De las “vidas truncas” de Villa Desocupación, desterradas a un puñado de cuadras de la Casa de Gobierno, a los cielos, los vientos y las mesetas de la Patagonia; del “infierno” de la guerra entre Bolivia y Paraguay en el Chaco Boreal, a la efervescencia de la España republicana, después de la Revolución de Asturias y en las vísperas del triunfo del Frente Popular.
El poeta-periodista Raúl González Tuñón (1905-1974) gozaba con cada viaje. Su ciudad, su país, su continente, su mundo, se abrían para que reflejara cada vivencia con todos los sentidos. Le gustaba decir que vivía en un completo “estado de exaltación lírica”. Se podría agregar “y periodística”.
A casi ocho décadas de aquellas coberturas, la investigadora Geraldine Rogers rescata en Raúl G. Tuñón, poesía y reportaje (CEPHCIS-UNAM, México, 2020) una treintena de “crónicas viajeras” publicadas en el vespertino Crítica y en la revista El Suplemento que jamás habían vuelto a circular –salvo una desafortunada edición de los artículos sobre España, divulgada del otro lado del océano–.
A partir de esos textos escritos entre 1932 y 1936, Rogers analiza la producción tuñoneana en clave poética y periodística. Y como bien señala en su estudio introductorio, el tránsito por la poesía y la crónica, por la literatura y el periodismo, es emprendido sin ningún prejuicio y ante el desafío permanente de recorrer territorios en apariencia enemigos.
El poeta-periodista definía su estilo como “realismo romántico”, y así lo distinguía de otros realismos –entre ellos, el “socialista”–. En un texto reflexivo de su madurez consideraba: “A veces el poeta inventa, incluso lleva la fantasía al límite del absurdo […]; inventa y descubre países, digamos, en la vasta geografía del canto. Pero a veces trata de conversar con su época, de glosarla, y en algunos casos suele desbordarla. Es cuando la poesía deviene una especie de crónica, ya sutil, ya descarnada, de su tiempo”.
De esta manera, “el cronista” –nombre que le dio al texto con que inauguró su último libro publicado en vida, La veleta y la antena– articulaba ambos espacios: “En ocasiones el enlace de lo uno y de lo otro supone el equilibrio entre el sueño y la acción que el genio de Baudelaire previó para nuestro siglo divagador y apasionante, con lejanas raíces en François Villon y sus cantos humanos, y en Peter Brueghel, y en ese otro alucinado que fue Jeronimus Bosch, el Bosco”. Y resumía: “Exaltamos, en general, la libertad de las formas y los temas, en verso y prosa […] y a las imágenes como signo fundamental”.
En el poema “Relato de un viaje”, este testigo del siglo XX escribía: “Raúl Tuñón pasa”. Y Rogers se detiene en esa acción que encierra algo más que un “pasar”. Porque para ir de “lo real” a “lo fabuloso” –y viceversa– también permanecía, ejercitaba el asombro y la curiosidad, se quedaba, seguía, retornaba. Asombro y curiosidad de niño-adulto que juega, mira, escucha, huele, siente…
Este porteño cosmopolita que dialogaba con su tiempo curioseaba en la modernidad y se sumergía en el reportaje, género periodístico propio de la nueva época. En una de sus crónicas patagónicas se fascinaba con “la hora mecánica que vive el mundo”. El oficio lo rotulaba “enviado especial”, “reporter viajero”, “corresponsal de guerra”, que en su vagabundeo descubría zonas y personajes de los márgenes. La “musa Actualidad” lo guiaba.
Era un espíritu compenetrado con las vanguardias artísticas –el surrealismo francés, el futurismo y el constructivismo soviéticos– y que, como Vladimir Mayakovski, experimentaba una anatomía enloquecida, “todo corazón”, que palpitaba por donde pasara.
Y qué mejor que sentir esa modernidad desde los aviones pioneros, símbolos de una técnica que avanzaba y parecía no detenerse. Unos años atrás celebraba que Crítica haya adquirido una rotativa innovadora, una Hoe; más tarde, se entusiasmaba con surcar el cielo desde una máquina bautizada con el emblema del diario: “El Tábano”.
Rogers reflexiona: “Tuñón hizo del universal reportaje un elemento fundamental de su poética: la noticia y el apunte de viaje integran la masa de materiales con que compone su obra. Lo poético y lo prosaico traspasan las fronteras entre el arte y la vida ordinaria, en una refundición acorde a las transformaciones de una época tumultuosa. El adentro y el afuera se mezclan, lo nuevo se encuentra con lo viejo. El mundo es percibido como un gigantesco amontonamiento de ruinas y rascacielos, donde las cosas se destruyen y renuevan sin pausa, en un revoltijo para el asombro”.
El antagonismo entre literatura y periodismo –o en este caso, poesía y periodismo–, que Mallarmé trabajó en su concepto de “universal reportaje”, no inquietaba a González Tuñón. Para él, el periodismo no era el depósito de los lugares comunes ni de los desechos literarios. Allí están sus poemas-crónicas para desarmar cualquier preconcepto elitista.
El corpus rescatado por Rogers muestra una faceta esencial en la construcción del poeta-periodista que obliga a alejarse de la catalogación apresurada que lo encasilla como bardo de los circos, la bohemia y los “bajos fondos”.
La imagen de Juancito Caminador no es completa si no se tiene en cuenta la dimensión ideológica. Es en esa convulsionada década de 1930 en que empezó a consolidarse el Tuñón político, militante del Partido Comunista. En las crónicas sobre España puede apreciarse ese compromiso, que no se debilita en un panfleto –una herramienta de combate que aparece en otros textos, ajenos a esta selección–. Y así, Juancito Caminador se hermana con “El més petit de tots”, la “mascota de la revolución”.
El trabajo artesanal para traer al siglo XXI un legado poco conocido o difícil de acceder escrito por González Tuñón ya lo había emprendido Julia Miranda, que hace una década agrupó y prologó tres obras emblemáticas en las que confluyen poesía y prosa de prensa: La muerte en Madrid, Las puertas del fuego y 8 documentos de hoy. El Himno de Riego es la banda sonora de esta trilogía y de la última recopilación del libro de Rogers, los artículos reunidos en “Redescubrimiento de España”.
En el último tiempo, además del trabajo de Rogers, la vigencia de González Tuñón –al menos en el ambiente académico– se vio reflejada en la publicación de Una poética de la convocatoria, de María Fernanda Alle, investigadora de la Universidad Nacional de Rosario que recorre la literatura comunista del poeta-periodista. Además, se abrió el acceso público de la revista Contra, dirigida por González Tuñón en 1933, a través del reservorio digital del Archivo Histórico de Revistas Argentinas (AHIRA), dependiente de la UBA, a cargo de Sylvia Saítta.
Esa suma de coincidencias impulsó al Centro de Estudios de Literatura Argentina y al Instituto de Estudios Críticos en Humanidades, ambos de la UNR, a organizar el encuentro “Salud a la cofradía. Poesía, periodismo y política”, con la participación de Rogers, Alle y Saítta, y Martín Prieto como moderador.
Después de dos horas y media de exposiciones e intercambios, fue tomando forma una necesidad: la publicación de las obras completas de González Tuñón. Saítta puso en palabras lo que sobrevolaba en el espacio virtual: existe una deuda con el poeta-periodista y es imprescindible reconstruir su producción dispersa.
Hace treinta años, el poeta y librero Héctor Yánover confesaba al autor de estas líneas que su deseo era publicar las obras completas de su amigo y maestro, pero que lo frenaba saber que allí tendrían que aparecer los poemas dedicados a Stalin. Ojalá que el libro de Rogers sea un comienzo auspicioso para espantar aprensiones y encarar esa tarea.
Es profesor de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Autor de Raúl González Tuñón periodista (2006), sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018) y Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de “El Negro de la Tribuna” (2020).
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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