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BIOGRAFÍA

JAVIER TRÍMBOLI


Excesos lectores, ascetismos iconográficos (2017)
de José Emilio Burucúa

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     Por varios motivos despierta interés este libro. Su autor, se sabe, es una de las figuras que le dio tono sino a la historiografía que empezó a consolidarse con el derrumbe de la última dictadura, a la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, uno de los epicentros de esa renovación. También a la de Historia del Arte. Sus temas fundamentales de investigación no tuvieron ni tienen a la Argentina como preocupación principal y, aunque es mucho lo que ha cambiado desde que José Luis Romero realizó aportes destacados a la tardía historia medieval europea, también él se mueve con seguridad entre bibliotecas que no están a nuestro alcance. A la par, desde hace unos años que no sorprende topar con Burucúa en las páginas de alguno de los principales diarios, señal de que lo atrapa el reconocimiento público. 

    Una de las impresiones que deja Excesos lectores, ascetismos historiográficos es que su autor se siente muy a gusto en su situación, entre sus colegas y también con su lugar algo excéntrico. La exclamación “¡Viva la República de las Letras!” remata un párrafo que da cuenta de sus primeros encuentros con “Roger”, por Chartier, con Natalie Zemon Davis, con Robert Darnton y Carlo Ginzburg. Especifica: mientras que con el autor de La gran matanza de gatos compartió una cena en la casa de “Charlie” Reboratti e Hilda Sábato, de la que también fue parte “el gran José Nun”, al de El queso y los gusanos lo frecuenta desde que coincidió en una “festichola” en la Villa Getty en Santa Mónica “(réplica de la que fue la villa Adriana en tiempos del emperador que la diseñó y mandó a construir en Tívoli)!”. Noventas a pleno, bandejas de sushi. Se podría leer cierta ironía aquí -allá y más por acá también-, pero no; lo que se expresa es satisfacción, contento genuino, incluso juguetón. Seguirlo a Burucúa en estas páginas, que a simple vista ofrecen sólo un denso mapa de lecturas, es una forma de aproximarnos un poco más al campo historiográfico o a esa “República de las Letras” en su versión argentina, vigente así quizás hasta antes de ayer. 

    Contra lo que podría parecer una amalgama fácil, este libro desborda y se desmarca, al punto de que no es un ejemplar más de la especie en cuestión. Porque si de algo se ha cuidado el campo historiográfico, hasta hacer de ello una marca registrada, es de dejarse llevar por la fruición de cualquier entusiasmo. Inconfundible es la posición que cultiva el académico: reservada, tenue, a lo sumo burlona. Enjaula a las pasiones. Y aunque este libro no las entrometa con el conocimiento, la fascinación que llega al “nirvana” -así se escribe en la página 82-, es la fuerza que acompaña y envuelve a las lecturas, desde las más mozas hasta las últimas. Fuerza o un ánimo, el de la exaltación. Sólo una muestra: cuenta que Radical Reformation de George Williams lo lee “embriagado por la erudición histórica y los descubrimientos constantes de cuánta vida, pasada y coetánea, cuántas ideas enaltecedoras del prójimo, libertad contenida, fraternidad oculta, igualdad predicada con Biblia en mano, puede haber, no solo en un gran libro del tipo de los Adagia o de la Christianismi Restitutio, sino en los panfletos, en las cartas con intenciones expresadas entre líneas, en las confesiones arrancadas por la tortura.” No afloja. Esto de la mano de una generosidad poco común en el reconocimiento de los libros de otros, incluso de las lecturas que se abren por su influjo. Sobreabundan los elogios sin vergüenza, a contramano de todo retaceo. “De Fernando Devoto, entre tanto, más que sus libros, únicos en el planeta (sic), sobre la inmigración italiana en la Argentina, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna me enseñó qué es escribir una historia de ideas, intelectuales y política, que sale perfecta sin prestar demasiada atención al purismo de los géneros (…)”. Nos dice Burucúa que Son memorias de Halperin funcionó como modelo “platónico” para el suyo. No, desencaja. 

    Aunque no sea su problema principal -desde ya, nos interesan y gustan los libros que presentan problemas-, Excesos lectores… abruma. Los títulos de los libros leídos se suceden como en una guía de teléfonos, así como sin pausa se aprietan referencias a pinturas. Pero quizás el efecto lo produce que todo se presenta muy cercano y con un entusiasmo alto y parecido. Libros de historia, de matemáticas, de medicina, de arte, de literatura le pertenecen por igual. De los griegos a esta parte. Se muestra convencido de que todo lo conducía, siendo un niño y con naturalidad, a La Ilíada, y no a cualquier otra cosa que pudiera ofrecer ese almacén de ramos generales que evoca en la esquina de Boedo y Rivadavia; predestinación que complace al padre, con él se congracia. Parece muy importante la cantidad de veces que leyó las tantas aventuras de Tintin. “Leí completo, COMPLETO, el tomo primero del tratado de Julio Rey Pastor sobre análisis matemático”. Una y otra vez carga las tintas sobre el hecho de que sean completas sus lecturas, con fichas y en pocos días. Proezas del afán gimnástico de conocimiento que lo devora todo. La música en la civilización occidental de Henry Lang: “Lo liquidé en diez días e hice cuadros sinópticos”. Ostenta las lecturas, se emperifolla con ellas. Aunque no busque tal cosa, pareciera como si nos tirara por la cabeza con su biblioteca y sus destrezas lectoras, también con sus viajes. El mismo entusiasmo, monocorde, abraza sin contradicción a la vista a La revolución de Gustave Landauer y a La libertad y la violencia de Víctor Massuh.

     Desde su revés, Excesos lectores… instala la duda acerca de cómo se puede leer sin ofuscamiento, sin tropiezos, lo que es decir sin experimentar el padecer al que algunos libros nos arrojan, con tanto éxito que queremos acabar con ellos. Obliga a preguntar qué forma de leer es ésta que no llega a desear que no haya sido escrito ese libro que llegó a nuestras manos; que no se preocupa, más aún a la hora de escribir historia, por acercarse a esas páginas que son veneno. Que lo bebieron de la sociedad de la que brotaron y que la vuelven a derramar sobre ella. Pues, la definición primera que gobierna a Excesos lectores… es que “Nunca me dio veneno la lectura.” Como si se desconociera la radicalidad del desacuerdo que puede despertar un libro, incluso y sobre todo uno de muy buena factura. El conocimiento y su aventura, desde que la fe en la razón del hombre -ésa que Brecht le adjudicaba a su Galileo- se ha vuelto problemática, por no decir imposible o sospechosa de ceguera, no puede ser un paseo en un jardín. Attic Books, una librería de London Ontario, se le ocurre como “uno de los lugares más felices del planeta”, por las ediciones primeras que encuentra de libros bien amados. Que sus precios asciendan a varios miles de dólares apenas le arranca un “cáspita”, pero sin embargo no es esto exclusivamente lo que lleva a confirmar que es inconmensurable lo que nos distancia de toda una posición que Burucúa condensa de lo que hace ya decenas de años se entiende como un erudito.

    Apelando a los escasos recursos con que se cuenta, algo más empieza a revelarse cuando el trato es con libros que conocemos mejor. Amaga con plantear alguna idea sobre obras tan disímiles como El juguete rabioso y Radiografía de la pampa, pero sólo las enlista. De Facundo, generalidades. De El matadero: “texto donde la altura de lo argentino se me antoja una Aconcagua.” Como no decir nada. Borges: “me atrajo al punto de completar la lectura de Ficciones, agregar la de ambas Historias, la universal de la infamia y la de la eternidad.” Martín Fierro “es la cima de nuestra épica, la más bella y conmovedora.” Lo emparda con Tannhauser y los Maestros Cantores, en movimiento no muy distinto al célebre de Lugones cien años atrás, grave operación política estatal entre ojo y ojo. Se enreda con Halperin a propósito de La larga agonía de la Argentina peronista, con el remanido asunto de que ese final anunciado no terminó de ocurrir, e intenta salvar la situación diciendo que esto no fue responsabilidad del autor que “combatió contra las tiranías y los períodos de estupidez colectiva.” Digamos que si Martínez Estrada empujaba a que leyéramos con miedo, la forma que expone Burucúa no conoce siquiera esa posibilidad. Ajeno a toda indigestión.

    El juego que propone esta colección de la que es parte Excesos lectores…, aquí llega al extremo. Los libros por delante de la vida, incluso haciendo ver que queda poco de vida en su exterior. Probablemente, y más aún con todo lo que está revelando lo que nos afecta en 2020, no sea del todo errado ese diagnóstico involuntario, pero esto -antes, durante y después de la pandemia- vale solamente que lo tratemos como una pesadilla, no como un ideal finalmente alcanzado. Algunas fisuras vuelven más visible el asunto. Es lograda la forma en que el dolor por la enfermedad de su mujer se mide en la imposibilidad de recordar los libros que llevó al hospital durante el tratamiento que la salva. Antes, dos páginas contiguas: en la primera señala que intentó apartar a su hermano de la militancia en el ERP con la ayuda de libros de izquierda atemperados que, sin embargo, se revelaron ineficaces para tal fin. En la siguiente, confiesa que sedujo y abandonó a una mujer, y nada de su biblioteca le impidió obrar de ese modo, abrazar el mal que, dice, lo constituye. El tema es que ni una cosa ni la otra derraman sobre el resto del libro. Ni siquiera gotitas de su veneno o de su fragilidad. 

    Que su vida haya sólo llevado el ritmo de los libros, que se pueda narrar a través de estos listados sin que parezca que se está perdiendo algo, se vincula también con la bajísima intensidad política de esta tan peculiar biografía. Las páginas que más asombran al respecto son las que refieren a su paso como estudiante por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Eso ocurre con demora, pues atrás quedan dos carreras apenas iniciadas, poco después de la noche de los bastones largos, por lo tanto en una situación represiva que atraviesa, como es sabido, notablemente a las universidades. No hay palabra al respecto, como si estuviera por fuera de su horizonte, y la formación que recibe está más allá de todo cuestionamiento. Es a propósito de este contexto que celebra haber tenido a  Massuh de profesor porque el libro al que hacíamos referencia le “salvó la vida” al hacerlo descartar el camino de la violencia. Aclaremos que en ningún momento habíamos sospechado que estuviera cerca de él. Es por este vacío de reflexión sobre la circunstancia política y social que la militancia de su hermano irrumpe no se sabe de dónde. El muy vago sesentismo que por momentos se asume no tiene la fuerza suficiente para problematizar las decisiones -y las lecturas- de una vida.

    La casi imperceptible politicidad se lleva muy bien con el antiperonismo, el posicionamiento más fuerte que en este sentido hace el libro. Y lo hace apresuradamente, desde la primera página. “Mi antagonista perenne” lo llama y no se priva de escribir “los K”, guiño bruto hacia lectores dentro de los cuales no se nos imagina a muchos. Acompañada esta posición por genéricos y terminantes juicios sobre la dictadura -a la que preferentemente nombra “tiranía”-, en particular sobre la guerra de Malvinas. Las mentiras, no los libros, aquí sí dieron miedo. Incluso las lecturas imbuidas de peronismo lo “enfurecieron”, pero como pronto desembocaron en el “ridículo”, se entiende que hayan sido expulsadas de la biblioteca. En la contracara, su adhesión a Alfonsín por la esperanza democrática que anima, queda expresada de tal forma que hace pensar en las serias dificultades que efectivamente afrontó ese líder político para hacerse fuerte apoyado en la propia opinión que lo veneraba.

    La impresión es que no hace falta, como se hizo en un par de reseñas, preguntarnos sorprendidos por qué Burucúa se manifestó a favor de la candidatura presidencial de Mauricio Macri, porque la forma que se exhibe en este libro de entender a la cultura no hubiera podido encontrar una más satisfactoria resolución electoral.

JAVIER TRÍMBOLI

Es profesor en la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP). Su último libro es Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017).