GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

HISTORIA / POLÍTICA

YAMILA BALBUENA


Miradas en torno al problema colonial. Pensamiento anticolonial y feminismos descoloniales en los sures globales (2019)
de Karina Ochoa Muñoz (Coord.)

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     Mi Cuerpo Sur fue atravesado por la lectura. Las palabras lograron penetrar mi exterior Blanco, hasta llegar donde habitan el negro y todas las tonalidades del marrón. No es una esencia previa o biológica, es un antes en el tiempo de la historia donde fuimos otros seres… hay una memoria, o muchas, que nos traen ese recuerdo, como si fuera un viento de mar, para despertarnos del letargo. El Norte dominante e imperialista que hay en mí ha sido mi Cabeza. A veces me dejo conducir unánimemente por ella y me pierdo. Pensar con el corazón es una actitud antipatriarcal y anticolonial.

     Puede ser un fraude para quienes se aventuran a este libro a través de mis ojos; sin embargo, no dejo de encontrar en lo que leo mis propias preocupaciones: construir feminismos, recuperar prácticas feministas, reflexionar sobre los feminismos y sus prácticas. Tampoco puede ser de otro modo: sólo logro hacerme de la lectura entreviéndola con las preguntas que hoy levantan signos de interrogación debajo de mi piel. 

     Hacernos estas preguntas ahora es posible, en parte, porque en el camino fuimos respondiendo otros interrogantes. Sé que el tiempo detenido es un artilugio de la escritura; a medida que escribo los intereses cambian, y mis palabras envejecen. Todavía es preciso seguir diciéndolo: mi lectura es política y mi decisión de compartirla, aún más. 

     Karina Ochoa reúne voces diversas que dan cuenta de la pluralidad del feminismo decolonial. Voces que son prácticas, situadas desde el cuerpo. Que, a la vez, son experiencias de lucha, resistencia, acciones, y que juntas son un aporte teórico, un arma teórica para las prácticas y para leer nuestras experiencias situadas desde esta nueva concepción de teoría que es también cuerpo y corazón, como documenta el trabajo de Pérez Moreno. 

 

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     Miradas está ordenado en siete capítulos. Algunos se componen de varios artículos, pero el primero y el último son unitarios. Tanto el abordaje de Mendoza como de Londoño Bustamante son únicos en su tipo. En el primero, Mendoza nos acerca un estado del arte de los estudios decoloniales y su andamiaje conceptual. En el último, Londoño Bustamante, por su parte, historiza el surgimiento de una historiografía feminista. Entre ambos, se presenta una agenda temática y política que proponen los distintos abordajes que componen este libro, la articulación entre el pensar, hacer y sentir sin disciplinar un aspecto al servicio del otro, sin tampoco otorgar a uno más valía que el otro. 

     Mientras que los capítulos dos y tres, a partir de los textos de Cumes, Marcos, Álvarez Díaz, Pérez Sián y Pérez Moreno, se recupera y se propone recomponer y visibilizar genealogías con las lenguas, cosmovisiones y legados ancestrales, los capítulos cuatro y cinco nos convidan de estrategias de descolonización entendidas como prácticas que buscan incomodar, canalizar acciones no regladas o cuya existencia excede los cánones, y/o subvertir el orden material y simbólico vigente. Martínez Sinisterra propone desmoronar el racismo, descolonizar la praxis política, a partir de producir un archivo, un conocimiento, una pedagogía propia. Gracias a la investigación de Cejas podemos conocer las movilizaciones estudiantiles sudafricanas que claman por la descolonización del saber y que fueron reprimidas como en los tiempos del Apartheid. Cabanillas nos acerca la experiencia de organización de mujeres musulmanas en Sudáfrica; la entrevista de Ilyas F. Garcés nos aproxima al pensamiento musulmán decolonial de Adlbi Sibai; y, por último, Filigrana García, desde los sures de Europa, suma su voz como feminista gitana andaluza.

     El capítulo seis, propone la descolonización del arte a partir de concebir otras manifestaciones artísticas a la vez que leer críticamente las existentes. Garzón Martínez repasa el canon literario racista a partir de tres novelas colombianas y Difarnecio, busca traducir en palabras lo que es poner el cuerpo a partir de una relatoría sobre teatro creado y actuado por mujeres mayas.

     La unicidad del libro la encuentro en la asunción de una posición anticolonial. En primer lugar, en el sistema clasificatorio que ordena cuerpos y realidades según la raza y que otorga privilegios tangibles y bien concretos tal como manifiestan las autoras. En segundo lugar, conocer, comprender y honrar las distintas resistencias que se levantaron en su contra y que expresan una genealogía para quienes hoy seguimos resistiendo desde las periferias. No en busca de un paraíso pre existente, sino como objetivo para pensar quiénes somos y cómo queremos vivir.

     En tercer lugar, evidenciar los mecanismos de opresión y las respuestas que impactan sobre la realidad y las posibilidades de teorizar sobre las mismas desde una episteme no blanca. Lo que supone poder conceptualizar al sistema mundo capitalista moderno colonial que habitamos como clasista, racista, misógino y heteronormativo que genera una asimetría en el plano existencial y mental.

 

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     Estos comentarios se enmarcan en un contexto particular de lectura y recepción del libro desde la Argentina. En la actualidad, gran parte del pueblo trabajador está sufriendo una crisis aguda como consecuencia de la aplicación mecanizada de los paquetes de medidas estandarizados que el capitalismo global y sus secuaces anónimos han diseñado para territorios como el nuestro.

     Durante la gestión macrista, las políticas neoliberales de ajuste, desempleo, especulación financiera y endeudamiento externo no se aplicaron sin una férrea resistencia. 

     En las movilizaciones masivas la presencia feminista es visible e invisible a la vez. Por un lado, la inmensa mayoría del activismo luce de manera permanente el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito. Ese pañuelo -a veces combinado con el color violeta o de la bandera del Orgullo- se ha convertido en un símbolo de identificación no sólo en los espacios de lucha, las marchas o actos convocados, sino también en la vida cotidiana. Decoran bicicletas, se lleva en los puños, mochilas y representan la marea verde violeta que viene inundando las calles en diferentes concentraciones específicas, como fueron los paros internacionales (#8M), la presentación del proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) y su tratamiento en el congreso (#13J), contra la violencia y los feminicidios (#Niunamenos), entre otras (Alonso, 2018). La nueva ola del feminismo ha inundado no sólo las calles, también los medios de comunicación, las redes sociales, las universidades, hasta el mundo del espectáculo se ha visto conmovido y se expresa en nuevas colectivas inéditas en términos de activismo, como el Colectivo de Actrices Argentinas (AA). 

     A pesar del protagonismo que estoy describiendo, se sigue presentando de manera sectorizada (y masculina) la lucha contra la pobreza, el hambre y el saqueo. Y las feministas sólo son enunciadas en algunos casos como activistas de lo específico: de las mujeres y las disidencias sexuales. Y de sus “temas”: el acoso, el cumplimiento de leyes como la de Identidad de Género o Educación Sexual Integral (ESI), etc. 

     La violencia de la narrativa que nos borra de los relatos, de las estructuras económicas que viven de nosotras/res, que se alimentan de nuestro trabajo gratuito, no son otras que narrativas coloniales. ¡Son tan hegemónicas!, incluso dentro de la corriente decolonial o poscolonial en donde la colonialidad del género sigue siendo una variable y no es concebida como estructural (Bruschetti, 2017). 

     El pensamiento dominante desconecta nuestra existencia y resistencia para compartimentarla en lo específico, sectorial, de última, cosas de mujeres. Al mismo tiempo, y haciendo carne la interseccionalidad del sistema y de la respuesta que tenemos que darle, quienes nos aventuramos a develar su crueldad y deshumanización estamos llevando adelante un debate en torno al sujeto político del feminismo. No es una disputa nueva, pero adquiere una fuerza sin antecedentes en el marco de la organización de los denominados Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM) que se vienen realizando de manera ininterrumpida desde el año 1986 (Alma y Lorenzo, 2009)

     Las discusiones profundas que se vienen llevando a cabo pueden verse contenidas en los aportes que este libro nos acerca en relación a pensar otras articulaciones por fuera del marco normativo occidental y eurocentrado, como los Estados Nacionales, como así también en otros debates que el libro tematiza respecto a un uso restrictivo o normativo del feminismo, al reconocimiento de las cosmovisiones ancestrales, a escuchar todas las voces y darles existencia y encarnadura, entre otros aspectos. Lo que estamos debatiendo es quiénes somos, cómo nos nombramos y porqué luchamos. 

     En este momento los feminismos de Argentina, al igual que las movilizaciones estudiantiles de Sudáfrica, se enfrentan a la necesidad de descolonizarse. Pluralizar su enunciación, como proponen Ochoa Muñoz y Garzón Martínez en la Introducción, no supone un uso políticamente correcto. Sino entender las contribuciones y debates como parte de un todo sin centro, sin acuerdos totales, sin síntesis sencillas de deglutir. Algo más fácil de decir que de asumir, al menos en un entorno tan reglado por las grandes epistemes universalizantes occidentales. 

     Tampoco significa que no haya ninguna posibilidad de unir voluntades de las expresiones de Abya Yala y los sures globales. Por el contrario, existe un hilo que teje las tramas de diversos dibujos y colores y permite pensar el colonialismo como fenómeno que nos ha interrumpido el tiempo, imponiendo un sistema, unas formas, rupturistas respecto a lo previo y que no está instalado como suceso en el pasado remoto sino al revés, vive en nuestros cuerpos, la forma en la que hablamos, el modo en el que entendemos nuestro presente. 

     Hay horizonte de articulación, posibilidad de acuerdos transitorios, de definiciones, porque hay esperanzas, algunas presentes en estos relatos que estoy comentando.

     Expresar que la superioridad occidental es una ficción es el primer paso para dejar de pensarla y sentirla como verdadera. Nos obliga a rastrear y reconocer otras genealogías otras, no las yanquis ni las parisinas; nos permite, en un acto liberador, dejar de querer encajar en una ropa que no es de nuestra talla y mirarnos en un espejo sin sentirnos farsantes: nunca vamos a estar a su altura, lisa y llanamente porque no somos ellas. Somos otras, que para poder existir como tales, tenemos que deconstruir la mirada ajena y mirarnos con nuestros propios ojos como lo expresaba Fanon (2009).

 

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     Este libro, desde mi lectura, nos aporta los hilos para bordar con un diseño propio lo que podemos y somos. No es sólo lo que dice, sino el modo en que lo dice. Propone una nueva genealogía y a la vez, recupera genealogías que se nos fueron perdiendo, deshilvanando. No es que las perdimos jugando al distraído, como dice una canción de la infancia, sino como parte de las estrategias de poder, poder/saber, y que por lo tanto encontrarlas/re encontrarlas supone discutir el poder, desarmar el poder, empoderarnos. Pero también supone discutir con el patriarcado académico y disputarle la producción de sentidos, significados, saberes y conocimientos.  

     Los feminismos decoloniales contribuyen en este proceso sumando, además, un mecanismo de escucha que genera disrupción, porque antes de ser palabra fue silencio -la invisibilidad sigue siendo un hueso duro de roer-. Y porque esas palabras por fin dichas vienen a incomodarnos, ponen en crisis formas anteriores de concebir y pensar.

     El problema colonial no es otro. No viene a hablarnos de algo externo, ajeno, meramente intelectual. Nuestros problemas y el modo en que podemos enfrentarlos, en que nos permitimos leer lo que nos pasa y modificar lo que nos sucede, es parte del proceso que se inaugura en la colonia y que, como ciclo, no ha concluido.

 

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Coda

 

     Algunas feministas creemos que uno de nuestros roles prioritarios es el de incomodar. No digo señalar con un dedo acusador o medir con el feministometro, ni nada de eso. Se trata más bien de mirar aquello que en general pasa inadvertido, que queda invisibilizado o es naturalizado por discursos, estructuras, dispositivos, que están o pueden vincularse con el orden establecido, con el Estado y sus instituciones, con el saber y sus academias, con las organizaciones sociales y políticas. Este libro del 2019 contiene claves para pensarnos, aún en el marco de esta pandemia a escala planetaria. Y les adelanto una razón: las políticas públicas gubernamentales para mitigar las consecuencias del COVID-19 son una expresión de la colonialidad del poder, de la racialización de los cuerpos, de la jerarquización entre pueblos, y fronteras adentro, entre ciudadanos de primera que pueden confinarse en sus casas y ciudadanes de segunda que incumplen la ley por definición: pobres, personas privadas de su libertad, prostitutas, desocupades, víctimas de violencia patriarcal y tantas otras.

 

YAMILA BALBUENA

Profesora, investigadora y extensionista de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Dicta clases de historia, historiografía y feminismo (FaHCE/UNQ).