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CRÍTICA LITERARIA

MARTÍN BAIGORRIA


Escritos sobre literatura argentina (2019 [2007])
de Beatriz Sarlo

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     En esta compilación de ensayos de Beatriz Sarlo ahora reeditados se hallan resumidas las líneas principales de la crítica literaria tal como se la practica en  Argentina: historia de la literatura, sociología de la cultura, análisis narrativo, el estudio de la prensa y los géneros populares. Ampliados, segmentados y convertidos en lugares comunes, esos ejes conforman el núcleo de una agenda intelectual casi inalterable. Dada esa centralidad, el valor de este libro reside en el alcance de sus apuestas; particularmente qué concepción de la crítica y la literatura pueden ofrecer al lector actual. Una parte importante de esas intervenciones se concentra en la historia literaria; como Ricardo Rojas, como Adolfo Prieto, también para Sarlo la crítica es comprensión del presente a partir del pasado, reflexión sobre la tradición antes que ruptura. Y como en David Viñas la historia de la literatura se concentrará en la prosa local, sin preocuparse mucho por el rol de la poesía, género siempre sospechado de a histórico, siempre demasiado experimental o subjetivista. Si la expresión tutelar de esa desconfianza fue la obra de Borges, no sorprende su rol protagónico en este libro, presentado según los temas clásicos de la modernidad: la cita y el gusto por lo menor, la nostalgia, la cultura de masas, la ciudad, a la manera de un Walter Benjamin criollo. De un artículo a otro Sarlo va cayendo bajo el influjo de la lectura estilizada que Borges hizo de las vanguardias durante los años treinta. Así entendida, la vanguardia viene a depurar todo aspecto disonante o de mal gusto proveniente del mundo popular; estos son elementos en bruto acrisolados por la escritura borgeana, materias primas que pueden ser explotadas. Ahí radica la particularidad de este análisis, atrincherado en un esquema valorativo bien conocido: cultura alta y cultura baja, elites y masas; las transgresiones sofisticadas pertenecen a los grupos privilegiados, para los sectores masivos quedan los “saberes del pobre”, ingeniosos e ingenuos, piezas exóticas sin valor cultural de relieve. Se supone que las páginas dedicadas a Arlt deberían contrarrestar esa concepción jerárquica, pero eso no pasa. El extremismo arltiano es un fenómeno marginal; a Sarlo nunca le interesó leer ahí una discusión estética capaz de instalar una cuña en la hegemonía de Borges. A fin de cuentas será el escritor de Sur y no Arlt quien podrá pensar mejor la cultura argentina “desde los márgenes”. Pero en ese balance hay tanto de juicio literario objetivo como de identificación ideológica: desde Sarmiento a Borges pasando por Victoria Ocampo, los autores que se manejan con más lucidez en la periferia latinoamericana son los que mejor procesan la influencia europea. 

     Sarlo se ató así a un paradigma cuyo punto culminante llega en la década del ´50 y que desde entonces no ha dejado de ser discutido por la literatura argentina. Esa fijación costó algunas omisiones: los hermanos Lamborghini, Zelarayán, Copi, la poesía contemporánea (desde el neobarroco y el objetivismo hasta los autores de los noventa). La gran apuesta fue Saer, aquel que vendría a ocupar el lugar de Borges; aunque cabe preguntarse si Aira no le sacó ventaja con un tono y una reflexión menos solemnes, ajenos a ese ideal de alto modernismo europeo vislumbrado por Sarlo en el santafesino. El sesgo narrativo con el que son leídos los textos de Saer deja además en un plano menor otras cuestiones como la construcción de la frase y sus vínculos con la poesía local, ahí donde surge lo más rupturista de su estilo. Publicados a lo largo de más de dos décadas, estos comentarios han perdido actualidad porque, más allá de la apariencia de pluralismo sugerida por la cantidad de autores tratados, no hay en este volumen líneas interpretativas o posicionamientos que sirvan para comprender cuáles son las transformaciones últimas de las letras locales. Más bien por el contrario, el diagnóstico que postula la falta de diagnóstico de la literatura contemporánea es banal, se vuelve inmediatamente inútil una vez que el lector recuerda algunos títulos de los noventa ‒Punctum de Gambarotta, Música mala de Rubio, Poesía civil de Raimondi‒. 

     Tras el cambio de siglo Sarlo empieza a rumiar un clima de estertor; algunas novelitas con chats consumarían una separación irreversible entre la cultura literaria más establecida y una nueva escritura ajena a esas convenciones. Según este planteo un joven escritor familiarizado con internet nada encontrará de interesante en Saer o Joyce, como si la dialéctica entre tecnología y literatura no admitiera otras posibilidades. Esa sospecha es aún más llamativa si se vuelve a sus estudios sobre la “imaginación técnica”, ¿qué pasó en el medio, qué la llevó desde la apología al pesimismo? La inquietud no es sin embargo tan novedosa; ya en su Sociología… de 1956 Prieto alertaba igualmente preocupado por la llegada de la “gran división”. Sólo que a esta altura ese juicio parece un tic nervioso de la crítica tendiente a sobreactuar la distancia entre escritor y lector ‒otra vez artista y público, elites y masas‒ a la manera de experiencias inconexas: minorías cultas en peligro de extinción frente a la barbarie encarnada por la técnica, el mercado o el populismo ‒todos ellos miméticos y retardatarios, siempre más o menos solidarios entre sí‒. Esas antinomias reflejan una concepción de la historia y un orden cultural; por eso si después del 2000 se intuye un quiebre en el viejo status quo, Sarlo reconocerá ahí una pérdida antes que una señal de progreso. El resto lo harán la nostalgia por el gran modernismo y el foco en la narrativa: creerá ver un retorno de la novela larga en Pauls y Caparrós sin prestarle atención a un precedente más interesante (El traductor de Salvador Benesdra), estudiará los relatos de Cucurto sin ver en su poesía lo más valioso de su obra; acudirá a la etnografía para referirse al sexo, la cumbia o la oralidad. Todo esto descoloca a la autora porque ella siempre tuvo otro interés: salvaguardar la misión cultural de la elite, su ineludible rol en la definición de los valores democráticos. Esa es la toma de partido más consecuente de sus escritos. 

MARTÍN BAIGORRIA

Es crítico literario, docente e investigador.