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Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación de Ricardo Piglia, 2015

NOVELA

GERALDINE ROGERS


Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación (2015)
de Ricardo Piglia

Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación de Ricardo Piglia

     ​La trilogía Los diarios de Emilio Renzi es la culminación del proyecto literario de Ricardo Piglia, muerto en Buenos Aires en 2017. Es una obra cuidadosamente concebida, con una poderosa voluntad de forma. No esconde los engranajes y sus puertas de entrada son múltiples.

     ​Construida con formas breves (fragmentos de “diario”, relatos cortos) insertadas en una estructura narrativa extensa, puede pensarse como una gran estructura novelística disfrazada de “diario”. A Piglia, tan macedoniano en esto, siempre le interesó la experimentación con el género novela. El proyecto de escritura duró varias décadas y el tiempo es un componente fundamental de la obra. La base es autobiográfica: retoma escritos que Ricardo Emilio Piglia Renzi había anotado en papeles sueltos y en cuadernos a lo largo de varias décadas, transcriptos y reordenados en el tramo final de su vida con ayuda de una asistente por encontrarse –atenúa– “un poco embromado”.

     ​“Te lo regalo. En esta novela el velorio está al empezar” dice Piglia que le dijo el poeta Alberto Spunzberg una tarde de bar por 1960 o 1961, alcanzándole un libro que en ese entonces todavía no conocía. Era Adán Buenosayres. Después de leerlo anotó con lápiz en el margen: “Un novelista se construye su genealogía y narra eso. En Adán se ficcionalizan los orígenes, los parentescos, las sucesiones endogámicas”. Es quizá -comenta Piglia-, la novela más ambiciosa de la literatura argentina y, -agrega-, como todo gran novelista Marechal era consciente del desafío y trabajaba con la materia de su vida. La referencia no es ociosa: Los diarios también empiezan cuando todo parece haber terminado, trabajan con materiales de la propia vida y son, como Adán, una memoria ficcional del mundo cultural y literario de Buenos Aires en años de singular intensidad.

    Años de formación, el primer tomo, narra la juventud de Emilio, el ingreso a la vida intelectual en el umbral de la década del sesenta, entre proyectos colectivos de revolución y transformación vanguardista. Abarca de 1958 a 1967 y es, entre otras cosas, una novela de aprendizaje y una autobiografía ficcional que parte algo que desde los 17 años orienta la vida del joven Renzi, el deseo de ser escritor. El impacto de las primeras lecturas, la relación con el padre, la decisión de dedicarse por entero a la literatura a contrapelo de las opiniones familiares, la salida del hogar y la llegada solo a otra ciudad (“La Plata, donde efectivamente empieza mi vida, diría yo si estuviera contando mi propia historia”), el pasaje por la universidad y los primeros trabajos son tópicos habituales de una novela que relata los comienzos del joven que desea e imagina conquistar la ciudad con sus libros (las referencias que vienen a la memoria son varias, de Las ilusiones perdidas de Balzac a El juguete rabioso de Arlt o Retrato del artista adolescente de Joyce que, no por casualidad, termina con el “diario” del joven Stephen). En el tomo siguiente, Los años felices, una nota resumirá así las principales líneas del primero: “Al releer los cuadernos aparece claramente la continuidad que va de 1958 a 1967, ese sería el Tomo I de mi vida escrita. La consolidación del joven esteta que baja a la realidad, vive solo, se gana la vida y empieza a publicar. El segundo tomo empieza en 1968 y está en marcha”.

     ​Sin embargo, nada será simple y lineal, el camino reserva trampas para el lector distraído.  Años de formación es una novela de aprendizaje que muestra que no es posible aprender casi nada, o al menos nada de aquellas cosas que nuestra candidez podría suponer. Se narra a partir de anotaciones del pasado que son, sin embargo, producto de una escritura en presente, lo que abre a una temporalidad compleja que, sin renunciar al material “verdadero” ni al relato de un trayecto vital, desmonta la sucesión lineal y la enriquece anacrónicamente. Un conjunto de series temáticas va narrando en forma intermitente los encuentros con amigos y conocidos, las lecturas, las escrituras, las irrupciones violentas de la historia. Pero además, y esto es crucial, estamos ante una autobiografía ficcional que alerta contra cierto género previsible (“hablar de escrituras del Yo es una ingenuidad”, “el Yo es una figura hueca”).

    Los diarios… lleva a desconfiar de las categorías básicas que sostienen los relatos convencionales: la linealidad y progresión en el tiempo, la acumulación de experiencias, la consistencia de la primera persona. (Sin embargo, algunas certezas se mantienen fuera de duda. Una de ellas es el peso simbólico del nombre de Ricardo Piglia, un autor que logró ocupar un lugar central no solo de la literatura argentina sino del mercado de libros en lengua española, nombre-sello que preside la trilogía editada en Barcelona por Anagrama. Pero no será esa “garantía” lo que sostenga la convicción de que nos encontramos ante una obra maestra, sino la larga y demorada experiencia de recorrer un gran texto).

    Años de formación empieza con una “nota del autor” fechada en Buenos Aires en abril 2015 y seguida de un primer capítulo que va introduciendo en la textura narrativa ambivalente e híbrida que se mantendrá en los tres tomos, donde se entremezclan lo autobiográfico, lo testimonial y lo ficcional.

     ​Fuera de algunos acontecimientos indelebles referidos escuetamente (la cárcel del padre peronista después del golpe del 55 y el exilio interno de la familia) en todo el primer tramo pasan pocas cosas. Como si dijera “en el principio no hay nada”, vacío elemental previo a la creación de un escritor (autocreación de ese hombre que se hace a sí mismo de múltiples variantes, del héroe de la ideología burguesa al hombre sartreano, condenado a la libertad y hacedor de su propia existencia) y creación de un proyecto literario. Comienzos de un escritor, entonces, y comienzos de una novela-diario que sabrá explorar la productividad de la ambivalencia y la mezcla de géneros.

     ​Si Marechal había desplegado la narración de la vida del héroe como memoria ficcional de una generación literaria, donde era posible identificar a ciertos jóvenes artistas y escritores de los años veinte (Schultze era Xul Solar, Pereda era Borges, Bernini era Scalabrini Ortiz …), e insertaba los manuscritos dejados por el poeta muerto (el cuaderno de tapas azules),  los diarios de Emilio construyen una memoria ficcional de la vida cultural y política porteña desde fines de los cincuenta a partir de unos “cuadernos de tapas de hule” (los 347 cuadernos de la película de Andrés di Tella) donde van apareciendo figuras claves fácilmente identificables (Manuel Puig, David e Ismael Viñas, Josefina Iris Ludmer, entre tantos) y otras menos evidentes pero igualmente reconocibles, toda una constelación literaria, intelectual y política que gravitó en la vida de una generación.

     ​La forma “diario” permite narrar en el linde entre la ficción y lo verificable, borrando los contornos. Muestra, en modo borgeano, el poder instituyente de la ficción; y prueba, en modo Walsh, la eficacia de las ficciones para contar verdades más verdaderas.

     ​Ya en sus años de formación Renzi empezará a interrogar la relación entre literatura y política, hasta dar con una forma específica de intervenir desde la literatura, que radica menos en la elección de los temas que en los mecanismos. Supone una “ética narrativa” centrada en mostrar los engranajes: fragmentos de narraciones en curso, modos en que la ficción incide en la realidad, impostura de los diarios “auténticos”. E incita a la lectura atenta al procedimiento  (“la lógica que estructura los hechos no es la de la sinceridad, sino la del lenguaje”).

     ​En efecto, la “formación” de esos años incluye la búsqueda de una escritura inseparable de ciertas formas de leer. Lectura que se transforma en investigación y frente a un texto no se pregunta qué significa sino ante todo ¿qué es esto? ¿cómo leerlo? ¿cómo está hecho? y va borgeanamente tras las huellas donde sospecha que el autor intercaló algo para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Lectura no literal, interesada y estratégica. Que  reescribe palabras ajenas hasta hacerlas propias. Superposición de lectura y escritura o “lectura de escritor” que copia hasta que no resulte posible saber ya quién habla. Leer es apropiarse del texto y darle nueva vida poniéndolo a circular, transformado.

GERALDINE ROGERS

Es profesora de Literatura Argentina en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP e investigadora del CONICET. Es autora del libro Caras y Caretas. Cultura, política y espectáculo en los inicios del siglo XX (2008).

Kentukis de Samanta Schweblin, 2018

LITERATURA

ESTEBAN BARROSO


Kentukis (2018)
de Samanta Schweblin

kentukis

     En un pequeño barrio de Acapulco ya casi no hay lugar para enterrarlos. Alguien, de manera intempestiva, decide hacerlo en uno de los pocos espacios públicos que quedan. Rápidamente otros siguen su ejemplo. Ante esta situación, ciertamente inesperada, la junta municipal ordena levantar las tumbas y reparar el daño ocasionado. La gente se indigna. Una pareja de ancianos exige que el cuerpo de su kentuki le sea devuelto. Finalmente, la tensión se diluye y todo retorna a una aparente normalidad.

     Hace ya un tiempo Hemingway afirmó que si un escritor en prosa sabe realmente lo que quiere decir, puede silenciar buena parte de lo que conoce. Samanta no nos explica por qué razón en un barrio adinerado ya no hay lugar ni siquiera para enterrar. Tampoco nos habla sobre el sentido de una de las frases de protesta: no entierren a los muertos, entierren a los vivos. La historia no es desarrollada más allá de este punto, pasando a formar parte de un conglomerado de pequeños fragmentos dispersos –y secundarios- que le dan profundidad al mundo construido.

     La buena ciencia ficción invade nuestra mente, abriéndola a la posibilidad de algo hasta entonces no imaginado. Estamos aquí en el terreno de lo posible bajo ciertas circunstancias. Las historias que Samanta va entrelazando a lo largo de su relato parecen ubicarse en una sociedad fácilmente reconocible. Los kentukis aportan el elemento novedoso, pero no son instrumentos de tecnología avanzada o desconocida. Todo el entramado que nos presenta podría ser puesto en funcionamiento tranquilamente en el día de hoy; ninguna cuestión técnica actuaría como obstáculo.

     Aquí radica entonces la cuestión central: ¿cuáles serían las circunstancias que harían posible que nuestras sociedades se vieran atravesadas por millones de kentukis? ¿Cuál es la necesidad de fondo –si la hay, si no es que la construye- que motiva esta singular irrupción? Samanta no quiere hablarnos de los kentukis. Entrecruza las historias de cinco personas comunes y corrientes, atravesadas en sus relaciones particulares por un vacío, un cierto extrañamiento, la sensación de caída. No parecen ser demasiado conscientes del camino que están empezando a emprender. Eligen una de las dos opciones posible: ser kentuki, o tener uno.

     No hay nada de azaroso o casual en ello. Una madre, que es, se pregunta cuán grande puede ser la distancia que la separa de su hijo, que decidió tener. Se recrimina el hecho de que haya sido un kentuki –y no ella- quien gastara una suma considerable de plata para hacerle a su hijo un singular regalo de cumpleaños. Pero solo llega hasta este punto. Piensa que hay tiempo, que su propia vida, que aquella relación, pueden esperar. En ese preciso momento, pasa a ser kentuki.

     La experiencia no solo permite cuidar, sino también mirar, ser mirado, explorar. Un kentuki llega hasta el punto de enamorarse de otro. La historia desemboca en un fracaso esperable, no importa demasiado que lo diga. Lo verdaderamente importante, aquello que Samanta se cuida bien de no decir, se encuentra más allá de los finales, mas allá de la madre que siente a su hija como a una desconocida, o de aquella otra que se cree incapaz de entablar un vínculo real con su hijo. Hay un hecho que actúa como desencadenante, pero que es parte de una historia mayor que solo se puede vislumbrar: el hijo, bien al principio, le regala a su madre un kentuki. Quizás lo piensa como único camino, como última alternativa, como advertencia, la búsqueda de un territorio común en el que puedan hablar.

     Y entonces deja de resultar importante, por ejemplo, lo que termina haciendo Alina con su kentuki, o el “plan b” que pone en marcha Grigor. Tenemos, en cambio, a Marvin y a su deseo de conocer la nieve desde un pequeño estudio al que se encuentra confinado tres horas por día para estudiar. Su vida lentamente se va bifurcando, hasta que en un momento límite, en el que se ve obligado a retornar al mundo real (con todas las comillas que le podamos poner a eso), siente la presión de los dedos de su padre tomándolo del brazo, y se pregunta si este podrá notar que está cayendo, que está golpeado y roto. En realidad, es el kentuki el que cae, pero la diferencia se torna crecientemente sutil.

     En definitiva, personas y sus relaciones, ni más ni menos. De pareja, de amistad, de compañerismo, familiares. Relaciones atravesadas en este caso por algo novedoso, desconocido, y que genera rápidamente una fuerte atracción, tanto como para creer que lo real puede esperar, o para transformarlo en una mera excusa de aquello que se considera importante. Marvin fantasea con solo comer y dormir, con su cuerpo limitado a estas únicas tareas, con su kentuki tocando la nieve, hundiéndose en ella, mimetizándose con un paisaje eternamente blanco. Ese algo novedoso son los kentuki, pero podrían no serlo. Samanta construye una sociedad otra, creíble y verosímil, desde la cual nos interpela, nos pregunta. En qué pensamos cuando estamos con otra persona. Cuántas veces creemos que hay otra historia, otra vida, otra imagen más interesante que la próxima, que la que tenemos delante de nosotros. La diferencia entre ser y tener radica en algo simple: mirar o ser mirado. Esas dos necesidades enfrentadas. Si preferimos mirar o queremos que otros nos miren, nos acompañen a una cierta distancia prudencial, nos den su valoración. Si hay algo, algo que no se puede poner en palabras, pero que se asemeja quizás a un vacío insondable, a un vacío desde abajo, a un vacío repleto de otros. Llevando todo a un cierto extremo: si somos o tenemos.

ESTEBAN BARROSO

Es profesor en Historia (UNLP) y becario doctoral del CONICET.