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Diario de la Filmoteca (2023), Martín Peña

CINE/ARCHIVO


GASTÓN GALLI


Diario de la Filmoteca (2023)
de Fernando Martín Peña

PEÑA

Fragmentos de una pasión

     Fernando Martín Peña es una especie de estrella en el mundo del cine argentino. Lo notable es el lugar desde donde alcanzó esa categoría. Peña no es actor (aunque se lo pude ver en algunas películas) ni es director (aunque hizo un par de documentales sobre obras de Pino Solanas). Tampoco es crítico o productor. 

     Peña es, por sobre todas las cosas, un docente. Un docente tradicional desde la cátedra y los libros, y un docente diferente desde la programación de ciclos de cine, de festivales y de “Filmoteca, temas de cine”, el programa de televisión que lleva a todo el país una muestra de esa docencia. Docencia que se basa en el hecho de compartir películas, y contagiar el placer de ver cine, pero también el “saber” sobre cine. Una saber que en su caso suele poner el acento en lo histórico más que en lo puramente estético. 

     La mirada de Peña es la de un historiador, capaz de ubicar una película en su contexto y desarrollar desde ahí un análisis enriquecido por la erudición e iluminado por la inteligencia, pero siempre teñido de sensibilidad y de una cierta nostalgia. Nostalgia de una manera de ver cine como quien mira algo mágico y comparte esa magia con los demás.

     Porque esa nostalgia no es un lamento por lo que ya no está, sino una militancia para recuperar un patrimonio cultural que se pierde (y que en buena medida se ha perdido) pero no simplemente para guardarlo, si no para darle una nueva vida. Peña no sólo rescata y guarda películas viejas para que no se pierdan, si no que trabaja para formar un público que las disfrute. Ese es, tal vez, el objetivo último de su trabajo: salvar películas, evitando su desaparición física, pero también construir para ellas una audiencia, sabiendo que si no se conoce que existen otras películas para ver que las acotadas ofertas del streaming nadie va a interesarse por verlas. Y ahí sí, cuando una película no tiene espectadores, es cuando realmente muere.

     La Filmoteca Buenos Aires, fundada por Octavio Fabiano junto con Peña, Fabio Manes y Christian Aguirre, es la colección de películas que nutre esa docencia y es, literalmente, la casa de Peña. Y el “Diario de la Filmoteca” es un puñado (365 para ser más precisos) de comentarios, recuerdos y reflexiones sobre esa colección, su formación y su contenido. Y, utilizando una frase característica del autor, alcanzan tres palabras para señalar su principal cualidad: ¡Alegría sin fin!

     El libro es una muestra permanente de amabilidad al lector. Una prosa precisa, cálida, salpicada de humor y siempre inteligente, que nos permite compartir algo del mundo del coleccionismo y de la preservación de películas, así como de las peculiares características de una cinefilia donde conviven Tarzán, el cine soviético, Buster Keaton, Isabel Sarli, Godzilla y Perón. 

     Hay recuerdos de sus amigos, como un viaje con Octavio Fabiano a Santa Fe para llenar un Ford Fairlane con películas, arrancando a la una de la madrugada, después de una función en el Club de Cine y llevando 5 mil dólares ahorrados en un año o el proyecto que presentaron con Fabio Manes a a la productora del canal Venus para hacer una versión porno de Filmoteca o, incluso, un recuerdo de Ricardo Fort, de quien fue fugazmente compañero de secundario.

     Hay historias de películas mutiladas por la censura o por coleccionistas inescrupulosos que se quedan con canciones o desnudos. También la falta de cuidado del material puede deteriorar partes y dejarte sin el momento en que Alain Delón hunde el piolet en la cabeza de Richard Burton el “El asesinato de Trotsky” (Joseph Losey, 1972). 

     Hay historias de películas de las que Peña sólo tiene fragmentos, que a veces resultan difíciles de identificar o que generan misterios, como una película brasileña de la que solo tiene una parte del comienzo y que genera una irresistible curiosidad por saber cómo pudieron llevar adelante una película erótica cuyo protagonista se parece a Lorenzo Miguel.

     Hay historias de vida, como el relato de los años finales de Gordon Scott o las aventuras de la enfermera argentina que sobrevivió a tres naufragios, incluido el del Titanic.

     Hay breves comentarios de películas, muchas de ellas desconocidas u olvidadas, que generan (casi siempre) deseos de buscarlas y disfrutarlas. (Hay también un elogio a una película de Godard, pero nadie es perfecto…)

     Hay reflexiones sobre la importancia del cine como reservorio de la memoria, sobre la necesidad de su preservación, sobre el desinterés del Estado por guardar aquello que ha contribuido a financiar y también sobre la actitud de la propia comunidad cinematográfica argentina respecto de la conservación del cine que produce. 

     En 1953 William Gerike filmó a la tribu Kalapalo en el Mato Grosso. Hace un tiempo la comunidad le pidió, sin suerte, una copia a la Cinemateca de San Pablo. Un antropólogo se contactó con Peña y resulta que este la tiene. Al tiempo le llegó un pedido formal, firmado por el cacique Tafukuma Kalapalo que resume claramente la importancia de la preservación de la memoria: “Nunca vimos las imágenes registradas en ese filme y tenemos el deseo de ver a nuestros abuelos y abuelas, tíos y tías fallecidos, para poder extrañarlos y llorar por ellos”

GASTÓN GALLI

Veterano alumno de la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito ensayos, intervenciones y reseñas para distintas publicaciones, algunas de las cuales dirigió.  

Historias de la soledad y otras narraciones (2013), Benjamin

NARRATIVA


NICOLÁS ARAGOITA


Historias desde la soledad y otras narraciones (2013)
de Walter Benjamin

BENJAMIN

El arte de narrar (no) está llegando a su fin: Walter Benjamin y sus historias desde la soledad

“El narrar –todavía perdurará. Pero no en su forma ‘eterna’, en la secreta, magnífica calidez, sino en <formas> descaradas, atrevidas, de las que aún no sabemos nada.” (2008, 132)

 

Walter Benjamin, “Borradores sobre novela y narración”, El narrador.

     Historias desde la soledad y otras narraciones (2013) reúne – en palabras del propio editor – la colección de traducciones en español más completas que pueda hallarse de las narraciones escritas por Walter Benjamin. Evitamos, lo que en otros autores sería lo habitual, llamarlas “cuentos” por la propia consideración benjaminiana sobre la narración. En su ensayo de 1936 sobre el narrador Benjamin afirmaba que la narración estaba llegando a su fin, en tanto praxis social y artesanal de elaborar e intercambiar experiencias de boca en boca, a causa del desarrollo técnico que posibilitó el despliegue de la prensa burguesa, como así también las novelas de escritura y lectura individual, la conglomeración de las masas en las grandes urbes repletas de estímulos del shock y la pobreza de experiencias como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, como sostienen algunas líneas interpretativas que evitan una lectura de clausura total, se trata de una reconfiguración de la narración, desprovista de su carácter artesanal y oral, que permita elaborar la experiencia fragmentada en el nuevo contexto de la modernidad. De ahí que Benjamin utilice la denominación de “narrador urbano” para este nuevo arquetipo, entre los que se encuentran Nikolai Leskov – a quien dedica “El narrador” –, Franz Kafka, Charles Baudelaire, Marcel Proust, entre otros a quienes ha dedicado sus reflexiones y escritos. Este libro nos revela la faceta del propio Benjamin como narrador.

     Muchas de las narraciones que componen este volumen fueron escritas por Benjamin durante (o como consecuencia de) sus viajes de juventud por Ibiza, Marsella y Barcelona. Algunas fueron publicadas en revistas, otras permanecieron inéditas. Pero lo cierto es que todas ellas están permeadas por las inquietudes que atraviesan sus análisis filosóficos y trabajos de crítica literaria sobre el tema, en una dinámica indivisible entre teoría y práctica. Así, en “El Pañuelo” de 1932, quien narra nos cuenta la historia que oyó de un capitán de barco sobre su relación con una mujer a bordo, que por supuesto involucra el objeto del título. No es casual que se trate de un marinero (uno de los arquetipos clásicos de narrador, en tanto aquel que conoce mundo y tiene historias que contar), ya que la actualización de la narración implica que quien escucha una historia se convierta en un narrador potencial. Aquí aparece también la pregunta sobre por qué está llegando a su fin el arte de narrar, que volverá posteriormente en el ensayo sobre Leskov.

     En “Myslowitz-Braunschweig-Marsella” asistimos a la historia, esta vez oída por otro incipiente narrador en un bar, sobre un pintor que pierde la posibilidad de ser millonario por las confusiones de una experiencia poco medida de haschisch. El desorientado artista no desaprovecha oportunidad alguna para vagar por la ciudad francesa, practicando la flânerie tal como Benjamin describe la actividad de Baudelaire en los pasajes de París del siglo XIX, en un tempo propio ajeno al andar uniforme y regulado de las multitudes. De la misma manera, en “La muralla” el narrador se obsesiona por encontrar la construcción plasmada en una postal del pueblo español en el que se está alojando temporalmente y destaca su contratiempo “con los acostumbrados vagabundeos por las callejuelas estrechas y en sombra, en cuyo entramado uno nunca llega a los mismos puntos por los mismos caminos”.  

      “Cuenta Rastelli” narra las artimañas de un malabarista y su pequeño ayudante oculto para engañar al público con su actuación, contando con uno de los finales más desconcertantes de la colección y generando una atmósfera propia de las historias kafkianas. En el ensayo de 1934 sobre Kafka, que Benjamin escribe con motivo del décimo aniversario de su muerte, asegura que el autor checo tomó todas las precauciones posibles para que sus relatos no se agoten en lo interpretable, permitiendo la apertura de sentidos que caracteriza a la narración. Algo similar ocurre en la narración benjaminiana “La firma”, incluida también al comienzo del mencionado ensayo sobre Kafka, donde el insignificante escribiente Schuwalkin se ofrece para conseguir la firma del esquivo canciller Potemkin, con resultados tan inesperados como inexplicables. Otros escritos breves de Benjamin presentes en esta colección están agrupados bajo el rótulo de “parábolas” e inmediatamente se vislumbra la conexión con las historias cortas de Kafka denominadas de la misma manera: en tanto relatos que se despliegan en el interior de una narración mayor, desarticulando la linealidad y generando un efecto de aplazamiento en los acontecimientos. Tal es el caso, por ejemplo, de la parábola kafkiana “Ante la ley” presente en El proceso.

     Si de trazar paralelos con Kafka se trata, imposible resulta ignorar que una de las historias de Benjamin se titula “La muerte del padre”. Un estudiante regresa a su ciudad natal ante el aviso del deterioro de su progenitor, cuyo destino parece inminente. La incomodidad, la indiferencia y el silencio desde el que resuena aquello no dicho pero densamente percibido, hace de esta historia el escenario para todo un repertorio de personajes kafkianos cuya relación con sus padres es, cuanto menos, problemática. Pensamos de inmediato en Gregor Samsa o el protagonista de “La condena”, por señalar algunos. Si la figura paterna encarna la culpa y la ley, en contraposición emerge la figura de la madre: la primera historia benjaminiana de este volumen, anterior a la del padre, es “Historia silenciosa” y en ella puede leerse el subtítulo “(Contada en ocasión del cumpleaños de mi madre)”. La madre no hace acto de presencia, ni la del propio Benjamin ni la del protagonista que narra su viaje en tren desde Suiza, pero la intención parece ser otra. En el ensayo sobre Leskov, Benjamin comenta que el narrador en tanto justo que deja oír y presta voz a todas las criaturas está atravesado por la imagen de su madre. La figura materna está íntimamente ligada a la atención al detalle y a la importancia de lo nimio, como elementos fundamentales de la narración. En Infancia en Berlín hacia 1900 es la madre quien cuenta historias al pequeño Benjamin mientras realiza tareas manuales, como el ejercicio de la costura en el cual también teje paralelismos con los cuentos de hadas, y es ella la que le narra al niño enfermo sobre sus ancestros, quienes escapan al conocimiento de su corta vida. 

     Todas las narraciones de Benjamin surgen de su vida, así cuenten con más o menos elementos ficcionales, ya que la propia experiencia es la materia prima del narrador. Él, en su carácter artesanal, deja su huella en las historias que narra como el alfarero deja su huella en la vasija que confecciona. Pero no se despliega en sus textos una unidad del yo, una biografía lineal o acumulativa, sino que encontramos una subjetividad fragmentaria. No en vano contamos aquí con una historia llamada “El segundo yo”, donde un solitario empleado raso no tiene otro plan de año nuevo que vagar borracho por las calles nocturnas. Así se topa con una tienda desierta donde le ofrecen un espectáculo singular: ¡Un viaje por el año pasado! La función consiste en mirar por las dos mirillas de un panorama la cantidad de doce imágenes con inscripciones que representan las variantes frustradas de la vida por decisiones no tomadas u oportunidades desaprovechadas, y así lo explica el dueño del establecimiento “aquí conocerá usted a alguien muy especial, verá a un señor que no se le parece en nada: su segundo yo. […] En algunas imágenes se ve a su segundo yo, en otras sólo las situaciones en las que el primero había querido meterse”. Sin que la historia lo explicite, teniendo en cuenta la consigna de la función, nada impediría la aparición de un tercer, cuarto y hasta un quinto yo, sólo por empezar a hacer cuentas.   

     Al igual que en sus escritos de infancia en Berlín, hay en estas narraciones piezas de recuerdos, sensaciones y pequeñas actividades que aparecen en un ejercicio de memoria involuntaria proustiana. Benjamin dijo alguna vez que utilizaría la palabra “yo” tan sólo en la correspondencia, y en una carta que escribió a Bernard Brentano el 16 de junio de 1939 dice que “no es posible decir quiénes sean las personas, pero contar se puede todo”. Una persona, una vida, la propia experiencia, no puede decirse en un sentido positivista: no hay descripción que la encapsule. La lógica de la prensa y la información resulta insuficiente. Pero contar implica narrar esa vida, ese cúmulo de experiencias, para formar una imagen o una serie de imágenes. En la Obra de los Pasajes Benjamin afirma: “Método de este trabajo: el montaje literario. No tengo nada que decir, sólo que mostrar”.

     Las historias que componen este libro, las que hemos comentado brevemente y las que no, tienen este carácter narrativo: conllevan un rodeo, una pluralidad de sentidos y la elaboración de experiencias que invitan a que la narración se actualice. Esto es, que haya más narraciones. 



NICOLÁS ARAGOITA

Es Profesor y Licenciado en Filosofía (FaHCE-UNLP). Adscripto a la Cátedra de Filosofía Contemporánea (FaHCE), participa en el Grupo de Estudio de Pensamiento Alemán Contemporáneo y es integrante del proyecto de extensión “Filosofía, memoria y género: historias de vida de compañeras victimas del terrorismo de estado”. Sus temas de interés se centran en la narración y la cultura de masas desde la perspectiva de Walter Benjamin, en diálogo con obras literarias y audiovisuales tanto europeas como latinoamericanas.  

Todo se enciende (2022), Golder

PINTURA/VIDEOARTE/TEATRO/HISTORIA

ROBERTO PITTALUGA Y MAGALÍ DEVÉS


Todo se enciende (2022)
de Gabriela Golder

todo se enciende

El 16 de diciembre de 2022 en el marco de la exposición Todo se enciende de Gabriela Golder, situada en el Museo Nacional del Grabado, se llevó a cabo la presentación del libro Guillermo Facio Hebequer, entre el campo artístico y la cultura de izquierdas de Magalí Devés. En dicha presentación, Roberto Pittaluga ofreció algunas lecturas sobre el libro y la exhibición. En las siguientes páginas, a partir de una reseña de la muestra escrita por Devés y el texto de Pittaluga, invitamos a trazar puentes entre discursos visuales y textuales y a reflexionar sobre las articulaciones entre las utopías revolucionarias, la historia y la memoria, entre tantos otros temas y problemas.

     La iluminación tenue que habita la sala del Museo Nacional del Grabado en donde se alojan las trece videoinstalaciones ideadas por la artista Gabriela Golder nos acompaña durante el recorrido en donde Todo se enciende; título acertadísimo de una exposición en la cual la penumbra de la sala se fusiona y potencia con una serie de pantallas que iluminan las utopías revolucionarias, al tiempo que reactiva la obra y trayectoria del artista rioplatense Guillermo Facio Hebequer. Situadas en un espacio que nos envuelve, estas videoinstalaciones nos introducen una serie de reflexiones que involucran un juego de temporalidades que desafía nuestro presente, pasado y futuro. 

     En Todo se enciende confluyen dos proyectos de Golder: “Escenas de trabajo”, formada por doce videoinstalaciones que fueron expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile en 2020 y “Rebeliones”, una obra realizada en el 2022. Ambos proyectos se basan en la relectura de dos obras emblemáticas de Facio Hebequer: la serie “Tu historia, compañero” (1933) y “La Internacional” (1935).  

Imagen: Museo del Grabado

 

     La interpretación de Golder provoca desplazamientos y ofrece nuevos sentidos desde que ella imaginó como punto de partida a las litografías del grabador rioplatense en movimiento. En efecto, a partir de esa idea, la artista presenta una relectura de aquellas obras por medio de otros formatos y técnicas visuales: se trata de videos de muy alta definición, registrados a muchos cuadros por segundo, lo que posibilita que las imágenes se vean ralentizadas. De alguna manera, podríamos pensar que esta nueva creación recoge, en el presente, muchos de los intereses y obsesiones que transitó Facio Hebequer como grabador y como hombre de teatro. Pues “Tu historia, compañero” se constituyó como una bisagra en un itinerario signado por una búsqueda constante por articular el arte con la política, incorporando elementos modernos que provenían de los montajes fotográficos de las revistas, del ritmo de la nueva imagen del cinematógrafo y de sus experiencias como integrante de diversos proyectos del teatro independiente de las cuales formó parte. Estas exploraciones de un artista preocupado por la clase trabajadora y los excluidos de la sociedad posicionaron, así, a “Tu historia, compañero”, junto con la serie “Bandera Roja” y la litografía “La Internacional” como las obras de mayor trascendencia en el seno de la cultura de las izquierdas del ámbito local a mediados de la década de 1930. 

     Golder se sumergió en la vida y obra de Facio Hebequer y de manera semejante a este, a quien –según una de sus aguafuertes Roberto Arlt (“Los atorrantes de Facio Hebequer”, publicada en El Mundo)– le gustaba deambular en búsqueda de sus modelos, ella también salió a las calles. Se contactó con el grupo de teatro comunitario y callejero Boedo Antiguo, Matemurga y con algunos trabajadores/as de las fábricas recuperadas para que representaran en una vieja fábrica de Parque Patricios (un barrio en donde Facio dio sus primeros pasos como artista) las diferentes escenas que conforman Todo se enciende

     A partir de ese “encuentro” con el pasado y con Facio, el tratamiento que hace Golder de estas imágenes se centra, como la artista señala, en la deconstrucción de los gestos de la lucha de los trabajadores y las trabajadoras por medio de un cuadro fijo y la ralentización de ciertos gestos como un modo de capturar el nacimiento, el desarrollo y el desvanecer de esas luchas. Esa secuencia de ciertos movimientos continuos y lentos que se repiten, permite poner el foco justo ahí: en esos gestos que atravesados por el padecimiento de la opresión pueden mutar en acción devenida en rebelión. En la mayoría de los videos ese gesto es sutil, como podemos observar en el parpadear de unos ojos que sufren o en un puño apretado y cargado de impotencia. Movimientos que nos interpelan, pero que además pueden transformarse –como en la décima y la última escena (Rebeliones)– en un grito de lucha colectiva simbolizada en puños que se alzan para agitar la bandera que clama la emancipación social; siempre, como ya lo había formulado Facio, sostenida esta lucha en los vencidos y las vencidas como fundamento de la memoria colectiva. 

 

Imágenes: Museo del Grabado

 

     Con esta nueva lectura, Golder indaga en esos instantes que, como sostiene Walter Benjamin (en la tesis II de “Sobre el concepto de la historia”, 1940) marcarían también el motor oculto de las revoluciones radicado precisamente en la acción redentora que surge de ese diálogo entre generaciones pasadas y presentes. Y, en relación con ello, cabe destacar la exaltación que hace la artista de los cuerpos marcados por el sufrimiento como una marca nodal posible de impulsar emancipaciones. No es casual que en esta reinterpretación quien alza el puño en la décima escena o quien agita la bandera roja de “Rebeliones” (basada en la litografía “La Internacional”) no es un hombre como en las obras de Facio sino mujeres –erguidas– las que (re)viven los levantamientos pasados, presentes y futuros. Protagonistas de la historia, las mujeres fueron gradualmente restituidas en sus luchas y Golder elige situarlas en un primer plano. De aquí, “Rebeliones” se presenta como una apertura a la historia que no deja de reconfigurar el pasado. Bien podríamos decir que esta última escena nos remite a “La Libertad guiando al pueblo” de Eugène Delacroix (1830). Sin embargo, al observar el conjunto de las videoinstalaciones creadas a partir de la lectura de Facio Hebequer, irrumpe en mi memoria –se hace presente– otra imagen del grabador que no tuvo una mayor circulación más allá de sus contemporáneos/as: “La mujer contra la guerra”, realizada en conmemoración del 1° de mayo y publicada el 15 de abril de 1935 para la portada de Vida Femenina. La revista de la mujer inteligente

Fuente: Vida Femenina, año II, n° 21

 

     Esta imagen fue acompañada por las palabras de la dirección de Vida Femenina, que afirmaba: “Contra la guerra deben erguirse todas las mujeres con el gesto decidido que le marcó en la cara el lápiz de Facio Hebequer, y contra la miseria debe alzarse en un arranque formidable de protesta […] Hoy nadie puede creer que la mujer se lanza a la lucha por un simple snob, y quien así lo cree, en su ceguera espiritual tiene el peor castigo”. Esta imagen que se contrapone con la antes mencionada, en tanto observamos a una mujer que parece caerse derrotada por la guerra –aunque al mismo tiempo una mano lo impide al sostenerla–, resucitan también en mi mente las palabras escritas por Virginia Bolten en 1910: “Busquemos en el pasado la inspiración para luchar en el porvenir: fracasos, desengaños y errores nos señalan el derrotero a seguir; para evitarlos contaremos con un inmenso caudal de conocimientos adquiridos en los días memorables”.

     Todas estas imágenes y representaciones parecen conjugarse, en términos de Georges Didi-Huberman, como un síntoma que escapa a la coyuntura específica de 1935 para reconfigurarse en las pantallas que expone Golder, pues, como afirma Didi-Huberman, “Siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo”. En efecto, en estas (re) presentaciones de la artista irrumpe esa búsqueda de justicia inconclusa que nos conducen a invocar el pasado de los vencidos. 

 

Los sonidos y los ecos de las rebeliones

     Como corolario en esta (ex)posición se realizaron una serie de actividades que habitaron el espacio museístico. En el marco de ese ambiente íntimo que indefectiblemente incitaba a una reflexión introspectiva estallaron los cantos interpretados por Matemurga. Esta agrupación que puso el cuerpo para las representaciones de Golder “salió” de las videoinstalaciones entremezclándose entre las obras entonando desde Bella Ciao hasta aquella estrofa exclamada cada 24 de marzo en contra de la última dictadura cívico militar y que todos/as supimos cantar: “ole, ole, ole, ola, como a los nazis, les va a pasar… adonde vayan los iremos a buscar”. A partir de una concatenación de himnos populares que suponían extravíos temporales y espaciales nos emocionamos con una interpretación que nos hizo corear, gritar, y levantar nuestros brazos haciendo realidad una de las tantas utopías de Facio Hebequer, la convergencia entre el arte y la vida. 

     También en esta yuxtaposición de temporalidades Gabriela Golder y su madre Beatriz Rajland presentaron, como “cierre” de la muestra la performance “Prontuarios”, relatos de vida, de luchas, recorridos y transmisiones. Sin dudas, en aquella exposición confluyó “lo colectivo”, esas tradiciones que tenemos en común, a veces olvidadas en el contexto actual pero siempre latentes en esos resquicios en donde ¡todo se enciende!

     La exposición de Gabriela Golder se realizó desde diciembre de 2022 hasta marzo del 2023 en el Museo del Grabado (Riobamba 985, 4° piso). Actualmente la muestra de Golder se puede visitar en una exposición colectiva curada por Daniel Fischer: Breve historia de la eternidad (sita en el Centro Cultural Recoleta). En esta ocasión se pueden establecer otros diálogos con obras muy diversas.

Magalí A. Devés

 

Fotografías: 

https://www.argentina.gob.ar/noticias/todo-se-enciende-en-el-museo-nacional-del-grabado#:~:text=%2DEs%20una%20obra%20sobre%20el,La%20lucha%2C%20la%20posible%20transformaci%C3%B3n.

Presentación libro Guillermo Facio Hebequer. Entre el campo artístico y la cultura de izquierdas de Magalí Devés

 

     Voy  a empezar por el final del libro, por ese casi último capítulo ingeniosamente titulado (Pos)Facio, que pareciera ser, entonces, por esa titulación, una referencia al afuera de la obra, a una suerte de paratexto de la investigación de Magalí. Y esa suerte de exterior interno del libro, ese capítulo aparentemente más descriptivo, que pareciera tener menos densidad conceptual, me da la impresión (justo esta palabrita, impresión) de ser un modo casi derridiano de franquearnos el acceso a los temas de libro (o mejor, a sus problemáticas) tanto como a la operación historiográfica que lo sostiene y que se revela, también, como operación epistemológica y política.

     Porque en ese (Pos)Facio que casi cierra el texto de Magalí, nos informamos del impacto de la temprana muerte de Facio Hebequer y de los múltiples homenajes que se le hacen. Facio distinguido póstumamente desde distintos espacios políticos, gremiales, culturales. En esa proliferación de recordatorios, de exhibiciones de su obra y de palabras alusivas y sentidas por amigos y personas más o menos cercanas, Magalí detecta una disputa por su figura, por su obra y su trayecto. Son homenajes que—con matices, no del mismo modo— de alguna manera disciplinan su memoria y su obra, la embretan —la ponen en un brete, la enfilan— y con esas operaciones, enfatizan una interpretación. Facio pasa a ser el nombre modélico del artista militante, del artista proletario (o casi), del artista revolucionario, del artista comprometido, todas designaciones para configurarlo como herencia en relación a orientaciones y sensibilidades estético-políticas en conflicto; Facio etiquetado, casi que envuelto para regalo, unidimensionalizado. Pues ¿qué puede esperarse de un modelo sino que sea una abstracción impracticable, un bronce en el que mirarse y por lo tanto reconocerse siempre en falta, una designación que aun siendo inalcanzable actúa como punto arquimédico de fijación identitaria? 

     Podríamos decir que el libro de Magalí también es un homenaje, pero en un sentido casi opuesto, un homenaje que lejos de encasillar a Facio Hebequer lo rescata de esas lecturas unidimensionales, homogeneizantes, y nos lo brinda en toda su complejidad, con sus dudas y contradicciones. Ya la misma exposición de esos múltiples homenajes es el modo que elige la autora para indicarnos que ese trayecto y ese hombre, si puede tener tantas “apropiaciones” distintas, tan diversas inscripciones en tradiciones políticas y estéticas rivales, es porque finalmente no se ha dejado atrapar por ninguna, aunque las ha cultivado a todas; porque aun sin proponérselo, se constituyó como una subjetividad estético-política impropia para las particiones políticas identitarias de las izquierdas como también para las categorías de la crítica y las opciones estéticas de las disciplinas artísticas. Precisamente la operación historiográfica que recorre el libro, y que se manifiesta palmariamente en ese “interno exterior” del (Pos)Facio, al invertir el procedimiento del homenaje, al actuar rememorativamente en lugar de conmemorativamente, nos posiciona frente a ese Facio Hebequer como artista común, artista de la comunidad, inapropiable porque pertenece a todas las corrientes estéticas y políticas de ese mundo que llamamos de izquierdas.  En otras palabras, contra el Facio que se debe ver y leer como herencia el libro de Magalí ofrece al Facio que puede ser retomado como legado; legado polivalente, multifacético, estética y políticamente, y lo hace, la autora, indagando sin contemplaciones una vida y su obra plena de tensiones y contradicciones, de búsquedas, de aciertos y desaciertos de este notable pintor, grabadista, hombre de teatro, escritor polémico, crítico, militante, revolucionario.

 

     Una biografía de Guillermo Facio Hebequer: pero se trata de una construcción biográfica bien lejos de la típica novela familiar de influencias, previas y posteriores. El modo elegido por la autora es el de construir el trayecto artístico-político de Facio Hebequer como una  mirilla de lectura de una entera época para la cultura y la política obreras y de izquierdas. Facio se convierte en un nudo, un nudo problemático, un nudo de problemáticas, que Magalí configura como una suerte point de capiton para captar la dinámica de la cultura política de las izquierdas y de los trabajadores y las trabajadoras en los años 20 y 30 del siglo pasado. De allí que el recorrido por la vida y obra de este artista y militante permite a lectores y lectoras acercarse a la compleja maraña de entreveros y discusiones sobre arte y política, sobre intelectuales y trabajadores, sobre política y revolución en esas décadas. Las elecciones estéticas nombradas como Boedo y Florida, sus vinculaciones con las formaciones identitarias de la contestación política (que en ambas décadas se encuentran en una suerte de crisis permanente), las reverberaciones de la revolución en Rusia primero, con sus tremendamente vasto laboratorio estético-político de los años 20 y su sepultura bajo el realismo socialista en los ʼ30, pero también las referencias al expresionismo, al surrealismo o al futurismo italiano; la convivencia de la promesa redentora de la experiencia soviética y sus derivas, y la violencia reactiva de los ascendentes fascismos, entre muchos otros nudos, todo ello es expuesto por Magalí Devés a través de las apuestas artísticas de distintos intelectuales que animan revistas y editoriales, que inventan instituciones como la Unión de Escritores Proletarios o la AIAPE, que publican manifiestos o se trenzan en duras polémicas, que montan muestras irreverentes respecto del arte oficializado, que debaten y a la vez conviven con opciones estéticas vanguardistas, que erigen diversas experiencias artísticas en distintas disciplinas. 

     De modo que el libro de Magalí nos da a conocer aspectos nodales de esa cultura de izquierdas en entreguerras, nos presenta los modos en que se va configurando, tramando, a partir de qué debates, de cuáles cuestiones y protagonismos. Un trabajo de indagación sutil, que atiende a los hilos visibles e invisibles de ese campo cultural, de sus relaciones con la dinámica política, pero también de la propia política de lo cultural o artístico. Y la construcción de esa urdimbre, de esa malla de gruesos pero también finos hilos relacionales, la autora la va tejiendo a partir de la trayectoria de Facio Hebequer.

 

     Me voy a detener en algunos pocos aspectos que me promueve la lectura del libro; ningún afán de exhaustividad me guía, y seguramente lo que diga será enriquecido próximamente por lectores y lectoras.

 

     Como sugería, el libro de Magalí también podría ser parte de ese (Pos)Facio, de ese “dentro-fuera” del propio texto, porque esa sección del volumen también nos está diciendo que si estamos ante la biografía artística y política de un hombre, de una singularidad, no podemos más que comprenderla en lo que tiene de pluralidad. Facio es Facio, nos dirá Magalí, pero también nos sugiere que Facio es Vigo y Arato, es Barletta, Castelnuovo y Arlt, es Boedo y Florida (su cruce o más aun su descomposición como nombres autosuficientes), es la revolución y la exposición, son los cuerpos explotados pero también los cuerpos alzados, es Claridad y también Nervio y Actualidad, es el Teatro del Pueblo y también el Teatro Proletario, es Vsévolod Meyerhold y también Erwin Piscator, es el anarquismo y también el socialismo y el comunismo. El libro expone que esa multiplicidad de Guillermo Facio Hebequer (de rasgos artísticos, de acciones estéticas, de posiciones teóricas, de afinidades electivas), esa suerte de multi-implantación estético-política emergente en sus intensas, pasionales, afectivas búsquedas por expresar la potencia emancipatoria a través de intervenciones críticas, no es otra cosa que la heterogeneidad propia del sujeto político. El libro de Magalí pareciera, en este punto, parafrasear a Siegfried Kracauer al hurgar en los lugares comunes de la vida del artista y de la cultura de izquierdas para mostrarnos el lugar de lo común en sus plasmaciones estéticas, es decir, el lugar de la comunidad de los oprimidos y oprimidas. Lugar doble de la comunidad: el de una cooperación que es verdaderamente el elemento prohibido de las representaciones del poder; el de una potencia política que, amalgamada a esa cooperación (en la figuración y también en su reproducción técnica) se vuelque en (parafraseando ahora al propio Facio) una incitación a grabar —acción, incisión, marca, memoria.

 

     Lo que nos lleva directamente a esa otra gran cuestión presente en la obra de Facio y abordada con la complejidad que se merece por parte de Magalí. Me refiero a la cuestión de la relación entre arte y política. Una cuestión que, por otra parte, se carga de nuevas significaciones en los años de entreguerras, ya sea por los debates soviéticos (Proletkult, suprematismo, constructivismo, futurismo ruso, etc.), ya por la relación entre los futuristas italianos y el fascismo, ya, finalmente, por esa reflexión benjaminiana que a la estetización de la política que observaba en los fascismos convocaba a oponerle una politización del arte. Pero ¿qué significa “politizar” el arte? ¿Acaso darle cierto contenido? Y si así fuera, ¿qué sucede con el continente, con la forma que es capaz de acoger —o no— cierto contenido, de darle una específica figurabilidad? ¿Y qué se entiende, en cada caso, por “contenido”, por “forma”?

     Así como Magalí nos dice que en Facio la dimensión visual y la dimensión escrituraria están siempre co-implicadas (para esos años, 1931 para ser precisos, Benjamin convocaba, en su “Pequeña historia de la fotografía” a literaturizarla, a inscribir la imagen fotográfica en un dispositivo cognitivo que la hiciera potenciarse por la palabra a la vez que expandir las capacidades de esta última), también nos orienta, el libro, a pensar las polémicas estético-políticas de los años 20 y 30 desde otro ángulo que la simplificadora oposición entre vanguardismo y realismo (dos términos en sí mismos plenos de capas de significación).

     Arte popular, arte proletario, arte socialista. Las discusiones, sabemos, no son sólo rioplatenses. A lo que nos incita el libro de Magalí es a suspender las certezas de los significados de “arte” y “proletario”, nos convoca a leer el sintagma en toda su tensión, en la energía que carga y está a punto de estallar (como en las imágenes de la muestra de Gabriela Golder). Leerlos uno como crítica del otro, como sospecha del otro, lectura que obliga cada vez a repensar el “arte” y el “pueblo”,  el “proletariado” o más genéricamente, los sujetos de las emancipaciones. Lectura que en cada ocasión, más que contar con un léxico a mano que resuelva la controversia, impacta sobre la misma herencia lexical para adherirle nuevos sentidos o rescatar viejos significados casi olvidados. Como es el caso del grabado, tan caro a Facio, arte de la incisión, de la impresión, del gesto memorial, del archivo humano. Como es el caso del proletariado, término antiguo, término también femenino, término manifiesto desde 1848; como es el caso de pueblo, o mejor, de los pueblos, palabra revolucionaria pero también devenida palabra estatal. Digámoslo con el libro: necesidad de mirar y reflexionar sobre la co-implicación de las series “Tu historia, compañero” y “Buenos Aires”, tramadas por estéticas diferenciales, publicadas en soportes editores también distintos, pero que juntas —en tensión, no sin conflicto— construyen una figurabilidad de lo proletario que excede las identificaciones socio-jurídicas de la jerga partidaria o de la policial. Y nuevamente, en esas series que, nos dice la autora, hay que leer complementariamente, realismo y vanguardismo se enlazan más allá de sus significaciones banales. En todo caso, lo que aprendemos es que el realismo de Facio está bien lejos de cualquier traducción de lo real a lo pictórico, o a lo teatral, sino, en todo caso, se trata de exponerlo —como sugiere Didi-Huberman— en su dimensión conflictiva, problemática, perturbadora. Se trata, pienso, de un realismo más cercano al de la novela moderna, al de Balzac, Stendhal, Dickens o Flaubert (campeón también del “arte por el arte”), un realismo que, como bien supieron leer en ellos Marx y Benjamin, presentaba a la realidad a partir de signos que exigían su desciframiento, como nos señalara Jacques Rancière.

 

     Pequeño desplazamiento. Si resuenan en la cultura de izquierdas rioplatense las palabras de Romain Rolland, para quien un teatro del pueblo requiere la previa producción de un pueblo, ¿por qué el arte —pintura, teatro, danza, música o cine— no sería parte de esa construcción, de esa producción? Todas las revoluciones han intervenido el repertorio simbólico y representacional de la sociedad, y el arte ha sido constitutivo de todas las sublevaciones —no hay que ir muy lejos en el tiempo ni en la distancia: lo vimos hace poco en el Chile insurreccional de 2019.

     En todo caso, la pregunta parece mejor referir a cómo saber cuando una obra artística es revolucionaria, interrogante que trama gran parte de la obra de Facio y que Magalí sigue como hilo rojo. La indagación de la autora nos coloca, podríamos decir, ante la especificidad de la política del arte, de lo que el arte hace como politización. Nos coloca ante, digo, no nos ofrece una definición, que sería contradictoria con el modo de tratamiento de su estudio. Nos da a ver esa politización en la obra de Facio (del mismo modo que podemos ver esa politización en la muestra de Gabriela Golder): en el análisis de las estampas y grabados, de los textos polémicos, de los vitrales en los edificios de la Unión Ferroviaria y la Unión Tranviarios Automotor, de los estudios de luz para la escenografía teatral, la autora nos deja captar esa mixtura de padecimientos y luchas que se aúnan en la obra de Facio, dando lugar a una figurabilidad, un dar figura a la realidad de la historia emergente en la amalgama delicada de la afección y de la acción, del cuerpo alienado y doliente (modelado por las violencias del mundo) y del cuerpo vital (en la lucha o en el trabajo); amalgama delicada, digo, porque actúa por contraste y complementación, por exposición de la condición de cadáver o autómata junto a la subjetivación revolucionaria. 

     Dar figura sin homogeneizar, sin volver a disciplinar a los oprimidos y las oprimidas, sin reiterar el modo representativo de la exclusión: una política de las formas que es una forma de la política. Otro aporte significativo de Facio y del libro: darnos a comprender que la política no declina en una sola lengua, que en todo caso la politización requiere de diversos modos de construcción. En la reserva de autonomía a la que Facio siempre fue fiel, como nos dice Magalí, se puede leer una política, una forma de la política —distinta de la política partidaria, identitaria. 

 

     Cuestión conflictiva, difícil, la del arte proletario. La del artista proletario o la de los proletarios artistas, que como nos enseñó Ranciére, son esos obreros que para plasmar su deseo de artistas deben batir al tiempo, a la temporalidad repetitiva, lineal, continua y aun progresiva de la modernidad capitalista. El arte revolucionario debe ser, entonces, una batalla por las temporalidades de las emancipaciones (como también sucede en la muestra de Gabriela, que exige al espectador derrotar la urgencia del presente fungible de esta época, y tomarse el tiempo para observar cómo surgen, ante sus ojos, los instantes de los connatos emancipatorios como también el dolor de los demás; y a identificar la comunidad atendiendo —y no suprimiendo— la singularidad). 

     Esa batalla por las temporalidades la encuentra Magalí en la obra de Facio, quien apela a distintos procedimientos técnicos, incluso cinematográficos (influido por el expresionismo alemán, por las vanguardias soviéticas), como el montaje o la reutilización de obras propias en nuevas composiciones, tensando (porque aferrándose) al principio de realidad, pero a la vez, precisamente por el efecto del montaje, mezclando distintos tipos de dispositivos representacionales cada uno con sus respectivas temporalidades (las cuales pueden incluso cortocircuitarse).

 

     Para ir finalizando, podríamos ejemplificar, breve y un poco simplificadamente, ese tratamiento de la temporalidad, y en especial de la temporalidad histórica, en una mirada a la obra La Internacional, publicada póstumamente en la revista Claridad. Mucho en ella nos hace recordar a esa pintura emblemática de las gestas revolucionarias desde 1830: me refiero a “La libertad guiando al pueblo” de Eugene Delacroix. Pero un aspecto, a mi criterio decisivo, bifurca las perspectivas históricas de ambas obras. Como comentó en una oportunidad Javier Trímboli, lo que en la pintura gigantesca del francés orienta el movimiento hacia el espectador (incluso amenazando con pasarle por arriba) es una temporalidad progresiva que deja en penumbras un pasado que debe ser abolido, mientras los caídos deben también ser abandonados: la alegoría de la libertad exige ese avance. En La Internacional, en cambio, la barricada no amenaza al espectador, y, más importante aún, el portador de la bandera sostiene también a los caídos, que pueden ser leídos, benjaminianamente, como todos los vencidos y vencidas de la historia. Es esa conjunción con el pasado de los vencidos la que traza una temporalidad histórica discontinua, una referencia histórica a que la política emancipatoria no puede emerger sin cita, sin choque temporal con el pasado. 

 

     A leer y mirar en los pliegues de su obra, a traspasar los rótulos que antes y después de su fallecimiento lo etiquetaron, a comprender a este multifacético e inclasificable Guillermo Facio Hebequer nos conduce bellamente el libro de Magalí Devés. 

 

Roberto Pittaluga

Leído en el Museo del Grabado, 16 de diciembre de 2022

 

 

MAGALÍ DEVÉS

es Doctora en Historia de la Universidad de Buenos Aires y magíster en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Es docente de la cátedra de Historia Contemporánea de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

ROBERTO PITTALUGA

Es profesor en la UNLP, en la UNLPam y en la UBA. Sus temas de investigación cruzan las problemáticas de la memoria de los sectores subalternos con las reflexiones sobre las formas de escritura de la historia. Entre sus libros se encuentra Soviets en Buenos Aires (2015).

Historia(s) del cine (2007), Godard

CINE/HISTORIA

MARCELO SCOTTI


Historia(s) del cine (2007)
de Jean-Luc Godard

historias del cine (1)

Dos o tres cosas sobre Historia (s) del cine y sobre su autor

 “¡Ay, amigos míos! Es la noche la que se pregunta en mi. ¡Perdonad mi tristeza! Ha llegado la noche. ¡Perdonadme que la noche haya llegado! Así hablaba Zaratustra.”

 

Friedrich Nietzsche   

      Una historia del tiempo del cine mostrada en cuatro manos, como cuatro palmas abiertas al cielo de un atardecer cuyos restos de luz se resisten a extinguirse. Godard expone la historia al tiempo del cine y explora las huellas que llevaron a su generación a ser la primera en enfrentarse con el tiempo a través del cine y a entender el cine como materia única de su tiempo. El enfant terrible de aquella nueva ola parricida y a la vez filiatoria ha devenido en un anciano mítico que sigue combatiendo las mistificaciones y que se empeña en situarse siempre en un sitio impreciso o no del todo definido, incluso respecto del lugar de su generación en la historia del siglo –del cine-: los primeros que la narraron, los que se encontraron a sí mismos en la mitad de la historia y sólo a través de esa historia que, de Manet a Auschwitz, es “la cuestión del siglo XIX que se resolvió en el XX”, “pero quién entre los mortales es capaz de descubrir semejante huella”. Tal vez, y sólo tal vez, el que al explorarla –de hoy hacia ayer- la puede seguir trazando.  

     Y si se resiste a la decepción y a la letanía, no deja sin embargo de auscultar en la caída del mayor ídolo del siglo XX lo que cae con él de las promesas de un nosotros que el cine había traído al tiempo como una prenda de su amor por el mundo. Las salas oscuras como reductos de los imaginarios traicionados por lo real de la Historia; la grandeza de los creadores anunciando fatalmente la grandeza de los destructores; las imágenes de las resistencias al horror que traen al mundo la redención que sólo es posible si podemos soñarla; los signos que los poetas y los poetas malditos imprimieron en una cultura que se obstina en –ya casi- no significarlos. De Thalberg a Hitchcock, de Griffith a Rossellini, el cine se ha ocupado de soñarnos y de vernos, de cuidarnos como un hermano mayor, de exponernos y contrastarnos con los fantasmas que se proyectan en la sala oscura, de hacernos parte de una historia más grande, más universal y por eso mismo más ilusoria. Y si el siglo del cine asesinó al cine como a su hijo dilecto, si ha decidido sacrificarlo en el altar de una realidad opaca y maciza, la televisión ha venido a saturar de insignificancia un tiempo en el que las imágenes se hacen cada vez más cerradas, más claras y completas. ¿Será posible seguir preguntándole al mundo con el lenguaje del cine por qué se alejan las imágenes de las promesas hasta ya no poder expresarse mutuamente? Godard no lo afirma pero no lo cree ya, se remite una y otra vez al tiempo hermoso de esa insólita orfandad que les permitió a él y a sus compañeros de aventuras narrarse y narrar ese descubrimiento glorioso e infinito de un arte y de sus descubridores –o sus primeros historiadores- y resplandece aún en su mirada y en su poesía el misterio de niño grande que ha encontrado a sus padres fuera de la casa, de la familia, de las filias consagradas y que ha conocido al mundo y a la historia por medio de ese retazo brillante y oscuro que, como un agujero negro, atrae hacia sí el universo para devorarlo y seguir expandiéndolo ante nuestros ojos y con nuestros ojos. 

     Pensamiento del mundo hecho imágenes en el tiempo, pensamiento del tiempo hecho imágenes del mundo: en esta elegía del gran pensador de cine murmuran y canturrean aún las imágenes de sus memorias y lo que ellas guardan en silencio, en sus huecos y en sus pliegues, en sus vacíos y también, claro, en los supuestos que le atribuimos a toda memoria erudita, eso de lo que el propio autor es certeramente consciente. La (s) historia (s) de Godard se hacen de imágenes propias cuya presencia fugitiva e inasible conforma una materia inclasificable entre la poesía visceral de su autor y lo que esas imágenes dilectas de filmes, de seres, de recuerdos de filmes y de seres, de genealogías intrincadas, retorcidas y luminosas portan como registro de su tiempo y como promesa de otro tiempo que sólo se puede invocar avanzando hacia el pasado, siguiendo las imágenes que acechan las palabras y que acechan en las palabras de una memoria sublime.  ¿Quién si no Godard podría cerrarnos los ojos de esta forma para que viéramos con él lo que aún resplandece en aquellas películas que no se habían visto aún y que se amaban tanto justamente por eso? ¿O en las que se habían visto por primera vez, porque nadie las había visto aún como un enigma, como esa otra verdad sobre la historia, la más deslumbrante y enceguecedora, la de la ilusión más verdadera? 

     Cuatro historias de amor por el mundo que el cine inventó para que lo imaginemos como posible y entonces como pasible de ser otro. No hay aquí cronologías, series ni corrientes, no hay elaboraciones sistematizadas ni senderos precisos; dejarse llevar de la mano de Godard por este poema ensayo hipnótico y abrumador implica aceptar sus derivas, sus evocaciones abstrusas, sus destellos y sus tinieblas, recorrer con él los recuerdos que se enhebran en una visión única e insustituible y rememorar imágenes que nunca se vieron o que nunca se vieron así: otras, fragmentarias, pálidas, frágiles, divididas, huecas; y que siguen allí observándonos, esperando de nosotros que estemos -aún- a la altura de lo que en ellas nos prometíamos. 

 

                                                                        —————–

 

     Me reencuentro con esta escritura unos meses después de la muerte de Godard. Había elaborado por encargo este pequeño texto que procuraba una imposible reseña de sus Historias (s) del cine y que se resignaba, al cabo, a traducir algunas de mis impresiones. Ahora todo resulta un poco más abrumador, incluyendo la noticia de su muerte asistida, que el hombre se cuidó muy bien de que fuera difundida como su última voluntad. Godard llevaba varios años retirado del mundo, ermitaño y solitario, como lo probó la frustrada visita que Agnès Varda le dedicaba en Visages, villages, su hermosa película de 2017: Jean Luc le dio cita a su amiga de toda la vida en su propia casa, pero no la atendió cuando Agnès se presentó a la entrevista que proyectaba incluir en el film, todo lo cual ella nos cuenta con un poco de enojo, bastante tristeza y también con el respeto a la amistad de décadas que los unió. Es difícil imaginarse dos posturas más opuestas al final de sus vidas: Agnès, también nonagenaria, corriendo mundo cámara en mano y con un joven artista callejero de ladero, conociendo y celebrando personas, vidas, historias, rostros, lugares; Jean Luc encerrado en el laboratorio de su memoria, donde, a pesar de todo, el devenido vieil terrible seguía filmando, o, para decirlo con precisión, seguía haciendo películas. Dos de las últimas, la notable Adiós al lenguaje (2014) y El libro de las imágenes (2018) llegaron incluso a estrenarse en salas comerciales argentinas; pero en sus últimos años Godard fue sobre todo objeto de adoración cinéfila, culto extendido hasta el reciente festival de Cannes en el que se estrenó un avance de su último film, Drôles de guerre ese que nunca existirá y que, tal vez, hubiera sido un ensayo experimental dedicado a un poeta surrealista belga expulsado del partido comunista en 1937. Toda la escena se parece mucho a una parodia o, como en el título, una broma sobre la obra de Godard y su lugar en ese altar, de la que el autor muy probablemente fuera consciente, más allá de la seriedad con la que seguía encarando sus obras finales. Más allá de esta adoración tan obvia como desbordada, la figura de Godard -y su legado- se remonta sobre un horizonte que permanece lejano, sigue resultando inaprensible, esquiva, distante, como puede comprobar cualquiera que se le anime a algunas de sus películas de la década del ’60 –Masculino- femenino, El soldadito, La chinoise, Dos o tres cosas que se de ella…-, que hoy parecen hechas por un viajero del tiempo; o a sus escritos sobre cine que son, mucho más que eso, textos intempestivos de filosofía sobre la historia del siglo XX. Al paso de las muchas décadas desde que levantó la mano por primera vez con Sin aliento, en Godard y en su obra habita una obstinación que no hemos podido aún delimitar o con la que no llegamos a emparejarnos. No se trata del gesto provocador con el que se identificó –a- su generación, tampoco de esa rebeldía juvenil, altisonante e iconoclasta cuyas nuevas olas se lavaron bastante pronto y se marcharon con las sucesivas mareas del tiempo; se trata, más bien, de una carrera de resistencia contra la cultura o, si se quiere, una carrera en la que resiste la contracultura de esa juventud que vio acaso por última vez eso que se llamaba el mundo y que yo no sabemos cómo designar. El más lúcido y más libre -¿pero qué significa hoy esta palabra?- de aquellos jóvenes viejos seguirá desafiando nuestra percepción ciega y plana de cosas y de seres, preguntando insidiosamente luego, antes, ahora, entonces, cuánta crítica soportamos y cuál nos atrevemos a seguir imaginando. 

MARCELO SCOTTI

Es profesor en las carreras de Historia y de Ciencias de la Educación en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP y es docente de la FLACSO Argentina. Ha publicado recientemente el libro Transficcional, para abordar el malestar en las prácticas socioeducativas, a través del cine en diálogo con el psicoanálisis.

Nieta (2023), Velazquez

NOVELA/MEMORIA

ENZO MENESTRINA


Nieta (2023)
de Pilar Velázquez

nieta

“Cuéntame quién te salva cuando no puedes”

     El título de este escrito resulta ser –además de una pequeña cita de Elvira Sastre– la puerta de acceso a una constelación compuesta por gritos desgarradores, trazos imaginados, testimonios evocados, genealogías ultrajadas e identidades desaparecidas. Hilos que se van tejiendo y destejiendo –paso a paso– sobre los escabrosos rincones del pasado en el proceso de (hacer) memoria. 

     Durante los últimos años se han escrito varias novelas sobre la denominada “segunda generación”. Incluso, hoy se puede hablar del corpus narrativo de HIJOS como aquel conjunto de obras que vienen a recuperar desde diferentes ópticas las voces inquietantes del pasado y la lucha de los hijos e hijas por la memoria, la verdad y la justicia ¿pero qué sucede si esa voz que irrumpe el silencio pertenece a otra generación?, ¿cómo evocar a partir de la voz de otros y otras la historia de los abuelos que ya no están?

      En tal sentido, la reciente novela Nieta (2023) de Pilar Velázquez, publicada en abril por Prueba de Galera, es el punto iniciático para una nueva generación venidera –la tercera– de escritores que narran hechos traumáticos y desgarradores sobre sus familiares desaparecidos durante el último golpe del 76’ en Argentina. Nietos que buscan reconstruir, hilvanar, comprender, explicar la historia de sus abuelos en función de intentar cicatrizar la herida que aún continúa abierta. 

   Al ser este libro de carácter testimonial podemos pensarlo como una ficción repleta de archivos imprescindibles para la reconstrucción de identidades desaparecidas. Por un lado, el volumen cuenta con el anexo de un árbol genealógico, que ayuda a diagramar la historia familiar y los retazos de memoria (incluidos a partir de testimonios o recuerdos de conocidos y evocados en 24 breves capítulos que recorren los nombres de dicha genealogía). Por otro lado, los epígrafes de apertura refieren tanto a citas de escritores canónicos (Cortázar, Borges, Benedetti, Wilde) y a las letras de rock nacional (Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati); o las fotografías que cierran los retazos de memoria permiten pensar y configurar la respuesta que busca la autora  –desde su lugar de nieta– a partir de las voces de los otros y otras que la circundan.

    A modo de rompecabezas, Pilar Velázquez encastra las piezas de la memoria sobre la historia de Susana y Adrián. Desde los comienzos en la casa de Villa Elisa, pasando por los recuerdos de la infancia de su madre, la memoria de amigos de sus abuelos, las voces del pasado y del presente que se fusionan, el reconocimiento de los cuerpos. Por eso, Nieta retoma la necesidad de reconstruir una identidad que le fue arrebatada y se propone ser un espacio de lucha e indagación a sus interrogantes. Aquí la autora intenta encontrar relatos que ayuden a unir dichas piezas cuyo propósito se convierte en una necesidad imperiosa de gritar, reparar, renacer, liberar(se).

   Este texto esconde entre sus páginas una historia personal pero también una colectiva. Aquello que parecía inconcluso, velado, oculto, innombrable este relato lo convierte en algo posible, material, evidente, luminoso. Más que una respuesta, esta novela es un escenario en el que la autora se plantea muchos interrogantes y reflexiona sobre su propia identidad. Tal como afirma Pilar en sus palabras finales: “este libro comienza el día que vengo al mundo, con el grito de mi madre pidiendo por la suya”. En efecto, la prosa de Velázquez, no solo abre la compuerta de una generación de nietos sino también prefigura un universo testimonial repleto de voces, retazos de infancias y hechos que acechan violentamente a la historia reciente. 

ENZO MENESTRINA

Es tesista del proyecto de investigación: “Violencia, literatura y memoria en el campo literario latinoamericano de las últimas décadas II” bajo la dirección de Teresa Basile. Integrante de los grupos de estudio e investigación: “Memoria y Narración” (Estocolmo) y EdiCMa (Argentina). Fue becario EVC-CIN (2019-2020) con lugar de trabajo en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNLP.

La condición humana (1935), Magritte

PINTURA/FOTOGRAFÍA

ANALÍA DEVALLE



La condición humana (1935)
de René Magritte

magritte

Lo que escapa a la visión

     Lejos de ser experta en el arte de Magritte, me acerco a su obra desde aquello que ignoro y a partir de allí elijo presentarlo. 

     René Magritte, nacido en 1898, fue un artista visual que buscó despertar la sensibilidad de la persona espectadora en relación a su entorno y a las imágenes que la rodean. Exploró el vínculo de las imágenes con las palabras y se propuso nombrarlas de un modo que se establezca una brecha productora de resonancias. 

     Los nombres elegidos por él no ilustran sus pinturas ni las explican, sino que dan cuenta de algún rasgo de la obra que escapa a las primeras impresiones y espera ser cernido en ese hueco que se abre entre la imagen y la palabra. Por ello, quienes contemplan sus pinturas son parte de lo que la obra quiere transmitir, recreándola infinidad de veces.

     ¿Lo visto es lo que el artista tenía intención de mostrar?, ¿tienen sus obras la interpretación de una pregunta?

 

Lo enigmático

     ¿Qué imágenes circulan en la actualidad? Si bien el interrogante y este artículo remiten a las imágenes materiales y digitales, también interpelan sobre aquellas que cada cual crea sobre sí, sobre su relación con la otredad y acerca de su estar en el mundo ¿Cuáles son esas imágenes?, ¿cómo se forman?, ¿de dónde vienen?, ¿a quién le pertenecen?, ¿qué lazo entabla cada quien con ellas?, ¿qué imágenes producen las instituciones de nuestra época?, ¿cuáles son parte del colectivo social?

     Me propongo revisitar la obra de René Magritte para explorar el vínculo que establecemos con este material visual en la actualidad, contexto cultural atravesado por el uso del celular, las redes sociales y la inteligencia artificial. Se trata de una época plagada de imágenes que proliferan a grandes velocidades y capturan la mirada o la exponen a un exceso que la ciega. Las imágenes se vuelven abrumadoras o producen gran júbilo y la mayor parte de las veces se asocian a una verdad indiscutible, cristalizando y cristalizándose. Expresa Eva Lootz al respecto de la época, de lo visible y lo simbólico: “la inflación progresiva no ya de la imagen, sino de lo visible en general, (…) coincide con una radical devaluación de lo simbólico” (Lootz, Eva, Lo visible es un metal inestable, Árdora, 2007, p. 28). 

     Ante la saturación e inmediatez de las imágenes, se abre el interrogante sobre cómo el vínculo que cada quien establece con las mismas afecta su relación a la palabra y a la manera de recepcionar y experimentar las temporalidades del discurso.

     ¿Por qué apelar a la obra de Magritte para explorar la época actual?, ¿cómo es posible que un artista de otro tiempo muestre algo que está fuera del horizonte de su época? 

     Elijo sostener este interrogante y con él volver sobre su obra. En el cuadro podemos ver que desde adentro de un espacio luminoso que contiene una abertura arqueada se aprecia el mar acompañado por un cielo despejado. Al interior del lugar encontramos sobre el suelo una esfera negra y a su lado un caballete con una pintura en la que se puede ver la continuación del paisaje exterior. La obra fue nombrada por su creador como “La condición humana”.

     ¿Es la pintura que está dentro del cuadro una representación fidedigna de la realidad?, ¿qué delimita las fronteras entre el interior y el exterior?, ¿qué dice la obra sobre la condición humana?

     Una de las primeras cuestiones que a mi entender da a ver la creación de Magritte, haciendo foco en la pintura que refleja la continuación del paisaje exterior, es que la imagen muestra aquello que oculta. Creo que aquí podemos encontrar un indicio, un rastro a seguir que interpela sobre lo evidente.

     Otro de los asuntos a los que nos convoca el artista es a posar la mirada sobre la abertura arqueada que relaciona el espacio interior con el exterior. No hay una puerta que introduzca alternancias, aperturas y cierres, estableciéndose una continuidad espacial y temporal.

     Lo último en lo que me voy a detener es en la esfera negra ubicada en el interior del recinto. ¿Qué hace ahí?, ¿qué es? 

     Ese detalle de la obra se convierte en un enigma, en una mancha que establece una ruptura con la armonía de la paleta de colores y el paisaje. Además, su opacidad no nos deja saber qué hay detrás de ella, configura un ángulo ciego de la visión (Lootz, 2007).

 

Lo actual del vínculo con las imágenes 

     Es de una asombrosa lucidez poética la forma en que algunas de las capas de la obra de Magritte interpretan lo que el artista ignora en relación a la actualidad, especialmente sobre aquello que produce malestar o gran júbilo en nuestro vínculo con las imágenes. ¿Cuál es nuestro modo de relacionarnos con ellas en esta época?

     En el vínculo que como personas espectadoras y productoras establecemos con las imágenes pareciera que las mismas vienen a ocupar el lugar de evidencia de una verdad indiscutible. Proliferan en las redes, en nuestros celulares y median nuestros vínculos personales y laborales. Tienden a presentarse a nuestra mirada sin reflejos ni opacidades, más bien al estilo de la nitidez del cielo despejado de Magritte, volviéndose imágenes-signo, imágenes cristalizadas. El signo en lingüística se forma por la unidad entre un significante y un significado, no admite multiplicidad de interpretaciones ni conlleva resonancias. 

     ¿Qué mirada produce esta cultura visual? Una mirada nublada. Las nubes que no encontramos en el cielo de Magritte, aparecen en los ojos de la persona espectadora, convocada a un lugar pasivo producto de la pregnancia de las imágenes. A diferencia del público curioso y activo que necesitan las obras de este artista, actualmente la mirada de quien observa es propensa a quedar congelada en la eternidad de un instante que no da lugar a los pliegues. Estamos ante ojos que no pestañean, obnubilados por lo visto en continuidad con la imagen, al estilo de la abertura arqueada sin puerta del cuadro. ¿Será de este riesgo que advierte la ausencia de puerta? Una puerta, al igual que el párpado, se abre y se cierra. Delimita espacios y tiempos, los discrimina. Produce separaciones entre el adentro y el afuera. La obra transmite una continuidad que invita a interpelarnos. 

     Siguiendo los indicios de Magritte y causada por la fotografía, propongo pensar a esta última como un arte que, paradójicamente, puede echar luz a lo epocal y a su vez producir nuevas formas de relación con lo visual. 

     Ciertamente se trata de una paradoja ya que en una época en la que la mirada es capturada por imágenes que proliferan, apabullan o fascinan, decir que la fotografía puede venir a airear algo de esa relación parece contrario al sentido común, que llevaría a pensar en la necesidad de limitar o disminuir su uso y circulación.  Es paradójico porque a la vez que la fotografía crea imágenes en un mundo plagado de ellas, propone otro modo de relación con ellas.

 

Lo que la fotografía revela

     ¿Qué revela la fotografía?, ¿qué huecos produce y qué se escucha en ellos? En primer lugar, la fotografía es una técnica y un arte que da cuenta del proceso de creación de imágenes a partir del uso de una cámara de fotos. 

     Estamos hablando entonces de las imágenes como una construcción que ocurre en diferentes tiempos. Comienza con la elección de aquello que se va a fotografiar, continúa con el instante en el que se decide hacer la foto y sigue con el revelado y el tratamiento que se le da al material obtenido. Resonando con Magritte, existen huecos entre estas capas de creación ya que siempre hay una brecha entre lo que se quiso fotografiar, lo fotografiado y la fotografía revelada. Así como entre esta última y lo visto e interpretado por la persona espectadora. Entre esas distancias, discontinuidades y desajustes se ubican los pliegues que dan lugar a lo enigmático. 

     Pensar la imagen en términos de  construcción articulada a diversas dimensiones, apunta a desnaturalizar la mirada y conduce a un modo diferente de entender la observación, ya que desde esta perspectiva lo visto no remite a lo evidente sino a un registro singular y complejo anudado a una interpretación. En este sentido, podríamos pensar que la fotografía subvierte la relación de la persona espectadora con la imagen, ya que despoja a esta última del estatuto de signo que cautiva la mirada, devolviéndole el estatuto significante que admite múltiples resonancias y pone en juego un decir a medias. 

     En segundo lugar, la fotografía implica una elección, que es la de quien fotografía. ¿Quién es esa persona?, ¿cuáles son las coordenadas subjetivas que dan marco a su producción?   

     Si bien en la mayoría de los casos esos detalles suelen pasar inadvertidos, son elementos que aportan información a la imagen ya que una foto tiende a mostrar la manera en que ve quien saca la foto. Esta capa de la fotografía hace a la opacidad de la imagen, constituyéndose en un ángulo ciego de la visión (Lootz, 2007), como el introducido por la esfera negra del cuadro de Magritte.

Reverso. Analía Devalle.

     Quien fotografía toma decisiones conscientes e inconscientes sobre qué quiere contar y sobre cómo contarlo, sobre los planos, la nitidez, los desenfoques y sobre aquello que queda fuera de cuadro. En la foto está lo que se ve y lo que no se ve. Este aspecto requiere de una persona espectadora que sepa interpretar el lenguaje de las imágenes y las decisiones tomadas por quien sacó la foto. La fotografía es escritura, se escribe con luz en un juego de alternancias con las sombras y, como toda escritura, necesita de la figura del lector. Por ello invita a una relación dialogada con la imagen, produciendo efectos subjetivantes y de lazo social.

     Se podría decir, articulando lo revelado por la fotografía con el convite de la obra de Magritte, que la imagen se convierte en foto-texto en tanto pasa a ser leída por alguien, pero sin la presencia de esa mirada lectora corre el riesgo de quedar en la dimensión de la imagen-signo, provocando la erosión de lo simbólico.

     Lejos del sentido común que instala la época, las imágenes fotográficas no representan lo evidente sino que están hechas de pliegues y opacidades. Si la imagen-signo cautiva la mirada y la anuda a verdades cristalizadas, la fotografía invita a interpretar la foto-texto y a explorar la porosidad de las imágenes, sus bordes, intersecciones y su reverso. En consonancia con la obra de Magritte que interpela nuestro vínculo con lo visible a partir de la brecha que introduce entre las imágenes y la palabra, la fotografía resignifica lo visible en tanto lo entiende como un material que se conforma no solo con lo que aparece en el campo visual sino también con lo que está fuera de él y emerge en los reflejos y ángulos ciegos. El registro de lo visible admite pluralidad de versiones que también se manifiestan en lo invisible, en el reverso, en lo que se presenta en los límites de la visión y se revela al borde de las palabras.    

ANALÍA DEVALLE

 Psicoanalista, educadora y fotógrafa. Profesora e investigadora del Programa Psicoanálisis y prácticas socioeducativas en Flacso Argentina.  IICSAL FLACSO-CONICET/Área de Educación-PLySE

Lo que lo que no está en el diccionario: Argentinismos. 2000 palabras argentinas en alemán (1943), Geiringer

LENGUA/DICCIONARIOS

TOMÁS SCHIERENBECK



Lo que lo que no está en el diccionario: Argentinismos. 2000 palabras argentinas en alemán (1943)
de Alejo Carpenti

Ich möchte gleich sagen, dass ich mich niemals als Emigrant empfunden hab, weil ich ein deutscher Schriftsteller bin und die deutsche Sprache absolut meine Heimat ist. Ich werde niemals von dieser Sprache abweichen und eine andere kann ich schon nicht lernen, weil ich viel zu blöd bin.  // Me gustaría decir de entrada que nunca me he considerado emigrante porque soy escritor alemán y la lengua alemana es absolutamente mi patria. Nunca me desviaré de esta lengua y no puedo aprender otra porque soy demasiado tonto para aprender otra.

                                                             

 Oskar Maria Graf 

     En 1931 el sello editorial Piper Verlag de la ciudad de München (Múnich) comenzó a editar una serie de siete pequeños manuales con el título Was nicht im Wörterbuch steht (lo que no se encuentra en el diccionario). Junto con un glosario con los términos cotidianos de cada dialecto, los autores encargados de los respectivos números buscaron recuperar desde distintas aristas las variaciones lingüísticas y tramas culturales englobadas en el Plattdeutsch, Berlinerisch, Bayerisch, Schlesisch, Wienerisch, Sächsisch y Schwäbisch. Así, la descripción de las características geográficas, la gastronomía regional, los elementos simbólicos –como el primer semáforo en Postdamer Platz en la ciudad de Berlín-, hicieron de estos artefactos textuales guías para el uso cotidiano en distintas ciudades y regiones germanoparlantes

     Hace unos meses encontré un pequeño diccionario español- alemán. Este, a diferencia de cualquier otra empresa lingüística, tiene su objeto no tanto en la especificidad y evolución de un vocablo en el devenir de los siglos. Por el contrario, y en tanto textualidad en clara afinidad a esta última empresa editorial durante la República de Weimar, encuentra su funcionalidad en aprender el uso cotidiano del castellano rioplatense propio de la ciudad de Buenos Aires en la década del cuarenta. Capital de un país que supo albergar aproximadamente 300.000 germano parlantes al inicio de la Segunda Guerra Mundial y que, entre 1933-1945 recibió alrededor de 40.000 migrantes forzados del régimen nacionalsocialista.

          

Abatatarse: (Verb) Verzagen, sich erschrecken, eingeschüchtert, werden.  (Von Batata).

Chiruza: (Substantiv) Dirndel, naseweise Mädchen. Verleumderin, Mischling.

Deschavetado: (Adjetiv) Jemand, der den Verstand verloren hat, ungeordnet, unverschämt.

 

     Todo lo sólido se desvanece en la calle. Incluso la lengua. Es que, esta muta, se transfigura, encuentra sus fronteras y se actualiza en la “zona de contacto”. Un auténtico ejemplar lo encontramos en Was nicht im Wörterbuch steht: Argentinismen. 2000 argentinische Worte ins Deutsche / Lo que lo que no está en el diccionario: Argentinismos. 2000 palabras argentinas en alemán. Editado en 1943 por la Editorial Cosmopolita, este pequeño diccionario se postulaba como una herramienta eficaz para los recién llegados: los exiliados y migrantes forzados del Nacionalsocialismo en Buenos Aires. De módico precio, coincidente con el de las publicaciones de sellos editoriales como Tor, Claridad y Calomino, el título de este curioso diccionario es indicativo además de la valencia que estimaba adquirir como propuesta editorial. Esta no buscaba hacer las veces de “agente intelectual” entre quienes no saben encontrar algo en un diccionario, sino completar algo que el formalismo de los diccionarios convencionales no cumplía al eludir referirse a palabras y expresiones en el lenguaje popular. Su autor, Juan Jorge Geiringer, quien también intervenía asiduamente en el Argentinisches Wochenablatt, advertía al inicio al respecto sobre el objetivo de su compilación, “quisiera mencionar sólo algunas palabras a modo de aclaración. Este diccionario contiene unos 2.000 argentinismos que aún no se han encontrado en los libros, palabras que han encontrado un significado diferente en la lengua popular argentina, que quiero plasmar en este volumen” (Geringer, 1943, p.3). 

 

 Fulero: (Adjetiv) Falsch, hässlich, verächtilich.

Laburar: (Verb) Arbeiten.

Mamao: (Partizip, Adjetiv und Substantiv) Getrunken, betrunken, besoffen, man sagt auch Mamado.

 

     Más allá del formalismo del autor, las ciento cuatro páginas que lo componen pueden interpelarse desde una polivalencia de miradas. Por un lado, una propuesta comercial que encuentra en el germano parlante un cliente ante su necesidad de insertarse lo más pronto posible en la metrópoli rioplatense. Por otro, una fuente más desde donde reponer al lenguaje como punto de fuga semiótico. Esta vez el “lunfardo” encontrando sus agentes de decodificación en el trasvase emprendido por una empresa editorial formada por exiliados y para exiliados en Buenos Aires. Entremedio, también podemos decir que estamos frente a un ejercicio de “transferencia cultural”. Mediante un “guiño” a un formato de lectura conocido en el pasado reciente, el proyecto editorial interpelaba al lector a retornar a la patria abandonada a través de un artefacto que pivoteaba entre lo utilitario y lo cómico. Es que los sujetos históricos no deben ser eximidos de las necesidades cotidianas. Y, tanto el entretenimiento como la ilusión de una pronta inserción en la sociedad de acogida son facetas que conviven – en algunos casos- con el compromiso político, la búsqueda de gustos conocidos y el anhelo de un pronto retorno desde el exilio. En este sentido, el comité editorial encargado de elegir los títulos a publicar en la editorial y librería Cosmopolita, “casi siempre seguían el gusto del público lector germano-argentino establecido en el país: biografías noveladas, novelas de tema histórico, aventuras irresistibles, entretenidas, con un optimista final feliz” (Cartolano,1999, p.87).

 

Tongo: (Substantiv) Schwindel, Betrug; sagt man speziell, wenn die Reiter oder die Pferdebestizer selbst sich bespreschen, dass der Favorit das Rennen verliert.

Zapallada: (Substantiv) Zufall, Glücksfall; unerwartetes Glück

 

     Ahora bien, Was nicht in Wortebüch steht funciona también como testimonio de la ciudad de Buenos Aires como metrópolis del exilio y la resistencia política y cultural del antifascismo alemán en el extranjero (Saint Sauvert–Henn, 2002). Donde una serie de proyectos culturales como el Freie Deutsche Bühne, la escuela Pestalozzi y editoriales como Das Andere Deutschland, Cosmopolita, Jûdische Wochenschau, Argentinisches Tageblatt, entre otros, configuraron un espacio de sociabilidad alemán y antinazi (Friedmann, 2010). Estos últimos, en particular, les permitieron a exiliados y opositores desde la desterritorialidad de la migración forzada ejercitar la lectura y la imaginación como vectores afectivos de identificación con la lengua y la cultura germana en América Latina. Una instancia inmaterial desde donde se gestionaron identidades alternas a las estadocéntricas, donde lo “alemán” se vio mediado por lo “antinazi” y ambos por lo “porteño”.

 

Biografía:

 

Cartolano, A M. (1999). Editoriales en el exilio. Los libros en lengua alemana editados en la Argentina durante el período 1930-1950. En Langbehn, R (Coord.) Actas del Simposio Paul Zech y las condiciones del exilio en la Argentina 1933-1949 (pp. 81-92). Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1999.

Friedmann, G (2010). Alemanes antinazis en Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI.

Geiringer, J. (1943). Was nicht im Wörterbuch steht: Argentinismen. 2000 argentinische Worte ins Deutsche übertragen. Buenos Aires: Cosmopolita.

Saint Sauveur-Henn (2002) “Exotische Zuflucht? Buenos Aires, eine unbekannte und vielseitige Exilmetropole”. En: Krohn, C. D. (Coord.). Metropolen des Exils. (pp. 242-269). Berlin: Walter de Gruyter GmbH & Co KG. 



TOMÁS SCHIERENBECK

Es Licenciado en Historia (UNLP-FaHCE). Doctorando en Estudios Interdisciplinarios de Europa y América Latina (CONICET-FaHCE/Universität Rostock)

Severance (2022), de Dan Erickson

SERIE

FRANCISCO GIORDANO


Severance (2022)
de Dan Erickson

severance

      Como bien señaló el historiador E. P. Thompson, la modernidad trajo consigo la división entre «ocio» y «trabajo», separando el ámbito doméstico del laboral a partir de la creación de talleres, fábricas y otros sitios ubicados en las ciudades, a los cuales se asistía en horarios específicos, y donde incluso las pausas para comer se encontraban administradas y reglamentadas. En el último tiempo, sin embargo, esta tendencia se revirtió. Especialmente a partir de la pandemia, asistimos a una «re-unificación» de estos ámbitos bajo la modalidad de Home Office, y resulta normal que cualquiera de nosotros se despierte, desayune y luego, a los pocos minutos y sin salir de su habitación, se conecte a un meeting empresarial, a una clase virtual de la universidad o incluso a una sesión de meditación guiada. De hecho, las oficinas de grandes empresas de IT (tecnologías de la información) como Globant  y Accenture se encuentran en su mayoría vacías debido a que gran parte del personal opta por trabajar remotamente, y no son pocos los medios digitales que advierten sobre el fenómeno de un microcentro porteño desolado y degradado por el abandono de los grandes edificios. Por otro lado, muchas empresas de tecnología han comenzado a utilizar ya el Metaverso, la propuesta del creador de Facebook para interactuar con un avatar desde el mundo virtual. 

     Ahora bien, Severance (2022), cuyo director es el célebre Ben Stiller es, por así decirlo, una combinación de ambas tendencias. Por un lado fantasea con la separación absoluta entre ocio trabajo y, por el otro, lleva al extremo la idea del Metaverso, incorporando además la mayoría de las tendencias actuales presentes en grandes empresas de tecnología y outsourcing. Los protagonistas de la serie son empleados en la empresa «Lumen Industries», la cual reporta beneficios incomparables a quienes trabajan allí. Sin embargo, la condición para ingresar es bastante particular. Cada empleado debe someterse voluntariamente a un procedimiento quirúrgico y permitir que le sea implantado un chip en el cerebro que separa su vida personal y laboral de forma permanente, y además irreversible. 

 

     De esta forma, la personalidad de cada empleado se divide en dos. Una de ellas se activa durante el horario laboral, y en ese tiempo el individuo en cuestión se encuentra completamente entregado a sus tareas laborales. La otra aparece únicamente al retirarse de las oficinas de Lumen y, claro está, no recuerda nada de su vida laboral, y viceversa. En términos más simples, a partir de la implantación del chip los trabajadores comienzan a vivir dos vidas independientes, y ninguno de ellos puede comunicarse ni saber del otro. ¿No suena acaso como una suerte de esclavitud? 

     En efecto. Pero, por otro lado (como argumentarán más de una vez los supervisores y gerentes de la empresa) los empleados están ahí voluntariamente. Algunos personajes, sin embargo, objetan la premisa. Después de todo, ¿la personalidad «separada» y enviada a trabajar en Lumen tiene voz y voto en el asunto? 

     No, no la tiene. Ese es el quid de la cuestión. Los innies (o dentris según la traducción al español de Latinoamérica) no tienen ni idea de por qué los outies –es decir, sus personalidades originales– decidieron acceder a implantarse el chip y someterse al proceso de separación. No pueden saberlo, puesto que al ingresar olvidaron su vida previa, su infancia, su familia, e incluso las circunstancias que los llevaron a ingresar a Lumen en primer lugar. 

     Así, al iniciar el primer capítulo nos encontramos con Helly (Britt Lower), la más reciente empleada de la empresa, quien desconoce por qué está allí e intenta escapar por todos los medios. No es difícil. Las puertas están abiertas de par en par. Sin embargo, su outie (es decir, la Helly de afuera) vuelve a ingresar constantemente, sin que la primera comprenda sus motivos ni tenga recuerdos de lo que sucedió tras retirarse por la puerta en primer lugar. 

     ¿Y qué tipo de trabajos realizan? En realidad, no queda muy claro. El ambiente pareciera corresponderse a una moderna agencia de publicidad o marketing, combinada con múltiples espacios en blanco, extensos pasillos y un aire minimalista y asfixiante. Los cuatro personajes principales (Helly, Adam, Zach e Irving) son los únicos trabajadores de una oficina llamada «Refinamiento de Macrodatos (MDR)», y su única tarea es agrupar los números que aparecen en sus computadoras (cuyo estilo recuerda al noventoso sistema DOS) a partir de secuencias cuyo orden no termina de quedar muy claro. No sólo ellos mismos desconocen la finalidad última de esta agobiante tarea, sino que lo mismo ocurre con otros personajes como Burt (un empleado de la oficina de «Óptica y Diseño»), destinados a bosquejar e imprimir distintos objetos que se distribuyen en otras oficinas. 

 

     A primera vista, la serie pareciera tratarse de una perfecta escenificación de lo que David Graeber describió en su libro Trabajos de mierda: una teoría (Bullshit Jobs, a theory, 2018). En este estudio –a cuya publicación le precedió un popular ensayo de 2013 que rápidamente desató polémicas en las redes sociales y fue replicado en distintos blogs– Graeber argumentó que, en paralelo a la implantación de las reformas neoliberales en el mundo, comenzaron a aumentar, progresivamente, distintas formas de trabajos «inútiles», no sólo en el sector público sino también en el privado. Esta definición puede parecer excesivamente subjetiva. ¿Cómo distinguir, al fin y al cabo, un «trabajo de mierda»? El autor responde lo siguiente:  

     Un empleo tan carente de sentido, tan innecesario y tan pernicioso que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, a pesar de que, como parte de las condiciones de empleo, dicho trabajador se siente obligado a fingir que no es así. 

     Estos empleos (cargos jerárquicos medios, burócratas dedicados a trámites absurdos, secretarios de segundo orden y «parcheadores» que se ocupan de solucionar problemas causados por los propios gerentes), no solo reportan gastos innecesarios -sea para el Estado o para las propias empresas- sino que agotan la noción de autoestima de los trabajadores, quienes se sienten avergonzados de cobrar salarios relativamente altos por realizar tareas completamente prescindibles. Se trata, según Graeber, de un problema muy reciente e igualmente angustiante para las clases medias y medias altas que engrosan las filas de aquellos empleos y cuya moral se ha constituido, durante el siglo XX, en torno a los valores de la ética del trabajo. 

     Esta es una temática corriente en Severance, ya que los protagonistas se desviven día a día por averiguar cuál es el objetivo último de su trabajo, a pesar de que la empresa les ha hecho repetir un eslógan que lo «explica»:

     El trabajo es misterioso e importante.  

«¿Para qué sirven los números que ordenamos en la computadora?», pregunta Helly R., la recién llegada, a sus compañeros. 

«El trabajo es misterioso e importante», contesta estoicamente Irving, el más comprometido con la empresa. 

     El enigma de los números nos trae el recuerdo de la popular serie LOST y una situación similar narrada en la segunda temporada, donde algunos personajes (Jack, Desmond y John Locke) debían ingresar un código de cuatro números en la estación El Cisne cada 108 minutos, esperando consecuencias catastróficas si no lo hacían, aunque éstas nunca se habían comprobado. Sin duda, Dan Erickson le rinde tributo a la madre de todas las series.  

     Claro está, podría objetarse que, siguiendo la propia definición de Graeber, para que exista un bullshit job los trabajadores deben reconocerlo como tal, y en la serie la cuestión es ciertamente otra. Los empleados no consideran que su trabajo es inútil, sino que no saben para qué sirve, y los supervisores de Lumen se encargan de que no exista contacto entre las distintas oficinas de acuerdo con ese propósito. Quizás, en ese sentido, lo que la serie intenta recrear son las modernas formas de alienación presentes sobre todo en las grandes empresas, en las cuales la segmentación extrema de las tareas y la dosificación del conocimiento acerca de las actividades que allí se realizan, tienen por resultado que sólo algunos pocos eslabones de la cadena conozcan el «producto final», tal como ocurría a principios del siglo XX con el modelo de producción fordista-taylorista. Es normal, por ejemplo, que en empresas de alta tecnología el personal sea dividido en distintas «tribus» o «squads» (utilizando la terminología más común) que en líneas generales desconocen las tareas realizadas por otros grupos. Esto no implica, sin embargo, que aquellas empresas incurran en actos ilícitos, como parecieran sugerir los hechos relatados en la serie.  

     A pesar de ello, otras referencias son muy sugerentes. Está claro que la serie lleva al extremo la idea de que en algunas grandes empresas existen entornos laborales tóxicos que aíslan a los empleados entre sí, redireccionan sus respuestas al estrés y otorgan castigos y recompensas con el objetivo explícito de aumentar el control y la productividad. Los sistemas de premios y escalas de niveles no son ajenos a la práctica de muchas empresas de IT y marketing, así como las dinámicas de grupo y terapias wellness, que en la ficcional empresa Lumen Industries son satirizadas a partir de caricaturas, trampas para dedo y «fiestas de gofres» que se les conceden a los empleados más productivos. 

     Pero la principal temática es, sin lugar a duda, la escisión que se provoca entre las dos personalidades, y el mutuo desconocimiento que se produce entre ellas. El único momento donde vemos a un intie y a su outie conversar es cuando Helly R., la última en ser contratada en Lumen, le envía un video a la Helly original amenazando con cortarse un brazo si no renuncia (puesto que el derecho a renunciar a Lumen corresponde únicamente a los de afuera). Outie-Helly rechaza la renuncia, argumentando que intie-Helly no tiene decisión y que ni siquiera es humana. Así pues, pareciera que el principal mensaje de Dan Erickson es acerca de la escisión y deshumanización generada por algunas formas de trabajo. 

     Después de todo, resulta llamativo que casi cien años después de la reducción de la jornada laboral de doce horas y la implantación de la jornada de ocho, aun teniendo en cuenta los considerables avances de la tecnología, no se hayan experimentado modificaciones considerables del calendario y horario laborales en la mayoría de las empresas y el Estado (más aún, en muchos casos se han incrementado, sumando programas de horas extras y beneficios difíciles rechazar de acuerdo con el contexto económico). Por otro lado, como ocurrió durante la pandemia, se observa que la «desconexión» del ámbito laboral se torna hoy muy difícil debido a los estímulos que genera la interconexión absoluta vía internet. Es por ello que el propio Erickson ha afirmado que, si el proceso de separación fuese realmente posible, las empresas no tardarían en cumplirlo, y allí reside la mayor virtud de su propuesta. ¿Qué pasaría si las IA (inteligencias artificiales), cada vez más cerca de superar la llamada singularidad, lograran replicar perfectamente las aptitudes y destrezas del personal de una empresa? ¿No se trataría, en efecto, de una forma aún más sofisticada de separación?

     El mundo avanza rápido y las consecuencias de las IA son aún en parte desconocidas. La separación, hace falta decirlo, no es aún una realidad. Pero sí es un hecho que muchas empresas pretenden ocupar cada vez más aspectos de la vida de sus empleados, incluyendo meetings diarios (dailys, calls), talleres de entretenimiento que buscan estimular la identificación con el grupo empresario, actividades de ocio y dispersión otorgadas en forma de beneficio para crear una falsa sensación de descanso y, en líneas generales, un clima de horizontalidad engañosa que contrasta fuertemente con el verticalismo extremo con el cual se maneja la información, a partir del cual solo un grupo de selectos tienen conocimiento de los objetivos finales de la empresa. 

     ¿Qué nos deparará el futuro? No lo sabemos. Al fin y al cabo, el trabajo es misterioso e importante.    

FRANCISCO GIORDANO

Es profesor en Historia y diplomado en Antropología Social. Se desempeña como docente en varios niveles y como becario doctoral en la Universidad Nacional de La Plata. Es docente de la cátedra de Prehistoria General y Americana.  

Concierto barroco (1974), Carpentier

NOVELA/MÚSICA/HISTORIA

FEDERICO RAMÍREZ



Concierto barroco (1974)
de Alejo Carpentier

concierto barroco

Una invitación a (re)pensar las potencialidades del teatro musical

—«¡Falso, falso, falso; todo falso! (…)

Todo ese final es una estupidez. La Historia…»

—«La ópera no es cosa de historiadores.»

     Concierto barroco es una novela breve, quizás una de las obras más representativas de Alejo Carpentier. Es un relato de viajes en el espacio, en el tiempo y también en las subjetividades. En el México colonial, durante el siglo XVIII, el Amo –un miembro de la elite hispano-criolla– se dispone a visitar Europa. Apenas comenzada la travesía, su criado muere y entonces el Amo –“como si un Amo sin criado fuese amo de verdad”– se ve forzado a tomar bajo su servicio a Filomeno, un negro libre. Después de una corta pero intensa estancia en Madrid, los viajeros parten con rumbo a Venecia para asistir a los célebres festejos de Carnaval, una elección para nada casual: si de música se trata, la ciudad de los canales era uno de los principales centros artísticos de la Europa dieciochesca. Además, durante el Carnaval se interrumpía la lógica dominante del poder y el régimen temporal asociado a esta: mientras duraban los festejos, todo era posible.

     Al igual que los conciertos y arias típicos del Barroco, la novela puede subdividirse en tres movimientos que siguen una estructura básica: un primer tema (el viaje desde América hacia Venecia), que da lugar a otro distinto (la estancia en la ciudad de los canales) para, por último, volver al primer tema, pero con ciertas variaciones (el regreso de uno de los protagonistas hacia el continente americano). Esta estructura A-B-A tiene su correlato en el tempo, que suele ser el mismo en los movimientos en cada extremo. Y precisamente la cuestión del tiempo es uno de los aspectos más fascinantes de la obra de Carpentier, cuyo relato está repleto de episodios que juegan con la estructura temporal. Durante el Carnaval, por ejemplo, Filomeno y el Amo –vestido como Moctezuma, el último “emperador azteca”– se encuentran con Antonio Vivaldi para luego reunirse con Georg Friedrich Händel y Domenico Scarlatti. Tres de los más importantes compositores del Barroco se van de juerga y se emborrachan durante toda la noche junto a los recién llegados. A partir de esta situación extraordinaria, Carpentier despliega un relato donde no existe un tiempo, sino varios; y donde, además, esas temporalidades diferentes se entremezclan. Tras la tremenda borrachera, este grupo variopinto busca un lugar más tranquilo, alejado de los festejos carnavalescos, para recuperar energías. Mientras disfrutan de un picnic en un cementerio, ven la tumba de Igor Stravinski –otro célebre compositor, pero fallecido en 1971– y Vivaldi y Händel discuten sobre piezas musicales que aún no han sido compuestas. De forma similar, cuando regresan a su alojamiento, el Amo y Filomeno son testigos del cortejo fúnebre de un compositor alemán de óperas “extrañas, enormes, donde salían dragones, caballos volantes, gnomos y titanes”, una clara referencia a Richard Wagner, fallecido en 1883. De estar ubicados en la primera mitad del siglo XVIII, “saltamos” entonces a finales del XX para luego “regresar” a finales del siglo XIX.

     Ejemplos de este estilo abundan a lo largo de la novela. Algunos pueden parecer risibles, pero otros están profundamente cargados de sentido. Justo antes del desayuno entre las lápidas, todavía embriagados con el Carnaval, Vivaldi, Händel y Scarlatti se enfrascan en lo que Filomeno llama –de nuevo, anticipadamente– una jam session. Mientras los tres están inmersos en la improvisación, Filomeno corre hacia las cocinas del célebre Ospedale della Pietà y vuelve cargando tantos cacharros como ha podido encontrar: se suma pues a la jam golpeando las ollas con cucharas, palos de amasar, espumaderas y demás utensilios gastronómicos. El impacto que provoca este “ruido” es tal que los grandes maestros de la composición occidental quedan en silencio, enmudecen. Así como el tiempo dominante de la narración es atravesado por “saltos” hacia otros tiempos, los cánones estéticos de la cultura dominante son interrumpidos. Con su intervención, Filomeno, el representante de la cultura popular del variopinto mundo atlántico en el que se entremezclan elementos africanos, americanos y europeos –todos ellos presentes en ese solo musical–, se convierte en el protagonista absoluto de ese momento, de esa historia. Maravillados por esta nueva música, todos terminan bailando una conga afrocaribeña guiados por el criado negro.

     Además de mostrar las potencialidades estético-políticas del recurso a las temporalidades múltiples, Carpentier también resalta la importancia que tiene el arte en general, y la música en particular, para la emancipación. Durante el transcurso del relato, un cambio sumamente profundo atraviesa al Amo, al punto tal que ese apelativo desaparece para ser reemplazado por el de “indiano”. A través de ese cambio, Carpentier expresa narrativamente una transformación que tiene lugar en el plano subjetivo: de ser un representante de la elite dominante en América, el protagonista toma conciencia de la relación colonial –y de su posición subordinada en ella–, se distancia de Europa y reafirma su condición americana. ¿Cómo se produce ese cambio? Gracias a una ópera. Inspirado por el disfraz y el relato del (ahora ex) Amo, Vivaldi compone una obra sobre Moctezuma. El indiano y Filomeno asisten al ensayo general, donde el primero se escandaliza por las numerosas y para nada menores diferencias entre la trama de la ópera y el relato histórico de los hechos. En la acalorada discusión subsiguiente, Vivaldi adopta una postura pragmática: la ópera no debe ser fiel a la Historia, se trata simplemente de un espectáculo que debe satisfacer a su público; un público que, además, debido a sus marcos estéticos, culturales y sociales, es incapaz de comprender a América en sus propios términos. De forma considerablemente hábil, y aprovechando al máximo el carácter barroco de la prosa que despliega en la novela, Carpentier describe aquello que sucede sobre el escenario y, al mismo tiempo, da cuenta de ese fenómeno de transculturación: los supuestos puentes de Tenochtitlán son similares al Rialto veneciano, la emperatriz mexica viste ropas salidas de un cuadro de Tiziano, su hija debe ser sacrificada “cual nueva Ifigenia” y desea arrojarse a una pira sacrificial como “Dido abandonada”, las divinidades mexicas aparecen como monstruos salidos de las obras de El Bosco. Pero entonces, ¿la ópera forma parte de un mundo conservador y eurocéntrico como parece sugerir la postura vivaldiana? En absoluto. La ópera –y lo que solía llamarse la “música culta”– innegablemente ocupa un lugar en el entramado y la reproducción de las relaciones de poder. Sin embargo, para Carpentier no se trata sólo de eso: permanecer en ese nivel de análisis supondría una lectura parcial y simplista.

     Por el contrario, la experiencia operística transforma al indiano: tras la representación se siente un extraño, “fuera de sitio”; gracias a eso, ahora puede ver cosas que antes no veía, puede articular y expresar nuevas ideas y, en definitiva, volver a América ya no como “espectador” sino como un “actor” de su propia realidad. Vivaldi no se equivoca cuando sostiene que su ópera –en definitiva, cualquier ópera– es una ficción, sin ninguna pretensión de relatar una supuesta verdad histórica. Pero lo que Carpentier muestra con la transformación de su protagonista es que el arte –en este caso esa particular combinación entre teatro y música que es la ópera– puede cumplir un rol fundamental en la manera en que nos vinculamos con el pasado. Al igual que le sucede al indiano, la ópera nos permite ver cosas que antes no veíamos, problematizar elementos que parecían “naturales” y, en definitiva, reflexionar sobre la sociedad que la creó y las razones por las cuales todavía tiene un mensaje para dar. Es ahí donde Vivaldi se equivoca: la ópera es cosa de historiadores. Como se afirma en la novela, la “ilusión escénica” propia de la ópera tiene el potencial de “sacarnos de donde estamos para llevarnos a donde no podríamos llegar por propia voluntad (…) Gracias al teatro podemos remontarnos en el tiempo y vivir, cosa imposible para nuestra carne presente, en épocas por siempre idas”.

     No resulta para nada fortuito que Carpentier ponga estas palabras en boca de Filomeno. Una vez producida esta transformación subjetiva, existencial, del indiano, los roles se invierten: la relación Amo-criado que lo unía con Filomeno se trastoca, se desarma. Es Filomeno quien ahora actúa como un guía para el indiano. ¿Por qué puede hacerlo? Porque desde su ingreso en el relato, es el actor de su propia vida, es quien permanentemente se encuentra “fuera de sitio” y quien reconoce que esa extrañeza abre nuevos horizontes. Filomeno funciona como la encarnación de un sustrato eminentemente democrático, que se nutre de experiencias pasadas –la recurrente historia de su antepasado que derrotó a un pirata europeo y consiguió así ser libre, que llega a sugerir como posible tema para una ópera– para alcanzar la revolución, la emancipación social y que, al mismo tiempo, abraza la posibilidad de imaginar nuevos futuros. Por ese motivo, no regresa con el indiano, sus caminos se separan –en otro “salto” temporal– en la estación de ferrocarril y Filomeno se dispone a asistir al concierto que otro extraño, igual que él, brindará en Venecia. Finalmente, el indiano reconoce que América es indescifrable, un misterio, una incógnita cuando se la piensa desde los marcos de referencia europeos impuestos tras la Conquista. Vivaldi no entiende a América –no puede hacerlo– porque, desde su posición eurocéntrica, allí “todo es fábula” y lo fabuloso es irracional y pertenece al pasado. No obstante, gracias a Filomeno, el indiano –y probablemente también nosotres como lectores– descubre que es en ese mismo “carácter fabuloso” donde se puede encontrar la materia para la transformación. Lo fabuloso es aquello que escapa a los esquemas dominantes del poder; es aquello que mira al pasado, pero sin estar anclado a él; aquello que permite imaginar, pensar, crear otros futuros, otros tiempos. Es lo que Carpentier hace durante todo el transcurso de la obra y lo que hace de Concierto barroco una novela fabulosa.

 

FEDERICO RAMÍREZ

Es Profesor en Historia (FaHCE-UNLP). Sus temas de interés se centran en la historia de Europa durante el siglo XIX y en la historia social y política de la ópera.

Los sufrimientos del joven Werther (1774), JWvonGoethe

NOVELA/SOCIOLOGÍA

HERNÁN CANEVA



Los sufrimientos del joven Werther (1774)
de Johann Wolfgang von Goethe

WERTHER

Preámbulo amoroso

     En las sociedades del siglo XXI, férreamente interconectadas por sofisticados mecanismos de la comunicación, que permiten que dos personas en puntos absolutamente equidistantes del globo se envíen mensajes escritos o audiovisuales de forma inmediata, curiosamente (o no tanto), los lazos sociales se encuentran debilitados. Específicamente, la cuestión amorosa parecería encontrarse en crisis, ya sea por el carácter voluble de las relaciones amorosas, por la intercambiabilidad de personas en un mercado de afectos y/o por los “efectos” que el pragmatismo del “no compromiso” dejan en la psiquis de los individuos. Una presencia de baja intensidad, la que se consagra mediante las nuevas tecnologías de la comunicación, reemplaza la fría, rotunda, inexplicable e injusta ausencia de tiempos de antaño. 

     En cualquier caso, las pasiones fuertes que despiertan el vínculo amoroso se encuentran mayormente domesticadas o atenuadas por un conjunto de redes virtuales que “conectan” a las personas liberándolas de cargar con los aspectos indeseables del otro/a. En nuestro mundo actual, son los individuos quienes cargan el peso absoluto de su existencia, por lo que se encuentran exceptuados/as de cargar la pesada cruz de la alteridad. De esta forma, los lazos sociales, cada vez más líquidos y fugaces, se vuelven asimismo menos profundos y significativos. La singularidad de las cosas y de las personas así como su perdurabilidad en el tiempo desaparecen para dar paso a una “experiencia”, que se basa en la posibilidad ilimitada de un ego para incorporar y desechar lo diverso. 

     Bajo estas condiciones socio-afectivas, resulta difícilmente imaginable una historia como la que vengo a contarles. Sin embargo, tras la presunta conciencia pragmática y la liquidez que se imponen en el mercado digital de los afectos, todavía vivimos en sociedades constituidas por personas perdidamente enamoradas. El amor sigue siendo una idea sustancial, que requiere ser narrada y significada. Detrás de la aparente liviandad de las relaciones amorosas, se esconde una profunda y gravitatoria nostalgia, que quizás tenga que ver con que el amor, aún revestido de un manto sagrado, ha devenido un significante vacío, o bien una promesa inalcanzable.

     Esta es la historia del “perfecto enamorado/a”, es decir, la historia de alguien que pierde (literalmente hablando) la cabeza por amor. Las consecuencias de un enamoramiento psicótico, como podrán observar, son desastrosas. La abrupta pero anticipada auto-cancelación de un joven suicida distan del espíritu positivo y liviano que hoy predomina en el lenguaje accionalista de las relaciones afectivas; sin embargo, el joven que es hablado por esta novela de hace más de 200 años comparte con las generaciones actuales ciertos rasgos de ansiedad y depresión que encienden una alarma para todos/as quienes deseamos una existencia plena para el conjunto de los seres vivos. 

 

Werther: el joven que se perdió a sí mismo por un amor imposible

     La historia se resume más o menos así. Werther era un joven artista de la aristocracia europea, un amante de la naturaleza, que disfrutaba de los regalos que esta le ofrecía, sobre todo en las estaciones de florecimiento de la vida, como la primavera. El joven, que pertenecía a un mundo (a una clase social) fríamente racionalista, se encontraba tan vivamente encantado por la belleza de lo natural, como desencantado por las miserias de la condición humana. 

     En un pequeño pueblo al que se había mudado temporalmente para pintar, lo invitan a una fiesta a la que irían otros/as jóvenes. Él se ofrece a llevar a en su carruaje a unas señoritas, y a Charlotte, una joven a quien tenían que recoger de camino al baile. Una de las señoritas del carruaje le cuenta a Werther sobre los encantos de Charlotte, y le anticipa que no debe enamorarse de ella, puesto que se trata de una mujer que no se encontraba “disponible”. 

     Cómo suele suceder, estas palabras resultaron una profecía antocumplida. Werther conoció a Charlotte y al instante quedó perdidamente enamorado de ella. Pero Charlotte era, como le había remarcado aquella señorita, una mujer imposible. La imposibilidad de su amor se debía a la sencilla razón de que ya estaba comprometida con otro hombre (Albert). Bajo las costumbres de finales del siglo XVIII, romper tal compromiso, aunque no era inimaginable, resultaba indigno para damas y caballeros respetables. 

     El caso es que el joven Werther supo desde el primer momento que no debía enamorarse de aquella mujer prohibida, pero traicionando toda racionalidad (la racionalidad de la que estaba hastiado), se embarcó en una aventura que lo condujo progresivamente al delirio, al desencantamiento del mundo y a una pena insoportable. Werther cortejó cuanto pudo a Charlotte, pero con el tiempo acabó comprendiendo que su empresa lo hundía más y más en el dolor provocado por la imposibilidad de aquel romance. Su empresa acabó en el final más triste que pudiera sospecharse: se quitó la vida. 

 

¿(No) Superar? las penas de amor

     Arribé a la lectura de Los sufrimientos del joven Werther, famosísima novela epistolar publicada en 1774 por el autor alemán Johann Wolfgang von Goethe, mediante Roland Barthes, quien en el libro Fragmentos de un discurso amoroso (1977), retoma esta historia de amor. Cuando leí la obra de Barthes, comprendí el lugar del enamorado como el de quien enciende su hoguera con la leña de las imágenes. Es decir, el enamorado/a cree ciegamente en una idea, más que en sus sentidos. El enamoramiento es un estado, entonces, que implica mucho más a la mente que al cuerpo, o mejor dicho, que demuestra cómo los pensamientos afectan al cuerpo, a los sentidos y a las emociones. 

     La brasa poco vigorosa que enciende el fuego del enamorado/a se constituye de episodios efímeros y probablemente inconexos, sobre los que él/ella se esfuerzan por dar consistencia. La imagen del ser amado/a no es más que un arquetipo que se construye con probables encuentros que dieron pistas de mutua atracción, con probables miradas y probables palabras que evidenciaron el mensaje cifrado de una unidad. A medida que el tiempo pasa, el enamorado/a habita su errabunda colección de imágenes, fabricándose muy buenos discursos y muy buenos argumentos para “sostener” lo que de otro modo se caería: su tenaz creencia en la correspondencia de ese amor. 

     Roland Barthes encontró en la historia de Werther y Charlotte un ejemplo del problema del enamoramiento como un estado psicótico y montó sobre la misma un conjunto de explicaciones muy ilustrativas. En la novela de Goethe, tal es el flagelo que siente el joven desencantado, que lo obliga a arremeter contra su propia existencia. El suicida se despide de su amada imposible y de sus seres queridos, dejando una carta, en un acto presuntamente altruista (para no molestar más a nadie) y con la certeza de un encuentro en el más allá. 

 

El enamorado/a y el pobre mundo de las imágenes

     Werther vivió y murió en una época (finales del siglo XVIII) donde las imágenes funcionaban como poderosas evidencias de lo real. En efecto, él era pintor. No vivió en la era del smartphone y de la publicación de “historias” en Instagram, pero su época y esta tienen mucho en común. En la época actual, las personas viven enamoradas de imágenes, que se hacen públicas y se extinguen en poco tiempo, reemplazadas por nuevas imágenes. Las imágenes, como hemos dicho antes, son necesarias para el enamorado/a, quien se alimenta de ellas.

     Ahora bien, las imágenes, que sirven para recordar, también llevan consigo el sello de la ausencia. Quien evoca imágenes en su memoria, en general, es porque ya ha dejado atrás esas vivencias, esos lugares, esos aromas, esos brazos. Tal es la degradación del mundo de las imágenes, que la gran mayoría de ellas se borronean y amenazan con desaparecer de la mente del recordante. 

     Pese al mandato de “soltar” –propio de nuestra época- creo que sobrevive en nuestra cultura el imperativo o la necesidad de recordar al ser amado, así como un espíritu nostálgico que se regodea en la dulce y al final, frustrada posibilidad del retorno. Sigue estando presente, y tan fuerte como en los años de Werther, el mecanismo de romantizar el pasado, de preservar una creencia en el carácter impoluto del ausente, y en contrapartida, la degradación nihilista de lo que está presente. 

     En nuestro mundo, los sentidos están fulminados por la imagen y por la “infomanía”, que es una obsesión por aprehender el mundo a través de la información, a desmedro de la materialidad de la vida. Pero a pesar de lo que sostiene el filósofo Byung Chul-Han en el libro Ausencia (2007), para quien la cultura occidental no sabe habitar la ausencia, en nuestro tiempo el otro/a concreto sigue siendo alguien descuidado, frente al otro/a ausente, el ausente de los fracasos amorosos, el ausente por la muerte, y peor aún, el ausente por incomunicación. La ausencia continúa siendo mucho más poderosa que la presencia. 

 

¿Qué tan líquido es el amor en nuestra época?

     Siguiendo al sociólogo Zygmunt Bauman en el libro Amor líquido (2003), nuestras sociedades se constituyen -cada vez más acentuadamente- de individuos que se esfuerzan por permanecer relativamente “sueltos” ante cualquier tipo de relación afectiva. Si bien la cuestión amorosa está en el centro de la escena social y cultural, pues estamos en épocas donde existen redes sociales que construyen sus propios rituales con el objetivo de ligar a los sexos, predomina una cierta mentalidad pragmática mediante la cual los individuos podrían entrar y salir de las relaciones amorosas sin verse afectados/as por sus defectos o características menos agradables. 

     En el mercado de afectos que predomina en el mundo actual, una figura idealista, romántica y trágica como la del joven Werther no tendría lugar, puesto que no encajaría con la mentalidad instrumental y calculatoria que se requiere para jugar el juego amoroso. Sin embargo, Werther aunque fervoroso en sus pasiones por Charlotte, mantuvo cierta compostura racional frente a Albert, el hombre que involuntariamente arruinaba sus sueños y fantasías. Tal es así, que Werther no tuvo más remedio que volverse amigo del prometido de su amada, a quien consideraba un hombre sensato, a pesar de que en su fuero íntimo, era tan consciente de lo irremediable de la situación, y más aún, del sufrimiento que no cesaría de aquejarlo, que decidió huir del mundo. 

     Ahora bien, no creo que en su comportamiento Werther fuera todo corazón, todo pasión, y nada de racionalidad instrumental. Y para continuar el contraste de época, tampoco creo que la subjetividad postneoliberal de la actualidad sea puro pragmatismo libertario. Por ello, no me termina de convencer la tesis de Bauman de que en el mundo actual las relaciones afectivas se hayan vuelto “líquidas”. Creo, por el contrario, que sigue habiendo un componente que espesa la liquidez de las relaciones amorosas: la no comunicación.  

     En efecto, la más dolorosa ausencia amorosa, en nuestra época, no es la de quien se ausenta por la muerte, como el joven Werther, que se volvió absurdamente ausente tras el suicidio, sino la ausencia de quien deliberadamente decide dejar de hablarnos. Se trata de una ausencia voluntaria, a la que se juega casi deportivamente en las redes sociales. Una costumbre libertaria muy cara al neoliberalismo, cuyos efectos psíquicos en el otro/a encienden una alarma y deberían examinarse con mayor pesquisa. 

     La angustia, la ansiedad y la depresión, problemas de salud mental que subyacen a tan quebrantable coraza de autosuperación que se impone en el presente, son temas que la lectura de Werther nos obliga a continuar profundizando, en tiempos donde predominan las ausencias de la comunicación y la estigmatización de toda alteridad.  

     Claramente, este análisis no alcanza a descubrir la trama profunda de Werther, ni pretende hacerlo. Pero sí invita a plantear una pregunta sociológica que enmarca a la cuestión amorosa, y al enamoramiento como un estado de alienación: ¿por qué las personas continúan enamorándose así, en un mundo que ofrece una variedad de placeres?, ¿han cambiado las formas del enamoramiento?, ¿por qué, a pesar de la liviandad de los lazos sociales, duelen tan fuerte el desengaño, la crueldad y el abandono? 

HERNÁN CANEVA

Es Licenciado en Sociología de la Universidad Nacional de La Plata. En 2019 defendió su tesis de Doctorado en Ciencias Sociales, titulada “Disputas por el aborto en Argentina. Análisis de discursos en dos organizaciones (2014-2016)”.