Suele lamentarse que carezcamos de libros que estabilicen, sino de una vez y para siempre, por un buen rato, la lectura sobre algún acontecimiento o período fundamental de nuestra historia. Es casi un acto reflejo y no hay quien no se deje dominar por él, aunque sea por un instante. Respecto del Cordobazo se podría decir que falta tal libro. Lo escribía Daniel James en Resistencia e Integración – “no existe un libro definitivo sobre los acontecimientos de Córdoba”- y, por más que desde 1990, año de su edición en castellano, se hayan realizado valiosas aproximaciones, la impresión podría seguir siendo la misma. Lo particular con el Cordobazo es que, aun con esa ausencia –o en paralelo a ella-, se trata de un acontecimiento muy transitado por una franja relevante de nuestra sociedad. Todo joven que se suma a la militancia de izquierda o nacional popular bebe de sus aguas, dado el lugar relevante que tiene en la narración en la que se inscribe. Pero su presencia excede a estas militancias, porque mientras el pasado reciente, incluso el siglo XX a partir de 1945, se ha vuelto un territorio de disensos, el Cordobazo se ubica más allá de ellos, por fuera de pasiones encontradas.
Sobre ese relativo vacío interviene la revista Estudios de la Universidad Nacional de Córdoba, con su número 4 correspondiente al segundo semestre de 1994. Se cumplen 25 años de esa “ola de desobediencia social generalizada” (James) que abrazó a la ciudad mediterránea y en sus páginas se percibe la incomodidad y la zozobra que trae aparejado el mero hecho de escandir el tiempo. “El Cordobazo dio lugar una compleja bibliografía aunque, curiosamente, pocos son los libros que específicamente se refieren al tema.” La decisión que organiza este número de la revista no se nos puede ocurrir más justa ni beneficiosa, por lo pronto para nosotros, hoy en 2019. Toma de aquí y de allá, hasta permitir que despunte un campo de tensiones, un relieve nunca liso, hecho de desacuerdos. Claro, no de panelistas, desacuerdo entre quienes se encuentran igualmente conmovidos por el acontecimiento en cuestión, que comparten incluso que fue una “cima” –queda escrito: “…era una sensación de cima de montaña…”-, pero no tienen el mismo parecer acerca de cómo se llegó a ella; de quiénes lo hicieron posible; o si hubo otras. ¿Qué se hace con una “cima”?
En primer lugar, Estudios recoge las tres intervenciones que animaron las jornadas celebradas en la Universidad en mayo de ese año. Lo cuenta Héctor Schmucler, en aquel entonces director de la revista, en el escrito que presenta al número. Carlos Altamirano, Juan Carlos Torre y Lucio Garzón Maceda: se adivina que fue ése el orden de los oradores. También se transcribe la mesa redonda que le dio continuidad al encuentro, cuando alrededor de la pregunta “¿Qué queda del Cordobazo?” se sumaron las palabras de los dirigentes sindicales Elpidio Torres y Felipe Alberti. Recordemos que Torres había sido, junto con Agustín Tosco y Atilio López, figura fundamental del Cordobazo, cosa que se dice pero que también prácticamente se niega en estas páginas. Se disponen después una variedad de artículos: desde el que aportan en colaboración James Brennan y Mónica Gordillo, quienes próximamente publicarían principales trabajos de investigación al respecto; hasta el de Francisco Delich, por esos días rector de la Universidad, pero en 1970 autor de uno de los primeros libros sobre el Cordobazo. Una selección de entrevistas, varias de ellas de 1989, a obreros y estudiantes que tuvieron disímil participación. Cuatro hombres, que en mayo de 1969 tenían entre 10 y 15 años, conversan sobre lo que vivieron ese 29 de mayo en su ciudad. Editoriales, encuestas y noticias de diarios y revistas. El guión del radioteatro escrito en 1994 que se transmitió por Radio Universidad. Quien hojee la revista, que está disponible para consultar en la web, encontrará mucho más.
Las tensiones podrían ser tan sólo –y no sería poco- una consecuencia de este montaje de materiales heterogéneos. Pero no. Schmucler apunta que en las jornadas fueron muchos los interrogantes, a la vez que “los análisis y las interpretaciones de los hechos difirieron”. Veinticinco años después de esas jornadas, se logra apreciar sin dificultad uno de los argumentos que da lugar a la discrepancia y se traslada al número de Estudios. Lucio Garzón Maceda, en su doble carácter de protagonista –abogado y asesor de SMATA y de la CGT Córdoba- y de estudioso, lanza un aserto que no deja de resonar. “Nuestra idea del Cordobazo –al contrario de lo que muchos piensan- es que constituyó la culminación de un proceso que tuvo como actor o agente central – casi único- al Movimiento Obrero de Córdoba, en tanto movimiento social, organizador de luchas colectivas trascendentes en la búsqueda de cambios.” Para este abogado laboralista mayo de 1969 corona un proceso de acumulación de fuerzas iniciado en 1957, cuando se conforma una nueva CGT en Córdoba, que tiene como secretario general al dirigente de la UTA, Atilio López. Recuperando el aliento y con picardía después de la derrota del ’55. Se lanzan medidas de fuerza de importante repercusión y, ese mismo año, se realiza el congreso de La Falda que atrae inusitadamente a gremialistas de todo el país. Desde esos días, los trabajadores organizados avanzan en sus luchas en resistencia contra las políticas de racionalización que dañaban conquistas y derechos, y en situación tan desventajosa vuelven a imaginar su acceso al poder. “Desde La Falda a la CGT y desde la CGT a la Rosada”: recuerda Garzón Maceda “el grito de guerra” que agitó por vez primera un gremialista rosarino, el Rengo Martínez, y que “sintetizaba un ideario peronista, esencialmente sindical”. La conjunción de inteligencias y fuerzas que expresa el entendimiento entre López, Torres y Tosco no fue un hecho circunstancial o incluso –como también se sugiere en la revista- obligado y de mala gana, sino que se venía forjando desde finales de los años cincuenta. El distanciamiento producido entre ellos, junto con el asesinato de Vandor, es lo que hace que este protagonismo obrero empiece a languidecer. Algo más: se propone derribar mitos Garzón Maceda, así lo dice, para “enaltecer”; y en ese tren no duda en afirmar que el Cordobazo fue un acontecimiento nacido de la clase obrera de Córdoba, es decir, desplaza a la alianza obrero-estudiantil.
Quizás exagero, pero la impresión es que las “reglas del arte” o, más sencillo, del “campo”, implícitamente aconsejan no sólo no responder a otro ponente con nombre y apellido, sino tampoco ser demasiado demostrativo del efecto que produjo en el propio pensamiento una idea que se acaba de escuchar. Minutos antes de que interviniera Garzón Maceda, Juan Carlos Torre había leído: “Desde los portones de IKA-RENAULT en el Barrio Santa Isabel hasta las pensiones estudiantiles del Barrio Clínicas, la movilización había, así, descrito un itinerario portador de un claro simbolismo; en sus extremos, se recortó la silueta de los dos principales animadores de la protesta, los trabajadores industriales y los jóvenes de las clases medias.” Vuelve a hacer suya la palabra en la mesa redonda y retoma “una idea que me pareció muy sugerente y que colocó recién Garzón Maceda. Él señaló que el Cordobazo es una culminación, el momento alto de lo que llama, y con toda razón, un movimiento obrero; una acción sindical y política a la vez (…) y que luego –si no entendí mal- se eclipsa.” Acepta que para los trabajadores de Córdoba esto haya podido ser así, pero “para muchos otros argentinos el Cordobazo fue un comienzo, un debut”. ¿“Muchos otros argentinos”? Se refiere a los jóvenes, que no traen consigo la experiencia de las fábricas, sino de la Argentina que vive de crisis en crisis. Jóvenes de clase media, fundamentalmente estudiantes. Son dos olas, señala, una que culmina y otra que nace. De la imagen armoniosa, quizás demasiado, a esta otra que anticipa un desgarramiento. Quizás demasiado también. En su ponencia había advertido que “la política de los intereses de clase” que inspira a los trabajadores en mayo del ’69 era diferente a la “revuelta moral” que guió a los jóvenes en esa circunstancia y luego a la “cruzada armada”. Pero el desencuentro se revelaría cuatro años después, en el ’73, cuando luego del largo deambular en la periferia de la legalidad “los trabajadores y su líder” fueron aceptados en la “comunidad política” y los jóvenes se dispusieron a propagar la revolución en nombre de las clases marginadas.
De otra manera, Altamirano a su turno ya había planteado el problema. Ante todo le interesa la distancia entre el acontecimiento y el relato que de inmediato lo captura, el mito. Propone un ejemplo para calibrar lo que quiere pensar, por cierto no el más encantador: el general Sosa Molina recordaba al primero de mayo de 1943 repleto de banderas rojas, multitudinario e internacionalista. El rechazo que le despierta lo lleva a adherir al golpe de junio de ese año, el del GOU y Perón. Sin embargo, investigaciones últimas dejan en claro que nada fue así, que apenas hubo movilización agónica ese día de 1943. Se mira en este espejo Altamirano, pues a él y a muchos otros les pasó algo parecido, por eso no sabe bien qué fue el Cordobazo, en cambio puede y quiera hablar de cómo se lo entendió, señal de qué se lo supuso. “Había sido el esbozo, sin dirección revolucionaria, de la insurrección”. Pero en mayo de 1994 Altamirano no está en nada convencido de librarse del mito, no cree siquiera que gane algo alejándose de él, incluso sin encontrarle una utilidad. Señala Schmucler que la memoria nos coloca ante el rostro que fue nuestro en el momento evocado. En esta intervención Altamirano no se ofusca por el que fue.
Se sabe: durante los años noventas se hizo mucho por normalizar la historia, por despolitizarla o desanimarla. Para que el pasado alcance finalmente prolijidad y coherencia, libros definitivos. A contrapelo topamos con este número de Estudios. Lo que proponen Brennan y Gordillo está en una frecuencia muy distinta a la de las jornadas. En relación con la ponencia de Garzón Maceda, los énfasis son tan otros que podríamos dudar que estén hablando de lo mismo. En su artículo, Horacio Crespo y Dardo Alzogaray le contestan explícitamente, a propósito de la supuesta negativa de los líderes estudiantiles de izquierda a adherir al paro y a la movilización convocados para el 29. El malentendido parece superado, pero uno de los obreros de IKA entrevistados en 1989, Humberto Brondo, que además estudiaba Derecho, cuenta que en la asamblea del día previo, porque lo “tenían muy marcado como dirigente gremial”, no lo dejaron hablar hasta que mostró la libreta universitaria. Después de todo lo que pasó y sigue pasando, interesa lo poceado, lo trabajoso de esa relación.
Aunque las revistas cada tanto lograban dar con el ánimo particular de un momento preciso de la cultura que pronto mutaría, a las publicaciones académicas, más aún si tienen como tema el pasado, semejante cosa se les presenta casi como un imposible. El número 4 de Estudios gira por entero alrededor del Cordobazo pero es también un documento sobre 1994. La melancolía y el dolor no obstaculizan al pensamiento. Historia y memoria se sacan chispas y conviven. Si “revolución” es la palabra segura que ronda al Cordobazo en los materiales de época aquí reunidos, la que trae la memoria, aun con indisimulada congoja, es “fiesta”. Se cita a Sergio Schmuchler, guionista y director del radioteatro mencionado: “Pero fue tan triste lo recordado que creo no haber logrado decir que nos fue bien, que aquellos fueron momentos felices.”
Es profesor en la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP). Su último libro es Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017).
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