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Playlist. Música y sexualidad (2023) de Esteban Buch

MÚSICA/CRÍTICA/ENSAYO

LUCAS GIAROLA


Playlist. Música y sexualidad (2023)
de Esteban Buch

playlist

     Playlist. Música y sexualidad es un libro hecho de deseos, que quiere transformarse y trascender el umbral de la lectura para reivindicar su derecho a ser escuchado. Tramando texto, imágenes y canciones (a las que accedemos mediante códigos QR), Esteban Buch invita a un flujo de interacción placentero entre las palabras, los sentidos y las cosas. 

     Si bien Playlist es el resultado de una investigación realizada en París y presentada en un seminario de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, sus propósitos no son estrictamente académicos. La curaduría de Buch no busca un género preciso ni pretende un relato totalitario. En cambio, procura ser un reflejo del “pliegue que une y distingue la música en las prácticas sexuales y el sexo en las prácticas musicales”. Su estructura consta de dieciséis capítulos, diferenciados en dos series: una de entrevistas a personas convocadas por el autor a la salida de un recital y otra de análisis de obras famosas (musicales, pero también literarias, cinematográficas y teatrales). El libro se organiza temáticamente, es decir, sugiere una secuencia aunque no la prescribe. Más bien, cada capítulo es señal de otro. El autor difumina los límites de la sociología, la etnomusicología y la historia, entre otras disciplinas auxiliares, combinando la observación crítica con el hedonismo de quienes le dan testimonio y, sobre todo, con el suyo propio. Expresa su estilo con conexiones que se suceden en modo shuffle, pasando de conversaciones íntimas a la historia del debate público por la sexualización de los cuerpos y dejando referencias en sus comentarios para hacer rizoma (un punto de coincidencia que ocasiona múltiples derivas) con la experiencia de quien lee y escucha, o lee y después escucha, o escucha y después lee.

     El sexo y los sonidos se encuentran frecuentemente en expresiones de amor y felicidad. En el roce de cuerpos sensibles. Pero también coinciden en entornos violentos, que rompen con la sensualidad y revelan las injusticias del mundo. Buch produce un mix de datos y opiniones para retratar estas convergencias, estudiando el comportamiento de los cuerpos bajo los efectos eróticos de ciertas atmósferas musicales: pretende contribuir a conformar una “historia sonora de la sexualidad”. La playlist es su modelo. Sitúa el origen de este formato en la década del ochenta, cuando la invención del cassette puso a disposición la tecnología del montaje, mientras examina casos particulares para evocar una costumbre humana antiquísima de transmisión de preferencias (que son también diferencias) en torno a la sonoridad de los placeres íntimos. Sobre esta “microsociología de la recomendación”, el autor extiende el hilo conductor de la crítica marxiana del fetichismo de la mercancía, alimentado por el feminismo y la teoría queer. Lubrica todo con el método de las ciencias sociales.

     La primera serie del libro está inspirada en Comizi d’amore (1964), una película de Pier Paolo Pasolini que muestra a la sociedad italiana hablando de sexo y de amor. Buch emprende la idea de hacer una “investigación musical colectiva sobre la sexualidad”. A través de un conjunto de entrevistas y conversaciones en foros de internet, da cuenta de la versatilidad de los usos y las experiencias sexo-musicales. Para algunas de las personas que entrevista, por ejemplo, la música funciona a modo de signos memorativos que afloran intempestivamente; para otras, crea “capullos”, atmósferas que aíslan a sus integrantes del mundo exterior y les ayudan a concentrarse en los sonidos de sus partenaires. En simultáneo, el autor infiere el trazo de la “larga historia” en esas opiniones personales: una música que es “siempre la misma”, como expresa uno de los italianos en el film de Pasolini. Le seduce poner el foco en las prácticas íntimas, tanto como estudiar los estándares y las limitaciones de los deseos singulares: cronología y escala de análisis fluctúan en su relato.

     Diluyendo los límites de la anécdota, Buch deja entrever que cuando de sexualidad se trata la cuestión no reside en el silencio, sino en la proliferación discursiva. Por eso adquieren valor los testimonios que recoge en la primera serie, ya que demuestran que las apropiaciones subjetivas de sonidos y músicas más o menos conocidos quedan en la memoria afectiva y suelen ser una “herramienta de negociación sexual-política” para las personas que comparten placeres y sonoridades. Sin embargo, no omite las consecuencias que ha provocado la ciencia patriarcal en los dispositivos normativos de la sexualidad y reconoce (a veces comenzando por el microrrelato, otras anticipándose al mismo) los efectos globales del capitalismo sobre la cultura contemporánea. A partir de Adorno, reactiva la discusión que gira en torno a la música como un instrumento de dominación y de estandarización de los gustos. Cita los estudios sociológicos de Eva Illoux y de Ori Schwarz, y hasta googlea “music for sex”, para tratar de entender cómo es posible que los dispositivos de recomendación actuales, en especial las plataformas de streaming como Spotify, Deezer o Youtube, coproduzcan emociones y mercancías por medio de la música, además de prescribir una estética dominante que hace, la mayor de las veces, asociaciones heteronormativas entre el sexo y el amor. 

     El capítulo ocho funciona a modo de pivot y da inicio a la segunda serie del libro: un conjunto de obras famosas que, según el análisis del autor, constituyen una genealogía de la “preocupación por los efectos políticos de la erotización de los cuerpos a través del sonido”. El horizonte de su exploración modula hacia una temporalidad larga, que se extiende más allá de la intimidad. Desde un pasado remoto (el de las pinturas nilóticas de Pompeya, conservadas por los escombros del Vesubio), Buch rastrea una ética sexual-musical que continúa hasta los tiempos modernos y se hace visible en casos de distinto espesor, como la influencia del leitmotiv wagneriano en los “orgasmos musicales” del dadaísmo de principios del siglo XX, o la obscenidad en la censura estalinista de la obra Lady Macbeth, promediando el mil novecientos. A partir de estos y otros casos, el autor infiere desde prismas morales contrapuestos que los sonidos se “imprimen” en el alma y tienen la capacidad de impulsar el ensamblaje de “los cuerpos que gozan”. 

     Hacia el final del libro, Buch retoma el interrogante que se hizo la musicóloga y organista Suzanne G. Cusick en 1991 (“¿¡y si la música ES sexo!?”), para otorgarle a los sonidos una agencia que erosiona los límites de lo humano y que, si bien no se limita a situaciones eróticas, se confirma, por ejemplo, en la infidelidad que Alan Berg le confiesa a su mujer tras tener un encuentro erótico con la tercera sinfonía de Mahler, o en el canto performático del pájaro pergolero, cuyos sonidos, emitidos para seducir y dar placer, pertenecen a una “experiencia estética” juzgada por la hembra. El autor elabora sus conclusiones a medida que incorpora, en “la playlist de Playlist”, obras como Sonata y Osvaldo de Adriana Varela y Erótica de Madonna. Las diversas producciones artísticas le ayudan a señalar la insuficiencia de la ciencia patriarcal, que concibe al clímax como evento único y no como una “zona de placer”, donde lo que permanece fijo es la mutabilidad; un tiempo “no-teleológico”, donde la música da forma a la sensación del oyente en el espacio e interviene directamente en su economía corporal; un estado de absorción, donde la “historia sonora de la sexualidad”, a la que Buch pretende contribuir, supone solo un apéndice de otra más extensa “historia ecológica de ensamblajes sensoriales”.  

     La virtud de Playlist reside en lo que resigna al asumirse un recorte. Buch admite que su trabajo es insuficiente, ligado a su timidez y puntos de ignorancia. No obstante, suspende un tendal de relaciones, entre la construcción del sistema de sexo-género y la trans-humanidad del fenómeno sonoro, que se preguntan por la vida sexual de la gente y renuevan discusiones en torno a la sexualidad. Consigue tocar una fibra sensible con sus recomendaciones, estimulando la imaginación de múltiples itinerarios: los propios, que son también los de otrxs seres deseantes. 

     A pesar de que el libro se presenta como “un flujo de variaciones sobre la música y la sexualidad”, también podría comprenderse en los términos formulados por Paul B. Preciado en Manifiesto Contrasexual (2000). En este sentido, la playlist desborda su condición de formato-contenedor para convertirse en una tecnología comprometida con la búsqueda del “placer-saber”, que permite abordar el sexo ya no únicamente a través del discurso y la enunciación, sino también, y sobre todo, a partir de la escucha como principio activo en la materialidad de los cuerpos. La siguiente selección es un breve comentario sonoro que intenta ir en esta última dirección: acepta el ida y vuelta propuesto por Esteban Buch, a la vez que se nutre de narrativas y músicas disidentes para reproducir algunas de las infinitas prácticas que Playlist no llega a abarcar.

     Las piezas de Alex Anwandter y Fus Delei son un canto a la “plasticidad de los sexos”; una infinita adopción de roles, intercambiables según el anhelo propio. La sonoridad de Arca implica alcanzar un vórtice donde se confunden las distinciones entre instrumento y artificio; entre artista y máquina; entre música y sexo. El último par de canciones se desprende de dos obras: I’m your Private Dancer (1984) forma parte de una atmósfera musical narrada por Camila Sosa Villada en su novela Tesis sobre una domesticación (2023), donde los cuerpos se excitan y cogen en todo tipo de situaciones; Got to be real (1978) musicaliza los créditos de Paris is burning (1990), documental sobre la cultura ballroom de Nueva York, una comunidad donde la libertad del deseo es el único requisito para ser partícipe y donde la sexualidad se expresa de manera performática.

 

LUCAS GIAROLA

 Es profesor en Historia (UNLP) y adscripto a la cátedra de Historia General V

Para hechizar a un Cazador, Lamberti (2024)

NOVELA

JUAN MANUEL BELLINI


Para hechizar a un Cazador (2024)
de Lucio Lamberti

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     El premio Clarín 2023 de novela lo ganó Para hechizar a un Cazador de Luciano Lamberti, con un jurado conformado por Ana María Shua, Samanta Schweblin y Carlos Gamerro. Fue editada por Alfaguara en 2024. Como es de rigor la contratapa contiene frases laudatorias del jurado: “una novela apasionante”, “es perturbadora y obliga a reflexionar”, “supimos, al leerla, que estábamos ante la novela de un gran artesano de la frase”, “esta obra se mete de lleno en los horrores de la última dictadura”.

     En 2019, en otra novela que elegía mezclar el género terror con el genocidio argentino, Mariana Enríquez ganó el Premio Herralde con Nuestra parte de noche. Una novela voluminosa que manejaba bien el suspenso y que servía para demostrar que el cruce era posible. La literatura de los últimos años contó la dictadura de diversas maneras. Las mejores fueron las de Martín Kohan tomando personajes que podían parecer laterales pero que daban cuenta de la complicidad civil. Mariana Eva Pérez tuvo una mirada personal novedosa y desacartonada desde Diario de una princesa montonera y María Giuffra a través de dibujos contó los horrores perpetrados a chicas y chicos con el aporte de distintas voces en La niña comunista y el niño guerrillero. Emiliano Guido cuenta su militancia en H.I.J.O.S, su infancia en dictadura en Bahía Blanca, y los ’90 en La Plata con una mezcla de sarcasmo y ternura, en Treinta mil veces te quiero, libro de 2022 pero ya descatalogado, imposible de conseguir. Hubo también lugar para la banalización en las novelas de Félix Bruzzone y el castigo de derecha en Pola Oloixarac a un profesor setentista, ambos muy saludados por la crítica literaria, como así también La casa de los conejos de Laura Alcoba con una mirada for export e infantil. Martín Caparrós en 2008 estaba enojado y escupía A quien corresponda, con un protagonista cínico, descreído, asqueado de todo lo que pudiera tener que ver con la memoria y el kirchnerismo; el presente lo encuentra novelizando a Milei.

     Para hechizar a un Cazador comienza en Buenos Aires en 2015 con la historia de Julia, una chica apropiada. Anda en la búsqueda, se dedica a la fotografía. Se nota el buen manejo de Lamberti con lo cotidiano. Julia se entera de su historia por una anciana muy decidida que le cuenta que es su abuela y sus padres fueron asesinados en Córdoba. 

     Incomoda en la novela que parte importante del argumento trata sobre cómo un padre y una madre (que por su poder en el pueblo logran recuperar el cadáver de su hijo y que no permanezca desaparecido) realizan sacrificios humanos para mantener vivo, como a un zombie, a su hijo. Las víctimas son obreros, chicas adolescentes. Al final intenta Julia terminar con ese horror, podría pensarse en un final reparador. La incomodidad no es un obstáculo para considerar una obra, pero en este caso surge por momentos la duda de si era necesario. El abuelo, médico y reclutador de víctimas para el sacrificio sufre “un verdadero ataque, que lo hizo doblarse y cubrirse la boca con un pañuelo blanco”. Hay una parrafada acerca de lo que es ser montonero con frases como “son insectos que comen de una fruta”, “es el pan que los montoneros recogen y comen como animales en lo oculto”, “en el paraíso los montoneros tomaban el poder para Perón, y él volvía del exilio y nos felicitaba, dándonos palmadas como perritos obedientes”. Hay algún error histórico como decir que uno de los personajes se unió a Montoneros en 1968 y otros menores como que maneje un Ford Sierra en la década del ’70.

     Un hallazgo de la novela es cuando se ficcionaliza al centro clandestino de La Perla como un hotel de lujo y precisamente se va notando el derrotero hacia el horror en ese lugar. Se destaca la descripción de las vidas de quienes serían víctimas de los abuelos perversos y desesperados. Desde una anciana que iba a hacer caminatas con sus amigas y que resiste con violencia hasta un simple ratero al que no le alcanza lo que gana en las changas de albañilería, la adolescente Coty y sus padres. Cuenta lo aspiracional de un médico que quiere ascender en una clínica y ese puesto anhelado que le abre puertas para conocer a los poderosos del lugar, que saben el destino de quienes eran secuestrados en la dictadura.

     La historia, o mejor dicho las historias, se van contando desde distintos puntos de vista, algo que Lamberti manejó muy bien en La maestra rural y La masacre de Kruguer. Metiéndose esta vez en la última dictadura, quizás Lamberti intentó no caer en lugares comunes, algo de lo que se percató Guillermo Saccomanno (según contó en una entrevista con Estefanía Di Meglio en la revista Contenciosa) cuando comenzó a escribir su novela 77: “Yo había empezado a hacer la narración de una novela de una chica que buscaba su origen, una chica nacida en cautiverio. Y llegó un momento que sentí que estaba tocando un cover, le faltaba música de León Gieco y una edición de Página/12. Era una novela que tocaba todos los hitos convencionales. Estaba como escrita para el que quería leer esa novela”. 

     El Cazador, el monstruo sobrenatural de la novela, tuvo su momento de esplendor en el genocidio argentino. Una novela con suspenso, con una escritura cuidada que logra ir atrapando en la lectura. Y mientras se va leyendo se ve que existe un límite fino en el arte cuando se tocan temas sensibles, con heridas abiertas que quizás nunca cierren, como les pasa también a los alemanes con el nazismo. No es la única posibilidad ser solemnes, nombramos algunos ejemplos al principio de esta nota. 

     Para reseñar también la característica común con otro escritor cordobés, Sergio Gaiteri, en el sentido del buen manejo de lo cotidiano; como así también del cineasta Rosendo Ruíz. Lamberti en Para hechizar a un Cazador recorre distintas geografías: un pueblo inventado en Córdoba, una casa en Santiago del Estero, Miramar en invierno y atisbos originales de la vida en la cabeza de Goliath en los devenires de Julia.

     Otra ganadora del Premio Clarín de Novela, Raquel Robles, en 2009 en una entrevista en la revista Veintitrés cerraba con estas respuestas a preguntas de Bruno Lazzaro:

-En 2008, represores como Etchecolatz, Bussi y Menéndez enfrentaron a la Justicia y fueron condenados. ¿Qué le provocaron esos fallos?

-Una inmensa satisfacción.

-Si la directora de Clarín llegase a ser condenada en esta causa, ¿qué le provocaría?

-Si es culpable, la misma inmensa satisfacción.

     En esos años podía pensarse que Ernestina Herrera de Noble (la señora Basualdo del Diario de la Argentina de Jorge Asís) podía ser juzgada por delitos de lesa humanidad, lejos de este presente distópico, donde el Presidente y la Vicepresidenta festejan un 9 de julio arriba de un tanque de guerra, diputados de su partido visitan a Alfredo Astiz y lo persiguen a Marcelo Longobardi tildándolo de progresista.

LUCIANO LAMBERTI

Juan Manuel Bellini es Periodista, docente de la cátedra Análisis y Crítica de Medios de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP). Trabaja además en el Programa de Justicia por Delitos de Lesa Humanidad en la Comisión Provincial por la Memoria.

Isabel Perón. Intimidades de un gobierno (2007), González

HISTORIA

GASTÓN GALLI


Isabel Perón. Intimidades de un gobierno (2007)
de Julio González

9789500253246

Estamos todos locos

     ¿Cómo funciona un gobierno? ¿Cuál es la rutina del gobernar? ¿Cómo se toman las decisiones en los niveles más altos? En Argentina se han conocido muy pocos testimonios respecto al día a día de la gestión de gobierno. Algunos ex presidentes y funcionarios han realizado defensas de sus gestiones, pero se refieren fundamentalmente a las grandes cuestiones, y son más justificaciones y explicaciones que relatos que permitan sospechar cómo se decidían realmente esas cuestiones.

     Una importante excepción ocurrió en 2021, cuando Juan Carlos Torre publicó Diario de una temporada en el quinto piso: Episodios de política económica en los años de Alfonsín, donde relataba la increíble carrera del equipo económico del ministro Juan Vital Sourrouille para no ser alcanzado por una crisis provocada por problemas que ya se había resignado a no solucionar. El libro fue, justificadamente, muy leído y comentado.

     Más desapercibida había pasado en 2007 la publicación de Isabel Perón.intimidades de un gobierno, libro escrito por el doctor Julio González, que fuera Director de Asuntos Jurídicos y Secretario Técnico de la Presidencia, reemplazando luego a José López Rega como Secretario Privado, hasta acompañar a la Presidenta en su último viaje en el helicóptero donde fue despojada del poder. Detenido en ese mismo acto, permaneció encerrado en dependencias militares. En abril de 1983 fue sobreseído y puesto definitivamente en libertad. 

     El relato que realiza González es, por momentos, apasionante. Porque retrata cómo se tomaban las decisiones en un gobierno presidido por una persona emocionalmente frágil y muy influenciable en sus decisiones. Lo curioso, a diferencia de otras crónicas de esa gestión, es que es un relato hecho con afecto personal y que presenta a Isabel como a una persona que estaba en casi permanente sufrimiento mientras cumplía con lo que consideraba que era su deber. Incluso cuenta ingenuamente varios momentos en los cuales tuvieron que disuadirla de renunciar y retirarse. Lejos de otros relatos que la ridiculizan, González no oculta su admiración por la Presidenta y su desprecio por aquellos que la traicionaron. 

     Sorprendente resulta la imagen que presenta de José López Rega. El libro cuenta con sencillez distintos momentos en los que éste exponía ante ministros, funcionarios y oficiales de las Fuerzas Armadas respecto de “relaciones interplanetarias y de antiguas religiones desaparecidas; de la relación del padrenuestro con las notas musicales; que la selva del Amazonas eran los vellos que cubrían el pubis de la Tierra”, entre otros asuntos. En otro momento escribe que era “un obsesionado por los temas esotéricos, pero faltaría a la verdad si no dijera que el tema, por lo extraño y novedoso, unido a la amena narrativa del expositor, causaba interés a la vez que daba al ministro la imagen de pastor de alguna extraña secta religiosa, pero puramente convencido de su fe”. También relata otro tipo de historias, retratando la influencia que llegó a tener en las decisiones presidenciales. 

     En un punto González concluye: “Tal como se presentaba ante mí, la personalidad de López Rega no se condecía en absoluto con la perversidad que se le atribuía. Era explosivamente sincero y no tenía frenos de ninguna naturaleza cuando se trataba de fustigar un mal proceder, de enjuiciar un acto perjudicial al Estado o al pueblo, de denunciar la deslealtad de cualquier figura prominente de las Fuerzas Armadas o el gobierno, o de poner en descubierto los dobles propósitos que anidaban en otras personas. Todo esto lo decía en presencia del enjuiciado y de otras personas, funcionarios, edecanes o ministros. Me cuesta creer que este hombre fuera capaz de ordenar matar a nadie. (…) ¿Tenía, acaso, una doble personalidad? Es muy posible.” Es significativo que en todo el libro no se mencione ni una sola vez a la Triple A.

     Para los que leímos el libro en 2007, estas historias de un gobierno donde era muy influyente un astrólogo y espiritista, parecían una especie de fábula, entre kitsch y bizarra por lo que contaba y siniestra por lo que callaba. Pero, fundamentalmente, parecía un relato de un fenómeno imposible de repetir. Inevitablemente hoy pensamos ¿quién será el Julio González del gobierno de Milei?

     Desde la publicación del libro, el mundo ha empeorado visiblemente. En ese lejano 2007 ya existían terraplanistas, creacionistas, antivacunas, tarotistas, médiums que se comunicaban con perros y hasta economistas que sostenían que la única causa de la inflación es la emisión monetaria. Existía, incluso, la familia Benegas Lynch. Pero eran todos personajes marginales, cuya evidente ridiculez parecía quitarles todo peligro. 

     Hoy contemplamos atónitos cómo sus creencias ya no son tan marginales y cómo lentamente parecen apoderarse del sentido común. En 2024 parece que todo puede ser cuestionado y que muy pronto nos veremos obligados a defender principios como la presunción de que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario, que la homosexualidad no es una enfermedad o que conviene respetar el tabú del incesto. En este extraño mundo en el que vivimos la autoridad intelectual parece residir en los que gritan más fuerte, los que insultan mejor, en los más intolerantes.

     Ayer las cartas astrales y las sesiones de espiritismo recomendaban a López Rega la necesidad de crear una organización que se dedique al asesinato de los adversarios políticos. Hoy el tarot y los perros sostienen que los problemas de la Argentina se solucionarán cuando se ponga freno a la desaforada avaricia de jubilados, docentes, científicos y de los siempre insaciables pobres. También parecen recomendar una generosa dosis de represión para “los que no la ven.”

     Estamos entrando en una era rudimentaria, de gritos, amenazas y violencias; de intolerancia y de culto a la ignorancia, en las que cualquier concepto complejo es desacreditado con resentimiento y en la que todo trabajo intelectual que no se entiende es el resultado de elucubraciones improductivas de gente que se queda “con la tuya”. Estamos entrando en un mundo donde la lectura, la investigación y la reflexión ya no tienen valor; un mundo donde es condenada la idea de que el otro es alguien con quien compartir un proyecto colectivo, sino que es alguien con el que hay que competir y al que hay que derrotar. Estamos contemplando a funcionarios que se jactan de dejar a otros sin trabajo, que militan para eliminar derechos o que ahorran suspendiendo la entrega de medicamentos oncológicos. 

     En los primeros setenta Isabel y López Rega eran excéntricos y no representaban a la sociedad que gobernaban. En el siglo veintiuno, Argentina y el mundo parecen bien representados en personajes como Trump o Milei. 

     Estamos todos locos.

GASTÓN GALLI

Veterano alumno de la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito ensayos, intervenciones y reseñas para distintas publicaciones, algunas de las cuales dirigió.

Días perfectos, Wenders (2023)

CINE

ROBERTO PITTALUGA


Días perfectos (2023)
de Wim Wenders

dias perfectos

     ¿Se puede hacer una lectura política de Días perfectos, de Wim Wenders? Leo algunas de las críticas, muchas muy elogiosas, otras, en cambio, levantan ásperas objeciones, más allá de valorar —tampoco demasiado— la capacidad fílmica del director. Como suele suceder, opiniones encomiásticas y objetoras coinciden en buena medida en los aspectos que destacan, aunque ofreciendo valoraciones contrapuestas en términos interpretativos.

     Empiezo de modo impresionista. El film, además de bello, resulta casi incomprensiblemente reparador, en contraste con los tiempos que corren. ¿De dónde proviene esa capacidad de transmitir placidez, incluso reconstrucción del alma? Muchas de dichas críticas celebran ese retrato aparentemente simple de la vida cotidiana, que valora cada aspecto de la misma, encontrando un sosiego y un placer tanto en la labor diaria como en los momentos de ocio, incluso como si el modo de desempeñarse y disfrutar en el trabajo fuera la condición de posibilidad de un ocio gratificante. Quienes la objetan señalan algo semejante pero dando cuenta del valor negativo de la explotación: una suerte de alienación de nuevo tipo bajo el régimen laboral del capitalismo tardío que mientras deposita el destino del individuo en su completa autonomía, a la vez exige un tipo de actitud positiva frente al trabajo, incluso frente al trabajo más adverso —astucia para aprovechar cada momento, flexibilidad para combinar tareas, espontaneidad para ser uno mismo, disponibilidad aventurera para vivir plenamente-.

     El personaje principal, Hirayama, del que la cámara no se despega, es un trabajador de limpieza de los baños públicos de Tokio. Realiza su labor con esmero, pulcritud y responsabilidad, saliendo al alba en su pequeña furgoneta multiuso para iniciar su recorrido diario. El resto de cada día, lo que se denomina “tiempo libre”, son momentos plácidos y agradables que provocan deleite en el protagonista: recorrer en su vehículo una ciudad casi vacía cuando se dirige al trabajo mientras escucha canciones de los años 60 y 70, leer al anochecer, contemplar los árboles mientras descansa entre turnos o desde su ventana, mantener delicadamente su jardín en el interior de una vivienda minimalista y sistemáticamente organizada, tomar fotografías con una “vieja” cámara analógica para luego descartar algunas y ordenar las otras en un minucioso y vasto archivo, observar con atención los movimientos danzantes de un vagabundo. Tan placenteros son esos momentos —y la más que destacable actuación de Kōji Yakusho así como la dirección componen con destreza ese placer— que los días son efectivamente perfectos —tan perfectos como la composición entre las imágenes y la música que las acompaña, incluyendo ese tema de Lou Reed, Perfect Day, que sirve también de nombre para el film. 

     Como también ha señalado la crítica elogiosa, este placer del protagonista parece provenir de un saber estimar todo aquello que se aloja en lo rutinario, aquello que no contemplamos ni apreciamos porque estamos obligados por los mandatos de la productividad, el consumismo y el éxito, por el vértigo de los días. Para algunos críticos, esa capacidad para dar cuenta de las posibilidades de felicidad que se alojan en lo cotidiano, en lo repetitivo y rutinario, proviene de la cultura del servicio y del bien común propia de la tradición japonesa, o sencillamente de la “nobleza de los japoneses”. Con un sesgo menos “orientalista”, esa felicidad derivaría, dice la crítica, de un modo de comportarse ante la rutina y la repetición, ya sea trabajando como artesano dedicado que afronta esa tarea como novedad, ya sea aceptando esa vida de austeridad sin renegar de ella, para poder entonces encontrar la belleza de cada momento ordinario, sin esperar que nada extraordinario pueda suceder, gozando del ahora, como se dice y repite en una parte del film. El propio director confirma estas críticas, cuando señala, en una entrevista, que lejos de entregarse a la repetición que te convierte en víctima, se trata de vivir el momento como si nunca se lo hubiera hecho con anterioridad. Así, la rutina dejaría de ser rutinaria, la repetición repetitiva, y la belleza de cada momento, de cada situación, de cada persona y de cada objeto, podría desnudarse ante nosotros. Es la enseñanza del komorebi, palabra de la lengua  japonesa para referir a esas apariciones subrepticias que se revelan cuando la luz se filtra a través de las hojas danzantes de los árboles, dando lugar a un baile de sombras y de formas imprevistas. No dejarse doblegar por la cotidianeidad rutinaria por la vía del komorebi: un modo otro de vivir la mundanidad bajo el régimen del salariado. Contrariamente, quienes se distancian de una valoración positiva del film, toman todos estos aspectos señalados como una nueva sumisión del trabajador a dicho régimen, aspectos que la película romantizaría, olvidando el tipo de trabajo  —limpiar baños públicos— y la vida económicamente ajustada del protagonista.

 

     Sean de aprobación o de rechazo, estas críticas del film—al menos las que leí— son interpretaciones válidas, legítimas y perspicaces, incluso, en el caso de las primeras, en sintonía con la perspectiva del director. Aquí, ensayaré otra interpretación, con la intención de construir otra constelación con los signos que el film propone. 

     ¿Cómo se logra esa placidez frente a lo rutinario? O, de otro modo ¿cómo se hace estallar la rutina para transformarla en novedad cada día? Ante el film, los espectadores asistimos a escenas repetidas, no exactamente iguales, pero semejantes: leer un libro antes de dormir, escuchar música de camino al trabajo y la misma frase del mesero al servir, tomar las monedas para adquirir el café de la mañana en la máquina expendedora y llevar los rollos a revelar, regar las plantas y visitar la librería, afeitarse (y retocar el “anacrónico” bigotito, dice Monteagudo) y muchas más. ¿Qué las hace, de todos modos, escenas distintas cada vez? O mejor, ¿por qué nos atrae volver a verlas?

     Una “extraña armonía”, como si algo quedara sin responder, “un misterio que el film decide sabiamente mantener como tal”, dice Luciano Monteagudo. Voy a sostener que las posibilidades de hacer distinto lo repetido se yerguen sobre una inversión que realiza el protagonista respecto de la lógica maquínica del capitalismo. Esa inversión atañe a la temporalidad misma, y por tanto, a una completa refiguración de lo que llamamos “cotidianeidad”, que así puede abrirse al komorebi.  

     Hirayama realiza la limpieza con escrupulosidad, incluso con demasiada prolijidad, pues mantiene con ese trabajo una relación diferente de la demandada, para no sucumbir al mero salariado. Le dedica el tiempo estipulado, realiza las tareas encomendadas, pero aplica una dosis de “producción propia”, digamos artesanal, que es, por ello, antropogenética. Al hacerlo, invierte la relación entre lo humano y la maquinaria: no se deja reducir a mero apéndice del instrumento y de ese modo evita el shock an-estético del trabajo asalariado bajo el capitalismo. Hirayama tiene cierto control sobre su medio de subsistencia, pero eso exige una separación, la construcción de un mundo aparte. Así, por ejemplo, el protagonista guarda una relación puramente formal con los usuarios, no intercambia palabra alguna con ellos, se retira cuando ingresan en medio de las tareas de higiene y se queda rígido como una estatua en el exterior, como invisibilizado, como mimetizado con la estructura, esperando volver a su tarea. El mundo de Hirayama no tiene más que conexiones insustanciales con los usuarios corrientes de las instalaciones urbanas, salvo en el caso de un niño perdido y el personaje anónimo con el que juega a distancia al ta-te-ti —dejándose la jugada escrita en un papel semiescondido en uno de los baños. Y es este control parcial sobre el mundo del trabajo el que le posibilita convertirlo en un territorio lúdico, movimiento de desvío que expresa que se trata también de un campo de batalla. La cual adquiere fisonomía en el único instante de ira del protagonista, momento en el que pierde las formas amables: es cuando su compañero de trabajo renuncia y él debe extender su día de trabajo hasta el anochecer, corriendo de una instalación a otra, lo cual experimenta como desarticulación de su forma de vivir en tanto se reconfigura la organización del tiempo de cada día. La ira se vierte en ultimátum a la empresa (al capital): lucha a muerte por el tiempo.

     Para no ser un recurso humano, o peor, un capital humano, lo que el protagonista pone en juego —y aquí está una importante dosis del placer— es su propia temporalidad, su organización del tiempo de cada día, que entonces hace de cada momento uno pleno, en el que una subjetividad puede desplegarse en la atención a todo eso que bajo la mirada del orden social son “pequeñas cosas”. Pero ni leer, ni deleitarse con la música, ni observar o interactuar con la naturaleza o a las personas son cosas pequeñas, que debieran hacerse en los ratos “libres”. No es la mera atención a lo bello de lo rutinario sino la conversión completa que implica la abolición de lo rutinario, su conversión por medio de su inscripción en tanto parte de la armazón de otra forma de vida, de “otro mundo” —en los términos que el film enuncia. La inversión de Hirayama consiste en vivir sin “tiempos libres” —esos que debemos rellenar con algún entertainment— para habitar una temporalidad de real libertad —cuyas formas expresivas recorren en innumerables momentos el rostro de Yakusho, animan cada paseo o traslado en bicicleta, se muestran en las tomas en las que la furgoneta del protagonista avanza plácidamente, sin obstáculos, en sentido inverso al del atascado tráfico. 

     La contracara de la inversión de Hirayama es el plegado sin dobleces de su compañero de trabajo a la temporalidad y la vida de la modernidad capitalista; un joven obsesionado con la medida —todo y todos pueden calibrarse en una escala de 1 a 10— y por ello con el dinero. Nada puede suceder sin dinero, afirma, ni siquiera enamorarse. En la lógica del capital (humano) en la que este joven trabajador ha quedado condenado no hay lugar para relaciones amorosas verdaderas; todas sus relaciones están medi(a)das por el dinero. 

     ¿Cómo es que Hirayama puede decidir sobre el tiempo cotidiano? O, de otro modo, ¿de dónde surge esa capacidad de dar forma perfecta a sus días? El protagonista parece estar solo, vive solo, se moviliza en soledad, no parece tener relaciones, casi no habla, y recién muy avanzada la película nos enteramos que tiene una sobrina, y una hermana con la que ya no se ve. Sin embargo, si interpretamos el film de modo alegórico, podríamos comprender qué tipo de comunidad es la que habita Hirayama: es la que forma con sus plantas, con los árboles —“el árbol es tu amigo”, le dice su sobrina en un pasaje, y él responde afirmativamente luego de pensarlo unos segundos— con la música (y por ello con Nina Simone, The Animals, Otis Redding, Lou Reed y Patti Smith, entre otros) y con las letras (y así con Patricia Highsmith, Aya Kōda y William Faulkner), pero también con los comensales y con la dueña del pequeño restaurante que frecuenta. En esos espacios, Hirayama habla, conversa. No está solo, sino que está en una comunidad que apenas es visible desde las sociabilidades de la modernidad capitalista tardía, sociabilidades para las cuales la vida de Hirayama resulta extraña, anticuada, incomunicada (el protagonista casi no habla, se comunica sobre todo gestualmente, como si habitara otra lengua). Esa extrañeza es la misma que al mundo digitalizado le produce el universo analógico de Hirayama —mundo libre de pantallas, sin televisión, computadora o teléfono celular— al que entonces des-califica por anticuado. Pero no se trata de alguna línea temporal, por la cual el protagonista quedó anclado en ese pasado de los 60/70, o aun antes; se trata, como decíamos, de una temporalidad otra —es el anacrónico bigotito que menciona Monteagudo. Cuando esa temporalidad toca el universo digital, puede producir una conversión: es el afecto que manifiesta la joven que se ha deleitado (y ha conocido) a Patti Smith en la cassette de Hirayama, y que en lugar de buscarla en su celular, quiere volver a escucharla en el andar de la furgoneta, en ese soporte “arcaico”, en ese universo paralelo. Es también el juego de sombras, y sus superposiciones, junto al ex marido de la propietaria del restaurante.

     Así funciona también la cámara analógica que su sobrina Niko ha atesorado —regalo del propio Hirayama— y que la conecta con esa vida que su madre no puede explicarle, que su madre no comprende. Cámara que Niko (anagrama de Kino) resguarda como interrogante sobre su propia vida, al debatirse entre la herencia familiar (opulenta familia burguesa que vive en los barrios acomodados y que exige su reproducción) y el legado de ese tío que puede dar acceso a otra forma de vida. “Es una buena chica”, le dice Hirayama a su hermana, pero ésta dice no estar segura, señal de la desconexión entre ambos mundos que ha obligado a la joven a fugar de uno para conocer por su propia experiencia el otro —incluso deseando limpiar baños. Al dialogar con su sobrina, Hirayama afirma que existen muchos mundos, algunos de los cuales no tienen conexiones entre sí. La pregunta de la sobrina —“¿cuál es mi mundo?”— queda en suspenso, tensión narrativa del film. Y así como ella debió fugarse para encontrar a Hirayama en “otra” ciudad, entendemos que el protagonista debió también fugarse de su destino burgués, renunciar a esa vida para poder darse los días perfectos. En el origen del mundo de Hirayama hay una renuncia (dolorosa por los afectos que debe dejar atrás) que es la que posibilita la inversión. Del mismo modo que Hirayama no es un ser anti-tecnológico (Wenders lo expone como un trabajador de la más moderna tecnología aplicada al “buen vivir”), no se trata de una renuncia a las riquezas y a las suntuosidades ni una declinación de los bienes materiales en nombre del ascetismo, sino un dejar atrás un modo de vivir, una elección relativa a la autonomía, a ser sujeto de su propia historia. Historia propia que requiere una comunidad desde la que realizarla que no puede configurarse con las subjetividades y los dispositivos tecnológicos tal como están dados en la modernidad tardía.

     Esa otra comunidad que sostiene su forma de vida implica un saber mirar, tanto a través de las hojas de los árboles por las que asoma la luz de un mundo que de otro modo no sería accesible, como en esas otras sombras compuestas de memorias y sueños a través de los cuales —gracias a la fotografía difusa de Donata Wenders— se van paulatinamente constituyendo los rostros —la humanidad— de sus amistades y amores. Saber mirar, también, a esos otros y otras con los que sostener una relación solidaria, amistosa, aun a la distancia. Saber mirar a través del juego de sombras que son las huellas que vamos dejando, un komorebi de nuestros pasados, un resplandor de nuestras historias. Un saber mirar que se edifica desde una posición de separación, de desidentificación —la fuga— respecto del modo de vivir que, incluso en las comodidades de esos baños de diseño artístico y provistos de la última tecnología, no deja de alienarnos y someternos a esa temporalidad que combina vértigo y paralización. La mirada de una singularización, de Hirayama, la de los versos del poema canción Perfect Day de Lou Reed:

“it’s such fun

just a perfect day

you make me forget myself

I thought I was someone else

someone good”

ROBERTO PITTALUGA

Es profesor en la UNLP, en la UNLPam y en la UBA. Sus temas de investigación cruzan las problemáticas de la memoria de los sectores subalternos con las reflexiones sobre las formas de escritura de la historia. Entre sus libros se encuentra Soviets en Buenos Aires (2015).

El sexo en la historia (2000), Acha

HISTORIA

CATALINA HERNÁNDEZ


El sexo de la historia (2000)
de Omar Acha

2

     En el 2000 se publicó un libro de historia, teoría y política, que veinte años después presenta discusiones completamente actuales, a las que probablemente nos acerquemos más hoy que ayer, gracias al avance del feminismo. Aclaro de antemano, no es un libro de playa, no es un libro sencillo y rápido. Es un libro espeso, sobre todo si no se tiene mucha noción de psicoanálisis o de discusiones de género. Llegué al libro porque el nombre es provocador: “El sexo de la historia”, lo tituló Omar Acha. Funciona perfectamente como un estado de la cuestión sobre la relación entre género e historiografía, donde el autor hace análisis y propone posibles soluciones. Si bien el libro busca debatir hacia el interior de la historiografía argentina, Acha bucea por diferentes debates y dialoga con corrientes foráneas para, en el último capítulo, dedicarse a nuestro país particularmente.

     La invitación primera que nos hace el autor está vinculada con la necesidad de desencializar: “Intervenciones de género para una crítica antiesencialista de la historiografía” es el subtítulo del texto. Se sostiene un antiesencialismo radical en el libro que apunta a desnaturalizar ideas que operan en la producción de conocimiento. Desencializar, en el libro, implica develar el hecho de que no hay una esencia en las ‘cosas’. El procedimiento de análisis crítico necesario para develar esto es el de deconstrucción. Como ejercicio para desencializar las nociones de ‘hombre’ y ‘mujer’, Acha recurre a una crítica de las retóricas de masculinidad en Freud, y a través de la historización del ano va desarmando el esquema binario hombre / mujer que la historiografía da por sentado, invariable y natural. Es válido preguntarse ¿qué pito toca el culo en todo esto? Acha nos recuerda que la cultura es condición de posibilidad de formación de los cuerpos e históricamente la vinculación entre identidad narrativa e identidad sexual se nos ha presentado con relatos mediados por el falocentrismo: conquista, monta, gloria: pene. La historiografía, nos dice Acha, ha dado por sentado mucho cuando nos habla de ‘hombres’. El ano se ha construido como ‘lo oprobioso’, la vagina como lo ‘pasivo’, el falo como lo adorado; y parece que la virilidad fálica no puede coexistir bien con la erogeneidad anal, no en la historiografía. Elevado su poder simbólico, el pene llegó a representar lo viril, lo público, lo bélico, lo político. Con este esquema, la sexualidad falo-ginocéntrica (heterosexual y binaria) funciona como objeto tácito de la historiografía y eso no es discutido sino asumido. El autor denuncia una mala conciencia de quienes no dejan de experimentar los múltiples modos de la sexualidad pero, a la hora de practicar la historiografía, niegan temas de sus experiencias vitales y extienden esta represión a sus objetos de conocimiento en nombre de la ‘imparcialidad’.

     Uno de los debates que se abren en el libro es la relación que existe entre sexo y género. La posición hegemónica en Argentina -dice Acha- es la de Simone de Beauvoir, que da por sentado que la constitución corporal es pre-cultural. Así, se supone el orden natural del sexo y el cultural-socio-político del género. Acha sostiene que no siempre existió una tal división binaria de los sexos que implicara las exclusiones hoy existentes. La distinción sexo – género es equivocada a los ojos de este autor y es funcional a la supremacía masculina, garantizada por una opinión que subordina los cuerpos, maniata los anos y exalta los penes penetrando las -pasivas- vaginas. Mientras de Beauvoir da por sentado que la constitución corporal es precultural -el sexo es una base biológica que distingue hembras de machos-; Acha sostiene que los cuerpos son formados como cuerpos en la cultura, o sea que la interpretación funciona como pre-estructura de la formación corporal. El sexo no existe fuera de las condiciones sociales y culturales donde se encuentra y, si bien hay diferencias biológicas innegables entre los cuerpos, lo determinante en la organización social es el significado y la valoración de esas diferencias; cómo se las interpreta y cómo se las vive. Acha nos dice que es inexcusable desarrollar un concepto de género que opere con radicalidad sobre la historiografía y las ciencias sociales, así como operan y han operado conceptos como el de raza o clase. 

     Este libro es un defensor de la teorización. Sostiene la necesidad de teorizar para no caer en la trampa positivista del empirismo que considera como ‘cosas’ a subjetividades y procesos, sobre los que hacemos la investigación histórica. Nos invita a reemplazar la objetividad positivista por una ‘verdad’ basada en una práctica historiadora que contenga una pluralidad de opiniones enfrentadas en términos de racionalidad y plausibilidad de los argumentos para justificar las interpretaciones históricas. El autor entiende que no podemos evitar el carácter situado del conocimiento: como del perspectivismo no podemos huir, hay que reconocerlo como una condición y no como un error. En este sentido, propone superar la ilusión objetivista con una ‘racionalidad científico hermenéutica’, que conjugue la parcialidad necesaria de la práctica, con una cientificidad que articule la intención política detrás de la tarea historiadora. Uno de los conceptos articuladores centrales, sostiene el autor, tiene que ser el de género, sobre todo si consideramos género como lo hace Scott desde la teoría estructuralista del lenguaje: “forma primaria de relaciones de poder significantes”. La teorización que Acha defiende a capa y espada es la que permite descubrir los velos ideológicos de la Historia tradicional y todos los supuestos que los sustentan. El empirismo ha sido funcional a la reproducción de una academia androcéntrica y homofóbica, denuncia el autor. En este sentido, la categoría de género es útil para develar que las representaciones genéricas funcionan como modos de asignación de jerarquías y tipos de relaciones, sin que se extienda a la construcción cultural de los cuerpos. La perspectiva de género muestra la instancia real de articulación de relaciones humanas y sociales entre los géneros.

     La perspectiva post estructuralista es introducida desde la obra de Joan Scott, a la cual dedica un capítulo completo. A lo largo de este capítulo se insiste en el esencialismo que subsume la idea de ‘mujer’ y se tensiona la idea de una posible historia de mujeres que suplemente la historia ya escrita ¿Por qué no ‘agregar’ a las mujeres que faltan si la Historia ya está escrita? Por el hecho de que la historia de las mujeres rompe con la unidad ficticia de una Historia que se devela necesariamente parcial, por ende, no objetiva; más allá de que la historiografía ha hecho gala tradicionalmente de tal objetividad basada en el tratamiento metódico de las fuentes. 

     Fue el post estructuralismo el que influyó en la labor de Scott y el que hizo que cambiara la pregunta sobre el ¿qué? por la del ¿cómo? Mientras el qué pregunta por la esencia de las ‘cosas’, el cómo permite historizar y develar que no hay una autenticidad o entidad uniforme e invariable. Acha nos trae a colación una crítica interesantísima que hace Scott a Thompson a raíz de su ‘gender blindness’  en ‘The Making of the English Working Class’. Scott, además de resaltar el hecho de que el historiador inglés no se pregunta por la vivencia de las mujeres, critica la noción misma de ‘experiencia’ con la que trabaja Thompson. Ella niega que la experiencia provenga de una subjetividad previa a la existencia histórica que este concepto expresaría. O sea, ésta es un producto de subjetividades que no preexisten a su ocurrencia. La experiencia, dice Scott y replica Acha, no es la expansión de una subjetividad previa sino la historia de su formación. Entendamos que las identidades no son una cosa, así como la experiencia no es la expresión de una subjetividad que estaba dada sino la historia de la formación de esta subjetividad.

     Mientras Scott nos propone alejarnos del marxismo y del psicoanálisis, del primero por un reduccionismo económico y del segundo por pensar la subjetividad en términos individuales, Acha intenta rescatar herramientas útiles de estas dos teorías. El libro funciona como ‘crítica no reactiva’ al marxismo donde el autor busca rescatar las motivaciones políticas emancipadoras que lo vieron nacer y sus herramientas más útiles, pero nos dice que debe dejar de aspirar a ser un monismo interpretativo. La jerarquización en términos de clase como factor determinante del proceso histórico ha hecho sistema con una representación masculinizada de la clase obrera como sujeto; aquí Acha repite la crítica de Scott a Thompson. La historia elaborada con instrumental marxista se ha atenido a temas y preferencias particularmente similares a la historiografía tradicional. El marxismo debe olvidar toda pretensión de hegemonía a priori en la comprensión de la realidad porque es preciso reconocer otros planos no económicos de esta realidad. Dentro de los inconvenientes que hay en la relación marxismo / género es evidente la incomodidad generada por el concepto marxista de materia. Es aquí donde entra la crítica de Judith Butler, quien plantea la imposibilidad de recurrir a la materialidad como instancia previa a la cultura y el lenguaje. El concepto de materia no implica una evidencia empírica sino que es una construcción histórica, ‘no hay materia, sino materialización’, dice Butler.

     Una interpretación como la que propone Acha exigiría una aproximación plural (pero no ecléctica) a la realidad, que debe ser criticada desde el enfoque lacaniano del registro de lo real. Este enfoque complementaría las nociones totalizantes que subyacen en el marxismo y en el post estructuralismo, según Omar Acha, y ayudaría a llamar la atención sobre la irreducibilidad de los ‘objetos’ del ‘mundo’ al lenguaje, previniendo la ilusión idealista de la unidad entre objeto de conocimiento y objeto real, y afirmando la diferencia ontológica del objeto de estudio respecto de sus interpretaciones a las cuales tal objeto es irreducible. Desde su perspectiva, el diálogo de la teoría de género con el marxismo y el psicoanálisis es necesario si queremos no absolutizar el lenguaje como mundo. De este modo, teorías no necesariamente traducibles entre sí pueden articularse críticamente para describir los procesos de formación de la realidad. Entonces, este autor nos propone buscar una ‘articulación crítica’ como condición de superación imposible de las diferencias entre la teoría post estructuralista de género y el marxismo. 

     Todo este recorte de ideas y debates que presenta el autor de forma muy ordenada, bien documentada y comentada, tienen como objetivo político explícito hacer tabla rasa con la historiografía patriarcal que hemos heredado. El deseo que subyace este trabajo es colaborar a la creación de una conciencia histórica vinculada a intereses emancipatorios. La historia de género es uno de los modos de construir un tipo de práctica historiadora con mayores ambiciones que las de la sedicente profesionalización. El libro busca superar el desafío de que las historias inconformistas no se conviertan en una rama del árbol del saber académico. Lo más interesante del libro es que propone deconstruir lo naturalizado, reclamando la transformación de los paradigmas disciplinares de la historiografía, e invitando a ver qué nos puede decir la historia de género sobre nuestras propias vidas.

CATALINA HERNÁNDEZ

Estudiante del profesorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, feminista y patagónica.

“Bases para un programa de liberación nacional”, Cooke (1961)

HISTORIA/ENSAYO/POLÍTICA

ESTEBAN BARROSO


Bases para un programa de liberación nacional (1961)
de John W. Cooke

bases

Libertad nacional y popular

     10 de diciembre de 2015. El ingeniero Mauricio Macri brinda frente a la Asamblea Legislativa su discurso de asunción como presidente de la Nación. Desde un principio y de manera insistente, habla de optimismo, de esperanza, de trabajo incansable. Vislumbra un futuro en el que todos, pero especialmente los más necesitados, estarán mejor luego de finalizado su mandato, proclamándose -no con demasiadas sutilezas- como el abanderado de la sencillez, de la honestidad, de la modernidad. En su visión, el período de enfrentamientos estériles, el reinado de la prepotencia y de la falsedad ha llegado a su fin. El riesgo de caer en un autoritarismo irreversible quedó en el pasado. Su gobierno, afirma, sabrá “defender esa libertad [la de las personas y la de las ideas] que es esencial para la democracia.”

     Ya en aquel momento resultaba evidente que la derecha se había apropiado de manera exitosa del concepto de libertad. Poco más de ocho años nos separan de aquella fecha, y el panorama en el que nos encontramos reconoce, en este terreno específico, un agravante. En la actualidad, ya no es la derecha en su conjunto la que parece tener el monopolio de definir los significados del concepto de libertad, sino más bien su vertiente más extrema, aquella que supo transformarla en bandera, en lema partidario, en grito atronador.  Los riesgos que entraña esta pérdida simbólica son tan apremiantes como entreverado pareciera ser el camino a recorrer para comenzar, al menos, a disputar la batalla en torno a los significados posibles de este concepto.  

     La historia es pródiga en ejemplos que ponen de manifiesto que la “libertad” nunca fue -ni podrá ser- una propiedad exclusiva de la derecha. El nacimiento de la vida independiente, como no podía ser de otra forma, albergó debates y disputas muy variadas en torno a esta noción, como las que se pusieron de manifiesto con la sanción de la denominada “libertad de vientres”. El 11 de abril de 1852, poco después de la Batalla de Caseros, un grupo de mujeres publicó el primer número de “La Camelia”, reclamando en su editorial que, si efectivamente con la caída de Rosas se estaba entrando en una era de libertad, “no hay derecho alguno que nos escluya [sic] de ella”. La transición al siglo XX reconoció también otra posible forma de entender este concepto escurridizo, bajo el grito anarquista que proclamaba “¡Viva la Revolución Social! ¡Viva la libre iniciativa! ¡Viva el Amor Libre!” 

     Lógicamente, no faltaron las ocasiones en las que tal idea fue colocada en el centro de procesos políticos encabezados por sectores de la derecha. Al asumir la presidencia de facto, el General Eduardo Lonardi afirmó que el golpe de Estado que marcaba el inicio de la autodenominada “Revolución Libertadora” había alcanzado el éxito gracias al “amor a la libertad”. Una libertad que, de allí en más, pareció destinada a asumir los contornos de la proscripción, la violencia, el autoritarismo. Sin embargo, el terreno de la política nacional vio emerger en las décadas siguientes sentidos diferentes sobre este concepto, al calor de procesos que atravesaban a porciones significativas del “Tercer Mundo”. Casi seis años después del golpe que desalojó del poder a Juan D. Perón, quien había sido diputado peronista, brevemente encargado de la reorganización del Partido Justicialista de la Capital Federal, y delegado del líder exiliado en el contexto inicial de la “Resistencia”, tomó la palabra en tierras que en aquel entonces eran depositarias de todo tipo de interrogantes, temores y esperanzas. En agosto de 1961, John W. Cooke escribió en La Habana un breve texto titulado “Bases para un programa de liberación nacional” (de aquí en más, “Bases…”), en el que, de manera implícita, buscaba contraponer la idea “libertad” que había triunfado armas en mano en el 1955, con otra libertad posible, una que asumiera los contornos de lo nacional y lo popular. 

     Ya en su apartado introductorio, el entonces ex delegado de Perón advierte al lector que no encontrará en su texto profundas disquisiciones doctrinarias ni teóricas. No por considerarlas irrelevantes, aclara, si no porque prefiere posponerlas en el tiempo para enfocarse en lo concreto. Este breve artículo consiste, por lo tanto, en un conjunto de medidas a aplicar aquellas tareas que considera imprescindibles para alcanzar lo que entiende como una aspiración común: la consecución de una Patria “libre, justa y soberana”. Y esta finalidad, para Cooke, no admitiría medias tintas ni soluciones provisorias. En su visión, ya para 1961, el peronismo clásico había pasado a ser un período de gloria, quizás, pero correspondiente al pasado. El tiempo era ya otro, por lo que “el respeto de las estructuras y de una serie de valores culturales intactos hace quince años” ya no resultaba posible, ni mucho menos deseable. Pensar en términos de 1949 resultaba “impráctico y retrógrado”. El cambio debía ser total, ya no había espacios para pensar en términos de conciliación de clase, ni para admitir como objetivo posible el de lograr un capital “menos” abusivo, “menos” explotador. 

     Las palabras de Cooke, especialmente las correspondientes al apartado introductorio, denotan urgencia. Un futuro irremediablemente transformado, inexorablemente más justo e igualitario, aparecía en su convicción no sólo como posible, sino también como al alcance de la mano. Las sutilezas de grados, de formas, de correlaciones de fuerzas, son consideradas por Cooke como secundarias. Afirma que la realidad argentina, siempre cambiante, indicará qué contornos específicos deberá asumir la definitiva liberación nacional cuando ésta se ponga finalmente en marcha. Lo que no es discutible en su opinión, y como sostiene en el apartado destinado a indagar en el terreno de la economía, es que dicha liberación deberá ser definitiva, asumiendo metodologías, formas y contenidos revolucionarios. 

     Resulta claro que cuando Cooke -y tantos otros que pensaban como él en aquellos años- hablaba de “liberación nacional”, dotaba al concepto de “libertad” de un significado totalmente opuesto al que parece instalado en el sentido común de nuestra Argentina actual. Si la extrema derecha hoy piensa tal concepto en términos ya sea de mercado, ya sea de individuos aislados, para Cooke la libertad deseable era, en primer lugar, la de la Patria, y en consonancia con aquella, la del propio pueblo. Pueblo, a su vez, entendido en tanto comunidad. Esto queda en claro ya desde el primero de los apartados temáticos en los que se estructura las “Bases…”, destinado al terreno de la político. Como vimos, para Cooke en 1961 ya no había espacio para la conciliación ni para la armonía, lo que hacía que no tuviera demasiado sentido la conservación de las “instituciones liberal-capitalistas”. Dichas instituciones, en su visión, debían ser reemplazadas por una democracia “auténtica”, entendida explícitamente en términos de organización popular. La definitiva liberación de la Patria, si seguimos su argumentación, sólo sería posible si los esfuerzos necesarios reconocieran como sustento último el accionar de organizaciones populares prontas a defender sus intereses, ya sea a nivel nacional, provincial, municipal o vecinal.

     Este accionar debía consistir, en primer lugar, en el análisis y discusión del Plan Económico General confeccionado por el gobierno central. Las sugerencias y modificaciones propuestas deberían ser empleadas para la redacción del plan definitivo, que a su vez sería ejecutado, dirigido y controlado por las propias organizaciones. Ahora bien, al margen de estas tareas, en todo el razonamiento de Cooke la idea de pueblo organizado, movilizado y consustanciado con los objetivos de la liberación nacional tiene una importancia que va mucho más allá de lo propiamente organizativo. Son escasas las ocasiones en las que Cooke, en su artículo, se detiene a desarrollar en extenso algunas de las cuestiones planteadas. Más usual es que tareas centrales merezcan en su escrito apenas el espacio de un renglón (por ej., “Nacionalización de todos los servicios públicos”). Una de aquellas escasas ocasiones se encuentra vinculada a la política económica a instrumentar. Aquí ya no hay simplemente un punteo, un listado de medidas a adoptar. Cooke suspende por un momento el formato de escritura adoptado, y se toma el tiempo necesario para argumentar en extenso. Posiblemente esta decisión, que parece contradecir lo dicho por él mismo en el apartado introductorio -la apuesta por lo concreto, dejando de lado las disquisiciones doctrinarias- se deba a que la política económica a desarrollar, tal como él la está pensando en aquel momento, supone de parte del pueblo, desde sus comienzos y como requisito ineludible, un compromiso sin el cual todo resultaría en vano: un compromiso en torno al esfuerzo. 

     Porque cuando Cooke habla de liberación nacional, dicha liberación implica cortar de raíz todas las ataduras impuestas por el imperialismo. Porque cuando Cooke habla de liberación y piensa en la libertad del pueblo, entiende que esto supone la extinción de los explotadores nativos y foráneos, la nacionalización de amplios sectores de la economía, la renuncia a cualquier tipo de capital o de préstamo que tenga sus orígenes en organismos internacionales de crédito, en la oligarquía terrateniente, en los grandes consorcios monopolistas. La definitiva liberación de la patria, la erradicación de la explotación y la desigualdad, sólo sería posible a través de la movilización de todo el pueblo, de su esfuerzo y de su sacrificio puestos al servicio del aumento de la producción y de los márgenes de ahorro, que permitirían la capitalización del país. Sin decirlo explícitamente, al destinar largos párrafos al desarrollo de esta cuestión, Cooke parecería admitir que la receta no es simple, no es indolora, no ofrece gratificaciones inmediatas. Pero rápidamente se ocupa de aclarar una cuestión central: todo este esfuerzo sólo tendría sentido, y efectivamente por ello lo ve como realizable, debido a que sus frutos no redundarían “en ganancias empresarias, sino en beneficio del mismo pueblo trabajador”. Toda acumulación posible, sería para la propia comunidad, no para sus explotadores. 

     Las tareas específicas que menciona Cooke a lo largo de su artículo adquieren sentido en función de los objetivos más amplios que él mismo plantea: acumulación de capital local, organización comunitaria, nacionalización de la producción, mejora de la calidad de vida de la población. Algunas de las medidas que propone parecen tan actuales como difíciles de llevar a la práctica (“Reforma urbana que convierta en propietarios a los inquilinos”, por ejemplo). Otras tantas, quizás, no tengan demasiada vigencia. De cualquier forma, si retomáramos las propias palabras de Cooke, pensar nuestra realidad en términos propios de la década de 1960 casi con seguridad resultaría algo “impráctico y retrógrado”. Entonces, ¿qué nos puede quedar del ímpetu, de la urgencia manifestada por Cooke en tiempos ya lejanos? Quizás, por sobre todas las cosas, el desafío de pensar, de poner en palabras, los significados que pueda tener para la izquierda nacional y popular de hoy en día el concepto de libertad. En su visión, la “libertad” era, antes que nada, territorio de disputa y conflicto. Libertad no era un mero adjetivo de mercado, lógicamente, ni un atributo de los individuos aislados. La libertad debía ser la de un país, la de un pueblo, para desarrollarse de manera autónoma, para encarar su destino exento de las ataduras que impone la explotación. Leer a Cooke, entonces, quizás pueda resultar una invitación a plantearnos un interrogante: en los futuros que se asoman, aquellos que en ocasiones resultan tan difíciles de concebir desde espacios de izquierda, ¿qué sentidos específicos, qué contornos imaginamos que podría asumir este concepto, si es que asumimos el desafío de pensarlo en una clave nacional y popular? 

ESTEBAN BARROSO

Es Profesor en Historia (UNLP) y becario doctoral del CONICET.

Los cercos/Ellas saben/Entre telones, Lacay (2023)

LITERATURA/PLÁSTICA/TEATRO

CATALINA NEUMANN


Los cercos/Ellas saben/Celina y las cartas (2023)
en memoria de Celina Lacay

lacay

     Hay personas que tienen la potencialidad de impactar profundamente en los otros, acercando distintos modos de pensar y accionar sobre la realidad. Celina Lacay ha sido definitivamente una de ellas, teniendo la capacidad de atravesar no solo a los que la rodearon, sino también a quienes pudieron conocerla mediante producciones realizadas por ella y sobre ella. En este sentido, una recopilación de cuentos y poemas, una exposición de arte cerámico o una función de teatro se convierten en alternativas posibles para acercarse a Celina y a su sensibilidad. Desde la luz y la determinación, ella logró interpretar e intervenir en un contexto signado por la más profunda oscuridad.

 

¿QUIÉN ERA CELINA LACAY? 

     Definir a Celina es una tarea difícil de abordar. Podríamos decir que fue una estudiante y luego profesora de la Universidad Nacional de La Plata, historiadora, escritora, militante del campo nacional y popular, madre de tres y presa política de la última dictadura de nuestro país. Sin embargo, esta descripción no alcanza a reconstruirla por completo, porque Celina era también un universo de sensaciones. Era alegría, ternura, optimismo y esperanza, pero también resistencia, rebeldía y fortaleza. Es que, en realidad, no se trata de cuestiones contradictorias y ese es precisamente su legado: cómo la alegría puede ser un acto de resistencia

    Durante la última dictadura, Celina estuvo detenida seis años, tres meses y siete días. Tras breves estadías en las comisarías 5ta, 8va y la cárcel de Olmos en La Plata fue trasladada a Villa Devoto, donde permaneció hasta obtener su libertad. Desde allí escribió cuentos, poemas y correspondencia para su familia. Aquellas cartas estuvieron signadas por el amor y la ilusión. Asimismo, ella expresaba y contagiaba estas emociones en la cotidianidad que compartía con sus compañeras de prisión. En este sentido, testimonios posteriores destacaron su capacidad para contener a otras mujeres y tejer redes afectivas al interior del encierro. Siendo detenida en 1976, le otorgaron la libertad en 1982 y falleció cinco años después, por una enfermedad que no fue tratada durante su reclusión. Sin embargo, sus trazos continúan presentes, marcando una posible forma de intervención sobre la realidad. 

     En los últimos años, los escritos de Celina han conformado la base para distintas creaciones. Se compilaron en un libro, se intervinieron y encuadraron formando una muestra artística, e inspiraron parte del guión de una obra teatral. Sus palabras aún poseen un enorme significado para nuestra actualidad, permitiendo repensar los modos de resistencia y acercándonos la potencia que tiene la ternura para combatir la atrocidad.

 

ENTRE PÁGINAS. Los cercos

     El libro titulado Los cercos es una recopilación de los escritos de Lacay. Muchos de los cuentos y poesías que reúne fueron producidos entre 1976 y 1982, mientras la autora se encontraba en la cárcel de Villa Devoto. Este material sobrevivió al encierro siendo enviado por correspondencia a su familia y quedando copias al resguardo de otras presas políticas. Tras salir en libertad, Celina continuó escribiendo. Sin embargo, al fallecer a los pocos años de su excarcelación, la publicación de su obra fue realizada póstumamente por su familia. El prólogo y la edición estuvieron a cargo de su compañero (Ramón Torres Molina), mientras que las ilustraciones fueron realizadas por una de sus hijas (Celina Torres Molina). 

     Sus palabras permiten reflexionar acerca de la vinculación entre historia, política y literatura. Desde la ficción y la metáfora, recorre la historia argentina del siglo XIX y XX, transitando por distintos procesos y acontecimientos que marcaron a la Argentina. La posibilidad de escribir acerca de la usurpación de Malvinas, la guerra del Paraguay, el levantamiento de Felipe Varela, la Revolución de 1905, el peronismo y las dictaduras de 1966 y 1976 se debe a una combinación de sus conocimientos históricos, sus vivencias personales y las anécdotas brindadas por otras compañeras de prisión.  

     Los relatos de Celina tratan sobre momentos históricos concretos, pero poseen una profunda actualidad. Algunas de las reflexiones que se plasman en ellos son transversales a distintas temporalidades; en este sentido, permiten trazar vinculaciones entre el momento en que transcurre, en el que se escribe y en el que se lee el relato. Uno de estos casos podría ser “Vendrán los cóndores”, que propone una valorización de la independencia y la soberanía nacional, trascendiendo fronteras cronológicas precisas. La ficción se sitúa en 1833, fue escrita entre 1976 y 1982, y se lee en la actualidad de nuestra década. Desde personajes ficticios y en torno a Malvinas, la autora critica el imperialismo que signó a la Argentina desde antes de 1810. Pero lejos de interpretarlo como característica endémica del país, le imprime su carácter histórico y, en consecuencia, la posibilidad de erradicarlo. En este sentido, se transmite aquella ilusión de que vendrán los cóndores para combatir junto a un pueblo al que nadie ni nada puede vencer frente a la defensa de su dignidad.

     Si bien los textos nos acercan a diferentes personajes, lugares y períodos, al ser elaborados por la misma autora, logran reflejar el modo de interpretar e intervenir la realidad por la que abogaba Celina. En muchos cuentos es crítica con la sociedad argentina y la disciplina histórica, en otros describe desde la poesía las experiencias de la tortura y el encierro. Pero, más allá de estar narrando –a veces de modo explícito y otros implícito– episodios sombríos del país, no invade al lector con el desasosiego, sino con la esperanza. Porque vendrán los cóndores a luchar junto al pueblo; porque las palomas libres vuelan mejor que los pespires verdugos; porque la literatura rescata a las mujeres del olvido histórico siendo una patria de asilo; porque el río Mapocho permite conectar con la memoria de los pueblos; o porque observar los Andes es mirar la Patria.  

 

ENTRE CUADROS Y ENMARCADOS. Ellas saben.

     Ellas saben es una muestra artística itinerante compuesta por cuadros y objetos de cerámica, que poseen entre sus partes fragmentos de cartas o poemas de Celina Lacay. La obra fue realizada por su hija, Celina Torres Molina, en un intento de reconstruir su propia historia, pero también de compartir el legado de su madre y de sus compañeras de Villa Devoto. De allí que el nombre sea plural y no singular, ya que se busca rescatar a Celina, pero también a aquellas mujeres con las que había compartido años de ausencia, incertidumbre y espera. Se trata de resaltar la importancia de esos vínculos de solidaridad y sororidad que lograron trazarse en un contexto signado por el terror, el incentivo al individualismo y el quiebre de los lazos sociales.  

     Las diferentes piezas que componen la exposición nos permiten acercarnos a la historia de la familia Torres Molina-Lacay mediante su archivo privado, pero también a la historia general del país. En este sentido y como la consigna popular sentencia: lo personal es político. La obra nos retrotrae a la última dictadura y nos permite comprender la profundidad de sus impactos. Amplía lo que en el sentido común se asocia con las víctimas del terrorismo de Estado. Por un lado, visibilizando la figura de las presas políticas. Por el otro, aproximándonos a los familiares de quienes fueron perseguidos, detenidos y/o desaparecidos. Cartas con deseos de feliz cumpleaños, felicitaciones por la finalización del jardín de infantes o preguntas sobre el inicio de clases en la escuela primaria, permiten dimensionar las profundas implicancias de aquellas ausencias en la vida de los seres queridos. 

     Empero, lo que mayormente resalta en la muestra, es la capacidad de Celina para conectar con sus hijos desde el valeroso idioma del amor, incluso a distancia y a través del papel. Las cartas con mensajes de cariño y rodeadas de decoraciones con hilos bordados, fueron parte fundamental de la crianza de Lucre, Javi y Celi. En un contexto de encierro, ella logró transmitirles la fascinación por las flores, la importancia de lo colectivo ejemplificado en las anécdotas con sus compañeras de Devoto y la posibilidad de imaginar un futuro mejor. 

 

ENTRE TELONES. Celina y las cartas. La alegría es un acto de resistencia.

     La obra de teatro Celina y las cartas es una propuesta conjunta entre la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires, la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo y el Espacio para la Memoria Ex. Comisaría Quinta. Es precisamente en este último sitio donde se brinda el espectáculo, cargando aún de mayor significado a la historia que se narra en el escenario. Si bien está destinado especialmente a visitas de instituciones educativas, en un principio como momento de conexión con allegados y luego como respuesta a la demanda general, también comenzaron a brindarse funciones abiertas al público. 

     La dirección escénica, guión y actuación son llevadas a cabo por Eleonora Gottlieb y Diego Mendoza Peña. La dirección de arte es realizada por Pierina Luiz. Y la producción audiovisual está a cargo de Broc Producciones. Creada desde el respeto y el cariño, la obra propone entrelazar las experiencias de la familia Torres Molina-Lacay con un período doloroso de la historia argentina. Se trata de reconstruir la última dictadura cívico-eclesiástica-militar del país a través de la correspondencia que Celina Lacay mantuvo con su esposo y sus hijos desde la cárcel entre 1976 y 1982. De este modo, el público logra aproximarse a un momento de la Historia desde una vivencia personal, permitiendo humanizarlo y dándole cara, nombre y voz a los sujetos que lo integraron. La obra permite no olvidar que, detrás de grandes y en este caso cruentos eventos y procesos, existen seres humanos con ideas, proyectos, deseos, miedos, familias y amigues.

     Desde la entrada al auditorio hasta los aplausos finales, el espectador se involucra en una experiencia conmovedora. Se trata de la representación de un período que suele generar tristeza, enojo y frustración; sin embargo, lo que transmiten desde el escenario es cariño y esperanza. Porque, en realidad, eso es también lo que proponía Celina en sus interacciones con sus compañeras y en los escritos a su familia. Lo que se refleja implícitamente en las escenas, y explícitamente en uno de los diálogos finales, es la valoración de la alegría como modo de resistencia, una estrategia presente de forma individual y colectiva en el accionar de las presas políticas de Devoto.

 

     Sea mediante una página, un cuadro o un diálogo, descubrir a Celina Lacay se convierte en un antes y un después, al presentarnos otros modos de interpretar e intervenir sobre la realidad. Encontrarse con las reminiscencias de los trazos y retazos de sus producciones nos conecta con la posibilidad de la ternura y el cariño como forma de lucha en contextos signados por el terror. Estas sensaciones son indisociables de la interacción con otros, de la profundización de redes y vínculos. Por ello, no hay forma de reponer a Celina sin mencionar a sus compañeras de Villa Devoto. En las producciones abordadas siempre está presente esta idea de colectivo que se generó entre las presas políticas, que es impulsada por la propia Celina: al dejar copias de sus cuentos al resguardo de sus pares, incluir en sus textos descripciones brindadas por otras compañeras y escribir en las cartas para su familia anécdotas sobre momentos compartidos con estas mujeres. 

     Más allá de la forma en que nos acerquemos a su historia, Celina tiene la capacidad de recargar de vitalidad al lector, al visitante y al espectador. Es que, apelar a la esperanza y al amor es una defensa de lo humano frente a un alrededor que desde el odio pretende destruir y deshumanizar. 

 

Acerca del libro: podés hallarlo en algunas librerías de la ciudad de La Plata. Referencia: Lacay, C. (2020). “Los cercos”. Memorias del Sur, Buenos Aires.

 

Acerca de la muestra artística: al tratarse de una exposición itinerante y variar el espacio en que se presenta, recomendamos consultar las redes sociales de la artista. Facebook: Celina Torres Molina. Instagram: celinatorresmolina.

 

Acerca de la obra de teatro: las funciones abiertas a todo público suelen anunciarse por las redes oficiales del Espacio para la Memoria Ex. Comisaria Quinta. Mientras que las visitas para asistir desde una institución educativa deben coordinarse vía email con el espacio.  Email: epmexcomisaría5ta@gmail.com Facebook: Espacio Memoria ex Comisaría 5ta. Instagram: espaciomemoria_ex5ta. 

CATALINA NEUMANN

Es estudiante del profesorado y la licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP y es parte de la Comisión de Estudiantes de Historia

Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política, Dalmaroni (2023)

LITERATURA/POLÍTICA/ENSAYO

IVÁN SUASNÁBAR


Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política (2023)
de Miguel Dalmaroni

patria y

La Plata, 21 de marzo de 2024 

Este texto fue leído en la presentación de Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política, en Librería y Editorial Malisia (diag. 78 n° 506), en la ciudad de La Plata.

     “El crítico es un estratega en el combate literario”, afirma Walter Benjamin en el epígrafe con que se inicia el primer ensayo de Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política. Tirar del hilo de este aforismo típicamente benjaminiano que forma parte de sus “Trece tesis sobre la técnica del crítico” nos permitiría empezar a hablar de este libro que, como el propio Dalmaroni señalaba en las palabras preliminares de la primera edición la de Biblioteca Vigil, de 2020, está hecho de borradores inéditos y de fragmentos de trabajos publicados con anterioridad, pero que ahora se nos ofrecen corregidos, revisados, ampliados, reescritos. 

     Volvamos a la cita de Benjamin, entonces: crítica, estrategia, combate. Tres palabras que, de algún modo, atraviesan cada uno de los diecisiete ensayos que componen este libro y, sobre todo, caracterizan la intervención crítica de su autor. O, mejor dicho, el modo en que Dalmaroni interroga con la convicción y la certidumbre de quien sabe que escribir es volver y una otra sobre algunas insistencias esa caja negra de la historia de la literatura argentina: su relación con la política. Y como el marino Marlow de viaje por el Congo, hacia allí va Dalmaroni, hacia el centro mismo del corazón de las tinieblas de una historia hecha, como todos bien sabemos, de sangre, muerte, exilio, censura, desaparición, pero también de grandes momentos de gozo, resistencia popular y alegría revolucionaria. De todo esto junto entremezclado, diríamos, está hecho este libro.

     Sin ir más lejos, bastaría con mirar el índice y leer en voz alta el título de algunos de los ensayos aquí reunidos para darnos una idea de los “entreveros” para usar una palabra del propio Dalmaroni, que recupera también Enrique Foffani en el magnífico posfacio que acompaña esta nueva edición, bastaría leer el índice, digo, para darnos una idea de la variedad de “entreveros” posibles entre literatura argentina y política; de los entuertos, de los malentendidos, de las desavenencias que se abren en esa “y” del subtítulo del libro. Es decir, de todo aquello que pasa cuando la escritura tensionada, al mismo tiempo, por la compulsión mimética y por el impulso hacia la desubjetivación se topa, ya sea porque lo intente o porque no le queda más remedio, con algo que, para decirlo rápidamente y a fin de poder entendernos, llamaremos “realidad”. Pero volvamos a los títulos de los ensayos: “Los siete locos”, “El llanto”, “La forma de la espada”, “La luna con gatillo”, “Sangre de amor correspondido”, “Lo imborrable”, “Cadáveres”, “El matadero”, “Operación masacre”, por nombrar solo algunos de los que, apenas leídos, evocan en la cabeza de quien más o menos conozca o haya transitado la no por breve menos intensa historia de la literatura argentina un mapa repleto de nombre propios: Arlt, Aira, Lugones, González Tuñón, Puig, Saer, Perlongher, Echeverría, Walsh. Y algunos otros que, aunque no estén aludidos en los títulos, también forman parte de este verdadero campo minado: Hernández, Sarmiento, Lamborghini, Ocampo, Gelman, Pizarnik y, por supuesto, Borges. 

     Demás está decir que uno podría leer en este libro el modo en que Dalmaroni analiza, con la agudeza a la que nos tiene acostumbrados, cada uno de estos entuertos, viendo en cada caso cómo se “tematiza” o “representa” la relación entre política y literatura, pero no sería del todo justo decir esto, puesto que lo que hace el autor es ir mucho más allá de la lectura de tópicos. A Dalmaroni le interesa menos la representación de la política en la literatura, que la especificidad misma de esa relación; es decir, lo que en verdad convoca a la escritura crítica es eso porque es un eso, verdaderamente, eso que pasa, digo, cuando literatura y política se sacan chispas mutuamente; cuando, como suele decirse, se desconocen y se paran de manos. Eso es lo que se propone Dalmaroni: ver de qué modo, con qué lengua, contra cuál doxa cristalizada trabaja la literatura más allá o más acá del repertorio de discursos ideológico-sociales disponibles. ¿Y por qué importa señalar la lejanía de estos ensayos respecto de la crítica tópica, de la crítica representativa-dependiente y contenidista? Porque sabemos que de lo que se trata –y esto Dalmaroni lo aprendió con Williams y nosotros de Dalmaroni, de lo que se trata, digo, es de aprehender “una experiencia que al parecer no es comunicable”, como ya dijera Williams en La larga revolución. Y estaríamos errados, al mismo tiempo, si pensáramos que este libro reúne solo ensayos sobre literatura, ya que Dalmaroni también se ocupa de examinar otros “entreveros”, como por ejemplo el de la relación entre crítica y política o, para decirlo de modo un tanto rimbombante, el de la relación entre intelectuales y esfera pública: de los románticos del siglo XIX al revisionismo histórico, del ensayismo de interpretación nacional a la lengua envalentonada de un Viñas o el reformismo socialdemócrata de una Sarlo, por mencionar solo algunas de las variantes más o menos radicalizadas, más o menos consensualistas en las que se puede pensar este “entrevero” en cuestión.

     Ahora bien, si hay estrategia y hay combate: ¿cuáles serían las “armas de la crítica”? A riesgo de no ser original, diría: la escritura. Una escritura que, como afirma el propio Dalmaroni en el apartado “Noticia”, cuando presenta estos ensayos, va más allá de los protocolos de la crítica profesional. Y acá me quiero detener un minuto, para señalar algo que es evidente para todos los que venimos leyendo intensamente a Dalmaroni desde un tiempo a esta parte: la potencia de su imaginación crítica. Algo que siempre estuvo, pero que, me animaría a decir, adquirió una nueva dimensión a partir de que comenzaron a proliferar las entradas de su columna en BazarAmericano: verdadero laboratorio de escritura en donde Dalmaroni, cual lenguaraz de la crítica, va y viene entre la teoría literaria, el ensayismo, la filosofía y, por supuesto, la literatura, y lo hace siempre con un estilo filoso, juguetón, irónico por momentos que no hace más que recordarnos la libertad –y uso la palabra libertad a propósito, porque su misma definición está en el centro de los debates y combates que estamos atravesando–, la libertad, entonces, de quien piensa y escribe mientras lee. No sobre lo que lee: mientras lee. La diferencia no es menor, ya que, como también nos enseñó Miguel, hay lectura justamente ahí donde algo “no termina de ocurrir”; ahí cuando la lectura fracasa en el sentido más pleno de la palabra o cuando, para decirlo con Paul De Man, se deja afectar por aquello que se le resiste.

     Sabemos también que la voz crítica nunca es algo del todo personal; o, más bien, que si lo es, eso se debe a que está hecha de otras voces y de otras conversaciones: en el caso de Dalmaroni, ese diálogo es un “diálogo con los muertos” es decir, con la tradición, con los maestros, con lo heredado, con lo que insiste en la cultura a pesar nuestro, pero también y sobre todo, es un diálogo situado con lo emergente, con lo que se está escribiendo, leyendo y discutiendo hoy. “Un crítico es aquello que lee, y un poco más que aquello que lee (…) Un crítico es un exceso, no solamente lee: hace la lectura posible”, dijo alguna vez Jorge Panesi. Eso es lo que hace Dalmaroni en este libro. En la mejor tradición de la crítica-ensayística, Dalmaroni como Panesi, como Viñas, como Sarlo, como Piglia, como González, por citar solo algunos de los ejemplos locales hace algo con eso que lee y nos lo devuelve transformado: a sus lectores y al público en general, pero también y de un modo especial a quienes se formaron con él; a los que fuimos alguna vez sus estudiantes y seguimos aprendiendo de él, porque para nosotros Miguel nunca dejará de ser eso también: nuestro profesor.

     Voy cerrando. “Quien no pueda tomar partido, debe callar” era otra de las “trece tesis” benjaminianas citadas en el epígrafe del primer ensayo de Patria y muerte, del que hablamos al comienzo de esta presentación. En efecto, Dalmaroni recoge el guante, no se saca el lazo con la pata, como se diría en el campo, sino que dobla la apuesta: toma partido y escribe desde allí. Un lugar de enunciación que es a la vez una ética y una posibilidad de seguir pensando y escribiendo a pesar de: de las modas teóricas, de los propios prejuicios y cegueras críticas, de los imperativos morales de una época, del autoritarismo, la violencia y el amedrentamiento de un gobierno de turno. Sabemos que la lectura arroja siempre un excedente, un resto ineliminable, y que ese residuo está siempre más allá, abierto a lo incierto e indeterminado de todo porvenir. Eso lo sabemos, digo. Pero también sabemos que el suelo de la crítica es el presente y que este presente extendido ese que se abre entre la edición de Biblioteca Vigil, en 2020, y la presente edición ampliada y revisada de Bulk que hoy aquí presentamos, nos convoca de un modo particularmente necesario y urgente. Este es, como dijo alguna vez un poeta, el juego en que andamos. Y en ese juego, agrego yo, se nos va la vida y, cada vez más, el destino de nuestra patria. 

IVÁN SUASNÁBAR

Es Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de La Plata y Becario Doctoral de CONICET. Analiza los vínculos entre crítica literaria, redes editoriales y prensa diaria en suplementos culturales argentinos durante la primera década del siglo XXI. Actualmente integra el Proyecto de Investigación “Revistas, archivo y exposición: literatura argentina y publicaciones periódicas a partir del siglo XX” (IdIHCS-UNLP).

Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la derecha que no vimos venir? , Semán (2023)

SOCIOLOGÍA/POLÍTICA

RODOLFO IULIANO


Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la derecha que no vimos venir? (2023)
de Pablo Semán (coord)

seman

Claves analíticas urgentes ante el ascenso de la extrema derecha y el imperio de la indolencia política en un país que se desangra

     Leí, leímos quizá, Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir? coordinado por Pablo Semán desde la preocupación política más que desde la inquietud sociológica, aunque esta demarcación es abstracta e imposible. Su lectura me dejó más preocupado en términos políticos y más inquieto en términos sociológicos: la configuración política de la derecha radical que es gobierno en Argentina tiene una densidad social y simbólica mayor de la que pensábamos, y sus bases de sustentación en su opacidad, se encuentran más extendidas de lo que nos gustaría creer. Esto no equivale a postular que el dispositivo político de la derecha radical es homogéneo y consistente, ni que se encuentra blindado hasta el fin de los tiempos frente a la crítica y la acción política. 

 

     Estas notas de lectura se enfocan en el libro con el que conversamos, como un conjunto de preguntas formuladas sobre las derechas que se extienden entre “nosotros” y, al mismo tiempo, sobre las formas en que “nosotros” hemos tramitado el proceso y podemos enfrentarlo. Un libro entonces también como una forma de intervención pública. Un argumento y su circulación al interior de nuestro campo de sensibilidades políticas nacional-populares, de izquierdas, progresistas e igualitaristas, donde es posible advertir una cronología que transcurre, demasiado rápido quizá, desde posiciones defensivas de subestimación y negación del fenómeno libertariano, hacia disposiciones confiadas en el inminente (aunque ya no tanto) hartazgo popular y de clase media; un terreno imaginario de fantasías objetivistas e ilusiones premonitorias de caída, donde los agredidos por el modelo y las políticas de LLA revisan su voto, encabezan la crítica y ordenan el mapa político. 

 

     Este diagnóstico puede tener su correlato en la táctica tiempista de algunas dirigencias políticas identificadas con horizontes igualitarios, a las que hemos acompañado no sólo electoralmente. Una actitud donde resuena un viejo proverbio: “siéntate en el umbral de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Este tiempismo proverbial asume dos riesgos demasiado grandes quizá: 1. que el cortejo fúnebre (simbólico por supuesto) del enemigo se demore bastante más de lo previsto, o que los espectros que habitan al cuerpo mortuorio (metafórico por supuesto) consigan trascenderlo a la manera de los bolsonarismos sin bolsonaros o los karinismos posmileistas; y 2. que se extiendan y profundicen la desaprensión, la indolencia y la impotencia políticas ante la renuncia a imaginar otras utopías políticas y otros repertorios de activismos posibles. Una (auto)impotentización política de nuestro campo, ligada a la procrastinación dirigente de un balance (auto)crítico y de su imprescindible comunicación pública para la deliberación, sobre el pobre desempeño de los gobiernos populares en los últimos tiempos.

 

     Quizá la autocrítica pueda relacionarse con la revisión de nuestros diagnósticos y representaciones acerca de la sociedad que integramos, y el desafío de calibrar más finamente nuestras categorías a la luz de las experiencias de las personas que la constituyen. Considero que el proyecto intelectual expresado en el libro, así como sus hipótesis y hallazgos, contribuyen con argumentos empíricos a la dolorosa aventura que nos toca afrontar en esta coyuntura, relacionada con advertir los puntos de verdad que habitan el malestar y las sedimentadas formas de sufrir de las personas con las que deseamos volver a conversar. Personas que pueden formar parte de categorías sociológicas como los “sectores populares”, los “jóvenes”, los “trabajadores precarizados de plataformas”, y al mismo tiempo adquirir carnaduras concretas en amigos, vecinos, colegas, estudiantes, amigos de nuestras hijas, hijos e hijes, y la lista continúa. 

 

     No es sencilla la tarea de comprensión e imaginación política que tenemos por delante. No alcanza con apelar al malestar social por el brutal proceso de transferencia y concentración de ingresos al que nos somete el gobierno y la casta económica que lo sustenta. Quizá la protesta social y la lucha de las organizaciones gremiales terminen siendo, como tantas veces en la historia, los principales diques de contención frente al avance de las políticas de ajuste, recesión y desempleo; de erosión de la normatividad democrática y de desagregación de la dimensión pública de la vida social. Pero el extendido razonamiento que deposita una esperanza emancipatoria en el hambre popular, el desempleo y el ahogo de los sectores medios no sólo parte de una fijación objetivista, de un economicismo pre-thompsoniano que desconoce el horizonte moral de la acción de colectiva (y de su inacción), sino que tiene como contracara una disposición free rider predominante en ciertas lógicas dirigenciales que en lugar ponerse al frente de la “batalla cultural” (que es política y económica al mismo tiempo) calcula el momento oportuno para “acompañar” el malestar y, eventualmente, conducirlo y encauzarlo políticamente. 

     En esta clave leí el libro. Con estas preocupaciones e incertezas tomé las notas que siguen. Algunas de estas preguntas urgentes encuentran en el libro valiosas tentativas de respuesta.

 

     Está entre nosotros es un texto coral. Su argumento se enuncia a través de un texto introductorio y capítulos. En el trabajo introductorio ”La piedra en el espejo de la ilusión progresista”, Semán reconstruye las líneas argumentales del libro y las despliega en direcciones que nos invitan a leerlo como un verdadero ensayo de interpretación nacional, con base empírica, enfoque sociológico y provocación intelectual. El autor formula una tesis sustantiva sobre las condiciones de emergencia del fenómeno libertario, que permite interpretar de forma descentrada (ni condenatoria, ni justificatoria) la adhesión popular al llamado mileista, sin que esto implique reducir el sentido de la adhesión a los términos del llamado. Recupero aquí, algo arbitrariamente y en función de mi clave de lectura en esta nota, ciertos elementos del argumento que restituyen la espesura histórica al surgimiento del fenómeno libertario: 1. deterioro de las condiciones materiales de vida, transformación de la estructura social y degradación de la moneda soberana durante las últimas cuatro décadas; 2. nuevas politicidades entramadas en torno a la digitalización de segmentos muy relevantes de las interacciones; 3. erosión creciente de la autoridad estatal en la regulación de la vida y 4. de la legitimidad de los partidos populares en la enunciación de propuestas digeribles para la ciudadanía; 5. extensión de una sensibilidad individualista vinculada con la autosuperación y la búsqueda de singularidad en experiencias de mercado; finalmente, 6. la pandemia, la cuarentena y las limitaciones y errores en las políticas de cuidado que amplían la brecha entre ciudadanía, instituciones y Estado.

 

¿Cuál es la novedad de la nueva derecha?

     El capítulo ”Rayos en cielo encapotado: la nueva derecha como una constante irregular en la Argentina” a cargo de Morresi y Vicente, coloca la configuración ideológico-política de la LLA en un mapa histórico de las derechas en Argentina, para demarcar sus continuidades y singularidades, mostrando que en cada coyuntura histórica las expresiones de derecha fueron concebidas desde la categoría de novedad. Desde comienzos del siglo XX hubo muchas “nuevas derechas” pero cada una con elementos singulares y característicos. 

     Desde el punto de vista de la historia de las ideas y las ideologías políticas, el trabajo muestra que LLA es una derecha libertariana (en contraste con los movimientos libertarios de izquierda y anarquistas) y radical (se vincula de forma estratégica, ambivalente y hostil con la democracia). O, puesto en otros términos, se trata de una filosofía política fusionista que en un marco inédito como la pandemia reúne elementos liberales en clave individualista, con elementos de la familia nacional-reaccionaria como el antipluralismo que problematiza los marcos de la democracia liberal y sus instituciones.

     La derecha radical a nivel de superestructura avanza en dos frentes, por un lado enfrentando a las configuraciones políticas que proponen proyectos inclusivos y por otro, disputando al interior del campo de las derechas, ubicándose a la derecha de las derechas. La estrategia fusionista amplía su capacidad de interpelación, pero al mismo tiempo contiene tensiones irresueltas en su interior (entre orientaciones populistas de derecha y un anti populismo republicanista) que la limitan. 

 

¿Quiénes son los militantes de LLA y cómo se politizan? 

     En el texto ”Los picantes del Liberalismo. Jóvenes militantes de Milei y ‘nuevas derechas’”, Melina Vázquez caracteriza sociológicamente al activismo mileista y demarca su singularidad respecto de las tradiciones militantes de derecha desde el restablecimiento de la democracia. 

     En base a un trabajo de campo desarrollado con militantes libertarios, esta investigación muestra que en el período que se extiende entre los debates por la Ley de interrupción voluntaria del embarazo en 2018 hasta las medidas de ASPO y DISPO en el marco de la pandemia en 2020, se configura una referencia identitaria de derecha que opera como un principio de reconocimiento en el espacio público. Por otro lado, la militancia se entrama centralmente entre sectores juveniles, que en muchos casos tuvieron experiencias de militancia previa en espacios no necesariamente de derecha y que construyen una politicidad en torno a la figura de Milei que disputa con las ortodoxias liberales, incorporando elementos populares y plebeyos.

     El trabajo de Vazquez ofrece elementos insoslayables para avanzar en una caracterización más refinada del proceso político en curso, al mostrar cómo es la dinámica de politización de las militancias mielistas. A ser militante libertario se aprende. Los jóvenes aprenden a movilizarse en el espacio público, a incorporar símbolos y prácticas oportunamente identificados con las tradiciones políticas peronistas o de izquierda, como el uso del bombo o la pintada de banderas. “Los picantes del liberalismo” pueden tomar modelos de otras juventudes militantes como las afiladas a la Cámpora y operar una politización liberal, pero recuperando elementos plebeyos que oponen generacionalmente a referentes y prácticas del campo de las derechas interpretados como ortodoxos.

     En definitiva, este trabajo pone de relieve que, en torno a estos elementos se ha configurado una contracultura de derecha que tiene un clivaje generacional, masivo y popular, cuya comprensión requiere advertir una densidad que puede trascender a la coyuntura electoral.

 

¿Cómo se configura una cultura masiva libertaria?

     En el capítulo “Entre libros y redes: ‘la batalla cultural’ de las derechas radicalizadas” Saferstein pone el foco en los canales materiales de difusión de las ideas y proyectos de la derecha radical. Muestra el modo en que un conjunto de dispositivos, instituciones y personas intervienen activamente en la configuración y legitimación del entramado cultural de la derecha radicalizada. Este trabajo muestra que las mediaciones y actuaciones de un conjunto de autores, textos, industrias y agentes editoriales fueron centrales en el entramado de conexiones y relaciones activas entre jóvenes, producciones y productores. 

     El trabajo de investigación reconstruye el terreno privilegiado de la “batalla cultural” de las derechas radicalizadas, mostrando el modo en que articulan instituciones editoriales tradicionales con dispositivos digitales; libros y redes; editores, escritores e influencers; presentaciones de libros, autores y lectores. En contraposición con una idea de sentido común que asume de forma exterior que las disputas simbólicas e identitarias de las derechas radicalizadas se circunscriben al campo de las redes sociales, esta investigación empírica muestra que la difusión de ideas libertarias encuentra en el dispositivo libro uno de sus centros de gravitación. 

     Las disputas sobre la interpretaciń del pasado reciente, de la “ideología de género” y del papel regulador del estado sobre la “libertad” de los individuos han sido algunos de elementos narrativos desde los cuales los lectores y usuarios se han sentido interpelados y se han capitalizado para intervenir en disputas con pares y gestionar sus propias vidas. Como muestra el trabajo de campo de Saferstein en la feria del libro de CABA, entre otras instancias de circulación de bienes simbólicos de las derechas radicalizadas, este proceso condujo a una masificación y juvenilización de los públicos que se apropian de las producciones de las derechas.

 

¿Cómo y por qué se produjo la adhesión popular a la propuesta de LLA? 

     En el capítulo “Juventudes mejoristas y el milesimo de masas. Por qué el libertarismo las convoca y ellas responden”, Semán y Welschinger elaboran una hipótesis y una explicación al respecto. Más que una adhesión social a una oferta política, nos encontramos ante una experiencia del mercado y una desconfianza del Estado, policlasista y socialmente extendidas, que se anudan con una interpelación libertaria en clave de explicaciones económicas, morales y políticas, las cuales encauzan y moldean el malestar social, en un marco que tensiona los límites del sistema democrático.

     A partir de un trabajo de campo con jóvenes de diferentes procedencias y ocupaciones, la investigación pudo advertir cómo, especialmente desde la pandemia/cuarentena, se ha ido configurando una sensibilidad crítica respecto de la economía, la política y el estado en la Argentina reciente. Las experiencias de programadores, repartidoras de plataformas (entre otras personas) han configurado una ideología que los autores conceptualizan como “mejorista”, basada en la autosuperación, el emprendedorismo y el empoderamiento frente a la incertidumbre del presente, que conecta no de forma automática ni lineal a la manera de una plataforma de acogida, con los llamados de LLA. Así, desde el punto de vista “mejorista”, la noción de mérito y superación individual aparecen como la precondición para la justificación del acceso a los derechos y las oportunidades. La conformación social mejorista y la narrativa personal preceden lógica y sociológicamente a la interpelación política libertaria, pero la interpelación libertaria hace puente, conecta mejor y da voz pública a esas sensibilidades. 

 

     En conclusión, este libro es al mismo tiempo el diario de abordo de una travesía colectiva por las aguas profundas de las derechas radicales, un espejo donde podemos ver reflejadas nuestras sorpresas y frustraciones ante la novedad política libertaria; y una posible hoja de ruta para orientarnos en los esfuerzos de comprensión y de debate público por venir. Debate que posiblemente nos encuentre reflexionando sobre las tensiones que es capaz de soportar el fusionismo de las orientaciones de derecha una vez en el gobierno, sobre la capacidad de los picantes del liberalismo para trascender los reveses que implica gestionar, sobre los límites de la batalla cultural cuando las ideas de derecha se desplazan desde la disidencia al oficialismo y sobre la evolución de las sensibilidades mejoristas cuando las políticas públicas que llevan su bandera (y lo hacen desde el Estado que impugnan) no produzcan las mejoras anheladas en las numerosas biografías que seguirán recorriendo la pendiente del empeoramiento.

 

     Una pregunta que insiste como un mantra tortuoso en estos meses de elaboración de la derrota y que, en mi lectura, el libro permite problematizar es si vamos a seguir esperando a que “la sociedad se de cuenta de su error” y “salga a la calle” o vamos a afinar nuestra caracterización del tiempo histórico presente, asimilar las transformaciones contemporáneas de la estructura social y las sensibilidades, y enfocar nuestras interpelaciones desde criterios de justicia e igualdad puedan trascender nuestro círculo de convencidos? ¿Estamos tan seguros que la revuelta de piquete y cacerola reloaded va a operar como un catalizador hacia una fase del sistema político más pluralista, humanista y democrática? ¿No se trata de un atajo para evadirnos de la problematización de las categorías con que nos hemos acostumbrado a analizar y evaluar la sociedad de la que somos parte? En definitiva, esta resistencia a tomar en serio la crítica que se expresa en el voto masivo y popular a LLA, que no es un calco del programa doctrinario de Milei ¿no conduce acaso a un estado catatónico de la imaginación política, una parálisis que actúa en espejo con el descrédito autocrático en que el gobierno de LLA sume a las instituciones del sistema democrático y republicano, habilitando cotidianamente la escalada de los embates autoritarios y, eventualmente, violentos contra los sectores que nos identificamos con la promoción de derechos y políticas públicas inclusivas e igualitarias?

     Un libro insoslayable para analizar a las derechas radicales que se despliegan y asientan entre nosotros; y para pensarnos a “nosotros” en nuestras disposiciones, sensibilidades y potencias para pensarlas. Una invitación, en última instancia, a revisar las formas en que imaginamos esas categorías de alteridad y exclusión, así como los supuestos analíticos y los contenidos morales desde los cuales nos figuramos la consistencia de sus fronteras y demarcaciones.

RODOLFO IULIANO

Es Sociólogo y Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Se interesa por la sociología cultural y por las formas en que las personas cotidianamente producen sus mundos. Se encuentra muy preocupado por el papel que juegan y pueden jugar las ciencias sociales en los debates públicos. 

Testigos son los cuervos. A la salud de los archivos, Korvalán (2023)

ARTE

LUCÍA FAYOLLE


Testigos son los cuervos. A la salud de los archivos (2023)
de Kekena Corvalán

quequena

     Testigos son los cuervos es un libro escrito por muchxs, a la vuelta de un campamento artístico realizado en el Chacú por Kekena Corvalán, Andrea Geat, Camila Barcellone, Celeste Medrano, Fiorella Anahí Gómez, Mariana Giordano y Tati Cabral. Los cuatro títulos que leemos al abrir el índice entusiasman: comienza con “Arte, genocidios, imágenes, rituales, memorias, duelos”, sigue por “Aprender del Chacú como artefacto de memoria”, “A la salud de los archivos” y, por último, “Yo comencé a pintar porque mi abuela empezó a perder la memoria”. Todos los capítulos hablan de lo mismo, en sus distintos aspectos y afectos: las reflexiones a la vuelta del “Campamento artístico curatorial Aprender del Chacú: cómo procurarnos artefactos comunes de memoria, abrigo y alimento” (junio de 2022), donde las artistas conocieron y experimentaron los juicios por crímenes de Lesa Humanidad por la Masacre de Napalpí, desarrollados en mayo del mismo año. 

     Entonces, este libro es una puesta en práctica de una premisa central para el grupo: “la curaduría es afectiva, la epistemología es mechera, la metodología es campamento, la gestión es en red” (p.45). Antes del libro, hubo un campamento, es decir, una convivencia artístico-curatorial, situada en el territorio, que se diferencia de las residencias artísticas porque estos están habitados por autorías disueltas, horizontales, diverso-disidentes y de aprendizaje, vivencia y producción colectiva. El campamento por un lado fue posible por la articulación con el Instituto Cultural de Chaco y, por el otro, por la apuesta a una epistemología mechera, que implica adoptar -contrasaquear- las formas del arte “respetado” para llenarlo de los contenidos de todos los saberes no autorizados, para generar conocimientos desde un intercambio amoroso, produciendo y validando nuestro saber entre todxs, con la potencia molar, macropolítica y en la que nos cuidan las amigas.

     El título tiene dos partes: “Testigos son los cuervos” y “A la salud de los archivos”,. Testigos (lo dado) son los cuervos (lo inédito), porque en el medio del silencio generalizado, los cuervos son los únicos testigos que quedan; y con cuervxs se nombra a todos los testimonios leídos, escuchados y vividos a partir de los relatos de lxs sobrevivientxs de la masacre de Napalpí. Los cuerpos-testigos-cuervos se comen nuestros ojos para volvernos videntes, para que veamos lo esencial, lo que importa: el 19 de mayo de 2022, el Juzgado Federal N°1 de Resistencia, a cargo de Zunilda Niremperger, condenó al Estado argentino por planificar, ejecutar y encubrir el asesinato de entre 400 y 500 personas en los pueblos Qom y Moqoit, ocurrido en el sur de Chaco en 1924. También lo encontró responsable por reducir a la servidumbre a esta población. Los hechos fueron considerados crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos indígenas. A un año de la condena, se ha avanzado con distintas medidas reparatorias que fueron ordenadas en ese marco. Ahí está lo importante. Un mes después, un grupo de cuirs, negras, pobres, travas (y tantos etcéteras, toda la multiplicidad) se juntaron en el campamento a encarnar las historias de los cuervos, los únicos testigos. De esta manera, las cuirs vuelven a la historia, pensando y desarmando qué tramas afectivas la sostienen y desde qué reglas se construyeron los lugares de sus vencidos, con qué derrotero se hizo la historia. Volver a la historia de manera epistemolar – epistolar, epistémica y molar -, que implica producir conocimiento desde el intercambio amoroso, entre todxs, con la potencia molar, macropolítica y de cuidado amistoso. Esa es la potencia epistemológica de juntarse, de situarse, de conversar y de construir. Testigos son los cuervos no es una metáfora pero sí es una de las obras desarrolladas en el campamento. Una instalación conformada por fragmentos de textos de testimonios, artículos o conclusiones sacadas por las artistas Paola Melissa Ferraris y Camila Barcellone. 

     Así, la obra en campamento opera produciendo archivos. La obra y el campamento están a la salud de los archivos y a la salud de los muertos. La segunda parte de este título, “A la salud de los archivos”, cita el libro A la salud de los muertos, de la filósofa Vinciane Despret (2021), que piensa los vínculos entre vivos y muertos, los modos de darles un plus de existencia a través del recuerdo, la conmemoración y el relato que es, ante todo, la experiencia y la creación de una coexistencia de versiones múltiples y contradictorias. En este libro, la salud que se cuida es la de los archivos. Entre la entrevista a Mariana Giordano y la última reflexión de Kekena Corvalán se tensiona la noción de archivo y su lugar en este “momento archivos” (Caimari, 2020) que vivimos. Mariana Giordano restituyó y re-situó las fotos alojadas en el archivo Lehmann Nitsche, que el médico y antropólogo sacó en la Masacre de Napalpí. Con autorización del Instituto Ibero-Americano de Berlín, se socializaron los archivos con las familias y vecinas de los fusilados en la Masacre. Se desapropiaron y reapropiaron en y por la comunidad, se volvieron a su lugar y sus personas. Mariana sacó las fotos de la institución académica extranjera que las alojaba y las entregó a otros dueños, otros guardianes, otros cuidadores. De la misma manera, las artistas logran despoblar el archivo para “seguirla desde prácticas artísticas y su fogoneada sensible, “habitando el equívoco” (Viveiros de Castro, 2004). Es decir, habitando el cuerpx como un sistema de afectabilidad más que como una morfología material” (p.39). Se dialoga con los archivos desde el equívoco para desapropiarlos. Pero a su vez, en la última reflexión que tensiona y abre la noción, “los archivos sobre los qom han sido siempre considerados como más respetables en Occidente (por ejemplo en Berlín o Buenos Aires) y han tenido más chances de existir que los mismos qom” (p.182). Así, abre la pregunta sobre la vida, las maneras de existir y sobre quién sigue viviendo cuando sobrevive y se cuida un documento. Leemos: “lo que se opone a la vida no es la muerte, (…) es el desencanto, y, en ese sentido, estamos más que nunca encantadxs con los archivos. ¿Por qué y para qué viven los archivos? ¿A cuáles de nuestros muertos pueden darles un plus de existencia (Despret, 2021)? Porque nos encantan y porque los necesitamos, porque siempre vuelven a decirnos algo. Está en tensión esa importancia de los archivos para ser visitados y resituados, para volver a decir tantas veces como sea necesario que aquí (allí) hubo una masacre, hubo un pueblo atacado por el estado y hubo algunos testigos, que dejaron las huellas que sobreviven y siguen hablando. 

LUCIA FAYOLLE

Es profesora en Filología Hispánica, en la FaHCE . Está realizando su Doctorado en Letras sobre archivos y literaturas del Noroeste de la provincia de Buenos Aires. Participa de la Biblioteca Diego Armando Maradona.