No hay reglas en la literatura. Eso lo sabemos hace rato, por Borges, quizás, por Macedonio, también, por Huidobro. Lo que permanece, podría decirse, es el enigma. No sólo en torno a lo que suele llamarse la trama o la historia, sino en torno a los hilos, al modo en que se lleva adelante un proceso de escritura, de creación literaria.
Caperuxita (2021) se abre paso en los márgenes de lo legible para transformar la experiencia lectora en otra cosa. Porque es otra cosa. Una novela breve pero que requiere una lectura activa, entregada y atenta. En menos de cien páginas, la autora nos traza un mapa con pocas pistas que van conformando una región fantástica y una cadencia casi sin respiro. No por falta de pausas, entiéndase, sino por el avance de la frase, las idas y venidas, los relatos paralelos que van abriendo constantemente, renovándolo (y pausándolo también) página a página.
La trama podría ser cualquiera, porque más que trama es una excusa para poner en funcionamiento una maquinaria lingüística nueva y misteriosa que irrumpe en la escena literaria contemporánea. Desde el título, que nos es familiar y a la vez extraño, Agustina Pérez crea un tejido fuerte e intrincado que, dividido en breves secciones, va siguiendo las ¿aventuras? de distintos personajes y de la misma voz narradora, por momentos indignada, informativa, cómica, e incluso, por otros, negándose a narrar: “De allí que— etcétera. Hoy ya no queda nada por explicar. Entonces basta con explicar la nada”. Un misterio más de los tantos misterios a los que nos enfrenta esa escritura como en estado de gracia, como poseída, que narra sólo para sí misma. Y el resto, que se las arregle.
Podría ser cualquiera la trama, dije, pero no es cualquiera. La fábula está. Una niña -Caperuxita- debe llevar víveres a lo de su abuela Beatrix. Esta historia va conduciendo los hilos desde la primera frase: “Caperuxita cruza el linde que separa la Tierra Reseca de las Últimas Poblaciones. Felipe II El Atrevido colocó allí un baobab traído expresamente de Crimea. De la región tártara de Crimea”. Pero, además de esa historia, las creaciones; además, las muertes, los hobbies, los misterios, el mito de origen de los personajes y de los elementos. Las otras historias: la de Mirto Dermi, por ejemplo, una aficionada a un libro de fotografías japonesas que viaja en la cima del baobab. Otra, la de Felipe II, el rey que encarga el puente y que traslada el baobab. Las demás, la de Ariel Ladino, la de la oveja, la del lobo, etcétera.
Alrededor de la fábula está el mundo actual, el mundo pasado y el fantástico. La fábula delirante, delirada: “Hubo una vez, hubo un envés, hubo un revés. Uno, o dos. O tres. Hubo. Una adorable niña que todo el mundo pasmábase de horrísono terror al ver”. Todo es un no-algo en Caperuxita: ¿cuándo? en un no-tiempo, en el Medio Ovo (que es Medioevo, medio huevo y medio óvalo), en el tiempo de la fábula y en una era en la que hay autopistas y descapotables. ¿Dónde? En Argentina, en las Últimas Poblaciones, en la Tierra Reseca, en el baobab. Claro, un no-lugar. La novela del no, Caperuxita, un no que se dice cuando se deja lugar a la confusión, al advenimiento de la palabra por la palabra.
Los elementos son múltiples: un rey con epítetos circunstanciales, dos tierras unidas por un -muy débil- puente, un personaje de un cuento infantil, un árbol africano descolocado, las espinas de Jesucristo, una abuela, un lobo, una liebre. Están, porque están todos. Pero no es eso lo que hace de Caperuxita un objeto novedoso. Es el lenguaje secreto, son las palabras que se entrecruzan tan oníricamente como sus personajes, que avanzan y retroceden, que se mueven por el espacio más por inercia que por sentido común.
En efecto, Agustina Pérez crea una lógica que algo tiene del mundo, del mundo otro. Un no-tiempo y un no-lugar se narran con una lengua única. Si había que elegir un registro, un tipo de personajes, una historia, una temporalidad, en Caperuxita se optó por todas las posibilidades. Agustina Pérez retoma el mito, los mitos, los dichos. Los retoma, sí, pero los tensa y entrecruza como una madeja. “Hay que ser francés, hay que ser de Pringles para llamar «puente» a esa soga. Esa soga fue labrada por una laboriosa hacendera. Ella fue la encargada de tergiversar la corona tejida de espinos de Jesucristo”. Y esa madeja está hecha de historias y de sintaxis. Una sintaxis interrumpida, exagerada, confusa y conformada por elementos extraños.
Si Pierre Menard enriquece los capítulos del Quijote porque, con su anacronismo, los hace menos previsibles, ¿qué decir, entonces, del lenguaje secreto de Caperuxita? Ese gesto barroco y novedoso que es un manifiesto en torno a lo que es posible en la literatura. Barroco, por las elecciones, la formas verbales y las palabras en desuso, arcaicas. Novedoso, por lo atípico de la disposición. Se abre el diccionario y la gramática española, se la utiliza lo más que se puede, se la rompe, también. La entrega a esa apertura desregulada de los registros dan a la voz una fuerza poco frecuente.
Hay, como ya dije, algo secreto en Caperuxita, algo sacro. Se trata de un objeto mutante como el baobab que cambia de color en las espaldas de Felipe II El Atrevido-El Indiscreto-El Certero-El No Enterado. Lo que cambia es la lengua, el devenir narrativo al que estamos acostumbrados -ay de la costumbre-: “Fue un día. ¡Aquel fue un día! Aquel fue un día de fundir. No como hoy, que es día de hundir a Caperuxita para siempre. Por ladina. Si es por eso Mirto Dermi también debiera ser hund, hasta lo más hond. Se lo merec”. Así, que para citar habría que usar un sic, así es como Caperuxita quiebra la lengua, la quiebra, para usarla toda.
Barthes dice que la literatura es un lenguaje que hay que aceptar descifrar. Por supuesto, Agustina Pérez crea un laberinto de palabras, de lengua latente y poderosa. El lector se encuentra, adentro, arrojado al fluir sintáctico demente y nervioso. El efecto de lectura es confuso, como la estructura de la novela, que avanza y retrocede y nos hace olvidarnos, hasta el final, de la fábula original. Es, asimismo, hechizante. De un modo en que el lector dispuesto a desentrañar los misterios que se esconden entre las palabras, entre los triángulos que dividen las secciones, debe entregarse completamente a la labor. En el Epílogo, Luis Chitarroni afirma que “Agustina Pérez se pone de un lado de la narrativa argentina que resulta altísono y réprobo por inusual. Allí está con sus enseres robados a la Madre Hogarth, haciéndonos temblar a todos”. Todos, nosotros, los lectores dispuestos.
Como la soga de espinas que une la Tierra Reseca y las Últimas Poblaciones, Caperuxita une la lectura con la experiencia de desciframiento de la que hablaba Barthes. La une pero la pincha, la incomoda valientemente, hace lo que pocos escritores se animan a hacer hoy en día. El extrañamiento es total. Notable es la audacia de Agustina Pérez que baila en los márgenes, que se sirve un banquete de palabras (¿por qué no usar todas las palabras, acaso?) y las da en sagrada ofrenda al lector.
Es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. En 2019 obtuvo la beca del MAECI para cursar en la Università per Stranieri di Perugia, Italia. En 2021 fue seleccionada para la Bienal Arte Joven de Buenos Aires. En 2022 publicó Memoria de las especies (Club Hem).
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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