GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

CINE
ESTEBAN BARROSO

Aloners (2021)
de Hong Seong-eun

     Mira su celular mientras recibe una llamada. Brinda la información que le piden, de manera diligente y efectiva. Sigue mirando el celular. No parece tener ningún problema en hacer lo que hace. No parece tener ningún problema en tomarse el colectivo cada día, en volver desde su trabajo en el call center hasta su casa, con la mirada fija en su celular, con los auriculares puestos. Ocupa solamente una de las habitaciones de su departamento. Podemos ver una cama de dos plazas, un perchero, una heladera, un microondas. La ventana tapada con una cortina. Cada día se sienta frente al televisor, un televisor que está siempre prendido. Come. Duerme. Se despierta. Agarra la campera, los auriculares, el celular. El colectivo, el call center. Y volver a empezar. 

     Una película que parece, por momentos y especialmente al principio, circular. Una película sobre la soledad cotidiana, sobre una soledad que parece elegida. Jina atiende las llamadas, una detrás de la otra. Su jefa irrumpe en una escena y nos cuenta que Jina fue nuevamente la empleada del mes. Empleada del mes a pesar de haber tenido que faltar dos días por la muerte de su madre. Jina no dice nada, sigue atendiendo las llamadas. Una lista de consumos cotidianos. Un señor que dice haber inventado la máquina del tiempo. Gastos que figuran con nombres que no deberían. Pequeños enojos de los clientes. Pequeños pedidos de disculpas. Y así, las horas y los días transcurren, como una historia sin principio ni final. 

     El televisor prendido. Mientras duerme, mientras trabaja. Un televisor que instaura la presencia del ruido, de un falso contexto, allí donde no hay demasiado. Pero algo de lo externo irrumpe en esa vida monótona que no sabemos si Jina desea, disfruta, padece. ¿Es una forma de vida? ¿Podemos pensar la soledad como posibilidad, incluso en sus contornos más extremos? Jina parece obstinada en seguir así. Parece no querer responder los pequeños diálogos que intenta abrir su vecino, su vecino también solitario. Pequeñas afirmaciones, por aquí y por allá, pequeñas historias sobre soledad, sobre jóvenes que parecen no encontrar su lugar en el mundo. Pequeñas historias que se van entrecruzando sutilmente, conformando un panorama que parece ser más social que individual. Jina como extremo, tal vez. Jina como muestra de un sistema que nos tienden una trampa.

     ¿Es Jina un éxito de ese sistema? Su vecino muere. Ella solo se entera por el olor que empieza a desprender su cuerpo en descomposición. Solamente el olor como huella. El padre le recrimina a Jina por el vínculo, por su no vínculo con su madre ¿Cómo te enterarías de su muerte? El olor de la carne, de la carne hecha carne como último vestigio de lo que somos, o de lo que alguna vez fuimos. Jina tiene una cámara escondida en la casa de sus padres, desde allí puede espiar con el celular, como si fuera un pequeño Gran Hermano, pequeño pero real. Su vecino muere, su vecino intentó hablar con ella apenas un par de días antes, su vecino muerto intentó hablarle, su vecino como fantasma. ¿Pudo hablar con su vecino? ¿No estaba muerto ya? ¿Se está volviendo loca? Jina no desespera, intenta mantener la rutina cotidiana. Sin embargo, empiezan a aparecer algunos síntomas que revelan que la fortaleza de la soledad, las incontables comidas en solitario, en su pieza o en un restaurante, los auriculares permanentes y las conversaciones entrecortadas, todo aquello comienza a mostrar sus primeras grietas. 

     Un nuevo vecino, una charla sobre fantasmas, una señal de televisión que empieza a fallar. Lo externo que sigue irrumpiendo. Jina se ve obligada a enseñarle a una nueva compañera el oficio de atender llamadas, de pedir disculpas, de repetir todos los consumos diarios a personas, posiblemente, igual de solitarias. ¿Eligió ser así, eligió la soledad extrema? Es eso, o son sus despojos. Es eso, o es lo que hicieron con ella. Es el éxito de una estructura que nos maneja como si fuéramos marionetas, o es la soledad respetable, fruto de la libertad. ¿Era libre su vecino? ¿Libre de morir así, sin que nadie se diera cuenta, aplastado por una montaña de pornografía? ¿Era libre de transformarse en un fantasma de la sociedad moderna? Jina parece estar bien. Pero habla con fantasmas. Está bien pero espía, espía de una forma casi obsesiva. Observa a su padre fingiendo una enfermedad. Haciendo como que baila. Organizando una reunión. Recibiendo gente. Entre las grietas que se van formando, algo del vestigio de vidas ajenas empieza a penetrar.

     Aloners es una película sobre la soledad, sí, pero no de la soledad como algo abstracto. Es una película sobre la soledad hecha sistema, hecha artefacto para la repetición, para el consumismo sin sentido, para la nada misma que tiende a la reproducción pacífica. Una soledad quizás falsamente elegida, quizás falsamente disfrutada. Un lugar de comodidad fingida. Jina dice: comer sola es más fácil. Puede ser que haya algo de verdad en aquella sentencia, puede ser que la soledad sea más fácil. Para quién, es una pregunta. Por cuánto tiempo, es otra. Por último, cuánto de vida, sin calificativos, existe en esa soledad para el trabajo, en esa soledad con auriculares eternos. Cuánto de vida puede haber en la metáfora, en la realidad de un televisor permanentemente prendido como ruido de fondo. Cuánto de vida hay en todo aquello, mientras un desconocido hecho fantasma, fantasma que nos habla, muere aplastado y sin nadie que lo recuerde, a apenas unos metros de donde vivimos.

ESTEBAN BARROSO

Es Profesor en Historia (UNLP) y becario doctoral del CONICET.