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Juego de tronos (2011)

SERIE


ESTER MASSÓ GUIJARRO


Juego de truenos (2011)
de David Benioff y D.B. Weiss

‘Tullidos, bastardos y cosas rotas’: diversidad funcional en Juego de tronos

     “Tengo un lugar sensible en mi corazón para tullidos y bastardos y cosas rotas”.

     Con esta confesión –toda una declaración de intenciones– abre Tyrion Lannister el cuarto capítulo de la serie Juego de tronos.

     En los últimos años hemos asistido a la difusión de estudios académicos y ensayos basados en ficciones televisivas de gran alcance. Series consideradas ya de culto como Breaking Bad y Los Soprano son ejemplos notorios de producciones audiovisuales de gran impacto que, por sus connotaciones ideológicas o políticas, han provocado reflexiones desde diversas áreas, claramente comparables a los abordajes de materiales más clásicos (como obras literarias o filosóficas canónicas).

     Aunque ya se ha escrito mucho sobre Juego de tronos desde diferentes perspectivas académicas, es muy interesante analizar, como hace Katie M. Ellis, el tratamiento de la discapacidad (o diversidad funcional) en la serie.

 

Jaime Lannister se rompe

     A lo largo de la historia, muchos personajes de Juego de tronos se rompen. Se rompe Bran (el roto, que cae de las alturas, con una subsiguiente paraplejia), se rompe Tyrion (quien, además de tener acondroplasia, queda desfigurado tras una batalla), se rompe Varys (cuando es castrado) y se rompe Jaime (cuando pierde la mano). La ruptura es un camino existencial interrumpido.

     Así, los espectadores somos testigos del aprendizaje, el descubrimiento o la adquisición de una catadura moral en personajes que, en muchos casos, se descubren vulnerables tras haberse mostrado incapaces de desarrollar empatía en un inicio.

     Un buen ejemplo lo encontramos cuando el malvado, hermoso e invicto Jaime Lannister pierde la mano –la diestra, con la que combate y mata, la que le otorga prestigio a través de la violencia–, y su vida se derrumba…

     Con el tiempo, a través de los sabios y toscos comentarios de Brienne, la mujer gigante discriminada a su vez por su tamaño y su fiereza en la lucha, la amputación le abre los ojos en otros sentidos.

     De hecho, una de las últimas escenas de la serie, donde Jaime nombra a Brienne “caballero” sujetando la espada con su mano izquierda, supone una de las transgresiones simbólicas más fascinantes de toda la saga: un amputado caído en desgracia infringe las normas porque nombra caballero a una mujer que tampoco cumple la ley escrita (por su sexo-género no podría juramentar como tal, ya que no es un hombre), aunque en realidad sea la más leal, la más noble, de entre los de su especie.

 

El “héroe ambiguo”

     Dentro del análisis de la discapacidad en esta ficción, es destacable la complejidad de Tyrion Lannister –el “héroe ambiguo”–.

     Podríamos decir que este personaje seguramente ganaría un concurso de popularidad entre los fans más acérrimos de la serie, superando al noble y hermoso Jon Snow o a la rutilante madre de dragones, Daenerys Targaryen, entre otros.

     Tyrion es un interesante binomio de virtudes y vicios. El enano deforme y parricida, paradigma de “lo tullido”, conmueve hasta lo más hondo por su lucidez, su comprensión del mundo y su pasmosa conciencia.

     Ciertamente, Tyrion ha nacido marcado por lo peor y lo mejor. Conviven en él su enanismo-gnomismo (además de su fealdad y su desfiguración añadida), causa de desprecio profundo y odio hasta por parte de sus familiares cercanos, pero también el poder económico y fáctico que otorga ser un Lannister. A esto se le añade su tremenda inteligencia, elementos todos ellos luminosos en su carácter antitético.

     Esta inteligencia es la que Tyrion trata profusamente de alimentar mientras desafía la masculinidad hegemónica en Poniente (trasunto de Occidente), poderosa en lo físico, musculosa y guerrera. Así, hablando con Jon Snow, Tyrion declara:

“Mi mente es mi arma. Mi hermano [Jaime Lannister] tiene su espada, el rey Robert [Baratheon, cuya muerte inicia la gran guerra de la narración] tiene su maza y yo tengo mi mente… y una mente necesita libros, como una espada necesita una piedra de afilar para mantener su ventaja. Por eso leo tanto, Jon Snow”.

 

Los marginados heredarán la tierra

     Esta superproducción, que llega a muchos más hogares y corazones hoy en día que cualquier clásico de la literatura universal, supone un escenario fascinante para observar todos estos ejemplos de seres humanos en categorías minoritarias o marginadas, según podemos entender desde enfoques contemporáneos críticos.

     De hecho, la serie admite miradas desde prismas muy variados, como la interseccionalidad (enfoque acuñado por la jurista estadounidense Kimberlé Crenshaw, que incide en la relación estructural de todas las formas de discriminación o exclusión), el concepto de subalternidad en la filósofa india Gayatri Spivak (que reconoce, en su crítica poscolonial, la necesidad del valor combativo de la posición subalterna frente a la hegemónica en una estructura jerárquica), o los diversos feminismos.

     En Juego de tronos el mundo es heredado, simbólica y materialmente, por los marginados del sistema: enanos y tullidos como Tyrion o Bran (personas con diversidades funcionales intrínsecas o adquiridas), bastardos como Jon Snow (excluidos socialmente por haber nacido de una relación fuera del matrimonio), eunucos como Varys o Gusano Gris (castrados con diferentes formas y connotaciones), mujeres (en cualquiera de sus versiones, especialmente aquellas con feminidades no normativas) y varones alejados del modelo de masculinidad dominante, que son estigmatizados y acaban generando orgullo de ese estigma.

     Podemos considerar esto como una forma de reapropiarse subversivamente del imaginario ultrajante (ese que durante milenios ha presentado la discapacidad como paradigma de pecado o desgracia), en el puro sentido de la filósofa Melania Moscoso: “su propio poder ofensivo nos prevendrá de la tentación de adecuar los cuerpos a las representaciones sociales ancladas en la norma, por bienintencionadas que estas sean”.

     Así, y de acuerdo con la observación de Tyrion en la cita inicial, también usamos aquí términos como “tullido”, “bastardo” o “cosa rota” reapropiándonos de su significado de manera crítica y combativa. Él mismo, en el capítulo “El lobo y el león”, manifiesta:

“Si te ponen un mote, recógelo y transfórmalo en tu nombre. Nunca olvides lo que eres, porque seguramente el mundo no lo hará. Haz que sea tu fortaleza. Entonces nunca puede ser tu debilidad. Si lo usas como tu armadura, nunca podrán usarlo para lastimarte”.

 

Una vida llena de posibilidades

     Que la discapacidad no es el final de ninguna historia queda determinado en una conversación mantenida por los hermanos Lannister, Tyrion y Jaime, en el segundo capítulo de la serie. Aunque son parecidos en algunas cosas, en ese momento de la narración ambos se hallan en las antípodas de los arquetipos del deseo y el horror.

     Tras la “caída” de Bran, que se encuentra en estado de coma (en realidad ha sido Jaime quien le ha empujado desde lo alto de una torre, iniciando el conflicto original), los hermanos hablan sobre el posible destino del chico:

Jaime: Aunque el chico sobreviva será un lisiado, algo grotesco. La muerte sería un final adecuado.

Tyrion: En nombre de los grotescos, debo disentir. La muerte es definitiva y la vida está llena de posibilidades. Espero que despierte, me interesa mucho oír lo que tenga que decir.

     Tyrion, en definitiva, acaba triunfando al final de la saga, no solo habiendo podido sobrevivir contra todo pronóstico en un mundo posapocalíptico, sino ascendiendo (una vez más) a Mano del Rey (hombre de confianza) cuando Bran el Roto alcanza el poder.

     Subalternosrotos… en nombre de lo grotesco, ambos acaban mostrando cómo “lo tullido”, en Juego de tronos, es otra cosa.

ESTER MASSÓ GUIJARRO

Es antropóloga y filósofa, profesora titular de filosofía moral en la Universidad de Granada (España). Es investigadora de la Unidad Científica de Excelencia FiloLab, de la Red ESPACyOS y del Laboratorio iberoamericano de ética y salud pública.

Letras argentinas (1937), Giusti

LIITERATURA/FEMINISMO


PRESENTA: LUZ SALAZAR


Letras argentinas (1937)
de Roberto Giusti

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Recuperar la voz coral de las poetisas de comienzo de siglo, como la ha llamado Delfina Muschietti, requiere no sólo adentrarse en un telar de textos repartidos en múltiples publicaciones, trazar genealogías, indagar revistas para la mujer y el hogar, revisitar secciones femeninas, escuchando o leyendo, en palabras de Hélène Cixous, aquello que las mujeres tienen para decir cuando no hay nadie alrededor para corregirlas.

 

Involucra también emprender y reemprender lecturas anexas, críticas amistosas o cargadas de odio, suaves palabras bondadosas de mujeres, que buscan legitimarse por medio de una red sororal de reseñas y comentarios benignos, exaltadas oposiciones de haters masculinos. Es en esta búsqueda que me encontré con la reseña que comparto, abriéndoles la puerta a la densidad de un campo de opiniones, citas, redes, apoyos, legitimaciones y cancelaciones.

 

En este caso, se trata de Giusti y de Nosotros: una revista cultural particularmente longeva, que se publicó en Buenos Aires entre 1907 y 1943, y un escritor, crítico literario, político y profesor militante del socialismo, que nació en Italia en 1887 y murió en Argentina en 1978

Sobre: La Mujer y su expresión (Victoria Ocampo, 1936), Domingos en Hyde Park (Victoria Ocampo, 1936) y Geografías (Margarita Abella Caprile, 1936)

     Muchos libros que hubiera deseado leer, de los recibidos en 1936, las exigencias de la vida no me han permitido abrirlos hasta estas vacaciones: —los llamo así porque dicen que lo son para algunos—.  Quisiera en éstas responder a tanto cortés envío y cumplir con lo que debo a NOSOTROS, siquiera con unos pocos artículos de conjunto, dedicados a las expresiones más significativas de la poesía, la prosa narrativa y el ensayo, en el año que acaba de morir. Y puesto que por algún lado hay que empezar, me ha parecido que no sería sino muy propio hacerlo por la obra de dos mujeres a las cuales no puedo menos que vincular en mi mente, por el común linaje de espíritu y la especie de sus preocupaciones intelectuales. No me atrevo a ampararme de consabido “noblesse oblige”, porque no sé si al cederles el paso por mera cortesía de varón, no las heriría antes que halagarlas. Pues precisamente se trata de dos mujeres que sin renunciar a ser íntimamente femeninas, traducen en su conducta y su pensamiento el firme propósito de ser intelectualmente iguales al hombre, y como tales tratadas. Que por mi parte yo se lo concedo sin ambages, no siendo más que justicia.

     Victoria Ocampo nos ha ofrecido en el año dos pequeños libros, digo, libros personales, porque no quiero ahora ocuparme de la admirable obra de difusora de cultura que ella realiza con la revista Sur y las ediciones anejas. Son libros que por compendiar sus pensamientos y sus inquietudes de los dos últimos años, nos exhiben su personalidad tal como es ahora en su bella madurez. Margarita Abella Caprile, la delicada poetisa, ha reunido en otro, bajo el título de Geografías, las “notas de viaje” antes publicadas en La Nación. Dos inteligencias, dos sensibilidades de distinto grado y naturaleza; pero con cierto “resentimiento” igual ante la vida, y de ahí, en una común actitud espiritual frente a algunas cuestiones que tocan al papel de la mujer en la sociedad. Inteligencias ambas, ávidas de conocimiento, a quienes gusta dar vuelta en torno a los hechos y las ideas, y penetrarlos, si bien viene. 

     Quede aquí, sin iniciarse, el paralelo; que me ha de guardar muy bien de hecho entre quienes son valores personales tan dispares. 

     Es Victoria Ocampo sin duda una de las mujeres más inteligentes de cuya convivencia podemos gozar y enorgullecernos los argentinos. Bastaría apreciar en justicia lo que ha hecho como “animadora” de empresas artísticas, para asignarle una jerarquía espiritual de excepción; pero ella hace mucho más que servir de intermediaria entre las más altas o interesantes manifestaciones del pensamiento y el arte universales, y nosotros, pues, también piensa por su cuenta, y cada día en forma más definida, y para mí, más simpática. Ha alcanzado ya la independencia del pensamiento que no es privilegio sino de muy pocos, y ciertamente no la ha alcanzado sin esfuerzos ni mortificaciones, pues no se escribe así como así, cuando se es mujer, y “de apellido”, y argentina, algunos de los ensayos contenidos en La mujer y su expresión y Domingos en Hyde Park, sin sufrir algunas molestas consecuencias del atrevimiento. Lo que, en lo tocante al pensamiento, no podría decirse aún de Margarita Abella Caprile, pues si la libertad y variedad de los movimientos de aquél nos muestra su extrema ductilidad, no se nos ofrece enteramente emancipado de ciertas gravitaciones tradicionales que a algunos puede parecernos prejuicios. 

     Victoria Ocampo tiene la pasión de las ideas. Su juego favorito es asediarlas y entrar en su ciudadela, cueste lo que cueste. Y sabe ponerles asedio, rodeándolas y estrechándolas en una prosa que es de buena ley, prosa clara, sobria, directa, de frecuente intención humorística, casi enteramente libertada de influencias gramaticales y léxicas francesas, proeza singular, en quien nos contaba hace cinco años en una bellísima confesión, hasta qué punto fué prisionera del frances hasta los veinte, por culpa de la educación recibida, y cómo se produjo su penoso descubrimiento del español, al que un tiempo aborreció y desdeñó, “lengua admirable, resplandeciente y concisa” –son sus palabras de entonces— a la que ella se esfuerza en restituirle su alma.

     La ensayista es una infatigable viajera y lectora, siempre codiciosa además de comunicarse con hombres de acentuada personalidad intelectual, y no se entienda simplemente ilustres, porque no padece la inocente vanidad de la señora que quiere tener un salón bien adornado de cabezas tituladas y franqués condecorados, sino hombres de fuerte individualidad característica. Como tal ha conocido mucho mundo y ahora ha construído su casa con anchas ventanas que miran a todos los puntos cardinales desde las cuales es grato asomarse con ella sobre tantas cosas o seres curiosos o extraordinarios. Margarita Abella Caprile, que en el largo y variado itinerario de sus Geografías, ha divisado tantos horizontes nuevos, también está a  punto de construirse la suya, abierta a todos los vientos, como corresponde a “quien lleva en las venas un atavismo de abuelos navegantes”. 

     Si yo volviera a pasear aquí con ellas a través de los cambiantes paisajes de sus libros, físicos o espirituales, podría desplegar ante los ojos del lector innumerables aspectos del mundo o del alma, sumamente interesantes y hasta merecedores de detenernos a contemplarlos un largo rato; pero esta excursión daría a mi artículo un carácter puramente descriptivo que no es de mi agrado. ¿Quiere el lector conocer a Mussolini, visto a un metro de  distancia por una mujer inteligente? ¿repensar a Gide junto con una su lectora ferviente? ¿conocer a una singular media docena de desconcertantes fundadores de religiones o sectas místicas, ante las cuales no sabe la ensayista, cautamente respetuosa de cualquier inquietud y afán, si sonreír o ponerse seria? ¿conversar con quien se entiende de ello, de arquitectura moderna? ¿de nuevos estilos de vida? ¿de hombres excepcionales? ¿de nuevos libros apasionantes? Lea los ensayos de Victoria Ocampo, éstos y los anteriores suyos, sobre todo desde Testimonios. Y si quiere conocer países apenas entrevistos en los libros y crónicas de viaje, hallará multitud de coloridas vistas caleidoscópicas, de vivaces apuntes de turista, de graciosas anécdotas, de punzantes observaciones, en Geografías de Margarita Abella Caprile, libro fragmentario  y misceláneo, que muestra bajo diferentes facetas, al pintor costumbrista, al moralista  y al poeta que hay en esta joven escritora. Todo tratado con ligereza elegante, sin profundizar demasiado, como conviene a quien es solicitado por tantas impresiones fugaces y no pretende hacer sociología. 

     Pero lo que a mí más me ha interesado en las tres colecciones de artículos y notas que comento, es la actitud de las autoras con relación a la condición de la mujer. He ahí dos espíritus originales y fuertes, ciertamente, resueltos a proclamar la emancipación de la mujer de la tutela masculina, en cuanto esta signifique el sojuzgamiento de Eva, convertida en sirvienta, muñeca o instrumento de placer. Sus acentos tienen casi siempre el tono de la protesta contra quienes desconocen el derecho de la mujer a expresar con libertad su esencia específica e individual. Margarita Abella Caprile se contenta con poco para la mujer argentina, no más que con lo ya conquistado en otros países de más alta cultura: ser la compañera del hombre, tratada por él como igual; ni como “enemiga adorable e inaccesible” ni como amiga accesible y despreciable. Y esa igualdad e independencia las pide con el fin de realizar sus posibilidades espirituales, no ya para hacer de ellas uso indebido. Habla por su boca la mujer de clara percepción y sano juicio, segura de sí misma, que descubrió y gustó el inmenso placer de sentirse un ente libre, con derecho a poder viajar por todo un continente sin otras trabas que las del decoro, sin ser llevada forzosamente de la mano por un lazarillo o vigilada por una “dueña”. Pienso como ella y deseo para todas las mujeres argentinas tamaña reivindicación, aunque surgen a la vista de cualquier observador imparcial que a muchas, no acostumbradas a beber de esa copa, se les suben enseguida los vapores a la cabeza y vacilan y dan traspiés. Pero éstos son seguramente defectos del aprendizaje. Me he preguntado muchas veces por qué aquí a las mujeres que escriben les da generalmente por singularizarse en su vida, sin conservar la humildad de los demás mortales, y me he dado esta explicación. La mujer, particularmente argentina, hasta ayer no escribía sino por rarísima excepción, y menos frecuentaba los círculos intelectuales, cuyas puertas le quedaban herméticamente cerradas. Para poder publicar versos, frecuentar redacciones y “ateliers”, asistir a banquetes literarios, merecer la amistad de los artistas ¡qué triunfo, qué placer! Y como todavía gozan de él tan pocas privilegiadas, ¿no será que comparándose ellas con la masa de las mujeres relegadas a los quehaceres sin brillo del hogar o a las obligaciones grises del empleo, se sienten seres de excepción a los que nada está vedado? El hombre ya se ha acostumbrado por una experiencia nada reciente a saber si él escribe, pinta, esculpe o compone música, con él lo han hecho y lo hacen millones y millones de seres semejantes y su natural orgullo encuentra en esa reflexión casi siempre un freno. Sin embargo  no tiene otro origen  psicológico la melena, la corbata y el chambergo bohemios, florecientes en las épocas románticas, de reacción antiburguesa. Todo es cuestión de acostumbrarse a poseer talento sin abusar de él. 

     En Margarita Abella Caprile no hay angustia, sino una legítima protesta y una admonición  a los argentinos para que dejemos de esclavizar impertinentemente a nuestras compañeras. En Vitoria Ocampo hay una impaciente rebelión contra la limitación social que el sexo impone y una angustiosa búsqueda de los caminos por donde la mujer ha de redimirse de la sujeción milenaria en que ha vivido, por donde saltar por encima del “no” que el hombre opone a sus exigencias má vitales. Cuando se refieren a la Argentina, una y otra, Victoria y Margarita, hablan el mismo lenguaje casi con iguales palabras. “Nuestro ambiente, que conserva todavía la suspicacia primitiva de la viveza, no ha establecido aún la diferencia que existe entre el noble concepto de libertad y la idea inferior de libertinaje…”— escribe Margarita. “Cuando ella reivindica su derecho a la libertad, los hombres interpretan, juzgando sin duda por sí mismos y poniéndose en su lugar: libertinaje” —declara Victoria. Y luego define con palabras que se dan la mano con las de su culta amiga: 

     “Por libertad, nosotras, las mujeres, entendemos responsabilidad absoluta de nuestros actos y autorrealización sin trabas, lo que es muy distinto. El libertinaje no tiene ninguna necesidad de reivindicar la libertad. Puede uno entregarse a él siendo esclava.”

     No caeré en la fácil tentación de objetarle que no todas las mujeres tienen la cabecita bien hecha como Victoria Ocampo, porque me figuro que ella me contestaría que para cabezas mal conformadas, las de muchísimos hombres, los cuales no obstante, gozan de una ilimitada y mal aprovechada libertad. 

     En lo que no estoy enteramente de acuerdo con la autora de La mujer y su expresión es con su comprobación personal de que “hasta ahora la mujer ha hablado muy poco de sí misma, directamente”, pues por ella lo han hecho los hombres a través de sí mismos. Lo segundo es cierto; lo primero discutible. Ya las mujeres han hablado bastante de sí desde Safo a Marcellina Desbordes Valmore y a todas las apasionadas amantes; desde Santa Teresa a Eugenia de Guérin, a María Bartkisef, a Vitoria Ocampo. Cuando Karen Michaelis publicó hace cosa de un cuarto de siglo La edad Peligrosa, leí que al fin una mujer se confesaba realmente, pues hasta entonces, hasta para hablar de sí mismas, les habían pedido prestada a los hombres la idea que de ellas éstos se forman. Lo cual es posible en cierta medida; pero que dicho así comporta una evidente exageración. ¡Vean que es disparate esperar a Karen Muchaelis para conocer lo que son algunas mujeres hacia los cuarenta años! Lawrence, pongo por caso, sin ser mujer, también ha expresado muy bien a la que fue para los provenzales la dulce enemiga. ¿Y no sabrá expresar a su sexo la autora de Mrs. Dalloway? Verdad que Victoria Ocampo piensa particularmente en las dificultades que encuentra para esa expresión sincera la mujer sudamericana, y ya esto es más posible. Que no se resigne tan fácilmente, le aconseja; que se atreva a interrumpir el monólogo del hombre, hasta llegar naturalmente al diálogo. Es justo y no es mucho pedir. No escuchamos en estas páginas a la feminista barullera que quiere invadir el terreno del hombre, sino a un ser que reclama que el hombre no invada el suyo. No se trata de una rebelión sino de una protesta, de una reclamación firme de derechos enajenados, hasta alcanzar la conciliación perfecta, de donde derivará una más estrecha unión – así lo esperamos. 

     “Que un grupo de mujeres, por pequeño que sea, tome aquí conciencia de sus deberes, que son derechos, y de sus derechos, que son responsabilidades: tal es mi voto restringido y ardiente” –escribía Victoria Ocampo en el pasado junio, cerrando uno de sus últimos ensayos. Y agregaba a modo de conclusión: “Si las mujeres de ese grupo pueden responder de sí mismas, podrán responder dentro de poco de innumerables mujeres”. 

     Este es todo un programa de acción que debe ser meditado por los seres a quienes más directamente interesa. Pero cuidado que él envuelve el sacrificio de muchos prejuicios, que al pasar toca Victoria Ocampo en este ensayo y en otros artículos suyos. Envuelve en el pensamiento de la autora también un ¡alto ahí! gritado a la guerra, monstruosa invención de los hombres, pero fomentada por la ignorancia, la vanidad o la pasibidad de las mujeres. No sé que nadie haya expresado esta culpa de las mujeres con más trágica verdad que Andrés Latzko en uno de los cuentos de sus Hombres en la guerra. ¡Si ellas no la hubiesen querido! (sic.) Pero ellas la quisieron, para adornarse el sombrero con un héroe! 

     Victoria Ocampo no se contaría entre ellas. Lo declara allí donde, tratando la abominación y necedad de la guerra, proclama la necesidad de que la mujer aclare y transforme la conciencia del hombre-niño que se complace en ese juego destructor; así como antes lo había pensado azorada y perpleja frente al férreo Mussolini, al mirarle en los ojos el amoroso orgullo con que educa y organiza una magnífica juventud en flor, para… ¿para qué, oh incógnita terrible de mañana? 

     Bien se ve que estos ensayos, atacan, por la vía de la emancipación de la mujer, “las raíces mismas de los males que afligen a la humanidad femenina y, de rebote, a la humanidad masculina”. Son, pues, una obra de bien. Aún cabría escarbar en ellos mucho más; pero no siento inclinación por estos comentarios marginales que participan del parasitismo, cuando ni siquiera tengo nada que oponer a los argumentos y sentimientos del texto glosado. Por lo que cierro esta nota agradecido a las dos gentiles escritoras que me han permitido conversar con ellas algunas horas bien empleadas. 

Nosotros, año II, número 3, segunda época, enero de 1937

LUZ SALAZAR LANDEA

Es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente trabaja en la misma Universidad como becaria de investigación del CONICET en el área de literatura argentina contemporánea, y como docente de literatura en el nivel secundario.

 

Casa-grande y Senzala (1937)

HISTORIA


EMIR REITANO


Casa-grande y Senzala (1937)
de Gilberto Freyre

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     Corría el año 1985 y me encontraba frente a la novedosa experiencia de cursar Historia Americana Colonial con quien más tarde sería mi mentor y director de tesis, el Profesor Carlos Mayo. Personalmente, siendo un joven estudiante, no sabía con certeza a qué campo de la historia dedicaría mi futura vida académica, tampoco imaginaba cómo construirla o cómo abocarme a ella. El estudio de la Historia Americana Colonial fue para mí el ingreso a un mundo desconocido hasta ese momento: el Canadá Francés, la colonización de América del Norte, el espacio caribeño con sus holandeses y el Brasil colonial fueron poco a poco llenando mi horizonte intelectual. Sin embargo, un libro en particular me colmó de curiosidad, generándome un profundo interés sobre la historia del Brasil portugués. 

     Carlos Mayo, al explicar a sus estudiantes el mundo del ingenio azucarero y su dinámica colonizadora del Brasil, como con tantos otros temas, no se detenía en detalles dogmáticos para desentramar complejas estructuras teóricas. Mayo en sus clases exponía con total facilidad desde lo más sencillo de los personajes la diversidad de la trama social y sus diferentes actores. No tenía necesidad de explicar complicadas teorías para hacernos comprender ese mundo que quería evocar y por ese motivo al hablar del Brasil colonial leía fragmentos de esta obra que llegó a despertar mi interés. A través de la lectura en clase de parte de este libro fundamental de Gilberto Freyre, me llegaron imágenes del mundo colonial del nordeste de Brasil que pasó poco a poco, a ser parte de mi mundo. ¿Quién era ese autor de Brasil, desconocido para mí que explicaba con un lenguaje que no parecía académico las intrincadas estructuras de la sociedad colonial azucarera de manera tan diferente? En aquellos años, carentes de información por internet y sus redes, supe rápidamente que la biblioteca de la Facultad de Humanidades tenía dos ediciones en castellano del libro de Gilberto Freyre. La primera editada en Buenos Aires por la pionera Biblioteca de autores brasileños en 1942 y una segunda edición, realizada por la Biblioteca Ayacucho de Caracas en el año 1977 con prólogo de Darcy Ribeiro. Este estudio preliminar me llevó también a conocer mucho más de la obra de su autor y el impacto que la misma tuvo en su época.  

     Casa Grande y Senzala es un libro múltiple y complejo. Publicado originalmente en 1933 posee un lenguaje único y novedoso. Es un libro pionero para la Antropología, la Sociología, la Historia de la vida privada, la Historia de la sexualidad y la Historia de la cultura. Es todo y nada de ello a la vez. Combina la riqueza del lenguaje poético literario con una sólida fundamentación heurística que se sostiene a lo largo de toda la obra. El instinto anticonvencional parece animar a Gilberto Freyre para la composición de Casa Grande y Senzala, con su franqueza en el tratamiento de la vida sexual del patriarcalismo y la importancia decisiva atribuida al esclavo en la formación más íntima del Brasil colonial. Incluso, por el volumen de información que maneja resultante de la técnica expositiva, Casa Grande y Senzala es un puente entre el naturalismo de los viejos intérpretes del Brasil como Euclides da Cunha o Capistrano de Abreu (autores a los que llegué luego de su lectura) y los puntos de vista más específicamente sociológicos que se impusieron a partir de 1940. La preocupación que tenía el autor sobre los problemas de fondo biológico: etnicidad, aspectos de la vida familiar, alimentación y ecología sirvió como soporte para un tratamiento inspirado por la antropología cultural de los autores norteamericanos de entonces. Casa grande y Senzala constituyó una ruptura con la tradición. El encuentro de las raíces afroeuropeas y nativas, el papel del portugués en el trópico y la hora africana del Brasil fue el camino trazado por Gilberto Freyre en la búsqueda de la gran nación mestiza. 

     Lamentablemente Gilberto Freyre no evolucionó intelectualmente a la medida de los tiempos que se avecinaban. Su lenguaje revolucionario en el marco intelectual de los años treinta lo posicionaba en ese momento como un joven que sería la vanguardia del pensamiento brasileño contemporáneo, pero la Sociología, la Antropología y la Historia evolucionaron mucho más deprisa que su pluma. Sus libros posteriores, Sobrados y Mocambos y Orden y Progreso, que venían a cerrar la trilogía que el autor se había propuesto, no tuvieron el impacto ni la recepción que tuvo su primer libro. La democracia racial era un concepto muy difícil de sostener a través del tiempo y muchos autores como también los hechos de la vida cotidiana en sí mismos pudieron corroborar los errores de Gilberto Freyre dentro de ese campo. Distanciado de las nuevas perspectivas analíticas, Gilberto Freyre terminó sus días escribiendo ensayos y novelas. 

     Más allá de esto debemos rescatar mucho de Casa Grande y Senzala. Es un libro motivador, disparador y pionero para los estudios de la historia de la cultura, de la familia, de la sexualidad y de la vida privada. Nos permite saber a través de un lenguaje florido sin descuidar el trabajo con fuentes, que se puede escribir historia cautivando al lector, encontrar empatía con él e inspirarlo a seguir, dejando muchos cabos sueltos en el camino como en un juego de laberintos. Freyre me motivó, despertó nuevas curiosidades en mí y me condujo en una travesía intelectual hacia ese Brasil que todavía, a casi cuarenta años de aquel primer encuentro, sigue generándome interés y muchas nuevas preguntas a las que seguiré buscándoles respuestas. Hoy todavía, a noventa años de su publicación, su lectura se hace imprescindible para iniciar ese fascinante periplo por la historia del Brasil colonial.

EMIR REITANO

 Es profesor y Doctor en Historia egresado de la FaHCE – UNLP. Profesor Titular de  Historia Americana Colonial; Director del Centro de Historia Argentina y Americana y Coordinador del Programa Interinstitucional El Mundo Atlántico en la Modernidad Temprana 

Un Kafkarabeuf (2022), Bellatin

NOVELA


JUAN PABLO CUARTAS


Un Kafkarabeuf (2022)
de Mario Bellatin

BELLATIN

     Como el resto de la literatura bellatiniana, Un kafkafarabeuf tiene como causa los problemas del cuerpo del otro y la aplicación de ciertas reglas que emergen para resguardarnos de su proximidad. Su frase inicial es “Se me rebeló el kafkafarabeuf” (9) y, en las líneas que siguen, se nos hace saber que hay un ser, el kafkafarabeuf, que sostiene una relación contractual de sumisión con esa voz que solemos conocer como “narrador”. En otras palabras, el nombre “kafkafarabeuf” indica cierta función que implica, dice el amo, “cumplir sin cuestionar la menor de mis exigencias” (17) que van desde asistirlo en el cuidado de los perros y la compra de medicamentos hasta los aspectos más tediosos de la labor de escritor, incluso el conocimiento de contraseñas y claves bancarias. También se nos informa sobre algunas de aquellas reglas contractuales: “Yo no debía regalarle nada, por ínfimo que sea” (9) o “Ninguno de los dos, ni los perros ni el kafkafarabeuf, podían relacionarse entre ellos a un grado mayor al amor que estaban en obligación de profesarme” (10). El cuerpo y las reglas, entonces, son las claves para leer este libro.

     En Mario Bellatin es usual la exploración de vínculos de dependencia o sometimiento en base a un fuerte pacto casi siempre ostensible: en Poeta ciego (1998) se nos narra toda una rígida organización político-religiosa y su evolución, en Perros héroes (2003) todo se reduce a lo que ocurre dentro de un hogar donde un hombre inválido, entrenador de perros, organiza la vida de sus parientes en función de su actividad. En otras novelas, como en esta que nos ocupa, el control es casi directamente físico: el reino de cuidado mortuorio en Salón de belleza (1994), donde un estilista tiene pleno control de los últimos días de vida de los moribundos de una plaga, la opresiva relación de propiedad de la Madre con Antonio, protagonista de Efecto invernadero (1992) o, de otra forma, el uso y abuso de una madre de los testículos de su hijo con fines exhibitorios en La escuela del dolor humano de Sechuan (2001) y luego en El gran vidrio (2007).

     Si se me permite, diría que esta disposición a establecer pactos excede la ficción bellatiniana. El propio escritor interviene en la forma en que el lector debe leer su propuesta literaria. Más de una vez ha indicado que para él lo más importante es que el lector avance sin mayores tropiezos por la narración. En otras ocasiones, Bellatin ha advertido que no debe creerse todo lo que él dice en sus libros, en alusión a las referencias reales que generalmente se ocultan en su escritura. También se ha mostrado reacio a que se encuentren referencias culturales o literarias que reenvíen a leer otra cosa que lo que se tiene enfrente. Siguiendo esta línea, tenemos prohibido leer a Kafka o a Elizondo en el título Un kafkafarabeuf, incluso si la criatura que se nos presenta tiene límites elusivos como el Odradek kafkiano. Mucho menos podemos leer este vínculo contractual del narrador y el kafkafarabeuf junto a la “dialéctica del amo y del esclavo” hegeliana en Fenomenología del espíritu, tentación apenas evitable para el crítico literario. 

     Para defenderse de esta trampa, o más bien para justificar la caída en ella, los críticos más perspicaces del escritor mexicano han notado que la insistencia en negar referencias refuerza más la búsqueda de las mismas. En este relato, el referente más misterioso, el kafkafarabeuf, es un ser difuso, de cuerpo indefinido, porque nos llega a través de las palabras del amo, elíptico y, valga la redundancia, amo de lo que deja ver. Sus palabras están demasiado próximas. Ese espacio entre la escritura y lo referido, real o no, es lo que aprovecha Bellatin al máximo, pues su estilo elíptico y sobrio prepara la sospecha de un referente, un elemento o una anécdota, más próximo de lo que creemos. Así, un lector nuevo de Bellatin se preguntará si el kafkafarabeuf es una exageración de rasgos pertenecientes a algún secretario personal del autor; un lector ya conocedor de esta literatura quizá se pregunte si el kafkafarabeuf no es más que ese secretario personal.

    La extrañeza de Un kafkafarabeuf es, como el resto de los relatos bellatinianos, algo que se torna ordinario con el correr de las líneas. Es interesante que el kafkafarabeuf entra en contacto con el amo vía redes sociales. El mundo real, donde leemos este libro, contiene relaciones cada vez menos autoevidentes e incuestionables, donde se busca clarificar con mayor precisión los límites de esos vínculos. Si bien todavía existen matrimonios arreglados en algunos países de Asia, donde dos se unen seleccionados por un tercero, Occidente se acerca tendencialmente a esa conjugación, siempre bajo máscaras con las que orgullosamente se diferencia y se matiza lo contractual de su proceder, por medio de aplicaciones y sitios donde el algoritmo selecciona ese prójimo que nos es aceptable, o cuya proximidad es lo menos intimidante posible. Podrá decirse que existen contratos sadomasoquistas en el mundo real, pero lo insólito del relato bellatiniano no está en mostrar una unión de este tipo, incluso la más extraña y singular, sino en desplegar el proceso de aclimatación a esa relación. En la literatura de Bellatin este panorama se viene radicalizando desde los años 90, ya desde sus primeras novelas, donde las relaciones van siendo reemplazadas por el pacto, el contrato o un conjunto de reglas que organiza la proximidad de los cuerpos.

     Este tercer término, la proximidad es la que une cuerpo y reglas en este libro y en la escritura de Bellatin en general. Proximidad que emerge cuando ciertas relaciones sociales ya no funcionan como deberían hacerlo, en el silencio no discutible de un espacio público en cuestión. Cuando este tablero de juego se torna difuso, surge el problema de que el otro puede estar demasiado cerca. Así, la relación de servidumbre, en este libro, adquiere aspectos sado-masoquistas y “la obsesión por servir, propia de cualquier kafkafarabeuf, tiene que llegar al punto de devorar al elemento que es servido” (17). Ya mencioné ejemplos bellatinianos en los cuales el cuerpo suele ser producto emergente de esta reducción del espacio que sanamente nos separa. El caso del kafkafarabeuf es radical, ya que se apropia del cuerpo del amo, cose sus orificios, lo cubre con telas y envoltorios plásticos (abro un paréntesis para demostrar aquella tentación de los referentes en Bellatin: si el kafkafarabeuf es una especie de secretario personal que lo auxilia con su escritura, o un editor, ¿es esta apropiación del narrador, con la cosedura de sus orificios y el empaquetamiento, una alusión al libro, a la escritura bellatiniana como producto listo para venderse y consumirse?).

     Con la proximidad intimidante del otro, no sólo surge el cuerpo bellatiniano sino un conjunto de reglas, oscuras en su sentido pero claras en cuanto a su ejecución, que suplementan aquellas que eran nuestro elemento, las del espacio público. Bellatin las establece rápidamente en Un kafkafarabeuf. La pregunta es si nosotros, lectores, necesitamos reglas para convivir u organizar la proximidad con el escritor. Especialmente si se trata de un hombre que como cuerpo viviente productor y, según ciertas disposiciones jurídicas, se trata de un autor, de uno que interviene siempre que puede en las formas en que se leen sus libros. No creo que sea coincidencia que este, publicado por Club Hem, lleve en su tapa la firma demasiado próxima del propio Bellatin.

JUAN PABLO CUARTAS

 Es Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata y la Université de Poitiers. Es ayudante diplomado de Filología Hispánica (UNLP). Trabaja en la organización y digitalización del Archivo Mario Bellatin

Diario de la Filmoteca (2023), Martín Peña

CINE/ARCHIVO


GASTÓN GALLI


Diario de la Filmoteca (2023)
de Fernando Martín Peña

PEÑA

Fragmentos de una pasión

     Fernando Martín Peña es una especie de estrella en el mundo del cine argentino. Lo notable es el lugar desde donde alcanzó esa categoría. Peña no es actor (aunque se lo pude ver en algunas películas) ni es director (aunque hizo un par de documentales sobre obras de Pino Solanas). Tampoco es crítico o productor. 

     Peña es, por sobre todas las cosas, un docente. Un docente tradicional desde la cátedra y los libros, y un docente diferente desde la programación de ciclos de cine, de festivales y de “Filmoteca, temas de cine”, el programa de televisión que lleva a todo el país una muestra de esa docencia. Docencia que se basa en el hecho de compartir películas, y contagiar el placer de ver cine, pero también el “saber” sobre cine. Una saber que en su caso suele poner el acento en lo histórico más que en lo puramente estético. 

     La mirada de Peña es la de un historiador, capaz de ubicar una película en su contexto y desarrollar desde ahí un análisis enriquecido por la erudición e iluminado por la inteligencia, pero siempre teñido de sensibilidad y de una cierta nostalgia. Nostalgia de una manera de ver cine como quien mira algo mágico y comparte esa magia con los demás.

     Porque esa nostalgia no es un lamento por lo que ya no está, sino una militancia para recuperar un patrimonio cultural que se pierde (y que en buena medida se ha perdido) pero no simplemente para guardarlo, si no para darle una nueva vida. Peña no sólo rescata y guarda películas viejas para que no se pierdan, si no que trabaja para formar un público que las disfrute. Ese es, tal vez, el objetivo último de su trabajo: salvar películas, evitando su desaparición física, pero también construir para ellas una audiencia, sabiendo que si no se conoce que existen otras películas para ver que las acotadas ofertas del streaming nadie va a interesarse por verlas. Y ahí sí, cuando una película no tiene espectadores, es cuando realmente muere.

     La Filmoteca Buenos Aires, fundada por Octavio Fabiano junto con Peña, Fabio Manes y Christian Aguirre, es la colección de películas que nutre esa docencia y es, literalmente, la casa de Peña. Y el “Diario de la Filmoteca” es un puñado (365 para ser más precisos) de comentarios, recuerdos y reflexiones sobre esa colección, su formación y su contenido. Y, utilizando una frase característica del autor, alcanzan tres palabras para señalar su principal cualidad: ¡Alegría sin fin!

     El libro es una muestra permanente de amabilidad al lector. Una prosa precisa, cálida, salpicada de humor y siempre inteligente, que nos permite compartir algo del mundo del coleccionismo y de la preservación de películas, así como de las peculiares características de una cinefilia donde conviven Tarzán, el cine soviético, Buster Keaton, Isabel Sarli, Godzilla y Perón. 

     Hay recuerdos de sus amigos, como un viaje con Octavio Fabiano a Santa Fe para llenar un Ford Fairlane con películas, arrancando a la una de la madrugada, después de una función en el Club de Cine y llevando 5 mil dólares ahorrados en un año o el proyecto que presentaron con Fabio Manes a a la productora del canal Venus para hacer una versión porno de Filmoteca o, incluso, un recuerdo de Ricardo Fort, de quien fue fugazmente compañero de secundario.

     Hay historias de películas mutiladas por la censura o por coleccionistas inescrupulosos que se quedan con canciones o desnudos. También la falta de cuidado del material puede deteriorar partes y dejarte sin el momento en que Alain Delón hunde el piolet en la cabeza de Richard Burton el “El asesinato de Trotsky” (Joseph Losey, 1972). 

     Hay historias de películas de las que Peña sólo tiene fragmentos, que a veces resultan difíciles de identificar o que generan misterios, como una película brasileña de la que solo tiene una parte del comienzo y que genera una irresistible curiosidad por saber cómo pudieron llevar adelante una película erótica cuyo protagonista se parece a Lorenzo Miguel.

     Hay historias de vida, como el relato de los años finales de Gordon Scott o las aventuras de la enfermera argentina que sobrevivió a tres naufragios, incluido el del Titanic.

     Hay breves comentarios de películas, muchas de ellas desconocidas u olvidadas, que generan (casi siempre) deseos de buscarlas y disfrutarlas. (Hay también un elogio a una película de Godard, pero nadie es perfecto…)

     Hay reflexiones sobre la importancia del cine como reservorio de la memoria, sobre la necesidad de su preservación, sobre el desinterés del Estado por guardar aquello que ha contribuido a financiar y también sobre la actitud de la propia comunidad cinematográfica argentina respecto de la conservación del cine que produce. 

     En 1953 William Gerike filmó a la tribu Kalapalo en el Mato Grosso. Hace un tiempo la comunidad le pidió, sin suerte, una copia a la Cinemateca de San Pablo. Un antropólogo se contactó con Peña y resulta que este la tiene. Al tiempo le llegó un pedido formal, firmado por el cacique Tafukuma Kalapalo que resume claramente la importancia de la preservación de la memoria: “Nunca vimos las imágenes registradas en ese filme y tenemos el deseo de ver a nuestros abuelos y abuelas, tíos y tías fallecidos, para poder extrañarlos y llorar por ellos”

GASTÓN GALLI

Veterano alumno de la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito ensayos, intervenciones y reseñas para distintas publicaciones, algunas de las cuales dirigió.  

Historias de la soledad y otras narraciones (2013), Benjamin

NARRATIVA


NICOLÁS ARAGOITA


Historias desde la soledad y otras narraciones (2013)
de Walter Benjamin

BENJAMIN

El arte de narrar (no) está llegando a su fin: Walter Benjamin y sus historias desde la soledad

“El narrar –todavía perdurará. Pero no en su forma ‘eterna’, en la secreta, magnífica calidez, sino en <formas> descaradas, atrevidas, de las que aún no sabemos nada.” (2008, 132)

 

Walter Benjamin, “Borradores sobre novela y narración”, El narrador.

     Historias desde la soledad y otras narraciones (2013) reúne – en palabras del propio editor – la colección de traducciones en español más completas que pueda hallarse de las narraciones escritas por Walter Benjamin. Evitamos, lo que en otros autores sería lo habitual, llamarlas “cuentos” por la propia consideración benjaminiana sobre la narración. En su ensayo de 1936 sobre el narrador Benjamin afirmaba que la narración estaba llegando a su fin, en tanto praxis social y artesanal de elaborar e intercambiar experiencias de boca en boca, a causa del desarrollo técnico que posibilitó el despliegue de la prensa burguesa, como así también las novelas de escritura y lectura individual, la conglomeración de las masas en las grandes urbes repletas de estímulos del shock y la pobreza de experiencias como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, como sostienen algunas líneas interpretativas que evitan una lectura de clausura total, se trata de una reconfiguración de la narración, desprovista de su carácter artesanal y oral, que permita elaborar la experiencia fragmentada en el nuevo contexto de la modernidad. De ahí que Benjamin utilice la denominación de “narrador urbano” para este nuevo arquetipo, entre los que se encuentran Nikolai Leskov – a quien dedica “El narrador” –, Franz Kafka, Charles Baudelaire, Marcel Proust, entre otros a quienes ha dedicado sus reflexiones y escritos. Este libro nos revela la faceta del propio Benjamin como narrador.

     Muchas de las narraciones que componen este volumen fueron escritas por Benjamin durante (o como consecuencia de) sus viajes de juventud por Ibiza, Marsella y Barcelona. Algunas fueron publicadas en revistas, otras permanecieron inéditas. Pero lo cierto es que todas ellas están permeadas por las inquietudes que atraviesan sus análisis filosóficos y trabajos de crítica literaria sobre el tema, en una dinámica indivisible entre teoría y práctica. Así, en “El Pañuelo” de 1932, quien narra nos cuenta la historia que oyó de un capitán de barco sobre su relación con una mujer a bordo, que por supuesto involucra el objeto del título. No es casual que se trate de un marinero (uno de los arquetipos clásicos de narrador, en tanto aquel que conoce mundo y tiene historias que contar), ya que la actualización de la narración implica que quien escucha una historia se convierta en un narrador potencial. Aquí aparece también la pregunta sobre por qué está llegando a su fin el arte de narrar, que volverá posteriormente en el ensayo sobre Leskov.

     En “Myslowitz-Braunschweig-Marsella” asistimos a la historia, esta vez oída por otro incipiente narrador en un bar, sobre un pintor que pierde la posibilidad de ser millonario por las confusiones de una experiencia poco medida de haschisch. El desorientado artista no desaprovecha oportunidad alguna para vagar por la ciudad francesa, practicando la flânerie tal como Benjamin describe la actividad de Baudelaire en los pasajes de París del siglo XIX, en un tempo propio ajeno al andar uniforme y regulado de las multitudes. De la misma manera, en “La muralla” el narrador se obsesiona por encontrar la construcción plasmada en una postal del pueblo español en el que se está alojando temporalmente y destaca su contratiempo “con los acostumbrados vagabundeos por las callejuelas estrechas y en sombra, en cuyo entramado uno nunca llega a los mismos puntos por los mismos caminos”.  

      “Cuenta Rastelli” narra las artimañas de un malabarista y su pequeño ayudante oculto para engañar al público con su actuación, contando con uno de los finales más desconcertantes de la colección y generando una atmósfera propia de las historias kafkianas. En el ensayo de 1934 sobre Kafka, que Benjamin escribe con motivo del décimo aniversario de su muerte, asegura que el autor checo tomó todas las precauciones posibles para que sus relatos no se agoten en lo interpretable, permitiendo la apertura de sentidos que caracteriza a la narración. Algo similar ocurre en la narración benjaminiana “La firma”, incluida también al comienzo del mencionado ensayo sobre Kafka, donde el insignificante escribiente Schuwalkin se ofrece para conseguir la firma del esquivo canciller Potemkin, con resultados tan inesperados como inexplicables. Otros escritos breves de Benjamin presentes en esta colección están agrupados bajo el rótulo de “parábolas” e inmediatamente se vislumbra la conexión con las historias cortas de Kafka denominadas de la misma manera: en tanto relatos que se despliegan en el interior de una narración mayor, desarticulando la linealidad y generando un efecto de aplazamiento en los acontecimientos. Tal es el caso, por ejemplo, de la parábola kafkiana “Ante la ley” presente en El proceso.

     Si de trazar paralelos con Kafka se trata, imposible resulta ignorar que una de las historias de Benjamin se titula “La muerte del padre”. Un estudiante regresa a su ciudad natal ante el aviso del deterioro de su progenitor, cuyo destino parece inminente. La incomodidad, la indiferencia y el silencio desde el que resuena aquello no dicho pero densamente percibido, hace de esta historia el escenario para todo un repertorio de personajes kafkianos cuya relación con sus padres es, cuanto menos, problemática. Pensamos de inmediato en Gregor Samsa o el protagonista de “La condena”, por señalar algunos. Si la figura paterna encarna la culpa y la ley, en contraposición emerge la figura de la madre: la primera historia benjaminiana de este volumen, anterior a la del padre, es “Historia silenciosa” y en ella puede leerse el subtítulo “(Contada en ocasión del cumpleaños de mi madre)”. La madre no hace acto de presencia, ni la del propio Benjamin ni la del protagonista que narra su viaje en tren desde Suiza, pero la intención parece ser otra. En el ensayo sobre Leskov, Benjamin comenta que el narrador en tanto justo que deja oír y presta voz a todas las criaturas está atravesado por la imagen de su madre. La figura materna está íntimamente ligada a la atención al detalle y a la importancia de lo nimio, como elementos fundamentales de la narración. En Infancia en Berlín hacia 1900 es la madre quien cuenta historias al pequeño Benjamin mientras realiza tareas manuales, como el ejercicio de la costura en el cual también teje paralelismos con los cuentos de hadas, y es ella la que le narra al niño enfermo sobre sus ancestros, quienes escapan al conocimiento de su corta vida. 

     Todas las narraciones de Benjamin surgen de su vida, así cuenten con más o menos elementos ficcionales, ya que la propia experiencia es la materia prima del narrador. Él, en su carácter artesanal, deja su huella en las historias que narra como el alfarero deja su huella en la vasija que confecciona. Pero no se despliega en sus textos una unidad del yo, una biografía lineal o acumulativa, sino que encontramos una subjetividad fragmentaria. No en vano contamos aquí con una historia llamada “El segundo yo”, donde un solitario empleado raso no tiene otro plan de año nuevo que vagar borracho por las calles nocturnas. Así se topa con una tienda desierta donde le ofrecen un espectáculo singular: ¡Un viaje por el año pasado! La función consiste en mirar por las dos mirillas de un panorama la cantidad de doce imágenes con inscripciones que representan las variantes frustradas de la vida por decisiones no tomadas u oportunidades desaprovechadas, y así lo explica el dueño del establecimiento “aquí conocerá usted a alguien muy especial, verá a un señor que no se le parece en nada: su segundo yo. […] En algunas imágenes se ve a su segundo yo, en otras sólo las situaciones en las que el primero había querido meterse”. Sin que la historia lo explicite, teniendo en cuenta la consigna de la función, nada impediría la aparición de un tercer, cuarto y hasta un quinto yo, sólo por empezar a hacer cuentas.   

     Al igual que en sus escritos de infancia en Berlín, hay en estas narraciones piezas de recuerdos, sensaciones y pequeñas actividades que aparecen en un ejercicio de memoria involuntaria proustiana. Benjamin dijo alguna vez que utilizaría la palabra “yo” tan sólo en la correspondencia, y en una carta que escribió a Bernard Brentano el 16 de junio de 1939 dice que “no es posible decir quiénes sean las personas, pero contar se puede todo”. Una persona, una vida, la propia experiencia, no puede decirse en un sentido positivista: no hay descripción que la encapsule. La lógica de la prensa y la información resulta insuficiente. Pero contar implica narrar esa vida, ese cúmulo de experiencias, para formar una imagen o una serie de imágenes. En la Obra de los Pasajes Benjamin afirma: “Método de este trabajo: el montaje literario. No tengo nada que decir, sólo que mostrar”.

     Las historias que componen este libro, las que hemos comentado brevemente y las que no, tienen este carácter narrativo: conllevan un rodeo, una pluralidad de sentidos y la elaboración de experiencias que invitan a que la narración se actualice. Esto es, que haya más narraciones. 



NICOLÁS ARAGOITA

Es Profesor y Licenciado en Filosofía (FaHCE-UNLP). Adscripto a la Cátedra de Filosofía Contemporánea (FaHCE), participa en el Grupo de Estudio de Pensamiento Alemán Contemporáneo y es integrante del proyecto de extensión “Filosofía, memoria y género: historias de vida de compañeras victimas del terrorismo de estado”. Sus temas de interés se centran en la narración y la cultura de masas desde la perspectiva de Walter Benjamin, en diálogo con obras literarias y audiovisuales tanto europeas como latinoamericanas.  

Todo se enciende (2022), Golder

PINTURA/VIDEOARTE/TEATRO/HISTORIA

ROBERTO PITTALUGA Y MAGALÍ DEVÉS


Todo se enciende (2022)
de Gabriela Golder

todo se enciende

El 16 de diciembre de 2022 en el marco de la exposición Todo se enciende de Gabriela Golder, situada en el Museo Nacional del Grabado, se llevó a cabo la presentación del libro Guillermo Facio Hebequer, entre el campo artístico y la cultura de izquierdas de Magalí Devés. En dicha presentación, Roberto Pittaluga ofreció algunas lecturas sobre el libro y la exhibición. En las siguientes páginas, a partir de una reseña de la muestra escrita por Devés y el texto de Pittaluga, invitamos a trazar puentes entre discursos visuales y textuales y a reflexionar sobre las articulaciones entre las utopías revolucionarias, la historia y la memoria, entre tantos otros temas y problemas.

     La iluminación tenue que habita la sala del Museo Nacional del Grabado en donde se alojan las trece videoinstalaciones ideadas por la artista Gabriela Golder nos acompaña durante el recorrido en donde Todo se enciende; título acertadísimo de una exposición en la cual la penumbra de la sala se fusiona y potencia con una serie de pantallas que iluminan las utopías revolucionarias, al tiempo que reactiva la obra y trayectoria del artista rioplatense Guillermo Facio Hebequer. Situadas en un espacio que nos envuelve, estas videoinstalaciones nos introducen una serie de reflexiones que involucran un juego de temporalidades que desafía nuestro presente, pasado y futuro. 

     En Todo se enciende confluyen dos proyectos de Golder: “Escenas de trabajo”, formada por doce videoinstalaciones que fueron expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile en 2020 y “Rebeliones”, una obra realizada en el 2022. Ambos proyectos se basan en la relectura de dos obras emblemáticas de Facio Hebequer: la serie “Tu historia, compañero” (1933) y “La Internacional” (1935).  

Imagen: Museo del Grabado

 

     La interpretación de Golder provoca desplazamientos y ofrece nuevos sentidos desde que ella imaginó como punto de partida a las litografías del grabador rioplatense en movimiento. En efecto, a partir de esa idea, la artista presenta una relectura de aquellas obras por medio de otros formatos y técnicas visuales: se trata de videos de muy alta definición, registrados a muchos cuadros por segundo, lo que posibilita que las imágenes se vean ralentizadas. De alguna manera, podríamos pensar que esta nueva creación recoge, en el presente, muchos de los intereses y obsesiones que transitó Facio Hebequer como grabador y como hombre de teatro. Pues “Tu historia, compañero” se constituyó como una bisagra en un itinerario signado por una búsqueda constante por articular el arte con la política, incorporando elementos modernos que provenían de los montajes fotográficos de las revistas, del ritmo de la nueva imagen del cinematógrafo y de sus experiencias como integrante de diversos proyectos del teatro independiente de las cuales formó parte. Estas exploraciones de un artista preocupado por la clase trabajadora y los excluidos de la sociedad posicionaron, así, a “Tu historia, compañero”, junto con la serie “Bandera Roja” y la litografía “La Internacional” como las obras de mayor trascendencia en el seno de la cultura de las izquierdas del ámbito local a mediados de la década de 1930. 

     Golder se sumergió en la vida y obra de Facio Hebequer y de manera semejante a este, a quien –según una de sus aguafuertes Roberto Arlt (“Los atorrantes de Facio Hebequer”, publicada en El Mundo)– le gustaba deambular en búsqueda de sus modelos, ella también salió a las calles. Se contactó con el grupo de teatro comunitario y callejero Boedo Antiguo, Matemurga y con algunos trabajadores/as de las fábricas recuperadas para que representaran en una vieja fábrica de Parque Patricios (un barrio en donde Facio dio sus primeros pasos como artista) las diferentes escenas que conforman Todo se enciende

     A partir de ese “encuentro” con el pasado y con Facio, el tratamiento que hace Golder de estas imágenes se centra, como la artista señala, en la deconstrucción de los gestos de la lucha de los trabajadores y las trabajadoras por medio de un cuadro fijo y la ralentización de ciertos gestos como un modo de capturar el nacimiento, el desarrollo y el desvanecer de esas luchas. Esa secuencia de ciertos movimientos continuos y lentos que se repiten, permite poner el foco justo ahí: en esos gestos que atravesados por el padecimiento de la opresión pueden mutar en acción devenida en rebelión. En la mayoría de los videos ese gesto es sutil, como podemos observar en el parpadear de unos ojos que sufren o en un puño apretado y cargado de impotencia. Movimientos que nos interpelan, pero que además pueden transformarse –como en la décima y la última escena (Rebeliones)– en un grito de lucha colectiva simbolizada en puños que se alzan para agitar la bandera que clama la emancipación social; siempre, como ya lo había formulado Facio, sostenida esta lucha en los vencidos y las vencidas como fundamento de la memoria colectiva. 

 

Imágenes: Museo del Grabado

 

     Con esta nueva lectura, Golder indaga en esos instantes que, como sostiene Walter Benjamin (en la tesis II de “Sobre el concepto de la historia”, 1940) marcarían también el motor oculto de las revoluciones radicado precisamente en la acción redentora que surge de ese diálogo entre generaciones pasadas y presentes. Y, en relación con ello, cabe destacar la exaltación que hace la artista de los cuerpos marcados por el sufrimiento como una marca nodal posible de impulsar emancipaciones. No es casual que en esta reinterpretación quien alza el puño en la décima escena o quien agita la bandera roja de “Rebeliones” (basada en la litografía “La Internacional”) no es un hombre como en las obras de Facio sino mujeres –erguidas– las que (re)viven los levantamientos pasados, presentes y futuros. Protagonistas de la historia, las mujeres fueron gradualmente restituidas en sus luchas y Golder elige situarlas en un primer plano. De aquí, “Rebeliones” se presenta como una apertura a la historia que no deja de reconfigurar el pasado. Bien podríamos decir que esta última escena nos remite a “La Libertad guiando al pueblo” de Eugène Delacroix (1830). Sin embargo, al observar el conjunto de las videoinstalaciones creadas a partir de la lectura de Facio Hebequer, irrumpe en mi memoria –se hace presente– otra imagen del grabador que no tuvo una mayor circulación más allá de sus contemporáneos/as: “La mujer contra la guerra”, realizada en conmemoración del 1° de mayo y publicada el 15 de abril de 1935 para la portada de Vida Femenina. La revista de la mujer inteligente

Fuente: Vida Femenina, año II, n° 21

 

     Esta imagen fue acompañada por las palabras de la dirección de Vida Femenina, que afirmaba: “Contra la guerra deben erguirse todas las mujeres con el gesto decidido que le marcó en la cara el lápiz de Facio Hebequer, y contra la miseria debe alzarse en un arranque formidable de protesta […] Hoy nadie puede creer que la mujer se lanza a la lucha por un simple snob, y quien así lo cree, en su ceguera espiritual tiene el peor castigo”. Esta imagen que se contrapone con la antes mencionada, en tanto observamos a una mujer que parece caerse derrotada por la guerra –aunque al mismo tiempo una mano lo impide al sostenerla–, resucitan también en mi mente las palabras escritas por Virginia Bolten en 1910: “Busquemos en el pasado la inspiración para luchar en el porvenir: fracasos, desengaños y errores nos señalan el derrotero a seguir; para evitarlos contaremos con un inmenso caudal de conocimientos adquiridos en los días memorables”.

     Todas estas imágenes y representaciones parecen conjugarse, en términos de Georges Didi-Huberman, como un síntoma que escapa a la coyuntura específica de 1935 para reconfigurarse en las pantallas que expone Golder, pues, como afirma Didi-Huberman, “Siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo”. En efecto, en estas (re) presentaciones de la artista irrumpe esa búsqueda de justicia inconclusa que nos conducen a invocar el pasado de los vencidos. 

 

Los sonidos y los ecos de las rebeliones

     Como corolario en esta (ex)posición se realizaron una serie de actividades que habitaron el espacio museístico. En el marco de ese ambiente íntimo que indefectiblemente incitaba a una reflexión introspectiva estallaron los cantos interpretados por Matemurga. Esta agrupación que puso el cuerpo para las representaciones de Golder “salió” de las videoinstalaciones entremezclándose entre las obras entonando desde Bella Ciao hasta aquella estrofa exclamada cada 24 de marzo en contra de la última dictadura cívico militar y que todos/as supimos cantar: “ole, ole, ole, ola, como a los nazis, les va a pasar… adonde vayan los iremos a buscar”. A partir de una concatenación de himnos populares que suponían extravíos temporales y espaciales nos emocionamos con una interpretación que nos hizo corear, gritar, y levantar nuestros brazos haciendo realidad una de las tantas utopías de Facio Hebequer, la convergencia entre el arte y la vida. 

     También en esta yuxtaposición de temporalidades Gabriela Golder y su madre Beatriz Rajland presentaron, como “cierre” de la muestra la performance “Prontuarios”, relatos de vida, de luchas, recorridos y transmisiones. Sin dudas, en aquella exposición confluyó “lo colectivo”, esas tradiciones que tenemos en común, a veces olvidadas en el contexto actual pero siempre latentes en esos resquicios en donde ¡todo se enciende!

     La exposición de Gabriela Golder se realizó desde diciembre de 2022 hasta marzo del 2023 en el Museo del Grabado (Riobamba 985, 4° piso). Actualmente la muestra de Golder se puede visitar en una exposición colectiva curada por Daniel Fischer: Breve historia de la eternidad (sita en el Centro Cultural Recoleta). En esta ocasión se pueden establecer otros diálogos con obras muy diversas.

Magalí A. Devés

 

Fotografías: 

https://www.argentina.gob.ar/noticias/todo-se-enciende-en-el-museo-nacional-del-grabado#:~:text=%2DEs%20una%20obra%20sobre%20el,La%20lucha%2C%20la%20posible%20transformaci%C3%B3n.

Presentación libro Guillermo Facio Hebequer. Entre el campo artístico y la cultura de izquierdas de Magalí Devés

 

     Voy  a empezar por el final del libro, por ese casi último capítulo ingeniosamente titulado (Pos)Facio, que pareciera ser, entonces, por esa titulación, una referencia al afuera de la obra, a una suerte de paratexto de la investigación de Magalí. Y esa suerte de exterior interno del libro, ese capítulo aparentemente más descriptivo, que pareciera tener menos densidad conceptual, me da la impresión (justo esta palabrita, impresión) de ser un modo casi derridiano de franquearnos el acceso a los temas de libro (o mejor, a sus problemáticas) tanto como a la operación historiográfica que lo sostiene y que se revela, también, como operación epistemológica y política.

     Porque en ese (Pos)Facio que casi cierra el texto de Magalí, nos informamos del impacto de la temprana muerte de Facio Hebequer y de los múltiples homenajes que se le hacen. Facio distinguido póstumamente desde distintos espacios políticos, gremiales, culturales. En esa proliferación de recordatorios, de exhibiciones de su obra y de palabras alusivas y sentidas por amigos y personas más o menos cercanas, Magalí detecta una disputa por su figura, por su obra y su trayecto. Son homenajes que—con matices, no del mismo modo— de alguna manera disciplinan su memoria y su obra, la embretan —la ponen en un brete, la enfilan— y con esas operaciones, enfatizan una interpretación. Facio pasa a ser el nombre modélico del artista militante, del artista proletario (o casi), del artista revolucionario, del artista comprometido, todas designaciones para configurarlo como herencia en relación a orientaciones y sensibilidades estético-políticas en conflicto; Facio etiquetado, casi que envuelto para regalo, unidimensionalizado. Pues ¿qué puede esperarse de un modelo sino que sea una abstracción impracticable, un bronce en el que mirarse y por lo tanto reconocerse siempre en falta, una designación que aun siendo inalcanzable actúa como punto arquimédico de fijación identitaria? 

     Podríamos decir que el libro de Magalí también es un homenaje, pero en un sentido casi opuesto, un homenaje que lejos de encasillar a Facio Hebequer lo rescata de esas lecturas unidimensionales, homogeneizantes, y nos lo brinda en toda su complejidad, con sus dudas y contradicciones. Ya la misma exposición de esos múltiples homenajes es el modo que elige la autora para indicarnos que ese trayecto y ese hombre, si puede tener tantas “apropiaciones” distintas, tan diversas inscripciones en tradiciones políticas y estéticas rivales, es porque finalmente no se ha dejado atrapar por ninguna, aunque las ha cultivado a todas; porque aun sin proponérselo, se constituyó como una subjetividad estético-política impropia para las particiones políticas identitarias de las izquierdas como también para las categorías de la crítica y las opciones estéticas de las disciplinas artísticas. Precisamente la operación historiográfica que recorre el libro, y que se manifiesta palmariamente en ese “interno exterior” del (Pos)Facio, al invertir el procedimiento del homenaje, al actuar rememorativamente en lugar de conmemorativamente, nos posiciona frente a ese Facio Hebequer como artista común, artista de la comunidad, inapropiable porque pertenece a todas las corrientes estéticas y políticas de ese mundo que llamamos de izquierdas.  En otras palabras, contra el Facio que se debe ver y leer como herencia el libro de Magalí ofrece al Facio que puede ser retomado como legado; legado polivalente, multifacético, estética y políticamente, y lo hace, la autora, indagando sin contemplaciones una vida y su obra plena de tensiones y contradicciones, de búsquedas, de aciertos y desaciertos de este notable pintor, grabadista, hombre de teatro, escritor polémico, crítico, militante, revolucionario.

 

     Una biografía de Guillermo Facio Hebequer: pero se trata de una construcción biográfica bien lejos de la típica novela familiar de influencias, previas y posteriores. El modo elegido por la autora es el de construir el trayecto artístico-político de Facio Hebequer como una  mirilla de lectura de una entera época para la cultura y la política obreras y de izquierdas. Facio se convierte en un nudo, un nudo problemático, un nudo de problemáticas, que Magalí configura como una suerte point de capiton para captar la dinámica de la cultura política de las izquierdas y de los trabajadores y las trabajadoras en los años 20 y 30 del siglo pasado. De allí que el recorrido por la vida y obra de este artista y militante permite a lectores y lectoras acercarse a la compleja maraña de entreveros y discusiones sobre arte y política, sobre intelectuales y trabajadores, sobre política y revolución en esas décadas. Las elecciones estéticas nombradas como Boedo y Florida, sus vinculaciones con las formaciones identitarias de la contestación política (que en ambas décadas se encuentran en una suerte de crisis permanente), las reverberaciones de la revolución en Rusia primero, con sus tremendamente vasto laboratorio estético-político de los años 20 y su sepultura bajo el realismo socialista en los ʼ30, pero también las referencias al expresionismo, al surrealismo o al futurismo italiano; la convivencia de la promesa redentora de la experiencia soviética y sus derivas, y la violencia reactiva de los ascendentes fascismos, entre muchos otros nudos, todo ello es expuesto por Magalí Devés a través de las apuestas artísticas de distintos intelectuales que animan revistas y editoriales, que inventan instituciones como la Unión de Escritores Proletarios o la AIAPE, que publican manifiestos o se trenzan en duras polémicas, que montan muestras irreverentes respecto del arte oficializado, que debaten y a la vez conviven con opciones estéticas vanguardistas, que erigen diversas experiencias artísticas en distintas disciplinas. 

     De modo que el libro de Magalí nos da a conocer aspectos nodales de esa cultura de izquierdas en entreguerras, nos presenta los modos en que se va configurando, tramando, a partir de qué debates, de cuáles cuestiones y protagonismos. Un trabajo de indagación sutil, que atiende a los hilos visibles e invisibles de ese campo cultural, de sus relaciones con la dinámica política, pero también de la propia política de lo cultural o artístico. Y la construcción de esa urdimbre, de esa malla de gruesos pero también finos hilos relacionales, la autora la va tejiendo a partir de la trayectoria de Facio Hebequer.

 

     Me voy a detener en algunos pocos aspectos que me promueve la lectura del libro; ningún afán de exhaustividad me guía, y seguramente lo que diga será enriquecido próximamente por lectores y lectoras.

 

     Como sugería, el libro de Magalí también podría ser parte de ese (Pos)Facio, de ese “dentro-fuera” del propio texto, porque esa sección del volumen también nos está diciendo que si estamos ante la biografía artística y política de un hombre, de una singularidad, no podemos más que comprenderla en lo que tiene de pluralidad. Facio es Facio, nos dirá Magalí, pero también nos sugiere que Facio es Vigo y Arato, es Barletta, Castelnuovo y Arlt, es Boedo y Florida (su cruce o más aun su descomposición como nombres autosuficientes), es la revolución y la exposición, son los cuerpos explotados pero también los cuerpos alzados, es Claridad y también Nervio y Actualidad, es el Teatro del Pueblo y también el Teatro Proletario, es Vsévolod Meyerhold y también Erwin Piscator, es el anarquismo y también el socialismo y el comunismo. El libro expone que esa multiplicidad de Guillermo Facio Hebequer (de rasgos artísticos, de acciones estéticas, de posiciones teóricas, de afinidades electivas), esa suerte de multi-implantación estético-política emergente en sus intensas, pasionales, afectivas búsquedas por expresar la potencia emancipatoria a través de intervenciones críticas, no es otra cosa que la heterogeneidad propia del sujeto político. El libro de Magalí pareciera, en este punto, parafrasear a Siegfried Kracauer al hurgar en los lugares comunes de la vida del artista y de la cultura de izquierdas para mostrarnos el lugar de lo común en sus plasmaciones estéticas, es decir, el lugar de la comunidad de los oprimidos y oprimidas. Lugar doble de la comunidad: el de una cooperación que es verdaderamente el elemento prohibido de las representaciones del poder; el de una potencia política que, amalgamada a esa cooperación (en la figuración y también en su reproducción técnica) se vuelque en (parafraseando ahora al propio Facio) una incitación a grabar —acción, incisión, marca, memoria.

 

     Lo que nos lleva directamente a esa otra gran cuestión presente en la obra de Facio y abordada con la complejidad que se merece por parte de Magalí. Me refiero a la cuestión de la relación entre arte y política. Una cuestión que, por otra parte, se carga de nuevas significaciones en los años de entreguerras, ya sea por los debates soviéticos (Proletkult, suprematismo, constructivismo, futurismo ruso, etc.), ya por la relación entre los futuristas italianos y el fascismo, ya, finalmente, por esa reflexión benjaminiana que a la estetización de la política que observaba en los fascismos convocaba a oponerle una politización del arte. Pero ¿qué significa “politizar” el arte? ¿Acaso darle cierto contenido? Y si así fuera, ¿qué sucede con el continente, con la forma que es capaz de acoger —o no— cierto contenido, de darle una específica figurabilidad? ¿Y qué se entiende, en cada caso, por “contenido”, por “forma”?

     Así como Magalí nos dice que en Facio la dimensión visual y la dimensión escrituraria están siempre co-implicadas (para esos años, 1931 para ser precisos, Benjamin convocaba, en su “Pequeña historia de la fotografía” a literaturizarla, a inscribir la imagen fotográfica en un dispositivo cognitivo que la hiciera potenciarse por la palabra a la vez que expandir las capacidades de esta última), también nos orienta, el libro, a pensar las polémicas estético-políticas de los años 20 y 30 desde otro ángulo que la simplificadora oposición entre vanguardismo y realismo (dos términos en sí mismos plenos de capas de significación).

     Arte popular, arte proletario, arte socialista. Las discusiones, sabemos, no son sólo rioplatenses. A lo que nos incita el libro de Magalí es a suspender las certezas de los significados de “arte” y “proletario”, nos convoca a leer el sintagma en toda su tensión, en la energía que carga y está a punto de estallar (como en las imágenes de la muestra de Gabriela Golder). Leerlos uno como crítica del otro, como sospecha del otro, lectura que obliga cada vez a repensar el “arte” y el “pueblo”,  el “proletariado” o más genéricamente, los sujetos de las emancipaciones. Lectura que en cada ocasión, más que contar con un léxico a mano que resuelva la controversia, impacta sobre la misma herencia lexical para adherirle nuevos sentidos o rescatar viejos significados casi olvidados. Como es el caso del grabado, tan caro a Facio, arte de la incisión, de la impresión, del gesto memorial, del archivo humano. Como es el caso del proletariado, término antiguo, término también femenino, término manifiesto desde 1848; como es el caso de pueblo, o mejor, de los pueblos, palabra revolucionaria pero también devenida palabra estatal. Digámoslo con el libro: necesidad de mirar y reflexionar sobre la co-implicación de las series “Tu historia, compañero” y “Buenos Aires”, tramadas por estéticas diferenciales, publicadas en soportes editores también distintos, pero que juntas —en tensión, no sin conflicto— construyen una figurabilidad de lo proletario que excede las identificaciones socio-jurídicas de la jerga partidaria o de la policial. Y nuevamente, en esas series que, nos dice la autora, hay que leer complementariamente, realismo y vanguardismo se enlazan más allá de sus significaciones banales. En todo caso, lo que aprendemos es que el realismo de Facio está bien lejos de cualquier traducción de lo real a lo pictórico, o a lo teatral, sino, en todo caso, se trata de exponerlo —como sugiere Didi-Huberman— en su dimensión conflictiva, problemática, perturbadora. Se trata, pienso, de un realismo más cercano al de la novela moderna, al de Balzac, Stendhal, Dickens o Flaubert (campeón también del “arte por el arte”), un realismo que, como bien supieron leer en ellos Marx y Benjamin, presentaba a la realidad a partir de signos que exigían su desciframiento, como nos señalara Jacques Rancière.

 

     Pequeño desplazamiento. Si resuenan en la cultura de izquierdas rioplatense las palabras de Romain Rolland, para quien un teatro del pueblo requiere la previa producción de un pueblo, ¿por qué el arte —pintura, teatro, danza, música o cine— no sería parte de esa construcción, de esa producción? Todas las revoluciones han intervenido el repertorio simbólico y representacional de la sociedad, y el arte ha sido constitutivo de todas las sublevaciones —no hay que ir muy lejos en el tiempo ni en la distancia: lo vimos hace poco en el Chile insurreccional de 2019.

     En todo caso, la pregunta parece mejor referir a cómo saber cuando una obra artística es revolucionaria, interrogante que trama gran parte de la obra de Facio y que Magalí sigue como hilo rojo. La indagación de la autora nos coloca, podríamos decir, ante la especificidad de la política del arte, de lo que el arte hace como politización. Nos coloca ante, digo, no nos ofrece una definición, que sería contradictoria con el modo de tratamiento de su estudio. Nos da a ver esa politización en la obra de Facio (del mismo modo que podemos ver esa politización en la muestra de Gabriela Golder): en el análisis de las estampas y grabados, de los textos polémicos, de los vitrales en los edificios de la Unión Ferroviaria y la Unión Tranviarios Automotor, de los estudios de luz para la escenografía teatral, la autora nos deja captar esa mixtura de padecimientos y luchas que se aúnan en la obra de Facio, dando lugar a una figurabilidad, un dar figura a la realidad de la historia emergente en la amalgama delicada de la afección y de la acción, del cuerpo alienado y doliente (modelado por las violencias del mundo) y del cuerpo vital (en la lucha o en el trabajo); amalgama delicada, digo, porque actúa por contraste y complementación, por exposición de la condición de cadáver o autómata junto a la subjetivación revolucionaria. 

     Dar figura sin homogeneizar, sin volver a disciplinar a los oprimidos y las oprimidas, sin reiterar el modo representativo de la exclusión: una política de las formas que es una forma de la política. Otro aporte significativo de Facio y del libro: darnos a comprender que la política no declina en una sola lengua, que en todo caso la politización requiere de diversos modos de construcción. En la reserva de autonomía a la que Facio siempre fue fiel, como nos dice Magalí, se puede leer una política, una forma de la política —distinta de la política partidaria, identitaria. 

 

     Cuestión conflictiva, difícil, la del arte proletario. La del artista proletario o la de los proletarios artistas, que como nos enseñó Ranciére, son esos obreros que para plasmar su deseo de artistas deben batir al tiempo, a la temporalidad repetitiva, lineal, continua y aun progresiva de la modernidad capitalista. El arte revolucionario debe ser, entonces, una batalla por las temporalidades de las emancipaciones (como también sucede en la muestra de Gabriela, que exige al espectador derrotar la urgencia del presente fungible de esta época, y tomarse el tiempo para observar cómo surgen, ante sus ojos, los instantes de los connatos emancipatorios como también el dolor de los demás; y a identificar la comunidad atendiendo —y no suprimiendo— la singularidad). 

     Esa batalla por las temporalidades la encuentra Magalí en la obra de Facio, quien apela a distintos procedimientos técnicos, incluso cinematográficos (influido por el expresionismo alemán, por las vanguardias soviéticas), como el montaje o la reutilización de obras propias en nuevas composiciones, tensando (porque aferrándose) al principio de realidad, pero a la vez, precisamente por el efecto del montaje, mezclando distintos tipos de dispositivos representacionales cada uno con sus respectivas temporalidades (las cuales pueden incluso cortocircuitarse).

 

     Para ir finalizando, podríamos ejemplificar, breve y un poco simplificadamente, ese tratamiento de la temporalidad, y en especial de la temporalidad histórica, en una mirada a la obra La Internacional, publicada póstumamente en la revista Claridad. Mucho en ella nos hace recordar a esa pintura emblemática de las gestas revolucionarias desde 1830: me refiero a “La libertad guiando al pueblo” de Eugene Delacroix. Pero un aspecto, a mi criterio decisivo, bifurca las perspectivas históricas de ambas obras. Como comentó en una oportunidad Javier Trímboli, lo que en la pintura gigantesca del francés orienta el movimiento hacia el espectador (incluso amenazando con pasarle por arriba) es una temporalidad progresiva que deja en penumbras un pasado que debe ser abolido, mientras los caídos deben también ser abandonados: la alegoría de la libertad exige ese avance. En La Internacional, en cambio, la barricada no amenaza al espectador, y, más importante aún, el portador de la bandera sostiene también a los caídos, que pueden ser leídos, benjaminianamente, como todos los vencidos y vencidas de la historia. Es esa conjunción con el pasado de los vencidos la que traza una temporalidad histórica discontinua, una referencia histórica a que la política emancipatoria no puede emerger sin cita, sin choque temporal con el pasado. 

 

     A leer y mirar en los pliegues de su obra, a traspasar los rótulos que antes y después de su fallecimiento lo etiquetaron, a comprender a este multifacético e inclasificable Guillermo Facio Hebequer nos conduce bellamente el libro de Magalí Devés. 

 

Roberto Pittaluga

Leído en el Museo del Grabado, 16 de diciembre de 2022

 

 

MAGALÍ DEVÉS

es Doctora en Historia de la Universidad de Buenos Aires y magíster en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Es docente de la cátedra de Historia Contemporánea de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

ROBERTO PITTALUGA

Es profesor en la UNLP, en la UNLPam y en la UBA. Sus temas de investigación cruzan las problemáticas de la memoria de los sectores subalternos con las reflexiones sobre las formas de escritura de la historia. Entre sus libros se encuentra Soviets en Buenos Aires (2015).

Historia(s) del cine (2007), Godard

CINE/HISTORIA

MARCELO SCOTTI


Historia(s) del cine (2007)
de Jean-Luc Godard

historias del cine (1)

Dos o tres cosas sobre Historia (s) del cine y sobre su autor

 “¡Ay, amigos míos! Es la noche la que se pregunta en mi. ¡Perdonad mi tristeza! Ha llegado la noche. ¡Perdonadme que la noche haya llegado! Así hablaba Zaratustra.”

 

Friedrich Nietzsche   

      Una historia del tiempo del cine mostrada en cuatro manos, como cuatro palmas abiertas al cielo de un atardecer cuyos restos de luz se resisten a extinguirse. Godard expone la historia al tiempo del cine y explora las huellas que llevaron a su generación a ser la primera en enfrentarse con el tiempo a través del cine y a entender el cine como materia única de su tiempo. El enfant terrible de aquella nueva ola parricida y a la vez filiatoria ha devenido en un anciano mítico que sigue combatiendo las mistificaciones y que se empeña en situarse siempre en un sitio impreciso o no del todo definido, incluso respecto del lugar de su generación en la historia del siglo –del cine-: los primeros que la narraron, los que se encontraron a sí mismos en la mitad de la historia y sólo a través de esa historia que, de Manet a Auschwitz, es “la cuestión del siglo XIX que se resolvió en el XX”, “pero quién entre los mortales es capaz de descubrir semejante huella”. Tal vez, y sólo tal vez, el que al explorarla –de hoy hacia ayer- la puede seguir trazando.  

     Y si se resiste a la decepción y a la letanía, no deja sin embargo de auscultar en la caída del mayor ídolo del siglo XX lo que cae con él de las promesas de un nosotros que el cine había traído al tiempo como una prenda de su amor por el mundo. Las salas oscuras como reductos de los imaginarios traicionados por lo real de la Historia; la grandeza de los creadores anunciando fatalmente la grandeza de los destructores; las imágenes de las resistencias al horror que traen al mundo la redención que sólo es posible si podemos soñarla; los signos que los poetas y los poetas malditos imprimieron en una cultura que se obstina en –ya casi- no significarlos. De Thalberg a Hitchcock, de Griffith a Rossellini, el cine se ha ocupado de soñarnos y de vernos, de cuidarnos como un hermano mayor, de exponernos y contrastarnos con los fantasmas que se proyectan en la sala oscura, de hacernos parte de una historia más grande, más universal y por eso mismo más ilusoria. Y si el siglo del cine asesinó al cine como a su hijo dilecto, si ha decidido sacrificarlo en el altar de una realidad opaca y maciza, la televisión ha venido a saturar de insignificancia un tiempo en el que las imágenes se hacen cada vez más cerradas, más claras y completas. ¿Será posible seguir preguntándole al mundo con el lenguaje del cine por qué se alejan las imágenes de las promesas hasta ya no poder expresarse mutuamente? Godard no lo afirma pero no lo cree ya, se remite una y otra vez al tiempo hermoso de esa insólita orfandad que les permitió a él y a sus compañeros de aventuras narrarse y narrar ese descubrimiento glorioso e infinito de un arte y de sus descubridores –o sus primeros historiadores- y resplandece aún en su mirada y en su poesía el misterio de niño grande que ha encontrado a sus padres fuera de la casa, de la familia, de las filias consagradas y que ha conocido al mundo y a la historia por medio de ese retazo brillante y oscuro que, como un agujero negro, atrae hacia sí el universo para devorarlo y seguir expandiéndolo ante nuestros ojos y con nuestros ojos. 

     Pensamiento del mundo hecho imágenes en el tiempo, pensamiento del tiempo hecho imágenes del mundo: en esta elegía del gran pensador de cine murmuran y canturrean aún las imágenes de sus memorias y lo que ellas guardan en silencio, en sus huecos y en sus pliegues, en sus vacíos y también, claro, en los supuestos que le atribuimos a toda memoria erudita, eso de lo que el propio autor es certeramente consciente. La (s) historia (s) de Godard se hacen de imágenes propias cuya presencia fugitiva e inasible conforma una materia inclasificable entre la poesía visceral de su autor y lo que esas imágenes dilectas de filmes, de seres, de recuerdos de filmes y de seres, de genealogías intrincadas, retorcidas y luminosas portan como registro de su tiempo y como promesa de otro tiempo que sólo se puede invocar avanzando hacia el pasado, siguiendo las imágenes que acechan las palabras y que acechan en las palabras de una memoria sublime.  ¿Quién si no Godard podría cerrarnos los ojos de esta forma para que viéramos con él lo que aún resplandece en aquellas películas que no se habían visto aún y que se amaban tanto justamente por eso? ¿O en las que se habían visto por primera vez, porque nadie las había visto aún como un enigma, como esa otra verdad sobre la historia, la más deslumbrante y enceguecedora, la de la ilusión más verdadera? 

     Cuatro historias de amor por el mundo que el cine inventó para que lo imaginemos como posible y entonces como pasible de ser otro. No hay aquí cronologías, series ni corrientes, no hay elaboraciones sistematizadas ni senderos precisos; dejarse llevar de la mano de Godard por este poema ensayo hipnótico y abrumador implica aceptar sus derivas, sus evocaciones abstrusas, sus destellos y sus tinieblas, recorrer con él los recuerdos que se enhebran en una visión única e insustituible y rememorar imágenes que nunca se vieron o que nunca se vieron así: otras, fragmentarias, pálidas, frágiles, divididas, huecas; y que siguen allí observándonos, esperando de nosotros que estemos -aún- a la altura de lo que en ellas nos prometíamos. 

 

                                                                        —————–

 

     Me reencuentro con esta escritura unos meses después de la muerte de Godard. Había elaborado por encargo este pequeño texto que procuraba una imposible reseña de sus Historias (s) del cine y que se resignaba, al cabo, a traducir algunas de mis impresiones. Ahora todo resulta un poco más abrumador, incluyendo la noticia de su muerte asistida, que el hombre se cuidó muy bien de que fuera difundida como su última voluntad. Godard llevaba varios años retirado del mundo, ermitaño y solitario, como lo probó la frustrada visita que Agnès Varda le dedicaba en Visages, villages, su hermosa película de 2017: Jean Luc le dio cita a su amiga de toda la vida en su propia casa, pero no la atendió cuando Agnès se presentó a la entrevista que proyectaba incluir en el film, todo lo cual ella nos cuenta con un poco de enojo, bastante tristeza y también con el respeto a la amistad de décadas que los unió. Es difícil imaginarse dos posturas más opuestas al final de sus vidas: Agnès, también nonagenaria, corriendo mundo cámara en mano y con un joven artista callejero de ladero, conociendo y celebrando personas, vidas, historias, rostros, lugares; Jean Luc encerrado en el laboratorio de su memoria, donde, a pesar de todo, el devenido vieil terrible seguía filmando, o, para decirlo con precisión, seguía haciendo películas. Dos de las últimas, la notable Adiós al lenguaje (2014) y El libro de las imágenes (2018) llegaron incluso a estrenarse en salas comerciales argentinas; pero en sus últimos años Godard fue sobre todo objeto de adoración cinéfila, culto extendido hasta el reciente festival de Cannes en el que se estrenó un avance de su último film, Drôles de guerre ese que nunca existirá y que, tal vez, hubiera sido un ensayo experimental dedicado a un poeta surrealista belga expulsado del partido comunista en 1937. Toda la escena se parece mucho a una parodia o, como en el título, una broma sobre la obra de Godard y su lugar en ese altar, de la que el autor muy probablemente fuera consciente, más allá de la seriedad con la que seguía encarando sus obras finales. Más allá de esta adoración tan obvia como desbordada, la figura de Godard -y su legado- se remonta sobre un horizonte que permanece lejano, sigue resultando inaprensible, esquiva, distante, como puede comprobar cualquiera que se le anime a algunas de sus películas de la década del ’60 –Masculino- femenino, El soldadito, La chinoise, Dos o tres cosas que se de ella…-, que hoy parecen hechas por un viajero del tiempo; o a sus escritos sobre cine que son, mucho más que eso, textos intempestivos de filosofía sobre la historia del siglo XX. Al paso de las muchas décadas desde que levantó la mano por primera vez con Sin aliento, en Godard y en su obra habita una obstinación que no hemos podido aún delimitar o con la que no llegamos a emparejarnos. No se trata del gesto provocador con el que se identificó –a- su generación, tampoco de esa rebeldía juvenil, altisonante e iconoclasta cuyas nuevas olas se lavaron bastante pronto y se marcharon con las sucesivas mareas del tiempo; se trata, más bien, de una carrera de resistencia contra la cultura o, si se quiere, una carrera en la que resiste la contracultura de esa juventud que vio acaso por última vez eso que se llamaba el mundo y que yo no sabemos cómo designar. El más lúcido y más libre -¿pero qué significa hoy esta palabra?- de aquellos jóvenes viejos seguirá desafiando nuestra percepción ciega y plana de cosas y de seres, preguntando insidiosamente luego, antes, ahora, entonces, cuánta crítica soportamos y cuál nos atrevemos a seguir imaginando. 

MARCELO SCOTTI

Es profesor en las carreras de Historia y de Ciencias de la Educación en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP y es docente de la FLACSO Argentina. Ha publicado recientemente el libro Transficcional, para abordar el malestar en las prácticas socioeducativas, a través del cine en diálogo con el psicoanálisis.

Nieta (2023), Velazquez

NOVELA/MEMORIA

ENZO MENESTRINA


Nieta (2023)
de Pilar Velázquez

nieta

“Cuéntame quién te salva cuando no puedes”

     El título de este escrito resulta ser –además de una pequeña cita de Elvira Sastre– la puerta de acceso a una constelación compuesta por gritos desgarradores, trazos imaginados, testimonios evocados, genealogías ultrajadas e identidades desaparecidas. Hilos que se van tejiendo y destejiendo –paso a paso– sobre los escabrosos rincones del pasado en el proceso de (hacer) memoria. 

     Durante los últimos años se han escrito varias novelas sobre la denominada “segunda generación”. Incluso, hoy se puede hablar del corpus narrativo de HIJOS como aquel conjunto de obras que vienen a recuperar desde diferentes ópticas las voces inquietantes del pasado y la lucha de los hijos e hijas por la memoria, la verdad y la justicia ¿pero qué sucede si esa voz que irrumpe el silencio pertenece a otra generación?, ¿cómo evocar a partir de la voz de otros y otras la historia de los abuelos que ya no están?

      En tal sentido, la reciente novela Nieta (2023) de Pilar Velázquez, publicada en abril por Prueba de Galera, es el punto iniciático para una nueva generación venidera –la tercera– de escritores que narran hechos traumáticos y desgarradores sobre sus familiares desaparecidos durante el último golpe del 76’ en Argentina. Nietos que buscan reconstruir, hilvanar, comprender, explicar la historia de sus abuelos en función de intentar cicatrizar la herida que aún continúa abierta. 

   Al ser este libro de carácter testimonial podemos pensarlo como una ficción repleta de archivos imprescindibles para la reconstrucción de identidades desaparecidas. Por un lado, el volumen cuenta con el anexo de un árbol genealógico, que ayuda a diagramar la historia familiar y los retazos de memoria (incluidos a partir de testimonios o recuerdos de conocidos y evocados en 24 breves capítulos que recorren los nombres de dicha genealogía). Por otro lado, los epígrafes de apertura refieren tanto a citas de escritores canónicos (Cortázar, Borges, Benedetti, Wilde) y a las letras de rock nacional (Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati); o las fotografías que cierran los retazos de memoria permiten pensar y configurar la respuesta que busca la autora  –desde su lugar de nieta– a partir de las voces de los otros y otras que la circundan.

    A modo de rompecabezas, Pilar Velázquez encastra las piezas de la memoria sobre la historia de Susana y Adrián. Desde los comienzos en la casa de Villa Elisa, pasando por los recuerdos de la infancia de su madre, la memoria de amigos de sus abuelos, las voces del pasado y del presente que se fusionan, el reconocimiento de los cuerpos. Por eso, Nieta retoma la necesidad de reconstruir una identidad que le fue arrebatada y se propone ser un espacio de lucha e indagación a sus interrogantes. Aquí la autora intenta encontrar relatos que ayuden a unir dichas piezas cuyo propósito se convierte en una necesidad imperiosa de gritar, reparar, renacer, liberar(se).

   Este texto esconde entre sus páginas una historia personal pero también una colectiva. Aquello que parecía inconcluso, velado, oculto, innombrable este relato lo convierte en algo posible, material, evidente, luminoso. Más que una respuesta, esta novela es un escenario en el que la autora se plantea muchos interrogantes y reflexiona sobre su propia identidad. Tal como afirma Pilar en sus palabras finales: “este libro comienza el día que vengo al mundo, con el grito de mi madre pidiendo por la suya”. En efecto, la prosa de Velázquez, no solo abre la compuerta de una generación de nietos sino también prefigura un universo testimonial repleto de voces, retazos de infancias y hechos que acechan violentamente a la historia reciente. 

ENZO MENESTRINA

Es tesista del proyecto de investigación: “Violencia, literatura y memoria en el campo literario latinoamericano de las últimas décadas II” bajo la dirección de Teresa Basile. Integrante de los grupos de estudio e investigación: “Memoria y Narración” (Estocolmo) y EdiCMa (Argentina). Fue becario EVC-CIN (2019-2020) con lugar de trabajo en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNLP.

La condición humana (1935), Magritte

PINTURA/FOTOGRAFÍA

ANALÍA DEVALLE



La condición humana (1935)
de René Magritte

magritte

Lo que escapa a la visión

     Lejos de ser experta en el arte de Magritte, me acerco a su obra desde aquello que ignoro y a partir de allí elijo presentarlo. 

     René Magritte, nacido en 1898, fue un artista visual que buscó despertar la sensibilidad de la persona espectadora en relación a su entorno y a las imágenes que la rodean. Exploró el vínculo de las imágenes con las palabras y se propuso nombrarlas de un modo que se establezca una brecha productora de resonancias. 

     Los nombres elegidos por él no ilustran sus pinturas ni las explican, sino que dan cuenta de algún rasgo de la obra que escapa a las primeras impresiones y espera ser cernido en ese hueco que se abre entre la imagen y la palabra. Por ello, quienes contemplan sus pinturas son parte de lo que la obra quiere transmitir, recreándola infinidad de veces.

     ¿Lo visto es lo que el artista tenía intención de mostrar?, ¿tienen sus obras la interpretación de una pregunta?

 

Lo enigmático

     ¿Qué imágenes circulan en la actualidad? Si bien el interrogante y este artículo remiten a las imágenes materiales y digitales, también interpelan sobre aquellas que cada cual crea sobre sí, sobre su relación con la otredad y acerca de su estar en el mundo ¿Cuáles son esas imágenes?, ¿cómo se forman?, ¿de dónde vienen?, ¿a quién le pertenecen?, ¿qué lazo entabla cada quien con ellas?, ¿qué imágenes producen las instituciones de nuestra época?, ¿cuáles son parte del colectivo social?

     Me propongo revisitar la obra de René Magritte para explorar el vínculo que establecemos con este material visual en la actualidad, contexto cultural atravesado por el uso del celular, las redes sociales y la inteligencia artificial. Se trata de una época plagada de imágenes que proliferan a grandes velocidades y capturan la mirada o la exponen a un exceso que la ciega. Las imágenes se vuelven abrumadoras o producen gran júbilo y la mayor parte de las veces se asocian a una verdad indiscutible, cristalizando y cristalizándose. Expresa Eva Lootz al respecto de la época, de lo visible y lo simbólico: “la inflación progresiva no ya de la imagen, sino de lo visible en general, (…) coincide con una radical devaluación de lo simbólico” (Lootz, Eva, Lo visible es un metal inestable, Árdora, 2007, p. 28). 

     Ante la saturación e inmediatez de las imágenes, se abre el interrogante sobre cómo el vínculo que cada quien establece con las mismas afecta su relación a la palabra y a la manera de recepcionar y experimentar las temporalidades del discurso.

     ¿Por qué apelar a la obra de Magritte para explorar la época actual?, ¿cómo es posible que un artista de otro tiempo muestre algo que está fuera del horizonte de su época? 

     Elijo sostener este interrogante y con él volver sobre su obra. En el cuadro podemos ver que desde adentro de un espacio luminoso que contiene una abertura arqueada se aprecia el mar acompañado por un cielo despejado. Al interior del lugar encontramos sobre el suelo una esfera negra y a su lado un caballete con una pintura en la que se puede ver la continuación del paisaje exterior. La obra fue nombrada por su creador como “La condición humana”.

     ¿Es la pintura que está dentro del cuadro una representación fidedigna de la realidad?, ¿qué delimita las fronteras entre el interior y el exterior?, ¿qué dice la obra sobre la condición humana?

     Una de las primeras cuestiones que a mi entender da a ver la creación de Magritte, haciendo foco en la pintura que refleja la continuación del paisaje exterior, es que la imagen muestra aquello que oculta. Creo que aquí podemos encontrar un indicio, un rastro a seguir que interpela sobre lo evidente.

     Otro de los asuntos a los que nos convoca el artista es a posar la mirada sobre la abertura arqueada que relaciona el espacio interior con el exterior. No hay una puerta que introduzca alternancias, aperturas y cierres, estableciéndose una continuidad espacial y temporal.

     Lo último en lo que me voy a detener es en la esfera negra ubicada en el interior del recinto. ¿Qué hace ahí?, ¿qué es? 

     Ese detalle de la obra se convierte en un enigma, en una mancha que establece una ruptura con la armonía de la paleta de colores y el paisaje. Además, su opacidad no nos deja saber qué hay detrás de ella, configura un ángulo ciego de la visión (Lootz, 2007).

 

Lo actual del vínculo con las imágenes 

     Es de una asombrosa lucidez poética la forma en que algunas de las capas de la obra de Magritte interpretan lo que el artista ignora en relación a la actualidad, especialmente sobre aquello que produce malestar o gran júbilo en nuestro vínculo con las imágenes. ¿Cuál es nuestro modo de relacionarnos con ellas en esta época?

     En el vínculo que como personas espectadoras y productoras establecemos con las imágenes pareciera que las mismas vienen a ocupar el lugar de evidencia de una verdad indiscutible. Proliferan en las redes, en nuestros celulares y median nuestros vínculos personales y laborales. Tienden a presentarse a nuestra mirada sin reflejos ni opacidades, más bien al estilo de la nitidez del cielo despejado de Magritte, volviéndose imágenes-signo, imágenes cristalizadas. El signo en lingüística se forma por la unidad entre un significante y un significado, no admite multiplicidad de interpretaciones ni conlleva resonancias. 

     ¿Qué mirada produce esta cultura visual? Una mirada nublada. Las nubes que no encontramos en el cielo de Magritte, aparecen en los ojos de la persona espectadora, convocada a un lugar pasivo producto de la pregnancia de las imágenes. A diferencia del público curioso y activo que necesitan las obras de este artista, actualmente la mirada de quien observa es propensa a quedar congelada en la eternidad de un instante que no da lugar a los pliegues. Estamos ante ojos que no pestañean, obnubilados por lo visto en continuidad con la imagen, al estilo de la abertura arqueada sin puerta del cuadro. ¿Será de este riesgo que advierte la ausencia de puerta? Una puerta, al igual que el párpado, se abre y se cierra. Delimita espacios y tiempos, los discrimina. Produce separaciones entre el adentro y el afuera. La obra transmite una continuidad que invita a interpelarnos. 

     Siguiendo los indicios de Magritte y causada por la fotografía, propongo pensar a esta última como un arte que, paradójicamente, puede echar luz a lo epocal y a su vez producir nuevas formas de relación con lo visual. 

     Ciertamente se trata de una paradoja ya que en una época en la que la mirada es capturada por imágenes que proliferan, apabullan o fascinan, decir que la fotografía puede venir a airear algo de esa relación parece contrario al sentido común, que llevaría a pensar en la necesidad de limitar o disminuir su uso y circulación.  Es paradójico porque a la vez que la fotografía crea imágenes en un mundo plagado de ellas, propone otro modo de relación con ellas.

 

Lo que la fotografía revela

     ¿Qué revela la fotografía?, ¿qué huecos produce y qué se escucha en ellos? En primer lugar, la fotografía es una técnica y un arte que da cuenta del proceso de creación de imágenes a partir del uso de una cámara de fotos. 

     Estamos hablando entonces de las imágenes como una construcción que ocurre en diferentes tiempos. Comienza con la elección de aquello que se va a fotografiar, continúa con el instante en el que se decide hacer la foto y sigue con el revelado y el tratamiento que se le da al material obtenido. Resonando con Magritte, existen huecos entre estas capas de creación ya que siempre hay una brecha entre lo que se quiso fotografiar, lo fotografiado y la fotografía revelada. Así como entre esta última y lo visto e interpretado por la persona espectadora. Entre esas distancias, discontinuidades y desajustes se ubican los pliegues que dan lugar a lo enigmático. 

     Pensar la imagen en términos de  construcción articulada a diversas dimensiones, apunta a desnaturalizar la mirada y conduce a un modo diferente de entender la observación, ya que desde esta perspectiva lo visto no remite a lo evidente sino a un registro singular y complejo anudado a una interpretación. En este sentido, podríamos pensar que la fotografía subvierte la relación de la persona espectadora con la imagen, ya que despoja a esta última del estatuto de signo que cautiva la mirada, devolviéndole el estatuto significante que admite múltiples resonancias y pone en juego un decir a medias. 

     En segundo lugar, la fotografía implica una elección, que es la de quien fotografía. ¿Quién es esa persona?, ¿cuáles son las coordenadas subjetivas que dan marco a su producción?   

     Si bien en la mayoría de los casos esos detalles suelen pasar inadvertidos, son elementos que aportan información a la imagen ya que una foto tiende a mostrar la manera en que ve quien saca la foto. Esta capa de la fotografía hace a la opacidad de la imagen, constituyéndose en un ángulo ciego de la visión (Lootz, 2007), como el introducido por la esfera negra del cuadro de Magritte.

Reverso. Analía Devalle.

     Quien fotografía toma decisiones conscientes e inconscientes sobre qué quiere contar y sobre cómo contarlo, sobre los planos, la nitidez, los desenfoques y sobre aquello que queda fuera de cuadro. En la foto está lo que se ve y lo que no se ve. Este aspecto requiere de una persona espectadora que sepa interpretar el lenguaje de las imágenes y las decisiones tomadas por quien sacó la foto. La fotografía es escritura, se escribe con luz en un juego de alternancias con las sombras y, como toda escritura, necesita de la figura del lector. Por ello invita a una relación dialogada con la imagen, produciendo efectos subjetivantes y de lazo social.

     Se podría decir, articulando lo revelado por la fotografía con el convite de la obra de Magritte, que la imagen se convierte en foto-texto en tanto pasa a ser leída por alguien, pero sin la presencia de esa mirada lectora corre el riesgo de quedar en la dimensión de la imagen-signo, provocando la erosión de lo simbólico.

     Lejos del sentido común que instala la época, las imágenes fotográficas no representan lo evidente sino que están hechas de pliegues y opacidades. Si la imagen-signo cautiva la mirada y la anuda a verdades cristalizadas, la fotografía invita a interpretar la foto-texto y a explorar la porosidad de las imágenes, sus bordes, intersecciones y su reverso. En consonancia con la obra de Magritte que interpela nuestro vínculo con lo visible a partir de la brecha que introduce entre las imágenes y la palabra, la fotografía resignifica lo visible en tanto lo entiende como un material que se conforma no solo con lo que aparece en el campo visual sino también con lo que está fuera de él y emerge en los reflejos y ángulos ciegos. El registro de lo visible admite pluralidad de versiones que también se manifiestan en lo invisible, en el reverso, en lo que se presenta en los límites de la visión y se revela al borde de las palabras.    

ANALÍA DEVALLE

 Psicoanalista, educadora y fotógrafa. Profesora e investigadora del Programa Psicoanálisis y prácticas socioeducativas en Flacso Argentina.  IICSAL FLACSO-CONICET/Área de Educación-PLySE