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NOVELA/SOCIOLOGÍA

HERNÁN CANEVA



Los sufrimientos del joven Werther (1774)
de Johann Wolfgang von Goethe

WERTHER

Preámbulo amoroso

     En las sociedades del siglo XXI, férreamente interconectadas por sofisticados mecanismos de la comunicación, que permiten que dos personas en puntos absolutamente equidistantes del globo se envíen mensajes escritos o audiovisuales de forma inmediata, curiosamente (o no tanto), los lazos sociales se encuentran debilitados. Específicamente, la cuestión amorosa parecería encontrarse en crisis, ya sea por el carácter voluble de las relaciones amorosas, por la intercambiabilidad de personas en un mercado de afectos y/o por los “efectos” que el pragmatismo del “no compromiso” dejan en la psiquis de los individuos. Una presencia de baja intensidad, la que se consagra mediante las nuevas tecnologías de la comunicación, reemplaza la fría, rotunda, inexplicable e injusta ausencia de tiempos de antaño. 

     En cualquier caso, las pasiones fuertes que despiertan el vínculo amoroso se encuentran mayormente domesticadas o atenuadas por un conjunto de redes virtuales que “conectan” a las personas liberándolas de cargar con los aspectos indeseables del otro/a. En nuestro mundo actual, son los individuos quienes cargan el peso absoluto de su existencia, por lo que se encuentran exceptuados/as de cargar la pesada cruz de la alteridad. De esta forma, los lazos sociales, cada vez más líquidos y fugaces, se vuelven asimismo menos profundos y significativos. La singularidad de las cosas y de las personas así como su perdurabilidad en el tiempo desaparecen para dar paso a una “experiencia”, que se basa en la posibilidad ilimitada de un ego para incorporar y desechar lo diverso. 

     Bajo estas condiciones socio-afectivas, resulta difícilmente imaginable una historia como la que vengo a contarles. Sin embargo, tras la presunta conciencia pragmática y la liquidez que se imponen en el mercado digital de los afectos, todavía vivimos en sociedades constituidas por personas perdidamente enamoradas. El amor sigue siendo una idea sustancial, que requiere ser narrada y significada. Detrás de la aparente liviandad de las relaciones amorosas, se esconde una profunda y gravitatoria nostalgia, que quizás tenga que ver con que el amor, aún revestido de un manto sagrado, ha devenido un significante vacío, o bien una promesa inalcanzable.

     Esta es la historia del “perfecto enamorado/a”, es decir, la historia de alguien que pierde (literalmente hablando) la cabeza por amor. Las consecuencias de un enamoramiento psicótico, como podrán observar, son desastrosas. La abrupta pero anticipada auto-cancelación de un joven suicida distan del espíritu positivo y liviano que hoy predomina en el lenguaje accionalista de las relaciones afectivas; sin embargo, el joven que es hablado por esta novela de hace más de 200 años comparte con las generaciones actuales ciertos rasgos de ansiedad y depresión que encienden una alarma para todos/as quienes deseamos una existencia plena para el conjunto de los seres vivos. 

 

Werther: el joven que se perdió a sí mismo por un amor imposible

     La historia se resume más o menos así. Werther era un joven artista de la aristocracia europea, un amante de la naturaleza, que disfrutaba de los regalos que esta le ofrecía, sobre todo en las estaciones de florecimiento de la vida, como la primavera. El joven, que pertenecía a un mundo (a una clase social) fríamente racionalista, se encontraba tan vivamente encantado por la belleza de lo natural, como desencantado por las miserias de la condición humana. 

     En un pequeño pueblo al que se había mudado temporalmente para pintar, lo invitan a una fiesta a la que irían otros/as jóvenes. Él se ofrece a llevar a en su carruaje a unas señoritas, y a Charlotte, una joven a quien tenían que recoger de camino al baile. Una de las señoritas del carruaje le cuenta a Werther sobre los encantos de Charlotte, y le anticipa que no debe enamorarse de ella, puesto que se trata de una mujer que no se encontraba “disponible”. 

     Cómo suele suceder, estas palabras resultaron una profecía antocumplida. Werther conoció a Charlotte y al instante quedó perdidamente enamorado de ella. Pero Charlotte era, como le había remarcado aquella señorita, una mujer imposible. La imposibilidad de su amor se debía a la sencilla razón de que ya estaba comprometida con otro hombre (Albert). Bajo las costumbres de finales del siglo XVIII, romper tal compromiso, aunque no era inimaginable, resultaba indigno para damas y caballeros respetables. 

     El caso es que el joven Werther supo desde el primer momento que no debía enamorarse de aquella mujer prohibida, pero traicionando toda racionalidad (la racionalidad de la que estaba hastiado), se embarcó en una aventura que lo condujo progresivamente al delirio, al desencantamiento del mundo y a una pena insoportable. Werther cortejó cuanto pudo a Charlotte, pero con el tiempo acabó comprendiendo que su empresa lo hundía más y más en el dolor provocado por la imposibilidad de aquel romance. Su empresa acabó en el final más triste que pudiera sospecharse: se quitó la vida. 

 

¿(No) Superar? las penas de amor

     Arribé a la lectura de Los sufrimientos del joven Werther, famosísima novela epistolar publicada en 1774 por el autor alemán Johann Wolfgang von Goethe, mediante Roland Barthes, quien en el libro Fragmentos de un discurso amoroso (1977), retoma esta historia de amor. Cuando leí la obra de Barthes, comprendí el lugar del enamorado como el de quien enciende su hoguera con la leña de las imágenes. Es decir, el enamorado/a cree ciegamente en una idea, más que en sus sentidos. El enamoramiento es un estado, entonces, que implica mucho más a la mente que al cuerpo, o mejor dicho, que demuestra cómo los pensamientos afectan al cuerpo, a los sentidos y a las emociones. 

     La brasa poco vigorosa que enciende el fuego del enamorado/a se constituye de episodios efímeros y probablemente inconexos, sobre los que él/ella se esfuerzan por dar consistencia. La imagen del ser amado/a no es más que un arquetipo que se construye con probables encuentros que dieron pistas de mutua atracción, con probables miradas y probables palabras que evidenciaron el mensaje cifrado de una unidad. A medida que el tiempo pasa, el enamorado/a habita su errabunda colección de imágenes, fabricándose muy buenos discursos y muy buenos argumentos para “sostener” lo que de otro modo se caería: su tenaz creencia en la correspondencia de ese amor. 

     Roland Barthes encontró en la historia de Werther y Charlotte un ejemplo del problema del enamoramiento como un estado psicótico y montó sobre la misma un conjunto de explicaciones muy ilustrativas. En la novela de Goethe, tal es el flagelo que siente el joven desencantado, que lo obliga a arremeter contra su propia existencia. El suicida se despide de su amada imposible y de sus seres queridos, dejando una carta, en un acto presuntamente altruista (para no molestar más a nadie) y con la certeza de un encuentro en el más allá. 

 

El enamorado/a y el pobre mundo de las imágenes

     Werther vivió y murió en una época (finales del siglo XVIII) donde las imágenes funcionaban como poderosas evidencias de lo real. En efecto, él era pintor. No vivió en la era del smartphone y de la publicación de “historias” en Instagram, pero su época y esta tienen mucho en común. En la época actual, las personas viven enamoradas de imágenes, que se hacen públicas y se extinguen en poco tiempo, reemplazadas por nuevas imágenes. Las imágenes, como hemos dicho antes, son necesarias para el enamorado/a, quien se alimenta de ellas.

     Ahora bien, las imágenes, que sirven para recordar, también llevan consigo el sello de la ausencia. Quien evoca imágenes en su memoria, en general, es porque ya ha dejado atrás esas vivencias, esos lugares, esos aromas, esos brazos. Tal es la degradación del mundo de las imágenes, que la gran mayoría de ellas se borronean y amenazan con desaparecer de la mente del recordante. 

     Pese al mandato de “soltar” –propio de nuestra época- creo que sobrevive en nuestra cultura el imperativo o la necesidad de recordar al ser amado, así como un espíritu nostálgico que se regodea en la dulce y al final, frustrada posibilidad del retorno. Sigue estando presente, y tan fuerte como en los años de Werther, el mecanismo de romantizar el pasado, de preservar una creencia en el carácter impoluto del ausente, y en contrapartida, la degradación nihilista de lo que está presente. 

     En nuestro mundo, los sentidos están fulminados por la imagen y por la “infomanía”, que es una obsesión por aprehender el mundo a través de la información, a desmedro de la materialidad de la vida. Pero a pesar de lo que sostiene el filósofo Byung Chul-Han en el libro Ausencia (2007), para quien la cultura occidental no sabe habitar la ausencia, en nuestro tiempo el otro/a concreto sigue siendo alguien descuidado, frente al otro/a ausente, el ausente de los fracasos amorosos, el ausente por la muerte, y peor aún, el ausente por incomunicación. La ausencia continúa siendo mucho más poderosa que la presencia. 

 

¿Qué tan líquido es el amor en nuestra época?

     Siguiendo al sociólogo Zygmunt Bauman en el libro Amor líquido (2003), nuestras sociedades se constituyen -cada vez más acentuadamente- de individuos que se esfuerzan por permanecer relativamente “sueltos” ante cualquier tipo de relación afectiva. Si bien la cuestión amorosa está en el centro de la escena social y cultural, pues estamos en épocas donde existen redes sociales que construyen sus propios rituales con el objetivo de ligar a los sexos, predomina una cierta mentalidad pragmática mediante la cual los individuos podrían entrar y salir de las relaciones amorosas sin verse afectados/as por sus defectos o características menos agradables. 

     En el mercado de afectos que predomina en el mundo actual, una figura idealista, romántica y trágica como la del joven Werther no tendría lugar, puesto que no encajaría con la mentalidad instrumental y calculatoria que se requiere para jugar el juego amoroso. Sin embargo, Werther aunque fervoroso en sus pasiones por Charlotte, mantuvo cierta compostura racional frente a Albert, el hombre que involuntariamente arruinaba sus sueños y fantasías. Tal es así, que Werther no tuvo más remedio que volverse amigo del prometido de su amada, a quien consideraba un hombre sensato, a pesar de que en su fuero íntimo, era tan consciente de lo irremediable de la situación, y más aún, del sufrimiento que no cesaría de aquejarlo, que decidió huir del mundo. 

     Ahora bien, no creo que en su comportamiento Werther fuera todo corazón, todo pasión, y nada de racionalidad instrumental. Y para continuar el contraste de época, tampoco creo que la subjetividad postneoliberal de la actualidad sea puro pragmatismo libertario. Por ello, no me termina de convencer la tesis de Bauman de que en el mundo actual las relaciones afectivas se hayan vuelto “líquidas”. Creo, por el contrario, que sigue habiendo un componente que espesa la liquidez de las relaciones amorosas: la no comunicación.  

     En efecto, la más dolorosa ausencia amorosa, en nuestra época, no es la de quien se ausenta por la muerte, como el joven Werther, que se volvió absurdamente ausente tras el suicidio, sino la ausencia de quien deliberadamente decide dejar de hablarnos. Se trata de una ausencia voluntaria, a la que se juega casi deportivamente en las redes sociales. Una costumbre libertaria muy cara al neoliberalismo, cuyos efectos psíquicos en el otro/a encienden una alarma y deberían examinarse con mayor pesquisa. 

     La angustia, la ansiedad y la depresión, problemas de salud mental que subyacen a tan quebrantable coraza de autosuperación que se impone en el presente, son temas que la lectura de Werther nos obliga a continuar profundizando, en tiempos donde predominan las ausencias de la comunicación y la estigmatización de toda alteridad.  

     Claramente, este análisis no alcanza a descubrir la trama profunda de Werther, ni pretende hacerlo. Pero sí invita a plantear una pregunta sociológica que enmarca a la cuestión amorosa, y al enamoramiento como un estado de alienación: ¿por qué las personas continúan enamorándose así, en un mundo que ofrece una variedad de placeres?, ¿han cambiado las formas del enamoramiento?, ¿por qué, a pesar de la liviandad de los lazos sociales, duelen tan fuerte el desengaño, la crueldad y el abandono? 

HERNÁN CANEVA

Es Licenciado en Sociología de la Universidad Nacional de La Plata. En 2019 defendió su tesis de Doctorado en Ciencias Sociales, titulada “Disputas por el aborto en Argentina. Análisis de discursos en dos organizaciones (2014-2016)”.