Con una pandemia ya desatada, el Doctor en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Morea, brindó a la comunidad académica un notable aporte con la publicación del libro El ejército de la Revolución. Una historia del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia. La contribución es sumamente valiosa, y se articula con las decenas de artículos y conferencias que el joven historiador realiza desde tiempo atrás, tomando como punto de observación a aquél ejército clave para el curso de una revolución potente, transformadora, pero con angustiante final incierto.
Su atrapante libro, que forma parte de la Colección Historia de Prohistoria Ediciones, es en algún sentido la culminación de su tesis doctoral, pero también algo más. Alejandro no sólo materializó operaciones de edición típicas en el tránsito tesis-libro (como quitar los marcos teóricos y los voluminosos anexos), sino que alimentó el marco interpretativo. Otorgó mayor cobertura a los Regimientos de Pardos y Morenos, amplió la cantidad de biografías colectivas reseñadas, y profundizó los vínculos entre política y militarización, entre otras aristas ampliadas con respecto a la versión original. La discusión inicial del libro sobre qué cosa es la historia social de la guerra, y cuantos kilómetros la distancian de la historia militar clásica han ganado en profundidad con respecto a la tesis, más forzada por el formato catedrático de las universidades.
Para invitarlos a conducirnos por las claves del libro, quisiera antes sentar postura sobre los hilos invisibles que conectan la aventura historiográfica no sólo con su resultado visible, sino con los derroteros de su escritura. Los libros no son sólo su materialidad final, sino también su entorno. Considero que reseñar una obra implica un natural descenso al infierno de las contradicciones, porque implica un laberinto de valoraciones sobre un material que evidentemente uno mismo ha disfrutado. Cambiamos junto con la obra, y debemos en cambio camuflar nuestra crítica con ropajes académicos. La vinculación entre deseo e investigación, entre soledad académica y solidaridad historiográfica constituyen tramas de sentido que a menudo se ocultan.
Tengo la certeza de que narrando algunos itinerarios personales puedo caminar también en conjunto con los hechos históricos, casi acompañando a un ejército fascinante y no exento de dramatismos. Quiero andar ese tránsito sin camuflar mi relación emotiva con el libro, porque advierto que así puedo acompañar mejor las andanzas de una fuerza bélica itinerante, de una suerte de monstruo ambulante con poderosas grietas internas, pero crucial para abrir el rumbo emancipatorio en el cono sur americano.
Historiar el norte argentino, seguir el curso de la revolución.
La comunidad de historiadores es también un espacio de confluencia de hombres y mujeres que intercambian el fruto de sus investigaciones, y que no se corresponde exactamente con la imagen del escritor solitario rodeado de fichas y documentos. Permítanme referir entonces al resultado del libro empezando por la historia de mi propio vínculo con el investigador. Hace diez años recibí de un joven doctorando un correo electrónico con algunas preguntas sobre la revolución, la guerra, sobre detalles de la ciudad de San Miguel de Tucumán, Salta, Jujuy y otros espacios afines. Esa ciudad de San Miguel era (y es) la ciudad donde vivo, pero también había sido sede del ejército en diferentes ocasiones entre 1811 y 1819. Al interesante joven no lo conocía, no realmente hasta segundos antes de leer el mail. Mi tesis doctoral, en parte “gemela”, cobraba nacimiento, en mi caso con la dirección de la Dra. Gabriela Tío Vallejo y la Dra. Noemí Goldman, ambas investigadoras del Conicet y destacadas referentes en el estudio del siglo XIX. Nacían caminos de polvo muy transitados, “aventuras compartidas” dirá Alejandro en los agradecimientos del libro.
No recuerdo bien los primeros intercambios de correo, y no tendría tanto sentido que acuda al Buzón de entrada a inhumarlos para resolver el abismo siempre sospechoso entre el recuerdo y la evidencia escrita. Sé que cambiábamos figuritas, como dos becarios Conicet, como dos doctorandos que se preguntan sobre las bases del poder de Bernabé Aráoz, los itinerarios del ejército, el rol belgraniano, la naturaleza del pueblo en armas. Recuerdo un simpático debate -en cuatro mails- sobre si convenía hablar de “orientales”, para reseñar vidas como la de Abraham González, o si existían otros gentilicios para nombrar su procedencia. No recuerdo qué concluimos, tal vez porque el campo de batalla se abría por entonces como un desierto, como un tablero de ajedrez ahora que volvió a estar de moda aquel misterioso juego. En compañía, podíamos exorcizar quizás la mezquindad que suele tener la vida contemplativa de los libros. Queríamos proyectar nuestros propios rumbos dentro de una carrera académica repleta de obstáculos, y que esa empresa no cobre el sospechoso hedor de las competencias, los vértigos de la publicación interesada, los estándares de calidad mal ejecutados.
Probablemente comenzamos a confesar admiración mutua por historiadores como Gabriel Di Meglio y Alejandro Rabinovich, que años después serían jurado de la tesis defendida por Ale, y entusiastas promotores del libro. Creíamos (y no hemos claudicado), en el eléctrico candor de combinar investigación con docencia y divulgación.
El libro sobre el ejército de la revolución es también heredero de un transitar amplio, que muestra el crecimiento de espacios como la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Particularmente eficiente para otorgarle un marco académico a la investigación fue el grupo de la Dra. Valentina Ayrolo, nucleados en el grupo Problemas y Debates del siglo XIX. Aquel ámbito de lecturas sobre el siglo XIX, que atraviesa lo político, lo diplomático, lo militar, lo social, ha podido nuclear a excelentes colegas como Fabián Herrero, Ana Laura Lanteri, Laura Mazzoni, entre otros y otras, responsables de vigorosas líneas de investigación plasmadas en tesis y otros formatos para volcar los hallazgos sobre el pasado.
En reuniones con Alejandro, al principio “virtuales” (diríamos hoy), podíamos confesar nuestras preferencias. Primero por correo, pronto por teléfono, en congresos y jornadas. Posteriormente en algún mate “presencial” de la tardecita tucumana o marplatense, porque pronto los compromisos laborales nos encontraron en el mismo bando revolucionario. Los resultados de Morea alimentaban mis propias líneas. Es que el ejército del norte, o el ejército de “Morea” como lo denominaba en algún whatsapp constituía un excelente mirador para atravesar las montañas y ríos de mis propias investigaciones. Era difícil entender al Congreso de 1816, a la construcción de Tucumán como provincia separada de la Intendencia de Salta del Tucumán, o acaso a la circulación de impresos en el actual norte argentino sin advertir la transformación que se produjo en los pueblos septentrionales con la presencia constante de una fuerza tan numerosa. No había hasta el momento una investigación que siguiera el curso del Ejército Auxiliar del Perú desde sus orígenes hasta su “muerte”, desde una historia social de la guerra, recuperando biografías colectivas. Existían por supuesto aportes anteriores que habían marcado la senda que la nueva tesis pretendía ensanchar, como Revolución y Guerra (1972) de Halperín Donghi, y sus afirmaciones sobre la profesionalización de los ejércitos sumados a la idea-fuerza de “carrera de la revolución”. Había ríos de tinta, incluso de tipo tradicional, como los siempre necesarios trabajos de Bartolomé Mitre, de Vicente Fidel López o de Ricardo Levene. Había que leerlos al revés, a contrapelo, o buscando otras pistas si queríamos hacer una historia social aggiornada por nuevos aportes conceptuales y empíricos.
Comenzar a transitar espacios conjuntos fue en paralelo a la investigación de la línea personal de cada uno: la del marplatense vinculada a la guerra y la revolución, la del tucumano asociada a la prensa, las opiniones y rumores en la misma época. El itinerario conjunto con Alejandro mezcló iguales dosis de risas y “catarsis investigativa”. Aparecían las angustias y la exaltación de los logros y botines de guerra académicos. Hemos dictado cursos de posgrado en conjunto, defendido tres mesas temáticas en las Jornadas Interescuelas (máxima reunión de historiadores del país), viajes y discusiones. También aprovechamos la experiencia europea de ambos, para repensar la conexión de algunos soldados y oficiales con el suelo americano, teniendo en cuenta que varios guerreros con pasado napoleónico pisaron suelo norteño. En ese sentido, publicamos un artículo en inglés para una prestigiosa revista especializada, en donde definíamos a San Miguel de Tucumán, como city transformed by the army.
No creo en las barreras tajantes entre lo formal y lo informal, y tal vez por eso elegí estudiar entre otros temas la forma en la que las expresiones contrarias a los gobiernos se camuflaban en pasquines, libelos y chismes. La investigación de mi amigo Morea, hoy materializada en el libro publicado por Prohistoria permite a la historiografía argentina tener un panorama mucho más claro sobre las funciones, objetivos y características de esta fuerza, que en conjunto con el Ejército de los Andes fueron pilares para la continuidad del proyecto revolucionario. Así como no concibo la investigación sin docencia universitaria y divulgación, no puedo entender la pesquisa documental sin brindar mis conclusiones a la comunidad y a los colegas inmediatos, o más lejanos. La solidaridad debe ser constitutiva del campo académico para evitar visiones oportunistas, o vaciamientos de instituciones como Conicet desde lógicas del rendimiento, de la meritocracia mal entendida.
El trabajo realizado en el Archivo General de la Nación (AGN), en repositorios provinciales, hemerotecas y otros ámbitos fue arduo, y desconoció en algunos casos la aspereza provocada por la incertidumbre de un financiamiento investigativo tan zigzagueante como el propio rumbo de un país sometido a visiones políticas no siempre compartidas. Tan zigzagueante como un ejército que tuvo victorias resonantes (Suipacha 1810, Tucumán 1812, Salta 1813), pero también aplastantes derrotas. ¿Un ejército de la revolución en palabras del autor? Sin dudas sí, argumentado no tanto desde sus hazañas, ni desde un saldo militar que puede ser menor que el del Ejército de los Andes, sino en relación con el rol medular que tuvo en la gobernabilidad del rumbo independentista. No fueron sólo la magnitud de sus hombres enrolados, o la extensión de sus hazañas, números y datos “duros” que el autor hilvana por primera vez para la historiografía. Fue la tarea “interna” del ejército, su íntima vinculación con la política, su articulación casi codo a codo con el Congreso que tuvo sede en Tucumán en 1816, convertido en algo más que un ejército abocado a mediar en los problemas de las provincias y pueblos, además de su acción en el Alto Perú implícita en su nombre. El libro no simplifica objetivos ni fundamentos, ya que fueron cambiando en función de las coyunturas y en el río de generales, oficiales y su-oficialidad que fueron animando sus acciones. Pero sí remarca el carácter indisociable entre esta fuerza y la propia dinámica revolucionaria, estableciendo algunas particularidades de esta fuerza que solemos asociar con Manuel Belgrano, olvidando otros hombres implicados en su mando. Una investigación rigurosa, una aventura en clave de vaivenes de la guerra, una entrada social a un universo transformado por la militarización. Un libro para entender(nos) un poco más.
Es Licenciado en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Tucumán. Docente e Investigador, especializado en las provincias argentinas durante el siglo XIX.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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