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NOVELA

PAULA PROVENZANO


Ladrilleros (2013)
de Selva Almada

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     Pájaro Tamai y Marciano Miranda están tirados en el suelo del parque de diversiones a punto de morir. Ya habiéndolos arrojado a esa muerte inminente, entre alucinaciones y escenas desordenadas, Selva Almada comienza a reconstruir con absoluta precisión sus vidas en esta historia de masculinidades, pobreza y resentimientos en un pueblo de Chaco.

     Así como desde el inicio ya se sabe el desenlace, toda la estructura de la obra está desarrollada de una manera dinámica. A partir de dar a conocer la muerte agonizante de los protagonistas, la escritura va y viene en un conjunto de episodios que la autora elige narrar de manera no lineal, valiéndose de repeticiones para afirmar algunas ideas y sensaciones. Pasa algo significativo también con su lectura: si bien ésta nunca es pasiva, dado que lo que se ofrece es todo lo contrario a una elaboración final puesta en un paquete lista para el envío, es la persona que lee quien va armando en ese dinamismo una historia que no logrará completar sino hasta llegar a la última página.

     Se podría pensar a Ladrilleros como historias paralelas que en un momento comienzan a cruzarse hacia un destino trágico. Casi una versión shakespeariana de dos familias enemistadas desde hace mucho tiempo en una provincia argentina. Casi una operación dialéctica: la tesis Tamai, la antítesis Miranda y la síntesis dramática en la muerte. Casi porque tan antitéticos no eran, y porque el deseo aquí le escapa a la heteronorma y no se cobra la muerte de ambos amantes.

     Por la agilidad de la narración es difícil no devorar el libro de un tirón, pero si nos detuviéramos a armar las genealogías, serían las siguientes:

     Estela, reina de los carnavales, se casa con Elvio Miranda, que venía de familia de ladrilleros, y Marciano es su primer hijo. Cuando rompe bolsa, Estela va sola hasta el hospital según un plan que ella misma había armado detalle por detalle. Por su parte, Celina se gana el desprecio de su familia (su padre y sus hermanas) cuando se junta con Oscar Tamai, que en ese momento era un insolente cosechero. Su segundo hijo nace unos minutos después que Marciano y como movía mucho los brazos y los pies, como aleteando, empezaron a llamarlo Pajarito. Celina encontró una posibilidad para responder a las pretensiones de su esposo de ser su propio patrón, alquilando la casa de un pariente de una amiga donde también tenía el horno para fabricar ladrillos.

     Todo el asunto de las ladrillerías deriva en que ambas familias terminen viviendo a pocos metros. A lo largo de la historia, Elvio y Oscar van a ir desarrollando una fuerte y persistente enemistad en principio por el robo de un galgo, aunque luego se sabe que antes ya estuvieron a punto de agarrarse a las piñas en un bar. La tensión entre ellos se corta cuando Elvio Miranda es asesinado, en un hecho que permanecerá impune y que amerita una mención especial a cómo es retratada la policía pueblerina agobiada por los hechos delictivos y por su propia impericia.

     En Ladrilleros la autora utiliza a la perfección un lenguaje que recupera la oralidad, y al mismo tiempo hace referencia a prácticas y emociones que son claves para analizar y entender las lógicas patriarcales y las dinámicas de reproducción de la virilidad. Hay pasajes como “Si hacía falta, lo iba a obligar a mascar conchas todo el día hasta que se le fuera el berretín de chupar pijas” o “Su vieja inquina con Miranda era una reafirmación de sí mismo. Las malas pasadas que se iban jugando a vuelta, le ponían sal a su vida. ¿Qué iba a ser ahora que se había quedado solo?”. El primero es un pensamiento de Marciano respecto a su hermano Ángel, el segundo es lo que pensó Oscar Tamai frente a la muerte de su rival.

     Una masculinidad que encuentra en la pretendida impugnación de la homosexualidad uno de sus cimientos, no sólo es aludida sino que cobra relieve en el relato de esas vidas. La conmoción que generará Ángel (el hermano menor de Marciano) al sembrar ternura en el terreno yermo del rencor masculino, será lo que conduzca la trama del honor familiar hacia la venganza final. También resulta presentada sin necesidad de grandes parafernalias conceptuales, la noción de corporación y pertenencia a la fratría masculina. El asesinato de Elvio Miranda, a pesar de su enemistad histórica, es sufrido por Oscar Tamai hasta el punto de sentir que ya no le quedaba nada. Lo que se expone es que es por esa enemistad, y no a pesar de ella, que se reconocen como pares.

     En algún punto puede parecer que todo el protagonismo lo tienen los varones. Sin embargo, la figura de las mujeres es muy fuerte y hay igualmente un paralelismo en ellas. Son las que toman las riendas de la economía doméstica frente a sus maridos amantes del juego y del bar, son las que ofrecen una cuota de sensatez, incluso de orden, para sus hijos, aun cuando sean ellas mismas quienes reproduzcan algunas dinámicas machistas de sostén (Estela siempre dejaba algo de dinero en los bolsillos de su esposo “para que no se resintiera en su hombría”). De la misma manera, son las que se quedan “solas” a cargo de sus hogares y cuando lo hacen, lejos de victimizarse, componen una oda exogámica frente a la posibilidad de volver con sus familias primarias.

     En Ladrilleros no falta nada, está encendido el fuego del rencor, el alcohol que lo alimenta, el sexo que encuentra a los cuerpos en una cama matrimonial o en el baño de la bailanta. Está el parque de diversiones en la noventosa y desobediente infancia y en el lecho final e irreversible de la muerte. Está el odio permitido entre dos varones, y, como contracara, el amor prohibido entre otro par de ellos.

     También hay un juego de espejos, esos a través de los cuales mirarnos implica ver algo más. Así como Virginia Woolf plantea en Un cuarto propio que las mujeres han servido de espejos mágicos para reflejar la figura de los hombres duplicando su tamaño real, aquí son los pares quienes definen la imagen cuando los cuerpos cobran dimensión en la pelea. Los varones se ven a través de otros varones, esa es la revelación de Ladrilleros. Cumpliendo el mandato, lo que los destruye es lo mismo que puede proyectar su reflejo entero.

     Almada nos convida múltiples imágenes que lejos de estigmatizar tienen una potencia perturbadora: la desgracia siendo parte del entretenimiento; el descubrimiento del placer y la plenitud del deseo de quien ya no puede reprimir su amor por otro como él. Nos transmite un calor muchas veces agobiante, la asfixia de la falta de expectativas; nos hace constantemente ir y venir para armar el rompecabezas. Y, sobre todo, nos pone en esa tensión de experimentar la sensación de Pajarito y Ángel de ser dueños de su propio destino mientras se nos revela que esos destinos ya fueron sometidos a la violencia del deber ser.

PAULA PROVENZANO

Licenciada en Sociología. Se desempeña en la atención de situaciones de violencia de género y estudia temas de género y masculinidades.