Bolsas con tomates cherry, queso, fruta, aceitunas y algo dulce acompañaban nuestra llegada. “Si Liliana Heker viera esta comilona en su espacio de taller nos mata”, dice Juliana, quien nos coordina mientras observa la mesa. Otra vez no queda lugar para nuestros cuadernos de escritura. Era agosto y el sol se colaba por los ventanales del piso quince.
Como recién salido del horno, sobre el atril del rincón se destacaba un libro. Negro aunque colorido. En su tapa una mujer morena con lágrimas a mares; flores y botellas azuladas como encendidas por la luz de la noche. No soy la única que lo miro. Su bellísima portada que bien podría ser del territorio de Ripstein y Rulfo, nos capta. Después me enteraría de que esa ilustración es de la rosarina Jazmín Varela y que esta obra literaria, Cometierra, de Dolores Reyes, sería el boom editorial de 2019.
No aguanto, necesito tocarlo. Al tacto acaricia. Despliego el libro y en la solapa, la foto de una mujer con mirada decidida me acompaña en la lectura. Lo hago en voz alta con la atención de mis seis compañeras: “Dolores Reyes nació en Buenos Aires en 1978. Es docente, feminista, activista de izquierda y madre de siete hijos. Estudió letras clásicas en la Universidad de Buenos Aires y vive en Caseros. Cometierra es su primera novela”. Luego de leer también la contratapa, recuerdo que rápidamente hicimos una vaquita para comprarlo. Íbamos a llamar a Sigilo para ver si pegábamos un descuento colectivo. Todavía no sabíamos que su autora era tallerista como nosotras. Pero sí teníamos claro que compartíamos con ella la condición de mujer en un país en el que entre el 1 de enero al 20 de noviembre de 2019 hubieron doscientos noventa femicidios. Compartíamos también la certeza de que la lucha por la legalización de la detención del embarazo no deseado nos había llevado a las calles y desde entonces nos sentíamos una. Ya no pararíamos hasta que sea ley.
Dolores Reyes con su lenguaje potente, poético y visceral nos trae un pedazo de conurbano y la historia de una hija de la violencia, una más para quienes estamos atravesadas por el “Ni una menos”. Y así la aborda. Desde sus primeras líneas nos lleva de la mano y al comenzar es imposible detenerse. Un cross en la mandíbula que rápidamente nos sumerge en un universo sombrío, aunque luminoso y fascinante a la vez. Pero lo que más no incomoda es la cercanía de su trama.
Ciento setenta y tres páginas; cincuenta y tres capítulos y tres partes que se inician con un epílogo, nos presentan a esta joven sin nombre. Cometierra. Ella tiene el “don” de, al embutir tierra, ver el destino de los cuerpos vulnerados por las violencias. Y la primera visión que le trae la tierra y que inaugura su capacidad vidente es el femicidio de su madre en los puños fuertes y voraces paternos. Así por la tierra se ve transportada a laberintos tenebrosos donde yacen mujeres y personas desaparecidas. Por ello podemos pensar a este libro como un desata nudos. Como un intento por desandar los caminos de nuestras y nuestros desaparecidos por violencias, de género y otras. Una pista para que la tierra las devuelva, sanas y vivas, aunque no siempre así sucede.
En su hechura encontramos, además de la tierra, vegetación silvestre, chapa, pobreza, música, alcohol y la búsqueda desesperada y reiterada por familiares, novies y amigues de un ser amado desaparecido. Pero también encontramos latente la búsqueda de una identidad y el derecho una vida “normal” cuando la violencia familiar y estatal se impone.
Así, un mar de botellas inunda el jardín de Cometierra. “Parecían tumbas brillantes una al lado de la otra” reza en primera persona nuestra protagonista. Lo inconmensurable y el horror puesto en botellas con tierra, fotos y números de teléfonos llegan a ella para que devele lo que la espanta, lo que le retuerce las tripas y le da terror de ver. Pero asume el costo que el Estado y muchos ciudadanos no asumen. Y con la videncia le llega también el estigma que la arrastra a situaciones de peligro. Y Cometierra carga con este mote: “Alguien tuvo miedo de decir mi nombre”.
Pero aún en soledad Cometierra no está completamente sola. Con Walter, su hermano, se tienen, se respetan y aceptan inclusive en el silencio. Un vínculo entrañable y amoroso. Comparten además de la ranchada, la cumbia, los jueguitos en la play, el escabio y ser parte de ese colectivo que llaman “los negros”. Juntos y atravesados por distintos amores emprenden su cruzada por la identidad. Allí en ese conurbano, el nuestro, donde los policías también son yutas, donde las mujeres también son objetos cosificados de tapas de discos y de jueguitos electrónicos, y los pibes aunque muchas veces son garcas o cagones, muchas otras también pueden ser solidarios. Allí en ese territorio Cometierra asume su rol de pitonisa y de mujer como un cambio de piel que la desgarra.
Donde otros ven espanto, Dolores Reyes construye poesía y colectivos. Como una araña delicada hace confluir a esas miles de adolescentes que tienen que trabajar o que quedan embarazadas y por eso deben abandonar sus estudios, en parte de una problemática de exclusión. Hilvana casos de femicidios en una realidad común y de la que todos tienen que hacerse cargo. Una a una, con sus historias y sus cuerpos como parte de esta trama. Así su autora logra levantar la voz contra una sociedad que excluye, que agrede y que mata como forma de poder. Por eso podemos ponerla en diálogo también con otras expresiones de la cultura como la canción que circuló por el mundo “Un violador en tu camino” del colectivo Lastesis: “La culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. El violador eras tú. Son los pacos, los jueces, el Estado, el Presidente. El Estado opresor es un macho violador”. Esto lo vemos también en la dedicatoria del libro a Melina Romero y Araceli Ramos, y a todas las víctimas y sobrevivientes de femicidio. Mujeres en cuyos cuerpos la violencia asfixia todos sus deseos.
Pero lo más destacado, el cros, es que el texto logra poner en carne viva aquello que todos los días busca naturalizarse. Ese retazo de violencia y exclusión que viven las pibas y los pibes en los barrios y que no se ve en televisión, salvo cuando se maquilla como un espectáculo.
Aunque el destierro es destino que Dolores Reyes construyó para nuestra querida Cometierra como el Fierro de Hernández, todo nos hace pensar en una vuelta en la que nuestra querida pitonisa pueda construir un futuro con nombre propio. Vaya si este deseo es colectivo que este libro está rompiendo fronteras y en menos de un año de su publicación, ya va por su cuarta edición en la Argentina, por su pronta edición en España, y ya tiene pautadas traducciones a diferentes idiomas.
Cometierra, queremos conocer tu nombre, tu revancha.
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En tiempos en donde reina la pandemia por el coronavirus COVID-19 y las políticas públicas nos indican “quedate en casa”, podemos preguntarnos con Dolores Reyes cómo es esa casa. Es amable, segura y sin violencias. Pero los datos demuestran que no todas lo son. Desde el 20 de marzo, cuando el Gobierno impuso el aislamiento social preventivo y obligatorio, hasta el lunes 6 de abril, se habían registrado, al menos, trece femicidios y un transfemicidio y se incrementaron en casi un sesenta por ciento los llamados a la línea 144 en territorio bonaerense. Es decir, casi uno por día, como antes del inicio de la pandemia. “Robos, hurtos y homicidios bajaron en las últimas semanas, según observan en distintos departamentos judiciales bonaerenses, pero los femicidios, no” nos advierte Mariana Carabajal en Pagina 12. Estemos alertas y organizadas.
“Ahora que estamos juntas, ahora que si nos ven. Abajo el
patriarcado, se va a caer, se va a caer”.
Egresó como Comunicadora Social de la UBA. Se dedica a la difusión de la ciencia y es docente de la Universidad Nacional de Lanús. Pilotea sus días entre sus tres amores: las ciencias sociales, la literatura y la maternidad.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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