mayo del ´99, un viejo dirigente sindical, a contramarcha de esa condena sobre la historia, presentaba su libro: El Cordobazo organizado. Se cumplían 30 años de aquella gesta popular de la que Elpidio Torres había sido principal protagonista y de la que el peronismo era una de sus claves interpretativas. Ninguna de las dos cosas había sido realmente reconocida.
El libro está dedicado “a todos los Trabajadores Mecánicos, con los cuales escribimos la historia del Cordobazo”. A Torres, secretario general del SMATA entre 1958 a 1970, le interesa dirigirlo a los trabajadores de una industria que se desguaza día a día en los noventa, pero en el mismo giro le importa identificar, desde el comienzo, quiénes son los que escriben la historia. Disputar la escritura como territorio obrero, no solo a través de la acción política colectiva, sino también con un libro, labor que no parecía contarse entre las tareas naturales a las que debía signarse la “terrible burocracia sindical argentina”.
Un gesto plebeyo y altanero que podemos inscribir en la tradición fundamental que cuenta con el dirigente sindicalista de la industria de la carne, Cipriano Reyes y su libro Yo hice el 17 de octubre. Este como aquel se escriben muchos años después de consumados los hechos que relatan, bajo la necesidad de realizar un homenaje y un desagravio. El de Reyes es un desagravio frente al jefe, al lugar que Perón les asignara a los que organizaron el acontecimiento que logró reunir una multitud en Plaza de Mayo. El de Torres es también un desagravio, similar, aunque por distintos motivos: “me decidí a escribir… por estar cansado de leer «patrañas» de aquellos que jamás se despojaron de su orientación política”. En los noventa (y quizás aún hoy), la memoria sobre el Cordobazo estuvo hegemonizada por algunas tendencias de izquierda y reconstrucciones académicas (preocupadas por contar con su propio Mayo francés) centradas en la figura de Tosco y en la unidad obrero-estudiantil como única matriz explicativa. Y lo que Torres anota es que se había dicho muy poco “del decisivo accionar de los trabajadores y particularmente del SMATA Córdoba”. Desagravio, ante todo, de un sindicato. Y homenaje a Máximo Mena, metalúrgico, afiliado a SMATA, estudiante, “el primer mártir del Cordobazo”. Una insistencia de la memoria sindical, vinculada con la lucha, pero también con el trabajo: a los que pusieron el cuerpo.
Reyes desde los frigoríficos de Berisso. 1945. Torres desde las plantas automotrices de Santa Isabel. 1969. La relación entre estas fechas es central en el libro, en gran medida por su propio recorrido biográfico. Torres recuerda que, con dieciséis años y siendo empleado de una pensión, decide participar en la réplica cordobesa del 17 de Octubre, un día después, en la movilización comandada por el brigadier San Martín, junto a los trabajadores de la Fábrica Militar de Aviones. Participa y pierde su trabajo. Una marca de iniciación, de toda una generación.
Su reconstrucción del golpe del ´55 es otra clave del libro y desagravia su segunda identidad, la provincial. Me causa gracia, dice, que se hable de la “Córdoba heroica”, cuando lo que decide el triunfo de los rebeldes es la traición que sufre Perón por la Junta de los generales y la amenaza del almirante Rojas de bombardear Buenos Aires. Torres cuenta que el 16 de septiembre llega a Alta Gracia –donde vivía– el general Morello, al mando de las tropas leales que habían logrado salir de la ciudad de Córdoba. Se instala en la jefatura de la policía y el edificio es ametrallado por aviones rebeldes. Morello dispone trasladarse, a campo traviesa, hasta la localidad de Anisacate, donde instala un campamento difícil hoy de imaginar. Allí Torres participa en una reunión junto a un grupo de generales, en la que se planifica la recuperación de la ciudad de Córdoba. Ésta finalmente no se desarrolla, pero la escena se borra por completo de nuestras crónicas. Consumado el golpe, Torres sería encarcelado durante seis meses. De aquellas jornadas quedarán las marcas de la persecución y un aprendizaje intenso de ese joven entre generales. Después de todo, hay una relación de familia: me refiero a las formas orgánicas, entre los generales de un Ejército y los secretarios generales de un sindicato. Un periodista del Cordobazo llamaba la atención sobre la formación en escuadra de las columnas del SMATA. Los obreros marchando le hicieron recordar a los viejos regimientos de soldados cuando se dirigen a un enfrentamiento. No otra cosa estaba sucediendo. Los trabajadores salían a cobrarse los golpes recibidos durante años por la represión del Estado.
Al poco tiempo de ser liberado, Torres ingresa a Industrias Kaisser Argentina (IKA) y lo destinan a limpiar zanjas de desagüe. No le gusta nada y al rato pasa a la línea de montaje como operario. Torres, que había sido aprendiz de jardinero, vendedor de diarios, lustrador de zapatos, obrero de la construcción y peón de campo, se detiene una y otra vez sobre el trabajo -lo que produce un calvario, lo que dignifica-, sabe que allí se explica algo de la fuerza y el carácter de su acción política. Su primera actividad sindical se inicia por un hecho trágico: “un grave incidente en la planta de prensas, produce la muerte del compañero Rubén Pereyra. Propicié el abandono del sector para concentrarnos al frente de las oficinas de la gerencia… Luego se dispone realizar una caravana hasta el domicilio del compañero fallecido, en Pueblo Güemes. La caravana estaba compuesta por cientos de motocicletas. Fue realmente triste y emocionante abrazarse con los Padres”. El vicepresidente de Bolivia, García Linera, nos dice que durante el siglo XX, lo único permanente en las luchas desplegadas fue el sindicato: “mientras los pequeños partidos y los caudillos se disuelven ante las primeras balaceras, el sindicato está ahí para proteger a las familias, para hacer conocer lo que pasa en otros campamentos, para enterrar a los muertos”. La frase sintetiza de algún modo nuestra resistencia peronista. El propio Torres describe la blandura de los dirigentes partidarios que “se mandaron a los «cuarteles de invierno» y no asomaron la cabeza para enfrentar a Onganía”.
En las pocas semblanzas escritas sobre Torres, como la de Luis Bruschtein en Página/12 en ocasión de su muerte, se lo sigue caracterizando como representante del sector no combativo del sindicalismo argentino. Y lo de Bruschtein no es una excepción, sino la regla. De un modo u otro, se ha desdibujado la figura Torres, lo que demuestra un desconocimiento de la clase obrera argentina, su experiencia acumulada, los tiempos y las formas de sus luchas. ¿Dónde y cómo se expresa la vanguardia de la vida subalterna? Una dificultad nos habita al identificar dónde se libran los combates decisivos de la vida colectiva y quiénes garantizan las fuerzas que los desatan.
Torres repasa su ascenso sindical hasta erigirse en secretario general; su contribución como miembro de las 62 Organizaciones –no dejará pasar su amistad con Vandor, que le valió el apodo de “Lobito”–; también, contará su participación en la delegación que se entrevistó con Perón en el ´64 para coordinar la “Operación Retorno”. Sin embargo, siempre restablece su propio terreno, el sindical, como escenario principal. Durante la proscripción del peronismo, los sindicatos, nos dice Torres, “ocuparon el espacio que la democracia representativa había dejado”. Una clave más para pensar mayo del 69, no solo como la exigencia de la recuperación democrática, sino también y en sí mismo como la acumulación de una práctica, como la expresión radical de una democracia obrera.
El Cordobazo tiene en la genealogía de Torres una explicación imprescindible que se completa con Atilio López de UTA y Tosco de Luz y Fuerza. Los protagonistas de la unidad en la acción de la CGT de los Argentinos y la CGT Azopardo. Estos tres dirigentes garantizaron la masividad del hecho al decretar un paro de 36 horas con abandono de tareas. Mónica Gordillo, una de las intelectuales más renombradas en la materia, ha subrayado siempre el carácter “urbano” y “espontáneo” de la rebelión. Torres discute esta interpretación, insistirá una y otra vez que “nada estaba librado al azar”. Las muchedumbres no bajan solas. El relato sobre el recorrido de las columnas obreras durante el 29 de mayo es lo más valioso del libro. Recuerda a “Emoción para ayudar a comprender” de Scalabrini Ortiz y, de nuevo, 1945. Pero ante todo, permite reconocer la composición social de la ciudad y la pluralidad de sindicatos organizados que participan. La principal columna es encabezada por SMATA que baja desde la zona sur. Lo dice Torres, pero también Garzón Maceda insiste en ello: “allí estaba reunida la infantería del Cordobazo”.
El libro atesora documentos, fotos, archivos, cartas. Allí Torres comparte su correspondencia con Perón. En especial, una carta que el general le dirige a los compañeros del SMATA, con Torres preso y aislado en el penal de Neuquén, mientras Tosco estaba encarcelado en Rawson. “Afortunadamente –escribe Perón desde Madrid a fines del ´69– el interior está demostrando en Córdoba, Rosario, Tucumán que no todo está podrido en Dinamarca”. Y resalta que lo sucedido es “una demostración del estado revolucionario del Pueblo, pese a la defección de la Ciudad Puerto que, en esta oportunidad no ha estado a la altura del 17 de octubre de 1945.” La resistencia peronista encuentra su punto más álgido en Córdoba, desde allí se inicia el derrumbe del dominó que determinará la caída de Onganía. La revolución, le dice Perón a Torres en otra carta, se está produciendo desde la periferia al centro. Córdoba está a la altura de 1945. Pero 1969 no es 1945. No es la misma estructura económica, ni la misma experiencia social acumulada, como tampoco son las mismas fuerzas las que se desatan.
29 de mayo de 1970. El primer aniversario es crucial para el campo popular argentino. Hay dos postales que sintetizan un conflicto político abierto sobre dos interpretaciones del Cordobazo. Ese día el país amanece con la noticia del secuestro de Aramburu y Montoneros saca su primer comunicado, en el que anuncian que será sometido a Juicio Revolucionario. La conducción de Montoneros reivindica explícitamente el 29 de mayo, y abre la interpretación del Cordobazo como el comienzo de una etapa de violencia revolucionaria. La otra postal es la fotografía que ilustra la tapa del libro de Torres: el acto que conmemora el primer aniversario en Córdoba. Hablando a viva voz, Torres está en el centro del escenario montado sobre la calle, rodeado por dirigentes de las distintas corrientes sindicales: están Tosco y López, los independientes y también los ortodoxos, taxistas y madereros, entre otros. En el margen superior derecho, aparece una bandera con la imagen del Che, que no está en las fotos del propio Cordobazo. Pero ni los discursos ni la dinámica política guardan relación alguna con el operativo que se desarrolla en Timote. Aún más, se presiente un desencuentro. Esta divergencia en el aniversario anuncia una dificultad política mayor. ¿Anuncia la plaza del 1 de mayo del ‘74? Torres tiene presente aquella tensión y propone su síntesis: “el Cordobazo nos ayudó a comprender que no hay democracia sin libertad, que no hay orden político sobre la exclusión de la soberanía popular”. Garzón Maceda comparte la idea y agrega que allí se produjo un error dramático de lectura: “el de considerar que el Cordobazo, en sí, consagraba el comienzo de una nueva era de violencias de parte de la clase obrera, cuando en realidad era la culminación de un proceso político social de reforma democrática conducida por los sindicatos”. Nicolás Casullo, desde su exilio mexicano, escribirá un ensayo esencial sobre el tema: “Peronismo revolucionario y sindicalismo peronista”. Su hipótesis es que la izquierda peronista desarrolló una crítica a la burocracia sindical (por desapego de las bases… aunque habría que analizar dónde estaban las bases en 1970), que se agudizó tanto que llevó a un divorcio, un extrañamiento –tamiza– entre sus propuestas y aquella estructura (y consistencia) obrera. Casullo encuentra en la obra de Cooke la posibilidad de explicar las contradicciones al interior del bloque de las fuerzas populares, instancias que se deben ensamblar en toda estrategia que pretenda el cambio social. Completamos: toda estrategia de cambio social debe comprender que biografías –como la de Torres– son expresión de la vida popular argentina en su mayor complejidad y espesura, representantes de quienes ponen el cuerpo y combaten.
Es licenciado en Filosofía. Profesor de la Universidad Nacional de Villa María y de la Universidad Provincial de Córdoba. Coordina la formación política sindical de la UEPC (Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba).
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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