Escribe Catalina Hernández
(Estudiante del profesorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, feminista y patagónica.)
¿Quién es esa chica? No lo sé. Pero podría ser mi abuela tranquilamente. De hecho, mi abuela fue esa chica pero en otro paisaje. En el pueblito más al sur de la provincia de Neuquén, a la ribera del lago Nahuel Huapi, tres años después de que se tomara esta foto, mi abuela fue protagonista del Angosturazo. El Angosturazo fue una movilización popular que pedía en 1972 la separación del intendente y reclamaba una investigación contable. Esta manifestación fue muy diferente a la de las grandes capitales, claro está, mucho más pequeña que en Rosario, Córdoba y Tucumán -por poner algunos ejemplos- pero necesitó el accionar de toda la fuerza de seguridad de la localidad y la respuesta de los funcionarios que llegaban de la capital neuquina. “Esto es un movimiento político. Se reeditan así otras propuestas típicamente políticas que se han dado en otros puntos del país” se quejaba un oficialista de la localidad, simpatizante del corrupto intendente. El diario Río Negro del 6 de septiembre de 1972 relata que mientras la nieve caía y luego de convocar asamblea “(…) los manifestantes, contenidos por el cerco que rodea el edificio (la municipalidad) comenzaron a proferir gritos contra la administración de Mazza, destacándose entre ellos a numerosas mujeres que exponían a viva voz sus ácidas opiniones sobre el intendente .” Lo que quiero decir, a través de este paralelismo entre esa chica y mi abuela, es que hubo muchos ‘azos’ y muchísimas chicas. Las mujeres estuvimos y estamos en las manifestaciones populares, siempre. Con nuestras ácidas opiniones, con nuestras tetas sin sostén, con o sin pasamontañas. Estuvimos armando barricadas en el cordobazo, protegiendo a nuestrxs hijxs, atándole el pañuelo a la compañera, pidiendo que se separe al intendente de su cargo “por su proceder absolutista y contra los intereses de la comunidad”. A lo largo de todo el globo y desde que el mundo es mundo, nosotras -que entendemos de opresión- hemos luchado contra ella, y lo seguiremos haciendo.
Escribe Juliana Scelsio
(estudiante de la carrera de Historia - UNLP)
Despierta. En realidad, ya despertó hace rato. El almanaque marca el 21 de mayo y por la ventana entra un débil rayo de sol que atenúa el frío del otoño rosarino. Mira a través del vidrio la gente moviéndose por la calle y por fin siente que algo está sucediendo. Eso que anhelaba desde que escuchó por primera vez la voz del Che Guevara en la pequeña radio de su mesita de luz, eso que había estado soñando con sus compañerxs noche a noche en las aulas más recónditas de la universidad. Se pone su minifalda y lee rápidamente la tapa del diario. El reloj marca en punto y agarra las cosas indispensables para sobrellevar ese día: algo de dinero, sus documentos y los folletos que habían escrito luego del asesinato de Adolfo Bello. Al abrir la puerta del edificio, casi puede agarrar el aire con sus manos. Por las calles de Rosario se busca en las otras miradas, siente que muchxs son parte de una misma miseria, ya intolerable. Cierra sus puños y apura el paso hacia la CGTA. Una mano se levanta en la esquina, logrando divisar a sus compañeros y compañeras. No son muchas las mujeres que pueden ir a la universidad, pero ellas tienen certezas de que pueden cambiarlo todo. Se unen a la olla popular repartiendo volantes entre trabajadorxs, estudiantes y mucha gente que se congrega buscando reclamar ante tanta injusticia. Se escucha de a poco “acción, acción, para la liberación” que en un abrir de cerrar de ojos es un grito que inunda todas las calles. Ella se siente parte de esa gran ola mientras crece el estallido. La policía avanza sobre la gente pero es tan fuerte la voz, que ni los gases lacrimógenos pueden detener a los manifestantes enardecidos. Empiezan las barricadas. Siente que es el momento. Toma la mano de una de sus compañeras y salen a buscar cualquiera cosa que encuentren para obstaculizar el paso de la policía e iniciar la fogata. Piensa: Fuera Onganía. Basta de desigualdad. Basta de palos. Encuentra una madera que alza sin miedo entre los grandes edificios de la falsa modernidad. Sus piernas desnudas y en rebeldía corren hacia la esquina y en ese movimiento aviva el fuego que hace cambiar el mundo.
Escribe Sofía Zambosco Vaquero
(profesora en Historia)
Imaginemos. Una larga búsqueda. Marta aparece en escena y mira las zapatillas de Micaela que camina hacia la plaza con sus amigas. Se acomoda el pelo y dirige los ojos hacia adelante, no quiere perderlas. Un tejido de muchos hilos. Mai agarra fuerte el palo y mira el fuego que hace presencia de una otra forma en estas jornadas. No sabe cuándo va a necesitarlo. La olla. El asfalto. ¿Cuántos días va a durar esto? Alguien a lo lejos captura. Alguien a lo lejos escribe. Acelera el ritmo, está rodeada de gente. Sus piernas se mueven con determinación. En la esquina, los locales tienen las cortinas cerradas. No le importa, siempre prefiere la calle. Territorio que trae desafíos. El viento le mueve el pelo y siente su fuerza. Respira hondo. Revuelve. Una bandera le pasa cerca. No sabemos si es roja, verde, violeta, vieja, nueva. No importa. Ella sabe porque está ahí. Vida. Pan. Dignidad. Amigas, hijxs, madres, compañerxs. El hilo a otro tiempo. A la cárcel, nunca más. Al silencio, tampoco. Alguien piensa. Abraza a una compañera. No está sola. La multitud se parece a un hogar en estos tiempos. El caos, un refugio entre tanto uniforme. Un nudo le cruza la garganta, pero no la detiene. Ella sabe a dónde va. Sigue. Resistencia. Encuentro. Tiene las piernas cansadas. Hace frío y ayer no durmió bien, pero igual siente el calor de las rondas. El guiso le da potencia. ¿Cuántas calles más tendrá que ocupar? El humo la inunda. El olor a goma quemada, bengala, barricada. La urgencia de seguir. Los pies no paran, la cabeza tampoco. Hacia adelante siempre, compañeras. ¿Cuántas nos faltan? Mira para atrás. Sigue. No sabe cuándo pero sabe que va a llegar. Acelera el paso, siente que está más cerca. Algo detiene su ritmo pero no la frena. Recuerda. Lo hace por ellas. Risas. Caricias. Vidas. Un mundo nuevo. El ruido la impulsa, la palabra la inspira, el paso la empuja, la historia la abriga. Falta menos. Cruza Mendoza y Mitre y, por fin, las encuentra en el ardor de la presencia liberada del olvido, en el paso firme del avance tejido, en la fuerza resiliente de las calles ocupadas. No es necesario decir mucho, se abrazan en la mirada, se hermanan en la memoria del cuerpo.
Imaginemos. Una chica corre. Una chica piensa. Una chica escribe y se pregunta. ¿Cuántos pasos y miradas rebeldes nos queda reconocer? ¿Cuántas rebeladas esperan una foto que las evoque insumisamente vivas? ¿Cuántas chicas imaginan calles para correr rebeldes? ¿Cuantas imágenes aguardan ser reveladas por los ojos de aquellas que ya no corremos solas?
Imaginemos. Muchos encuentros. Encontremos. La potencia de correr juntas.
ISSS: EN TRÁMITE
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