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HISTORIA / ENSAYO / POLÍTICA

MARTÍN CORTÉS

Espectros dependentistas. Variaciones sobre la "teoría de la dependencia" y los marxismos latinoamericanos (2020)
de Diego Giller

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Conjurar el fantasma: por una reconstrucción de las teorías de la dependencia

     Este es un libro importante, no solo por los temas que aborda -su relevancia histórica y su actualidad: la dependencia es, quién podría dudarlo, un problema contemporáneo-, sino sobre todo por el modo en que lo hace. El título del libro es sugerente, de evidente factura “derridiana”, pero, esta sería la hipótesis de lectura que aquí se presenta, la figura de los espectros podría ser leída menos como la protagonista del libro que como su punto de partida. Se trataría entonces de un “estado actual” del problema de la dependencia: espectros que acechan, insuficientemente conjurados, desatendidos en su densidad, incluso desaprovechados teórica y políticamente. “Estado actual” que, veremos, se nos invita a superar.  Lo interesante de la operación ofrecida está en todo aquello que agrega para hablarnos de las teorías de la dependencia, esto es, una relectura que supone varias modulaciones importantes respecto de los modos tradicionales de aproximarnos a ellas.

     Una especie de desborde orienta las líneas generales del libro: las teorías de la dependencia son presentadas en la productiva dificultad de ceñirlas a una serie más o menos clásica de autores (Cardoso & Faletto, Marini, Dos Santos), para pensarlas más bien en una constelación amplia en tiempo y espacio. Entonces, la dependencia no es pensable sin Sergio Bagú, sin el Che Guevara, sin Raúl Prebisch, sin René Zavaleta, sin Agustín Cueva, sin la revolución boliviana del 52, sin los debates sobre los modos de producción en América Latina. Así, las teorías de la dependencia se enriquecen al poder ser pensadas en una gama de grises donde es difícil separarlas de los desarrollismos, los marxismos y los nacionalismos populares.

     Ahora bien, el desborde permanente al que son sometidos los dependentismos es múltiple sólo en una primera mirada, lo que por cierto permite, por decirlo de algún modo, “aflojar” al objeto, desacartonarlo. Para que vaya asomando, de modo más preciso, el verdadero objeto que lo acecha. Habría que decir, en este punto, que el título del libro, además del referido tono derridiano, tiene una doble lectura posible. Los espectros pueden ser los del dependentismo acechando nuestro presente, pero tal vez se trate, también, de los espectros que acechan al dependentismo. Y aquí habría que hablar de un asunto que va asumiendo un lugar central en el libro: el problema de la democracia.

     La democracia sería en realidad el índice de un problema general de las teorías de la dependencia, de una suerte de falla constitutiva: su paso apresurado por los problemas de teoría política. El lugar del Estado, el problema de la densidad nacional, los dilemas en torno de los regímenes políticos y, en ese marco, la pregunta por una forma fuerte de democracia, son todos elementos tratados con relativa superficialidad desde los dependentismos. Estos estarían, entonces, atados a una tendencia economicista que no se detiene en la trama política que la propia dependencia supone, y que no sería necesariamente reductible a la dimensión económica de la misma. ¿Por qué sucede esto? Aquí podría sugerirse, a partir de los modos en que este libro nos narra la historia de los horizontes teóricos latinoamericanos, que las teorías de la dependencia son, finalmente, teorías de la revolución, teorías de momentos de ofensiva (con la ¿paradójica? excepción de Cardoso & Faletto, cuyo libro es al mismo tiempo el menos revolucionario de los dependentistas, y el más sensible a los problemas específicamente políticos). Pareciera entonces que allí la revolución funciona como una clave de simplificación de la complejidad política, como modo relativamente ágil de conjurar los fantasmas que de los dilemas políticos pudieran surgir. En términos generales, al menos en las tradiciones de izquierdas, los tiempos de ofensiva revolucionaria no son tiempos de teorías políticas, ellas surgen más bien bajo la sombra de la derrota: así sucede con Marx y sus reflexiones luego de las derrotas del 48, con el Gramsci encarcelado, y también con nuestros latinoamericanos del exilio mexicano de fines de los años setenta. La teoría política podría asociarse, entonces, a la interrupción de esa imagen ascendente que la revolución ofrece: la teoría política aparece para comprender qué es lo que se interpuso en esa victoria que parecía inevitable. “¿Por qué el diablo metió la cola?”, como se preguntaba Gramsci con esa expresión que José Aricó hizo célebre en nuestras tierras.  

     Decíamos entonces que el libro va ordenando esas ausencias o fallas alrededor del problema de la democracia, y allí es donde comienza a abandonar el tono espectral: atender el problema de la democracia es un modo de poner al diablo de nuestro lado o, para decirlo de otro modo, de salir del tono melancólico y pasar a un tono reconstructivo (mucho más que deconstructivo, como podría sugerir el título). Esto es así porque opera a partir de una suerte de mosaico de tiempos desajustados, dándole una sugerente vuelta a la vieja narrativa de las “fases” de las ciencias sociales latinoamericanas (las llamadas “tres D”: desarrollo, dependencia, democracia). El trabajo más agudo del libro, en este punto, está en el señalamiento de una suerte de mutua exclusión entre dependencia y democracia: cuando se pensó la dependencia, no se pensó la democracia, por todo lo antes dicho; luego, cuando llegó el turno de la democracia, ya no se pensaba la dependencia. Ahora bien, esto no es efecto del mero transcurrir de modas académicas, sino que lo que opera de fondo es otra “D”, acaso más poderosa: la derrota, esto es, la declinación del ciclo de luchas políticas que habían atravesado la región al menos desde la Revolución Cubana del 59. Ahogadas en sangre esas luchas, la derrota configuraría un tipo de discusión débil (¿será esa otra “D” a tener en cuenta?) en torno de la democracia: procedimental, acechada, finalmente compatible con una relación de fuerzas que animaba el potente despliegue de una ofensiva de las clases dominantes en la región. Se entiende por qué esa democracia no pensaba la dependencia (ni la revolución), sino que convivía amargamente con ella.

     Vamos al presente: aún en su revisión de una discusión del pasado, el libro está claramente inspirado por preguntas colocadas por el ciclo político progresista de los últimos veinte años en la región. O, mejor dicho, por preguntas que de algún modo fueron insuficientemente formuladas en ese ciclo. Que tuvo, diríamos, más teoría política que económica. El Estado, la democracia, los movimientos sociales, la acción colectiva, todos grandes problemas de los textos de nuestra época. La dependencia, bastante menos, y de hecho se suele coincidir en que la faceta económica ha sido la más débil en el intenso proceso de integración regional progresista que vivimos al menos hasta las desgraciadas muertes de Hugo Chávez y Néstor Kirchner. Allí está el “reclamo” del libro: es precisa la presencia de las teorías de la dependencia, no solo sus ecos, asedios o espectros, las necesitamos a ellas como tales. Claro que no iguales a sí mismas, sino justamente interrogadas y renovadas por la cuestión democrática.

     En una entrevista reciente, brindada a la revista Crisis, Álvaro García Linera afirmaba: “La hipótesis es que está llegando un tiempo en el que los portadores de esta hegemonía cansada sienten que la democracia es un estorbo y, paradójicamente, a medida que se ha ido vaciando la democracia representativa de las herramientas de legitimación del proyecto neoliberal, las posibilidades de transformación social y emancipación han ido absorbiendo a la democracia como una de sus herramientas, de sus sedimentos y de sus prejuicios inevitables, de su sentido común”. Partamos de un acuerdo: la derecha abandonó el pacto democrático, ha probado sobradamente, en los últimos años, estar dispuesta a hacer reventar cualquier tipo de normativa democrática si ella permite un atisbo de amenaza a los intereses de las clases dominantes, esos mismos sobre los cuales reposaban las débiles democracias del pacto de los años ochenta. García Linera hace también de la necesidad virtud: parafraseando a Cooke diría “en América Latina los demócratas somos nosotros”. Los procesos de cambio habrían “aprendido” una lección y en ese sentido habrían “absorbido” la democracia como uno de sus elementos fundantes, “internalizando” de ese modo la derrota de los procesos revolucionarios y sublimándola en una suerte de reinvención democrática. Quizá haya un ligero exceso de optimismo en esta formulación, porque la democracia sigue funcionando como una palabra casi mágica, capaz de resistir con su solidez a las más oscuras fuerzas que están cada vez más convencidas de que es más un estorbo que otra cosa. En cualquier caso, a las hipótesis clásicas de la revolución -aquellas que acompañaban el momento dependentista “clásico”- tampoco parece fácil volver. Y, en otra de las opciones que (no) ofrece el drama de esta época, volver a invitar a las derechas a firmar el pacto democrático (como a veces parece querer hacer, con nobleza y debilidad alfonsinista, Alberto Fernández) parece una iniciativa que no hace más que condenarnos a la repetición.

     Dilemas difíciles para una época que también lo es. Este libro, decíamos, es importante porque deja planteadas al menos dos sugerencias muy importantes para afrontarlos. La primera: que la cuestión democrática es fundamental para pensar en la actualidad una política emancipatoria. Y lo es precisamente porque se trata de un terreno que ya no puede darse por sentado, sino que debe ser construido o incluso conquistado, si no se quiere volver sobre viejas nociones débiles, y finalmente impotentes, de democracia. La segunda: que, para eludir una noción débil de democracia, las contribuciones de las teorías de la dependencia, asentadas en la potencia de tiempos y proyectos de teorías fuertes, son imprescindibles. 

MARTÍN CORTÉS

Es profesor en la UBA e investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Investiga temas de teoría política y marxismo latinoamericano.