GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

Un país hecho bolsa (2021), Camezzana y Capasso

PERFORMANCE/INTERVENCIÓN CALLEJERA
DANIELA CAMEZZANA Y VERÓNICA CAPASSO

Un país hecho bolsa. Resignificaciones del recurso de la bolsa en performances de protestas callejeras (2021)

     En el transcurso de la semana en la que se dieron a conocer un conjunto de irregularidades y/o excepciones realizadas a la gestión de la vacunación por etapas dispuesta en el Plan Estratégico para la Vacunación contra la Covid-19 en la República Argentina, comenzó a circular en las redes sociales una convocatoria a marchar el sábado siguiente a la Plaza de Mayo -la más antigua de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y escenario simbólico de los acontecimientos políticos, populares y/o ciudadanos más importantes de la historia del país-. Casi en simultáneo se difundió el llamamiento en medios de comunicación de alcance nacional como por ejemplo el Diario Clarín que en el trabajo de jerarquización de la información, seleccionó como principal consigna la demanda de justicia por el #VacunatorioVIP y por la “angustia de los adultos mayores”, por sobre otras demandas asociadas por lxs usuarixs al Banderazo -como, por ejemplo, clases presenciales, corrupción, economía-. 

     Mientras comenzaban a congregarse lxs asistentxs del “Banderazo” realizado el 27 de febrero de 2021, unxs disponen diez bolsas negras parecidas a las de consorcio o uso doméstico pero del largo de una persona (aproximadamente 1,60 m) sobre las baldosas grises a dos metros del lado externo del enrejado perimetral de la Casa Rosada. En la foto (imagen 1) del diario Página 12, citada por ser uno de los pocos registros públicos del momento de inicio de la acción performática, se puede ver a un joven vestido íntegramente de blanco hasta el tapabocas, que sostiene un extremo de la bandera violeta de la agrupación Jóvenes Republicanos (JR) la cual ocupa casi cuatro paneles. JR es una agrupación política que nació en el 2020, en el contexto de pandemia y cuarentena, y que tiene la característica de que la edad de sus miembros oscila entre 16 y 30 años. Según definen en su página web, persiguen valores republicanos y sostienen la lucha por la república y la libertad. Desde su creación, realizan charlas con referentes políticos y expertos en diferentes temáticas y encuentros de formación virtual sobre historia argentina, proponiendo otro revisionismo diferente al enseñado en instituciones educativas. Por último, usan las plataformas digitales para redactar y viralizar diversos contenidos, en especial Instagram y Twitter, las cuales, además les permiten mostrar el minuto a minuto de las performances.

     Cuando logran colgar la tela de los barrotes, aproximan las bolsas hasta el cantero que divide la vereda de la Plaza de Mayo del cerco perimetral de la Casa de Gobierno. La bandera queda centrada para que en la foto de la fachada cruce el cuerpo principal del edificio, a un lado de las bolsas que se colocan en el medio exacto del corredor principal de la plaza. Cada bolsa está atada en los extremos por una cinta de embalar marrón y rellena con papeles de modo tal que da la impresión de un “cuerpo inerte”. La prolijidad de los carteles confeccionados y diseñados previamente contrasta con la disposición despareja del material de relleno y de los bultos entre sí producto del traslado o las sucesivas maniobras para acomodarlos. Los “cuerpos” están identificados a la altura de la cabeza o el esternón con unas impresiones en hojas A4, con una primera línea en celeste que dice invariablemente: “Estaba esperando la vacuna pero se la aplicó” y en el medio de la hoja en mayúscula y centrado menciones más específicas a personas como “Estela de Carlotto”, “Martín Guzmán” y “Daniel Scioli” junto a otras generales como “los pibes de la Cámpora”; “la familia de Duhalde”; “los amigos de Alberto”; “la mujer de Zannini”; “el hijo de Moyano”; “los suegros de Massa” y “el sobrino de Ginés”. A pie de página se ve un águila, el logo de Unión Republicana (UR) y el caballo insignia de JR. 

     Según la propuesta programática de la acción explicada en distintos medios de comunicación, las bolsas aludían a las personas que fallecieron “o van a fallecer” por el virus señalando que “hay un argentino en esas bolsas porque otro se le adelantó”. Más allá de la veracidad de la información suministrada por la acción, la forma en que la misma fue consignada recibió críticas en tanto el contrato de lectura de los distintos elementos se reduce a la “letra chica”. Así se tome el punto de vista de los transeúntes o de lxs usuarixs de las redes sociales, la comprensión de la crítica o denuncia requiere una relación de proximidad con la imagen corporeizada (los muertos) que no suplanta necesariamente lecturas previas realizadas entre el texto en mayúsculas (nombre) y la figuración del cuerpo. Es por esto que la interpretación prevalente fue que las bolsas “contenían” los cuerpos de las personas mencionadas en los carteles o que “merecían” la muerte por sus acciones. 

     En ese sentido, la dimensión polémica de la acción sobrepasa lo que se declara en entrevistas posteriores como el conflicto tematizado en la instancia programática, habilitando más de una controversia en torno a la aparición de JR. Es decir, si bien la acción propone la conversación sobre el plan de vacunación y las consecuencias de la pandemia, produce una serie de operaciones que establecen relaciones de causalidad entre fenómenos distintos dándolas como evidentes sin respaldo de una carga probatoria sino que estaban ahí para ser “mostrados” al público general. Entre las múltiples conversaciones que se abren a partir de la acción, se establecen una serie de “confusiones productivas” tales como:

  • Vincular las consecuencias de la pandemia (fallecimientos por factores relacionados al Covid 19) a las medidas concretas alcanzadas por el gobierno nacional para la gestión de ese panorama.
  • Establecer como “falta” de transparencia en la comunicación la ausencia de imágenes vinculadas a lxs fallecidxs en tanto no aparecieron fotografías de cuerpos en las calles como en Perú o los entierros masivos en Brasil. Desestimando que la ampliación del sistema de salud y atención pública de los casos tenga relación con la falta de registro y/o “existencia” de esas escenas en la Argentina. 
  • Relativizar el rol de los activismos en la producción y divulgación de información, en este caso sobre el uso discrecional de los recursos públicos, realizando afirmaciones totalizantes como “los pibes de la Cámpora” o “los amigos de Alberto” que no son posibles de verificar o dan cuenta de grados de responsabilidad, etc.

 

     La performance, en tanto acontecimiento dentro del Banderazo, produjo cierta “atracción” más que “rechazo” en tanto se fotografió, filmó y difundió en simultáneo formulando un registro descoordinado y casero que multiplicó “las vistas” de la propuesta. La reproducción de la imagen fue sostenida a lo largo de los días más allá de la posición de las personas (a favor o en contra). En cuanto a las imágenes disponibles en la mayoría de las fotografías, no se establece una relación directa entre el cuerpo de lxs jóvenes que llevaron a cabo la acción o quienes toman registro a modo de pose o selfie sino que la presencia de lxs asistentes aparece mediada por la sombra. En los registros fotográficos, se produce un efecto de amalgama entre las personas que se paran a “los pies” de las bolsas y “los cuerpos” desparramados en la vereda “proyectando” extremidades como los brazos o la totalidad del cuerpo (imagen 2). En algunas fotografías (imagen 3), se observa cierta intención de “firmar” la acción a través de pins de las agrupaciones debajo de los carteles pero los mismos fueron retirados aparentemente después de obtenidas las imágenes. 

     Antes de concluir el encuentro, las bolsas son vueltas a mover para ser colgadas directamente del enrejado que divide la Casa de Gobierno de la Plaza (imagen 4). Esta vez más agrupados y ya algo desvencijados, “los cuerpos” quedan expuestos “a la vista de todos” y sobre todo, de lxs agentes de la policía que custodian el lugar.

     Uno de los referentes de JR, Ulises Chamorro, sostiene en diversas entrevistas que la acción fue pensada “sobre la marcha” y que resultó “un éxito” justamente por las repercusiones y la atención que “las famosas bolsas mortuorias” despertaron en propios y ajenos. 

     Por otro lado, Chamorro establece como destinatarixs de la acción además de lxs asistentes al acto, otrxs que acceden de forma mediatizada o hipermediatizada en las redes sociales apuntando específicamente a las repercusiones fuera del país. En tanto “recurso” como denomina a la acción, el joven sostiene que resulta efectiva no por su efectividad en lo comunicativo sino porque lxs permite “ingresar” al escándalo del Vacunatorio VIP, es decir, ser parte de la agenda pública y “cruzarse” con otrxs referentes políticos con más trayectoria. 

     Por su parte, la diseñadora Maia Ocampo, asume la discusión específica sobre la composición de la acción como recurso para “mostrar la realidad” y “despertar” a la sociedad. Dentro de las líneas de acción, Ocampo señala que este tipo de expresiones apunta a una dimensión simbólica en la que se proponen dar una batalla cultural (Entrevista radial, REALPOLITIK.FM, 3 de marzo de 2020). Por último, en ambos casos al ser interpelados en vistas de la polémica, lxs referentxs de JR responden que “reivindican”, “están convencidos” y se enorgullecen de la acción porque interfiere con los procesos de “victimización” de lxs adversarios. 

     Cabe en este punto pensar la noción de “transgresión” que propone Stefanoni (2021) asociada a ciertas formas de la rebeldía juvenil – que subyacen en los discursos de JR – frente al reclamo de lxs periodistxs, líderes políticxs y otras figuras públicas de reconocer un “exceso” en la manifestación. En lugar de pedir disculpas o retractarse por los efectos, lxs jóvenes reivindican la “incorrección” política como “una forma de decir las cosas como son, en nombre del pueblo llano, mientras que las izquierdas -culturalizadas- serían sólo la expresión del establishment y el status quo” (p. 65). Es por esto que definen la acción como “un éxito” en tanto expone más allá de los cuerpos, la reacción de “una élite progresista” que busca imponer su visión y “perseguir” otras formas de concebir el mundo. 

     Por último, señalamos que en tanto recurso, la utilización de las bolsas para hacer referencia a las violencias, padecimientos o la precariedad que pesa sobre los cuerpos fue utilizado en reiteradas ocasiones tanto en marchas como en intervenciones del espacio público en distintos momentos sociopolíticos del país. De las distintas referencias en este sentido, destacamos las acciones del Grupo Escombros (GE), que nace en La Plata en 1988, cuya trayectoria fue reseñada en el artículo “Grupo Escombros. La Estética de la Solidaridad (2020)” de María de los Ángeles de Rueda.

     A fines de los 80, GE usa la bolsa como elemento para denunciar la corrupción estableciendo una analogía entre la misma con los efectos de la acumulación de la basura en la obra “Montaña” (imagen 5). También aparecen con 500 bolsas de residuos de color negro en la muestra Arte en la Calle en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) en la obra titulada “Mar” (1993) (imagen 6). Por último, la fotografía titulada “Carrera de Embolsados” retrata cinco cuerpos en movimiento cubiertos por bolsas de nylon negro en un paisaje incierto. La imagen fue una de las 13 fotografías en blanco y negro que conforman la obra Pancarta I exhibida en noviembre de 1988 debajo de la autopista en el barrio de San Telmo. Los cuerpos fotografiados evocan la violencia expresiva, es decir:

 

     (…) por movimiento o reposo, los límites de la lucha y la resignación. Los rostros cubiertos, algunos cubiertos de bolsas, la posición abatida. Si hay una figura, como en las siluetas emblemáticas realizadas para las marchas por los desaparecidos, que resume el recuerdo de la tortura, es el del cuerpo aprisionado, agachado, cegado. (de Rueda, 2005, p. 8-9).

     Más allá de los posicionamientos políticos de los grupos mencionados, JR y GE, y de si JR tiene presente la genealogía de la utilización de este elemento en las performances de protesta, el recurso bolsa negra presenta una plasticidad que permite poner en contacto ideas e impresiones como la descomposición social y la corrupción con los cuerpos. ¿Qué le hace la inscripción de esta acción en nuestro imaginario a las futuras manifestaciones progresistas que adopten este elemento?

 

Bibliografía

     Rueda, M. D. L. Á. D. (2005). Cuerpos replicantes: sobre las Pancartas de Escombros y el arte múltiple. En: I Congreso Iberoamericano de Investigación Artística y Proyectual. La Plata: Facultad de Bellas Artes.

 

     Stefanoni, P. (2021). ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio). Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

 

Referencias:

Imagen 1: Fotografía publicada en el diario Página 12. Imagen: Kala Moreno Parra.

Imagen 2: Toma directa realizada por un participante del Banderazo.

Imagen 3: Fotografía de la acción en la que se ven los pines de las agrupaciones.

Imagen 4: Fotografía publicada en distintos portales de internet. (s/a)

Imagen 5: Motaña – Grupo Escombros, fines de los ‘80.

Imagen 6: Mar – Grupo Escombros (1993)

Imagen 7: “Carrera de embolsado” de la obra Pancartas 1 (1988) del Grupo Escombros. Fuente Galería Walden.

 

 

1 Veáse: https://www.argentina.gob.ar/coronavirus/vacuna.

2 A modo de ejemplo, véase: https://www.clarin.com/politica/-27f-oposicion-llama-marchar-plaza-mayo-gobierno-vacunatorio-vip_0_-rgde4__K.html

3 Véase: https://www.jovenesrepublicanos.com.ar 

4 Véase: https://www.instagram.com/jovrepublicanos/ 

5 Véase: https://twitter.com/JoRepublicanos 

6 Así lo explica Maia Ocampo, militante de Jóvenes Republicanos y diseñadora de las acciones performáticas que la agrupación lleva adelante. Entrevista REALPOLITIK.FM. Jóvenes Republicanos: “Los que tergiversaron la intervención son los mismos de siempre”. 3 de marzo de 2021. 

7 En este punto, queremos señalar que algunas de las personas mencionadas habían recibido la primera dosis porque les correspondía por edad; presentaban afecciones subyacentes que determinan que corren mayor riesgo y/o luego se constató que no habían accedido al “Vacunatorio VIP”.

8 Vale mencionar pedidos explícitos como el que se formula en la nota de opinión del periodista, Mempo Giardinelli de establecer penas para “responder legalmente” ante dichas situaciones. Véase: https://www.pagina12.com.ar/358799-parar-el-odio.

DANIELA CAMEZZANA

Es investigadora, comunicadora y artista. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Integra el  “Grupo de Estudio sobre Cuerpo” (GEC) y participa del proyecto de investigación titulado “Cuerpo, afecto y performatividad en prácticas artísticas contemporáneas” (FaHCE – UNLP). Colaboró con Cosecha Roja, Revista THC, Perycia y Revista Anfibia, entre otros.

VERÓNICA CAPASSO

Es socióloga e historiadora del arte. Doctora en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de La Plata. Investigadora asistente de CONICET. Ayudante diplomada en la cátedra Cultura y sociedad de la FaHCE-UNLP. Coordina el Grupo de lectura Estudios sociales del arte, la cultura y la política en Latinoamérica (CISH-IdIHCS). Investiga sobre arte/cultura visual, política y afectos. Participa del colectivo editorial de la revista de arte contemporáneo boba.

Indiccionario de lo contemporáneo (2021), Pedrosa-Klinger-Wolff-Cámara

ENSAYO
LUCÍA FAYOLLE

Indiccionario de lo contemporáneo (2021)
de Celia Pedrosa, Diana Klinger, Jorge Wolff y Mario Cámara

     La colección Madriguera llegó a mis manos en una bolsita de tela , a modo de regalo sorpresa. Tenía tres libros: Ensayo de vuelo, Lecturas imaginarias y ¿Qué hay en escribir? Al poco tiempo, eso que parecía una tríada se fue ampliando. Se sumaron Indiccionario de lo contemporáneo y El punto en el tiempo. Y ahora, ayer nomás, apareció Una casa lejos de casa. Van apareciendo y sorprenden. Se va expandiendo la madriguera de lecturas y escrituras de ensayos sobre teoría, arte y literatura que propone la colección. Va abriéndose en textualidades diversas que dan cada vez más la sensación de sinfín. Y mientras sigan apareciendo los túneles, las lectoras fanáticas de las madrigueras nos llenamos de ganas de ir a buscarlos para leer más. Porque cada libro deja preguntas y, con la certeza de que las respuestas no estarán en el siguiente libro, nos entusiasmamos en seguir la huella de EME en busca de más interrogantes. Así fue que fui a buscar Indiccionario de lo contemporáneo ni bien salió. 

     El nombre y la tapa eran (y son) una invitación. Cada libro como tal es una obra de arte. Indiccionario de lo contemporáneo no tiene título ni autores en su tapa, pero les lectores no los necesitamos. No se trata de un gesto rupturista, de generar un misterio. Todo lo contrario, la diagramación del libro hace sentido con su escritura colaborativa y se volvería redundante la repetición del título en la tapa. Esta se compone de un conjunto de módulos o voces que se yuxtaponen, superponen, completan y conversan dando la  idea de diálogo y vínculos múltiples y diversos. Es que ni bien abrimos el libro, nos encontramos con muchos nombres, muchas personas. Cuatro organizadores: Celia Pedrosa, Diana Klinger, Jorge Wolff y Mario Cámara. Muchxs autorxs: Antonio Andrade, Antonio Carlos Santos, Ariadne Costa, Florencia Garramuño, Luciana di Leone, Wander Melo Miranda, Rafael Gutiérrez, Raúl Antelo, Reinaldo Marques y Paloma Vidal. Y las traductoras: Guillermina Torres, Samanta Rodríguez y Lucía González. Sin embargo, cuando nos vamos metiendo en las páginas, descubrimos que esa escritura múltiple no está marcada, segmentada, señalada. No hay advertencias de cambios de escritura. ¿Dónde comienza unx y termina otrx? No se anuncia, no se avisa, no importa. La escritura es colectiva porque escriben todes sin apropiarse cada unx de aquella parte que tipeó. Y ahí cobra muchísimo más sentido la propuesta artística que hizo Leticia Barbeito, la directora de arte de la Colección Madriguera. Y más aún cuando leemos la presentación que hacen les organizadores del “bárbaro, nuestro, vuestro” indiccionario, donde cuentan el proceso de escritura del libro, que vale tanto la pena traer a este comentario.

     Indiccionario de lo contemporáneo comenzó a escribirse en el año 2012, en un encuentro para unas jornadas en la Universidad del Valle en Cali, Colombia. Desde diferentes perspectivas críticas y geográficas, nació el proyecto de un libro en torno a lo contemporáneo que sea sobre los problemas y temas comunes, en lugar de a partir de sus trabajos individuales. Fue un trabajo de cinco años en diversas etapas, que implicó muchas conversaciones por mail y algunos encuentros en persona, en los puntos intermedios entre las  localizaciones diversas de les escritores y organizadores. Las seis entradas que forman este indiccionario surgen del debate en torno a las palabras clave que aparecían en los trabajos presentados en las jornadas. Cada una de esas entradas fue en principio escrita por parejas de trabajo. Pero, en la segunda etapa, fue otra pareja la que terminó cada una de las entradas. Por cada una pasaron como mínimo cuatro personas. Por eso no llevan autoría: esta lectura y escritura indicial es colectiva, excede los límites personales.

     Seis nociones hacen el Indiccionario de lo contemporáneo: archivo, comunidad, destinación, lo contemporáneo, posautonomía y prácticas inespecíficas. Seis palabras, las relaciones que entre ellas se producen, las múltiples puertas que abren y las lecturas y escrituras diversas que lo construyen. Tiene de diccionario las entradas y el orden alfabético pero es también una elección de seis conceptos frecuentes en la crítica cultural latinoamericana y su negación en la deriva ensayística. Hay signos de pregunta en aquello que se afirma, hay afirmaciones y hay dudas. Se describe cada palabra y se la cuestiona, se las pone en relación y se construye una noción conjunta de lo contemporáneo en una seguidilla de entradas que permiten pensarlo y comprenderlo en sus diferentes aspectos. 

     Este Indiccionario invita a diversas lecturas posibles: desde la placentera de un domingo a la mañana hasta un resumen de la noción de archivo para preparar el final de Filología Hispánica. Lo digo, claro, desde mi propia experiencia lectora. Yo lo leía por placer el domingo entre mate y mate, cuando me acordé que una amiga estaba por rendir y me pareció un material de estudio excelente. Porque es un montón de puertas abiertas para ir pensando, pero también un gran recorrido por mucho de lo ya pensado sobre cada concepto. Se vuelve, de esta manera, una escritura inclusiva de todas aquellas personas que se acerquen al libro. En mi experiencia, por ejemplo, la entrada “archivo” fue un hermosísimo recorrido por nociones, autorxs, preguntas que ya había caminado. Un recorrido “de la mano” de una escritura conversada y decidida colectivamente. Pero esa entrada no es independiente de las demás, se complejiza y se expande al ser puesta en relación con las demás palabras que rodean lo contemporáneo. Entradas como la de “destinación”, que, a diferencia de la de “archivo”, fue todo sorpresa y entusiasmo. No conocía esta palabra como tal, aunque la poesía que leo y la poesía que escribo están cargadisimas de las segundas personas. Al poner la literatura en relación con las artes visuales, aparecen posibilidades mucho más complejas de destinar. Se abren las preguntas sobre la destinación contemporánea, su ética y su pluralidad de recepciones, que ponen en juego la unicidad que la lingüística atribuye a los pronombres en la enunciación. Una destinación que vuelve protagonistas a les lectores o espectadores, agentes constitutivxs del arte contemporáneo: lo hacen, lo mueven, lo transforman y lo afectan cada vez que se acercan, lo leen y lo tocan.

     Ese mismo lugar tenemos les lectores de este Indiccionario de lo contemporáneo. Se hace notar la heterogeneidad de lecturas y lectores invitades a visitar el libro entero o alguno de sus fragmentos, hacer los recortes deseados en aquellas entradas que hacen sentido con las demás textualidades que circulan alrededor de cada lectora. Es que hay en las maneras de escribir, organizar y hacer el Indiccionario tantas puestas en duda, tantos cuestionamientos de las maneras de pensar y construir conocimientos, que les lectores nos sentimos invitades a ser también escritores de ese proceso: seguirlo, expandirlo, problematizarlo, diversificarlo. Esta manera de escribir e invitar se sitúa desde la misma contemporaneidad que se describe a lo largo y ancho, en las idas y vueltas por las seis entradas: su lugar de enunciación es consecuente con las maneras de pensar y hacer lo contemporáneo. En la mitad del libro, encontramos la entrada sobre “lo contemporáneo”, que funciona como centro para pensar a las demás. Pueden releerse desde este espacio-tiempo tanto las entradas anteriores como las posteriores para comprender su lugar y momento de enunciación. Una escritura colectiva, situada y concentrada en los procesos, lo inacabado, lo colectivo, lo heterogéneo, lo híbrido, lo transdisciplinar, lo performático, la expansividad y la inespecificidad. Lo contemporáneo en general y este indiccionario en particular suceden allí donde las dudas son moneda corriente. Cada afirmación se lee con ese velo que es (hoy-acá-ahora) la manera más honesta de hablar, pensar y hacer. Hay certezas, pero es necesario conversarlas, revisitarlas y comprenderlas desde todos los ángulos y en escrituras colectivas.

LUCÍA FAYOLLE

Es profesora en Letras en Educación primaria, secundaria y superior. Miembro del proyecto de investigación “El archivo como política de lectura. Reformulaciones teóricas y metodológicas en América Latina en torno a Archivos de escritores y artistas”.

La dimensión desconocida (2017), Nona Fernández

NOVELA/HISTORIA
CLARISA LÓPEZ GALARZA

La dimensión desconocida (2017)
de Nona Fernández

     Abrí por primera vez las páginas de La Dimensión desconocida (2016), de Nona Fernández, mientras paseaba por mi librería de confianza. Lo hojeé en busca de algún indicio que me invitara a su lectura. El libro, enseguida, responde a mi llamada. Lo abro al azar, en la página 38: refiere a uno de los casos de estudio con los que insisto desde hace años, el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago de Chile. En medio de mis investigaciones, frecuento la literatura para bucear en nuevas palabras para pensar en la intersección entre las exposiciones de artes visuales contemporáneas y las prácticas de memoria en América Latina, aunque no esperaba una referencia tan clara y directa a los problemas que me ocupan.

     Encuentro aquí -en esta página que el azar me ofrece- tres preguntas que atraviesan este cotidiano: ¿cómo se hace la curaduría de un museo sobre la memoria? ¿Quién elige lo que debe ir? ¿Quién decide lo que queda afuera?

     En este libro, se asoman algunos hilos nuevos desde los que hilvanar estas preguntas. Desde la irrupción de literatura de la generación de lxs hijxs –hijxs de detenidxs desaparecidxs de nuestro continente- los anaqueles de las librerías se pueblan de operaciones múltiples para abordar estos problemas. A partir de puntos de partida muy diversos, construyen un caleidoscopio desde el cual mirar el presente de la memoria en estas tierras. En este caso, Fernández explora las formas de la memoria. Sus estrategias de escritura intersectan datos históricos, deducciones minuciosas, canciones pop, relatos de ficción y su propia biografía. En ese registro entremedio, recolecta elementos de distintos géneros, de la misma manera que yuxtapone materiales de fuentes diversas y los zurce en un relato de restos y de girones.

     Entre el ensayo, de novela y de investigación histórica, se construye un modo de acercamiento al período pinochetista que recupera sucesos y nombres propios con precisión, y marca un sendero posible para narrar otras historias, más pequeñas, más íntimas, más incómodas. Sin embargo, su recorrido va más allá de la pregunta por el qué se narra –es decir, qué hechos, qué protagonistas, qué referentes- para preguntarse por el cómo se narra. Es este sentido de lectura el que nos interesa indagar aquí: ¿qué herramientas, qué brújulas, qué intuiciones se activan para nombrar las violencias de Estado? ¿cómo armamos un relato hecho de restos, de tiempos entremezclados, de palabras no dichas? ¿Cómo le damos una forma, aunque sea provisoria, a una historia cuyos efectos aún arden en nuestros días?

     A partir de la referencia a la popular serie de televisión Twilight Zone, o La dimensión desconocida, Fernández amplía el universo de referencias posibles para acceder a esta etapa penumbrosa. Parada frente al umbral hacia lo desconocido –aquel aparato represivo que se intuye, pero no se ve-, recupera herramientas para iluminarlo, para volverlo inteligible. Vuelve a aquellas fuentes que construyeron su visión de mundo, mientras era una adolescente atravesando los últimos años de la dictadura de Pinochet. Entre ellas, contamos a las revistas críticas (y las imágenes y nombres presentes en ellas), las marchas a la salida del liceo, los actos escolares que repiten coreografías patrióticas hasta el hartazgo; pero fundamentalmente las series televisivas que se daban en el horario de la tarde, los videojuegos, y las canciones canturreadas al pasar hicieron lugar a un modo de ver específico. Este repertorio es una cantera a la que acudir y así cruzar hacia esa otra dimensión, con el deseo de poder nombrar lo que se mantuvo oculto y poner imágenes a lo inimaginable.

     El punto de partida histórico de La dimensión desconocida es 1985. Ese año, Andrés Valenzuela Morales, un agente del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, se presenta en las oficinas de la revista Cauce, una revista de oposición. Frente a la reportera Mónica González, Valenzuela despliega un relato que echa luz sobre los procedimientos represivos llevados adelante por el aparato estatal. Después de su declaración, Valenzuela será trasladado a exhaustiva entrevista con integrantes de la Vicaría de la Solidaridad, una organización que activa acciones sociales y legales a favor de víctimas de la violencia estatal. Posteriormente, abandonará Chile para exiliarse en Francia, bajo la protección de la Vicaría y otros organismos internacionales. Su testimonio abre el umbral para pasar del otro lado: es una hendija desde la cual indagar en la dimensión desconocida, una masa informe sin tiempo y espacio, habitada por los perpetradores. Una dimensión desconocida pero cercana, “un mundo escondido desde siempre por el viejo truco que nos hace correr la mirada hacia otro lado. Un territorio vasto y oscuro, que parece lejano, pero que se encuentra tan cerca como la imagen que nos devuelve a diario el espejo”.

     Mientras escribo esta reseña, vuelvo una y otra vez al volumen Teatros de la Memoria (1997) de Raphael Samuel. El programa de esta publicación se propone examinar los modos de relación entre el pasado y el presente, más allá de las formas y los documentos de la Historia. Explora nuevos territorios que parecieran alejados de los cánones historiográficos; por ejemplo, las exposiciones de artes visuales, las películas, la televisión, los rituales escolares, la literatura, la moda, entre otros. Samuel vislumbra diálogos entre las formas de la memoria, la disciplina histórica y las prácticas culturales: sus procedimientos de vinculación con el pasado son muy semejantes. Entre ellos, circulan modelos, figuras y percepciones que conforman un sustrato para la imaginación del pasado. En otras palabras, se trata de territorios limítrofes cuyas fronteras resultan borrosas. La memoria, las prácticas artísticas, los productos de los medios masivos de comunicación pueden colaborar a articular sentidos sobre el pasado. En una operación de montaje de elementos dispares, Fernández cartografía una época, echa mano de los recursos disponibles para imaginar los actos, los gestos mínimos, los rituales cotidianos, los cuidados afectivos que nos sostienen en el día a día de esas circunstancias trágicas.

     A partir del ejercicio exhaustivo del recuerdo y de la observación minuciosa de imágenes, Fernández encuentra el lugar en donde se intersectan todas las experiencias: la pantalla. Ella nos permite, por ejemplo, fabricar ilusiones y situarnos al lado de quienes ya no están para entablar conversaciones, en un procedimiento similar al que Lucila Quieto utiliza en Arqueología de la Ausencia. En este ensayo fotográfico, Quieto proyecta diapositivas de su madre y su padre, detenidxs desaparecidxs; y luego se ubica entre la cámara y la imagen proyectada. En este artificio, los tiempos se pierden, se unen, se confunden. 

     Para escarbar en la dimensión desconocida, las imágenes se vuelven compañeras. En el ejercicio de relatar los múltiples hilos que unen a Valenzuela con su propia biografía, Fernández vuelve a las imágenes para imaginar lo que no se narra en los libros de historia o en las salas de un museo. Toma prestados modelos y personajes para ocupar de palabras los huecos que dejan los documentos del pasado. Cada vez que la información documental escasea, un episodio de Twilight Zone acude en nuestro auxilio para iluminar algún aspecto de la narración, pero también, para imaginar aquello que habitualmente no es el foco de la atención disciplinar: el cotidiano de quienes fueron secuestradxs, inundado de gestos y acciones mínimas. Las referencias al universo televisivo acuden en nuestro apoyo, también, para gestionar el dolor que produjo y produce el despojo. Su narración construye la valentía de una estrella fugaz que pasa por sobre el cielo de un centro clandestino de detención para acompañar a Alonso Gahona, también conocido como Yuri, un detenido con apodo de astronauta soviético.

     Para Fernández, las imágenes también pueden ser un territorio de certezas desde el cual comenzar la expedición, y un sitio al que volver para buscar nuevos puntos de partida. Las imágenes, en estas páginas, son indicios que se repiten una y otra vez esperando a que alguien los descifre. La propia historia personal de la autora se encuentra atravesada por ellas: “he dedicado gran parte de mi vida a escrudriñar estas imágenes. Las he olfateado, cazado y coleccionado. He preguntado por ellas, he pedido explicaciones. He registrado sus esquinas, los ángulos más oscuros de sus escenarios. Las he ampliado y organizado intentando darles un espacio y un sentido. Las he transformado en citas, en proverbios, en máximas, en chistes. He escrito libros, crónicas, obras de teatro con ellas (…) He investigado en ellas hasta el aburrimiento, inventando o más bien imaginando lo que no logro entender. Las he fotocopiado, las he robado, las he consumido, las he expuesto y sobreexpuesto. He saqueado cada rincón de ese álbum en el que habitan buscando las claves que puedan ayudarme a descifrar su mensaje. Porque estoy segura de que, cual caja negra, contienen un mensaje”.

     Pensar en imágenes es una de las expresiones más visitadas por los estudios curatoriales, que se ocupan de pensar los modos a partir de los cuales las exposiciones construyen sus relatos. En La dimensión desconocida, la historia se narra a partir de montajes, de yuxtaposiciones de elementos que encajan incómodamente entre sí. En sus pliegues encontramos préstamos, desplazamientos, apropiaciones provenientes de otros campos. En su discurrir entre tiempos, mapea un terreno que escapa a las diferenciaciones entre lo real y lo ficcional. Se traza un recorrido que siembra nuevas preguntas sobre las formas y los procedimientos de la memoria, a la vez que vuelve posible el acceso a un registro de la experiencia que permanece, aún, ajeno a las salas de museo.

La dimensión desconocida ha sido comentado en Revista Guay, lxs invitamos a leerla en el siguiente link https://revistaguay.fahce.unlp.edu.ar/index.php/2019/07/18/la-dimension-desconocida-de-nona-fernandez/

CLARISA LÓPEZ GALARZA

Es profesora en Historia de las Artes y doctoranda por la Facultad de Artes (Universidad Nacional de La Plata). Es docente de la cátedra Arte Contemporáneo, de la misma casa de estudios. Cogestiona Cortapluma estudio, dedicado a las artes y los oficios. Desempeña tareas en el archivo de Arte correo y comunicación a distancia del Centro de Arte Experimental Vigo.

Los dueños de la tierra (1958), Viñas

NOVELA/HISTORIA
MARTÍN OBREGÓN

Los dueños de la tierra (1958)
de David Viñas

     Los dueños de la tierra es una novela emblemática. Pocas obras expresan tan cabalmente lo que desde mediados de los años ´50, bajo el influjo del existencialismo sartreano, se entendía como una literatura comprometida políticamente. Son los años de Contorno, cuando irrumpe una generación literaria a la que “escribir bien” le importa mucho menos que escribir para transformar la realidad.

     Si los textos de Viñas pueden leerse, como sostiene Piglia, como un gran texto único, como un inmenso fresco balzaciano cuyo objetivo es narrar la violencia ejercida a lo largo del tiempo por las clases dominantes, no cabe ninguna duda de que estamos frente al más representativo de todos.

     Los dueños de la tierra es la cuarta novela de David Viñas. Fue publicada por primera vez en 1958. Las grandes huelgas de la Patagonia y los fusilamientos de peones rurales a manos del ejército, a fines de 1921, constituyen su tema central. Este episodio de la historia argentina, silenciado durante décadas, funciona como un punto de partida para desplegar la ficción y tematizar la violencia oligárquica.

     La novela comienza con una cita de Martínez Estrada: “La tierra es la verdad definitiva, es la primera y la última: es la muerte”. El epígrafe, tomado de Radiografía de la pampa, salda una deuda intelectual, pero también sugiere la necesidad de una radiografía de otro tipo, que contribuya a visibilizar y comprender, a partir de la literatura, los mecanismos que perpetúan la dominación de clase.

     Una radiografía, entonces, pero también una genealogía, ya que esa dominación y esa violencia están enraizadas en el tiempo. A poner de manifiesto esa continuidad histórica apuntan las tres secuencias iniciales de la novela, agrupadas en una especie de introducción. La primera de ellas está ambientada en 1892 y describe una matanza de indígenas en los años finales de la “campaña del desierto”. El protagonista de ese primer apartado se llama Brun (en clara alusión a los Braun Menéndez, grandes terratenientes de la Patagonia) y lo único que le interesa, más allá de los métodos que se empleen para conseguirlo, es “que toda la tierra quede limpia, lista para empezar a trabajar”. En la novela, el personaje de Brun será, casi treinta años más tarde, el portavoz de los estancieros en el contexto del conflicto con los trabajadores rurales. A través de este personaje, Viñas establece con claridad el nexo entre las dos masacres.

     La segunda secuencia transcurre en 1917. Ha pasado un cuarto de siglo y Brun, ya convertido en uno de los grandes terratenientes de la zona, habla con Gorbea, uno de sus capataces. Este pasaje tiene dos objetivos centrales: señalar tanto el auge de las exportaciones de lana en tiempos de la guerra europea como la desconfianza que genera en los estancieros la figura de Yrigoyen, un hombre que no sabe muy bien cómo manejar las cosas y que por eso mismo “tira por aquí y tira por allá”, tratando todo el tiempo de encontrar un punto de equilibrio.

     La tercera y última secuencia de esta introducción, Viñas la ubica tres años más tarde, en 1920. La voz la tienen ahora las clases subalternas. Un grupo de peones reunidos en un barracón, entre los que se destaca uno apellidado Soto, discuten la estrategia a seguir frente a la caída del poder adquisitivo de los salarios y el agravamiento de las condiciones de trabajo. Estamos en las vísperas de las grandes huelgas de la Patagonia y falta poco para que entre en escena el protagonista central de la novela.

     Vicente Vera, el joven abogado radical a quien Yrigoyen designa como mediador, soñaba con un destino europeo, no con uno patagónico; sin embargo, no puede rechazar el pedido del presidente, por lo cual viaja al sur y a las pocas semanas, luego de escuchar a las partes en conflicto, consigue que se firme un acuerdo entre los estancieros, representados por Brun, y los trabajadores rurales, liderados por Soto.

     Satisfecho por haber concluido con éxito la misión que se le había encomendado, Vicente Vera decide, antes de regresar a Buenos Aires, cruzar a Chile y tomarse unos días de vacaciones en Punta Arenas, en compañía de Yuda Singer, una joven judía que ha conocido en el viaje y que simpatiza vagamente con las ideas anarquistas. Sin embargo, un telegrama enviado por Brun desde Río Gallegos, anunciándole que “los obreros se han sublevado”, lo obliga a retornar a Santa Cruz, donde se encuentra con un panorama totalmente diferente, signado por la intransigencia de los patrones y la intervención del ejército.

     En las novelas de Viñas, donde lo que prevalece es la denuncia de la realidad política y social, los personajes suelen ser arquetípicos. Este es el caso de Vicente Vera, que simboliza con toda claridad la política de conciliación de clases del yrigoyenismo. “El presidente quiere gobernar para todos los argentinos, mantener un equilibrio, una armonía”, le hace decir Viñas al protagonista central de su novela ni bien llega a la Patagonia.

     Si la primera parte de la novela (hasta el telegrama de Brun) apunta a resaltar la confianza de Vera en las instituciones de la democracia liberal y en el rol del Estado como garante de los acuerdos entre los diferentes sectores de la sociedad, todo lo que sigue está destinado a poner de manifiesto el carácter ilusorio de esas expectativas y el fracaso de la política de conciliación de clases.

     De regreso a Santa Cruz, Vera no oculta su desconcierto ante una situación que ya no es capaz de controlar. Mientras la violencia oligárquica, que encuentra en el ejército su brazo ejecutor, avanza a paso redoblado, el joven abogado radical seguirá dudando. Vacilante y contradictorio, Vicente Vera es el fiel reflejo de los límites y las claudicaciones del radicalismo. Cuando finalmente toma conciencia de lo que está ocurriendo y decide ponerse del lado de los obreros, ya es demasiado tarde para evitar el trágico desenlace.

     Como ha señalado Piglia, uno de los núcleos centrales de la narrativa de Viñas gira en torno a la tensión que se verifica “entre la violencia ejercida por las clases dominantes y las representaciones simbólicas que el propio liberalismo ha construido a partir de esa historia sangrienta”. Por eso se impone, para una literatura comprometida políticamente, la tarea de desmontar esas operaciones discursivas y desenmascarar todos los mecanismos de censura y ocultamiento. Los fusilamientos de peones rurales en la Patagonia a comienzos de los años veinte, silenciados durante décadas (a excepción de La Patagonia trágica, el libro de José María Borrero, no se había publicado prácticamente nada sobre estos hechos) constituían un tema ideal para que Viñas ejercitara lo que Adolfo Prieto definió como una “prosa muscular”, singularmente apropiada para describir situaciones en que “la violencia estalla por debajo de la piel”.

     Sin embargo, para David Viñas, los sucesos de la Patagonia tenían, además, otras implicancias, vinculadas con la propia historia familiar, ya que había sido su padre, Ismael Viñas, el juez letrado enviado por Hipólito Yrigoyen para encontrarle una solución al conflicto. Al asignarle al personaje de Vicente Vera un conjunto de rasgos característicos de una clase media que desprecia (como buen “contornista”) y de una cultura burguesa que rechaza, Viñas ajusta cuentas con su padre (como buen “parricida”) y con un pasado familiar del cual necesita tomar distancia.

     A ese distanciamiento contribuye, en Los dueños de la tierra, la protagonista femenina, Yuda Singer, quien a lo largo de toda la novela aparece como una especie de conciencia lúcida (la del propio autor) que intenta, de manera infructuosa, abrirle los ojos a Vicente Vera. En algunos pasajes, esa función se pone de manifiesto de manera explícita, casi pedagógica, como cuando Yuda le dice a Vicente que el suyo es “un partido de señoritos que por un lado se derriten por los verdaderos señoritos y que harían cualquier cosa por imitarlos y ser igual a ellos, y que por otro lado se enternecen con los que están abajo”. Nuevamente, Viñas se expresa a través de Yuda, cuya voz se levanta para denunciar las contradicciones inherentes a un partido policlasista como el radicalismo.

     Publicada a fines de 1958, cuando comenzaban a esfumarse entre los intelectuales de Contorno las esperanzas cifradas en la experiencia frondizista, la novela de Viñas también da cuenta del estado de ánimo de toda una generación que, al advertir que la democracia liberal se mostraba impotente frente a la violencia de las clases dominantes, se irá alejando poco a poco de un horizonte reformista para sumarse a las filas de una izquierda cada vez más antiliberal. Poco tiempo después, la Revolución Cubana resultará decisiva para la profundización de ese giro que ya se venía insinuando en el interior del campo intelectual.

     A lo largo de toda su obra posterior, Viñas no hará más que profundizar su objetivo inicial de explorar la historia argentina a través de la literatura, volviendo recurrentemente sobre los mismos ejes que ha señalado Halperín: “la afirmación del estado nacional en el territorio como empresa militar y de conquista” y “la individualización de un otro que requiere ser marginado y, en el límite, exterminado”. Lo que comenzó en 1955 con Cayó sobre su rostro, su primera novela, y alcanzó su mejor formulación con Los dueños de la tierra, continuará con Hombres de a caballo (1967) y más tarde con Cuerpo a cuerpo (1979), su novela del exilio, donde la violencia oligárquica alcanzará, durante la última dictadura, su estadío más cruento. Tanto por su proyecto literario, tan vasto como ambicioso, como por la influencia ejercida sobre varias generaciones de intelectuales, el nombre de David Viñas resulta insoslayable al momento de vincular la literatura con la política.

MARTÍN OBREGÓN

 

Es Profesor en Historia y docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP.

¿Qué hacemos con Menem? (2021), Touzon y Rodríguez

ENSAYO/HISTORIA/PERIODISMO
DIEGO LABRA

¿Qué hacemos con Menem? Los noventa veinte años después (2021)
de Martín Rodríguez y Pablo Touzon

     “Nombrar a Menem siempre fue, y es, entrar en problemas”, escribe sobre el final del libro Martín Rodríguez, y al leerlo sentimos un ligero espasmo en el brazo derecho, como si este quisiese moverse solo. Si los setentas se sienten aún tan presentes, qué decir de los noventas que de una u otra manera vivieron (vivimos) prácticamente cada persona que hizo clic para llegar acá.

     Desde la primera oración de la presentación, Rodríguez y Pablo Touzon reconocen tomar por objeto una década sobreinterpretada, por la cual mucha tinta ya se ha vertido. Que existe enredada en una miríada de imágenes compartidas y sentidos comunes: del “no los voy a defraudar” al “yo no lo voté”, con paradas intermedias en los indultos, Norma Plá, Punta del Este, Videomatch, los Todos por $2, el desempleo, la marginalidad y la promesa de viaje estratosféricos ¿Te imaginas si hubiesen existido los memes en los noventa? 

     Por eso, los compiladores abjuran del “falso malditismo político” y meten un libro entero en la llaga del “tabú Menem”, escapando hacía delante de la opacidad y cerrazón que ha venido a connotar ese palíndromo que no será nombrado, incluso dentro de la academia. “Yo tampoco lo voté” ¿Y quién lo hizo entonces? ¿Por qué?

     Si bien su concepción original como un dossier de la revista digital Panamá tuvo motivación en la efeméride, se puede leer en el libro una clara interlocución entre ese pasado reciente y un presente que parece ya tan lejano. Un año argentino equivale a siete de un “país normal”, esa entelequia favorita de periodistas anti y hastiados comentaristas de redes sociales. 

     En el primer capítulo, escrito por Touzon, los noventas y el cuatrienio 2016-2019 son enfrentados como quien pone una cámara frente a una pantalla y ve una espiral torcerse hasta el infinito en el rebote de la luz. Lo mismo ya había hecho Rodríguez en lo que resultó un salvo inicial, “Menem: un busto ahí”, esa columna de opinión publicada en La Política Online promediando el mandato de Macri que sobrevuela todo el libro en forma de citas y alusiones. Si algo vino a corroborar por enésima vez el gobierno de Cambiemos es que la piedra en el camino, el nudo gordiano en que los argentinos vivimos nuestra vida entera sigue siendo ese mismo ¿Y ahora qué hacemos? Podemos empezar por animarnos a correr el velo, y enfrentar lo que podría desagradarnos en el espejo.

     Las tres partes en que se organiza el libro, a grosso modo, encaran el problema desde tres ángulos diferentes. La primera y más larga, “El peronismo del fin de la historia”, se concentra en lo político (e histórico). Después de Touzon, José Natanson ensaya una relectura de la tecnocracia cavallista, Tomás Borovinsky, Federico Zapata y Camila Perochena sacuden un poco, cada uno por su lado, el lugar en la historia que se le ha atribuido a los noventas de Menem. Mientras que Luciano Chiconi, Cristian Navarrete y Walter Fresco (a quien se dedica el libro), hacen lo mismo interrogando su lugar dentro del movimiento, a partir de una revisión de las podadas ramas del árbol genealógico peronista.

     La segunda parte, “Contra Menem estábamos mejor”, se ocupa de lo sociocultural. Mariano Schuster y Lorena Alvarez, por separado, se sumergen en los avatares de la cultura que se identificaba como progresista antimenemista. Que la producción cultural se encare desde la oposición, desde el contra, es una decisión acertada. En Argentina, ésta siempre se dice comienza ahí, y termina donde se paran sus guardianes intelectuales, sean de derecha o de izquierda. Más allá no hay cultura, hay otra cosa. Esa grasa que te queda en las manos después de comer pizza con champán. 

     Fernando Rosso parte el libro al ofrecer una excepción, un texto que por volver a referir a esos noventas como un bloque monolítico nefasto se lee un poco panfletario. Como algo que siento escuché alguna vez de la boca de un militante que pidió permiso para pasar por el aula.  Del otro lado, Matías Matarazzo, en uno de los escritos originales del volumen, que no pasó por Internet, recala sobre la poesía y los poetas de los noventa a partir del caso de la influyente editorial bahiense Vox. Esos libritos objeto que llegaron a mis manos en mi paso adolescente por talleres literarios.

     Una conexión poética. Leyendo la solapa del libro me enteré que Rodríguez fue él mismo un poeta de los noventa, explicando por fin de dónde venía esa música que tienen sus textos, esa facilidad para evocar la imagen justa.

     Quizás sea por ese norte literario, quizás por el origen común digital a la mayoría textos, pero en contraste con otros ejemplos del “género Siglo XXI” (mayormente producto de congresos disciplinares, PICTS mancomunados y tesis doctorales), este libro hace gala de una escritura más libre, sin por eso perder espesor conceptual. Más bien todo lo contrario. Con pocas citas que hagan de loma de burro, los autores se sueltan en clave más ensayística. Escuche proponer a una colega que el ensayo es la forma nativa y superadora del pensamiento latinoamericano y acá se encuentran buenos argumentos para ellos.

     La segunda parte la cierra Carolina Pellejero con una pregunta: ¿Qué estabas haciendo en los noventa? Su relato es el más autobiográfico en un libro que está manchado entero por referencias propias y fotos de época. En la diversidad confesional que hace a quienes aquí escriben (“peronistas, kirchneristas, liberales, troskistas, aceleracionistas, cristianos y socialdemócratas”), hay un ímpetu compartido en blanquear los propios noventa. “Revisar a Menem es revisarse”, cierra en itálicas la presentación.

     Algo del “yo lo viví, pibe” que por primera vez nos alcanza a los clase ochentaypico. Recuerdo que en una de mis primeras clases universitarias un profesor planteó el debate sobre la posibilidad de hacer “historia reciente”. O, si como dice Luis Alberto Romero, sería mejor dejar pasar el tiempo para que los hechos, que los cuerpos, se enfríen. En aquel momento, recuerdo haber pensado que por supuesto que se podía hacer. Hoy, un poco dudo. Pero es igual de cierto que es muy sano el blanqueo del lugar desde el que se habla, tan en boga dentro de las humanidades. Un compromiso contraído tras el mazazo posmoderno al busto de la objetividad. En este sentido, este no pretende ser un libro de Historia, sino de nuestra historia. Un ejercicio casi terapéutico de revisar nuestro presente a partir de nuestro pasado.

     La veta biográfica también parece hacerse presente por necesidad misma del objeto, porque esa década fue nuestra “educación sentimental”. Los noventas “están en las cosas” y adentro nuestro también. La globalización implacable del comercio oficiada por la paridad cambiaria y la erosión de barreras arancelarias transformó irrevocablemente a las industrias (culturales o no). Y, especialmente, a nuestros hábitos de consumo. Si se hacía silencio durante los noventa, se podía escuchar el tecleo furioso de Beatriz Sarlo escribiendo una desesperanzada columna contra el hedonismo de la época. Veinte años después, nunca fue más claro que ya no alcanza con leer Para leer al Pato Donald. Con pintarle cuernitos a Ronald McDonald y cantar Mickey Mouse, go home!

     Este problema permea todo el libro y se derrama en una tercera parte ocupada con lo socioeconómico, “Si Alfonsín está en el bronce, Menem está en las cosas”, la cual recorre la distancia que va del consumo cultural a la cultura del consumo. En este excelente sprint final, encontramos una reflexión de la historia trunca del neoliberalismo argentino por Alejandro Galliano, una mirada impasible de Florencia Angilletta sobre la clase media que nació y sobrevivió al calor de las transformaciones económicas y productivas que luego piensa Ernesto Semán. Cierra el círculo el mismo Rodríguez, quien encara el consumo como “derecho de masas”, ese nudo gordiano de la “Argentina imposible”, como un problema político. 

     En esta última parte, y particularmente en los textos de Angilletta y Rodríguez, es donde se explicita la hipótesis más incómoda del libro: cierta continuidad de los noventa por otros medios durante la década kirchnerista, que encontró en ese derecho al consumo, ya sin “uno a uno” pero eventualmente con soja récord y dólar barato, subsidiado, un componente clave de su épica. Un fantasma con el que se prefiere convivir sin nombrarlo. 

     Con el Turco aprendimos que “nos merecemos el mundo”, como escribe Rodríguez, y al genio de ese deseo no se lo puedo volver a meter dentro de la botella de Coca- Cola. Así por lo menos lo evidencian las fotos que posteaste en Instagram de tus vacaciones afuera, o ese smartphone ensamblado con partes importadas que se ha convertido en el bien suntuario accesible a todas y todos, en un país donde hay casi tantos como hay personas.

     En este sentido, ¿Qué hacemos con Menem? no viene a proponer soluciones sino a, como escribí al comienzo, invitarnos a mirarnos, intenso, en el espejo. A que se deje de poner un filtro en la foto de lo que somos y nuestros problemas. Estos son textos que claramente están buscando pelea, que te increpan a que levantes el guante. Que haya saltado de los bits al papel significa que van por buen camino. Mientras tanto, nos seguimos preguntando quién será el Alejandro Magno que corte el nudo con su espada.

DIEGO LABRA

Es profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito mayormente sobre industria editorial, tanto publicaciones periódicas como historieta. Posee un interés omnívoro sobre todos los aspectos de la cultura masiva.

Los muchachos del Zinc (2016), Alexiévich

NOVELA/HISTORIA
MARTÍN BENÍTEZ

Los muchachos del Zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán (2016)
de Svetlana Alexiévich

         “El pueblo está humillado, está empobrecido. Y eso que hace nada Svetlana éramos una gran potencia. A lo mejor es que no lo éramos, pero nos creíamos que lo éramos por nuestro número de misiles, de tanques, de bombas atómicas. Estábamos convencidos de que vivíamos en el mejor país, en el más justo. Usted acaba de decir que vivíamos en otro país, terrible y sanguinario. ¿Quién la va a perdonar? Ha pisado donde más nos duele en lo más profundo…”.

 

     Este libro propone una mirada crítica y cruda de la Guerra de Afganistán. Una visión reveladora que expone lo que el Estado soviético intentó ocultar durante la década que duró el conflicto armado. Para ello, Svetlana Alexiévich, en su búsqueda inclaudicable de las voces ocultas, apagadas, desterradas, recurre a las fuentes primarias, directas, a la oralidad de las y los protagonistas de los hechos: soldados de distintos rangos, trabajadores de la salud, familiares, anónimos, quienes al calor de sus memorias impregnadas de dolor y tragedia dan forma y sustento a la obra de la autora bielorrusa, permitiéndonos ver un rostro oculto de la URSS del momento, aquel Estado omnipresente y omnipotente, concentrador y censurador al interior de su sociedad.

    Estas “voces soviéticas de la Guerra de Afganistán”, mediante un relato crudo, auténtico, realista, nos introducen por supuesto a la narración del conflicto desde una mirada atenta e inquieta, pero también nos permiten adentrarnos, conducirnos en esa URSS de los `80, de cambios, de aperturas, de una transición de la cual era imposible prever sus consecuencias finales.

 

                                                                                                                            *       *       *

 

     La autora demuestra con su inteligible pluma que los trágicos acontecimientos de la guerra en Afganistán desnudaron la rigidez política y la censura de las que había impregnado el Estado soviético a sus diferentes capas sociales. Asistimos a un proceso bélico que desenmascara la vigencia del Estado concentrador en tiempos de Leonid Brézhnev, quien da el puntapié inicial de la guerra, y que comienza a erosionarse y develar su rostro a partir de la apertura sociopolítica y económica que intentó Mijaíl Gorbachov, quien finiquitó la aventura en tierras afganas.

     Fueron justamente las políticas implementadas por este último las que dejaron al descubierto ante su propia ciudadanía a un Estado totalizante, cooptado por un Partido Comunista que, de acuerdo a Claude Lefort en su “Décomposition du totalitarisme”, se encuentra vacío en su interior y solo le interesa su propia permanencia en el control.

     Alexiévich consigue con sus lectores una conexión maravillosa, un viaje desde su representación del proceso en particular que ella trabaja, que nos lleva y deposita en un mundo mucho más amplio y abarcador. Nos impregna de una visión del contexto general de la URSS de los años 1979 a 1989 desde los planos socioculturales, políticos y económicos. Una travesía que inició con una URSS hegemónica y dominante y finalizó en vísperas de su disolución.

     En los inicios del conflicto, los medios de comunicación, la TV, la radio, el sistema educativo, no revelaban al pueblo soviético el verdadero rostro del conflicto, sus intereses. Por el contrario, el legado estalinista perduraba, continuando la propaganda estatal de tinte romántico, épico, que se aprovechaba del consolidado patriotismo ciudadano y de la fidelidad ideológica compartida.

 

          “Siempre nos inculcaron que los que hacen las guerras son unos bandidos; nosotros seríamos los héroes a los que todos estarían agradecidos. Recuerdo bien las pancartas: ´Soldados, reforcemos las fronteras del sur de nuestra Patria´, ´Mantengamos bien alto el honor de nuestra formación militar´, ´Qué florezca la Patria de Lenin´, ´Gloria al Partido Comunista…´ 

                                                                                               

                                                                                                                                                                              Teniente primero, jefe de escuadra”

 

     Y como parte también de este modelo de Estado, dotado de un poder omnipotente, disciplinador, cubrió con su manto a una sociedad que, por ende, calló mientras continuó con sus vidas cotidianas, estructurando complicidades y silencios hacia su interior. Los ataúdes de zinc transportados en los “tulipanes negros”, que regresaban con asiduidad de tierras afganas, representaron fielmente la esencia de este poder…una cavidad sellada herméticamente que contuvo más que un cadáver solamente, ocultando también indicios, registros de una realidad negada, obviada.

     Los sobrevivientes del conflicto bélico terminaron en muchos casos suicidados, con problemas psicológicos, mutilados, con enfermedades tales como hepatitis o malaria, con adicciones. Sus esposas, sus madres, no los reconocían tal como eran, ya no eran sus hijos, hijas, esposos, esposas, eran sus cuerpos, pero sus almas y mentes se habían trastocado.

 

“Sé que me encontrará y me pedirá perdón. Pero, ¿quién se lo pedirá a él? ¿Quién se lo pedirá a todos los que estuvieron allí? ¿A todos los que quedaron destrozados y rotos? Y no hablo de los mutilados…Y que nadie me diga que aquella guerra se ha acabado. Un hálito de polvo cálido en verano, el centelleo del agua muerta, el olor penetrante de las flores secas… Son como un golpe en la sien… Nos seguirá persiguiendo durante toda la vida.

                                                                                                                                                                                                                                       Enfermera”.

 

     Vivieron una experiencia traumática a partir del abandono del Estado soviético en tierras afganas, traducido en falta de insumos médicos, comestibles, de adecuada indumentaria de combate; y los que tuvieron la fortuna de regresar a su nación, su suerte no fue demasiado distinta. La guerra devolvió sus propias miserias y visibilizó otra realidad, una que estaba mutando, modificándose, traduciéndose en la incomprensión de aquel país que los despidió con honores y al que tuvieron que volver bajo una mirada completamente distinta: un juzgamiento moral traducido en acusaciones tales como “invasores”, “asesinos”, “inmorales” que fue una carga, para algunos, imposible de soportar.

 

“Cuando regresamos de la guerra comprendí que fuimos inútiles, ya lo dijo Borís Slutski. Llevo en mi sangre la tabla periódica de Mendeléiev…La malaria me sigue atacando de vez en cuando… ¿A santo de qué? Nadie nos esperaba…Allí nos animaban: “Acelerarán la Perestroika, agitarán las mentes dormidas. Removerán el pantano! Regresamos…No nos dejaban entrar en ningún sitio…

                                                                                  

                                                                                                                                                                                                             Sargento, fuerzas especiales”

 

     Al regresar, sobre todo luego de 1986, tiempos de Glasnost y Perestroika, ya no se comprendía el verdadero propósito de Afganistán. Allí, la mirada romántica propuesta por el Estado se fue cerrando; ahora era considerada una guerra de deshonra, de tinte colonial, imperial, un error político, donde más de 2.000.000 de afganos murieron, entre ellos cientos de miles de civiles. 

 

“…realmente ¿era necesario que nosotros, los soviéticos, estuviésemos en Afganistán? ¿Qué papel teníamos allí: el de ocupantes o el de los amigos “soldados internacionalistas”? Las respuestas siempre son las mismas: nadie nos había invitado, el pueblo afgano no quería nuestra ayuda. Y por mucho que pese reconocerlo, éramos ocupantes.

 

A. Masiuta, madre de dos hijos, mujer de ex soldado internacionalista, hija de un veterano de la Gran Guerra Patria”

 

     Afganistán significó un quiebre en la moral del Estado y la sociedad soviética. Accionando a modo de parteaguas en la estructura de una nación que, de la mano de la asunción al poder de Mijaíl Gorbachov, estaba en pleno proceso de transición en cuanto a sus características basales. Esto se reflejó en la dualidad de los tiempos soviéticos de la década del `80 con los cambios propiciados por los reformistas que tomaron el control estatal. En la transición entre ambas realidades, Gorbachov, osado en su arrojo reformista, gestó sus políticas aperturistas a partir de la Perestroika y la Glasnost, que expresaron lo contrario a Afganistán, a los tiempos de Brézhnev y a sus antecesores en el poder, a un Estado de silencios, de secretismo. Fue un quiebre de resultados y consecuencias impredecibles en su momento. 

 

“Aquí todo se puso del revés…Entre nuestra gente…Nos habíamos ido de un país que necesitaba esa guerra y regresamos a un país que no la necesitaba. Nuestro socialismo se está derrumbando y no estamos para construirlo en el quinto pino. Ya nadie cita a Lenin ni a Marx. Nadie se acuerda de la revolución mundial. Adoramos a otros héroes…A los granjeros, a los empresarios…Los ideales son otros: mi casa es mi fortaleza…Pero a nosotros nos habían educado con los ejemplos de Pavka Korchaguin…De Merésiev…Sentados alrededor de una hoguera cantábamos: “Antes piensa en la Patria y después en ti”. Pronto seremos el hazmerreír de todos. Nos usarán para asustar a los niños. No nos quejamos de no haber recibido lo merecido…De que no haya medallas para nosotros…Nos borraron como si no existiéramos. Caímos entre las piedras del molino… 

                                                                                                                                                                                                                                                                       Empleada”

 

     A partir de Gorbachov, se liberalizaron las bocas y se visibilizaron temas prohibidos, conceptos distintos, visiones diferentes. Los muchachos de zinc describe la década afgana soviética y, a través de ella, nos permite captar la dinámica de lo que a la postre fue la descomposición del mundo soviético.

MARTÏN BENITEZ

Es profesor en Historia egresado de la Fahce (UNLP) y estudiante avanzado de la Licenciatura en Historia en la misma casa de estudios. Docente de enseñanza media. Siempre atento e interesado en el estudio de la Historia Contemporánea.

Exposición Novísima 50 (+1) +1 (1969 – 2021)

MUESTRA/POESÍA/ARTE
ROGELIO ROSADO MARRERO

Exposición Novísima 50 (+1)+1 (1969-2021)
de Edgardo Vigo

Exposición Novísima 50 (+1) +1: miradas y replanteamientos sobre el proyecto estético de la “Nueva Poesía”

     La exposición Novísima 50 (+1) +1 es, como bien señalan Ana María Gualtieri, directora del Centro de Arte Experimental Vigo, y Julia Cisneros, investigadora y curadora de la muestra, un merecido homenaje a la Exposición Internacional de Novísima Poesía, la cual fue organizada por el artista platense Edgardo Antonio Vigo en el Instituto Torcuato Di Tella en el año de 1969. Dicha muestra, que estuvo expuesta desde el 13 marzo hasta el 13 de abril de 1969, llegó a contar con la participación de 132 artistas de diferentes países, tanto de América como de Europa. En ese sentido, la selección cuidadosa de los diversos materiales que componen Novísima 50 (+1) +1 no solo conmemora ese evento trascendental para el universo estético argentino, sino que además nos permite observar y analizar los distintos mecanismos visuales que ayudaron al devenir de un nuevo tipo de arte y poesía latinoamericana. Por ello, como veremos más adelante, esta muestra-homenaje busca establecer en el espectador una mirada crítica distinta sobre los procesos de experimentación visual que se gestaron tanto en América como en Europa a finales de los años sesenta y principios de los setenta.   

     Ahora bien, el recorrido virtual de Novísima 50 (+1) +1 inicia con un pequeño texto de Jorge Santiago Perednik. Las ideas del poeta y ensayista argentino giran en torno al proceso de experimentación artística. Ante la pregunta clave ¿qué es lo experimental dentro del arte y la poesía?, Perednik afirma que la experimentación estética tiene mucho que ver con nuestra manera de repensar los límites; es decir, reconocer dónde termina una forma convencional de arte y dónde comienza una propuesta distinta e innovadora del propio arte. De tal manera que el proceso de experimentación estética termina siendo, más que nada, una “invitación” a considerar las cosas desde otra perspectiva; lo que propicia que el límite mismo que separa a lo convencional de lo novedoso actúe como una “zona de encuentros y desencuentros”. 

     Esto último resulta ser muy trascendental, ya que plantea un acercamiento estético diferente. Recordemos que cada una de las propuestas artísticas que integraron la Exposición Internacional de Novísima Poesía buscaba establecer en el espectador un desajuste radical de sus horizontes de expectativas (el denominado concepto de “extrañamiento” propuesto por el formalista ruso Viktor Shklovski). En otras palabras, los objetos seleccionados para la exposición organizada por Vigo daban muestras de que el proceso de experimentación radical estaba fuertemente vinculado con el despertar de una consciencia crítica por parte del receptor. De ahí que la gran mayoría de las obras tuvieran como principal enfoque la participación activa con el espectador. Situación que fue respaldada por el mismo artista argentino en su libro De la poesía/proceso a la poesía para y/o a realizar (1969): “Es en el poema/proceso que nos encontramos con una toma de consciencia de este fenómeno (la participación), desencadenando ‘imágenes poéticas’ por medio de ‘claves’ (palabras, imágenes visuales, objetos) que permiten el agregado de otros elementos heterogéneos o el quite de algunas de las mismas por un participante activo que pasa de recreador (interpretación de la cosa) a creador (modificante de la imagen)”. 

     Esta visión estética propuesta por Vigo se adecua perfectamente a cada uno de los elementos que constituyen la Exposición Internacional de Novísima Poesía. De una u otra manera, los diversos mecanismos visuales empleados por los autores tuvieron como eje central la participación activa de los espectadores (algunos con una mayor involucración del sistema motriz que otros). Por consiguiente, resulta destacable el hecho de que el artista platense haya denominado a la participación activa del receptor como un “fenómeno”. Esto último se debe, en gran medida, a que la participación del espectador no se queda únicamente en la realización de una determinada acción; por el contrario, toda acción realizada por el receptor debe estar íntimamente ligada a una reconfiguración radical de los horizontes de expectativas (el despertar de una conciencia crítica). Así, independientemente de la materialidad plástica de los objetos, la importancia de la Exposición Internacional de Novísima Poesía radicaba en la conformación de nuevos esquemas de lectura crítica: percibir a los objetos como elementos que rompen con las convenciones estéticas preestablecidas por la tradición.       

     Pasando directamente al recorrido virtual Novísima 50 (+1) +1, nos parece adecuada la estructura planteada por la curadora Cisneros (y que replica gran parte de la distribución organizacional que se propuso para la Exposición Internacional de Novísima Poesía): dividir los elementos estéticos por secciones, las cuales responden, principalmente, a los propios mecanismos visuales desarrollados por los autores. Tenemos, en ese sentido, tres secciones bien delimitadas, que van desde la constitución de poemas visuales y sonoros hasta la creación de objetos plásticos y acciones estéticas. Por un lado, esta manera de distribuir los objetos según su funcionalidad participativa permite que el espectador visualice, detalladamente, el proceso de experimentación radical que los autores desarrollan en sus obras estéticas. Por el otro, la división de las composiciones visuales en secciones ayuda a que el receptor pueda consolidar una visión mucho más global y detallada de los múltiples mecanismos que se involucran en la constitución de un nuevo devenir en el arte y la poesía. 

     En la primera sección de Novísima 50 (+1) +1 se nos presenta, en una de las paredes centrales de la muestra, una serie de reproducciones fidedignas de varios poemas visuales, que fueron publicados en diversas revistas, catálogos y libros de la época. En el extremo contrario podemos observar una mesa, en donde aparece parte de ese material bibliográfico original: podemos notar ciertas revistas como Diagonal Cero o Los Huevos del Plata, así como algunos catálogos y poemarios de los autores que participaron en la exposición organizada por Vigo en 1969. Dichas publicaciones resultan ser sumamente trascendentales, puesto que la gran mayoría de ellas fueron expuestas en los primeros bloques de la Exposición Internacional de Novísima Poesía. Asimismo, también es importante destacar que estos materiales se convirtieron, con el correr de los años, en el centro neurálgico de todo el proyecto estético denominado por Vigo como “Nueva Poesía”. En consecuencia, nos parece acertada la elección de Cisneros para el inicio de la muestra-homenaje Novísima 50 (+1) +1, ya que la contemplación de los poemas visuales y la posterior revisión de los materiales bibliográficos (afiches, revistas, catálogos) ayudan a que el espectador comience a reconocer las diversas ideas y los múltiples mecanismos artísticos planteados por los autores en sus obras (y que, significativamente, fueron complejizando a lo largo de sus proyectos estéticos personales). Un ejemplo claro de esto es la búsqueda constante de los artistas por desarticular el dispositivo convencional impuesto por la tradición literaria: la hoja en blanco. En varios de los trabajos estéticos, las composiciones visuales intentan “nulificar” o reformular el soporte clásico; lo que deriva en la creación de una serie de poemas cuyo centro de interés es la construcción y/o experimentación de nuevos dispositivos plásticos. Esta es la razón fundamental por la cual muchos de los poemas visuales terminaron por transformarse en objetos y acciones poéticas.    

     Otro de los puntos relevantes de Novísima 50 (+1) +1 es, sin duda alguna, la inclusión de varios materiales bibliográficos digitalizados; situación que permite un mayor acercamiento del espectador con los elementos que constituyen la muestra estética. Es verdad que el recorrido virtual puede generar cierto grado de desapego (no poder contemplar e interactuar físicamente con las obras), pero la propia posibilidad de poder insertar una amplia cantidad de elementos originales por medio de materiales audiovisuales digitalizados compensa por mucho esta cuestión. En ese sentido, destacamos la iniciativa de Ana María Gualtieri y Julia Cisneros de mostrarle al receptor materiales de primera mano, los cuales ayudan a constituir una visión crítica más profunda sobre el fenómeno artístico desarrollado por los autores. En el caso particular de esta sección, el hecho de acceder tanto a los afiches como a los catálogos, revistas y poemarios de la época no solo fundamenta el discurso estético que los autores establecen con sus obras artísticas, sino que además le otorga al espectador un panorama detallado sobre los alcances y limitaciones de los propios proyectos literarios. Con ello, Gualtieri y Cisneros generan un diálogo crítico mucho más directo con los elementos plásticos que integran la muestra.          

     En la segunda sección de Novísima 50 (+1) +1 encontramos los denominados “objetos poéticos”, que vienen siendo elementos literarios que han desarticulado o “nulificado” el soporte plástico convencional, es decir, la hoja en blanco. No debemos olvidar que el punto central del proyecto estético de la “Nueva Poesía” es el intento por establecer un proceso participativo mucho más crítico y radical. Un ejemplo claro de ello es La Corneta (1967) de Luis Pazos, un “libro-objeto” cuyo armado se compone de una caja, un rollo de papel con “poemas fónicos” creados por el autor y una corneta roja de juguete. Como podemos intuir, este objeto rompe con el sistema poético dominante de su tiempo al “sugerirle” al receptor una acción motriz diferente: tocar la corneta más que leer los poemas. Otro ejemplo interesante son los Avioncitos de papel (1969) de Carlos Ginzburg, los cuales deben ser tomados por el público-participante para, posteriormente, hacerlos volar en el espacio de la sala; propiciando así una obra interactiva bastante dinámica. 

     Tomando como referencia estos mecanismos estéticos desarrollados por los artistas, podemos afirmar que la creación de estos objetos anteriormente mencionados es el resultado directo de esta búsqueda por constituir un radicalismo experimental que genere en el espectador un acercamiento crítico diferente del fenómeno literario. De tal manera que la acción participativa del receptor dentro de estas obras plásticas permite un cambio profundo en los horizontes de expectativas convencionales. Por tal motivo, siguiendo esta lógica de pensamiento, el poema deja de ser un elemento asociado intrínsecamente a la hoja en blanco para convertirse ahora en un objeto plástico que “demanda” una interacción motriz fuera de los cánones constituidos por la tradición poética. En otras palabras, antes de leer el poema, primero se tiene que interactuar físicamente con él; lo que provoca un desajuste en los procesos de análisis e interpretación de la obra literaria, que casi siempre privilegian la lectura que cualquier otra acción motriz.           

     Asimismo, también son interesantes las otras propuestas estéticas elegidas por Cisneros, y que forman parte de esta segunda sección. Si bien, a diferencia de las obras anteriores, el aspecto motriz parece “reducirse” a la acción contemplativa, no por ello existe una disminución del proceso participativo; por el contrario, la fuerza estética de estos elementos plásticos radica, precisamente, en la relación intrínseca que entablan con los diferentes receptores. Tomemos como referencia tres obras que nos parecen fundamentales: la primera es Diario sin fin (1969) de Jorge de Luján Gutiérrez, que viene siendo una tira continua de un ejemplar del periódico platense El Día. La obra original, expuesta en 1969, tenía una extensión aproximada de setenta metros y recorría todas las salas del Instituto Di Tella. En palabras del propio autor, Diario sin fin tiene como objetivo primario la intervención y alteración de los esquemas conceptuales que imponen las instituciones culturales; como es el caso concreto del lenguaje lógico, que desprestigia otras formas poéticas poco convencionales (el poema sonoro, el poema visual, el poema performático, etc.). 

     Otro poema trascendental es la Vela (1969) del artista canadiense Andy Suknasky la cual estuvo prendida durante todo el tiempo que duró la Exposición Internacional de Novísima Poesía. Por ende, el objeto que hoy forma parte de Novísima 50 (+1) +1 es menos de la mitad de lo que se presentó en 1969. En consecuencia, como bien menciona Gualtieri en uno de los videos promocionales de la muestra Novísima 50 (+1) +1, dicho elemento confeccionado por Suknasky actúa como una cosa poética-performática que cuestiona la idea hegemónica de poesía: debido a su mecanismo estético (la consumación de la vela), el objeto demuestra la fugacidad del acto poético, que de alguna u otra forma, se contrapone a la esencia grandilocuente y perdurable del poema tradicional (el poema escrito). 

     Por último, podemos destacar los Poemas matemáticos (in)comestibles (1968) de Edgardo Antonio Vigo, que son dos latas de pescado que el autor soldó entre sí, agregándole en el interior un “objeto misterioso” que produce un sonido particular. A partir de esta obra, Vigo desestabiliza tanto el dispositivo convencional (el libro como tal) como las ideas tradicionales de lo que entendemos por poesía: ¿qué sería el poema: el contenido misterioso de la lata; el conjunto en general; o las frustraciones y extrañamientos del lector? En consecuencia, los Poemas Matemáticos (In)comestibles logran desarticular la función “natural” de las obras poéticas: el poema ya no es un elemento que puede ser analizado desde un solo campo disciplinar; en este caso, la literatura. 

     La última parte de Novísima 50 (+1) +1 está dedicada a la poesía fónica. Este aspecto no resulta nada extraño, ya que los propios autores también veían en la dimensión sonora un espacio propicio para la experimentación de formas poéticas poco convencionales. De hecho, varios de los “objetos poéticos” dan muestras de esta preocupación estética. Por ejemplo, Vigo en sus Poemas matemáticos (in)comestibles propone “escuchar” el poema (el sonido producido por el “artefacto misterioso”). Gracias a ello, el artista argentino cuestiona directamente los modelos de análisis e interpretación del sistema literario, debido a que la vista, que ejerce una verdadera hegemonía sobre los demás sentidos, queda “nulificado” como un elemento altamente privilegiado. Otro ejemplo claro es el Tacho para patear (1969) de Carlos Ginzburg, el cual son dos latas de metal vacías que llevan pegada la instrucción de patear el objeto. A partir de las acciones que realizan los espectadores (patear el objeto), la obra de Ginzburg genera un ambiente sonoro caótico que rompe con la monotonía y el silencio que generalmente reinan en los museos y galerías. Por lo tanto, ambos objetos plásticos presentan al sonido como un elemento que irrumpe en el orden poético, lo que establece una nueva forma de percibir tanto la materialidad del poema como los procesos de análisis e interpretaciones de las obras literarias, que muchas veces privilegian a la vista como el sentido más adecuado para la comprensión e interacción con los actos poéticos. 

      Ahora bien, de nueva cuenta, lo interesante y relevante de esta tercera sección es el material audiovisual agregado al recorrido virtual. Gracias a la digitalización realizada por Julio César Otero Mancini y a la intervención de Virginia Morán, quien se encarga de presentar los distintos audios, el público en general puede escuchar y apreciar, con excelente resolución, algunos de los denominados “poemas sonoros” que formaron parte de la Exposición Internacional de Novísima Poesía. La posibilidad de poder escuchar por primera vez material que ha estado resguardado dentro del archivo se convierte en uno de los aspectos más sobresalientes y medulares de este último bloque: los diversos audios reproducidos no solo nos transportan al momento exacto de la exposición organizada por Vigo (ya que dichos materiales audiovisuales son los mismos que se presentaron en 1969), sino que además nos ofrecen un panorama poético mucho más palpable de lo que se estaba realizado en esos años tanto en América como en Europa; sobre todo en el aspecto de la poesía sonora. Por tal motivo, se agradece mucho a los colaboradores del Centro de Arte Experimental Vigo, así como a su directora Ana María Gualtieri, el hecho de catalogar, digitalizar y distribuir para esta muestra estética un material que, sin duda alguna, es valioso tanto para los investigadores y especialistas en el tema como para todo el público en general. 

     En conclusión, podemos afirmar que la exposición Novísima 50 (+1) +1 cumple con el objetivo primario de ser una muestra-homenaje del proyecto impulsado por Vigo en 1969: la Exposición Internacional de Novísima Poesía. En ese sentido, la muestra sigue siendo hasta ahora un verdadero hito dentro del universo poético y artístico latinoamericano. Incluso hoy en día, los objetos presentados en la Exposición Internacional de Novísima Poesía continúan siendo elementos que nos ayudan a reflexionar acerca de los límites estéticos y multidisciplinarios; lo que nos permite indagar sobre los procesos de experimentación radical que acontecen en el acto poético. Gracias a estos replanteamientos estéticos que generan los autores con sus obras literarias, podemos desarrollar una mirada crítica distinta tanto del fenómeno poético como del aspecto participativo de los lectores; lo que ocasiona un cuestionamiento directo de los cánones y paradigmas impuestos por las instituciones hegemónicas. Por consiguiente, la Exposición Internacional de Novísima Poesía sigue manteniendo un alto grado de vigencia artística, pues como señalaba el propio Jorge Romero Brest en la inauguración de la muestra, estas obras artísticas continúan demostrando una “función esclarecedora”, en donde nuestros juicios preconcebidos son “nulificados” con la finalidad de ampliar nuestros horizontes de expectativas sobre el quehacer artístico y poético. De tal manera que la exposición Novísima 50 (+1) +1 no solo recoge esta misma esencia contrahegemónica, sino que además la recontextualiza en estos tiempos de conflictos poéticos, en donde la propia experimentación literaria ha quedado reducida a un simple “experimentalismo”; término acuñado por Clemente Padín para referirse a obras que emplean ciertas normas de construcción no alteran en nada el aspecto sintáctico de la lengua y, por ende, no cuestionan los modelos poéticos tradicionales. Por lo tanto, la apuesta de Gualtieri y Cisneros de homenajear la Exposición Internacional de Novísima Poesía termina por ser un verdadero acierto, ya que la muestra de Novísima 50 (+1) +1 nos evidencia que sigue habiendo una fuerte vigencia estética que aún palpita dentro de nuestras poéticas actuales.

ROGELIO ROSADO MARRERO

Es Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado artículos en diversas revistas y varios capítulos de libro. Sus últimas colaboraciones han sido para los libros colectivos:Bellatin en su proceso: los gestos de una escritura (2018) y Deconstrucción del espacio literario en América Latina (1996-2016) (2019).

Esto es pop (2021), DD.VV.

MÚSICA
RAMIRO ORELLANO

Esto es pop (2021)
de Varios directores

Con el pop se come, se cura y se educa

1-

     Durante años nuestros oídos fueron bombardeados por hermosas melodías, cantadas por voces perfectas y representadas en la piel de jóvenes aún mucho más hermosos. Digo fueron, pero también son. Quizás esas caras limpias y tersas ahora estén tatuadas, y esas voces “prodigiosas” ahora sean el resultado de un proceso de audio, pero la idea es más o menos la misma: hacer la canción perfecta, es decir, hacer pop.
     Lo cierto es que en la búsqueda de esa “canción perfecta”, la música pop como un negocio, puede llevarse por delante cualquier cosa. Por lo tanto, se puede afirmar que la historia del pop también es la historia de las miserias de la música, es decir, de plagios, peleas, escándalos y hasta de lo más inimaginable que leemos en las noticias diariamente. Pero al pop se le perdona todo. Digo, una canción tan buena como “Gone” de NSYNC ¿Acaso no justifica la indulgencia?

     El pop es una música moderna, en el sentido que es el resultado de la masificación de las comunicaciones, de la aparición de la radio, la televisión, etc.; pero también es el resultado del avance de las técnicas de reproducción cultural. Por ello, la historia del pop es la historia de “la copia de la copia de la copia”. Sin embargo, podemos entender a la copia no como algo negativo, ya que en esa búsqueda por llegar a la “canción perfecta”, y a partir de la producción musical, la pop copia, corta y pega modificando detalles mínimos que se van combinando de diferentes formas hasta que sucede la magia.  En definitiva, para que apareciera Britney Spears, antes hubieron incontables Britney Spears que no llegaron a ser, y quizás lo que las diferenciaba de la original era un pequeño detalle. En ese detalle, está el pop. En este sentido, la música pop no se diferencia mucho de una mercancía cualquiera, y se asemeja bastante a la idea de “Fake” que tiene Byung-Chul Han en el libro “Zhanzhai. El Arte de la falsificación y la deconstrucción en China” (Caja Negra).

 

2-
     La idea de la serie/documental como un formato tan masivo resulta extraña, pero como decíamos antes, si al pop le perdonamos todo, cómo no mirar un documental titulado “Esto es pop”. Este documental, estrenado hace unos días por Netflix, es un compendio muy sesgado de la historia de la música pop, sobre todo de EE.UU. durante los últimos 50 años, y donde se articulan de una manera bastante aleatoria la historia de festivales, sellos discográficos y grandes “peleas”,  junto a una especie de homenaje, muy “a lo netflix”, a los héroes ocultos detrás de los hits:  productores y productoras,  asistentes, ingenieros de sonido y hasta científicos. El documental intenta entonces, en cada capítulo, abarcar una temática diferente, que va desde el britpop y la política inglesa, hasta la historia del autotune, pasando por la música “de protesta”.
     También el documental cuenta -un poco- la historia del plagio, es decir, de cómo detrás de esos hits existieron miles de hits que no fueron. En relación con esto, lo que más me sorprendió (y hasta me pareció un poco cruel)  es la historia que cuenta el capítulo número 1, que trata sobre la banda Boyz II Man, la primer “boyband” de los años ‘90, la cual -pese a tener mucho éxito y talento- no logró trascender debido a los componentes racistas presentes en EE.UU.  En efecto, los integrantes de la banda eran descendientes de afroamericanos; sin embargo, su estilo, que era una combinación de elementos ya existentes, como la tradición soul y los cuartetos vocales, junto a bases de hip hop y una actitud un tanto “pandillera”, no fue desechado, por el contrario, su impronta fue directamente reciclada, copiada y transformada en una fórmula utilizada por otras “boybands”, pero esta vez de chicos blancos, lindos y vendibles, como los Back Street Boys o Justin Bieber. De ahí en adelante la historia ya es conocida.
     En este sentido, el documental es interesante, ya que intenta rescatar esas pequeñas historias anónimas y hasta accidentadas, que quedan fuera de los pósters y las publicidades. También hay una especie de reivindicación, muy pobre, de la relación del pop y la experimentación sonora , que suena a poco, en comparación con documentales como “Sisters Wihth Transistors”(2020), el cual aprovecho para recomendar: mírenlo, es oro.
     Pese a todo lo dicho, el documental tiene un gran problema, y es que no logra salirse de una idea de éxito muy ligada a los números, a las listas y a las ventas, en donde pareciera que una canción es un hit sólo si llega al número uno del ranking, cuando en realidad, lo que debería importar es lo que les sucede a las personas durante esos 3 minutos que dura la canción. En este sentido, coincido con el contundente criterio que utilizaba el productor sueco Denniz PoP para saber si una canción era o no un hit, y el cual consistía simplemente en si quería escucharla hasta el final o no. Porque en definitiva, si la pasamos bien, ¿Qué importan los rankings?

 

3-

     Una buena pregunta para cerrar sería la de si el mundo necesita otro documental sobre música, sobre todo si entendemos al documental como una especie de homenaje a algo que ya está finalizado. En ese sentido “Esto es pop” intenta reivindicar una edad de oro de la música pop, y diferenciarla de los nuevos géneros musicales como el reggaeton o el trap, entre otros, pero pese al intento, no creo que todo sea tan diferente. Pienso puntualmente en estas sociedades, que como dice Gilles Liptovetsky, están regidas por el imperio de la moda y condenadas al cambio constante. En ellas lo que aparece como “novedad” tiene que mostrarse como si fuera totalmente distinto a lo anterior. Y no lo descarto, ya que algunas cosas cambian. Quizás el artista del momento no haya sido descubierto en el coro de una iglesia, sino en un “reality show” o en una red social, y quizás su música no esté hecha por una banda virtuosa en un gran estudio, sino por una computadora en un cuarto. Pero creo que todos, desde Elton John hasta Billie Elish comparten lo mismo, y es hacer música, y como dice Madonna en “Music”: “La música une a las personas”.  En definitiva, ¿El mundo necesita otro documental sobre música?, quizás la respuesta sea no, pero sí necesita de buenas canciones. Así que adelante: nuestros oídos son suyos.

1 En http://www.carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/carpeta-1/literatura/entrevista-a-mallarme-por-jules-huret-1891

RAMIRO ORELLANO

Es Licenciado y Profesor de sociología, egresado de la UNLP. Actualmente se dedica a la docencia en adultos y a disfrutar de la música

Hasta que mueras (2019), Robles

NOVELA
AGUSTÍN LUCAS PRESTIFILIPPO

Hasta que mueras (2019)
de Raquel Robles

      El Amarillo, a quien Nadia llamaba padre, fue asesinado a golpes frente a sus ojos por los militares. A los cinco años tuvo que esconderse junto a su madre en un rancho rodeado de eucaliptus en la Provincia, cuidando de cuatro niños cuyos padres habían sido desaparecidos. Frente a un aparato penal vetusto, toma una decisión. Asesina a 36 militares y civiles, criminales y responsables que habían quedado impunes por el entramado de complicidad que marca “esta cultura de jóvenes y de emprendedores”. Desde el encierro carcelario elige contar su historia. Su relato será recogido en un libro por venir. 

     Hasta que mueras narra esta historia, en la voz de un escritor que ha sido contratado por Rita, la madre de Nadia. El protagonista-narrador deberá tomar testimonios, organizar los heteróclitos materiales, acopiar información documentada, redactar la versión final del escrito. La misión, aceptada inicialmente por motivos estrictamente instrumentales (“cobrar el monto que me prometieron y tener resto para escribir mi novela sin tener que buscar trabajo de oficinista”), se convierte inmediatamente en un reencuentro con sus fantasmas. Pues la tarea se integra en una cadena de frustraciones personales que incluyen la dificultad de encontrar la propia voz autoral, el abandono de su ex mujer, y la imposibilidad de saldar las huellas que ha dejado el poder dictatorial en su propio cuerpo. En el camino de esta búsqueda, la historia del narrador, que comienza asumiendo una completa distancia frente a la materia narrada (“y todavía piensan que los escritores escriben sobre sus propias experiencias”), irá revelando las huellas en las que se refleja un destino común, donde su vida, la de Nadia y la de Rita, así como la de las distintas generaciones que se han sucedido desde el Golpe se entrecruzan frente a la experiencia compartida y general de la derrota.

 

Justicia es otra cosa”: historia, memoria, vida.

     Es inevitable reconocer en el texto las marcas autobiográficas de quien escribe, la revisión crítica de nuestra historia reciente, la experiencia de lucha en H.I.J.O.S, la pregunta acerca de la vida en comunidad cuando la impunidad persiste. Hacer de la propia vida el motivo de una escritura revela una marca generacional que la narrativa de Robles comparte con la escritura reciente de hijes y nietes de desaparecides. 

     Por ello cabe tomarse en serio los anudamientos que motivan las reflexiones de los personajes, encontrando allí problemas éticos y políticos compartidos por su escritura y la lectura. Pues la novela de Robles sostiene una eminente vocación de intervención en nuestro presente. En efecto, la narración plantea hipótesis relativas a la memoria colectiva, y a los desafíos actuales del trabajo con los traumas del terror dictatorial y el acceso a una verdad histórica acerca de los Delitos de Lesa humanidad.

     Acaso la pregunta más inquietante que atraviesa la novela sea la que aparece tras los testimonios de Nadia. ¿Cómo enfrentarnos con esos actos de venganza? Se trata de acciones individuales, por lo tanto privadas, que requieren un debido proceso. Y sin embargo, se inscriben en una problemática que los vuelca hacia la luz de lo público. Justificarlos supondría negar la relación entre condenas penales y garantías constitucionales que los organismos de Derechos Humanos han venido reclamando como pilar del Estado de derecho, y que ha sido el motivo ejemplar detrás de los juicios a genocidas, en las investigaciones orientadas a la búsqueda de la verdad acerca de sus crímenes, y en el trabajo colectivo hacia una memoria que haga justicia a las víctimas del terrorismo de Estado. Y sin embargo, esos actos, plenamente conscientes de su carácter limitado, metódicamente planificados por alguien que se ha corrido de la mera impulsividad como móvil –esos actos plantean un problema que sigue insistiendo.

     Hasta que mueras se acerca a esta cuestión menos en el tono asertivo de una tesis que en la indagación crítica acerca de lo excluido por las identificaciones apresuradas. La imagen del resto podría servir a tales fines. Se trata de todo aquello que sobra allí en donde el aparato del derecho penal concibe que su tarea puede ser completamente alcanzable mediante sus procedimientos formales, la puesta en marcha de sus actos administrativos, o la redacción de sus fríos expedientes. Aquello que excede a la identificación de la maquinaria burocrática con la realización plena de la justicia no es evocado por la novela como un misterio insondable –lo que la filosofía a veces fetichiza como “lo Otro” del derecho–, sino como algo materialmente identificable: la impunidad de miles de responsables y cómplices que aún no han sido identificados como tales, los hilos infinitos que componen eso que denominamos responsabilidad civil; y la incompletitud de la investigación histórica acerca del pasado. 

     Hasta que mueras traza una imagen del Estado dictatorial. Sus dependencias no pueden pensarse sin el conjunto de los seres que ocuparon posiciones de responsabilidad y tomaron decisiones en sus cargos. En el Estado dictatorial los sujetos no desaparecen en una máquina anónima, sino que tienen en sus voluntades la capacidad de destrucción de aquello que configura el mundo en el que viven las personas. Se trata de individuos que componen aquello que se ha erigido como una entelequia abroquelada, pero que la novela refleja como un devenir molecular. Moviendo la piedra, el terrorismo de Estado se evidencia como un hormiguero infinito, configurado no sólo por jerarcas, sino también por empleados públicos, fiscales, trabajadores sociales, abogados, médicos, enfermeros, quienes en las sombras del anonimato, actuaron, sosteniendo el rostro trivial pero efectivo de la administración del terror. En esos actos, aquello que se vuelve visible es entonces la capilaridad del poder en el que se fundó y conservó la violencia dictatorial.

     ¿Cómo actuar ante las infinitas hebras que tejen aquello que se edificó bajo la rúbrica del terrorismo de Estado? Si, como esboza la trama de la novela, el poder concentracionario no es exterior a la sociedad, si las complicidades y silencios civiles hicieron posible la existencia y multiplicación de la política desaparecedora (“Por qué habrían de querer recordar algo que se negaron a saber cuando estaba sucediendo” se pregunta el narrador), ¿cómo concebir la cuestión de las responsabilidades heterogéneas de cara a la posibilidad de la justicia? La novela se dispone a revisarlo todo, y lo hace mediante símbolos muy concretos. Los asesinatos de Nadia no representan el intento de complementar aquello que la justicia penal no logra. Desde el principio la protagonista deja claro que no pretende que sus actos sean motivo de idealizaciones. Pero sus acciones pretenden ser recogidas, esbozan un manifiesto que requiere una correcta interpretación. Lejos de ser meros arrebatos desesperados, en tanto signos, esos actos representan. Lo que vienen a representar es la imposibilidad de presentar aquello que, ausente, impide clausurar el pasado como objeto de totalización. 

 

Método y ternura: la irritación de la forma y la conciencia del engarce

     Pero estos temas y reflexiones –que reconocemos como problematizaciones de supuestos ideológicos e identificaciones apresuradas de nuestra historia reciente– quedan entramados por un método que conduce a la lectura hacia la confrontación con una materialidad renuente. Se trata del trabajo con la lengua que propone la novela. 

     Lejos de desaparecer ante la presencia de los grandes motivos éticos y políticos que lo convocan –la posibilidad de la justicia, los límites del derecho, el aparato de poder de Tribunales, la banalización cultural del poder desaparecedor–, ese trabajo no cesa de revelarse como un contenido esencial de la prosa. Son varios los retazos en los que la escritura de Robles se muestra a sí misma, exponiéndose en sus costuras. La autora ha referido en distintas oportunidades al proceso que dio emergencia al texto. Así, por caso, sabemos que el manuscrito fue redactado en un lapso de tiempo significativamente corto (“36 días”); o que las historias de cada uno de los 36 criminales asesinados fueron recogidas por la autora en conversaciones con otros sobrevivientes, quienes relataron en primera persona sus testimonios conformando así el archivo con el que la ficción trabajaría. Otras referencias, esta vez en el seno del relato, permiten reconstruir la constelación literaria en la que la novela se mueve. Se trata de la biblioteca que la rodea, remitiendo sus preocupaciones tanto de argumento como de forma no sólo a Madre noche de Vonnegut, sino también a las poéticas de Duras y Kafka, Joyce, Di Benedetto, Constantini y Saer. 

     Pero además de estas alusiones a la prehistoria de la escritura o a su intertextualidad, cabe referir también a otra referencia a su génesis que acompaña al contenido narrado en su procesualidad inmanente. Esos retazos se entrelazan, se superponen, edificando un Patchwork en donde cada uno cumple una función específica. Si la historia permite visualizar al texto en su unidad reconocible, el conjunto de sus estrategias opera un efecto de irritación sobre la construcción, presentándose así como un paralelogramo de fuerzas en tensión recíproca: “Es la dialéctica del tango (…). Todo se puede afirmar y negar en el mismo tango. Yo mismo soy un tango”. Esta vocación antagónica del texto nos la presenta ya la novela en su íncipit, los dos epígrafes. “Te nombraré veces y veces” de Gelman (A) y el extracto de “Episodio del enemigo” de Borges (B) dan cuenta de dos posiciones mutuamente opuestas. Por un lado, A ilumina el título de la novela –el cual condensa una pluralidad de significaciones, en las que el objeto de la declaración “hasta que mueras” podría ser tanto alguno de los “villanos preferidos” de Diana como la cuestión más profunda de la relación personal y política con la derrota. A su vez, B cumple una función de desmentida, relativizándola y revelando así su estatuto problemático. 

     Ese ritmo pendular que visibiliza la simultaneidad de lo mutuamente excluyente también se presenta en la superficie del texto con la heterogeneidad ostensible de los géneros y registros empleados. La novela se divide en nueve capítulos. Sin embargo, estos separadores carecen de títulos que permitan identificar su sentido diferencial. El efecto es una coerción del sentido: no cabe posibilidad de reconocer un motivo –más allá de la referencia irónica del narrador a la teoría de los números de la Cábala– que justifique la subdivisión y, así, la separación en capítulos se presenta tan arbitraria como su contrario, la indistinción. Esa tendencia a la oscilación entre los valores diferenciales y su disolución también se observa en la incorporación sin aclaración extradiegética de distintos fragmentos de una materia verbal diversa, como los diarios filmados por Nadia antes de las “ultimaciones”, las fichas de las autopsias de los 36 muertos, en los que la información relativa a sus cuerpos es presentada en la jerga de la medicina forense, la descripción de aquellas otras 36 fichas de personas que, actuando una virtud cotidiana del cuidado, protegieron a militantes, trabajadores, y familias cuyas vidas se encontraban en peligro por la dictadura. En cuanto al punto de vista, aparece tanto la voz del narrador en primera persona del singular, como sus diálogos con el resto de los personajes de la novela, los cuales nunca son incluidos con las marcas convencionales, como separaciones en el espacio de la página o los guiones largos antes de la frase. Al no ser introducida por alguna voz que desde una perspectiva externa enmarque los fragmentos, esta heterogeneidad de voces, registros, y materiales, termina presentando distorsiones lingüísticas por la irreductible diferencia de tono que cada uno presenta. La lectura se ve obligada a realizar el trabajo de articulación pendiente por las ausencias en la diégesis.

     Como decíamos, la historia es narrada desde el punto de vista de uno de los protagonistas. De allí que por un lado las marcas autobiográficas de la voz, identificables desde un comienzo en la lectura, nunca se presenten a plena luz sin su rodeo por la mediación de otro, en este caso, un varón. Este narrador además incorporará una perspectiva objetivadora en relación a la vida de Nadia y su madre, propia de un periodista que recoge información para su investigación. Pero esa voz “objetiva” del narrador progresivamente irá implicándose en la materia narrada, acompañando en su discurrir enunciativo el movimiento de identificación afectiva del personaje con Nadia y su madre. Así, pues, el personaje y la voz narradora, inicialmente ajenos a lo dicho, se disuelven en la corriente de una prosa que deviene femenina, desbordando las limitaciones de las posiciones particulares, y en la que las voces se expresan en sus singularidades sin la explicitación de marcas relativas a sus remisiones de origen. 

     A su vez, la novela se estructura mediante las relaciones afectivas que se tejen entre Nadia, el escritor y Rita. Configuran un triángulo en el que la novela pone en relación condensaciones de posiciones que reflejan momentos del trabajo de reflexión narrativo entre lo político y lo literario. Así como Nadia representa una disciplina férrea en su conducción de vida, un método no sólo para llevar adelante sus planes, sino también una inflexibilidad para verbalizar sus emociones; así también el escritor y Rita expresan el sufrimiento en el trabajo de duelo; pero también la posibilidad de, en el reconocimiento de la finitud –“abrazar la derrota”– dar lugar a algo nuevo, la construcción de un vínculo amoroso. Si Nadia expresa una disposición para el sacrificio en función de una misión que pretende el estatuto de la ejemplaridad, la “Patria de dos” del narrador y Rita condensa la posibilidad, explorada por la novela, de un camino hacia la liberación.

     Lejos de obturar la posibilidad de la comprensión, los efectos de extrañamiento que operan estas formas de la narración tensionan al sentido y obligan a un trabajo activo de interpretación de lo sucedido, a una articulación de lo inconexo y a la reconstitución de lo diseccionado. En su conciencia de los engarces, en los que se tejen las hilachas del decir y los dramas de nuestra historia, las operaciones de irritación desplegadas por su método poético y las preguntas acerca de la posibilidad de la justicia, Hasta que mueras efectúa una intervención luminosa en nuestro presente, en donde la posibilidad de habitar la pérdida se convierte en la antesala de una praxis tierna ante lo dañado.

AGUSTÍN PRESTIFILIPPO

Es Doctor en Ciencias Sociales y Magister en Estudios Literarios. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e investigador del Conicet con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.

 

Tierra suelta (2020), Melina Cavalieri

NOVELA
CLARISA FERNÁNDEZ

Tierra suelta (2020)
de Melina Cavalieri

     Tierra Suelta es la primera novela de Melina Cavalieri. Se publicó en el 2020, año de inicio de la pandemia del COVID-19, trayendo en sus páginas un tema que iba en perfecta sintonía con el contexto: la muerte. Junto con ella, viene también la culpa, agazapada entre lo inevitable, pero batallando por salir. En el libro, la protagonista Mariela Fuentes regresa a su pueblo, Moquehuá, en la provincia de Buenos Aires, después de 5 años de haber vivido en la ciudad y ver morir (he aquí la primera muerte), todas sus proyecciones familiares y laborales. Vuelve derrotada y triste, llorando un pasado que no salió como debía. Pero rápidamente quien lee descubre que esa no es la muerte que más le duele, sino la de su papá Taco (he aquí la segunda muerte), y todo lo que se llevó con él. Melina, claro, es de Moquehuá, y este libro es en parte un homenaje a su pueblo, a su gente, al mapa intrincado de sensaciones y pensamientos que su pueblo le genera. 

     Esa vuelta al pueblo está llena de fantasmas, pero no de los que te asustan detrás del espejo, sino los que están tomando mate con vos, en tu casa, compartiendo tus sueños y anhelos, tus más profundos miedos. Cuando Mariela describe las sensaciones que le provoca volver al pueblo, el olor a campo, a barro, las vías del tren, los tabúes no dichos, las historias terribles, el olvido y el recuerdo, parece que se lo sabe todo de memoria, pero al mismo tiempo, que lo ve por primera vez. Como hilos invisibles que unen los capítulos, la pérdida, el abandono y la nostalgia contrastan con la felicidad que encarnan los momentos del pasado. Pero Melina no narra el dolor mostrando la sangre fresca que emana de la herida, sino que conjuga, en ese dolor, la dulzura de la vida que acompañó la muerte. El paso del tiempo se describe en sus habitantes: “gente que el campo tragó joven y vomitó en la vejez”. No hace falta nada más para imaginar esas vidas. 

     Melina y Mariela, autora y protagonista, parecen ir de la mano recorriendo las calles de su pueblo. Juntas hacen una especie de antropología afectiva de su propia historia: una antropología literaria, donde cada espacio, cada rincón, es detalladamente descrito. Pero en ese relato está prohibido el distanciamiento, es condición obligada no despojarlo de las vivencias que le dan sentido porque es ahí donde se constituyen: el barro y el viento, la madera y el sol, la chapa y la mugre, son dúos que reconstruyen fragmentos de lo no dicho, establecen pactos con emociones que el pueblo despierta. En esa antropología atravesada por la muerte y la culpa, hay destellos felices del pasado que buscan desesperadamente tejer redes con el presente, poder colarse en los nuevos amores, la recuperación de la amistad y el valor de la pertenencia. Mariela vuelve a Moquehuá convertida en piedra: la ciudad se la devoró. Pero mientras camina las calles del pueblo la piedra se va cayendo, sus músculos se liberan y sangran, el sol le devuelve el color humano y la respiración se restablece. Ese ciclo de mutación se cierra cuando vuelve a la ciudad, fugazmente, para concretar un trámite de su pasado: “ya no me pertenecen estas ceremonias”, piensa. 

     Los personajes de la novela son figuras estereotipadas: un héroe querido por todos, como Taco: la síntesis humana de la justicia, la amistad, la honestidad, la tozudez del que sabe lo que quiere. Garín, amigo incondicional de Taco y Mariela, ese personaje entrañable que está atado a la tragedia; El Tano, encarnación del mal, el resentimiento, todo lo oscuro, lo que no tiene remedio (“los demonios del pueblo son pocos y prefiero evitarlos”). Hay personajes que a simple vista parecen secundarios –como la mamá de Mariela-, que se reivindican en la ficción y recuperan un protagonismo que fue opacado por el héroe que ya no está, pero cuya omnipresencia es tan fuerte que nada puede pensarse sin él. En Tierra suelta también hay lugar para la esperanza, para el resurgir, para alcanzar algo de la justicia perdida. El amor circula, la amistad y la posibilidad de futuro, aun sobre la chapa derruida y los pastizales que cubren lo que otrora fue mágico. Existe un código, un decir sin decir, una sintonía de miradas, que Melina establece entre distintos personajes. Entre Mariela y Garín, el amor que sienten por Taco les permite hablar con una franqueza que congela los huesos: “tu papá no tenía que morirse” dice él, “cuando te morís te pudrís, y listo”, dice ella. Pero no, no te pudrís y listo, porque en Moquehuá van a hacerle un homenaje a Taco y ese festejo muestra que está más vivo que nunca. Quizá la vida que vive en las memorias no lleve una palmada en la espalda, una sonrisa de dientes chuecos o palabras de alegría después de tomar un vino. Quizás, la vida que vive en las memorias sea la que vuelve sobre lo que no se dijo, la que exacerba las pasiones, la que juega con los límites, la que mezcla ficción y realidad. Y por eso, el homenaje al Taco moviliza a todo el pueblo y pone a prueba los fantasmas reales e imaginarios. Los rituales más mundanos se vuelven sagrados. El abandono del pueblo a los ojos de Mariela, es una metáfora de la tristeza que trajo la muerte de su papá: el pueblo extraña su presencia, al igual que ella. 

     La relación de Melina con la literatura surgió desde muy pequeña en ese recóndito espacio de íntima soledad, que, admite la autora, la acompañó siempre. Fue entonces cuando empezó a pensar, respirar e imaginar literatura, a partir de una cotidianidad donde los relatos mediaban conversaciones reales e imaginarias con otres y con ella misma. También la literatura la ayudó a exorcizar cierto temor al paso del tiempo, a la pérdida absurda, inevitable y voraz que sume en el olvido esa vida, triste o feliz, que nos animamos a vivir. 

     Si algo logra Melina de manera magistral, es mostrar la simpleza de los sentimientos más complejos. Sí, acá en el campo se ama profundamente, se sufre profundamente y se vive profundamente. En esos tiempos que parecen letargos e incómodos para el tramiterío de la locura citadina, la mamá de Mariela la recibe con la pieza recién pintada, en honor a su visita. En alguna otra casa le hacen un puchero y en otra organizan un asado “como en los viejos tiempos”. Allí es donde parece detenerse el tiempo, en las manifestaciones más simples que por un momento muestran hacia dónde va la vida, cómo buscar la felicidad del otro, cómo expresar un “te extrañé, no te vuelvas a ir”. Mariela entra en el timing del pueblo y se siente a gusto ahí, tanto, que quien lee se ajusta a ese ritmo de siesta, de “pasadita” para comentar algo con un mate, de arreglamos las cosas charlando, nada de whatsapp. De hecho, la tecnología parece no existir, porque todos los mensajes, las confesiones, las pasiones y hasta los pensamientos, eluden los artilugios de la instantaneidad.

     Hay momentos en la novela donde surge la inquietud, a veces la necesidad, de que esos blancos y negros se muestren desteñidos. Que los grises, la contradicción y la incomprensión pueblen las acciones y pensamientos de los personajes. Quizá demasiada corrección, una pizca de idealización y la nostalgia que impregna con su néctar de dulce tristeza, impiden que alguien se salga del molde, que estallen las pasiones, que lo que sucede no esté atado a esos inexorables destinos. En esa mirada romantizada del campo, incluso la más violenta oleada de odio o los pensamientos más delirantes, están contenidos en un marco que no les permite estallar. Y si estallan, lo hacen en silencio. Un silencio cómplice, doloroso, que tramita la complicidad con miradas y palabras contenidas. 

     Melina dice que Tierra suelta es la manera que encontró de hacerle justicia al tiempo, porque no le gusta que las cosas cambien, que las personas se vayan y, más que nada, que se pierdan en el olvido. “Porque uno viene, tiene una vida hermosa o terrible y después se va. Y no queda nada”, afirma. Algo de esa certeza de lo inevitable es lo que queda en la boca después de leer este libro, raspando la garganta y ahogando los gritos callados. La cara más visible de la muerte (no estamos más), se combina con la más compleja (seguimos estando en quienes nos recuerdan). Tierra suelta ya no le pertenece a Melina, como ella misma dice, y en ese vuelo de nuevas miradas se establece un pacto que se enlaza a la perfección con la simpleza del relato. Sin marquesinas ni sobresaltos, conviviendo con “la ternura del pasto” y “la culpa del abandono” nos volvemos un poco ellos, un poco ellas. Comprendemos esa dinámica de pueblo que lo impregna todo, incluso lo que no es del pueblo. Nos hacemos cómplices de historias que bien podrían ser las nuestras y así, sin darnos cuenta, ponemos la cara al sol esperando el sonido del tren que no pasa y dibujamos círculos en la tierra suelta que rodea las vías en el andén. 

CLARISA FERNÁNDEZ

Es comunicadora social por la FPyCS (UNLP) magister y doctora en Ciencias Sociales por la FaHCE (UNLP). Docente e investigadora del CONICET con lugar de trabajo en la misma casa de estudios. Trabaja con políticas culturales públicas y organizaciones artísticas comunitarias.