La aparición de un trabajador arponeado en el acuario de un hotel es el primer disparador de esta novela. Las líneas iniciales de investigación intentan explicar, intencionalmente, que se trata de un crimen pasional. Por supuesto que no lo es.
Presentada así, se podría decir que Arrecife es un thriller policial y sería acertado, pero insuficiente. La historia transcurre en las playas de Kukulcán, México, un escenario que escapa a la noción de lo paradisíaco y se exhibe como una zona arrasada por el cambio climático y la guerrilla narco. Los hoteles, antes lujosos y ahora vacíos y en ruinas, funcionan como pantalla para la evasión impositiva. Pero hay uno que aún funciona ofreciendo un novedoso servicio: La Pirámide es un resort de turismo de riesgo. Ser uno de sus huéspedes garantiza un peligro “controlado”, que varía entre excursiones a la selva, contacto directo con supuestos narcos, hasta la posibilidad de experimentar un secuestro simulado. Ya no es la aventura lo que atrae visitantes, sino experimentar el miedo, lo más cercano posible al verdadero miedo, el que pone en riesgo el cuerpo y la vida. Esta novedad en el mundo de los negocios turísticos fue idea de Mario Müller, ex líder de la banda de rock Los Extraditables, que al abandonar su carrera musical, se dedicó al turismo y convenció a un “gringo” para que financiara el proyecto.
Villoro elige como narrador a Tony Góngora, hombre de confianza de Müller en La Pirámide, con el que mantiene una amistad desde la época de Los Extraditables. Tony era bajista y fiel exponente del reviente de los años sesenta y setenta. Además de la amistad que los une, en esta relación sobrevuela la sensación de “deuda” que siente Tony hacia Mario, porque éste lo rescató de las drogas. Esa emoción recorre la novela e influye en todas las decisiones que tomará, sobre todo cuando Mario, con una enfermedad terminal, confiesa una paternidad que mantuvo en secreto y le pide a su amigo que se encargue de la hija. La idea de thriller policial ya se queda corta.
Se dice que el argumento literario decide sobre la forma y la trama. Por supuesto que puede haber varias maneras de contar la misma historia, pero siempre habrá una que será la más indicada. Y la elección de Tony como narrador pareciera ser esa “mejor opción”. Los hechos son narrados por un personaje que no es protagonista de los conflictos que va presentando la trama (los crímenes, los negocios narcos, el turismo de riesgo, una paternidad oculta), sino que se involucra como una especie de “testigo” (la coincidencia con el título de otra excelente novela de Villoro no fue adrede). Es alguien que va transitando la novela de la mano con el lector, y claro, desplegando todo su drama existencial.
Por otra parte, Tony Góngora sufre lagunas en su memoria, sobre todo en los recuerdos de la época de Los Extraditables. Se encuentra impedido de recordar fehacientemente quién ha dejado de ser, y esto opera en la narración de un presente que transcurre en parrafadas, sin un hilo que brinde una continuidad expresa.
Así, con la trama presentada en pequeños fragmentos, el lector avanza saltando de uno a otro, sin tener en claro por dónde va la historia, pero atrapado por la intriga, la prosa y la exquisita presentación de cada personaje, elementos que van evolucionando en la novela hasta convertirse en esa cosa inasible a la que llamamos unidad literaria.
La novela presenta dos elementos que, si bien son secundarios en relación con el argumento principal, invitan a reflexionar sobre aspectos de la sociedad actual y de la condición humana. Uno de ellos es la atracción que produce el miedo, el otro es la posibilidad que brinda un pasado hecho añicos para desligarse de quien fuimos y ser definitivamente otro (literalmente otro).
En relación al primer elemento, Villoro lo plantea con claridad: la clase media y alta de Europa y Estados Unidos, quizás también de otras partes ricas del mundo, aburridas de acceder con facilidad al confort y al lujo (pensemos en la excéntrica pero nefasta imagen de políticos y personas de la farándula sacándose selfies luego de cazar animales), deciden hacer turismo de riesgo. Estas clases sociales, “exentas” de la violencia cotidiana de los países del subdesarrollo, optan por experimentar el miedo real que les sugiere la política del consumo. Arrecife, de costado, lanza una mirada sobre un mundo partido en dos: en el lado rico, donde el arte y la cultura son industrias que snobizan y constituyen valores que lo empatan todo, encuentran la llama del deseo en experimentar artificialmente (pero por favor, que en la selfie luzca real) lo que se vive en la otra mitad pobre e incendiada del mundo.
Por último, en un nivel más existencial, la idea de un pasado que cargamos y que nos define en el presente aparece con una variante sustancial. En Arrecife, el pasado de Tony Góngora es difuso e incompleto. El ya no ser, y ni siquiera recordarlo, funciona como una oportunidad. Sin embargo, Villoro, como Saramago en El hombre duplicado, plantea la posibilidad de virar el propio destino pero no asumiendo una nueva vida, sino siendo el reemplazo de un otro, pero ¿es posible que nuestro pasado, aún borrado, se desprenda y nos libere?
Escritor y Licenciado en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo (UNLP). Autor de “El fantasma Bilanski” (Malisia, 2018) y “Los días después de abril” (inédita). Integrante del grupo literario Mulas en la Niebla.
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