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LUCÍA FAYOLLE/SARA GUITELMAN

Diez Palabras (2020...)
de Marcela Basch

Imagen de Bárbara Adinolfi

Acaso te convoco sin saber a donde

“Las palabras están ahí desde siempre, 

como la carta robada de Poe en el tarjetero; 

la cuestión es verlas nomás” 10P

     ¿Qué es Diezpalabras? Una obra o, más precisamente, una performance. Marcela Basch, cual DJ, pone a sonar un cruce de palabras que arman un artefacto siempre en movimiento. Es también un laboratorio en el que sucede lo inesperado, porque en la mezcla silvestre que propone, explotan todo el tiempo los sentidos y se movilizan los afectos. Es un gesto destinado. Su formato, una carta que nos llega cada domingo a la mañana, desborda de marcas de un nosotrxs. Una invitación a la curiosidad y a un deseo que recuerda la espera infantil de la Billiken cada fin de semana. Diezpalabras es una contraficción, que  se mete benjaminianamente en las hendijas de la técnica de su época para inventar ahí -con ella, en ella- una forma de comunidad que escapa a lo que estas tecnologías proponen en el mundo de lo común. Y que “abre una brecha entre las formas de vida mediatizadas por el consumo”, porque está lleno de porque sí nomás, de arbitrariedades y sinuosidades. Palabras que disfrutan tanto recorridos por saberes tecnocientíficos o eruditos como por zonas de lo más barriales y caseras; y en esa convivencia nos proyectan a lo impensado jamás. Pero sobre todo porque al pescar palabras les hace tiempo, inventa desde ellas una forma de hablarnos y relacionarnos que se corre de la linealidad acelerada propia de estos medios en los que todo circula a la velocidad de lo invisible. Palabras que generan una convivencia de temporalidades, que desacomodan del tiempo de línea recta: las tecnologías que anticipan el futuro se yuxtaponen a los pasados más remotos y sus resonancias en el presente. Hay tensiones entre temporalidades posibles, más o menos justas. Hay huellas de otros tiempos, anteriores o posteriores, en las circunstancias puntuales de la semana que pasó y se recuerda cada domingo. Hay resonancias de esos otros tiempos en las palabras presentificadas y hay actualizaciones de conceptos que existen desde antes, desde casi siempre. Astucias y contraficciones que van y vuelven, están y se ausentan. Y hay también abuelas que viven hoy en otro siglo, para recordar lo que fue. Entre las catástrofes y las esperanzas. Entre los diagnósticos y las propuestas, los deseos, las alternativas. De una semana a la otra, en ese juego de los tiempos, se agrandan y se achican los tonos esperanzados y esperanzadores. 

 

 

Consteladas, hilvanadas

 

 

     En esta galaxia que tiene ya casi mil palabras, descubrimos -también como en la primaria- constelaciones con fulgores propios pero cruzados. Podríamos ponerles nombre, y hasta robar irrespetuosamente algunos títulos de entre los 94 que Marcela puso a sus envíos: así por ejemplo inventar la constelación Imaginarnos ese cielo alienígena” (cli-fi, ifixit, metaverso, hiperstición, fictosexuales, NFTDP, robotaxi, cryptokicks, sextear, airbnbización y muchas más) que en su brillante tecnoexpansividad, intersecta a la constelación “Un mundo para quién” (bailecito, simpapeles, rajá, changüí, wallmapu, warrah, igualada, nanai, indios, seré, nadies, normalistas, maradoniano, onas, piquetero, aguinaldon´t), para acercarse a la constelación Equis(Higui, Tehuel, cabras, indispensables), y desde ahí hablar con ikigai, la constelación de las sabidurías. Que ahora se cruza con “A donde vamos no necesitamos olfato” la isotopía que dice, en la voz de Marcela ¡qué biológico se ha vuelto el mundo! (intensivista, semivacunado, twindemia, covidiota, invacunades, plasma, barbijo, gripalización, tercera dosis), para encontrarse con “Quien soy yo si no me explotan” o “Por una vida vivible”  (algoactivismo, permacomputación, striketober) desplazándose hacia “Uno necesita el mar para esto”, la constelación donde el lenguaje habla de sí (palabra-valija, retrónimo, autoantónimo, texticidio). Es en esta última donde asoma la punta del hilo de amor con el que las palabras están hilvanadas. Tanto amor que hasta nos encontramos con Montserrat ¡una tipografía! O con el silencio, el 28 de noviembre: muerto.

     En medio del remolino, atrapamos brevemente glitch y veredear. Porque nos gustan y porque cada una y las dos juntas cual binomio fantástico, tensionan el ojo del huracán que moviliza esta galaxia. Glitch es “Un accidente que desata algún tipo de caos”. Vinculada a la tecnocultura, parece que fue usada por primera vez por los astronautas: “un error, una equivocación, una falla en el funcionamiento”, dice Marcela que dice Librenauta que dice Legacy Russell. Es la potencia de lo que se descontrola como punto de inflexión hacia otra cosa. Reiniciando: cuerpos, género, raza, pandemia. Nosotras también queremos hilvanar: glitch con veredear, un verbo aparentemente acuñado en Formosa. “Dícese de la acción de una o más personas que se sientan en la vereda de una casa, transitando el tiempo sin ningún fin productivo, o de consumo. En ocasiones la acción -o inacción- puede ir acompañada de la ingesta de tereré o mate”, define. Y agrega: “El tiempo por estos lados es muy barato, así que la gente se junta a compartirlo, o a perderlo en compañía.” Basch veredea con sus palabras que buscan salir, quieren compañía, y también verdean (sí, de verde, porque florecen) cuando se hacen poesía en esa destinación.

 

 

62, lo inesperado también acontece

 

 

     Entramos así en una de las 94 entregas de cada domingo, con las diez palabras de la semana que pasó. La séptima palabra de la entrega número 62 (allá por el 20 de noviembre de 2021) fue niño. Podrían haberse desplegado montones de significados a partir de esta palabra pero el jueves 18 de noviembre la policía de la Ciudad de Buenos Aires había matado a Lucas González cuando volvía de probarse para jugar al fútbol en Barracas. Es por eso que la palabra “niño” estuvo cargada solo de los sentidos más tristes: injusticia, reclamo, conmoción, hartazgo. Marcela Basch recuerda la noticia a la vez que hace presentes la voz de la madre de Lucas y la poesía de Cristina Peri Rossi, “Proyectos”, que expone al  asesinato (a este: callejero, fácil y en manos de la policía) como un obstáculo posible para los proyectos de maternidad. Su poema enumera los planes para hacer con unx niñx pero esa enumeración se corta rápida y abruptamente, porque aparece el miedo de que “al llegar a la pubertad/un fascista de mierda le pegara un tiro”. El asesinato de Lucas irrumpió de igual manera, deteniendo sus proyectos e ideas, pero también reavivando nuestro terror de que suceda y siga sucediendo: el miedo no es solo poesía, aunque también. 

     Niño convive con desconexión y mientras la primera escribe hechos que “parecen de otra época”, que deberían haberse extinguido; la otra trae proyectos de avanzada en países que tienen otros problemas diferentes a los nuestros: “Portugal prohíbe a las empresas ponerse en contacto con los empleados fuera de horario y exige otras protecciones para el trabajo a distancia”. Y también la palabra reparabilidad, porque algunos objetos se están volviendo -parece- más reparables. Pero esa convivencia, ese trío niño-desconexión-reparabilidad pone en evidencia que hay cosas que siempre serán irreparables. No se puede, no hay manera de volver el tiempo atrás. No se pueden revivir los Proyectos (de Peri Rossi), las niñeces (de tantxs). Solo queda hacer presencia en las palabras que tenemos.

     Más allá de la palabra en la que posemos la mirada, más allá de toda constelación posible, hay siempre algo desencadenado en diezpalabras. Por las asociaciones libres, el fluir, la deriva de un anarchivo signado por la sorpresa que deviene de no temerle a la improvisación, y por los desplazamientos irreverentes entre registros que surfean lo académico, lo periodístico, lo cientificista, lo poético, las expresiones coloquiales, rebalsando de tensiones y contradicciones. De ahí sale el salvajismo de esta exquisita textura que lentamente, a su tiempo, semana a semana, la artesana hilvana con las palabras de un mundo injusto, impiadoso, hostil. Una textura hecha con el amor y detallismo del gesto manual. Ahí está la potente rebeldía de este discurso amoroso que hace brillar como lentejuela, alguna confianza en que otro mundo es posible, porque “lo inesperado también acontece”. Empezar por las palabras, puede ser. 

 

SARA GUITELMAN

Diseñadora en comunicación visual, profesora e investigadora, Facultad de Artes – UNLP.

LUCÍA FAYOLLE

Es profesora en Letras en Educación primaria, secundaria y superior. Está realizando su Doctorado en Letras sobre archivos y literaturas del Noroeste de la provincia de Buenos Aires.