“Tengo un lugar sensible en mi corazón para tullidos y bastardos y cosas rotas”.
Con esta confesión –toda una declaración de intenciones– abre Tyrion Lannister el cuarto capítulo de la serie Juego de tronos.
En los últimos años hemos asistido a la difusión de estudios académicos y ensayos basados en ficciones televisivas de gran alcance. Series consideradas ya de culto como Breaking Bad y Los Soprano son ejemplos notorios de producciones audiovisuales de gran impacto que, por sus connotaciones ideológicas o políticas, han provocado reflexiones desde diversas áreas, claramente comparables a los abordajes de materiales más clásicos (como obras literarias o filosóficas canónicas).
Aunque ya se ha escrito mucho sobre Juego de tronos desde diferentes perspectivas académicas, es muy interesante analizar, como hace Katie M. Ellis, el tratamiento de la discapacidad (o diversidad funcional) en la serie.
Jaime Lannister se rompe
A lo largo de la historia, muchos personajes de Juego de tronos se rompen. Se rompe Bran (el roto, que cae de las alturas, con una subsiguiente paraplejia), se rompe Tyrion (quien, además de tener acondroplasia, queda desfigurado tras una batalla), se rompe Varys (cuando es castrado) y se rompe Jaime (cuando pierde la mano). La ruptura es un camino existencial interrumpido.
Así, los espectadores somos testigos del aprendizaje, el descubrimiento o la adquisición de una catadura moral en personajes que, en muchos casos, se descubren vulnerables tras haberse mostrado incapaces de desarrollar empatía en un inicio.
Un buen ejemplo lo encontramos cuando el malvado, hermoso e invicto Jaime Lannister pierde la mano –la diestra, con la que combate y mata, la que le otorga prestigio a través de la violencia–, y su vida se derrumba…
Con el tiempo, a través de los sabios y toscos comentarios de Brienne, la mujer gigante discriminada a su vez por su tamaño y su fiereza en la lucha, la amputación le abre los ojos en otros sentidos.
De hecho, una de las últimas escenas de la serie, donde Jaime nombra a Brienne “caballero” sujetando la espada con su mano izquierda, supone una de las transgresiones simbólicas más fascinantes de toda la saga: un amputado caído en desgracia infringe las normas porque nombra caballero a una mujer que tampoco cumple la ley escrita (por su sexo-género no podría juramentar como tal, ya que no es un hombre), aunque en realidad sea la más leal, la más noble, de entre los de su especie.
El “héroe ambiguo”
Dentro del análisis de la discapacidad en esta ficción, es destacable la complejidad de Tyrion Lannister –el “héroe ambiguo”–.
Podríamos decir que este personaje seguramente ganaría un concurso de popularidad entre los fans más acérrimos de la serie, superando al noble y hermoso Jon Snow o a la rutilante madre de dragones, Daenerys Targaryen, entre otros.
Tyrion es un interesante binomio de virtudes y vicios. El enano deforme y parricida, paradigma de “lo tullido”, conmueve hasta lo más hondo por su lucidez, su comprensión del mundo y su pasmosa conciencia.
Ciertamente, Tyrion ha nacido marcado por lo peor y lo mejor. Conviven en él su enanismo-gnomismo (además de su fealdad y su desfiguración añadida), causa de desprecio profundo y odio hasta por parte de sus familiares cercanos, pero también el poder económico y fáctico que otorga ser un Lannister. A esto se le añade su tremenda inteligencia, elementos todos ellos luminosos en su carácter antitético.
Esta inteligencia es la que Tyrion trata profusamente de alimentar mientras desafía la masculinidad hegemónica en Poniente (trasunto de Occidente), poderosa en lo físico, musculosa y guerrera. Así, hablando con Jon Snow, Tyrion declara:
“Mi mente es mi arma. Mi hermano [Jaime Lannister] tiene su espada, el rey Robert [Baratheon, cuya muerte inicia la gran guerra de la narración] tiene su maza y yo tengo mi mente… y una mente necesita libros, como una espada necesita una piedra de afilar para mantener su ventaja. Por eso leo tanto, Jon Snow”.
Los marginados heredarán la tierra
Esta superproducción, que llega a muchos más hogares y corazones hoy en día que cualquier clásico de la literatura universal, supone un escenario fascinante para observar todos estos ejemplos de seres humanos en categorías minoritarias o marginadas, según podemos entender desde enfoques contemporáneos críticos.
De hecho, la serie admite miradas desde prismas muy variados, como la interseccionalidad (enfoque acuñado por la jurista estadounidense Kimberlé Crenshaw, que incide en la relación estructural de todas las formas de discriminación o exclusión), el concepto de subalternidad en la filósofa india Gayatri Spivak (que reconoce, en su crítica poscolonial, la necesidad del valor combativo de la posición subalterna frente a la hegemónica en una estructura jerárquica), o los diversos feminismos.
En Juego de tronos el mundo es heredado, simbólica y materialmente, por los marginados del sistema: enanos y tullidos como Tyrion o Bran (personas con diversidades funcionales intrínsecas o adquiridas), bastardos como Jon Snow (excluidos socialmente por haber nacido de una relación fuera del matrimonio), eunucos como Varys o Gusano Gris (castrados con diferentes formas y connotaciones), mujeres (en cualquiera de sus versiones, especialmente aquellas con feminidades no normativas) y varones alejados del modelo de masculinidad dominante, que son estigmatizados y acaban generando orgullo de ese estigma.
Podemos considerar esto como una forma de reapropiarse subversivamente del imaginario ultrajante (ese que durante milenios ha presentado la discapacidad como paradigma de pecado o desgracia), en el puro sentido de la filósofa Melania Moscoso: “su propio poder ofensivo nos prevendrá de la tentación de adecuar los cuerpos a las representaciones sociales ancladas en la norma, por bienintencionadas que estas sean”.
Así, y de acuerdo con la observación de Tyrion en la cita inicial, también usamos aquí términos como “tullido”, “bastardo” o “cosa rota” reapropiándonos de su significado de manera crítica y combativa. Él mismo, en el capítulo “El lobo y el león”, manifiesta:
“Si te ponen un mote, recógelo y transfórmalo en tu nombre. Nunca olvides lo que eres, porque seguramente el mundo no lo hará. Haz que sea tu fortaleza. Entonces nunca puede ser tu debilidad. Si lo usas como tu armadura, nunca podrán usarlo para lastimarte”.
Una vida llena de posibilidades
Que la discapacidad no es el final de ninguna historia queda determinado en una conversación mantenida por los hermanos Lannister, Tyrion y Jaime, en el segundo capítulo de la serie. Aunque son parecidos en algunas cosas, en ese momento de la narración ambos se hallan en las antípodas de los arquetipos del deseo y el horror.
Tras la “caída” de Bran, que se encuentra en estado de coma (en realidad ha sido Jaime quien le ha empujado desde lo alto de una torre, iniciando el conflicto original), los hermanos hablan sobre el posible destino del chico:
Jaime: Aunque el chico sobreviva será un lisiado, algo grotesco. La muerte sería un final adecuado.
Tyrion: En nombre de los grotescos, debo disentir. La muerte es definitiva y la vida está llena de posibilidades. Espero que despierte, me interesa mucho oír lo que tenga que decir.
Tyrion, en definitiva, acaba triunfando al final de la saga, no solo habiendo podido sobrevivir contra todo pronóstico en un mundo posapocalíptico, sino ascendiendo (una vez más) a Mano del Rey (hombre de confianza) cuando Bran el Roto alcanza el poder.
Subalternos, rotos… en nombre de lo grotesco, ambos acaban mostrando cómo “lo tullido”, en Juego de tronos, es otra cosa.
Es antropóloga y filósofa, profesora titular de filosofía moral en la Universidad de Granada (España). Es investigadora de la Unidad Científica de Excelencia FiloLab, de la Red ESPACyOS y del Laboratorio iberoamericano de ética y salud pública.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
Calle 51 e/ 124 y 125 | (1925) Ensenada | Buenos Aires | Argentina