Piglia escribió El camino de Ida (2013) haciendo equilibrio sobre un alambre de púas suspendido en un vacío. La novela sigue el devenir revolucionario de Thomas Munk, una máscara del Unabomber, Theodor J. Kaczynski, e ilumina singularidades de la relación entre la escritura de Piglia y la cuestión de la lucha armada. La tensión entre escribir y pelear, entre la literatura y la revolución, recorre su obra pero tiende a desplazarse hacia los márgenes, a desarrollarse en pliegues casi ocultos, en estructuras clandestinas que configuran subtextos. En la novela, la decisión de Munk de utilizar la violencia como un instrumento para visibilizar su programa ideológico-político, a través del envío por correo de dispositivos explosivos a miembros de la academia y del mundo científico, conduce a Emilio Renzi a rememorar la lucha armada en Argentina.
En la superficie del texto surge una historia liviana: los avatares de Renzi como profesor visitante en una universidad de elite norteamericana y sus pesquisas para determinar si la muerte de su colega y amante, Ida Brown, estaba relacionada con los ataques que habían sufrido otros académicos. El F.B.I. también investigaba su muerte como dudosa y, según Renzi, su paranoia por sentirse vigilado solamente encontraba reparo en sus diálogos con su vecina rusa, Nina Andropov, quien era la única que podía sacarlo de las “tinieblas dostoievskianas.” Pero la historia de vida de la profesora jubilada de letras eslavas también lo hacía revivir viejos tiempos: “las reuniones donde se hablaba de política en cuartos llenos de humo, las muchachas ardientes que militaban en barrios obreros y planeaban revoluciones que iban a purificar el mundo”. Renzi no podía dejar de pensar en las conexiones entre la muerte de Ida y los atentados que sufrieron otros académicos a través de los esquemas de su país.
Las referencias a los años de la lucha armada proliferan en la novela y alimentan un río subterráneo con múltiples bifurcaciones. Renzi recuerda cómo en Argentina durante los 60 y 70 uno podía llegar a encontrarse en la periferia de una organización y desde la superficie prestar colaboración logística. Relata, por ejemplo, un episodio en 1963 ó 1964 cuando un compañero de la universidad, quien luego sería uno de los miembros fundadores de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), buscó refugio en su dormitorio en una pensión tras un enfrentamiento con un policía en La Plata. También menciona específicamente haber conocido mujeres que entraban y salían de la clandestinidad para transportar armas a través de la ciudad y que luego regresaban a su casa y a su rutina. Además, hace referencia a hechos claves en la historia de la violencia política en Argentina, como el asesinato de Emilio Jáuregui en 1969 y la fallida operación del ERP en Monte Chingolo en 1975 infiltrada por los servicios secretos.
En uno de sus diálogos con Nina acerca de los atentados, ella sostiene la hipótesis del terrorista solitario. Menciona que en Rusia, antes de los bolcheviques, los revolucionarios actuaban solos y recuerda el caso de Vera Zasulich, quien había disparado contra el zar y había puesto una bomba en la oficina de la policía secreta. Renzi hace referencia a una carta de Marx escrita en 1881 “a esa mujer extraordinaria.” En ésta, según dice, Marx justificaba la violencia, afirmaba que era un modus operandi específicamente ruso e históricamente inevitable y que, por lo tanto, no había razón para juzgarlo o moralizarlo. Sin embargo, la conversación deriva en una amarga conclusión: “La creencia corrosiva de que la historia se rige según sus propias leyes había legalizado los crímenes políticos”. Es difícil discernir si estas palabras reflejan el terror que persiguió a Nina hasta el exilio o si también proyectan las ideas del narrador.
En Los diarios de Emilio Renzi (tomo III) (2017), el jueves 19 de enero de 1978, Piglia alega haber escrito que la decisión de muchos amigos de optar por la lucha armada le parecía equivocada y que obedecía a “una dirección política imbécil o provocadora”. Esta audacia absurda, la de dejar por escrito en plena dictadura que muchos amigos habían devenido en combatientes revolucionarios, debería ser suficiente para demostrar que estas palabras no pudieron haber sido escritas durante “los años de la peste.” Los diarios forman un andamiaje, tal vez terminado a contratiempo, que sostiene y retroalimenta la maquina literaria diseñada por Piglia. Al sistematizarlos con sus textos se reactualiza la ficción que los envuelve. Por eso, aquí se trata de pensar en sus entradas como engranajes dentro de esta maquinaria y para entender cómo funciona con otras maquinas de pensar, de amar, de crear y de morir, necesitamos volver a ensamblarlo.
En este sentido es interesante señalar cómo en la novela se manipulan los eventos en los cuales participó Zasulich y se tergiversan las cartas de Marx. Zasulich participó en una acción violenta: un solitario intento de asesinato del Gobernador General de San Petersburgo en 1876 por su brutal maltrato a un preso político. Pero no formó parte de la operación para asesinar al zar Alejando II organizada por el grupo Narodnaya Volya y tampoco, como se sugiere en la novela, en un atentado con bombas en contra de la policía secreta. El 16 de febrero de 1881, luego de haber modificado su posición y de haber adoptado una postura crítica frente al uso de la violencia, Zasulich le escribió una carta a Marx pidiéndole que explicara su postura acerca de las comunas rurales en Rusia. Zasulich afirmaba que esta forma de producción pre-capitalista contenía el germen de la revolución y le pedía a Marx que claramente se expidiera al respecto para dirimir las discusiones en las que se enfrascaban las distintas facciones marxistas.
Marx redactó varios borradores (uno de ellos de casi tres mil palabras) antes de decidirse por una escueta respuesta fechada el 8 de marzo de 1881. En ésta, Marx le explicaba a Zasulich que la teoría del socialismo científico acerca de las “inevitables” etapas históricas que debían desarrollarse para alcanzar un estadio revolucionario se aplicaba solamente a los países capitalistas de Europa occidental. Si bien afirmaba que las comunas rurales tendrían que convertirse en propiedad privada para dar curso al despliegue de estas etapas, Marx reconocía que la propiedad comunal de la tierra era una piedra angular que llevaría a Rusia a una regeneración social. La carta mencionada en El camino de Ida, en la cual Marx justificaba el terrorismo, fue ciertamente escrita, el 11 de abril de 1881 en Londres, pero enviada a su hija Jenny Longuet.
Este mecanismo de cartas cruzadas sitúa a una mujer en el centro del proceso de radicalización que luego convergió en la Revolución de Octubre y la inviste como legítima heredera de una misión histórica que justificaba el uso de la violencia. Por un lado, entre los eventos históricos, los nombres de los protagonistas y los remitentes trastocados queda solapada la posición que Zasulich finalmente asumió en contra del zarismo: una postura social-demócrata opuesta al elitismo y al militarismo de Lenin y los Bolcheviques. Por otro lado, este dispositivo literario nos revela claves desde donde se podría (re)leer El camino de Ida. Al mundo hipermasculino y falocéntrico de la violencia política, se le contrapone el valor, la iniciativa y el protagonismo de una mujer.
Piglia ensaya esta maniobra en “Diario de un loco,” la segunda parte de la nouvelle “Un encuentro en Saint-Nazaire” (1988), publicada en Prisión perpetua (2007), y en “Notas en un diario (1987),” incluidas en Antología personal (2014). En estos textos laboratorio, se introduce con variaciones el personaje de Erika/ Érica Turner, quien había aceptado una propuesta para enseñar en Princeton, y el personaje de una guerrillera. En la primera serie, escribe que cuando Erika vivía en Londres un día recibió un llamado de una amiga lejana que era la responsable de la seguridad del IRA y que le pedía que cobijara a la jefa militar de la columna norte. En las notas, señala que años atrás una amiga le avisó a Érica que debía “guardar” a una militante del ERP, la jefa militar de la columna norte de Santa Fe que estaba siendo intensamente búsqueda. En ambos casos, la guerrillera llevaba una marca de nacimiento en el rostro y en ambas secuencias, después de estar guardada por dos semanas en casa de Érica/Erika, termina siendo asesinada.
El dispositivo literario ensamblado en El camino de Ida muestra cómo la novela pide ser leída. La historia ilumina desde distintos ángulos y con diferentes filtros al personaje de Ida. Esta estructura provoca un juego de sombras y de oscilaciones en la profundidad del personaje que alimentan la obsesión de Renzi y sus elucubraciones. Primero, piensa que Ida pudo haber dado el salto, haber pasado a formar parte de una célula terrorista y que su muerte se debió a la detonación de un explosivo antes de ser enviado a un objetivo. Luego de encontrar azarosamente la novela de Conrad que Ida estaba enseñando en su curso, The Secret Agent (1886), Renzi se da cuenta que mientras la agencia de inteligencia y seguridad interior más sofisticada del mundo no podía dar con Munk, ella pudo haber descifrado el enigma de su identidad a través de la literatura.
Munk finalmente rompe el silencio, tras más de dos décadas operando en solitario y clandestino en un bosque de Montana, y logra publicar en los periódicos más importantes del país su Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico. Renzi analiza el particular uso de un lenguaje académico en el texto y la clara concepción del autor de cómo hacer circular un mensaje en los tiempos actuales. Comprende que la decisión de matar estaba ligada a la voluntad de hacerse oír y reconstruye el proceso de radicalización que llevó a un no poco brillante intelectual, matemático y ex-profesor de Berkeley a utilizar un recurso violento para tener acceso a la palabra pública. También entiende la coherencia del programa. Frente a un acelerado proceso de tecnologización de todas las esferas de la vida, su decisión era lógica: atentar contra los individuos que forman parte de la intelligentzia que sostiene el desarrollo tecnológico-militar que destruye todo lo que queda de humano en el mundo. Pero, entonces, la misma pregunta insiste: ¿Podría un desarrollo histórico justificar la decisión de matar o, como dice Renzi, “el derecho a matar”?
Renzi, el equilibrista, camina sobre una delgada línea mientras recuerda cómo se paseaba entre la gente que organizaba manifestaciones, protestas, recitales y happenings en Sacramento, la ciudad donde se encontraba el penal al que fue traslado Munk y que lo hacía recordar a la ciudad de La Plata. Renzi había dejado de ser un extranjero en los Estados Unidos, ya no necesitaba de un mapa para desplazarse a través de distintos espacios, autopistas y ciudades. Sin embargo, sí demuestra ser un extraño frente a formas actuales de organización colectiva. Así como no podía comprender cómo la chica de pelo azul surfeaba en la deep web para obtener pasajes de avión, tampoco parece terminar de entender las nuevas dinámicas que impulsan a la multitud a formarse, a desplegarse en los intersticios de un férreo sistema de control y a replegarse.
Es Ida quien guía a Renzi hasta Munk y son sus notas en la novela de Conrad, una hermenéutica cifrada a los márgenes del texto, las que lo llevan a concertar una entrevista con éste para comprobar sus sospechas. Así como muchos de sus viejos amigos leían los ensayos del Che y enfilaban hacia el monte, ¿Qué hacer? de Lenin y fundaban el partido del proletariado, o las Obras de Mao y anunciaban el comienzo de la guerra popular, Renzi piensa que Munk había encontrado en la lectura de novelas el camino y el sentido para sus acciones clandestinas. Cuando corrobora que Munk era un asiduo lector de Conrad, cree haber dado con la clave del misterio de la muerte de Ida.
El encuentro finalmente se produce y es Munk el que lleva adelante la conversación, mientras le explica a Renzi que las dinámicas actuales impedían la formación de un movimiento de liberación, como las organizaciones armadas en Argentina, y que la única alternativa era la de actuar como lobos solitarios unidos en la dispersión con otros miembros de la manada que no se conocen entre sí. Pero cuando le pregunta a Renzi por qué él estaba allí, la respuesta es unívoca: Ida Brown. Munk admite haberla conocido y rechaza de plano haberla asesinado. Sin embargo, evita afirmar o negar si ella había formado parte de la organización. Esta indefinición amplifica la imaginación de Renzi acerca del posible devenir revolucionario de Ida y el epílogo de la novela concluye con un luminoso recuerdo de su cuerpo desnudo, de las manchas blancas en la piel que le cruzaban todo el cuerpo, “marcas de nacimiento, rastros del pasado.”
El camino de Ida proyecta múltiples devenires posibles y, paradójicamente, marca un regreso o una clausura. Las palabras de Renzi en la novela remiten a sus diarios y su experiencia frente a la muerte de Ida a la tragedia de haber perdido a muchos amigos durante los años de la lucha armada y del terrorismo de Estado en Argentina. La circularidad de este orden no establece jerarquías, o una progresión entre una y otra experiencia, y comunica la aspiración a un cierre. Poco importa que esta no sea la novela mejor lograda de Piglia si la consideramos como una postdata lanzada desde los esquemas del siglo pasado hacia un porvenir ya inasible.
Es Licenciado en Ciencia Política (UBA) y Doctor en Literatura Latinoamérica por Cornell University. Docente e investigador en la Universidad de Michigan, Ann Arbor, en donde enseña cursos sobre literatura, arte, cultura y política latinoamericana.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
Calle 51 e/ 124 y 125 | (1925) Ensenada | Buenos Aires | Argentina