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CINE/ARCHIVO


GASTÓN GALLI


Diario de la Filmoteca (2023)
de Fernando Martín Peña

PEÑA

Fragmentos de una pasión

     Fernando Martín Peña es una especie de estrella en el mundo del cine argentino. Lo notable es el lugar desde donde alcanzó esa categoría. Peña no es actor (aunque se lo pude ver en algunas películas) ni es director (aunque hizo un par de documentales sobre obras de Pino Solanas). Tampoco es crítico o productor. 

     Peña es, por sobre todas las cosas, un docente. Un docente tradicional desde la cátedra y los libros, y un docente diferente desde la programación de ciclos de cine, de festivales y de “Filmoteca, temas de cine”, el programa de televisión que lleva a todo el país una muestra de esa docencia. Docencia que se basa en el hecho de compartir películas, y contagiar el placer de ver cine, pero también el “saber” sobre cine. Una saber que en su caso suele poner el acento en lo histórico más que en lo puramente estético. 

     La mirada de Peña es la de un historiador, capaz de ubicar una película en su contexto y desarrollar desde ahí un análisis enriquecido por la erudición e iluminado por la inteligencia, pero siempre teñido de sensibilidad y de una cierta nostalgia. Nostalgia de una manera de ver cine como quien mira algo mágico y comparte esa magia con los demás.

     Porque esa nostalgia no es un lamento por lo que ya no está, sino una militancia para recuperar un patrimonio cultural que se pierde (y que en buena medida se ha perdido) pero no simplemente para guardarlo, si no para darle una nueva vida. Peña no sólo rescata y guarda películas viejas para que no se pierdan, si no que trabaja para formar un público que las disfrute. Ese es, tal vez, el objetivo último de su trabajo: salvar películas, evitando su desaparición física, pero también construir para ellas una audiencia, sabiendo que si no se conoce que existen otras películas para ver que las acotadas ofertas del streaming nadie va a interesarse por verlas. Y ahí sí, cuando una película no tiene espectadores, es cuando realmente muere.

     La Filmoteca Buenos Aires, fundada por Octavio Fabiano junto con Peña, Fabio Manes y Christian Aguirre, es la colección de películas que nutre esa docencia y es, literalmente, la casa de Peña. Y el “Diario de la Filmoteca” es un puñado (365 para ser más precisos) de comentarios, recuerdos y reflexiones sobre esa colección, su formación y su contenido. Y, utilizando una frase característica del autor, alcanzan tres palabras para señalar su principal cualidad: ¡Alegría sin fin!

     El libro es una muestra permanente de amabilidad al lector. Una prosa precisa, cálida, salpicada de humor y siempre inteligente, que nos permite compartir algo del mundo del coleccionismo y de la preservación de películas, así como de las peculiares características de una cinefilia donde conviven Tarzán, el cine soviético, Buster Keaton, Isabel Sarli, Godzilla y Perón. 

     Hay recuerdos de sus amigos, como un viaje con Octavio Fabiano a Santa Fe para llenar un Ford Fairlane con películas, arrancando a la una de la madrugada, después de una función en el Club de Cine y llevando 5 mil dólares ahorrados en un año o el proyecto que presentaron con Fabio Manes a a la productora del canal Venus para hacer una versión porno de Filmoteca o, incluso, un recuerdo de Ricardo Fort, de quien fue fugazmente compañero de secundario.

     Hay historias de películas mutiladas por la censura o por coleccionistas inescrupulosos que se quedan con canciones o desnudos. También la falta de cuidado del material puede deteriorar partes y dejarte sin el momento en que Alain Delón hunde el piolet en la cabeza de Richard Burton el “El asesinato de Trotsky” (Joseph Losey, 1972). 

     Hay historias de películas de las que Peña sólo tiene fragmentos, que a veces resultan difíciles de identificar o que generan misterios, como una película brasileña de la que solo tiene una parte del comienzo y que genera una irresistible curiosidad por saber cómo pudieron llevar adelante una película erótica cuyo protagonista se parece a Lorenzo Miguel.

     Hay historias de vida, como el relato de los años finales de Gordon Scott o las aventuras de la enfermera argentina que sobrevivió a tres naufragios, incluido el del Titanic.

     Hay breves comentarios de películas, muchas de ellas desconocidas u olvidadas, que generan (casi siempre) deseos de buscarlas y disfrutarlas. (Hay también un elogio a una película de Godard, pero nadie es perfecto…)

     Hay reflexiones sobre la importancia del cine como reservorio de la memoria, sobre la necesidad de su preservación, sobre el desinterés del Estado por guardar aquello que ha contribuido a financiar y también sobre la actitud de la propia comunidad cinematográfica argentina respecto de la conservación del cine que produce. 

     En 1953 William Gerike filmó a la tribu Kalapalo en el Mato Grosso. Hace un tiempo la comunidad le pidió, sin suerte, una copia a la Cinemateca de San Pablo. Un antropólogo se contactó con Peña y resulta que este la tiene. Al tiempo le llegó un pedido formal, firmado por el cacique Tafukuma Kalapalo que resume claramente la importancia de la preservación de la memoria: “Nunca vimos las imágenes registradas en ese filme y tenemos el deseo de ver a nuestros abuelos y abuelas, tíos y tías fallecidos, para poder extrañarlos y llorar por ellos”

GASTÓN GALLI

Veterano alumno de la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito ensayos, intervenciones y reseñas para distintas publicaciones, algunas de las cuales dirigió.