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Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas

HISTORIA

TERESA BERIZONCE


Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas (2023)
de Javier Trímboli (comp)

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     La reciente publicación de Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas invita a que nos reencontremos con Halperín con la firme convicción, como señala su compilador Javier Trímboli en las primeras páginas, de impedir que su pensamiento quede estacionado en un rincón sin luz. Pero el tiempo desconcertante en que es publicada la obra no hace más que magnificar la propuesta inicial: advertir una herencia destratada y a nuestro alcance no basta, es necesario advertir también la urgencia de lecturas inquietas. 

     Antes de abrir su tapa, en el curso de su lectura y una vez pasada la última hoja, en el libro sobrevuelan y circulan de manera permanente una serie de interrogantes: ¿de qué maneras se vincula Halperín con el presente?, ¿cuál es el rol del intelectual?, ¿cómo escribimos Historia?, ¿de qué Halperín se hace memoria?, ¿quiénes y cómo lo leen hoy? Ante ellos emergen posibles respuestas propias que, en paralelo, corren con otras que van construyéndose en diálogo con la lectura. Esto es posible por la propia impronta de la obra que conduce a conocer la voz directa de Tulio, en un abanico temporal amplio que lo recorre desde los años ‘80 hasta el 2008, partiendo de diez entrevistas bien variadas con interlocutores disímiles que van de Pigna a Pagni. Una por una, esta recopilación de conversaciones sueltas hasta entonces estacionadas en archivos, bibliotecas y casas de conocidxs son comentadas seguidamente con los disparadores que despiertan hoy en estudiantes, docentes y graduadxs de diversas trayectorias y puntos del país. 

     En principio, siguiendo el ejercicio planteado de detenerse a pensar sobre la figura de Halperín, me remito entonces al sentido común: Tulio Halperín Donghi es un nombre que se escucha en las aulas de humanidades, un ineludible. Su figura resuena si se quiere enumerar a lxs historiadores más conocidxs de Argentina debido al impacto que en las últimas décadas tuvo en la formación profesional y en el curso de investigaciones de distintas generaciones de historidorxs. Ahora bien, quien fuera artífice de obras como Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina, Historia contemporánea de América Latina o Una nación para el desierto argentino, ¿es en verdad un ineludible? 

     Para contestar permítanme ejemplificar desde la experiencia personal. Lo primero que pensé al momento en que vi publicado el libro fue: cuán necesario y qué difícil. Como estudiante nacida en el nuevo milenio, esas dos sensaciones resumen lo poco que sabía sobre Halperín: una idea vaga y uniforme, comentarios sueltos, una referencia misteriosa, un hacer historia inalcanzable. Por suerte y, proporcionalmente por desgracia, doy cuenta lo poco anómalo de mi experiencia si lo asocio al trato que tuvo su herencia. Advertir el inevitable pasaje de lo individual a lo colectivo es de manual, pero es que, y hacia allí me dirijo, hay algo que pasa con Halperín que, incluso estando ahí, acaba siendo para muchxs un conocido-desconocido.

     El propósito de esta obra es entonces ocupar también aquellos vacíos que rondan su enigmática figura y recepción, sorteando asimismo las sensaciones de dificultad que a priori pueden presentarse entre sus lectorxs ya que el formato elegido habilita aproximarse a un enorme intelectual de una manera amena y transparente. Se deja ver a un historiador relajado y con la lengua larga realizando juicios de sus obras y dando respuestas al pasar sobre nudos problemáticos quea su parecerestructuran nuestra historia; pero se lo deja también observar de cerca en sus silencios, omisiones y polémicas. Reparar en su figura con estos grises y ambivalencias expresa la incómoda complejidad que se atraviesa entonces frente a quien, justamente, ilustra un pensamiento vivo, audaz y en movimiento. Un movimiento que, se espera, traspase de la hoja hacia su lector/a para estimular la elaboración de análisis más desafiantes.

     Siguiendo este hilo, en relación con esa sensación de “lo urgente” es donde el libro ubica su horizonte de acción porque volver hacia Halperín significa recuperar una escritura de la historia que tensiona la costumbre de los papers de hiperespecialización. Haciendo memoria de su praxis, unx puede seguirlo de ejemplo para animarse a afirmar en grande aunque no sin cautela y visualizar la experiencia de una Argentina toda desde los siglos como colonia hasta los años kirchneristas o recurrir a cruces disciplinares que retroalimenten a la historia de la literatura aportando nuevas claves de análisis. No obstante, la urgencia se halla especialmente en reapropiarse del rol político que lo caracteriza, porque leerlo es leer a quien no le escapa a la intervención pública y por ello Halperín, tal como sintetiza Julia Rosemberg, nos da una necesaria bocanada de aire fresco.

     Con este presente a cuestas, el cauce del libro rumbea por tanto en la indagación del vínculo entre lxs intelectuales y la acción. Por esto mismo, más que remitirnos a las tesis de Halperín esboza en consejo Federico Vázquez, hay que aprender de su actitud característica; Halperín representa a quien reflexiona en voz alta y por fuera de cuatro paredes. Con su cuota de indisciplina y astucia, su opinión es leída en revistas y suplementos de diarios en diálogos mano a mano sobre los dilemas de la historiografía, la riqueza de un Sarmiento lleno de ambigüedades, los reveses del capitalismo argentino o la encrucijada del peronismo. El hecho de tener presente para la reflexión un público, unx otrx, una sociedad, implica así tener a lxs historiadorxs de cara a su realidad y, por tanto, tener la certeza de una profesión indisociable de la política.  

     El corazón de la obra remite de esta manera a la molestia de preguntarnos: ¿en qué momento y por qué decidimos no asumir como propio este legado? Cruzando fronteras de espacio y tiempo, Tulio Halperín Donghi sin saberlo contesta esta inquietud cuando, frente a una pregunta sobre el trato de la herencia sarmientina, él afirma: “quizás, lo que deberíamos hacer sea, simplemente, buscar las obras completas y abrirlas al azar”, y continúa diciendo, “la herencia está ahí, a disposición de todos”.

     El primer paso quizás sea abocarnos a una lectura halperiniana de Halperín y tomarnos sus textos desde una dimensión abierta en la que todavía resta por decir y, especialmente, por hacer. Sin mucho más que agregar, la herencia está ahí en nuestras manos.

TERESA BERIZONCE

Es estudiante del profesorado y la licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP y adscripta de la cátedra Historia Americana I.

Rizoma (1976), Deleuze y Guattari

LECTURAS DOCENTES/FILOLOGÏA/TEORÍA LITERARIA

GRACIELA GOLDCHLUK


Rizoma (1976)
de Gilles Deleuze y Félix Guattari

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¡Guay con Rizoma!

     Fui profesora de Filología Hispánica desde 2005 hasta 2022, cuando me jubilé. Entré a la cátedra como Profesora Adjunta en 2005, con Angelita Martínez como Titular. El enfoque de la materia, que años atrás se había ocupado sólo de contar la historia de cómo el latín había degenerado hasta llegar al castellano, consistía ahora en estudiar las dinámicas de cambio lingüístico, especialidad de la profesora Martínez, y cómo las variaciones sucedían de manera sincrónica y eran percibidas en la literatura, a la luz de manuscritos de autores contemporáneos, que era mi formación y el motivo por el que fui convocada por Élida Lois. Para quienes nos dedicamos a archivos de la literatura, Élida fue una maestra indispensable que dejó la cátedra para asumir un trabajo monumental con el archivo de Juan Bautista Alberdi y que mientras estuvo en La Plata conectó Filología con el Centro de Teoría Literaria, convirtiendo la materia en un lugar de confluencia entre estudios de la lengua y de la literatura. Esa fue la línea que seguimos con Juan Ennis, que se incorporó en 2012 y con quien profundizamos lo que había comenzado con Élida y con Angelita. En esas conversaciones sobre literatura y lengua nacional fue que Rizoma entró en el programa de Filología como un texto operativo, útil y necesario.

     Cuando se estudian manuscritos antiguos y medievales es frecuente que el objetivo sea estabilizar el texto, buscar una edición que se sueña “definitiva”, limpia de desviaciones, pero cuando estudiamos escrituras de los siglos XIX y XX, cuando la noción de autor está fuertemente establecida y la publicación en formato libro impreso es tan dominante para la literatura que resulta difícil pensar alternativas, la lectura de manuscritos debería llevarnos a otro lugar. Los manuscritos contemporáneos no pueden ser leídos como instrumentos para depurar erratas, o en todo caso no sólo para eso. Una vez establecida una edición confiable, los manuscritos están ahí, permanecen, para contarnos otra historia: la de los arrepentimientos, la de las polémicas ocultas, la de voces que se imponen en ocasiones incluso contra la voluntad autoral. Para resumir esto tengo una frase que dije muchas veces: “Porque ningún artista sabe lo que quiere escribir, pero lo que todos saben es lo que NO quieren escribir”. Entonces se abría la posibilidad de leer de otra manera, como nos había enseñado Élida Lois: “El manuscrito no es ya la preparación del texto, sino el otro del texto”. A partir de ahí comenzaba la advertencia contra la ilusión teleológica, vale decir la idea de que la escritura avanza de manera lineal desde una confusión inicial hacia la limpieza de la versión final. El tiempo del iluminismo, el del capitalismo industrial y su línea de producción. 

     Todo esto es hermoso para conversar y para armar una clase expositiva con frases interesantes que les alumnes podían copiar y repetir en un examen, pero la filología no se trata de eso. La filología es ante todo una tarea paciente, miope, lenta y recurrente. Los tiempos de la filología están hechos de sedimentos de muchos tiempos, y a la hora de transcribir manuscritos e interpretar procesos de escritura surgían los doscientos años de textología que tendían a construir una línea recta, desde la primera versión, normalmente desprolija, llena de palabras malsonantes, que se iban depurando hasta lograr la versión final, la que nos gustaba. Para empeorar las cosas, la única pregunta que surgía era “¿por qué habrá cambiado esta palabra el autor?”, con lo que “el buen dios”, como llaman Deleuze y Guattari al autor en Rizoma, se instalaba en el lugar del origen y del final del recorrido. Es verdad que yo intentaba suprimir esa pregunta respondiéndola en la primera clase: “¿por qué cambió Puig esta palabra?, porque quería que el texto le quedara mejor”, es una respuesta universal que suprime la pregunta porque la vuelve irrelevante. Pero mi problema, el problema de la lectura filológica, persistía. Si no puedo acomodar cronológicamente las correcciones y no tengo dónde ir a buscar una intención que lo justifique: ¿qué hago? El temita de la cronología se resolvía muy fácil: basta tomar una página que tenga un par de correcciones y pedir a todo el curso que la transcriba de manera que pueda leerse. Amo este ejercicio porque puede haber doce transcripciones diferentes del mismo párrafo, y porque en el momento de decidir qué escribió primero y qué después (si el autor usó primero el lápiz azul para corregir y después la birome roja, o si fue al revés) vemos que la escritura es efectivamente recurrente, y vemos en la superficie de la hoja que eso del tiempo lineal no corre para la creación. 

     Pero entonces, si no puedo hablar de la intención del autor aunque la intención exista de manera evidente, si no puedo decir que el texto mejoró, aunque a todas luces quedara mejor después de corregido, ¿qué herramientas tengo para analizar ese proceso extraño y anacrónico de la escritura? Rizoma era la respuesta.

     Pero guay con Rizoma también, porque está lleno de slogans que dan ganas de repetir, empezando por la palabrita rizoma, cuando lo genial es que esa palabra no describe una forma de texto o de libro, sino un funcionamiento. No se pregunta qué es un rizoma (no en el plano textual), sino cómo funciona. Este es un primer malentendido que hay que despejar para no escuchar nunca más que un texto es “rizomático” (nos encantaría en cambio que alguien se juegue y diga hace rizoma con…, y ahí empieza la lectura). Como nos enseñó Simone de Beauvoir para las mujeres, rizoma no se nace, rizoma se hace. Esta aclaración sirve también como guía de lectura: no soy filósofa, muchas cosas se me van a escapar y algunas otras se les van a escapar a les estudiantes. Entonces, frente a este texto, no hay que preguntarse qué quiere decir, sino cómo funciona, qué le hace esta manera de leer a nuestros objetos de lectura. De paso vamos preparando el examen final, ¿alguien se imagina a une estudiante de letras que vaya a rendir y se ponga a recitar esto, a hacer un resumen de las 19 páginas que ocupa? Lamentablemente algune lo intentó, y fue uno de los escasísimos exámenes que no llegaron a buen puerto. Rizoma se lee de una manera en Filosofía y de otra manera en Artes o en Letras, lo que no significa lectura irresponsable sino una lectura situada. ¿Qué, de lo que dice acá, funciona con mi trabajo filológico? Recordemos que antes de leer este texto ya hicimos el ejercicio de transcribir una página, o acaso media, de un manuscrito de Manuel Puig alojado en el sitio ARCAS, por ejemplo este

     Acá comienzan las “Instrucciones para leer Rizoma”. En primer término, no leer metafóricamente, como si quisiera decir otra cosa, sino aceptar que lo que Deleuze y Guattari dicen es lo que quieren decir. Mi tarea, durante la clase, es ofrecer una visita guiada por la superficie textual a partir de la lectura y comentario de citas que encuentro pertinentes para nuestro trabajo con manuscritos. Llegamos a Rizoma para leer manuscritos (se puede usar para muchas cosas, pero nosotres lo necesitamos para esto específicamente; para leer manuscritos y para analizar, de paso, la noción de libro como artefacto de poder que hasta el siglo pasado determinó qué cosa era la literatura). Un ejercicio que solía hacer era pedir que subrayen alguna frase que les sirva, que crean que tiene que ver, que llame la atención. Aunque es una consigna de lectura para la que habían tenido una semana, se pide que en grupos de tres elijan un subrayado o lo hagan en el momento, esto incluye a quienes no leyeron con anticipación y pueden realizar una lectura en diagonal o salteada, ver qué frase las interpela aunque no hayan leído todo el texto. Muchas veces coincidimos en los subrayados, pero es claro que las mejores clases son aquellas en las que se subraya lo inesperado. Eso se discute y se integra al recorrido que traigo pautado en una presentación. Desde hace varios años he usado power point en todas mis clases con el fin de controlar el tiempo, tengo una hecha con Rizoma, entre los documentos de 2012, en el blog de la cátedra se pueden encontrar desde 2013. Con seis diapositivas daba una clase de tres horas, si restamos la introducción, no menos de dos horas y media, porque cada diapo es sólo el guión, es el anclaje, la cita subrayada para ir y venir, para hacer rizoma con el resto del programa. Una de las primeras frases, la que abre el segundo párrafo, dice: “Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diversamente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes”. Como ya transcribimos un borrador, como ya hablamos de las tipografías, de las editoriales, de los circuitos de circulación, para nosotres se trata de cómo se hace un libro en la realidad, cómo se escribe y cómo se materializa. No tiene sujeto, se hace de a varios. No tiene objeto, no habla de algo que permanecería quieto sino que funciona con algo, y ahí son hermosos los casos. El año que Cristina Kirchner publicó Sinceramente, me bastaba mostrar el libro: más allá de su contenido, ese artefacto funcionaba en sí mismo. Para quienes lo llevaron a sus casas, en barrios populares, constituyó una biblioteca, otorgó el poder de leer un libro gordo que hablaba de política. Ese libro en ese momento hizo rizoma con el sistema editorial, político, y cultural en un sentido muy amplio.

     A partir de acá propongo dar un paseo por el guión de clase que armé para 2018 con nueve diapositivas, lo dejó acá.

     Y para terminar, me detengo en el principio de cartografía y de calcomanía. Pensando en el trabajo con manuscritos, es muy fácil de resolver. Intentar calcar un manuscrito por otros medios es absurdo e innecesario, el calco más parecido es la imagen digital. Más allá de reconocer que estoy produciendo otro objeto (uno digital) y que eso tiene consecuencias concretas en qué leo y cómo lo leo, es evidente que una foto del manuscrito se parece más al manuscrito que la más cuidadosa de las transcripciones. Entonces, ¿para qué transcribir?, y acá viene una reflexión sobre los mapas. Un mapa es un dibujo que se hace para dominar un territorio, es un producto colonial. Necesitamos un mapa para ocupar un espacio que no es el nuestro, no lo usamos en el barrio y las niñeces en el campo no lo necesitan para llegar a la escuela aunque deban atravesar ríos y andar kilómetros. El ejercicio de transcripción que había dado resultados tan diferentes mostró que se dibujaron diferentes mapas, cada modelo inventado pone el acento en diferentes aspectos: el color de los materiales usados, la disposición en el espacio, la distinción entre máquina de escribir y manuscrita, la realización en el tiempo, etc. 

     Tomo un recorte de la hoja antes señalada y dos posibles transcripciones, según se subraye el espacio o el tiempo de escritura:  

 

     En el primer caso, quien pase por este renglón (especialmente si estuviera leyendo todo un capítulo) muy probablemente lea refugiada centroeuropea, y sólo si le interesa especialmente podrá leer las otras opciones. En el segundo caso la primera lectura es refugiada rumana. Así, es inevitable ver la transformación y quizás se evoquen problemas geopolíticos del momento y tradiciones literarias. Son dos transcripciones correctas, cada una apunta a lugares diferentes. La novela de Puig que aquí miramos se escribió entre 1974 y 1976, año de publicación de Rizoma como texto único y no como prólogo a Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia.

     Insisto en que las dos transcripciones propuestas (entre las muchas posibles, algunas de las cuales pueden no copiar las palabras tachadas) son correctas, pero tenemos que ser conscientes de que estamos trazando un mapa que modifica la lectura. De ahí que podamos pensar que el calco imagina que hay un objeto preexiste que debe copiar a la perfección (una cuestión de competence), mientras el mapa tiene la obligación de plantearse qué hace con eso que cartografía (por eso es performance), cómo intervenir de manera responsable para permitir la emergencia de nuevos elementos que la repetición de lo mismo, el calco, no dejaba analizar. 

     Desde esta comprobación fáctica sobre cómo nuestra lectura viene formateada por esa fuerza tanática que es la compulsión a la repetición, y de qué manera un movimiento casi imperceptible como es lentificar la lectura y dibujar recorridos extraños cambia la temperatura de lo que leemos, les da el calor de lo que se mueve, otras lecturas se abren. Si lo alivianamos del deber ser, Rizoma es un texto precioso. Sólo es necesario leer con lentitud, recogiendo las señales que nos envía, ya sea para leer manuscritos o para dejar de leer del modo en que nos habían mandado a hacerlo.

     Por último, claro, acá les dejo Rizoma.

GRACIELA GOLDCHLUK

Es profesora consulta de la Facultad de Humanidades. Sus investigaciones giran en torno a los archivos y a los procesos de escritura en los siglos XX y XXI.

Hacer el odio (1948/2018), Báñez

NOVELA
JUAN MANUEL BELLINI

Hacer el odio (1984/2018)
de Gabriel Báñez

    En agosto de 1994 el escritor Álvaro Abós señalaba acerca de Gabriel Báñez: “aunque su nombre no suene con demasiada frecuencia en el gallinero literario debido a que insiste en cometer un pecado mortal en nuestro medio macrocefálico: vivir en La Plata, alejado de cenáculos y fastos”. Y se refería a la necesidad de recurrir a Hacer el odio para explicar lo que había sucedido días atrás: el atentado a la AMIA. Veía Abós que la novela servía para entender el antisemitismo latente en la Argentina. La novela había sido publicada en 1984 por Bruguera y siguiendo a Abós: “los ejemplares remanentes de la edición fueron a parar al proceloso mar del saldo o de la librería de viejo, donde tantos tesoros escondidos vegetan a la espera de tiempos mejores”.

    No eran tiempos mejores, pero en julio de 2018 fue reeditada por la editorial Mil Botellas. La contratapa daba cuenta de que “se editó en 1984, anticipándose a Villa de Luis Gusmán (1996) o Dos veces junio de Martín Kohan (2002), dos novelas también con personajes que no son célebres verdugos, sino que estuvieron y están ocultos en el cotidiano, y que sostienen, a su manera, el horror”.

     Empieza la novela con un epígrafe de Portero de noche de Liliana Cavani que sirve para unir al nazismo con la última dictadura. Y las primeras frases ya nos adelantan lo que va a venir: “La última pregunta que recuerdo de ella fue si yo era antisemita. Le respondí, naturalmente, que la quería. Pero no sé si la quería”.  El protagonista es el gris Damián Daussen y empieza narrando sus encuentros con Raquel, judía. Las acciones transcurren en La Plata, plena dictadura.

     Hay clima de delación, de sexo reprimido, de secuestros, violencias explícitas en las comisarías e implícitas en lo que encuentran en la autopsia de una jirafa del zoológico. La Iglesia Católica también juega un rol importante y el moralista y condenador Daussen recurre a la pornografía, a las relaciones homosexuales o las prácticas abortivas. Ahí también está la riqueza de la novela: se muestra la doble moral sin necesidad de señalarla con el dedo, se va mostrando solita.

     Un detalle no menor, la escritura. Prolija e intensa, queda como ejemplo la venida del calor en La Plata: “El verano llegó a la ciudad. Los días se hicieron largos para nada y las mujeres volvieron a las calles con el aire tendencioso de otros veranos. Nada varió. O sí: la fragancia de los tilos nunca resultó tan impotente como a comienzos del mes. El olor rancio de la Destilería se mantuvo inerte sobre la ciudad durante varias semanas. Calor y humedad, un placer malsano en el cuerpo”. 

     La buena literatura despierta los sentidos, leer esos párrafos es sentir ese calor. O visualizar la excavación donde tendría que renacer el Teatro Argentino convertido en cenizas o una excursión al Uruguay lejos de cualquier folleto turístico. También hace de lo local, universal, por eso la aparición del cine Roca, la Catedral, el Museo de Ciencias Naturales, la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata donde trabaja Daussen como sereno, no implican localismo, producen el mismo efecto en los ojos de cualquier argentino cuando se enfrentan con la Santa Fe de Juan José Saer, el Buenos Aires de Roberto Arlt o Yala de Héctor Tizón. Ese buen registro de Báñez también se encuentran en los cuentos de El circo nunca muere (también editados por Mil Botellas), en la nouvelle Octubre amarillo donde se encarga del múltiple femicida Ricardo Barreda y La Plata o en la novela Virgen que transcurre en Ensenada.

     La relación Damián-Raquel atraviesa la novela, y no deja de ser atrapante todo lo que se pone en juego, la crueldad de Damián, que también mantiene relaciones con una chica de trece años. Este antisemita, ex militante de Tacuara, que pintaba cruces esvásticas y que no dudaba en la cooperación con la policía cuando un compañero de pensión se convertía en secuestrado/desaparecido, se movía en una ciudad donde en los diarios nunca se publicaban los secuestros y con vecinos que decían  que “había empezado la limpieza” al escuchar disparos aislados.

     Todo esto publicado en 1984, a apenas un año de terminada la dictadura. Sin dudas merece figurar en el corpus de libros que trabajaron bien el tema a través de la ficción. Reconocemos ello en Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia y en Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980) de Jorge Asís, publicadas durante el genocidio en la Argentina, a El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979) y Maldición eterna a quien lea estas páginas (1981), las tres escritas por Manuel Puig en el exilio, o en las ya mencionadas Dos veces junio o Villa, y en el original trabajo de años recientes de Mariana Eva Pérez en Diario de una princesa montonera (2012 y reeditado este año), y también en Hacer el odio.

     Lo escrito por Álvaro Abós en la revista Humor derivó en una reedición a cargo de la editorial Almagesto, en 1995, que desgraciadamente pasó sin pena ni gloria. En estos tiempos de derechas que se expanden por el mundo, la reedición de Mil Botellas, que es expuesta en librerías de Buenos Aires y La Plata, que estuvo presente en las numerosas ferias pre-pandemia en el país, bien merece sumar lectores y lectoras, para entender un pasado de genocidios pero también para este presente. Ya desde la portada a cargo de Eduardo Ruiz, vemos una mano que dibuja esvásticas. En la página 131 se narra el secuestro por parte de fuerzas de seguridad a una pareja, la mujer estaba embarazada, entonces un vecino de pensión de Daussen se pregunta/afirma “¿o acaso usted no sabe que ellas se embarazan a propósito?”. Esta misma frase la hemos visto replicada en distintos contextos y ante distintos hechos, pero siempre está presente.

     Las buenas obras se defienden solas, por eso se puede recurrir a otra muestra de la excelente escritura de Báñez: “A media tarde dejé el bar y caminé. El aire estaba húmedo y con olor a pescado. Un muchacho barría las escaleras de un sótano que a la noche presentaba ‘el show de las strip-girls’. Del subsuelo ascendían vaharadas de acaroina y encierro. Me detuve brevemente a mirar hacia abajo y el muchacho dijo que el espectáculo comenzaba a las ocho. ‘Todavía falta’, agregó luego. Únicamente pude divisar un juego de luces de colores y desvaídas ramas de palmeras flanqueando el ingreso. Me alejé de inmediato: las ilusiones sobre penumbras, lo mismo que las imágenes sagradas después del domingo, siempre me produjeron tristeza”.

     La contratapa de su primera edición de 1984 indica que se trataba de “básicamente, un texto confesional para mostrar la ambigüedad de ciertas conductas: opresión y seducción que cierran la parábola”. Atinadas palabras, pero en su lectura se verá que es mucho más que eso. Cabe señalar que su última novela, Jitler,  editada a ocho años de su muerte, en 2017, por La Comuna (editorial de la Municipalidad de La Plata fundada por Báñez) siguió señalando conexiones entre el nazismo y La Plata. Y las prácticas que se realizaban entre las clases ilustradas de la ciudad: “Otro prominente hombre nacional, pero de las filas del Partido Socialista vernáculo, el Dr. Alejandro Korn, fundador de bibliotecas populares y humanista reconocido, también recibió por esos años parte de la remesa indígena del Museo de La Plata, sólo que bajo la forma de carne viva: una niña de la etnia aché de la comunidad guayaquí masacrada en el Paraguay oriental, Damiana, fue entregada al Dr. Korn para que hiciera de mucama en su casa. Tenía alrededor de nueve años. Nunca se supo el verdadero nombre de Damiana, en los archivos del Museo figura así ya que a los tres años fue bautizada con el santo del día de la matanza de su familia, San Damián”. Otro Damián.

     Báñez nació en 1951 y se suicidó en 2009 en La Plata. Si como señala Álvaro Abós su pecado mortal fue estar lejos de la Capital y no frecuentar al establishment literario, bien vale el rescate de su obra. Quienes se hayan interesado por los libros de ficción acerca de la última dictadura, a través de su lectura no dudarán en que Hacer el odio merecerá un lugar importante. Incluso se la puede tener en cuenta al relacionarla con películas como Los rubios (2003) de Albertina Carri o M (2007) de Nicolás Prividera, que desde el formato documental narran la complicidad civil y el silencio que acompañó a una época nefasta. Por supuesto, que también hubo otra Argentina, de hecho personas relevantes en la lucha contra la última dictadura como Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini o Chicha Mariani, se criaron y lucharon en la misma ciudad por donde andaban tantos y tantas Damián Daussen.

JUAN MANUEL BELLINI

Es Periodista, docente de la cátedra Análisis y Crítica de Medios de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP). Trabaja además en el Programa de Justicia por Delitos de Lesa Humanidad en la Comisión Provincial por la Memoria.

 

Currículum: crisis, mito y perspectivas (1995), de Alba

EDUCACIÓN

STELLA MARIS ABATE Y VERÓNICA ORELLANO


Currículum: crisis, mito y perspectiva (1995)
de Alicia de Alba

curriculum

Un imprescindible para enseñar a leer la formación universitaria en clave curricular

“Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).”

Ítalo Calvino 1993

     La invitación a escribir la reseña de un libro que sea parte de nuestra propuesta de enseñanza, fue el puntapié para volver sobre las elecciones pasadas y presentes en la asignatura Teoría y Desarrollo del Curriculum de la carrera de Licenciatura y Profesorado de Ciencias de la Educación de FaHCE – UNLP ¿Qué compartir de esa trama que fuimos configurando a través de las diferentes ediciones de la materia: una obra clásica, de las que constituyen el corazón de la materia? ¿Algún texto de los que seleccionamos para abordar temas de actualidad, en diálogo con los intereses de los estudiantes?

De estas opciones decidimos ir por una obra de las que consideramos clásicos del campo (del curriculum) y constituyen lecturas obligatorias. Un “clásico” es para nosotras “un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir” cada vez, el encuentro con él es un acontecimiento totalmente nuevo y nos sigue afectando.

 

Decidimos ir por una voz femenina y latinoamericana. En esta clave, elegimos comentar la obra (más importante a nuestro juicio) de Alicia de Alba que llegara hace cerca de 30 años a la Argentina: Currículum: crisis, mito y perspectivas. Considerando la multiplicidad de reseñas y de resúmenes de este libro, nos centraremos en esta oportunidad en contar por qué continuamos eligiendo esta obra como un texto central en la materia y en los espacios de formación docente del ámbito universitario.

   

     Es importante destacar que Alicia de Alba, es parte del florecimiento de la corriente crítica del currículum que arribó a México a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Esta corriente fue construída por jóvenes profesores, provenientes tanto del país como de Argentina. Ángel Díaz Barriga, Alicia de Alba, Alfredo Furlán, Azucena Rodríguez, Eduardo Remedí y Roberto Follari. A diferencia del pensamiento sajón encabezado por Herbert Kliebard (1970) quién inauguró formalmente la crítica a la racionalidad tyleriana, en América Latina se debatía a partir de los desarrollos de Paulo Freire, de la Escuela Francesa como sociología institucional y de la Escuela de Frankfurt. Este periodo se caracterizó por la generación de una producción académica importante a través de artículos, libros, y congresos. (Díaz Barriga y García Garduño, 2014) 

Alicia de Alba es la autora principal en la conformación y desarrollo de este movimiento curricular al encaminar su lucha contra la construcción discursiva que había encerrado el currículum durante una parte importante del siglo XX. Su enfoque y el de sus colegas mencionados pone en crisis la idea de plan de estudio. Asimismo la noción de “currículum oculto” muestra sus limitaciones, dado que supone la existencia de una “verdad” que sería en última instancia lo que en la escuela se transmite, a la cual se opone una construcción falsa, mistificadora. De Alba propone analizar al currículum como un entretejido de problemas provenientes de la sociedad, entendiendo a esta última como un conjunto de antagonismos. 

     La cátedra Teoría y Desarrollo del Curriculum ubica a Currículum: crisis, mito y perspectivas como una  obra clásica en tanto configuró un hito en el estudio del currículum universitario  a la vez que la considera como una obra que goza de vitalidad. Su planteo sigue aportando en el proceso de deconstrucción de visiones hegemónicas de entender el curriculum. Colabora a visibilizar que los contenidos se constituyen como consecuencia de la relación discursiva que se produce en el proceso de determinación curricular. En este sentido, acordamos con Adriana Puiggrós que en el enfoque de Alicia de Alba “no existen contenidos previos o externos al proceso de producción del currículum, porque ese proceso modifica los discursos disciplinarios, los amasa formando un nuevo producto, que está orientado hacia la constitución de sujetos. A partir de la duda sobre la noción tradicional de currículum surgen los personajes antes aplanados por el lenguaje tecnocrático, pero aún vivos. Son los sujetos, con los cuales ningún programa normalizador de la enseñanza y el aprendizaje ha logrado jamás acabar. La propia normalización tecnocrática del currículum no es otra cosa que una modalidad de constitución de sujetos. Subvertir la noción clásica de currículum es hacerlo con el programa de formación de los sujetos que tal noción proyecta”.

 

     En esta obra la autora aborda de modo lúcido los problemas sociales que el currículum universitario debe atender como parte de la discusión pública, anticipando temas de la agenda política actual: entre otros, la pobreza mundial y en particular de la población de América Latina (y el injusto reparto de la riqueza), la crisis  ambiental, la emergencia de la perspectiva ecológica como absolutamente necesaria para cualquier acción  que emprenda la humanidad y la pérdida del sentido, la indiferencia y la crisis de valores que caracteriza a las sociedades contemporáneas.

 

     De Alba nos dice que  los cambios en el currículum universitario ocurren por negociación o imposición de proyectos educativos y sociales. Como decimos en otra publicación, la comprensión del proceso en esta clave es central para leer posibilidades de cambio, horizontes formativos, retóricas de cambio, concepciones subyacentes y posiciones hegemónicas. Reconocer que los participantes involucrados en estos procesos representan proyectos formativos e institucionales nos lleva a usar las categorías de sujetos sociales y sujetos curriculares; de allí la importancia de estudiar sus sentidos teóricos.

 

     Además nos convoca a pensar los cambios curriculares desde marcos englobantes (“campos de conformación estructural curricular”) en función de determinado tipo de formación que se desea propiciar.  Si bien determinados espacios curriculares son más estables que otros por la naturaleza de sus saberes, propone espacios abiertos y flexibles  para que favorezcan la actualización curricular de los avances científico- tecnológico y el  diálogo con los problemas sociales y profesionales.

 

     En este sentido, de Alba nos invita, políticamente hablando, a asumirnos como sujetos de la determinación curricular. Si bien ya a fines del siglo XX nos advertía sobre la dificultad de asumir este reto por la ausencia de proyecto social amplio en el cual se identifiquen amplios sectores de nuestras universidades públicas y que paute y oriente la vinculación universidad-sociedad, nos decía que era fundamental intentar un esbozo de propuestas que tiendan a marcar la direccionalidad de tal relación curriculum- sociedad desde la perspectiva de las universidades públicas. Esta convocatoria sigue aún vigente y necesaria en la actual coyuntura de nuestro país y de los países de la región.

 

     En palabras de la autora, “…es fundamental comprender y asumir la problemática de la indiferencia, y frente a ella, la esperanza, para no caer nuevamente en el vértigo de la fascinación de un progreso industrial y económico que en otros momentos históricos ha dado la espalda a problemas tan sensibles como lo son la distribución del poder y la riqueza.”

VERÓNICA ORELLANO

Es  Profesora en Ciencias de la Educación (UNLP). Docente en la Cátedra Teoría y Desarrollo del Currículum en la carrera de Ciencias de la Educación, FaHCE. Docente tutora en la Especialización en Docencia Universitaria UNLP.

STELLA MARIS ABATE

Es Profesora Adjunta de la cátedra Teoría y Desarrollo del Curriculum en la carrera de Ciencias de la Educación.   Es docente de la Especialización en Docencia Universitaria  y de la Facultad de Ingeniería de la UNLP.  Se enfoca en el estudio del curriculum universitario.

Puka Pacha (2020), de La Mafiandina

MÚSICA

SUSANA PINILLA ALBA


Puka Pacha (2020)
de La Mafiandina

puka

     La música urbana como discurso contracultural no puede limitarse a congregar a las comunidades o canalizar de forma artística la subjetividad, sino que ha de servir a un propósito divulgativo y didáctico, cuestionando y diseccionando las cosmovisiones que conducen a la catástrofe para proponer alternativas viables y sostenibles. A lo largo de sus ocho piezas, el disco Puka Pacha (2020), primer LP de La Mafiandina, explora el concepto originario de ‘Pacha’ o plano espaciotemporal, que en el pensamiento panandino es causa de todo lo que existe desde antes de materializarse en la Tierra. Esta escuela de pensamiento, análoga a las filosofías socráticas europeas, está viva en el rap shimi (rap bilingüe en quechua y español) de la zona andina, escena política y musical de la que procede la agrupación. La MC Taki Amaru (Música y Serpiente, en kichwa), líder del dúo La Mafiandina, emplea el rap para ahondar en las raíces del pensamiento originario, desde la universalidad que apela a todas las personas deseosas de cambios drásticos en la comprensión de nuestro lugar en el mundo. Su poética concilia un interés anticolonial y antipatriarcal que no romantiza las culturas originarias, sino que las somete a un análisis crítico: valorando sus aciertos, pero también señalando sus perjuicios. 

     El disco Puka Pacha traza una alegoría de los hitos del mundo andino, retomando el Runa Ñan (la vía indígena) al destacar nociones básicas del pensamiento kichwa a través de un mensaje de libertad dirigido a las comunidades hispano y quechua-parlantes. A nivel musical, los artistas nutren su rap con ritmos regionales orquestados mediante instrumentos milenarios como la zampoña, la quena o la ocarina, a la que superponen samples de celebraciones precolombinas, delays que imitan sonidos de la naturaleza y efectos musicales propios del rap como los scratches. El sello de La Mafiandina se caracteriza por la fusión entre el componente urbano del rap con el sabor propio de los rituales y músicas tradicionales de la comunidad de Otavalo, lo que perfila el polifacético flow de la MC Taki Amaru, colmado de fortaleza en el rapeo y suavidad en el canto; una llamada a la complementariedad y al equilibrio, principios que moldean sus deslumbrantes “ritmos de la selva”. 

     El mestizaje del que emana este rap underground trasciende el exotismo dotando al discurso de una gran hondura existencial, elemento de suma importancia en una era de la inmediatez, del precariado acuciante que empuja a la supervivencia, habiendo situado al sujeto en la anulación de su propia ontología, sin epistemes propias que guíen su búsqueda.  Por eso, la obra de Taki Amaru se puede entender en clave feminista, ambientalista y anticolonial. Su trabajo no deja indiferente a quienes luchan desde el ecofeminismo por la reparación del epistemicidio, de los saberes de las mujeres y los pueblos milenarios en compromiso con los derechos humanos y animales. La hibridez musical y cultural del álbum, entendida desde lo ch’ixi (Rivera Cusicanqui), convoca a un público variopinto en el que interseccionan luchas de muy diversa índole, si bien todas tienen en común la defensa de la vida sobre la muerte, los lazos intercomunitarios y el amor propio, que prevalecen al sufrimiento y a la anulación del ser; así como una espiritualidad fundada en lo tangible, en los elementos de la naturaleza que garantizan la vida digna. Esta filosofía de reconexión y optimismo pugna contra una cosmovisión destructiva que ambiciona la competición, la aniquilación del otro y la productividad enferma e ilimitada en un mundo finito. Tres son las líneas temáticas que aborda este trabajo, en cuyos textos se vertebra cuidadosamente el pensamiento andino:

 

El ciclo de la vida: “Killariy”, “Urkukuna” y “Tukyarin”

 

     Las tres canciones permiten comprender la ‘Pacha’ en su encarnación en la Tierra, otorgando protagonismo a elementos de la naturaleza: las cascadas, las montañas y las plantas. La pieza que introduce el álbum, “Killariy”, retoma la imagen del fluir del agua, el silbido del viento y las enseñanzas runas, exponiendo el proceso liberador de reminiscencia y reconexión que la contemplación del volcán Imbabura supuso para la artista. A través del canto nos conecta con los sentidos y lo tangible, combatiendo en la parte rapeada la visión aristotélica y judeocristiana que el patriarcado colonial instauró en América Latina. Con los saberes del río, de los bosques y la vida comunitaria el ser humano se comprende como parte de un todo unánime y al mismo tiempo complementario, consciente de su plan de vida. Este inicio en la vía runa se refuerza en un elogio a las montañas, “Urkukuna”, encabezado con la melodía del charango evocando un atardecer de la cordillera andina, un llamamiento a la vida contemplativa que se conforma a través de la imagen del Jardín, trazando un exquisito paralelismo entre esta cosmovisión y la ética epicúrea, escuela filosófica que también procuraba la amistad, la calidad de vida y la dialéctica como modos de adquirir conocimiento. El llamado a recorrer el camino no es un acto minoritario o elitista, sino una necesidad trasmutable a cualquier punto del planeta y abierta a toda subjetividad. Así, avanzar en el sendero de las montañas se convierte en metáfora de la vida sustentada en el amor:

Me entretengo en los espacios verdes

donde las flores crecen y florecen.

Mi jardín interno, emano felicidad que siento, 

al pisar el frío del suelo y recuerdo que

todo viene de dentro y que es puro amor 

lo que proponemos.

 

     Otra metáfora de la vida se articula en torno a la circularidad del Pacha en la canción que cierra este álbum, “Tukyarin”, la culminación del ciclo de nacimiento, maduración y expiración del fruto. Sobre un beat caracterizado por scratches que imitan sonidos de aves, la artista se identifica con la Pachamama como planta que resiste y se reencarna tras el genocidio de sus ancestros. Así, saludar al “nuevo tiempo de retorno que va llegando” significa para ella abrazar nuevas epistemes que fortalezcan los movimientos que considera relevantes: el feminismo y las luchas ecoterritoriales por la soberanía alimentaria, la calidad de vida y la regeneración de los ecosistemas, entidades vivas que no son meros recursos al servicio del humano y que poseen por ello valor en sí mismos. El impacto del paisaje para reconfigurar el imaginario se presenta en tres momentos dentro del álbum (inicio, medio y final) aludiendo a este devenir cíclico que retorna, trayendo nuevas enseñanzas y recuperando las que el antropocentrismo, el patriarcado en sus múltiples facetas y el genocidio colonial intentaron sepultar. 

 

Ritos, simbologías y saberes propios: “Puka Yuyay”, “Amarumi” y “Siembra”

 

     Estas tres piezas honran la complementariedad, base del equilibrio del cosmos. Con la ayuda de la ‘chakana’ (cruz o arcoíris andino) puede comprenderse la simbología sobre el color rojo, presente en el título del álbum y en una de sus canciones más representativas, “Puka Yuyay”, la reminiscencia del pueblo que restaura su memoria tras una amnesia colectiva o un proceso de disociación: “nos desconectaron de nuestra propia madre, / te recuerdo, acá no llegaron mujeres”. La propuesta de inculturación de Taki Amaru pasa por desmantelar la impronta misógina del imaginario cultural, para poder edificar sobre los nuevos pensamientos epistemes de autonomía y respeto. Así, “Amarumi”, un alegato contra la visión eclesiástica de la serpiente como ser pecaminoso y encarnación de Lilith, introduce la representación andina asociada a este animal, guardián de los secretos de la humanidad y ente mediador entre el arriba y el abajo. La usurpación de la sexualidad de las mujeres se combate en la generación de prácticas que promuevan una educación sexual feminista alejada de la violencia y explotación de sus cuerpos, es decir, basada en el autodescubrimiento y en el disfrute consensuado por sus participantes, y no en el cumplimiento de roles de género asociados a la maternidad tradicional o a la vida marital. 

     Por otra parte, el rojo en la chakana representa el sonido de la voz, mientras que el azul, indica agua y remite a lo auditivo. Así se establece el nexo entre el rap, palabra presente, que ha de encontrar unos oídos dispuestos a escuchar, contribuyendo a la materialización de los sueños, idea motriz de este álbum. La carátula del disco, en violeta (unión cromática del rojo y el azul), prioriza la imagen de la mazorca, aludiendo a este mestizaje ch’ixi en la materialidad del alimento que sacia el hambre física y espiritual; unas veces es rojo y otras es azul, pero en su vínculo y trabajo colaborativo reside la fuerza y el equilibrio. La proyección de la Pacha como cronotopo cultural se homenajea en el track “Siembra”, elaborado a través de sonidos característicos de la festividad del Inti Raymi, la celebración más importante en el calendario incaico, un agradecimiento al Sol por la cosecha. Así, las energías del sol, ligadas al rojo, al fuego y a lo masculino, convergen simétricamente con las vinculadas al azul, al agua y a lo femenino, simbolizadas en la serpiente. 

 

Manifiestos libertarios: “Warmi Hatari” y “Humanidad”

 

     El halo místico y épico de esta obra deviene ecofeminista en el encuentro de estos dos manifiestos, ya que en la poética de Taki Amaru vislumbramos una crítica al antropocentrismo presente en las culturas occidentales, que construyen la noción dicotómica de lo humano desde una supuesta superioridad moral frente a los animales y los ecosistemas. La vuelta a lo indígena, esbozada magistralmente en “Humanidad”, retoma la noción runa de “persona”, ofreciendo una alternativa en la que no se establezcan dichas jerarquías entre los demás elementos de la naturaleza. Su propósito es claro: el reconocimiento del ser humano como cuerpo mutable, sujeto a la transformación de la naturaleza en el Pacha. Esta ontología exige el respeto al resto de seres que componen la Pachamana, o materialización en la Tierra de este espacio-tiempo. La necesidad de preservar el ecosistema dándole lugar para regenerarse y combatir la violencia contra la Madre Tierra, resulta análoga a su vez en “Warmi Hatari”, himno que denuncia la violencia estructural y episódica que experimentan las mujeres de la comunidad, que es a su vez un llamamiento universal hacia el autocuidado y la defensa de las genealogías de saberes femeninos. Estas dos piezas incluyen más texto en español que en kichwa, pues además de sus reflexiones introducen proclamas y vindicaciones explícitas que han de ser escuchadas por el público hispanohablante, a quienes se desafía a transformar su cosmovisión en pro de un mundo en el que la justicia ecosocial no sea algo utópico.   

     En la Mafiandina observamos este propósito desvelador del prejuicio, que busca hacer caer las sombras de la antropocéntrica civilización occidental, negadora de la organicidad del ser y su interdependencia con el ecosistema. Esta desconexión con la naturaleza es, para la rapera, consecuencia de la angustia existencial irresuelta en el pueblo latinoamericano; y en especial, en la juventud. Pocos artistas del rap logran como Taki perfilar desde su obra un retrato tan fiel de la realidad más penosa del continente, la de sus gentes violentadas en el expolio de la tierra y los recursos básicos de subsistencia. Al mismo tiempo, propone la pedagogía andina como reminiscencia, en una voluntad por aprehender de lo que siempre estuvo ahí, latente, en la “semilla nativa”, que busca germinar con vitalidad entre tantos pensamientos limitantes. Su trabajo persigue la inculturación, la vuelta al saber originario en resistencia contra las formas de violencia patriarcal, epistémica, económica y ecológica que asolan el continente, un propósito arraigado en el rap latinoamericano de un sinnúmero de raperas que se reconocen en el cruce de lo mestizo como forma vital de sabiduría.

SUSANA PINILLA ALBA

Es Graduada en Filología Hispánica, Máster de Educación por la Universidad de Málaga (España). Doctoranda y docente en el Departamento de Ciencias de la Literatura y Estudios culturales de la Universidad de Wuppertal (Alemania).

Casa grande y Senzala

LECTURAS DOCENTES


EMIR REITANO


Casa-grande y Senzala (1937)
de Gilberto Freyre

casa-grande

     Corría el año 1985 y me encontraba frente a la novedosa experiencia de cursar Historia Americana Colonial con quien más tarde sería mi mentor y director de tesis, el Profesor Carlos Mayo. Personalmente, siendo un joven estudiante, no sabía con certeza a qué campo de la historia dedicaría mi futura vida académica, tampoco imaginaba cómo construirla o cómo abocarme a ella. El estudio de la Historia Americana Colonial fue para mí el ingreso a un mundo desconocido hasta ese momento: el Canadá Francés, la colonización de América del Norte, el espacio caribeño con sus holandeses y el Brasil colonial fueron poco a poco llenando mi horizonte intelectual. Sin embargo, un libro en particular me colmó de curiosidad, generándome un profundo interés sobre la historia del Brasil portugués. 

     Carlos Mayo, al explicar a sus estudiantes el mundo del ingenio azucarero y su dinámica colonizadora del Brasil, como con tantos otros temas, no se detenía en detalles dogmáticos para desentramar complejas estructuras teóricas. Mayo en sus clases exponía con total facilidad desde lo más sencillo de los personajes la diversidad de la trama social y sus diferentes actores. No tenía necesidad de explicar complicadas teorías para hacernos comprender ese mundo que quería evocar y por ese motivo al hablar del Brasil colonial leía fragmentos de esta obra que llegó a despertar mi interés. A través de la lectura en clase de parte de este libro fundamental de Gilberto Freyre, me llegaron imágenes del mundo colonial del nordeste de Brasil que pasó poco a poco, a ser parte de mi mundo. ¿Quién era ese autor de Brasil, desconocido para mí que explicaba con un lenguaje que no parecía académico las intrincadas estructuras de la sociedad colonial azucarera de manera tan diferente? En aquellos años, carentes de información por internet y sus redes, supe rápidamente que la biblioteca de la Facultad de Humanidades tenía dos ediciones en castellano del libro de Gilberto Freyre. La primera editada en Buenos Aires por la pionera Biblioteca de autores brasileños en 1942 y una segunda edición, realizada por la Biblioteca Ayacucho de Caracas en el año 1977 con prólogo de Darcy Ribeiro. Este estudio preliminar me llevó también a conocer mucho más de la obra de su autor y el impacto que la misma tuvo en su época.  

     Casa Grande y Senzala es un libro múltiple y complejo. Publicado originalmente en 1933 posee un lenguaje único y novedoso. Es un libro pionero para la Antropología, la Sociología, la Historia de la vida privada, la Historia de la sexualidad y la Historia de la cultura. Es todo y nada de ello a la vez. Combina la riqueza del lenguaje poético literario con una sólida fundamentación heurística que se sostiene a lo largo de toda la obra. El instinto anticonvencional parece animar a Gilberto Freyre para la composición de Casa Grande y Senzala, con su franqueza en el tratamiento de la vida sexual del patriarcalismo y la importancia decisiva atribuida al esclavo en la formación más íntima del Brasil colonial. Incluso, por el volumen de información que maneja resultante de la técnica expositiva, Casa Grande y Senzala es un puente entre el naturalismo de los viejos intérpretes del Brasil como Euclides da Cunha o Capistrano de Abreu (autores a los que llegué luego de su lectura) y los puntos de vista más específicamente sociológicos que se impusieron a partir de 1940. La preocupación que tenía el autor sobre los problemas de fondo biológico: etnicidad, aspectos de la vida familiar, alimentación y ecología sirvió como soporte para un tratamiento inspirado por la antropología cultural de los autores norteamericanos de entonces. Casa grande y Senzala constituyó una ruptura con la tradición. El encuentro de las raíces afroeuropeas y nativas, el papel del portugués en el trópico y la hora africana del Brasil fue el camino trazado por Gilberto Freyre en la búsqueda de la gran nación mestiza. 

     Lamentablemente Gilberto Freyre no evolucionó intelectualmente a la medida de los tiempos que se avecinaban. Su lenguaje revolucionario en el marco intelectual de los años treinta lo posicionaba en ese momento como un joven que sería la vanguardia del pensamiento brasileño contemporáneo, pero la Sociología, la Antropología y la Historia evolucionaron mucho más deprisa que su pluma. Sus libros posteriores, Sobrados y Mocambos y Orden y Progreso, que venían a cerrar la trilogía que el autor se había propuesto, no tuvieron el impacto ni la recepción que tuvo su primer libro. La democracia racial era un concepto muy difícil de sostener a través del tiempo y muchos autores como también los hechos de la vida cotidiana en sí mismos pudieron corroborar los errores de Gilberto Freyre dentro de ese campo. Distanciado de las nuevas perspectivas analíticas, Gilberto Freyre terminó sus días escribiendo ensayos y novelas. 

     Más allá de esto debemos rescatar mucho de Casa Grande y Senzala. Es un libro motivador, disparador y pionero para los estudios de la historia de la cultura, de la familia, de la sexualidad y de la vida privada. Nos permite saber a través de un lenguaje florido sin descuidar el trabajo con fuentes, que se puede escribir historia cautivando al lector, encontrar empatía con él e inspirarlo a seguir, dejando muchos cabos sueltos en el camino como en un juego de laberintos. Freyre me motivó, despertó nuevas curiosidades en mí y me condujo en una travesía intelectual hacia ese Brasil que todavía, a casi cuarenta años de aquel primer encuentro, sigue generándome interés y muchas nuevas preguntas a las que seguiré buscándoles respuestas. Hoy todavía, a noventa años de su publicación, su lectura se hace imprescindible para iniciar ese fascinante periplo por la historia del Brasil colonial.

EMIR REITANO

 Es profesor y Doctor en Historia egresado de la FaHCE – UNLP. Profesor Titular de  Historia Americana Colonial; Director del Centro de Historia Argentina y Americana y Coordinador del Programa Interinstitucional El Mundo Atlántico en la Modernidad Temprana 

Juego de tronos (2011)

SERIE


ESTER MASSÓ GUIJARRO


Juego de truenos (2011)
de David Benioff y D.B. Weiss

‘Tullidos, bastardos y cosas rotas’: diversidad funcional en Juego de tronos

     “Tengo un lugar sensible en mi corazón para tullidos y bastardos y cosas rotas”.

     Con esta confesión –toda una declaración de intenciones– abre Tyrion Lannister el cuarto capítulo de la serie Juego de tronos.

     En los últimos años hemos asistido a la difusión de estudios académicos y ensayos basados en ficciones televisivas de gran alcance. Series consideradas ya de culto como Breaking Bad y Los Soprano son ejemplos notorios de producciones audiovisuales de gran impacto que, por sus connotaciones ideológicas o políticas, han provocado reflexiones desde diversas áreas, claramente comparables a los abordajes de materiales más clásicos (como obras literarias o filosóficas canónicas).

     Aunque ya se ha escrito mucho sobre Juego de tronos desde diferentes perspectivas académicas, es muy interesante analizar, como hace Katie M. Ellis, el tratamiento de la discapacidad (o diversidad funcional) en la serie.

 

Jaime Lannister se rompe

     A lo largo de la historia, muchos personajes de Juego de tronos se rompen. Se rompe Bran (el roto, que cae de las alturas, con una subsiguiente paraplejia), se rompe Tyrion (quien, además de tener acondroplasia, queda desfigurado tras una batalla), se rompe Varys (cuando es castrado) y se rompe Jaime (cuando pierde la mano). La ruptura es un camino existencial interrumpido.

     Así, los espectadores somos testigos del aprendizaje, el descubrimiento o la adquisición de una catadura moral en personajes que, en muchos casos, se descubren vulnerables tras haberse mostrado incapaces de desarrollar empatía en un inicio.

     Un buen ejemplo lo encontramos cuando el malvado, hermoso e invicto Jaime Lannister pierde la mano –la diestra, con la que combate y mata, la que le otorga prestigio a través de la violencia–, y su vida se derrumba…

     Con el tiempo, a través de los sabios y toscos comentarios de Brienne, la mujer gigante discriminada a su vez por su tamaño y su fiereza en la lucha, la amputación le abre los ojos en otros sentidos.

     De hecho, una de las últimas escenas de la serie, donde Jaime nombra a Brienne “caballero” sujetando la espada con su mano izquierda, supone una de las transgresiones simbólicas más fascinantes de toda la saga: un amputado caído en desgracia infringe las normas porque nombra caballero a una mujer que tampoco cumple la ley escrita (por su sexo-género no podría juramentar como tal, ya que no es un hombre), aunque en realidad sea la más leal, la más noble, de entre los de su especie.

 

El “héroe ambiguo”

     Dentro del análisis de la discapacidad en esta ficción, es destacable la complejidad de Tyrion Lannister –el “héroe ambiguo”–.

     Podríamos decir que este personaje seguramente ganaría un concurso de popularidad entre los fans más acérrimos de la serie, superando al noble y hermoso Jon Snow o a la rutilante madre de dragones, Daenerys Targaryen, entre otros.

     Tyrion es un interesante binomio de virtudes y vicios. El enano deforme y parricida, paradigma de “lo tullido”, conmueve hasta lo más hondo por su lucidez, su comprensión del mundo y su pasmosa conciencia.

     Ciertamente, Tyrion ha nacido marcado por lo peor y lo mejor. Conviven en él su enanismo-gnomismo (además de su fealdad y su desfiguración añadida), causa de desprecio profundo y odio hasta por parte de sus familiares cercanos, pero también el poder económico y fáctico que otorga ser un Lannister. A esto se le añade su tremenda inteligencia, elementos todos ellos luminosos en su carácter antitético.

     Esta inteligencia es la que Tyrion trata profusamente de alimentar mientras desafía la masculinidad hegemónica en Poniente (trasunto de Occidente), poderosa en lo físico, musculosa y guerrera. Así, hablando con Jon Snow, Tyrion declara:

“Mi mente es mi arma. Mi hermano [Jaime Lannister] tiene su espada, el rey Robert [Baratheon, cuya muerte inicia la gran guerra de la narración] tiene su maza y yo tengo mi mente… y una mente necesita libros, como una espada necesita una piedra de afilar para mantener su ventaja. Por eso leo tanto, Jon Snow”.

 

Los marginados heredarán la tierra

     Esta superproducción, que llega a muchos más hogares y corazones hoy en día que cualquier clásico de la literatura universal, supone un escenario fascinante para observar todos estos ejemplos de seres humanos en categorías minoritarias o marginadas, según podemos entender desde enfoques contemporáneos críticos.

     De hecho, la serie admite miradas desde prismas muy variados, como la interseccionalidad (enfoque acuñado por la jurista estadounidense Kimberlé Crenshaw, que incide en la relación estructural de todas las formas de discriminación o exclusión), el concepto de subalternidad en la filósofa india Gayatri Spivak (que reconoce, en su crítica poscolonial, la necesidad del valor combativo de la posición subalterna frente a la hegemónica en una estructura jerárquica), o los diversos feminismos.

     En Juego de tronos el mundo es heredado, simbólica y materialmente, por los marginados del sistema: enanos y tullidos como Tyrion o Bran (personas con diversidades funcionales intrínsecas o adquiridas), bastardos como Jon Snow (excluidos socialmente por haber nacido de una relación fuera del matrimonio), eunucos como Varys o Gusano Gris (castrados con diferentes formas y connotaciones), mujeres (en cualquiera de sus versiones, especialmente aquellas con feminidades no normativas) y varones alejados del modelo de masculinidad dominante, que son estigmatizados y acaban generando orgullo de ese estigma.

     Podemos considerar esto como una forma de reapropiarse subversivamente del imaginario ultrajante (ese que durante milenios ha presentado la discapacidad como paradigma de pecado o desgracia), en el puro sentido de la filósofa Melania Moscoso: “su propio poder ofensivo nos prevendrá de la tentación de adecuar los cuerpos a las representaciones sociales ancladas en la norma, por bienintencionadas que estas sean”.

     Así, y de acuerdo con la observación de Tyrion en la cita inicial, también usamos aquí términos como “tullido”, “bastardo” o “cosa rota” reapropiándonos de su significado de manera crítica y combativa. Él mismo, en el capítulo “El lobo y el león”, manifiesta:

“Si te ponen un mote, recógelo y transfórmalo en tu nombre. Nunca olvides lo que eres, porque seguramente el mundo no lo hará. Haz que sea tu fortaleza. Entonces nunca puede ser tu debilidad. Si lo usas como tu armadura, nunca podrán usarlo para lastimarte”.

 

Una vida llena de posibilidades

     Que la discapacidad no es el final de ninguna historia queda determinado en una conversación mantenida por los hermanos Lannister, Tyrion y Jaime, en el segundo capítulo de la serie. Aunque son parecidos en algunas cosas, en ese momento de la narración ambos se hallan en las antípodas de los arquetipos del deseo y el horror.

     Tras la “caída” de Bran, que se encuentra en estado de coma (en realidad ha sido Jaime quien le ha empujado desde lo alto de una torre, iniciando el conflicto original), los hermanos hablan sobre el posible destino del chico:

Jaime: Aunque el chico sobreviva será un lisiado, algo grotesco. La muerte sería un final adecuado.

Tyrion: En nombre de los grotescos, debo disentir. La muerte es definitiva y la vida está llena de posibilidades. Espero que despierte, me interesa mucho oír lo que tenga que decir.

     Tyrion, en definitiva, acaba triunfando al final de la saga, no solo habiendo podido sobrevivir contra todo pronóstico en un mundo posapocalíptico, sino ascendiendo (una vez más) a Mano del Rey (hombre de confianza) cuando Bran el Roto alcanza el poder.

     Subalternosrotos… en nombre de lo grotesco, ambos acaban mostrando cómo “lo tullido”, en Juego de tronos, es otra cosa.

ESTER MASSÓ GUIJARRO

Es antropóloga y filósofa, profesora titular de filosofía moral en la Universidad de Granada (España). Es investigadora de la Unidad Científica de Excelencia FiloLab, de la Red ESPACyOS y del Laboratorio iberoamericano de ética y salud pública.

Letras argentinas (1937), Giusti

LIITERATURA/FEMINISMO


PRESENTA: LUZ SALAZAR


Letras argentinas (1937)
de Roberto Giusti

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Recuperar la voz coral de las poetisas de comienzo de siglo, como la ha llamado Delfina Muschietti, requiere no sólo adentrarse en un telar de textos repartidos en múltiples publicaciones, trazar genealogías, indagar revistas para la mujer y el hogar, revisitar secciones femeninas, escuchando o leyendo, en palabras de Hélène Cixous, aquello que las mujeres tienen para decir cuando no hay nadie alrededor para corregirlas.

 

Involucra también emprender y reemprender lecturas anexas, críticas amistosas o cargadas de odio, suaves palabras bondadosas de mujeres, que buscan legitimarse por medio de una red sororal de reseñas y comentarios benignos, exaltadas oposiciones de haters masculinos. Es en esta búsqueda que me encontré con la reseña que comparto, abriéndoles la puerta a la densidad de un campo de opiniones, citas, redes, apoyos, legitimaciones y cancelaciones.

 

En este caso, se trata de Giusti y de Nosotros: una revista cultural particularmente longeva, que se publicó en Buenos Aires entre 1907 y 1943, y un escritor, crítico literario, político y profesor militante del socialismo, que nació en Italia en 1887 y murió en Argentina en 1978

Sobre: La Mujer y su expresión (Victoria Ocampo, 1936), Domingos en Hyde Park (Victoria Ocampo, 1936) y Geografías (Margarita Abella Caprile, 1936)

     Muchos libros que hubiera deseado leer, de los recibidos en 1936, las exigencias de la vida no me han permitido abrirlos hasta estas vacaciones: —los llamo así porque dicen que lo son para algunos—.  Quisiera en éstas responder a tanto cortés envío y cumplir con lo que debo a NOSOTROS, siquiera con unos pocos artículos de conjunto, dedicados a las expresiones más significativas de la poesía, la prosa narrativa y el ensayo, en el año que acaba de morir. Y puesto que por algún lado hay que empezar, me ha parecido que no sería sino muy propio hacerlo por la obra de dos mujeres a las cuales no puedo menos que vincular en mi mente, por el común linaje de espíritu y la especie de sus preocupaciones intelectuales. No me atrevo a ampararme de consabido “noblesse oblige”, porque no sé si al cederles el paso por mera cortesía de varón, no las heriría antes que halagarlas. Pues precisamente se trata de dos mujeres que sin renunciar a ser íntimamente femeninas, traducen en su conducta y su pensamiento el firme propósito de ser intelectualmente iguales al hombre, y como tales tratadas. Que por mi parte yo se lo concedo sin ambages, no siendo más que justicia.

     Victoria Ocampo nos ha ofrecido en el año dos pequeños libros, digo, libros personales, porque no quiero ahora ocuparme de la admirable obra de difusora de cultura que ella realiza con la revista Sur y las ediciones anejas. Son libros que por compendiar sus pensamientos y sus inquietudes de los dos últimos años, nos exhiben su personalidad tal como es ahora en su bella madurez. Margarita Abella Caprile, la delicada poetisa, ha reunido en otro, bajo el título de Geografías, las “notas de viaje” antes publicadas en La Nación. Dos inteligencias, dos sensibilidades de distinto grado y naturaleza; pero con cierto “resentimiento” igual ante la vida, y de ahí, en una común actitud espiritual frente a algunas cuestiones que tocan al papel de la mujer en la sociedad. Inteligencias ambas, ávidas de conocimiento, a quienes gusta dar vuelta en torno a los hechos y las ideas, y penetrarlos, si bien viene. 

     Quede aquí, sin iniciarse, el paralelo; que me ha de guardar muy bien de hecho entre quienes son valores personales tan dispares. 

     Es Victoria Ocampo sin duda una de las mujeres más inteligentes de cuya convivencia podemos gozar y enorgullecernos los argentinos. Bastaría apreciar en justicia lo que ha hecho como “animadora” de empresas artísticas, para asignarle una jerarquía espiritual de excepción; pero ella hace mucho más que servir de intermediaria entre las más altas o interesantes manifestaciones del pensamiento y el arte universales, y nosotros, pues, también piensa por su cuenta, y cada día en forma más definida, y para mí, más simpática. Ha alcanzado ya la independencia del pensamiento que no es privilegio sino de muy pocos, y ciertamente no la ha alcanzado sin esfuerzos ni mortificaciones, pues no se escribe así como así, cuando se es mujer, y “de apellido”, y argentina, algunos de los ensayos contenidos en La mujer y su expresión y Domingos en Hyde Park, sin sufrir algunas molestas consecuencias del atrevimiento. Lo que, en lo tocante al pensamiento, no podría decirse aún de Margarita Abella Caprile, pues si la libertad y variedad de los movimientos de aquél nos muestra su extrema ductilidad, no se nos ofrece enteramente emancipado de ciertas gravitaciones tradicionales que a algunos puede parecernos prejuicios. 

     Victoria Ocampo tiene la pasión de las ideas. Su juego favorito es asediarlas y entrar en su ciudadela, cueste lo que cueste. Y sabe ponerles asedio, rodeándolas y estrechándolas en una prosa que es de buena ley, prosa clara, sobria, directa, de frecuente intención humorística, casi enteramente libertada de influencias gramaticales y léxicas francesas, proeza singular, en quien nos contaba hace cinco años en una bellísima confesión, hasta qué punto fué prisionera del frances hasta los veinte, por culpa de la educación recibida, y cómo se produjo su penoso descubrimiento del español, al que un tiempo aborreció y desdeñó, “lengua admirable, resplandeciente y concisa” –son sus palabras de entonces— a la que ella se esfuerza en restituirle su alma.

     La ensayista es una infatigable viajera y lectora, siempre codiciosa además de comunicarse con hombres de acentuada personalidad intelectual, y no se entienda simplemente ilustres, porque no padece la inocente vanidad de la señora que quiere tener un salón bien adornado de cabezas tituladas y franqués condecorados, sino hombres de fuerte individualidad característica. Como tal ha conocido mucho mundo y ahora ha construído su casa con anchas ventanas que miran a todos los puntos cardinales desde las cuales es grato asomarse con ella sobre tantas cosas o seres curiosos o extraordinarios. Margarita Abella Caprile, que en el largo y variado itinerario de sus Geografías, ha divisado tantos horizontes nuevos, también está a  punto de construirse la suya, abierta a todos los vientos, como corresponde a “quien lleva en las venas un atavismo de abuelos navegantes”. 

     Si yo volviera a pasear aquí con ellas a través de los cambiantes paisajes de sus libros, físicos o espirituales, podría desplegar ante los ojos del lector innumerables aspectos del mundo o del alma, sumamente interesantes y hasta merecedores de detenernos a contemplarlos un largo rato; pero esta excursión daría a mi artículo un carácter puramente descriptivo que no es de mi agrado. ¿Quiere el lector conocer a Mussolini, visto a un metro de  distancia por una mujer inteligente? ¿repensar a Gide junto con una su lectora ferviente? ¿conocer a una singular media docena de desconcertantes fundadores de religiones o sectas místicas, ante las cuales no sabe la ensayista, cautamente respetuosa de cualquier inquietud y afán, si sonreír o ponerse seria? ¿conversar con quien se entiende de ello, de arquitectura moderna? ¿de nuevos estilos de vida? ¿de hombres excepcionales? ¿de nuevos libros apasionantes? Lea los ensayos de Victoria Ocampo, éstos y los anteriores suyos, sobre todo desde Testimonios. Y si quiere conocer países apenas entrevistos en los libros y crónicas de viaje, hallará multitud de coloridas vistas caleidoscópicas, de vivaces apuntes de turista, de graciosas anécdotas, de punzantes observaciones, en Geografías de Margarita Abella Caprile, libro fragmentario  y misceláneo, que muestra bajo diferentes facetas, al pintor costumbrista, al moralista  y al poeta que hay en esta joven escritora. Todo tratado con ligereza elegante, sin profundizar demasiado, como conviene a quien es solicitado por tantas impresiones fugaces y no pretende hacer sociología. 

     Pero lo que a mí más me ha interesado en las tres colecciones de artículos y notas que comento, es la actitud de las autoras con relación a la condición de la mujer. He ahí dos espíritus originales y fuertes, ciertamente, resueltos a proclamar la emancipación de la mujer de la tutela masculina, en cuanto esta signifique el sojuzgamiento de Eva, convertida en sirvienta, muñeca o instrumento de placer. Sus acentos tienen casi siempre el tono de la protesta contra quienes desconocen el derecho de la mujer a expresar con libertad su esencia específica e individual. Margarita Abella Caprile se contenta con poco para la mujer argentina, no más que con lo ya conquistado en otros países de más alta cultura: ser la compañera del hombre, tratada por él como igual; ni como “enemiga adorable e inaccesible” ni como amiga accesible y despreciable. Y esa igualdad e independencia las pide con el fin de realizar sus posibilidades espirituales, no ya para hacer de ellas uso indebido. Habla por su boca la mujer de clara percepción y sano juicio, segura de sí misma, que descubrió y gustó el inmenso placer de sentirse un ente libre, con derecho a poder viajar por todo un continente sin otras trabas que las del decoro, sin ser llevada forzosamente de la mano por un lazarillo o vigilada por una “dueña”. Pienso como ella y deseo para todas las mujeres argentinas tamaña reivindicación, aunque surgen a la vista de cualquier observador imparcial que a muchas, no acostumbradas a beber de esa copa, se les suben enseguida los vapores a la cabeza y vacilan y dan traspiés. Pero éstos son seguramente defectos del aprendizaje. Me he preguntado muchas veces por qué aquí a las mujeres que escriben les da generalmente por singularizarse en su vida, sin conservar la humildad de los demás mortales, y me he dado esta explicación. La mujer, particularmente argentina, hasta ayer no escribía sino por rarísima excepción, y menos frecuentaba los círculos intelectuales, cuyas puertas le quedaban herméticamente cerradas. Para poder publicar versos, frecuentar redacciones y “ateliers”, asistir a banquetes literarios, merecer la amistad de los artistas ¡qué triunfo, qué placer! Y como todavía gozan de él tan pocas privilegiadas, ¿no será que comparándose ellas con la masa de las mujeres relegadas a los quehaceres sin brillo del hogar o a las obligaciones grises del empleo, se sienten seres de excepción a los que nada está vedado? El hombre ya se ha acostumbrado por una experiencia nada reciente a saber si él escribe, pinta, esculpe o compone música, con él lo han hecho y lo hacen millones y millones de seres semejantes y su natural orgullo encuentra en esa reflexión casi siempre un freno. Sin embargo  no tiene otro origen  psicológico la melena, la corbata y el chambergo bohemios, florecientes en las épocas románticas, de reacción antiburguesa. Todo es cuestión de acostumbrarse a poseer talento sin abusar de él. 

     En Margarita Abella Caprile no hay angustia, sino una legítima protesta y una admonición  a los argentinos para que dejemos de esclavizar impertinentemente a nuestras compañeras. En Vitoria Ocampo hay una impaciente rebelión contra la limitación social que el sexo impone y una angustiosa búsqueda de los caminos por donde la mujer ha de redimirse de la sujeción milenaria en que ha vivido, por donde saltar por encima del “no” que el hombre opone a sus exigencias má vitales. Cuando se refieren a la Argentina, una y otra, Victoria y Margarita, hablan el mismo lenguaje casi con iguales palabras. “Nuestro ambiente, que conserva todavía la suspicacia primitiva de la viveza, no ha establecido aún la diferencia que existe entre el noble concepto de libertad y la idea inferior de libertinaje…”— escribe Margarita. “Cuando ella reivindica su derecho a la libertad, los hombres interpretan, juzgando sin duda por sí mismos y poniéndose en su lugar: libertinaje” —declara Victoria. Y luego define con palabras que se dan la mano con las de su culta amiga: 

     “Por libertad, nosotras, las mujeres, entendemos responsabilidad absoluta de nuestros actos y autorrealización sin trabas, lo que es muy distinto. El libertinaje no tiene ninguna necesidad de reivindicar la libertad. Puede uno entregarse a él siendo esclava.”

     No caeré en la fácil tentación de objetarle que no todas las mujeres tienen la cabecita bien hecha como Victoria Ocampo, porque me figuro que ella me contestaría que para cabezas mal conformadas, las de muchísimos hombres, los cuales no obstante, gozan de una ilimitada y mal aprovechada libertad. 

     En lo que no estoy enteramente de acuerdo con la autora de La mujer y su expresión es con su comprobación personal de que “hasta ahora la mujer ha hablado muy poco de sí misma, directamente”, pues por ella lo han hecho los hombres a través de sí mismos. Lo segundo es cierto; lo primero discutible. Ya las mujeres han hablado bastante de sí desde Safo a Marcellina Desbordes Valmore y a todas las apasionadas amantes; desde Santa Teresa a Eugenia de Guérin, a María Bartkisef, a Vitoria Ocampo. Cuando Karen Michaelis publicó hace cosa de un cuarto de siglo La edad Peligrosa, leí que al fin una mujer se confesaba realmente, pues hasta entonces, hasta para hablar de sí mismas, les habían pedido prestada a los hombres la idea que de ellas éstos se forman. Lo cual es posible en cierta medida; pero que dicho así comporta una evidente exageración. ¡Vean que es disparate esperar a Karen Muchaelis para conocer lo que son algunas mujeres hacia los cuarenta años! Lawrence, pongo por caso, sin ser mujer, también ha expresado muy bien a la que fue para los provenzales la dulce enemiga. ¿Y no sabrá expresar a su sexo la autora de Mrs. Dalloway? Verdad que Victoria Ocampo piensa particularmente en las dificultades que encuentra para esa expresión sincera la mujer sudamericana, y ya esto es más posible. Que no se resigne tan fácilmente, le aconseja; que se atreva a interrumpir el monólogo del hombre, hasta llegar naturalmente al diálogo. Es justo y no es mucho pedir. No escuchamos en estas páginas a la feminista barullera que quiere invadir el terreno del hombre, sino a un ser que reclama que el hombre no invada el suyo. No se trata de una rebelión sino de una protesta, de una reclamación firme de derechos enajenados, hasta alcanzar la conciliación perfecta, de donde derivará una más estrecha unión – así lo esperamos. 

     “Que un grupo de mujeres, por pequeño que sea, tome aquí conciencia de sus deberes, que son derechos, y de sus derechos, que son responsabilidades: tal es mi voto restringido y ardiente” –escribía Victoria Ocampo en el pasado junio, cerrando uno de sus últimos ensayos. Y agregaba a modo de conclusión: “Si las mujeres de ese grupo pueden responder de sí mismas, podrán responder dentro de poco de innumerables mujeres”. 

     Este es todo un programa de acción que debe ser meditado por los seres a quienes más directamente interesa. Pero cuidado que él envuelve el sacrificio de muchos prejuicios, que al pasar toca Victoria Ocampo en este ensayo y en otros artículos suyos. Envuelve en el pensamiento de la autora también un ¡alto ahí! gritado a la guerra, monstruosa invención de los hombres, pero fomentada por la ignorancia, la vanidad o la pasibidad de las mujeres. No sé que nadie haya expresado esta culpa de las mujeres con más trágica verdad que Andrés Latzko en uno de los cuentos de sus Hombres en la guerra. ¡Si ellas no la hubiesen querido! (sic.) Pero ellas la quisieron, para adornarse el sombrero con un héroe! 

     Victoria Ocampo no se contaría entre ellas. Lo declara allí donde, tratando la abominación y necedad de la guerra, proclama la necesidad de que la mujer aclare y transforme la conciencia del hombre-niño que se complace en ese juego destructor; así como antes lo había pensado azorada y perpleja frente al férreo Mussolini, al mirarle en los ojos el amoroso orgullo con que educa y organiza una magnífica juventud en flor, para… ¿para qué, oh incógnita terrible de mañana? 

     Bien se ve que estos ensayos, atacan, por la vía de la emancipación de la mujer, “las raíces mismas de los males que afligen a la humanidad femenina y, de rebote, a la humanidad masculina”. Son, pues, una obra de bien. Aún cabría escarbar en ellos mucho más; pero no siento inclinación por estos comentarios marginales que participan del parasitismo, cuando ni siquiera tengo nada que oponer a los argumentos y sentimientos del texto glosado. Por lo que cierro esta nota agradecido a las dos gentiles escritoras que me han permitido conversar con ellas algunas horas bien empleadas. 

Nosotros, año II, número 3, segunda época, enero de 1937

LUZ SALAZAR LANDEA

Es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente trabaja en la misma Universidad como becaria de investigación del CONICET en el área de literatura argentina contemporánea, y como docente de literatura en el nivel secundario.

 

Casa-grande y Senzala (1937)

HISTORIA


EMIR REITANO


Casa-grande y Senzala (1937)
de Gilberto Freyre

casa-grande

     Corría el año 1985 y me encontraba frente a la novedosa experiencia de cursar Historia Americana Colonial con quien más tarde sería mi mentor y director de tesis, el Profesor Carlos Mayo. Personalmente, siendo un joven estudiante, no sabía con certeza a qué campo de la historia dedicaría mi futura vida académica, tampoco imaginaba cómo construirla o cómo abocarme a ella. El estudio de la Historia Americana Colonial fue para mí el ingreso a un mundo desconocido hasta ese momento: el Canadá Francés, la colonización de América del Norte, el espacio caribeño con sus holandeses y el Brasil colonial fueron poco a poco llenando mi horizonte intelectual. Sin embargo, un libro en particular me colmó de curiosidad, generándome un profundo interés sobre la historia del Brasil portugués. 

     Carlos Mayo, al explicar a sus estudiantes el mundo del ingenio azucarero y su dinámica colonizadora del Brasil, como con tantos otros temas, no se detenía en detalles dogmáticos para desentramar complejas estructuras teóricas. Mayo en sus clases exponía con total facilidad desde lo más sencillo de los personajes la diversidad de la trama social y sus diferentes actores. No tenía necesidad de explicar complicadas teorías para hacernos comprender ese mundo que quería evocar y por ese motivo al hablar del Brasil colonial leía fragmentos de esta obra que llegó a despertar mi interés. A través de la lectura en clase de parte de este libro fundamental de Gilberto Freyre, me llegaron imágenes del mundo colonial del nordeste de Brasil que pasó poco a poco, a ser parte de mi mundo. ¿Quién era ese autor de Brasil, desconocido para mí que explicaba con un lenguaje que no parecía académico las intrincadas estructuras de la sociedad colonial azucarera de manera tan diferente? En aquellos años, carentes de información por internet y sus redes, supe rápidamente que la biblioteca de la Facultad de Humanidades tenía dos ediciones en castellano del libro de Gilberto Freyre. La primera editada en Buenos Aires por la pionera Biblioteca de autores brasileños en 1942 y una segunda edición, realizada por la Biblioteca Ayacucho de Caracas en el año 1977 con prólogo de Darcy Ribeiro. Este estudio preliminar me llevó también a conocer mucho más de la obra de su autor y el impacto que la misma tuvo en su época.  

     Casa Grande y Senzala es un libro múltiple y complejo. Publicado originalmente en 1933 posee un lenguaje único y novedoso. Es un libro pionero para la Antropología, la Sociología, la Historia de la vida privada, la Historia de la sexualidad y la Historia de la cultura. Es todo y nada de ello a la vez. Combina la riqueza del lenguaje poético literario con una sólida fundamentación heurística que se sostiene a lo largo de toda la obra. El instinto anticonvencional parece animar a Gilberto Freyre para la composición de Casa Grande y Senzala, con su franqueza en el tratamiento de la vida sexual del patriarcalismo y la importancia decisiva atribuida al esclavo en la formación más íntima del Brasil colonial. Incluso, por el volumen de información que maneja resultante de la técnica expositiva, Casa Grande y Senzala es un puente entre el naturalismo de los viejos intérpretes del Brasil como Euclides da Cunha o Capistrano de Abreu (autores a los que llegué luego de su lectura) y los puntos de vista más específicamente sociológicos que se impusieron a partir de 1940. La preocupación que tenía el autor sobre los problemas de fondo biológico: etnicidad, aspectos de la vida familiar, alimentación y ecología sirvió como soporte para un tratamiento inspirado por la antropología cultural de los autores norteamericanos de entonces. Casa grande y Senzala constituyó una ruptura con la tradición. El encuentro de las raíces afroeuropeas y nativas, el papel del portugués en el trópico y la hora africana del Brasil fue el camino trazado por Gilberto Freyre en la búsqueda de la gran nación mestiza. 

     Lamentablemente Gilberto Freyre no evolucionó intelectualmente a la medida de los tiempos que se avecinaban. Su lenguaje revolucionario en el marco intelectual de los años treinta lo posicionaba en ese momento como un joven que sería la vanguardia del pensamiento brasileño contemporáneo, pero la Sociología, la Antropología y la Historia evolucionaron mucho más deprisa que su pluma. Sus libros posteriores, Sobrados y Mocambos y Orden y Progreso, que venían a cerrar la trilogía que el autor se había propuesto, no tuvieron el impacto ni la recepción que tuvo su primer libro. La democracia racial era un concepto muy difícil de sostener a través del tiempo y muchos autores como también los hechos de la vida cotidiana en sí mismos pudieron corroborar los errores de Gilberto Freyre dentro de ese campo. Distanciado de las nuevas perspectivas analíticas, Gilberto Freyre terminó sus días escribiendo ensayos y novelas. 

     Más allá de esto debemos rescatar mucho de Casa Grande y Senzala. Es un libro motivador, disparador y pionero para los estudios de la historia de la cultura, de la familia, de la sexualidad y de la vida privada. Nos permite saber a través de un lenguaje florido sin descuidar el trabajo con fuentes, que se puede escribir historia cautivando al lector, encontrar empatía con él e inspirarlo a seguir, dejando muchos cabos sueltos en el camino como en un juego de laberintos. Freyre me motivó, despertó nuevas curiosidades en mí y me condujo en una travesía intelectual hacia ese Brasil que todavía, a casi cuarenta años de aquel primer encuentro, sigue generándome interés y muchas nuevas preguntas a las que seguiré buscándoles respuestas. Hoy todavía, a noventa años de su publicación, su lectura se hace imprescindible para iniciar ese fascinante periplo por la historia del Brasil colonial.

EMIR REITANO

 Es profesor y Doctor en Historia egresado de la FaHCE – UNLP. Profesor Titular de  Historia Americana Colonial; Director del Centro de Historia Argentina y Americana y Coordinador del Programa Interinstitucional El Mundo Atlántico en la Modernidad Temprana 

Un Kafkarabeuf (2022), Bellatin

NOVELA


JUAN PABLO CUARTAS


Un Kafkarabeuf (2022)
de Mario Bellatin

BELLATIN

     Como el resto de la literatura bellatiniana, Un kafkafarabeuf tiene como causa los problemas del cuerpo del otro y la aplicación de ciertas reglas que emergen para resguardarnos de su proximidad. Su frase inicial es “Se me rebeló el kafkafarabeuf” (9) y, en las líneas que siguen, se nos hace saber que hay un ser, el kafkafarabeuf, que sostiene una relación contractual de sumisión con esa voz que solemos conocer como “narrador”. En otras palabras, el nombre “kafkafarabeuf” indica cierta función que implica, dice el amo, “cumplir sin cuestionar la menor de mis exigencias” (17) que van desde asistirlo en el cuidado de los perros y la compra de medicamentos hasta los aspectos más tediosos de la labor de escritor, incluso el conocimiento de contraseñas y claves bancarias. También se nos informa sobre algunas de aquellas reglas contractuales: “Yo no debía regalarle nada, por ínfimo que sea” (9) o “Ninguno de los dos, ni los perros ni el kafkafarabeuf, podían relacionarse entre ellos a un grado mayor al amor que estaban en obligación de profesarme” (10). El cuerpo y las reglas, entonces, son las claves para leer este libro.

     En Mario Bellatin es usual la exploración de vínculos de dependencia o sometimiento en base a un fuerte pacto casi siempre ostensible: en Poeta ciego (1998) se nos narra toda una rígida organización político-religiosa y su evolución, en Perros héroes (2003) todo se reduce a lo que ocurre dentro de un hogar donde un hombre inválido, entrenador de perros, organiza la vida de sus parientes en función de su actividad. En otras novelas, como en esta que nos ocupa, el control es casi directamente físico: el reino de cuidado mortuorio en Salón de belleza (1994), donde un estilista tiene pleno control de los últimos días de vida de los moribundos de una plaga, la opresiva relación de propiedad de la Madre con Antonio, protagonista de Efecto invernadero (1992) o, de otra forma, el uso y abuso de una madre de los testículos de su hijo con fines exhibitorios en La escuela del dolor humano de Sechuan (2001) y luego en El gran vidrio (2007).

     Si se me permite, diría que esta disposición a establecer pactos excede la ficción bellatiniana. El propio escritor interviene en la forma en que el lector debe leer su propuesta literaria. Más de una vez ha indicado que para él lo más importante es que el lector avance sin mayores tropiezos por la narración. En otras ocasiones, Bellatin ha advertido que no debe creerse todo lo que él dice en sus libros, en alusión a las referencias reales que generalmente se ocultan en su escritura. También se ha mostrado reacio a que se encuentren referencias culturales o literarias que reenvíen a leer otra cosa que lo que se tiene enfrente. Siguiendo esta línea, tenemos prohibido leer a Kafka o a Elizondo en el título Un kafkafarabeuf, incluso si la criatura que se nos presenta tiene límites elusivos como el Odradek kafkiano. Mucho menos podemos leer este vínculo contractual del narrador y el kafkafarabeuf junto a la “dialéctica del amo y del esclavo” hegeliana en Fenomenología del espíritu, tentación apenas evitable para el crítico literario. 

     Para defenderse de esta trampa, o más bien para justificar la caída en ella, los críticos más perspicaces del escritor mexicano han notado que la insistencia en negar referencias refuerza más la búsqueda de las mismas. En este relato, el referente más misterioso, el kafkafarabeuf, es un ser difuso, de cuerpo indefinido, porque nos llega a través de las palabras del amo, elíptico y, valga la redundancia, amo de lo que deja ver. Sus palabras están demasiado próximas. Ese espacio entre la escritura y lo referido, real o no, es lo que aprovecha Bellatin al máximo, pues su estilo elíptico y sobrio prepara la sospecha de un referente, un elemento o una anécdota, más próximo de lo que creemos. Así, un lector nuevo de Bellatin se preguntará si el kafkafarabeuf es una exageración de rasgos pertenecientes a algún secretario personal del autor; un lector ya conocedor de esta literatura quizá se pregunte si el kafkafarabeuf no es más que ese secretario personal.

    La extrañeza de Un kafkafarabeuf es, como el resto de los relatos bellatinianos, algo que se torna ordinario con el correr de las líneas. Es interesante que el kafkafarabeuf entra en contacto con el amo vía redes sociales. El mundo real, donde leemos este libro, contiene relaciones cada vez menos autoevidentes e incuestionables, donde se busca clarificar con mayor precisión los límites de esos vínculos. Si bien todavía existen matrimonios arreglados en algunos países de Asia, donde dos se unen seleccionados por un tercero, Occidente se acerca tendencialmente a esa conjugación, siempre bajo máscaras con las que orgullosamente se diferencia y se matiza lo contractual de su proceder, por medio de aplicaciones y sitios donde el algoritmo selecciona ese prójimo que nos es aceptable, o cuya proximidad es lo menos intimidante posible. Podrá decirse que existen contratos sadomasoquistas en el mundo real, pero lo insólito del relato bellatiniano no está en mostrar una unión de este tipo, incluso la más extraña y singular, sino en desplegar el proceso de aclimatación a esa relación. En la literatura de Bellatin este panorama se viene radicalizando desde los años 90, ya desde sus primeras novelas, donde las relaciones van siendo reemplazadas por el pacto, el contrato o un conjunto de reglas que organiza la proximidad de los cuerpos.

     Este tercer término, la proximidad es la que une cuerpo y reglas en este libro y en la escritura de Bellatin en general. Proximidad que emerge cuando ciertas relaciones sociales ya no funcionan como deberían hacerlo, en el silencio no discutible de un espacio público en cuestión. Cuando este tablero de juego se torna difuso, surge el problema de que el otro puede estar demasiado cerca. Así, la relación de servidumbre, en este libro, adquiere aspectos sado-masoquistas y “la obsesión por servir, propia de cualquier kafkafarabeuf, tiene que llegar al punto de devorar al elemento que es servido” (17). Ya mencioné ejemplos bellatinianos en los cuales el cuerpo suele ser producto emergente de esta reducción del espacio que sanamente nos separa. El caso del kafkafarabeuf es radical, ya que se apropia del cuerpo del amo, cose sus orificios, lo cubre con telas y envoltorios plásticos (abro un paréntesis para demostrar aquella tentación de los referentes en Bellatin: si el kafkafarabeuf es una especie de secretario personal que lo auxilia con su escritura, o un editor, ¿es esta apropiación del narrador, con la cosedura de sus orificios y el empaquetamiento, una alusión al libro, a la escritura bellatiniana como producto listo para venderse y consumirse?).

     Con la proximidad intimidante del otro, no sólo surge el cuerpo bellatiniano sino un conjunto de reglas, oscuras en su sentido pero claras en cuanto a su ejecución, que suplementan aquellas que eran nuestro elemento, las del espacio público. Bellatin las establece rápidamente en Un kafkafarabeuf. La pregunta es si nosotros, lectores, necesitamos reglas para convivir u organizar la proximidad con el escritor. Especialmente si se trata de un hombre que como cuerpo viviente productor y, según ciertas disposiciones jurídicas, se trata de un autor, de uno que interviene siempre que puede en las formas en que se leen sus libros. No creo que sea coincidencia que este, publicado por Club Hem, lleve en su tapa la firma demasiado próxima del propio Bellatin.

JUAN PABLO CUARTAS

 Es Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata y la Université de Poitiers. Es ayudante diplomado de Filología Hispánica (UNLP). Trabaja en la organización y digitalización del Archivo Mario Bellatin