Tal la tierra oirá en tu silenciar,
cómo nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.
Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie; cuando tú nos lo diste,
¿di, mamá?
César Vallejo
“Cada argentino nace debiendo en plata más de lo que pesa”, afirmaba Sarmiento hacia 1890; alrededor del año 2013 en Francia, según Mauricio Lazzarato, cada bebé tenía al nacer una deuda de 22.000 euros. No es casual que a uno y otro lado del Atlántico, a uno y otro lado del siglo XX se aluda a la figura del que nace; la deuda pública como confiscación del tiempo futuro parece ser un problema de larga data, debates y pesares. En junio de 2017, el colectivo Insumisas de las finanzas realizó una intervención frente al Congreso, en la cual cruzó la entonces reciente toma de deuda pública con el endeudamiento que se logró a fuerza de terrorismo de Estado décadas atrás, y a la deuda como problema privado, doméstico. El recorrido por las calles de una centena de mujeres vestidas de negro, quienes leyeron el documento “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos”, superpuso entonces espacios y temporalidades: el hilo de la memoria permitió tirar de otro hilo, el que va de la abstracción de las finanzas a los cuerpos de donde estas extraen valor. Creo que muches recordamos algunas noches excepcionales que pasamos siguiendo lo que sucedía en el congreso durante las sesiones que tuvieron lugar entre 2016 y 2019: la aprobación del endeudamiento cuyas consecuencias y alcances aún nos tocan y seguirán haciéndolo; la ley de una reforma previsional y las sesiones para que se aprobara el aborto legal, seguro y gratuito. No son azarosas esas noches, tienen su hilo, y ese hilo también es feminista.
Una lectura feminista de la deuda, de Verónica Gago y Luci Cavallero, es eso: una mirada, en un pequeño libro de menos de 100 páginas, publicado en Argentina a principios del 2019, que hace foco donde la lengua de los números, las curvas y ecuaciones algorítmicas buscan homogeneizar una subjetividad que rinde, por el contrario, en la medida en que es exacerbada desde la ilusión de diferencia que nos imprime el consumo. Las autoras lo introducen como “pistas metodológicas, hipótesis políticas y narraciones prácticas” sobre el modo en que las finanzas aterrizaron en las economías consideradas históricamente no productivas: economías domésticas y trabajadores sin salario. Por ese motivo hace foco, principalmente, en esa “retórica opuesta a la austeridad” que sostiene la necesidad de contraer deuda cuando esta se destina a bienes no-durables, a alimentos, vestimenta, salud, pago de servicios.
Una lectura feminista de la deuda supone, entonces: “oponer los cuerpos y las narraciones concretas a la abstracción financiera”, “detectar cómo se vincula a las violencias contra los cuerpos feminizados” organizando una economía de la obediencia (las cuentas no nos dejan decir No cuando queremos decir NO, se leía en el documento gritado en 2017) y “visibilizar los espacios domésticos, reproductivos y comunitarios” como espacios valorados por las finanzas. La economía de la deuda se aprovecha de ciertas formas de vida, e impacta de forma diferencial en los cuerpos feminizados. Mujeres, madres solteras, madres presas, jefas de hogar, travestis, lesbianas y trans. No es solo especulación financiera, sino un mecanismo de desposesión que explota “la diferencia sexual, de género, raza y locación”.
Las empresas que desarrollan entre sus actividades el préstamo personal de requisitos flexibles y grandes porcentajes de interés, como Cordial, Coppel y FIE, van a la salida de las escuelas a ofrecer préstamos que solo se efectivizan con el DNI, pero se garantizan luego sobre amenazas mafiosas si hay falta de pago; una mujer cuenta que “tomó préstamo” para comprar una heladera, luego no pudo cumplir, los intereses se dispararon al 100% y el marido le dijo que se jodiera, que para qué se metió; otras hablan desde la cárcel o tras la experiencia de haber salido: “las mujeres desde adentro siguen sosteniendo las familias de afuera. Con los hombres es algo que no pasa, porque en las cárceles de hombres vos ves las colas y las colas y las colas de las minas con bagayos llevando cosas para bancar a los tipos. Los chongos, en cambio, se fuman la plata, se la gastan en ellos, y vos vas al penal de mujeres y siempre son mujeres: parientes, madres, hermanas, tías”. Cavallero y Gago agregan que muchas han dejado de cenar para que cenen sus hijos, y señalan cómo las mujeres son las que primero reciben el impacto de la “inseguridad alimentaria”. Muchas trabajan casi solamente para pagar deudas y las deudas contraídas para pagar las primeras. Es un libro sobre la deuda que modela nuestras vidas cotidianas, la que nos tiene todo el día haciendo cuentas, y los relatos de esas deudas.
La deuda opera sobre una doble temporalidad: Continuidad en términos de obligación y discontinuidad de los ingresos, con empleos cada vez más flexibles y precarizados. Ese continuum es el que trama una obediencia a futuro. Si vivir produce deuda, discutir la conflictividad de las finanzas es un punto de partida para discutir nuestras autonomías. Por eso, como una mirada atenta a las narraciones, Gago y Cavallero exploran el modo en que la construcción de una subjetividad particular es condición estructural para el rédito de las finanzas; esto no es nuevo en la bibliografía sobre el tema, pero sí lo es la atención especial que las autoras le dan al hecho de que esa subjetividad se trama con las fibras más sensibles que el feminismo popular viene interpelando desde su irrupción. Y acá el segundo revés de lo que implica “una lectura feminista de la deuda”: no solo la clave diferencial en que las finanzas capturan los cuerpos feminizados, sino también como golpe o potencia capaz de interrumpir la fuerza contra-revolucionaria que supone el terror financiero. La lectura feminista de la economía endeudada es la que puede poner a la desobediencia en el lugar de la moral de lxs buenxs pagadorxs, la que invita a sacar las facturas al sol, y colectivizar los cuadernos donde hacemos cuentas. Si la subjetividad del deudor está estructurada en el peso de la culpa – no es casual que la financiarización de la vida privada haya ido en escalada entre sujetxs “ligadxs a la estructuración de nuevas formas laborales, emprendedoras y autogestivas que surgen en los sectores populares” – una lectura feminista de lo que se debe, opone desobediencia e insumisión a la vergüenza. Pero principalmente hace imagen lo que la deuda, como suplemento de la desposesión, viene a ocultar: que algo falta. El brutal ajuste al que fueron sometidos los sectores populares durante la gestión de la Alianza Cambiemos volvió al cuerpo de las mujeres un campo de batalla, como bien identifican Gago y Cavallero cuando narran el episodio de la maestra Corina de Bonis, secuestrada y torturada por preparar ollas populares. Las cuerpas pagan deudas, en su caso con la amenaza escrita a fuerza de punzón en su vientre: “no más ollas”. Esa olla que destruye la abstracción del ajuste y saca las necesidades a la calle – era, sí, una olla popular en el medio de la calle, afuera de la escuela – se conecta con los viejos calderos de las brujas, por eso la escritura en el cuerpo es la amenaza que empuja a cada quien a guardarse en su casa.
Extrañamente, en muchas casas, cuando se habla de Economía (así, con mayúscula), hablan los hombres y las mujeres callan, aunque ellas sean las que llevan las cuentas diariamente. Se dirá que la economía doméstica no puede compararse a las discusiones sobre la Deuda Externa, por ejemplo, o el circuito de las lebacs. Una lectura feminista viene a decirnos que una escala sostiene a la otra, que las deudas privadas hay que sacarlas a la calle, abrir las libretas, sacar las facturas al sol y desobedecer la moral de la vergüenza.
Es Dra. en Letras por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, becaria de CONICET y docente en la misma Universidad. Integra proyectos de investigación vinculados con problemas de teoría literaria y la historia de las publicaciones periódicas y la edición. También se desempeña como editora en EME Editorial.
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