GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

NOVELA

LUJÁN TRAVELA



Memoria de las especies (2022)
de Katherina Frangi

9789873746581

Hasta sacar alas de los hombros

Todavía sobrevive algo que se contrae

y se distiende debajo de algunas superficies

y fluye un cierto frescor de aguas remotas

y se escuchan tejidos agonizando

José Watanabe

 

Confusamente alegres, improbables, no acosan al mundo con preguntas. No le exigen trastiendas. La intensidad no busca recompensas.

María Negroni

     Todo texto literario conjura su propia teoría poética y ensaya una mirada del mundo. “Como animales”, sugiere desde su inicio Memoria de las especies, la primera novela de Katherina Frangi, publicada por Club Hem en julio del 2022. Como animales es la única garantía de vivir, más que tan solo sobrevivir, cuando el mundo se derrumba. En torno a esta premisa, la novela se despliega como un espiral de ruinas y desafía a le lectore a recomponer una imagen fragmentaria, en la que fulgura, pese a todo, como nos lo enseña Didi-Huberman, un secreto ardiente que nos atrae como mariposas.

     Dividida en dos partes, Memoria de las especies nos impone una permanente reconfiguración porque lo que está en juego es nuestra capacidad –nuestra creatividad– de adaptación. Así, en cada capítulo o fragmento, se produce un cambio de narradore y escenario, como si estuviéramos en una ronda reunida alrededor de un fogón en la que cada une ofrece una versión siempre inacabada, como piezas de un rompecabezas que no terminan de encajar. Se forma de este modo una ilusión coral y contamos apenas con indicios, retazos, para reconstruir los itinerarios parciales de cada personaje que toma la palabra y nos apostrofa, a nosotres, lectores, bajo la forma de una señora: estas voces reclaman nuestra atención porque solo si las escuchamos quedará el testimonio de su supervivencia. 

     Estamos ante los remanentes humanos de la Gran Inundación, el agua ha subido, o la tierra ha bajado, y ahora los mapas ya no ilustran el territorio, no hay dibujos que nos ayuden a entender, se ha perdido la posibilidad de representación porque el mundo es irreconocible, se han borrado los límites que delinearon la experiencia de la Modernidad, se han borrado sus instituciones, los fundamentos de la racionalidad y la civilidad. Subió el agua para lavarlo todo, darle a la humanidad un bautismo secular, ahora para ser a imagen y semejanza no de nadie sino de lo que vendrá. Lo que queda de las personas se han agrupado nuevamente en clanes, han formado comunidades cuyo sentido de pertenencia aún no se ha traducido en palabras pero que se expresa en un movimiento: el nomadismo, que es, a su vez, mutación y mudanza. Estos nuevos humanos han encontrado una clave para refundarse, con sus viejos restos, documentos benjaminianos de una barbarie ahora ilegible:

     “Las formas más originales empezaron a llegar a los diez días: los cuerpos desarmados, los intestinos que se anudaban y se resbalaban de las manos. Cuando apareció Fisón, por ejemplo, fue con el pulmón abajo del brazo y un tajo que dejaba ver hasta el apéndice. Nos volvimos locos tratando de adivinar el color original […] El pulmón lo perdimos en la montaña de cuerpos y él se cosió igual”.

     Como vemos, la catástrofe impuso la descomposición como principio constructivo de una nueva era, pero en un movimiento múltiple que implicará también una recomposición otra. Estos post-cuerpos –o pre-cuerpos– son la materia viva en la que se encripta una verdad originaria, que impulsará el devenir. Como explica Deleuze, los devenires son procesos que no deben ser juzgados por su resultado posible sino por la cualidad de su curso y la potencia de su continuación, y allí es donde nos coloca Memoria de las especies. Esta novela pone en juego “zonas de intensidad liberadas donde los contenidos se liberan de sus formas, y las expresiones, del significante que las formalizaba” (Deleuze y Guattari). La individualidad desdibuja sus fronteras para trazar, en el contacto y la superposición de los cuerpos, una curvatura en expansión que abarca todo lo existente y lo trastoca. Empíreo, uno de los personajes que crea Frangi, va a decir que “hay que tocar el centro del caos para salir intactos”. Pero del centro del caos, emerge la cifra que exacerba lo que estos cuerpos ya sabían, una memoria que vibra como un lenguaje antiguo y magnético que los reúne: los sujetos nunca se encuentran completos y acabados, la precariedad les es intrínseca y su potencia radica en la capacidad de agenciarse con otros (Butler). Esta es la memoria de las especies, una poética del devenir, y en especial, del devenir animal, en la medida en que podemos parafrasear a Vallejo y afirmar, con Katherina Frangi, que somos “antes y después del hombre”, animales.

     Así, mientras nos salen alas de los hombros, o nos debatimos si es mejor convertirnos en ratas, perseguimos una promesa, Meliquina, que tracciona nuestra lectura como una latencia de sentido(s). Avanzamos, como los personajes, por los senderos de un bosque confuso y en el Sueño, participamos con ellos de la construcción colectiva e hipnótica de otro mundo. Pero cuando llegamos, en Meliquina nos espera lo que ya habíamos visto en el Cine, escenario del primer apartado de la novela, donde “se podía ver todo”: el sentido como construcción única, hermética, autoconclusiva, es otra institución en descomposición. Por eso, también la lengua se descompone, es cambiante, quedan partes, deviene animal y arrastra las voces de quienes narran hasta convertirlas en graznidos, rugidos y chillidos. 

     ¿Quién nos habla? ¿Quién puede completar esta historia? ¿Qué retorno pregonan estos personajes? ¿Qué solución es la que propone Memoria de las especies? Katherina Frangi configura un dispositivo lúdico en el que le protagonista es le lectore. Su novela, como la Literatura, está ahí para formular preguntas, señalar el mundo y horadar sus sentidos cada vez más amenazados por olas y maremotos que tal vez se lo lleven todo. Ante esta evidencia, la autora nos arroja un relato que no es un anclaje, es una línea de fuga y transmigraciones, y cada quien tendrá que correr su propia suerte, encontrar en los huecos del laberinto un atajo (y reconocer, quizás, la ternura del animal). La sentencia es de Wilde: quien busca bajo la superficie lo hace bajo su propio riesgo. Mientras, la novela permanecerá, al igual que los cuerpos que la conforman, fragmento sobre fragmento, tejido sobre tejido, que, en palabras de Frangi, “cuando nos extingamos van a seguir mutando, van a dejar de ser sonido para convertirse en luz o en algo nuevo que todavía no hay. Y por ahí empieza todo de nuevo”.

LUJÁN TRAVELA

Es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. En abril del 2023 comenzó sus actividades como becaria del CONICET para realizar el Doctorado en Letras con una investigación sobre Alberto Szpunberg. En el 2022 publicó su primer libro de poemas Las marcas de lo que fui bajo el sello Charco editora.