El libro de Pastoriza y Torre genera una lectura amena y entretenida. Lo ligero de su lectura, no implica que carezca de profundidad. Centrado en contar los orígenes de la ciudad balnearia hasta los años setenta del siglo XX, el libro es también un relato sobre los argentinos y sus sueños colectivos. Anclados en la historia social, los autores incorporan diversos registros y fuentes que nos acercan a las historias individuales Todos los capítulos van acompañados de una notable selección de imágenes de Mar del Plata e incluso de ciudades balnearias a las que se pretendía imitar. Diferentes pinturas, planos y fotografías, muchas de ellas provenientes del archivo histórico municipal Barili, contribuyen a acercarnos a la realidad de esos tiempos.
El capítulo I llamado “Un lugar de veraneo junto al mar” inicia con las trayectorias de dos figuras emblemáticas de Mar del Plata: su fundador Patricio Peralta Ramos y el terrateniente Pedro Luro. La vida de este último ilustra las posibilidades de vertiginoso ascenso social que presentaba para algunos la Argentina de finales del siglo XIX. Luro, un inmigrante vasco llegado al país en 1837, con tan solo 17 años comenzó trabajando en un saladero para luego dedicarse al transporte de pasajeros. Con el tiempo comenzó a arrendar tierras para forestarlas y terminó adquiriendo propiedades para convertirse en un importante terrateniente. Fue en las tierras costeras de Peralta Ramos que Luro instaló un saladero, construyó un muelle y dio impulso al desarrollo turístico de la ciudad.
Los autores aprovechan el inicio de este proyecto para reconstruir las costumbres de la elite porteña antes de que la ciudad existiese. Guiados por la pluma de los autores recorremos la tradición de la elite porteña de pasar los meses de verano en las quintas de las afueras de la ciudad: Flores, Belgrano, San Isidro, Tigre y San Fernando eran los tradicionales lugares de veraneo. El reemplazo de las quintas por la costumbre de vacacionar en el mar obliga a reconstruir la manera en que el imaginario europeo del siglo XVIII fue cambiando su visión del mar y sus riberas. Así como en un primer momento la sociabilidad de la playa se organizó inicialmente en torno a la enfermedad y no a la diversión, el transcurso del tiempo iría consolidando el modelo de ciudades de descanso y esparcimiento como Bath, Brighton, las costas de Normandía y la más famosas de las ciudades balnearias: Biarritz. Esta moda de veranear en el mar fue copiada aquí en las costas de Uruguay, siendo la playa de Pocitos en Montevideo el destino preferido de la elite argentina antes de que Mar del Plata la reemplazara.
“La construcción de la Villa Balnearia” nos lleva por los hitos principales de este proceso: la construcción del Bristol Hotel por parte de Luro, la llegada del ferrocarril en 1886, la construcción de la icónica rambla Bristol, símbolo de la Belle Époque, y la sostenida edificación de fastuosas residencias veraniegas de variados estilos. En el siguiente, “El ocio distinguido a orillas del Atlántico”, continúa su recorrido sobre la importancia pedagógica del hotel referido para la sociabilidad y el uso del ocio de la alta sociedad porteña. Numerosos extractos de testimonios de los visitantes dan cuenta de la significación del hotel, el casino, las playas y el paseo por la rambla para la clase alta.
A continuación, “El ocaso de la villa balnearia” desciende su mirada sobre los nuevos veraneantes que van acudiendo a la ciudad y que no son parte de la elite porteña sino de los sectores medios en ascenso. En el capítulo también hay lugar para observar el mundo de los habitantes locales, de los obreros que construyeron la infraestructura marplatense y de su expresión política mayoritaria: el Partido Socialista. Justamente, como dice uno de los testimonios citados, “que una ciudad, por excelencia aristocrática, llena de suntuosos y elegantes palacios, esté gobernada por los socialistas” puede resultar incomprensible. No lo es si uno se percata que la inmensa cantidad de los habitantes son obreros del puerto, pescadores, pintores, albañiles, cuidadores de fincas, y demás. Para 1924 con el 55% de los votos la supremacía del Partido Socialista era contundente.
No deja de ser interesante el alineamiento de los socialistas marplatenses con la postura doctrinaria del partido, que los llevó a acompañar la ley de 1927 que prohibía el juego en toda la provincia. Este voto, en contra incluso de buena parte de su electorado, terminó repercutiendo negativamente en el gobierno socialista presidido por el intendente Bronzoni y acabando en una intervención. De todas formas, luego de 1955, el socialismo volvería a regir el gobierno comunal demostrando tener una sólida base propia.
El capítulo “La ciudad balnearia” refiere a los cambios más decisivos que tuvo la ciudad a partir de la década del ’30. La imagen con que se inicia donde se ve la demolición de la vieja rambla Bristol para ser reemplazada por la actual Rambla Bustillo con su clásico Hotel Provincial, es quizás el mejor símbolo de los cambios por venir. A esta iniciativa se suma la construcción bajo la gobernación de Fresco de un balneario parque en Playa Grande. Con estas obras quedaba delineado un nuevo perfil de Mar del Plata con los veraneantes distribuyendose algunos en Playa Bristol y otros en Playa Grande. A estas iniciativas se sumaba la inauguración de la ruta 2 en 1938 que contribuyó a popularizar la llegada de los sectores medios en ascenso a las playas marplatenses. Estas medidas se combinaban con el crecimiento sostenido del turismo social iniciado en los ‘30 y ya de manera definitiva con la gobernación peronista de Domingo Mercante. La expropiación de 24 chalets ubicados en la Playa de Los Ingleses (hoy Playa Varese) para ponerlos al servicio de los sindicatos daba cuenta de los nuevos tiempos. Que la playa más exclusiva de Mar del Plata, donde solían refugiarse quienes escapaban de la Bristol por el avance de los sectores medios en los años treinta, terminara convertida en un enclave del turismo proletario marcaba la pauta.
De todas formas, las iniciativas del gobierno peronista por lograr que los trabajadores pudieran “gozar como cualquier ciudadano del descanso, sosiego y de la belleza del Primer Balneario argentino” no tuvieron éxito inmediato. Como bien nos recuerdan Pastoriza y Torre, hubo variadas iniciativas para acercar el mítico balneario a las clases trabajadoras. Una de ellas fue la Ley Provincial de Turismo de 1948 y el eslogan: “Usted se paga el viaje y la provincia el hospedaje” difundido a través de los medios de comunicación. Sin embargo, por el testimonio de uno de los funcionarios de Mercante, comprendemos que los trabajadores no tenían “hábitos de turismo” y veían en el traslado a Mar del Plata más problemas que ventajas. Tampoco la visión que ha destacado el rol de los hoteles sindicales durante el primer peronismo resulta acertada. Este fue un fenómeno más tardío, que cobró forma a partir de la década de 1970.
Donde sí fue más notable el impacto del peronismo fue con la aprobación de la Ley de Propiedad Horizontal de 1948, que junto a los créditos otorgados por el Banco Hipotecario, facilitaron el acceso a la vivienda propia. En pocos años, desaparecieron las villas y mansiones alrededor de la Rambla Casino y la Avenida Colón, mientras la elite veraneante se replegaba al Barrio los Troncos para dar lugar a la construcción de miles de departamentos. El uso intensivo del suelo permitía a los sectores medios, en el marco del boom inmobiliario, convertirse en propietarios de incluso un departamento adicional para veranear. A partir de entonces la fisonomía de Mar del Plata cambiaría notablemente.
El sexto y último capítulo llamado “El balneario de masas” nos introduce en la etapa de apogeo definitivo de Mar del Plata, la meca del turismo en Argentina. Convertida en una de las ciudades con mayor crecimiento del país debido a la llegada de nuevos residentes, más allá de los visitantes por temporada, la ciudad poseía para los años 1960, 95 balnearios a lo largo de la costa, más de 1200 hoteles, 7 mil nuevas viviendas por año, 32 galerías comerciales entre otros tantos beneficios. Es en esos años que se da el crecimiento vertiginoso de los hoteles sindicales: de tres que había en 1948, cinco en 1956, para 1967 ya son ocho. Así la ciudad se convierte en pleno verano en una marea de gente, o como diría un corresponsal de la revista Panorama en 1965: “Ningún argentino en su sano juicio iría a Mar del Plata en temporada a descansar”. La playa, el casino, los restaurantes, los boliches se colman de jóvenes y no tan jóvenes deseosos de ser parte de la ciudad de todos.
Tal como reconocía un alto funcionario italiano al diario Clarín en 1975, “En toda Europa no hay un centro que reúna las características de Mar del Plata. Además de las delicias de la playa y el mar, permite la coexistencia de todos los niveles de poder adquisitivo en un mismo centro balneario (…) En Europa, en cambio, los balnearios están estratificados en cuanto al poder adquisitivo de la gente que tiene acceso a ellos”. Sin embargo, esta característica única de la ciudad comenzaba a perderse. Las familias de la alta burguesía migraban hacia otros horizontes en busca de la exclusividad que Mar del Plata ya no podía darles. Así Punta del Este comenzaba a despegar como lugar alternativo. Por otro lado, los jóvenes de los sectores medios se redirigían hacia nuevos destinos de veraneo siendo Villa Gesell el lugar más elegido.
Con las imágenes de los desertores de los veraneos marplatenses finaliza el libro. Nos dejan los autores con ganas de saber más sobre los últimos años de Mar del Plata, que por más que sean recientes, no dejan de ser interesantes. Sin embargo, tal como Pastoriza y Torre señalan, su intención no fue hacer una historia completa de la ciudad sino más bien, reconstruir la trayectoria del balneario como metáfora de la dinámica de la sociedad argentina. Para ambos, a partir de 1970 comenzó a perder consistencia lo que denominaron el experimento social de los argentinos: “acoger en un espacio físico común y a la vez internamente diferenciados los planes de verano de los más diversos sectores sociales”. Desde entonces, concluyen los autores “los contrastes sociales y culturales de la sociedad argentina se volvieron más intensos y visibles y, por lo tanto, se hizo más difícil contenerlos bajo el mismo cielo y en el mismo mar. Mar del Plata dejó de ser, pues, el balneario de todos, si bien continuó siendo el balneario de masas”. Así, en una ciudad que apenas puede esconder las marcas de la progresiva desigualdad, todavía logra evocar en el sueño colectivo de los argentinos, el recuerdo de un país mejor.
Es archivista y docente de Historia en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad Nacional de José C. Paz. Fue becario doctoral del Conicet investigando sobre la derecha peronista y se doctoró en Ciencias Sociales con una tesis sobre ese tema.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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