El primer libro de Valeria Pujol Buch, Suave es el relincho, adelanta en su imagen de tapa el ritmo suave y constante de la Singer que se mueve a paso firme y laborioso como los doce relatos breves y el poema-manifiesto que componen la obra. La ilustración deja ver un conjunto hecho de retazos: una máquina de coser, un cigarrillo recién prendido en su cenicero y un portarretratos que exhibe a una niña sonriente con su bicicleta detrás. Esta escena misteriosa que conjuga infancia, ocio y trabajo está atravesada por lo rasgado y envuelta en diversos tonos de naranja como una promesa festiva que se completa con la sonrisa rodeada de flores en la foto de la solapa.
Así, con la certeza de que será un viaje ameno, de disfrute y con algo de curiosidad entramos al libro Suave es el relincho, una apuesta por abarcar gran variedad de tonos y voces que narran breves episodios de la vida de los personajes recortados con precisión. En el medio de estos relatos acerca de la muerte, el deseo, la maternidad, la escritura, la infancia y la amorosidad (entre otros) se incluye un manifiesto, en forma de poema, que quiebra la estructura tradicional y que con voz provocadora relincha y lo hace con pisada de carnaval:
“Así chueca
Ladeada
Me paro aquí
Y relincho,”
Este relincho que puede leerse como un pronunciarse y un poder decir desde una postura singular reverbera hacia todo el libro dejando una estela de pequeños ecos, voces, risas, aplausos, gritos, palmas, trinos, patadas y otros sonidos que a veces acarician el oído y lo envuelven en algún hechizo del que cuesta salir y otras resultan cortantes y hasta dañinos. Sin embargo, este vaivén nos deja una certeza: el entretejido sonoro se hace oír.
Así, en el primer cuento que abre el libro: “Samurái frente al espejo” la niña que se disfraza y quiere ser otra haciendo uso de su reflejo, arma un espectáculo donde suenan risas y aplausos. Hace falta solo la palabra de la madre para acabar con el entusiasmo: “Adela, ¿estás?”. En “Brillarás hasta que acabe” es el ruido del viento entre las pocas hojas que quedan en los árboles de otoño el que marca el principio del fin que ya se prefiguraba cuando ese ojo testigo sigue a la ventisca de verano que se pasea por la esquina de Florida, Mitre y Diagonal Norte. “Corrientes y Acuña de Figueroa”, otro de los relatos, comienza con un baile entre amigas que se improvisa en un bar: la patada de burlería y el zapateo “hasta exorcizar el aliento del público”, abren las historias que se cuentan allí.
Pero a veces se deja atrás la calle, la esquina, el bar y los lugares públicos bulliciosos y transitados para aquietarse y contar, esta vez, para adentro. Son momentos donde los personajes se apaciguan, encuentran en lugares íntimos como un cuarto propio o un diario poder decirse en silencio y refugiarse en la escritura y la lectura.
Así, en “Retales” el viernes 7 de septiembre del 2018 se abre el diario contando los kilómetros que una mujer hizo en tren a lo largo de toda su vida. En el medio de la maternidad, el trabajo y las cargas diarias se sigue contando: los kilómetros que faltan y la propia historia. Cuando descubre la suma se libera de la estocada que le hace la cama por las mañanas y vuela. En otro de los relatos, “Bienvenida”, una mujer desempolva escritos viejos, reseñas veinteañeras, libros queridos, cartas y notas íntimas que traen recuerdos construyendo así un espacio de tregua con su compañero que la ayuda en su quehacer. Ya no hay lugar para el grito; sí para la palabra amorosa y el brindis. En “Para vestir santos” la apuesta por contar está vinculada al goce: el orgasmo se puede contar con los dedos de la mano, escribir y sentir placer se entremezclan.
Si contabilizar resulta liberador y repasar el trayecto recorrido da seguridad para continuar con más fuerza; para otros personajes, más vulnerables, contar es agobiante, nunca es suficiente. Así, en el anteúltimo relato, “Antes que se propague el fuego”, se cuentan las monedas para pagar la comida del día y la que escribe es la doña con letra clara y prolija, las tareas que Marga debe cumplir. “Me clavó el visto”, relato que cierra el libro, hace justicia a las infancias y a sus modos de explorar y ser creativos. Hay una voz que cuenta en letras mayúsculas: “HAY UN NIÑO QUE ESTÁ DESCUBRIENDO EL MUNDO. ESTA ES SOLO UNA ADVERTENCIA” y la voz obturadora es la que se quiebra cuando le sacan la lengua. ¿Burla o venganza? Por qué no las dos.
Si Suave es el relincho cierra con una advertencia a modo de juego, una que se cumple y que se lleva a cabo en este último relato, nos abre un modo de leer lúdico que pone el acento en salvaguardar lo creativo en palabras mayúsculas. Quizá haya que tomar como premisa el juego de palabras que le propone el aparato electrónico a Erica en el último cuento: “Armardesarmar como el mar” y jugar para encontrar qué otras sorpresas encierra el libro.
Nació en San Carlos de Bariloche en 1985, pero vive en La Plata desde el 2003. Actualmente reside en Villa Elisa con su marido y sus dos hijos. Se recibió de Lic. en Letras (UNLP) en 2011 y ha publicado artículos sobre literatura en revistas académicas. Cursa actualmente su Doctorado en Letras (UNLP) (acerca de Stevie Smith, una escritora británica cuya producción está atravesada por la guerra y las cuestiones de género.) Ha publicado dos cuentos de su autoría en la antología Una admiradora burra y otros relatos (2020, Servicop) y un libro de cuentos No quiero volver a mi casa (Malisia Editorial, 2021).
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación | Universidad Nacional de La Plata
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