GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

NOVELA/HISTORIA
MARTÍN BENÍTEZ

Los muchachos del Zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán (2016)
de Svetlana Alexiévich

         “El pueblo está humillado, está empobrecido. Y eso que hace nada Svetlana éramos una gran potencia. A lo mejor es que no lo éramos, pero nos creíamos que lo éramos por nuestro número de misiles, de tanques, de bombas atómicas. Estábamos convencidos de que vivíamos en el mejor país, en el más justo. Usted acaba de decir que vivíamos en otro país, terrible y sanguinario. ¿Quién la va a perdonar? Ha pisado donde más nos duele en lo más profundo…”.

 

     Este libro propone una mirada crítica y cruda de la Guerra de Afganistán. Una visión reveladora que expone lo que el Estado soviético intentó ocultar durante la década que duró el conflicto armado. Para ello, Svetlana Alexiévich, en su búsqueda inclaudicable de las voces ocultas, apagadas, desterradas, recurre a las fuentes primarias, directas, a la oralidad de las y los protagonistas de los hechos: soldados de distintos rangos, trabajadores de la salud, familiares, anónimos, quienes al calor de sus memorias impregnadas de dolor y tragedia dan forma y sustento a la obra de la autora bielorrusa, permitiéndonos ver un rostro oculto de la URSS del momento, aquel Estado omnipresente y omnipotente, concentrador y censurador al interior de su sociedad.

    Estas “voces soviéticas de la Guerra de Afganistán”, mediante un relato crudo, auténtico, realista, nos introducen por supuesto a la narración del conflicto desde una mirada atenta e inquieta, pero también nos permiten adentrarnos, conducirnos en esa URSS de los `80, de cambios, de aperturas, de una transición de la cual era imposible prever sus consecuencias finales.

 

                                                                                                                            *       *       *

 

     La autora demuestra con su inteligible pluma que los trágicos acontecimientos de la guerra en Afganistán desnudaron la rigidez política y la censura de las que había impregnado el Estado soviético a sus diferentes capas sociales. Asistimos a un proceso bélico que desenmascara la vigencia del Estado concentrador en tiempos de Leonid Brézhnev, quien da el puntapié inicial de la guerra, y que comienza a erosionarse y develar su rostro a partir de la apertura sociopolítica y económica que intentó Mijaíl Gorbachov, quien finiquitó la aventura en tierras afganas.

     Fueron justamente las políticas implementadas por este último las que dejaron al descubierto ante su propia ciudadanía a un Estado totalizante, cooptado por un Partido Comunista que, de acuerdo a Claude Lefort en su “Décomposition du totalitarisme”, se encuentra vacío en su interior y solo le interesa su propia permanencia en el control.

     Alexiévich consigue con sus lectores una conexión maravillosa, un viaje desde su representación del proceso en particular que ella trabaja, que nos lleva y deposita en un mundo mucho más amplio y abarcador. Nos impregna de una visión del contexto general de la URSS de los años 1979 a 1989 desde los planos socioculturales, políticos y económicos. Una travesía que inició con una URSS hegemónica y dominante y finalizó en vísperas de su disolución.

     En los inicios del conflicto, los medios de comunicación, la TV, la radio, el sistema educativo, no revelaban al pueblo soviético el verdadero rostro del conflicto, sus intereses. Por el contrario, el legado estalinista perduraba, continuando la propaganda estatal de tinte romántico, épico, que se aprovechaba del consolidado patriotismo ciudadano y de la fidelidad ideológica compartida.

 

          “Siempre nos inculcaron que los que hacen las guerras son unos bandidos; nosotros seríamos los héroes a los que todos estarían agradecidos. Recuerdo bien las pancartas: ´Soldados, reforcemos las fronteras del sur de nuestra Patria´, ´Mantengamos bien alto el honor de nuestra formación militar´, ´Qué florezca la Patria de Lenin´, ´Gloria al Partido Comunista…´ 

                                                                                               

                                                                                                                                                                              Teniente primero, jefe de escuadra”

 

     Y como parte también de este modelo de Estado, dotado de un poder omnipotente, disciplinador, cubrió con su manto a una sociedad que, por ende, calló mientras continuó con sus vidas cotidianas, estructurando complicidades y silencios hacia su interior. Los ataúdes de zinc transportados en los “tulipanes negros”, que regresaban con asiduidad de tierras afganas, representaron fielmente la esencia de este poder…una cavidad sellada herméticamente que contuvo más que un cadáver solamente, ocultando también indicios, registros de una realidad negada, obviada.

     Los sobrevivientes del conflicto bélico terminaron en muchos casos suicidados, con problemas psicológicos, mutilados, con enfermedades tales como hepatitis o malaria, con adicciones. Sus esposas, sus madres, no los reconocían tal como eran, ya no eran sus hijos, hijas, esposos, esposas, eran sus cuerpos, pero sus almas y mentes se habían trastocado.

 

“Sé que me encontrará y me pedirá perdón. Pero, ¿quién se lo pedirá a él? ¿Quién se lo pedirá a todos los que estuvieron allí? ¿A todos los que quedaron destrozados y rotos? Y no hablo de los mutilados…Y que nadie me diga que aquella guerra se ha acabado. Un hálito de polvo cálido en verano, el centelleo del agua muerta, el olor penetrante de las flores secas… Son como un golpe en la sien… Nos seguirá persiguiendo durante toda la vida.

                                                                                                                                                                                                                                       Enfermera”.

 

     Vivieron una experiencia traumática a partir del abandono del Estado soviético en tierras afganas, traducido en falta de insumos médicos, comestibles, de adecuada indumentaria de combate; y los que tuvieron la fortuna de regresar a su nación, su suerte no fue demasiado distinta. La guerra devolvió sus propias miserias y visibilizó otra realidad, una que estaba mutando, modificándose, traduciéndose en la incomprensión de aquel país que los despidió con honores y al que tuvieron que volver bajo una mirada completamente distinta: un juzgamiento moral traducido en acusaciones tales como “invasores”, “asesinos”, “inmorales” que fue una carga, para algunos, imposible de soportar.

 

“Cuando regresamos de la guerra comprendí que fuimos inútiles, ya lo dijo Borís Slutski. Llevo en mi sangre la tabla periódica de Mendeléiev…La malaria me sigue atacando de vez en cuando… ¿A santo de qué? Nadie nos esperaba…Allí nos animaban: “Acelerarán la Perestroika, agitarán las mentes dormidas. Removerán el pantano! Regresamos…No nos dejaban entrar en ningún sitio…

                                                                                  

                                                                                                                                                                                                             Sargento, fuerzas especiales”

 

     Al regresar, sobre todo luego de 1986, tiempos de Glasnost y Perestroika, ya no se comprendía el verdadero propósito de Afganistán. Allí, la mirada romántica propuesta por el Estado se fue cerrando; ahora era considerada una guerra de deshonra, de tinte colonial, imperial, un error político, donde más de 2.000.000 de afganos murieron, entre ellos cientos de miles de civiles. 

 

“…realmente ¿era necesario que nosotros, los soviéticos, estuviésemos en Afganistán? ¿Qué papel teníamos allí: el de ocupantes o el de los amigos “soldados internacionalistas”? Las respuestas siempre son las mismas: nadie nos había invitado, el pueblo afgano no quería nuestra ayuda. Y por mucho que pese reconocerlo, éramos ocupantes.

 

A. Masiuta, madre de dos hijos, mujer de ex soldado internacionalista, hija de un veterano de la Gran Guerra Patria”

 

     Afganistán significó un quiebre en la moral del Estado y la sociedad soviética. Accionando a modo de parteaguas en la estructura de una nación que, de la mano de la asunción al poder de Mijaíl Gorbachov, estaba en pleno proceso de transición en cuanto a sus características basales. Esto se reflejó en la dualidad de los tiempos soviéticos de la década del `80 con los cambios propiciados por los reformistas que tomaron el control estatal. En la transición entre ambas realidades, Gorbachov, osado en su arrojo reformista, gestó sus políticas aperturistas a partir de la Perestroika y la Glasnost, que expresaron lo contrario a Afganistán, a los tiempos de Brézhnev y a sus antecesores en el poder, a un Estado de silencios, de secretismo. Fue un quiebre de resultados y consecuencias impredecibles en su momento. 

 

“Aquí todo se puso del revés…Entre nuestra gente…Nos habíamos ido de un país que necesitaba esa guerra y regresamos a un país que no la necesitaba. Nuestro socialismo se está derrumbando y no estamos para construirlo en el quinto pino. Ya nadie cita a Lenin ni a Marx. Nadie se acuerda de la revolución mundial. Adoramos a otros héroes…A los granjeros, a los empresarios…Los ideales son otros: mi casa es mi fortaleza…Pero a nosotros nos habían educado con los ejemplos de Pavka Korchaguin…De Merésiev…Sentados alrededor de una hoguera cantábamos: “Antes piensa en la Patria y después en ti”. Pronto seremos el hazmerreír de todos. Nos usarán para asustar a los niños. No nos quejamos de no haber recibido lo merecido…De que no haya medallas para nosotros…Nos borraron como si no existiéramos. Caímos entre las piedras del molino… 

                                                                                                                                                                                                                                                                       Empleada”

 

     A partir de Gorbachov, se liberalizaron las bocas y se visibilizaron temas prohibidos, conceptos distintos, visiones diferentes. Los muchachos de zinc describe la década afgana soviética y, a través de ella, nos permite captar la dinámica de lo que a la postre fue la descomposición del mundo soviético.

MARTÏN BENITEZ

Es profesor en Historia egresado de la Fahce (UNLP) y estudiante avanzado de la Licenciatura en Historia en la misma casa de estudios. Docente de enseñanza media. Siempre atento e interesado en el estudio de la Historia Contemporánea.