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ARTE

LUCÍA FAYOLLE


Testigos son los cuervos. A la salud de los archivos (2023)
de Kekena Corvalán

quequena

     Testigos son los cuervos es un libro escrito por muchxs, a la vuelta de un campamento artístico realizado en el Chacú por Kekena Corvalán, Andrea Geat, Camila Barcellone, Celeste Medrano, Fiorella Anahí Gómez, Mariana Giordano y Tati Cabral. Los cuatro títulos que leemos al abrir el índice entusiasman: comienza con “Arte, genocidios, imágenes, rituales, memorias, duelos”, sigue por “Aprender del Chacú como artefacto de memoria”, “A la salud de los archivos” y, por último, “Yo comencé a pintar porque mi abuela empezó a perder la memoria”. Todos los capítulos hablan de lo mismo, en sus distintos aspectos y afectos: las reflexiones a la vuelta del “Campamento artístico curatorial Aprender del Chacú: cómo procurarnos artefactos comunes de memoria, abrigo y alimento” (junio de 2022), donde las artistas conocieron y experimentaron los juicios por crímenes de Lesa Humanidad por la Masacre de Napalpí, desarrollados en mayo del mismo año. 

     Entonces, este libro es una puesta en práctica de una premisa central para el grupo: “la curaduría es afectiva, la epistemología es mechera, la metodología es campamento, la gestión es en red” (p.45). Antes del libro, hubo un campamento, es decir, una convivencia artístico-curatorial, situada en el territorio, que se diferencia de las residencias artísticas porque estos están habitados por autorías disueltas, horizontales, diverso-disidentes y de aprendizaje, vivencia y producción colectiva. El campamento por un lado fue posible por la articulación con el Instituto Cultural de Chaco y, por el otro, por la apuesta a una epistemología mechera, que implica adoptar -contrasaquear- las formas del arte “respetado” para llenarlo de los contenidos de todos los saberes no autorizados, para generar conocimientos desde un intercambio amoroso, produciendo y validando nuestro saber entre todxs, con la potencia molar, macropolítica y en la que nos cuidan las amigas.

     El título tiene dos partes: “Testigos son los cuervos” y “A la salud de los archivos”,. Testigos (lo dado) son los cuervos (lo inédito), porque en el medio del silencio generalizado, los cuervos son los únicos testigos que quedan; y con cuervxs se nombra a todos los testimonios leídos, escuchados y vividos a partir de los relatos de lxs sobrevivientxs de la masacre de Napalpí. Los cuerpos-testigos-cuervos se comen nuestros ojos para volvernos videntes, para que veamos lo esencial, lo que importa: el 19 de mayo de 2022, el Juzgado Federal N°1 de Resistencia, a cargo de Zunilda Niremperger, condenó al Estado argentino por planificar, ejecutar y encubrir el asesinato de entre 400 y 500 personas en los pueblos Qom y Moqoit, ocurrido en el sur de Chaco en 1924. También lo encontró responsable por reducir a la servidumbre a esta población. Los hechos fueron considerados crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos indígenas. A un año de la condena, se ha avanzado con distintas medidas reparatorias que fueron ordenadas en ese marco. Ahí está lo importante. Un mes después, un grupo de cuirs, negras, pobres, travas (y tantos etcéteras, toda la multiplicidad) se juntaron en el campamento a encarnar las historias de los cuervos, los únicos testigos. De esta manera, las cuirs vuelven a la historia, pensando y desarmando qué tramas afectivas la sostienen y desde qué reglas se construyeron los lugares de sus vencidos, con qué derrotero se hizo la historia. Volver a la historia de manera epistemolar – epistolar, epistémica y molar -, que implica producir conocimiento desde el intercambio amoroso, entre todxs, con la potencia molar, macropolítica y de cuidado amistoso. Esa es la potencia epistemológica de juntarse, de situarse, de conversar y de construir. Testigos son los cuervos no es una metáfora pero sí es una de las obras desarrolladas en el campamento. Una instalación conformada por fragmentos de textos de testimonios, artículos o conclusiones sacadas por las artistas Paola Melissa Ferraris y Camila Barcellone. 

     Así, la obra en campamento opera produciendo archivos. La obra y el campamento están a la salud de los archivos y a la salud de los muertos. La segunda parte de este título, “A la salud de los archivos”, cita el libro A la salud de los muertos, de la filósofa Vinciane Despret (2021), que piensa los vínculos entre vivos y muertos, los modos de darles un plus de existencia a través del recuerdo, la conmemoración y el relato que es, ante todo, la experiencia y la creación de una coexistencia de versiones múltiples y contradictorias. En este libro, la salud que se cuida es la de los archivos. Entre la entrevista a Mariana Giordano y la última reflexión de Kekena Corvalán se tensiona la noción de archivo y su lugar en este “momento archivos” (Caimari, 2020) que vivimos. Mariana Giordano restituyó y re-situó las fotos alojadas en el archivo Lehmann Nitsche, que el médico y antropólogo sacó en la Masacre de Napalpí. Con autorización del Instituto Ibero-Americano de Berlín, se socializaron los archivos con las familias y vecinas de los fusilados en la Masacre. Se desapropiaron y reapropiaron en y por la comunidad, se volvieron a su lugar y sus personas. Mariana sacó las fotos de la institución académica extranjera que las alojaba y las entregó a otros dueños, otros guardianes, otros cuidadores. De la misma manera, las artistas logran despoblar el archivo para “seguirla desde prácticas artísticas y su fogoneada sensible, “habitando el equívoco” (Viveiros de Castro, 2004). Es decir, habitando el cuerpx como un sistema de afectabilidad más que como una morfología material” (p.39). Se dialoga con los archivos desde el equívoco para desapropiarlos. Pero a su vez, en la última reflexión que tensiona y abre la noción, “los archivos sobre los qom han sido siempre considerados como más respetables en Occidente (por ejemplo en Berlín o Buenos Aires) y han tenido más chances de existir que los mismos qom” (p.182). Así, abre la pregunta sobre la vida, las maneras de existir y sobre quién sigue viviendo cuando sobrevive y se cuida un documento. Leemos: “lo que se opone a la vida no es la muerte, (…) es el desencanto, y, en ese sentido, estamos más que nunca encantadxs con los archivos. ¿Por qué y para qué viven los archivos? ¿A cuáles de nuestros muertos pueden darles un plus de existencia (Despret, 2021)? Porque nos encantan y porque los necesitamos, porque siempre vuelven a decirnos algo. Está en tensión esa importancia de los archivos para ser visitados y resituados, para volver a decir tantas veces como sea necesario que aquí (allí) hubo una masacre, hubo un pueblo atacado por el estado y hubo algunos testigos, que dejaron las huellas que sobreviven y siguen hablando. 

LUCIA FAYOLLE

Es profesora en Filología Hispánica, en la FaHCE . Está realizando su Doctorado en Letras sobre archivos y literaturas del Noroeste de la provincia de Buenos Aires. Participa de la Biblioteca Diego Armando Maradona.