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Lo que lo que no está en el diccionario: Argentinismos. 2000 palabras argentinas en alemán (1943), Geiringer

LENGUA/DICCIONARIOS

TOMÁS SCHIERENBECK



Lo que lo que no está en el diccionario: Argentinismos. 2000 palabras argentinas en alemán (1943)
de Alejo Carpenti

Ich möchte gleich sagen, dass ich mich niemals als Emigrant empfunden hab, weil ich ein deutscher Schriftsteller bin und die deutsche Sprache absolut meine Heimat ist. Ich werde niemals von dieser Sprache abweichen und eine andere kann ich schon nicht lernen, weil ich viel zu blöd bin.  // Me gustaría decir de entrada que nunca me he considerado emigrante porque soy escritor alemán y la lengua alemana es absolutamente mi patria. Nunca me desviaré de esta lengua y no puedo aprender otra porque soy demasiado tonto para aprender otra.

                                                             

 Oskar Maria Graf 

     En 1931 el sello editorial Piper Verlag de la ciudad de München (Múnich) comenzó a editar una serie de siete pequeños manuales con el título Was nicht im Wörterbuch steht (lo que no se encuentra en el diccionario). Junto con un glosario con los términos cotidianos de cada dialecto, los autores encargados de los respectivos números buscaron recuperar desde distintas aristas las variaciones lingüísticas y tramas culturales englobadas en el Plattdeutsch, Berlinerisch, Bayerisch, Schlesisch, Wienerisch, Sächsisch y Schwäbisch. Así, la descripción de las características geográficas, la gastronomía regional, los elementos simbólicos –como el primer semáforo en Postdamer Platz en la ciudad de Berlín-, hicieron de estos artefactos textuales guías para el uso cotidiano en distintas ciudades y regiones germanoparlantes

     Hace unos meses encontré un pequeño diccionario español- alemán. Este, a diferencia de cualquier otra empresa lingüística, tiene su objeto no tanto en la especificidad y evolución de un vocablo en el devenir de los siglos. Por el contrario, y en tanto textualidad en clara afinidad a esta última empresa editorial durante la República de Weimar, encuentra su funcionalidad en aprender el uso cotidiano del castellano rioplatense propio de la ciudad de Buenos Aires en la década del cuarenta. Capital de un país que supo albergar aproximadamente 300.000 germano parlantes al inicio de la Segunda Guerra Mundial y que, entre 1933-1945 recibió alrededor de 40.000 migrantes forzados del régimen nacionalsocialista.

          

Abatatarse: (Verb) Verzagen, sich erschrecken, eingeschüchtert, werden.  (Von Batata).

Chiruza: (Substantiv) Dirndel, naseweise Mädchen. Verleumderin, Mischling.

Deschavetado: (Adjetiv) Jemand, der den Verstand verloren hat, ungeordnet, unverschämt.

 

     Todo lo sólido se desvanece en la calle. Incluso la lengua. Es que, esta muta, se transfigura, encuentra sus fronteras y se actualiza en la “zona de contacto”. Un auténtico ejemplar lo encontramos en Was nicht im Wörterbuch steht: Argentinismen. 2000 argentinische Worte ins Deutsche / Lo que lo que no está en el diccionario: Argentinismos. 2000 palabras argentinas en alemán. Editado en 1943 por la Editorial Cosmopolita, este pequeño diccionario se postulaba como una herramienta eficaz para los recién llegados: los exiliados y migrantes forzados del Nacionalsocialismo en Buenos Aires. De módico precio, coincidente con el de las publicaciones de sellos editoriales como Tor, Claridad y Calomino, el título de este curioso diccionario es indicativo además de la valencia que estimaba adquirir como propuesta editorial. Esta no buscaba hacer las veces de “agente intelectual” entre quienes no saben encontrar algo en un diccionario, sino completar algo que el formalismo de los diccionarios convencionales no cumplía al eludir referirse a palabras y expresiones en el lenguaje popular. Su autor, Juan Jorge Geiringer, quien también intervenía asiduamente en el Argentinisches Wochenablatt, advertía al inicio al respecto sobre el objetivo de su compilación, “quisiera mencionar sólo algunas palabras a modo de aclaración. Este diccionario contiene unos 2.000 argentinismos que aún no se han encontrado en los libros, palabras que han encontrado un significado diferente en la lengua popular argentina, que quiero plasmar en este volumen” (Geringer, 1943, p.3). 

 

 Fulero: (Adjetiv) Falsch, hässlich, verächtilich.

Laburar: (Verb) Arbeiten.

Mamao: (Partizip, Adjetiv und Substantiv) Getrunken, betrunken, besoffen, man sagt auch Mamado.

 

     Más allá del formalismo del autor, las ciento cuatro páginas que lo componen pueden interpelarse desde una polivalencia de miradas. Por un lado, una propuesta comercial que encuentra en el germano parlante un cliente ante su necesidad de insertarse lo más pronto posible en la metrópoli rioplatense. Por otro, una fuente más desde donde reponer al lenguaje como punto de fuga semiótico. Esta vez el “lunfardo” encontrando sus agentes de decodificación en el trasvase emprendido por una empresa editorial formada por exiliados y para exiliados en Buenos Aires. Entremedio, también podemos decir que estamos frente a un ejercicio de “transferencia cultural”. Mediante un “guiño” a un formato de lectura conocido en el pasado reciente, el proyecto editorial interpelaba al lector a retornar a la patria abandonada a través de un artefacto que pivoteaba entre lo utilitario y lo cómico. Es que los sujetos históricos no deben ser eximidos de las necesidades cotidianas. Y, tanto el entretenimiento como la ilusión de una pronta inserción en la sociedad de acogida son facetas que conviven – en algunos casos- con el compromiso político, la búsqueda de gustos conocidos y el anhelo de un pronto retorno desde el exilio. En este sentido, el comité editorial encargado de elegir los títulos a publicar en la editorial y librería Cosmopolita, “casi siempre seguían el gusto del público lector germano-argentino establecido en el país: biografías noveladas, novelas de tema histórico, aventuras irresistibles, entretenidas, con un optimista final feliz” (Cartolano,1999, p.87).

 

Tongo: (Substantiv) Schwindel, Betrug; sagt man speziell, wenn die Reiter oder die Pferdebestizer selbst sich bespreschen, dass der Favorit das Rennen verliert.

Zapallada: (Substantiv) Zufall, Glücksfall; unerwartetes Glück

 

     Ahora bien, Was nicht in Wortebüch steht funciona también como testimonio de la ciudad de Buenos Aires como metrópolis del exilio y la resistencia política y cultural del antifascismo alemán en el extranjero (Saint Sauvert–Henn, 2002). Donde una serie de proyectos culturales como el Freie Deutsche Bühne, la escuela Pestalozzi y editoriales como Das Andere Deutschland, Cosmopolita, Jûdische Wochenschau, Argentinisches Tageblatt, entre otros, configuraron un espacio de sociabilidad alemán y antinazi (Friedmann, 2010). Estos últimos, en particular, les permitieron a exiliados y opositores desde la desterritorialidad de la migración forzada ejercitar la lectura y la imaginación como vectores afectivos de identificación con la lengua y la cultura germana en América Latina. Una instancia inmaterial desde donde se gestionaron identidades alternas a las estadocéntricas, donde lo “alemán” se vio mediado por lo “antinazi” y ambos por lo “porteño”.

 

Biografía:

 

Cartolano, A M. (1999). Editoriales en el exilio. Los libros en lengua alemana editados en la Argentina durante el período 1930-1950. En Langbehn, R (Coord.) Actas del Simposio Paul Zech y las condiciones del exilio en la Argentina 1933-1949 (pp. 81-92). Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1999.

Friedmann, G (2010). Alemanes antinazis en Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI.

Geiringer, J. (1943). Was nicht im Wörterbuch steht: Argentinismen. 2000 argentinische Worte ins Deutsche übertragen. Buenos Aires: Cosmopolita.

Saint Sauveur-Henn (2002) “Exotische Zuflucht? Buenos Aires, eine unbekannte und vielseitige Exilmetropole”. En: Krohn, C. D. (Coord.). Metropolen des Exils. (pp. 242-269). Berlin: Walter de Gruyter GmbH & Co KG. 



TOMÁS SCHIERENBECK

Es Licenciado en Historia (UNLP-FaHCE). Doctorando en Estudios Interdisciplinarios de Europa y América Latina (CONICET-FaHCE/Universität Rostock)

Severance (2022), de Dan Erickson

SERIE

FRANCISCO GIORDANO


Severance (2022)
de Dan Erickson

severance

      Como bien señaló el historiador E. P. Thompson, la modernidad trajo consigo la división entre «ocio» y «trabajo», separando el ámbito doméstico del laboral a partir de la creación de talleres, fábricas y otros sitios ubicados en las ciudades, a los cuales se asistía en horarios específicos, y donde incluso las pausas para comer se encontraban administradas y reglamentadas. En el último tiempo, sin embargo, esta tendencia se revirtió. Especialmente a partir de la pandemia, asistimos a una «re-unificación» de estos ámbitos bajo la modalidad de Home Office, y resulta normal que cualquiera de nosotros se despierte, desayune y luego, a los pocos minutos y sin salir de su habitación, se conecte a un meeting empresarial, a una clase virtual de la universidad o incluso a una sesión de meditación guiada. De hecho, las oficinas de grandes empresas de IT (tecnologías de la información) como Globant  y Accenture se encuentran en su mayoría vacías debido a que gran parte del personal opta por trabajar remotamente, y no son pocos los medios digitales que advierten sobre el fenómeno de un microcentro porteño desolado y degradado por el abandono de los grandes edificios. Por otro lado, muchas empresas de tecnología han comenzado a utilizar ya el Metaverso, la propuesta del creador de Facebook para interactuar con un avatar desde el mundo virtual. 

     Ahora bien, Severance (2022), cuyo director es el célebre Ben Stiller es, por así decirlo, una combinación de ambas tendencias. Por un lado fantasea con la separación absoluta entre ocio trabajo y, por el otro, lleva al extremo la idea del Metaverso, incorporando además la mayoría de las tendencias actuales presentes en grandes empresas de tecnología y outsourcing. Los protagonistas de la serie son empleados en la empresa «Lumen Industries», la cual reporta beneficios incomparables a quienes trabajan allí. Sin embargo, la condición para ingresar es bastante particular. Cada empleado debe someterse voluntariamente a un procedimiento quirúrgico y permitir que le sea implantado un chip en el cerebro que separa su vida personal y laboral de forma permanente, y además irreversible. 

 

     De esta forma, la personalidad de cada empleado se divide en dos. Una de ellas se activa durante el horario laboral, y en ese tiempo el individuo en cuestión se encuentra completamente entregado a sus tareas laborales. La otra aparece únicamente al retirarse de las oficinas de Lumen y, claro está, no recuerda nada de su vida laboral, y viceversa. En términos más simples, a partir de la implantación del chip los trabajadores comienzan a vivir dos vidas independientes, y ninguno de ellos puede comunicarse ni saber del otro. ¿No suena acaso como una suerte de esclavitud? 

     En efecto. Pero, por otro lado (como argumentarán más de una vez los supervisores y gerentes de la empresa) los empleados están ahí voluntariamente. Algunos personajes, sin embargo, objetan la premisa. Después de todo, ¿la personalidad «separada» y enviada a trabajar en Lumen tiene voz y voto en el asunto? 

     No, no la tiene. Ese es el quid de la cuestión. Los innies (o dentris según la traducción al español de Latinoamérica) no tienen ni idea de por qué los outies –es decir, sus personalidades originales– decidieron acceder a implantarse el chip y someterse al proceso de separación. No pueden saberlo, puesto que al ingresar olvidaron su vida previa, su infancia, su familia, e incluso las circunstancias que los llevaron a ingresar a Lumen en primer lugar. 

     Así, al iniciar el primer capítulo nos encontramos con Helly (Britt Lower), la más reciente empleada de la empresa, quien desconoce por qué está allí e intenta escapar por todos los medios. No es difícil. Las puertas están abiertas de par en par. Sin embargo, su outie (es decir, la Helly de afuera) vuelve a ingresar constantemente, sin que la primera comprenda sus motivos ni tenga recuerdos de lo que sucedió tras retirarse por la puerta en primer lugar. 

     ¿Y qué tipo de trabajos realizan? En realidad, no queda muy claro. El ambiente pareciera corresponderse a una moderna agencia de publicidad o marketing, combinada con múltiples espacios en blanco, extensos pasillos y un aire minimalista y asfixiante. Los cuatro personajes principales (Helly, Adam, Zach e Irving) son los únicos trabajadores de una oficina llamada «Refinamiento de Macrodatos (MDR)», y su única tarea es agrupar los números que aparecen en sus computadoras (cuyo estilo recuerda al noventoso sistema DOS) a partir de secuencias cuyo orden no termina de quedar muy claro. No sólo ellos mismos desconocen la finalidad última de esta agobiante tarea, sino que lo mismo ocurre con otros personajes como Burt (un empleado de la oficina de «Óptica y Diseño»), destinados a bosquejar e imprimir distintos objetos que se distribuyen en otras oficinas. 

 

     A primera vista, la serie pareciera tratarse de una perfecta escenificación de lo que David Graeber describió en su libro Trabajos de mierda: una teoría (Bullshit Jobs, a theory, 2018). En este estudio –a cuya publicación le precedió un popular ensayo de 2013 que rápidamente desató polémicas en las redes sociales y fue replicado en distintos blogs– Graeber argumentó que, en paralelo a la implantación de las reformas neoliberales en el mundo, comenzaron a aumentar, progresivamente, distintas formas de trabajos «inútiles», no sólo en el sector público sino también en el privado. Esta definición puede parecer excesivamente subjetiva. ¿Cómo distinguir, al fin y al cabo, un «trabajo de mierda»? El autor responde lo siguiente:  

     Un empleo tan carente de sentido, tan innecesario y tan pernicioso que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, a pesar de que, como parte de las condiciones de empleo, dicho trabajador se siente obligado a fingir que no es así. 

     Estos empleos (cargos jerárquicos medios, burócratas dedicados a trámites absurdos, secretarios de segundo orden y «parcheadores» que se ocupan de solucionar problemas causados por los propios gerentes), no solo reportan gastos innecesarios -sea para el Estado o para las propias empresas- sino que agotan la noción de autoestima de los trabajadores, quienes se sienten avergonzados de cobrar salarios relativamente altos por realizar tareas completamente prescindibles. Se trata, según Graeber, de un problema muy reciente e igualmente angustiante para las clases medias y medias altas que engrosan las filas de aquellos empleos y cuya moral se ha constituido, durante el siglo XX, en torno a los valores de la ética del trabajo. 

     Esta es una temática corriente en Severance, ya que los protagonistas se desviven día a día por averiguar cuál es el objetivo último de su trabajo, a pesar de que la empresa les ha hecho repetir un eslógan que lo «explica»:

     El trabajo es misterioso e importante.  

«¿Para qué sirven los números que ordenamos en la computadora?», pregunta Helly R., la recién llegada, a sus compañeros. 

«El trabajo es misterioso e importante», contesta estoicamente Irving, el más comprometido con la empresa. 

     El enigma de los números nos trae el recuerdo de la popular serie LOST y una situación similar narrada en la segunda temporada, donde algunos personajes (Jack, Desmond y John Locke) debían ingresar un código de cuatro números en la estación El Cisne cada 108 minutos, esperando consecuencias catastróficas si no lo hacían, aunque éstas nunca se habían comprobado. Sin duda, Dan Erickson le rinde tributo a la madre de todas las series.  

     Claro está, podría objetarse que, siguiendo la propia definición de Graeber, para que exista un bullshit job los trabajadores deben reconocerlo como tal, y en la serie la cuestión es ciertamente otra. Los empleados no consideran que su trabajo es inútil, sino que no saben para qué sirve, y los supervisores de Lumen se encargan de que no exista contacto entre las distintas oficinas de acuerdo con ese propósito. Quizás, en ese sentido, lo que la serie intenta recrear son las modernas formas de alienación presentes sobre todo en las grandes empresas, en las cuales la segmentación extrema de las tareas y la dosificación del conocimiento acerca de las actividades que allí se realizan, tienen por resultado que sólo algunos pocos eslabones de la cadena conozcan el «producto final», tal como ocurría a principios del siglo XX con el modelo de producción fordista-taylorista. Es normal, por ejemplo, que en empresas de alta tecnología el personal sea dividido en distintas «tribus» o «squads» (utilizando la terminología más común) que en líneas generales desconocen las tareas realizadas por otros grupos. Esto no implica, sin embargo, que aquellas empresas incurran en actos ilícitos, como parecieran sugerir los hechos relatados en la serie.  

     A pesar de ello, otras referencias son muy sugerentes. Está claro que la serie lleva al extremo la idea de que en algunas grandes empresas existen entornos laborales tóxicos que aíslan a los empleados entre sí, redireccionan sus respuestas al estrés y otorgan castigos y recompensas con el objetivo explícito de aumentar el control y la productividad. Los sistemas de premios y escalas de niveles no son ajenos a la práctica de muchas empresas de IT y marketing, así como las dinámicas de grupo y terapias wellness, que en la ficcional empresa Lumen Industries son satirizadas a partir de caricaturas, trampas para dedo y «fiestas de gofres» que se les conceden a los empleados más productivos. 

     Pero la principal temática es, sin lugar a duda, la escisión que se provoca entre las dos personalidades, y el mutuo desconocimiento que se produce entre ellas. El único momento donde vemos a un intie y a su outie conversar es cuando Helly R., la última en ser contratada en Lumen, le envía un video a la Helly original amenazando con cortarse un brazo si no renuncia (puesto que el derecho a renunciar a Lumen corresponde únicamente a los de afuera). Outie-Helly rechaza la renuncia, argumentando que intie-Helly no tiene decisión y que ni siquiera es humana. Así pues, pareciera que el principal mensaje de Dan Erickson es acerca de la escisión y deshumanización generada por algunas formas de trabajo. 

     Después de todo, resulta llamativo que casi cien años después de la reducción de la jornada laboral de doce horas y la implantación de la jornada de ocho, aun teniendo en cuenta los considerables avances de la tecnología, no se hayan experimentado modificaciones considerables del calendario y horario laborales en la mayoría de las empresas y el Estado (más aún, en muchos casos se han incrementado, sumando programas de horas extras y beneficios difíciles rechazar de acuerdo con el contexto económico). Por otro lado, como ocurrió durante la pandemia, se observa que la «desconexión» del ámbito laboral se torna hoy muy difícil debido a los estímulos que genera la interconexión absoluta vía internet. Es por ello que el propio Erickson ha afirmado que, si el proceso de separación fuese realmente posible, las empresas no tardarían en cumplirlo, y allí reside la mayor virtud de su propuesta. ¿Qué pasaría si las IA (inteligencias artificiales), cada vez más cerca de superar la llamada singularidad, lograran replicar perfectamente las aptitudes y destrezas del personal de una empresa? ¿No se trataría, en efecto, de una forma aún más sofisticada de separación?

     El mundo avanza rápido y las consecuencias de las IA son aún en parte desconocidas. La separación, hace falta decirlo, no es aún una realidad. Pero sí es un hecho que muchas empresas pretenden ocupar cada vez más aspectos de la vida de sus empleados, incluyendo meetings diarios (dailys, calls), talleres de entretenimiento que buscan estimular la identificación con el grupo empresario, actividades de ocio y dispersión otorgadas en forma de beneficio para crear una falsa sensación de descanso y, en líneas generales, un clima de horizontalidad engañosa que contrasta fuertemente con el verticalismo extremo con el cual se maneja la información, a partir del cual solo un grupo de selectos tienen conocimiento de los objetivos finales de la empresa. 

     ¿Qué nos deparará el futuro? No lo sabemos. Al fin y al cabo, el trabajo es misterioso e importante.    

FRANCISCO GIORDANO

Es profesor en Historia y diplomado en Antropología Social. Se desempeña como docente en varios niveles y como becario doctoral en la Universidad Nacional de La Plata. Es docente de la cátedra de Prehistoria General y Americana.  

Concierto barroco (1974), Carpentier

NOVELA/MÚSICA/HISTORIA

FEDERICO RAMÍREZ



Concierto barroco (1974)
de Alejo Carpentier

concierto barroco

Una invitación a (re)pensar las potencialidades del teatro musical

—«¡Falso, falso, falso; todo falso! (…)

Todo ese final es una estupidez. La Historia…»

—«La ópera no es cosa de historiadores.»

     Concierto barroco es una novela breve, quizás una de las obras más representativas de Alejo Carpentier. Es un relato de viajes en el espacio, en el tiempo y también en las subjetividades. En el México colonial, durante el siglo XVIII, el Amo –un miembro de la elite hispano-criolla– se dispone a visitar Europa. Apenas comenzada la travesía, su criado muere y entonces el Amo –“como si un Amo sin criado fuese amo de verdad”– se ve forzado a tomar bajo su servicio a Filomeno, un negro libre. Después de una corta pero intensa estancia en Madrid, los viajeros parten con rumbo a Venecia para asistir a los célebres festejos de Carnaval, una elección para nada casual: si de música se trata, la ciudad de los canales era uno de los principales centros artísticos de la Europa dieciochesca. Además, durante el Carnaval se interrumpía la lógica dominante del poder y el régimen temporal asociado a esta: mientras duraban los festejos, todo era posible.

     Al igual que los conciertos y arias típicos del Barroco, la novela puede subdividirse en tres movimientos que siguen una estructura básica: un primer tema (el viaje desde América hacia Venecia), que da lugar a otro distinto (la estancia en la ciudad de los canales) para, por último, volver al primer tema, pero con ciertas variaciones (el regreso de uno de los protagonistas hacia el continente americano). Esta estructura A-B-A tiene su correlato en el tempo, que suele ser el mismo en los movimientos en cada extremo. Y precisamente la cuestión del tiempo es uno de los aspectos más fascinantes de la obra de Carpentier, cuyo relato está repleto de episodios que juegan con la estructura temporal. Durante el Carnaval, por ejemplo, Filomeno y el Amo –vestido como Moctezuma, el último “emperador azteca”– se encuentran con Antonio Vivaldi para luego reunirse con Georg Friedrich Händel y Domenico Scarlatti. Tres de los más importantes compositores del Barroco se van de juerga y se emborrachan durante toda la noche junto a los recién llegados. A partir de esta situación extraordinaria, Carpentier despliega un relato donde no existe un tiempo, sino varios; y donde, además, esas temporalidades diferentes se entremezclan. Tras la tremenda borrachera, este grupo variopinto busca un lugar más tranquilo, alejado de los festejos carnavalescos, para recuperar energías. Mientras disfrutan de un picnic en un cementerio, ven la tumba de Igor Stravinski –otro célebre compositor, pero fallecido en 1971– y Vivaldi y Händel discuten sobre piezas musicales que aún no han sido compuestas. De forma similar, cuando regresan a su alojamiento, el Amo y Filomeno son testigos del cortejo fúnebre de un compositor alemán de óperas “extrañas, enormes, donde salían dragones, caballos volantes, gnomos y titanes”, una clara referencia a Richard Wagner, fallecido en 1883. De estar ubicados en la primera mitad del siglo XVIII, “saltamos” entonces a finales del XX para luego “regresar” a finales del siglo XIX.

     Ejemplos de este estilo abundan a lo largo de la novela. Algunos pueden parecer risibles, pero otros están profundamente cargados de sentido. Justo antes del desayuno entre las lápidas, todavía embriagados con el Carnaval, Vivaldi, Händel y Scarlatti se enfrascan en lo que Filomeno llama –de nuevo, anticipadamente– una jam session. Mientras los tres están inmersos en la improvisación, Filomeno corre hacia las cocinas del célebre Ospedale della Pietà y vuelve cargando tantos cacharros como ha podido encontrar: se suma pues a la jam golpeando las ollas con cucharas, palos de amasar, espumaderas y demás utensilios gastronómicos. El impacto que provoca este “ruido” es tal que los grandes maestros de la composición occidental quedan en silencio, enmudecen. Así como el tiempo dominante de la narración es atravesado por “saltos” hacia otros tiempos, los cánones estéticos de la cultura dominante son interrumpidos. Con su intervención, Filomeno, el representante de la cultura popular del variopinto mundo atlántico en el que se entremezclan elementos africanos, americanos y europeos –todos ellos presentes en ese solo musical–, se convierte en el protagonista absoluto de ese momento, de esa historia. Maravillados por esta nueva música, todos terminan bailando una conga afrocaribeña guiados por el criado negro.

     Además de mostrar las potencialidades estético-políticas del recurso a las temporalidades múltiples, Carpentier también resalta la importancia que tiene el arte en general, y la música en particular, para la emancipación. Durante el transcurso del relato, un cambio sumamente profundo atraviesa al Amo, al punto tal que ese apelativo desaparece para ser reemplazado por el de “indiano”. A través de ese cambio, Carpentier expresa narrativamente una transformación que tiene lugar en el plano subjetivo: de ser un representante de la elite dominante en América, el protagonista toma conciencia de la relación colonial –y de su posición subordinada en ella–, se distancia de Europa y reafirma su condición americana. ¿Cómo se produce ese cambio? Gracias a una ópera. Inspirado por el disfraz y el relato del (ahora ex) Amo, Vivaldi compone una obra sobre Moctezuma. El indiano y Filomeno asisten al ensayo general, donde el primero se escandaliza por las numerosas y para nada menores diferencias entre la trama de la ópera y el relato histórico de los hechos. En la acalorada discusión subsiguiente, Vivaldi adopta una postura pragmática: la ópera no debe ser fiel a la Historia, se trata simplemente de un espectáculo que debe satisfacer a su público; un público que, además, debido a sus marcos estéticos, culturales y sociales, es incapaz de comprender a América en sus propios términos. De forma considerablemente hábil, y aprovechando al máximo el carácter barroco de la prosa que despliega en la novela, Carpentier describe aquello que sucede sobre el escenario y, al mismo tiempo, da cuenta de ese fenómeno de transculturación: los supuestos puentes de Tenochtitlán son similares al Rialto veneciano, la emperatriz mexica viste ropas salidas de un cuadro de Tiziano, su hija debe ser sacrificada “cual nueva Ifigenia” y desea arrojarse a una pira sacrificial como “Dido abandonada”, las divinidades mexicas aparecen como monstruos salidos de las obras de El Bosco. Pero entonces, ¿la ópera forma parte de un mundo conservador y eurocéntrico como parece sugerir la postura vivaldiana? En absoluto. La ópera –y lo que solía llamarse la “música culta”– innegablemente ocupa un lugar en el entramado y la reproducción de las relaciones de poder. Sin embargo, para Carpentier no se trata sólo de eso: permanecer en ese nivel de análisis supondría una lectura parcial y simplista.

     Por el contrario, la experiencia operística transforma al indiano: tras la representación se siente un extraño, “fuera de sitio”; gracias a eso, ahora puede ver cosas que antes no veía, puede articular y expresar nuevas ideas y, en definitiva, volver a América ya no como “espectador” sino como un “actor” de su propia realidad. Vivaldi no se equivoca cuando sostiene que su ópera –en definitiva, cualquier ópera– es una ficción, sin ninguna pretensión de relatar una supuesta verdad histórica. Pero lo que Carpentier muestra con la transformación de su protagonista es que el arte –en este caso esa particular combinación entre teatro y música que es la ópera– puede cumplir un rol fundamental en la manera en que nos vinculamos con el pasado. Al igual que le sucede al indiano, la ópera nos permite ver cosas que antes no veíamos, problematizar elementos que parecían “naturales” y, en definitiva, reflexionar sobre la sociedad que la creó y las razones por las cuales todavía tiene un mensaje para dar. Es ahí donde Vivaldi se equivoca: la ópera es cosa de historiadores. Como se afirma en la novela, la “ilusión escénica” propia de la ópera tiene el potencial de “sacarnos de donde estamos para llevarnos a donde no podríamos llegar por propia voluntad (…) Gracias al teatro podemos remontarnos en el tiempo y vivir, cosa imposible para nuestra carne presente, en épocas por siempre idas”.

     No resulta para nada fortuito que Carpentier ponga estas palabras en boca de Filomeno. Una vez producida esta transformación subjetiva, existencial, del indiano, los roles se invierten: la relación Amo-criado que lo unía con Filomeno se trastoca, se desarma. Es Filomeno quien ahora actúa como un guía para el indiano. ¿Por qué puede hacerlo? Porque desde su ingreso en el relato, es el actor de su propia vida, es quien permanentemente se encuentra “fuera de sitio” y quien reconoce que esa extrañeza abre nuevos horizontes. Filomeno funciona como la encarnación de un sustrato eminentemente democrático, que se nutre de experiencias pasadas –la recurrente historia de su antepasado que derrotó a un pirata europeo y consiguió así ser libre, que llega a sugerir como posible tema para una ópera– para alcanzar la revolución, la emancipación social y que, al mismo tiempo, abraza la posibilidad de imaginar nuevos futuros. Por ese motivo, no regresa con el indiano, sus caminos se separan –en otro “salto” temporal– en la estación de ferrocarril y Filomeno se dispone a asistir al concierto que otro extraño, igual que él, brindará en Venecia. Finalmente, el indiano reconoce que América es indescifrable, un misterio, una incógnita cuando se la piensa desde los marcos de referencia europeos impuestos tras la Conquista. Vivaldi no entiende a América –no puede hacerlo– porque, desde su posición eurocéntrica, allí “todo es fábula” y lo fabuloso es irracional y pertenece al pasado. No obstante, gracias a Filomeno, el indiano –y probablemente también nosotres como lectores– descubre que es en ese mismo “carácter fabuloso” donde se puede encontrar la materia para la transformación. Lo fabuloso es aquello que escapa a los esquemas dominantes del poder; es aquello que mira al pasado, pero sin estar anclado a él; aquello que permite imaginar, pensar, crear otros futuros, otros tiempos. Es lo que Carpentier hace durante todo el transcurso de la obra y lo que hace de Concierto barroco una novela fabulosa.

 

FEDERICO RAMÍREZ

Es Profesor en Historia (FaHCE-UNLP). Sus temas de interés se centran en la historia de Europa durante el siglo XIX y en la historia social y política de la ópera.

Los sufrimientos del joven Werther (1774), JWvonGoethe

NOVELA/SOCIOLOGÍA

HERNÁN CANEVA



Los sufrimientos del joven Werther (1774)
de Johann Wolfgang von Goethe

WERTHER

Preámbulo amoroso

     En las sociedades del siglo XXI, férreamente interconectadas por sofisticados mecanismos de la comunicación, que permiten que dos personas en puntos absolutamente equidistantes del globo se envíen mensajes escritos o audiovisuales de forma inmediata, curiosamente (o no tanto), los lazos sociales se encuentran debilitados. Específicamente, la cuestión amorosa parecería encontrarse en crisis, ya sea por el carácter voluble de las relaciones amorosas, por la intercambiabilidad de personas en un mercado de afectos y/o por los “efectos” que el pragmatismo del “no compromiso” dejan en la psiquis de los individuos. Una presencia de baja intensidad, la que se consagra mediante las nuevas tecnologías de la comunicación, reemplaza la fría, rotunda, inexplicable e injusta ausencia de tiempos de antaño. 

     En cualquier caso, las pasiones fuertes que despiertan el vínculo amoroso se encuentran mayormente domesticadas o atenuadas por un conjunto de redes virtuales que “conectan” a las personas liberándolas de cargar con los aspectos indeseables del otro/a. En nuestro mundo actual, son los individuos quienes cargan el peso absoluto de su existencia, por lo que se encuentran exceptuados/as de cargar la pesada cruz de la alteridad. De esta forma, los lazos sociales, cada vez más líquidos y fugaces, se vuelven asimismo menos profundos y significativos. La singularidad de las cosas y de las personas así como su perdurabilidad en el tiempo desaparecen para dar paso a una “experiencia”, que se basa en la posibilidad ilimitada de un ego para incorporar y desechar lo diverso. 

     Bajo estas condiciones socio-afectivas, resulta difícilmente imaginable una historia como la que vengo a contarles. Sin embargo, tras la presunta conciencia pragmática y la liquidez que se imponen en el mercado digital de los afectos, todavía vivimos en sociedades constituidas por personas perdidamente enamoradas. El amor sigue siendo una idea sustancial, que requiere ser narrada y significada. Detrás de la aparente liviandad de las relaciones amorosas, se esconde una profunda y gravitatoria nostalgia, que quizás tenga que ver con que el amor, aún revestido de un manto sagrado, ha devenido un significante vacío, o bien una promesa inalcanzable.

     Esta es la historia del “perfecto enamorado/a”, es decir, la historia de alguien que pierde (literalmente hablando) la cabeza por amor. Las consecuencias de un enamoramiento psicótico, como podrán observar, son desastrosas. La abrupta pero anticipada auto-cancelación de un joven suicida distan del espíritu positivo y liviano que hoy predomina en el lenguaje accionalista de las relaciones afectivas; sin embargo, el joven que es hablado por esta novela de hace más de 200 años comparte con las generaciones actuales ciertos rasgos de ansiedad y depresión que encienden una alarma para todos/as quienes deseamos una existencia plena para el conjunto de los seres vivos. 

 

Werther: el joven que se perdió a sí mismo por un amor imposible

     La historia se resume más o menos así. Werther era un joven artista de la aristocracia europea, un amante de la naturaleza, que disfrutaba de los regalos que esta le ofrecía, sobre todo en las estaciones de florecimiento de la vida, como la primavera. El joven, que pertenecía a un mundo (a una clase social) fríamente racionalista, se encontraba tan vivamente encantado por la belleza de lo natural, como desencantado por las miserias de la condición humana. 

     En un pequeño pueblo al que se había mudado temporalmente para pintar, lo invitan a una fiesta a la que irían otros/as jóvenes. Él se ofrece a llevar a en su carruaje a unas señoritas, y a Charlotte, una joven a quien tenían que recoger de camino al baile. Una de las señoritas del carruaje le cuenta a Werther sobre los encantos de Charlotte, y le anticipa que no debe enamorarse de ella, puesto que se trata de una mujer que no se encontraba “disponible”. 

     Cómo suele suceder, estas palabras resultaron una profecía antocumplida. Werther conoció a Charlotte y al instante quedó perdidamente enamorado de ella. Pero Charlotte era, como le había remarcado aquella señorita, una mujer imposible. La imposibilidad de su amor se debía a la sencilla razón de que ya estaba comprometida con otro hombre (Albert). Bajo las costumbres de finales del siglo XVIII, romper tal compromiso, aunque no era inimaginable, resultaba indigno para damas y caballeros respetables. 

     El caso es que el joven Werther supo desde el primer momento que no debía enamorarse de aquella mujer prohibida, pero traicionando toda racionalidad (la racionalidad de la que estaba hastiado), se embarcó en una aventura que lo condujo progresivamente al delirio, al desencantamiento del mundo y a una pena insoportable. Werther cortejó cuanto pudo a Charlotte, pero con el tiempo acabó comprendiendo que su empresa lo hundía más y más en el dolor provocado por la imposibilidad de aquel romance. Su empresa acabó en el final más triste que pudiera sospecharse: se quitó la vida. 

 

¿(No) Superar? las penas de amor

     Arribé a la lectura de Los sufrimientos del joven Werther, famosísima novela epistolar publicada en 1774 por el autor alemán Johann Wolfgang von Goethe, mediante Roland Barthes, quien en el libro Fragmentos de un discurso amoroso (1977), retoma esta historia de amor. Cuando leí la obra de Barthes, comprendí el lugar del enamorado como el de quien enciende su hoguera con la leña de las imágenes. Es decir, el enamorado/a cree ciegamente en una idea, más que en sus sentidos. El enamoramiento es un estado, entonces, que implica mucho más a la mente que al cuerpo, o mejor dicho, que demuestra cómo los pensamientos afectan al cuerpo, a los sentidos y a las emociones. 

     La brasa poco vigorosa que enciende el fuego del enamorado/a se constituye de episodios efímeros y probablemente inconexos, sobre los que él/ella se esfuerzan por dar consistencia. La imagen del ser amado/a no es más que un arquetipo que se construye con probables encuentros que dieron pistas de mutua atracción, con probables miradas y probables palabras que evidenciaron el mensaje cifrado de una unidad. A medida que el tiempo pasa, el enamorado/a habita su errabunda colección de imágenes, fabricándose muy buenos discursos y muy buenos argumentos para “sostener” lo que de otro modo se caería: su tenaz creencia en la correspondencia de ese amor. 

     Roland Barthes encontró en la historia de Werther y Charlotte un ejemplo del problema del enamoramiento como un estado psicótico y montó sobre la misma un conjunto de explicaciones muy ilustrativas. En la novela de Goethe, tal es el flagelo que siente el joven desencantado, que lo obliga a arremeter contra su propia existencia. El suicida se despide de su amada imposible y de sus seres queridos, dejando una carta, en un acto presuntamente altruista (para no molestar más a nadie) y con la certeza de un encuentro en el más allá. 

 

El enamorado/a y el pobre mundo de las imágenes

     Werther vivió y murió en una época (finales del siglo XVIII) donde las imágenes funcionaban como poderosas evidencias de lo real. En efecto, él era pintor. No vivió en la era del smartphone y de la publicación de “historias” en Instagram, pero su época y esta tienen mucho en común. En la época actual, las personas viven enamoradas de imágenes, que se hacen públicas y se extinguen en poco tiempo, reemplazadas por nuevas imágenes. Las imágenes, como hemos dicho antes, son necesarias para el enamorado/a, quien se alimenta de ellas.

     Ahora bien, las imágenes, que sirven para recordar, también llevan consigo el sello de la ausencia. Quien evoca imágenes en su memoria, en general, es porque ya ha dejado atrás esas vivencias, esos lugares, esos aromas, esos brazos. Tal es la degradación del mundo de las imágenes, que la gran mayoría de ellas se borronean y amenazan con desaparecer de la mente del recordante. 

     Pese al mandato de “soltar” –propio de nuestra época- creo que sobrevive en nuestra cultura el imperativo o la necesidad de recordar al ser amado, así como un espíritu nostálgico que se regodea en la dulce y al final, frustrada posibilidad del retorno. Sigue estando presente, y tan fuerte como en los años de Werther, el mecanismo de romantizar el pasado, de preservar una creencia en el carácter impoluto del ausente, y en contrapartida, la degradación nihilista de lo que está presente. 

     En nuestro mundo, los sentidos están fulminados por la imagen y por la “infomanía”, que es una obsesión por aprehender el mundo a través de la información, a desmedro de la materialidad de la vida. Pero a pesar de lo que sostiene el filósofo Byung Chul-Han en el libro Ausencia (2007), para quien la cultura occidental no sabe habitar la ausencia, en nuestro tiempo el otro/a concreto sigue siendo alguien descuidado, frente al otro/a ausente, el ausente de los fracasos amorosos, el ausente por la muerte, y peor aún, el ausente por incomunicación. La ausencia continúa siendo mucho más poderosa que la presencia. 

 

¿Qué tan líquido es el amor en nuestra época?

     Siguiendo al sociólogo Zygmunt Bauman en el libro Amor líquido (2003), nuestras sociedades se constituyen -cada vez más acentuadamente- de individuos que se esfuerzan por permanecer relativamente “sueltos” ante cualquier tipo de relación afectiva. Si bien la cuestión amorosa está en el centro de la escena social y cultural, pues estamos en épocas donde existen redes sociales que construyen sus propios rituales con el objetivo de ligar a los sexos, predomina una cierta mentalidad pragmática mediante la cual los individuos podrían entrar y salir de las relaciones amorosas sin verse afectados/as por sus defectos o características menos agradables. 

     En el mercado de afectos que predomina en el mundo actual, una figura idealista, romántica y trágica como la del joven Werther no tendría lugar, puesto que no encajaría con la mentalidad instrumental y calculatoria que se requiere para jugar el juego amoroso. Sin embargo, Werther aunque fervoroso en sus pasiones por Charlotte, mantuvo cierta compostura racional frente a Albert, el hombre que involuntariamente arruinaba sus sueños y fantasías. Tal es así, que Werther no tuvo más remedio que volverse amigo del prometido de su amada, a quien consideraba un hombre sensato, a pesar de que en su fuero íntimo, era tan consciente de lo irremediable de la situación, y más aún, del sufrimiento que no cesaría de aquejarlo, que decidió huir del mundo. 

     Ahora bien, no creo que en su comportamiento Werther fuera todo corazón, todo pasión, y nada de racionalidad instrumental. Y para continuar el contraste de época, tampoco creo que la subjetividad postneoliberal de la actualidad sea puro pragmatismo libertario. Por ello, no me termina de convencer la tesis de Bauman de que en el mundo actual las relaciones afectivas se hayan vuelto “líquidas”. Creo, por el contrario, que sigue habiendo un componente que espesa la liquidez de las relaciones amorosas: la no comunicación.  

     En efecto, la más dolorosa ausencia amorosa, en nuestra época, no es la de quien se ausenta por la muerte, como el joven Werther, que se volvió absurdamente ausente tras el suicidio, sino la ausencia de quien deliberadamente decide dejar de hablarnos. Se trata de una ausencia voluntaria, a la que se juega casi deportivamente en las redes sociales. Una costumbre libertaria muy cara al neoliberalismo, cuyos efectos psíquicos en el otro/a encienden una alarma y deberían examinarse con mayor pesquisa. 

     La angustia, la ansiedad y la depresión, problemas de salud mental que subyacen a tan quebrantable coraza de autosuperación que se impone en el presente, son temas que la lectura de Werther nos obliga a continuar profundizando, en tiempos donde predominan las ausencias de la comunicación y la estigmatización de toda alteridad.  

     Claramente, este análisis no alcanza a descubrir la trama profunda de Werther, ni pretende hacerlo. Pero sí invita a plantear una pregunta sociológica que enmarca a la cuestión amorosa, y al enamoramiento como un estado de alienación: ¿por qué las personas continúan enamorándose así, en un mundo que ofrece una variedad de placeres?, ¿han cambiado las formas del enamoramiento?, ¿por qué, a pesar de la liviandad de los lazos sociales, duelen tan fuerte el desengaño, la crueldad y el abandono? 

HERNÁN CANEVA

Es Licenciado en Sociología de la Universidad Nacional de La Plata. En 2019 defendió su tesis de Doctorado en Ciencias Sociales, titulada “Disputas por el aborto en Argentina. Análisis de discursos en dos organizaciones (2014-2016)”.

Memoria de las especies (2022), Frangi

NOVELA

LUJÁN TRAVELA



Memoria de las especies (2022)
de Katherina Frangi

9789873746581

Hasta sacar alas de los hombros

Todavía sobrevive algo que se contrae

y se distiende debajo de algunas superficies

y fluye un cierto frescor de aguas remotas

y se escuchan tejidos agonizando

José Watanabe

 

Confusamente alegres, improbables, no acosan al mundo con preguntas. No le exigen trastiendas. La intensidad no busca recompensas.

María Negroni

     Todo texto literario conjura su propia teoría poética y ensaya una mirada del mundo. “Como animales”, sugiere desde su inicio Memoria de las especies, la primera novela de Katherina Frangi, publicada por Club Hem en julio del 2022. Como animales es la única garantía de vivir, más que tan solo sobrevivir, cuando el mundo se derrumba. En torno a esta premisa, la novela se despliega como un espiral de ruinas y desafía a le lectore a recomponer una imagen fragmentaria, en la que fulgura, pese a todo, como nos lo enseña Didi-Huberman, un secreto ardiente que nos atrae como mariposas.

     Dividida en dos partes, Memoria de las especies nos impone una permanente reconfiguración porque lo que está en juego es nuestra capacidad –nuestra creatividad– de adaptación. Así, en cada capítulo o fragmento, se produce un cambio de narradore y escenario, como si estuviéramos en una ronda reunida alrededor de un fogón en la que cada une ofrece una versión siempre inacabada, como piezas de un rompecabezas que no terminan de encajar. Se forma de este modo una ilusión coral y contamos apenas con indicios, retazos, para reconstruir los itinerarios parciales de cada personaje que toma la palabra y nos apostrofa, a nosotres, lectores, bajo la forma de una señora: estas voces reclaman nuestra atención porque solo si las escuchamos quedará el testimonio de su supervivencia. 

     Estamos ante los remanentes humanos de la Gran Inundación, el agua ha subido, o la tierra ha bajado, y ahora los mapas ya no ilustran el territorio, no hay dibujos que nos ayuden a entender, se ha perdido la posibilidad de representación porque el mundo es irreconocible, se han borrado los límites que delinearon la experiencia de la Modernidad, se han borrado sus instituciones, los fundamentos de la racionalidad y la civilidad. Subió el agua para lavarlo todo, darle a la humanidad un bautismo secular, ahora para ser a imagen y semejanza no de nadie sino de lo que vendrá. Lo que queda de las personas se han agrupado nuevamente en clanes, han formado comunidades cuyo sentido de pertenencia aún no se ha traducido en palabras pero que se expresa en un movimiento: el nomadismo, que es, a su vez, mutación y mudanza. Estos nuevos humanos han encontrado una clave para refundarse, con sus viejos restos, documentos benjaminianos de una barbarie ahora ilegible:

     “Las formas más originales empezaron a llegar a los diez días: los cuerpos desarmados, los intestinos que se anudaban y se resbalaban de las manos. Cuando apareció Fisón, por ejemplo, fue con el pulmón abajo del brazo y un tajo que dejaba ver hasta el apéndice. Nos volvimos locos tratando de adivinar el color original […] El pulmón lo perdimos en la montaña de cuerpos y él se cosió igual”.

     Como vemos, la catástrofe impuso la descomposición como principio constructivo de una nueva era, pero en un movimiento múltiple que implicará también una recomposición otra. Estos post-cuerpos –o pre-cuerpos– son la materia viva en la que se encripta una verdad originaria, que impulsará el devenir. Como explica Deleuze, los devenires son procesos que no deben ser juzgados por su resultado posible sino por la cualidad de su curso y la potencia de su continuación, y allí es donde nos coloca Memoria de las especies. Esta novela pone en juego “zonas de intensidad liberadas donde los contenidos se liberan de sus formas, y las expresiones, del significante que las formalizaba” (Deleuze y Guattari). La individualidad desdibuja sus fronteras para trazar, en el contacto y la superposición de los cuerpos, una curvatura en expansión que abarca todo lo existente y lo trastoca. Empíreo, uno de los personajes que crea Frangi, va a decir que “hay que tocar el centro del caos para salir intactos”. Pero del centro del caos, emerge la cifra que exacerba lo que estos cuerpos ya sabían, una memoria que vibra como un lenguaje antiguo y magnético que los reúne: los sujetos nunca se encuentran completos y acabados, la precariedad les es intrínseca y su potencia radica en la capacidad de agenciarse con otros (Butler). Esta es la memoria de las especies, una poética del devenir, y en especial, del devenir animal, en la medida en que podemos parafrasear a Vallejo y afirmar, con Katherina Frangi, que somos “antes y después del hombre”, animales.

     Así, mientras nos salen alas de los hombros, o nos debatimos si es mejor convertirnos en ratas, perseguimos una promesa, Meliquina, que tracciona nuestra lectura como una latencia de sentido(s). Avanzamos, como los personajes, por los senderos de un bosque confuso y en el Sueño, participamos con ellos de la construcción colectiva e hipnótica de otro mundo. Pero cuando llegamos, en Meliquina nos espera lo que ya habíamos visto en el Cine, escenario del primer apartado de la novela, donde “se podía ver todo”: el sentido como construcción única, hermética, autoconclusiva, es otra institución en descomposición. Por eso, también la lengua se descompone, es cambiante, quedan partes, deviene animal y arrastra las voces de quienes narran hasta convertirlas en graznidos, rugidos y chillidos. 

     ¿Quién nos habla? ¿Quién puede completar esta historia? ¿Qué retorno pregonan estos personajes? ¿Qué solución es la que propone Memoria de las especies? Katherina Frangi configura un dispositivo lúdico en el que le protagonista es le lectore. Su novela, como la Literatura, está ahí para formular preguntas, señalar el mundo y horadar sus sentidos cada vez más amenazados por olas y maremotos que tal vez se lo lleven todo. Ante esta evidencia, la autora nos arroja un relato que no es un anclaje, es una línea de fuga y transmigraciones, y cada quien tendrá que correr su propia suerte, encontrar en los huecos del laberinto un atajo (y reconocer, quizás, la ternura del animal). La sentencia es de Wilde: quien busca bajo la superficie lo hace bajo su propio riesgo. Mientras, la novela permanecerá, al igual que los cuerpos que la conforman, fragmento sobre fragmento, tejido sobre tejido, que, en palabras de Frangi, “cuando nos extingamos van a seguir mutando, van a dejar de ser sonido para convertirse en luz o en algo nuevo que todavía no hay. Y por ahí empieza todo de nuevo”.

LUJÁN TRAVELA

Es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. En abril del 2023 comenzó sus actividades como becaria del CONICET para realizar el Doctorado en Letras con una investigación sobre Alberto Szpunberg. En el 2022 publicó su primer libro de poemas Las marcas de lo que fui bajo el sello Charco editora.

Eva Perón. ¿Aventurera o Militante? (1966), Sebreli

ENSAYO/HISTORIA
ENRIQUE EUSEBIO Y ABEL RAMÍREZ (¿CARLOS OLMEDO Y OSCAR TERÁN?)*




Eva Perón. ¿Aventurera o militante? (1966)
de Juan José Sebreli

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J. J. Sebreli y la cuestión bastarda. A propósito de Eva Perón. ¿Aventurera o militante?

La rosa blindada, 1966

     Toda crítica pone sus propios límites. A la presente no le interesa sino ubicar la última obra de Sebreli en el nivel de análisis que nos permita señalar y superar sus limitaciones y sus equívocos, negándonos de este modo al holocausto del concepto puro de cierta izquierda que  se ha convertido en el objeto de su propia contemplación. Nos desentendemos, por eso, de las motivaciones – nobles o espurias, no nos interesa- que han llevado a su autor a publicar esta obra; ella está ante nosotros, y hay otras cosas acerca de las cuales interrogarla. 

     Finalmente, reiteramos uno de los lemas de nuestra sección: la crítica de una obra tildada de superficial no puede agotarse en el regodeo de esa superficialidad, a riesgo de padecer el defecto que pretende impugnar.

     Sebreli ha intentado el análisis de un fenómeno que por sí mismo es fundamental para nuestra tarea histórica, ya que implica una valoración del proceso peronista. ¿Responde su obra a tan alta expectativa? Veámoslo. 

     Eva Perón, aventurera o militante es un título que coloca a su autor desde el comienzo bajo la autoridad de Sartre, padrinazgo que, por otra parte, Sebreli se ha encargado de subrayar reiteradamente. 

     Por eso, para apreciar esta obra decidimos elevarla a la fuentes teóricas del maestro, una vez recortado el núcleo temático en torno del cual pueden leerse con mayor provecho sus significaciones. Ese núcleo –la “cuestión bastarda”- no es difícil de detectar. De ahí que el largo desarrollo que acerca de esta categoría hacemos no sea gratuito: discutir la utilización de este concepto, supone cuestionar toda la obra que nos ocupa. Pero veamos cómo somos conducidos a él.

     El objetivo explícito es el de delimitar “el papel que juega el individuo y la parte que corresponde a la situación histórica en la obra de Eva Perón”, con una concepción concreta y totalizadora que abarque, relacionándolas entre sí, las tendencias económicas, sociales, culturales, psicológicas y morales de la sociedad argentina. Se reconoce el intento: “En una estructura cada elemento no es una etapa intermediaria en la constitución del tono sino la expresión particular de la totalidad que se reflexiona inmediata y totalmente en ellas. No existe otro camino para superar la paradoja de la autonomía y de la dependencia simultánea del elemento en relación con el conjunto y para concebir la síntesis de la heterogeneidad”, nos ha dicho J. Poulion. Y ya para el Sartre de El ser y la nada era una “relación de totalidad a estructura parcial. La visión del proyecto total permite ‘comprender’ la estructura singular considerada (…) Se trata (…) de desprender las significaciones implicadas por un acto –por todo acto- y pasar a de allí a significaciones más ricas y  más profundas hasta que se encuentre la significación que no implique ya ninguna otra significación y que no reenvíe más que a sí misma.” Pero sólo cuando el existencialismo sartreano decide dejar de ser un “sistema parasitario al margen del saber”, esta línea metodológica se va a expresar en la búsqueda de una teoría de las mediaciones que integrará el psicoanálisis entre sus herramientas conceptuales, y que se pensará cómo un enriquecimiento de la teoría marxista. Se sabrá luego si Sebreli ha logrado movilizar esas “mediaciones”.

     La individualidad recortada es la de una mujer que experimentó a los siete años el sentimiento de “ser distinta”, al asistir –como hija natural- al velatorio de su padre: la impronta de la marginalidad –nos dice Sebreli- había caído pesadamente sobre ella. Ingresamos de este modo en la aplicación de la categoría de bastarda a Eva Perón quien, bastarda por ser hija ilegítima, lo será también por su doble pertenencia a clases distintas y por su condición de emigrada del campo a la ciudad. Y aprendemos que esta marginalidad (o bastardía) conlleva una cuota de lucidez: estos individuos, “extranjeros en el mundo”, con cierta “distancia para mirarlo”, pueden criticar a ese mundo y evadirse de su propia clase. ¿Ejemplos de bastardos?: “El lisiado, el judío, el negro norteamericano, el homosexual.” Es la condición de tantos personajes del teatro sartreano: el Orestes de Las Moscas, el Hugo de Las manos sucias, el Goetz de El Diablo y el bueno Dios, y el caso viviente de Jean Genet.

     Ha sido Francis Jeanson quien ha señalado con acierto este tema central de la obra de Sartre, y quien ha planteado objeciones de interés a la posición del existencialismo francés –si bien trata de “salvar” de ellas a una parte de la obra de aquél, aun contra el mismo Sartre  (que se relea si no la interpretación que hace de la libertad aristocrática de Las moscas). Veamos cómo describe la situación del bastardo Orestes: “La desesperanza está en este ´exilio´ fuera de la totalidad envolvente y protectora”, o de Hugo: “No estando fundado en nada, no teniendo su sitio en parte alguna, Hugo carece en sí mismo de realidad”. Es lo que expresará el bastardo Goetz: “Desde mi infancia miro el mundo por el ojo de la cerradura: es un bello y pequeño huevo pleno donde cada uno ocupa el lugar que le ha sido asignado, pero nosotros no estamos dentro. ¡Fuera!”

     Estos bastardos de Sartre cuestionan en su ser de bastardos el ser del sistema: helos aquí, carentes del “espíritu de seriedad” descripto en El ser y la nada (aquél ante cuyo paso “los valores se levantan como perdices”) distintos del burgués, cuya integración en el sistema es total -dueño de la cultura por serlo de la materia- y para quien el mundo es – como diría Leibniz- “el cálculo de Dios.” Y he aquí a Eva Perón, situándose a través de su relaciones sexuales no legalizadas por el sistema “al margen de la sociedad”, pero liberándose por su marginalidad de “la dominación de un solo hombre” y mostrando con su independencia “una superioridad respecto de la honesta ama de casa pequeño burguesa.” Ante estos resentidos lúcidos, nos dice Sabreli, el sistema peligra: “La amante, la mujer adúltera, la madre soltera, el hijo natural –como por otra parte el aborto y la homosexualidad- ponen en peligro la organización y la transmisión de la propiedad doméstica considerada como derecho natural”; …”Aquellos a quienes la sociedad arroja al margen intentan a su vez negar a la sociedad.” Empero, cabe preguntarse: ¿Puede la carencia de ser -la Nada, para decirlo de una vez- reconocer un empuje unidireccional hacia una opción social determinada?; ¿no hay marginalidades que se ofrecen como opciones dentro del sistema, y a las que el sistema absorbe y legaliza sin alterarse? Estas preguntas apuntan a un blanco preciso: suscribir las afirmaciones citadas es confundir marginalidad con negatividad, y esto tiene implicaciones en las que vale la pena detenerse.

     Entendámonos: no se trata de negar la importancia de los fenómenos de marginalidad dentro de la sociedad capitalista sino de interpretar con justeza el signo político de su dinámica. Porque si es verdad que la falta de inserción en una sólida estructura material prepara el surgimiento de un bastardo, no es verdad que un bastardo deba devenir un negador del sistema: la bastardía no define per se los límites de sus opciones sociales.  Y no son pocos por cierto los que han aceptado las opciones propuestas por el propio sistema: allí están, apoltronados en sus sólidos cargos, homosexuales, “amantes libres”, lisiados, judíos, partidarios del aborto y la iracundia. Pero lo más grave de las implicaciones que estamos examinando puede leerse en esta afirmación de Sebreli: “Y junto con las grandes conciencias de los bastardos… exiliados de la sociedad también lo están los proletarios, los colonizados, todos los oprimidos de la tierra”; afirmación que precede y prepara a esta otra: “Eva Duarte estaba destinada a reconocerse en estos hombres y encontrar en ellos a sus semejantes”. La confusión de marginalidad con negatividad ha rendido sus frutos: le ha permitido a Sebreli convertir el complejo proceso que articuló la historia personal de Eva Perón con la del proletariado argentino en una cuestión de destino. Y si basta apelar a la bastardía de Eva Perón para dar cuenta de semejante destino, no se ve cómo disolvería la “teoría del bastardo” los múltiples contraejemplos proporcionados por las vidas de los múltiples bastardos que no eligieron lo que Eva Perón, encarnando de ese modo las diferencias entre marginalidad y negatividad. Basta con repasar los ejemplos que se nos han propuesto de la categoría en cuestión para advertir una significativa heterogeneidad: el lisiado, el judío, el negro norteamericano, el homosexual, la prostituta, el proletario… No es que la heterogeneidad radique en que unos sean “grandes conciencias” y otros no; radica precisamente en el grado de negatividad radical latente en la marginalidad de cada uno de esos “casos”. Porque sólo para uno de ellos –el del proletariado- toda posibilidad de negar la marginalidad en que vive pasa por la necesidad de negar radicalmente la sociedad que la hizo posible. Por supuesto, esto implica una concepción del proletariado: en principio ella desecha la posibilidad de definirlo por el mero recurso a los criterios de explotación desnudez y pobreza, porque entiende que esos criterios se encuentran cargados de una significación decisiva: el proletariado no es una clase entre otras; no se cometen contra él desafueros parciales, sino el “desafuero total”. De otro modo: nos negamos a ver en la miseria sólo la miseria, vemos además su costado subversivo. Aún de otro: distinguimos al pobre -que, atormentado por el hambre, incapaz de alcanzar la conciencia política, desamparado por la huelga a la que vive como una amenaza, está solo y ciego- del proletario, ese hombre que se ha abierto a la conciencia revolucionaria por el exceso “natural” de sus privaciones y desdichas. Así, la voz del proletario “ejecuta el juicio que la propiedad privada pronuncia contra ella misma produciendo al proletariado, como ejecuta el juicio que el asalariado pronuncia contra sí mismo produciendo la riqueza de otro y su propia miseria.” Porque si el burgués es burgués en el consentimiento de su alienación, el proletario se hace proletario en el rechazo de la suya. (No se dice otra cosa cuando se habla de la burguesía como una clase objeto, definida desde afuera, y del proletariado como una clase sujeto, que debe definirse a sí misma en su acción revolucionaria. O cuando se dice que el proletariado será revolucionario o no será).

     En síntesis: todos los otros “casos” remiten cuando más a “clanes” y no a una clase social con “cadenas radicales”, “una esfera que posee carácter universal por sus sufrimientos universales” y “que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas.” La marginalidad de estos “casos” no alcanza a una auténtica negación “desafuero puro y simple” por lo que éstos siempre tienen reivindicaciones particulares que reclamar: legalidad del aborto, del divorcio, de la homosexualidad.

     Porque es necesario ver que hasta tal punto el bastardo ingresa en su situación desde el punto de vista del individuo, que su subjetividad –que si es marginal lo es porque ha sido marginada por la estructura social- operará en múltiples circunstancias como una valla para integrarse incluso con sus hermanos de bastardía; de allí la imposibilidad de los bastardos para constituirse en grupo comunitario (imposibilidad expresada literariamente por las sirvientes y los negros de Genet, la prostituta y el negro de La mujerzuela respetuosa de Sartre). Y el drama de esta individualidad inesquivable se ubica en el marco de todas las negaciones inmediatas. Hegel ha ejemplificado este tipo de movimiento en la actitud del cristianismo ascético: negando el cuerpo por la flagelación no alcanza su superación sino, por el contrario, su existencia en el dolor. El bastardo que niega a la sociedad que lo margina lo hará asumiendo las connotaciones de que el sistema lo ha cargado: el negro asumirá la “negreidad”, el judío la “judeidad”, la mujer la “femineidad” como su esencia. Pero este movimiento legítimo como toma de conciencia primera de su situación, se esteriliza si no opera una negación de la primera negación. Así, el bastardo sólo devendrá revolucionario si advierte que su bastardía tiene su origen en un orden social que desborda su situación particular y que se asienta en la esencia del capitalismo. De lo contrario, si permanece en la negación inmediata, su movimiento estará condenado a la particularidad: la lucha por el reconocimiento del judío deviene sionismo, la lucha por el reconocimiento de la mujer deviene feminismo, etcétera. Movimientos que el orden actual acepta porque canonizan su “tolerancia liberal”. Y no podría ser de otro modo, porque ¿qué es lo que cada bastardo pide que se le reconozca sino su esencia? (el negro su “negreidad”, la mujer su femineidad, etc.) Y bien, sucede que esta esencia es la que el sistema mismo les ha constituido… Por otra parte, la sociedad burguesa vive en una “economía de compensación” por la que no vacila a veces en confesar los conflictos accidentales para enmascarar mejor los fundamentales: las rebeldías de los bastardos juegan entonces un papel catártico, “inoculando un poco de libertad bajo la costra de los valores burgueses.” 

     A esta altura nuestro análisis cree haber extraído las consecuencias de la heterogeneidad que impugnáramos en la  casuística bastarda que nos propone Sebreli, por lo que las razones de tal impugnación pueden ahora reexpresarse de este modo: hacer del proletariado un  “caso” del bastardo es hacer del proletariado una clase “bastarda” (ya que lo que constituye al proletariado no es la suma de los proletarios, sino la interacción de sus perspectivas). Hacer del proletariado una clase bastarda no es más que impostar una categoría para hacerla coincidir con los individuos señalados como bastardos. Y de allí a las “cuestiones de destino” no hay más que un paso.

     La pretendida universalidad de la categoría de bastardo la hace sospechosa: el bastardo que se nos propone deviene un tipo inmemorial que termina por representar la Pasión del Hombre Desolado. En suma, la categoría de bastardo postula para sus “casos” lo que Hegel llamará una mala identidad – “esa identidad abstracta que no integró las diferencias y no sobrevivirá a sus manifestaciones”.

     Hemos visto la imposibilidad de aplicarla al proletariado, si al mismo tiempo denota casos cuya marginalidad puede intentar negarse sin negar radicalmente la sociedad que la produjo. Por otra parte, podría pensarse que, siendo la bastardía drama de individualidades, mal podría vinculársela con clase alguna. Pero hay sin embargo una clase cuyos miembros viven justamente en la negación de la existencia de las clases –verdaderos Cruzados de la Persona y la Familia-: la clase que consume esas patrañas es la pequeña burguesía (la gran burguesía vive de ellas, las utiliza).

     Así, no carece de sentido retomar ahora la categoría de bastardo, situándola en el marco de la experiencia vivida por los miembros de la pequeña burguesía. Porque estos pertenecen a una clase que no se autoabastece de realidades, y que por ello está “condenada a ser libre”: su libertad, empero, es meramente formal; cuando pretendan darle contenido descubrirán la negación que la habita: los términos de sus opciones no podrán hallarlos sino afuera, en la gran burguesía o en el proletariado. Vaciada de realidad por su inexorable proceso histórico, a esta clase sólo le queda el formalismo del “deber ser”. A falta de materialidad, vive en una hipertrofia de la conciencia moral: donde el burgués y el proletario tienen causas reales, intereses materiales, el pequeño burgués tiene “problemas morales”, “razones éticas”. Ya nos lo decía El ser y la nada: “La conciencia es el ser que es lo que no es y que no es lo que es”… “El para sí, al ahondar en el mismo como conciencia de ser ahí, no descubrirá en sí sino motivaciones…, será remitido perpetuamente a sí mismo y a su libertad.” Condenándola a vivir en lo ilusorio, en lo imaginario, “la cámara oscura” de la sociedad burguesa impone a la pequeña burguesía las imágenes invertidas de un mundo sin clases, de un Hombre Universal y Eterno, de una vida esencializada en destino, de una violencia a la que se da el nombre de Fatalidad. El pequeño burgués encuentra preparado de este modo un “menú ideológico” compuesto de sobrantes: consumiendo normas y representaciones degradadas y envejecidas, repite en Comedia lo que alguna vez se hizo en Tragedia. Toda dialéctica real suprimida, toda complejidad de los actos humanos abolida, este mundo sin contradicciones se desprende de todo rastro que denuncie su producción por los hombres: su historia se evapora, se naturaliza

     Sobre este fondo podremos recortar ahora ciertas figuras concretas de bastardos, cuya segregación se opera, o bien por el resentimiento creado por las violencias sufridas en este Orden que se piensa como el Orden de las esencias, o bien por la afección de ciertas conciencias que salen al encuentro de la ideología del sistema –las conciencias de los intelectuales pequeño burgueses disconformes-. Estos “exiliados de la Totalidad” gritarán el carácter irrespirable de la atmósfera pequeño burguesa: sus conciencias “fuera de la ley” denunciarán la farsa. (El Orestes de Las moscas hará a los pobres hombres de Argos “el regalo de la soledad y la vergüenza”, les arrancará los paños con que Júpiter los había cubierto y les mostrará súbitamente su existencia, que les ha sido dada para nada.)

     Puestos “fuera del fuego”, verán lo que los otros no ven o logran disimularse: el carácter tramposo de las reglas. Lúcidos por bastardos, tanto más bastardos cuanto más lúcidos, sus magníficas libertades hallarán sin embargo que el cielo de su vuelo los remite sin cesar a disyuntivas terrestres: optaron por la Justificación y exigirán que se les reconozca, u optarán por la Justicia, y accederán a la efectividad, uniéndose a quienes pueden introducir en el mundo cambios reales –encontrando en la lucha de clases la dimensión concreta de sus conflictos (con los que su apuesta por la justicia deja atrás toda moral del Bien o de la intención, sustituyéndola por la eficacia de una praxis.) En otros términos: elevarán su voz para denunciar la limitación social del bastardo, o contribuirán a superar la limitación bastarda de la sociedad. O el gesto de la rebeldía o el acto de la militancia.

      Y, sin embargo, para quien llega desde la pequeña burguesía, la bastardía puede ser una mediación necesaria. Es decir, la bastardía puede albergar una militancia potencial: si la lucidez del bastardo no se castra en iracundia, aquella lo habrá colocado en situación de disponibilidad para el ingreso a la lucha revolucionaria. Pero por cierto, si en en algunos casos la bastardía puede ser condición necesaria, de ningún modo es condición suficiente. (Cuando el Mathieu de La Edad de la Razón es invitado por un militante –que considera que este bastardo ya ha realizado en su conciencia la negación del orden estatuido- a ingresar en el partido revolucionario, Mathieu rechazará el ofrecimiento: la bastardía se destina a la revolución). Es que el intelectual pequeño burgués puede caer en la trampa de pretender quebrar las estructuras en el orden exclusivo de la conciencia.

     La harto tematizada “incomunicación “de nuestros días, por ejemplo, será un problema vivido entre conciencias puras: el “juego de la verdad”, burgués en su fibra más íntima, se pretenderá la quiebra exasperada de esa incomunicación (y apelará para ello a la magia de la revelación inmediata, sin advertir que las relaciones de conciencias pasan por las estructuras materiales y por la “mediación laboriosa” del trabajo). Alineación ésta que a su vez se funda en la división estatuida por el capitalismo entre el trabajo manual y el trabajo intelectual: la clase social desligada de la transformación material de la naturaleza se agota en la contemplación; su único modo de relación aceptado es la relación mediada por la conciencia (El Marx de los Manuscritos nos dice que “todo lo que parece ante el trabajador como actividad de enajenación, aparece ante el no trabajador como una condición de enajenación. En segundo lugar, la actitud real, práctica del trabajador en la producción y en la relación con el producto … aparece ante el no trabajador que se enfrenta a él como una actitud teórica”) Si las relaciones entre los hombres se ejercieran inmediatamente de conciencia a conciencia, las enajenaciones entre esas subjetividades podrían ser liquidadas sin revolucionar las relaciones sociales de producción sobre las cuales se asientan: las “human relation” encuentran aquí su cuota de justificación ideológica. Si recordamos ahora el terreno de la bastardía podremos desenmascarar el “trozo de ideología” existente en las apelaciones a la comprensión que merecen los negros americanos, o a la Razón, que nos indica que debemos reconocerles sus derechos civiles porque también son seres humanos; como si los vejámenes sufridos por los negros pudieran explicarse por la mera irracionalidad de algunas conciencia, o como si la irracionalidad de esas conciencias nada tuviera que ver con la irracionalidad de las relaciones materiales mismas entre los hombres. Cuando lo cierto es que si hay fetichismo en nuestra sociedad es porque el capitalismo es en sí mismo fetichista.

     En síntesis: evitado el riesgo de identificar inmediatamente el gesto de la rebeldía con el acto de la militancias nos negamos a caer en el error simétrico de enfrentar al aventurero y al militante como categorías especializadas, con lo que todo tránsito entre una actitud y la otra se haría imposible.

     Retomemos ahora la opción que precisáramos: aún cuando se crea haber optado por la Justicia, esa decisión, mediada por la conciencia, habrá debido desechar algunas cosas. Porque, como ha señalado Sartre, “no es militante el que quiere. Si el Yo viene primero (diríamos mejor: si el Yo sigue siendo lo primero) se está separado para siempre.” Y en nombre de la Justicia correrá otra vez hacia la Justificación, hacia el Reconocimiento, hacia la propia salvación: el Bastardo seguirá soñando con emancipar su Yo sin emancipar a la sociedad del bastardismo. Es el sueño del héroe, del aventurero. Y si esa “disyuntiva terrestre” que describiéramos es finalmente inesquivable veremos que el aventurero dibuja con su vida –y con su muerte- la figura de una Pasión inútil librada al mundo como a un irresistible destino, haciendo de la Historia una fatalidad opaca en la que se inscriben sus gestos; veremos en su Acción todos los vicios de su clase –egoísmo, orgullo, mala fe: lo veremos en suma ligado con la suerte de la sociedad que dice combatir, pues su victoria sería un fracaso (y el héroe se dirá: “la realización, si viene, será una gran desilusión”).

     Nadie ha brindado modelos más acabados de estas conciencias rebeldes que André Malraux: sus novelas le ahorran el trabajo de una autobiografía.

     Nadie ha visto más claramente el hecho de que la “eficacia de nuestros aventureros les está prestada por hombres apasionado y tenaces que sólo obedecen sus órdenes para utilizarlos mejor”, que “la sociedad que los militantes quieren edificar excluye rigurosamente a los desesperados y a sus magníficas liberalidades”, que un hombre que alguna vez dijera a los comunistas franceses: “Yo soy más revolucionario que vosotros, porque yo declaro que no hay ninguna esperanza revolucionaria y a pesar de eso me uno a vosotros en la acción.”

     Y cuando en su “Retrato del aventurero”, después de iluminar tan felizmente la situación de aquel por su cotejo con la situación del militante, la voltereta de su análisis lo reconcilie de pronto con su lenguaje malrauxiano de posguerra, este hombre, el Sartre de 1950, nos estaría dando cuenta de su propia situación; en efecto, tras afirmar que un Lawrence de Arabia “no volverá jamás, sobre todo después de la liquidación de la sociedad burguesa”, dirá pocas líneas más adelante que “sin embargo, una sociedad socialista donde los futuros Lawrence fueran radicalmente imposibles, me parecería esterilizada”, y terminará jurando: “Aventurero o militante: yo no creo en ese dilema.” Curioso modo éste de hacerse pasar por las propias armas, porque parece que es preciso optar. Si la sociedad burguesa es la condición de posibilidad de los bastardos (aunque Sartre los llame ahora “hombres de acción”), querer recuperarlos no es más que negarse a destruir la sociedad burguesa.

     Y si se tiene en cuenta que el aventurero testimonia para el Sartre de este artículo “a la vez la existencia absoluta del hombre y su imposibilidad absoluta”, probando que “el hombre existe porque es imposible”, se advertirá que lo que está subyaciendo es la ontología del Ser y la Nada : la concepción del para sí como distancia perpetua del sí (“Corremos hacia nosotros mismos y somos, por eso, el ser que no puede alcanzarse”).

     ¿Nos adjudicará Sebreli una dosis del “espíritu de seriedad pequeño burgués” si creemos en el “dilema” aventurero o militante, y si señalamos las dificultades que traería aparejadas la integración de este Sartre a la “totalidad histórica del marxismo”?

     Como no podía ser de otro modo, el fiel discípulo pega también su voltereta: encabeza su libro con el “dilema”, llega a mostrar como imposible su superación (ver nota 16), pero cuando se le pide que adjudique a Eva Perón uno de los términos de la disyunción nos dice que Evita era ¡aventurera y militante!

     Obviamente, la solución es inaceptable. Ya hemos señalado que afirmar que esa disyunción remite a una elección inesquivable (lo que significa que la disyunción es legítima) no implica convertir la cuestión en un enfrentamiento absoluto de dos categorías esenciales entre las cuales todo tránsito sería inconcebible. Lo que queda por verse es si el descartar aquella seudosolución nos compromete a rubricar toda interpretación de la figura de Eva Perón con una de las dos categorías que Sartre utilizara en su Retrato. Respondiendo negativamente a esto último estaremos dando al mismo tiempo una respuesta negativa a nuestro interrogante inicial. Al respaldar ambas negaciones se verá que se trata de una sola. En efecto: ¿tiene algún sentido movilizar categorías como las de aventurera o militante para interpretar el papel de Eva Perón si no se lo hace sobre el fondo de la organización política concreta (y de la historia política concreta que esa organización contribuye a hacer) dentro de la cual Eva Perón jugara su rol? El aventurerismo no requiere un partido político que sea expresión de la clase obrera para manifestarse. Puede desarrollarse en medios diversos. La militancia revolucionaria, en cambio, lo necesita ineludiblemente (y si ese partido no existe, contribuye a crearlo; de todos modos la medida de su eficacia remite al partido revolucionario). Pero entonces surge para el problema que plantea la figura de Eva Perón la posibilidad de un enfoque radicalmente distinto: en lugar de hacer girar al peronismo en torno de Eva Perón (como de hecho lo hace Sebreli) deberíamos explicar a E. P. por el fenómeno social que se manifiesta con el peronismo. Así, vemos que el nivel al que un proyecto tan ambicioso (Sebreli promete “mostrar la interacción entre la subjetividad individual y el mundo objetivo del proceso económico“ –para lo cual se compromete a “integrar el sexo en la totalidad del ser humano” y el “psicoanálisis en la totalidad histórica del marxismo”) coloca sus límites (Sebreli nos aclara que no ha pretendido hacer una historia política del peronismo) no puede dejar de tener consecuencias decisivas para la validez de la obra toda. Y cuando la perspectiva teórica global desde la que se la analiza es el marxismo esa limitación se llama escamoteo

     Decíamos al comienzo que el peso específico del tema de la obra de Sebreli era muy alto porque implica una valoración del proceso peronista. Escamoteada esa valoración, el resultado es el cúmulo de equívocos e inconsecuencias que nos fueron ocupando.

     A esta altura, es preciso puntualizar algunas cuestiones: 1) Quien recurre a la teoría psicoanalítica (en verdad Sebreli no se vale de tal teoría, sino de una terminología psicoanalítica brutalmente simplificada) comprometiéndose a integrarla en el marxismo, debe mostrarnos el modo de leer en el nivel de lo psicológico –y con sus modos específicos de manifestación- la relevancia de las estructuras. 2) Si toda dialéctica supone un proceso de totalización –en el que el nivel privilegiado por el análisis se ve remitido y reinterpretado a otros niveles, sin que la especificidad de las leyes de cada nivel se vea disuelta- no todo recurso a la categoría de Totalidad asegura el carácter dialéctico de un análisis. Olvidado esto, los intentos omnicomprensivos derivan en fácil eclecticismo para el que el todo no será finalmente sino la mera suma de las partes: Proudhon pretendiendo la síntesis y no alcanzando más que el error compuesto. Y no podrá apelarse a experiencias privilegiadas que nos hagan accesible la Totalidad (aunque Sebreli piense que “para conocer una ciudad basta caminar por sus calles y mirar las caras de su gente”). Porque si al cabo el conocimiento se hace cargo de esa Totalidad ese logro será el de una praxis científica para la que lo real no es dado a priori y que por ello se propone la articulación de saberes parciales de un Saber que no se piensa desligado de la responsabilidad de su verificación.

     Por fin, vale la pena detenerse en el último párrafo del Eva Perón de J.J.Sebreli: se nos dice que la tarea desmitificadora es tarea del escritor más que del político. Este escritor de moda, “esta especie de tábano que se prendió del anca de Buenos Aires”, ha reivindicado ya en otras ocasiones el derecho del intelectual a instalarse no por supuesto en la vapuleada “torre de marfil” sino –y la distinción debe ser sutil- en un “observatorio” para observar desde allí con serenidad y agudeza este gran oleaje caótico del mundo, buscando con mirada de lince lo que de él surja e interpretarlo sine ira et studio”.

     Como en tantos otros casos, Sebreli apela a una categoría con cuyos compromisos metodológicos no cumple: esta vez se trata de la de mito. Porque hay un Logos del mito en el seno del mundo social: se llama Mitología y se halla en plena elaboración de sus herramientas conceptuales. Su tarea se desarrolla a un tiempo en dos frentes: el formal (o semiológico) y el histórico (o ideológico). Sebreli se siente mitólogo (su libro se propone “atacar prejuicios, convencionalismos muy arraigados, profanar tabúes y desacralizar mitos”). El examen del abismo que media entre sentirse mitólogo y hacer Mitología merece un artículo especial. Por eso, no haremos aquí más que extraer de la afirmación de Sebreli que mencionáramos una conclusión intranquilizadora para su autor: este ensayista que no ha hecho suya la potencia descriptiva y explicativa de la Mitología, carga empero con todo el peso de la mayor de su limitaciones: el hiato que a menudo se presenta para el mitólogo entre hacer la historia e interpretarla. Cuando eso ocurre, el “extrañamiento necesario” del mitólogo es el nombre eufémico de la condición del francotirador: una asocialidad en la que no podrá negar la negatividad de su tarea (la demitificación, el desenmascaramiento), en la que su protesta no alcanzará jamás la reconciliación. Porque no basta develar el sentido de las cosas para participar de una comunidad humana: hay que sumarse al trabajo por la creación de otro sentido. Porque “exigir sobreponerse a las ilusiones acerca de un estado de cosas vale tanto como exigir que se abandone un estado de cosas que necesita de ilusiones”.

 

Notas:

 

*El Diccionario biográfico la izquierda argentina (2007) dirigido por Horacio Tarcus y, luego y fundamentalmente, el libro de Omar Acha, Cambiar de ideas: cuatro tentativas sobre Oscar Terán (2018), permiten sospechar -y un poco más también- que quienes firmaban como Enrique Eusebio y Abel Ramírez eran Carlos Olmedo y Oscar Terán. 

 

1 Esa antinomia es analizada por Sarte en “Portrait de l’aventurier (traducido por Losada en “Problemas del marxismo”, Buenos Aires, 1966, pp. 7 a 17. Con respecto al sartrismo de Sebreli, ver “Marcha” del 14 de enero de 1966: “¿Exitismo o verdad?”.

2  Cf. “Le Dieu caché l’histoire visible”, “Temps Modernes”, Núm. 141

3  Sartre, “L’Etre et le Neant”, Paris, Gallimard, pp. 549 y 535

4 Sebreli, “Eva Perón, aventurera o militante” Buenos Aires, Editorial Siglo XX, 1966. Pp, 30 y 31

5  Cf. “Sartre par lui meme”, Paris, Ed. du Seuil.

6 Sebreli, op. cit., pp. 52, 53 y 43

7 El diario El Mundo del 18 de mayo del corriente nos informa que la Liga Patriótica de Homosexuales Norteamericanos ha reclamado los derechos de sus miembros para combatir en Vietnam…

8 Cf. Marx: “Miseria de la filosofía”, vs. edics.

9 Cf. Marx: “La sagrada familia”, vs. edics.

10 Cf. Marx: “En torno a la crítica a la filosofía del derecho”. Empero sabemos que aun la clase universal, el proletariado, puede caer en la trampa de la particularidad si se proclama como un grupo parcial con intereses particulares: entonces su movimiento se transforma en “sindicalismo”. Y como lo ha mostrado Regis Debray “no hay una línea recta que conduzca del Sindicato al Partido revolucionario, de la Economía a la Política. (ver sus artículos en “La Rosa Blindada” Núm. 8)

11 La expresión de R.Barthes, “Essais critiques”, p.81. Desde esta perspectiva es posible interpretar “los inocentes escándalos” de las “vanguardias estéticas.”

12  La figura es de Marx, “La ideología alemana”.

13 Este último grupo constituye una gruesa porción de la población universitaria, y los recientes sucesos de Ecuador nos están que la combatividad efectiva no le está definitivamente vedada, aunque el contraejemplo que nos brinda Indonesia nos conduce a verificar históricamente nuestra afirmación: una clase vaciada de intereses históricos propios no puede encontrar inscriptos en una materialidad de la que carece de proyectos únicos; y entonces a falta de materia que aporte contenidos, la opción se define por el grado de conciencia. Leamos a Marx: “…el pequeño burgués se hace socialista de una parte y economista de la otra, es decir, se siente deslumbrado por la magnificencia de la gran burguesía y experimenta a la vez simpatía por los sufrimientos del pueblo. Es al mismo tiempo burgués y pueblo… Ese pequeño burgués diviniza la contradicción porque la contradicción constituye el fondo de su ser…(carta de Marx a Annenkov, del 28 de diciembre de 1846).

14 Pero al marcharse de la ciudad Orestes nos revela que no atiende sino a su Acto: les ha dado la libertad; no le preocupa su materialización en la praxis cotidiana de la comunidad. El Hugo de “Las manos sucias” no quiere cambiar el mundo, quiere “hacerlo saltar”. Los héroes de Malraux brillan en la destrucción y en el combate; jamás participan en la construcción de una sociedad nueva.

15 ¿Hace otra cosa Sebreli cuando afirma que “el militante surgido de la clase media como Eva Perón … entra inevitablemente en la lucha social por razones personales, y ‘conserva por lo tanto, aún militando’, todos los defectos del individualismo burgués: orgullo, vanidad, egoísmo, narcisismo, exhibicionismo, exitismo”? (89). Después de esto, sólo podrá apelarse a la “astucia de la razón” hegeliana para explicar porque “la rebeldía y la pasión de Eva Perón” no cayeron en el absurdo y la gratuidad (90).

16 Se parafrasea aquí la proposición central del análisis de Marx “Sobre la cuestión Judía”.

17 Una página del diario de Mauriac nos dirá acerca de las relaciones de este aventurero y su sociedad: “…vivimos en una sociedad extraña: ella es anciana, ella se aburre, ella perdona a quien sabe distraerla, aunque le cause temor… Podría verse en esa indulgencia el instinto profundo de una muy vieja sociedad que dice a su hijo vuelto contra ella: ‘Tus acciones son hermosas, a pesar de los ultrajes de que me colmas, eres mío por inteligencia, por tu cultura, por tu estilo; tú eres mío por todos los dones del espíritu.”(Journal, páginas 206-7).

18 Afirmación de Sartre en el diario francés de posguerra “Action”. Citado por Lucien Goldmann en “L’importances de concept de conscience possible”, aporte a “Le concept d’information dans la science moderne”, ed. de Minuit, 1965.

19  L’etre et le neant. Qualité et Quantité

20  Cf. Marcha, art. cit.

21  La expresión es de H. Koncke, en Marcha, art. cit.

22  Cf, “Respuesta a S. Fiorito”, en Marcha, 21 de mayo de 1965. J.J. Sebreli cita a Isaac Deutscher.

23  Una exposición del método de la mitología, sus alcances y sus límites, puede hallarse en R. Barthes, Mythologies, Ed. du Seuil.

24  La expresión es de Sebreli, en Testimonios de una generación, Marcha 23 abril 1965.

25  Quien lo afirma es Marx. Cf. “En torno a la crítica de la filosofía del derecho”.

CARLOS OLMEDO (1944-1971)

Luego de graduarse en la Facultad de Filosofía y Letras, continúa sus estudios en La Sorbona. Se recuerda que con apenas 23 años dictaba cursos de posgrado en la UBA. Fue ideólogo principal y fundador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que hacen su aparición pública con la toma de Garín, en julio de 1970. No hay prácticamente duda de que es él quien responde las preguntas en la entrevista “Los de Garín” que, seguida por una discusión con miembros del ERP, constituye uno de los documentos teóricos y políticos más importantes de las organizaciones políticas armadas. Hasta 1970 tuvo un alto cargo en Gillette. Es herido y muere rematado el 3 de noviembre de 1971 en un enfrentamiento con la policía en la localidad de Ferreyra, Córdoba, cuando fracasó el intento de secuestro de un directivo de FIAT.

OSCAR TERÁN (1938-2008)

Filósofo, historiador y docente, su vasta y compleja obra recorrió temas fundamentales de la Historia y la política argentina y latinoamericana. Militante político de la “nueva izquierda” en los años sesenta y exiliado durante la dictadura regresó al país en 1983 para desplegar desde entonces el núcleo más importante de su obra nutrida por la tradición marxista y más tarde por el pensamiento de Michel Foucault. Participó de las revistas La rosa blindada y Punto de vista. Algunas de sus obras más importantes son: En busca de la ideología argentina (1986), Las palabras ausentes: Para leer los Escritos póstumos de Alberdi  (2004), Para leer el Facundo. Civilización y Barbarie. Cultura de fricción (2007) e Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980 (2008).

Free Yourself (2019), The Chemical Brothers

MÚSICA

MÁXIMO ESEVERRI



Free Yourself (2018)
de The Chemical Brothers

free-yourself

    

     Podemos escucharlos, pero ya casi no podemos verlos. Un grupo de hombres se manifiestan a las puertas de un sitio, que aún no discernimos. Llevan pancartas fabricadas artesanalmente, cantan canciones breves y repetitivas, sin rima ni entonación. Lo rítmico de sus cantos y sus cuerpos agitados tendrán pronto su correlato en la pequeña historia que narra este video clip

     Un cartel se yergue tras un alambrado. Dice “RoboForce”. Por momentos las pancartas tapan la marca con otras frases, entre las que llegamos a leer “Jobs not bots” (“empleos y no robots”).  De pronto, un automóvil aparece por el camino. Un huevazo se incrusta contra la ventanilla del conductor. Éste porta un uniforme. Podría ser un policía. Es sólo un guardia de seguridad privada. Atraviesa el portón, estaciona, se baja, se pone la gorra. Mira a los manifestantes entre sorprendido y enojado, y se aleja lentamente mientras dice por lo bajo “pajeros…”

     Quienes se manifiestan posiblemente se encontraron alguna vez del otro lado de la reja. Sólo una persona entra ahora en soledad, para tomar la posta de otro igual que él. Se saludan rutinariamente. “Deséame suerte” dice el saliente, y al darse vuelta notamos que tiene varios prolijos huevazos, ya secos, en su campera. El guardia entra a un inmenso depósito en el que sólo se escucha el eco de sus pasos. Hay grandes cajas por todo el sitio. Podrían ser ataúdes. Sobre un camión estacionado podemos leer “AI Labour Solutions” (“Soluciones laborales de inteligencia artificial”).

     Recién en este punto comienza la melodía. Con el big beat de la música electrónica, las cajas comienzan a abrirse y salen de ellas robots humanoides. Uno de ellos, el primero en asomarse, tiene rostro de mujer. Será la líder y repetirá obsesivamente a lo largo de todo el clip las mismas cinco líneas: Free yourself / Free me / Free us / Help to free me / Dance! (“Libérate / Libérame / Libéralos / Ayúdame a liberarme / ¡Baila!”).

     Free Yourself es el primer corte de difusión del nuevo álbum del dúo británico The Chemical Brothers. El clip de esta canción fue realizado por Nic Goffey y Dominic Hawley, alias Dom&Nic, quienes ya habían trabajado con ellos para cortes como Hey Boy Hey Girl (1999) y más recientemente Wide Open (2016), en los que se experimenta también con software de captura de movimiento. Volveré sobre esto último.  

     Los cuerpos mecánicos en las cajas recuerdan los autómatas que interpretaban en vivo, en lugar de los verdaderos músicos, la canción electro-pop The robots (1978) del conjunto alemán Kraftwerk. Las voces procesadas de aquella canción repetían: 

Estamos cargando nuestra batería
Y ahora estamos llenos de energía
Nosotros somos los robots
Estamos funcionando automáticamente
Y estamos bailando mecánicamente
Nosotros somos los robots
Ja tvoi sluga (Soy tu esclavo)
Ja tvoi Rabotnik robotnik (Soy tu trabajador)
Estamos programados solo para hacer
cualquier cosa que quieras que hagamos.
 

     Llama la atención que las dos líneas en primera persona se cantan en ruso, mientras las demás son plurales, corales. La idea del trabajo trans-individual como fuerza de un colectivo es recurrente en diferentes culturas. El kanji japonés para “hombre/varón” (otoko), por ejemplo, reúne los kanas “arrozal” y “fuerza”, esto es, la esencia del individuo (varón) pasa por ser el componente energético que hace que la producción tenga lugar, en conjunto –indiferenciado– con otros. Los alemanes hacen aquella melodía, es necesario recordarlo, del lado occidental de la cortina de hierro, mientras que desde más allá llegan extrañas voces de desindividualización e igualación de los ciudadanos bajo el modelo del obrero fabril. La danza es contracara o reinterpretación de la coreografía de los cuerpos obreros que instaura la cadena de montaje, o su forma “liberada”. En el baile, el obrero preso de movimientos controlados, se desprende de la esclavitud que lo reduce a máquina.

     Coreografía de los cuerpos, orden maquínico y movimiento son coordenadas en las que se inscriben muchos de los trabajos de los Chemical Brothers, cuyo concepto se continúa y expande a través de la sociedad artística con diferentes realizadores audiovisuales. En el video clip de Go (2015), por ejemplo, el director francés Michel Gondry coloca unas bailarinas con vestuario propio del film soviético de ciencia-ficción Aelita (1924) realizando una coreografía-marcha que por momentos emula el avance de un tren. Las mujeres deambulan por el Front-de-Seine parisino, dominado por una arquitectura brutalista y ultramoderna, concretada en los setentas del siglo XX donde alguna vez hubo un parque industrial. Desplazamiento, montaje y encuadre dialogan con la disposición de los edificios, explotando las diagonales como podría haberlo hecho un Eisenstein. En una entrevista, Gondry dijo haberse inspirado en “La llegada del tren a la estación de la ciudad” (1895), de los hermanos Luis y Auguste Lumière.

     Mientras los Kraftwerk esperaban a los robots, los Chemical Brothers los reciben. A la orden de uno de ellos (“Dance!”) todos comienzan a bailar frenéticamente, cada uno con estilo propio, más o menos coordinado, como cualquiera de nosotros lo haría en una fiesta. Su euforia dancística estallando en un enorme galpón recuerda las warehouse parties de los tempranos noventas, antepasados para nada lejanos de las raves de principios del milenio, muchas de aquellas realizadas, justamente, en viejas fábricas abandonadas, es decir, sobre las ruinas del más antiguo sistema industrial, Inglaterra, tras el ataque masivo del neoliberalismo thatcherista. 

     Si los viejos autómatas subrayaban su condición de servidumbre y su total apego a las órdenes humanas, éstos del nuevo milenio, munidos de “inteligencia artificial”, nos convocan (¿nos obligan?) a liberarnos, piden (¿exigen?) ayuda. Y bailan. La danza sin más los exorciza de la racionalidad con arreglo a fines, de la que son (fueron/pueden dejar de ser) máxima expresión. Practicando la libertad a través del movimiento del cuerpo convocan/provocan las otras dos antiguas metas: la igualdad (a través del éxtasis rabelesiano de la fiesta sin jerarquías) y la fraternidad (que el clip resuelve, de manera brillante, en una breve toma poscréditos).

     Los manifestantes del inicio, por su parte, ya no protestan por la vida que llevarían en el predio frente al que se encuentran, sino por haber sido erradicados de él. Ya no son obreros. El fin de la explotación no ha significado para ellos más que el comienzo de la marginalidad. Quien llega y aún puede entrar no es en rigor un agente del orden: su traje pseudo policial, con gorra y todo, es más producto del marketing que de una tradición o función: emula el uniforme, pero no es un efectivo; tiene el aspecto de un servidor público, pero no es más que un empleado privado, seguramente tercerizado. Está allí para cuidar, pero ya no queda nadie a quien proteger. Su función es vigilar, pero (supuestamente) no hay nada que controlar en esos cuerpos inertes guardados en cajas de madera. Podemos verlo sentado en su garita, tragando una merienda, leyendo una revista, escuchando la radio. Tras él, en las pantallas pueden verse a los robots correteando por los pasillos. Uno de ellos se planta frente a la cámara y agita los brazos reclamando atención, sin suerte. Y frente a la eventualidad, finalmente, no habrá nada que este guardia sepa ni pueda hacer. 

     Los robots del clip, por el contrario, revelan en sus acciones toda la humanidad, la frescura y las ganas de ser que su contraparte humana ya no puede expresar. Uno ensaya una “guitarra aérea”, otro se quita la piel del rostro e intercambia su aspecto con un robot cualquiera, un tercero realiza femeninos movimientos de cadera aunque su cara posee un abultado bigote. Más allá, otro juega con una grúa haciendo trompos, otro convierte un tablero de luces en patchera audiorrítmica y otro unos embalajes en improvisados instrumentos de percusión. Como si se tratara de drogas alucinógenas, algunos cambian chips en su cabeza y de pronto ven a sus compañeros de juerga como enormes vegetales danzantes. En el colmo del paroxismo, uno de ellos practica pasos de break dance que refieren, a su vez, los toscos movimientos de un robot. Cuando el agente de vigilancia finalmente se levanta a ver qué sucede, puede percibirse fugazmente en segundo plano (minuto 4:17) a un robot que salta desde una galería, cae torpemente al suelo y se levanta con dificultad: ha tenido un accidente, ha cometido un error. Ya no es una máquina strictu senso. Los planos finales, tanto los visuales como los sonoros, preanuncian lo peor: combinan pinceladas fascistoides con referencias al horror clásico de los “muertos en vida”, a la manera del Thriller de Michael Jackson. Y sin embargo…

     El término “robot” fue gestado en el siglo XX. Usualmente se considera su primera aparición en una obra teatral de 1920, Robots Universales Rossum (RUR), del checo Karel Čapek. Dicha palabra había sido ideada por el hermano del autor, Josef, a partir del vocablo checo «robota», que refiere el trabajo de los siervos de la gleba. Similar raigambre tiene el verbo eslavo “trabajar”, relacionado a su vez con los términos “esclavo” o “esclavitud”, así como el arbeit germano, que el nazismo supo vincular con la noción de libertad. La idea del hombre artificial puede remontarse al Golem de la tradición judía y reconoce antecedentes mucho más cercanos en el tiempo, como la Olympia de Hoffman, aunque aquí aparece por vez primera vinculada a lo industrial y el trabajo. También los robots de Čapek se rebelan y toman el control: acaban conquistando el mundo y sosteniendo una superproducción industrial ya sin sentido. En un texto sobre el americanismo, el cine y el robot, Peter Wollen señala que esta rebelión expresa el terror a la revolución bolchevique.

     En el video clip, sin embargo, una empatía se redescubre en este acto de libertad, de anti-productividad. Aquí la danza no es disciplina, sino su opuesto: es descuido, puro fluir, joda. La liberación a través de la fiesta no tuvo lugar en las teorías sociales de la izquierda hasta la aparición de autores genuinamente preocupados por “lo popular” (Bajtin, Benjamin, Gramsci). Persiste hasta hoy la idea de la fiesta popular, la intoxicación a través de la ingesta de sustancias o el sexo recreativo como formas de un ocio que no es más que la contracara (que permite, que sostiene) la alienación del obrero. En el clip, la sublevación es secreta: se realiza cuando los humanos no están. Y una de las formas de esconderla es realizarla allí donde no debería suceder: en la factoría. La cultura dance británica posee una honda raigambre popular, que comparte con el rock y el fútbol. La identidad obrera de los Beatles y la marginal de los Sex Pistols se funden en el cambio de milenio para constituir la genuina contracara (aunque desde luego no exenta de porosidades) de una cansada cultura hegemónica, burguesa. Y en la sucesión de generaciones, logra superar su imagen estrictamente juvenilista.

     Es indispensable subrayar un último elemento: La distancia entre los robots filosoviéticos de los Kraftwerk y los autómatas ravers de los Chemical Brothers no está hecha sólo de moda, de época: el componente audiovisual, revolucionado por la informática digital, es esencial en ese pasaje. Pero dista de serlo en el sentido que usualmente se brinda a las “nuevas tecnologías de la información y la comunicación”. En la era de las masas la preocupación por capturar la esencia de la corporalidad y el movimiento humanos se encuentra presente desde la primera hora. El cine mismo puede entenderse de esta manera. Durante casi un siglo, fotografía (registro) y dibujo (creación) compitieron en torno al establecimiento de una via regia a través de la cual diferentes sistemas de audiovisión podían lograr tales objetivos. A la fecha, la historia del cine y el audiovisual sigue enseñándose a partir de aquellos pioneros (Lumière, Edison, Paul, etc.) que optaron por los dispositivos fotoquímicos para dar cuenta de las cosas del mundo. Sin embargo, ya a comienzos del siglo XX, dibujantes como el francés Émile Cohl exploraron las posibilidades del dibujo animado para crear “mundos de fantasía”. Poco después, en Estados Unidos los hermanos Fleischer lograron traducir al cine animado números de baile de algunas estrellas de la música popular norteamericana a partir de la técnica del rotoscopiado, con un realismo capaz de sorprender a un espectador del siglo XXI. Desde los cincuentas, la informática no ha cesado en el perfeccionamiento de una emulación verosímil de la imagen fotográfica, el movimiento y el sonido. Por ese camino, a fines del milenio la animación audiovisual abandonó casi todo parentesco técnico con el cine tradicional. Los actuales sistemas de captura de movimiento han logrado borrar finalmente toda frontera entre registro de cosas del mundo e imagen generada. Como sucedía con los primeros espectadores del cinematógrafo, hoy nuestros ojos apenas pueden distinguir entre aquello tomado del mundo y aquello introducido en él. Y también hoy como ayer, esa frontera importa, a los efectos de la comunicación social, cada vez menos: su normalización permite al creador erigirla en herramienta creativa. Es desde la (casi) invisible distancia técnica que brindan los algoritmos informáticos que los actuales realizadores invocan el mundo y reflexionan sobre él. Cineastas de nuevas generaciones como Neil Blomkamp (el hacedor de Distrito 9) o la dupla de británicos que realizó este clip continúan perforando las capas de sentido de lo contemporáneo como un siglo atrás lo hicieron pioneros de la ciencia-ficción como Čapek. O tal vez, incluso, mejor, porque logran inyectar humor, sátira, a través de herramientas creadas tan solo para deslumbrar. Una vez más, el arte nos ofrece una sombra desde la que contemplar y pensar nuestros peores fantasmas.  

     Link del video clip en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=7wzR_BVFsUU   

MÁXIMO ESEVERRI

Es graduado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Docente en el grado y secretario académico de la Maestría en Periodismo en esa casa de estudios. Dirige la colección Cosmos, sobre temas de cine, de Eudeba.

Pasajeras esas nubes (2022), Iannamico (comp)

POESÍA
MARÍA EUGENIA RASIC


Pasajeras esas nubes. 7 poetas bonaerenses (2022)
de Roberta Iannamico (Comp)

Pasajeras-esas-nubes-Poetas-bonaerenses

Me llega este libro en un momento en que me encuentro pensando ciertas relaciones, e implicancias, entre poesía escrita por mujeres, archivo, voz y paisaje en territorios rurales de la provincia de Buenos Aires del siglo XX. Me llega en un momento, además, en el que me mudo del querido barrio ferroviario Tolosa a un pueblo del centro noroeste de la provincia atravesado por históricos y patriarcales (Segatto 2018) procesos de desertificación (Rozitchner et al 2010) y despaisamiento (Canal Feijóo 1934), pero que, sin embargo, comenzó a volver a escuchar, hace poco y cada tanto, la bocina del tren. Por último, en un momento político (y, entonces, aquí también editorial) en el que pareciera empezar a importar qué, cómo y para quiénes se mira, se dice, se escucha, se lee y se escribe allá lejos de los grandes centros letrados. Y lo que es mejor aún: un momento en el que parecieran intentar reconfigurarse las vías de intercambio de bienes culturales (no solo económicos-productivos) de la provincia con una lógica diferente al diagrama trazado en los comienzos fundacionales. Entonces, abro este libro en Carlos Casares con la esperanza de la lluvia y el desparramo que nos prometen las nubes (también los trenes para pasajerxs) cuando pasan por estos lados. Porque estas nubes no nublan, no vacían, no silencian. Estas nubes señalan aquello que por el suelo fue escondido detrás/al costado/debajo de las horizontales líneas de frontera: una conversación sincopada entre voces y paisajes. Un murmullo inquietante que nos permite incorporar en las lecturas actuales y en las tradiciones del futuro aquellas que durante más de cien años no habíamos alcanzado a escuchar. Eso también hacen estas nubes que pasan: ponen la oreja en los lugares donde no vemos el fulgor del relámpago. 

Con una selección hecha por la poeta, cantautora, tallerista y editora bahiense-serrana Roberta Iannamico (1972) –quien reúne, compila, escucha atenta dónde acontece la poesía y escribe el prólogo de este libro–, el primer paisaje que abrimos de esta antología es el que aparece en la voz de Lorena Curruhinca (Viedma-Carmen de Patagones, Bahía Blanca, 1981). Le siguen Laura Forchetti (Coronel Dorrego, 1964), Natalia Molina (Bahía Blanca, 1973), Eva Murari (Bahía Blanca, 1974), Agostina Paradiso (Intendente Alvear, La Pampa, Tres Arroyos, Ingeniero Maschwitz, s/f), Carolina Rack (Coronel Suárez, 1981), Alejandra Saguí (Bahía Blanca, 1987). Muchas de ellas llegaron por la ruta del sur a la provincia de Buenos Aires y continuaron en movimiento. Todas llevan y traen la poesía de un lugar a otro; la ingresan y sacan de las instituciones. “La militan, la enseñan, la llevan a las escuelas, la leen y la escuchan en lecturas públicas, la publican en sus propias editoriales, organizan festivales en sus pueblos, sus ciudades” (Iannamico, 11). Así, lo que habríamos de llamar siempre desde la ficción del centro “interior de la provincia”, se expone con justicia poética a un afuera urgente, con la cual los cumulonimbus se desarman para ofrecer nuevas percepciones y otros correderos de aire. 

Ya desde el comienzo, los versos de estas poetas se ponen “a tirar piedras para hacer sapito y perturbar la superficie” (Curruhinca, 23). Entre el recuerdo del mar, del río, de las sierras, de los arroyos, del campo, del jardín florecido, del baldío, de los márgenes urbanos –aunque también del dormitorio, de la cocina, del cuerpo– la poesía se convierte en impulso, tanto para “buscar paraísos en medio del desierto” (Forchetti, 82), como para dejar de mirar el patio “con ojos de gringa extranjera” (Saguí, 169). Entonces, la serenidad con la que, en la poesía nacional escrita por algunos varones porteños del ’20, se derramaba el cielo en la casa, es interrumpida “por el viento del campo que mueve las ventanas” (Molina, 89). También por la fuerza que la historia de las aguas del Napostá remueve “en pequeños círculos” y delata “con olor descompuesto” (Murari, 99). Ya sabemos: de brazo armado contra las comunidades originarias a regadero de terratenientes agricultores; de los insistentes entubamientos y parquización a su contaminación profunda. La tarea de estas nubes que pasan es inmensa, hasta arqueológica: rastrear por debajo de la tierra, “alrededor de los caños de agua o gas/ bajo el cordón de la vereda”, las huellas de los trabajadores que hicieron el cordón cuneta o las huellas de los chicos que ya no vuelven sobre el cemento fresco (Rack, 141-142). Rastrear, a su vez, un tiempo y un horizonte cuya medida la señala el verso: “Hasta que el edificio” (Saguí, 158). Ante las políticas del olvido que la modernización ha construido (Rivera Cusicanqui 2018), la poesía aquí editada (y muchas por primera vez) es el insistente elogio de aquel árbol que crece por debajo de la vereda (Rack, 141-142). 

Así, cada poema puede ir tornándose también en una gran epopeya, cuyo heroísmo no radica en dar espectaculares batallas, incluso dentro de la misma tradición literaria. Aquí, más bien, radica (y por eso la labor es inmensa) en la minuciosa recuperación de pequeños relatos de infancia y en el valiente atrevimiento que implica “agrandar los ojos” para volver a mirar a lxs otrxs “con cuello de jirafa” (Rack, 136). También, la épica consiste en volver a mirar el propio cuerpo como territorio capaz de hacer crecer la marea en el centro de la estepa y de dar a luz un nuevo lenguaje (Paradiso 128) “desde el vértice vientre rojo de la lengua” (113). En este territorio, poblado a su vez, por momentos, de una memoria mapuche y guaraní, la poesía es el deseo de “conjugar palabras/ que sean semillas en la salita/ en el jardín del suburbio” (Paradiso. 112). La docencia en los espacios formales y no formales de educación, nos recuerdan varias de las poetas de este libro, puede ser, entonces, “una escoba de trigo/ que limpia todo aquello/ que se aglutina y soberbia (112). ¿Qué paisajes reescribimos allí, una vez que la escoba, además de barrer, empieza a dar lugar a lo que no se nombra o a lo que hasta entonces aguardaba en la voz como una “inoportuna flema/ gargareando” (Saguí, 151)? ¿Qué contornos, peso, colores y formas tiene? Si los puntos y las líneas fueron los trazos utilizados a la hora de diseñar el mapa provincial (y nacional), las letras, los versos y el ritmo son aquí, por su materialidad –a veces suaves y flexibles, a veces ásperas y pedestres–, por sus cortes, por sus bordes y por su irregularidad, paisajes con potencia reterritorializante. En el aquí y ahora que cada una de estas voces instala, puede aparecer

“por acá atrás: el gallinero                                                  y por allá: el baldío” (Saguí, 158).

También el aullido de un auto (Paradiso, 114), un faro al costado (Curruhinca, 21), el rumor nocturno de la sierra y un sapucay (Molina, 78), plumas rosas en la arena y una laguna florecida (Forchetti, 61), la sombra de un mandarino en la pared (Murari, 102). “Pasajeras son esas nubes” (Saguí, 153), y sin embargo y sin embargo, como nos enseñó a leer otra poeta (Kamenszain, 2021), en este libro “el arcoíris de la pampa nunca se apaga” (Rack, 137).  Entonces, hay resto, hay poesía, hay promesa de aires buenos.

 

 

 

Referencias utilizadas:

 

 

-Canal Feijóo, Bernardo (1934). “El asalto a la selva”. En Ñan Revista de Santiago, 2; p. 60-76.

-Kamenszain, Tamara (2021). Chicas en tiempos suspendidos. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

-Rivera Cusicanqui, Silvia (2018). Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis. Buenos Aires: Tinta limón.

-Rozitchner, León; González, Horacio; Sorin, Jaime; Ferrer, Christian y otros (2010). Vías argetninas. Ensayos sobre el ferrocarril. Buenos Aires: Milena Caserola.

-Segatto, Rita (2018). “Ningún patriarcón hará la revolución Reflexiones sobre las relaciones entre capitalismo y patriarcado”. En ¿Cómo se sostiene la vida en América Latina? Feminismos y re-existencias en tiempos de oscuridad. Quito: Fundación Rosa Luxemburg/Ediciones Abya-Yala; p 3-11. Disponible en: https://www.unsam.edu.ar/pensamientoincomodo/files/NINGUN-PATRIARCoN-HARa-LA-REVOLUCIoN.pdfa

MARÍA EUGENIA RASIC

Es Doctora en Letras por la FaHCE-UNLP. También es docente de Literatura en escuelas secundarias públicas. Actualmente, en su formación posdoctoral, se encuentra investigando las relaciones entre arte-poesía-archivo-comunidad en territorios rurales de la provincia de Buenos Aires.

Lexikón (2022), Raimondi

POESÍA
MARTÍN BAIGORRIA


Lexikón (2022)
de Sergio Raimondi

lexicon

     En 2001 Sergio Raimondi publicó Poesía civil. Más de veinte años después saca su segundo libro. En el medio hubo un proyecto titulado “Para un diccionario crítico de la lengua”, cuyo eje era un análisis de las palabras que conformarían al mundo actual. El Lexikón reformula ese propósito y sugiere la posibilidad de un vocabulario dirigido a épocas venideras: “Cuando hay un tiempo falto de lexicografía / específica tal vez se esté configurando / (…) la que lo dirá en el futuro” (“Zukunftpoesie”). Entre ambos proyectos queda una idea: la necesidad de armar un lenguaje nuevo o alternativo, no contemplado por los diccionarios al uso. Esta fricción con el saber de las instituciones deja entrever una de las ambiciones que caracterizan al libro. Porque no hay citas ni bibliografía secundaria, ni una enumeración más o menos reconocible de los términos centrales que integrarían nuestro “léxico social y político”. En lugar de ello, el lector se encuentra con un vocabulario conjetural hecho de siglas, palabras en otros idiomas y términos presentados con alfabetos no occidentales. Para colmo el uso del verso prioriza un discurso lleno de marcas subjetivas que abre otro abanico de preguntas: cuáles son los “temas actuales de interés”, cuándo una estrofa interviene en las connotaciones de una frase, o por qué no definir un problema a través de las formas epigramáticas. El primer libro de Raimondi poseía ya alcances muy amplios para el promedio de temas manejados por la poesía argentina, pero en el Lexicón vemos cómo las referencias se expanden drásticamente. Su propósito es asimilar la diversidad de datos producidos por la realidad planetaria –las últimas innovaciones del sistema capitalista, la historia de un organismo microcelular, el proyecto de fundar colonias en el espacio exterior, una reflexión sobre la Biblioteca Ayacucho, etc.–. 

 

     Junto a los asuntos económicos, políticos e históricos, la novedad del Lexikón es la fuerte presencia del discurso científico: “(…) un mundo apenas visto de mil atmósferas / con dorsales interminables valles fosas de subducción / inyecciones de magma basáltico y fauna batipelágica” (“Bathymetric chart”). Surgen con muchos detalles seres animados o material geológico invisibles a los ojos humanos, como si el saber técnico-científico de avanzada hubiera pasado a ser parte de la mirada objetivista. Esto también se nota en el vocabulario de los poemas, quizás irónicamente un léxico híper-específico que lleva al lector a buscar un diccionario. No vemos ahí sin embargo un gesto de exclusión –a fin de cuentas las temáticas son elucidables–; habría más bien un desplazamiento entre lo no-perceptible y los hechos grandiosos ya que el Lexikón entiende que ambos enfoques deben combinarse para pensar las alternativas de la organización social: “leer los estudios recientes de microbiología / como tratados de renovada ciencia política” (“Quorum sensing”). 

 

     Por eso, aunque se nos hable de elementos frágiles e imperceptibles, no por ello se elige el lenguaje de los susurros o retóricas similares. Además del léxico específico, domina el realismo lleno de detalles historicistas junto a una energía argumentativa que absorbe a la enunciación o la invade mediante la apostilla punzante. Ese impulso racional se nota en las regularidades métricas, la hipotaxis insistente o en la extensión misma de los poemas, que a veces recorren todas las alternativas de un problema lógico. 

 

     Pero tampoco es difícil notar que tanta preocupación ubicua e híper-sofisticada inscriben a este libro en eso que habitualmente se denomina “universalismo cosmopolita”. Solo que, a diferencia de este último (o de la mayoría de sus versiones), este no es un gesto de reconocimiento emitido desde el subdesarrollo hacia la metrópolis: “la verdadera tarea hercúlea es evitar / la idea de haber nacido en la latitud incorrecta” (p. 119); “estar en la periferia era elemento clave / para entender el concepto de desequilibrio regional” [“Estudios (nuevo plan de)”]. Raimondi propone re-pensar la cuestión nacional sin caer en los enunciados esencializantes. Se nombran zonas geográficas, también los gentilicios “chipriota”, “argentino”, etc. poseen ese sentido, y eso es parte de la intención que busca ver al planeta como un mismo objeto. El enfoque cosmopolita es constante, pero sus reflexiones atienden a los dilemas de las coyunturas locales, la diversidad de eventos y azares que las empujan de un lado a otro. Esta es una de las paradojas que atraviesa al libro: permanece la geopolítica, el conflicto y la competencia entre países; y a la vez no son tan importantes las identidades como las situaciones, sus problemas organizativos. 

 

     Entonces, si Heidegger y Adorno sospechaban de la ciencia y la tecnología, el poeta Raimondi encuentra en el programa iluminista otra noción de lo universal. Ella nos ofrece una experiencia de la técnica hecha con versos de  precisión eufónica: “desguaza la segadora pieza a pieza hasta hallar / floja la tuerca del alemite en la zona de la zaranda” (“Tester”). Sería otra manera de reescribir las condiciones del sistema planetario: quien trabaja la tierra posee un “oído absoluto” para captar el rendimiento de una máquina importada. Aunque otras veces se discuten las consecuencias del progreso donde manda la expansión de la frontera extractivista: en un mismo poema se puede usar la cabeza de Kant “coronada con un penacho de plumas variadas”, o recurrir a la ironía para señalar los presupuestos míticos del “buen vivir anhelado” (“Tekohá”). 

 

     De este modo, el Lexikón avanza hacia una comunicación más riesgosa, porque muchas de las experiencias aludidas surgen como un debate en la zafra de Camagüey: “otros no entendían bien por qué trabajar tanto / para que llegue el día en que no se trabaje más”. Esta es una perspectiva empática con las disidencias planteadas por los explotados. Menos contemplativa es la mirada frente a los enemigos de clase, sucintamente enviados a la construcción de una represa (p. 106). Las referencias a revoluciones y distintos proyectos comunitaristas buscan mostrar esos otros hechos, poco visibles frente a una historia del siglo XX pensada en clave de catástrofe. No pocas de esas escenas sugieren significados contradictorios entre sí, cabos sueltos y núcleos dramáticos renuentes a las generalizaciones. Mirada lateral sobre episodios célebres, escenas  marginales, sin  nombres conocidos; no casualmente rasgos afines al objetivismo. Porque esta ampliación del arco temático hacia los traumas del pasado es otro aspecto de un interés ya presente en Poesía civil. Mediante el objetivismo el poema pasa a discutir, como si dijéramos “de igual a igual”, con un arco variado de géneros –no solo historia nacional y economía, sino ahora también historia mundial, filosofía, psicoanálisis, informática… –. El Lexikón llega a extremos acaso impensados en los años ochenta, cuando esa corriente reclamaba para el verso las ventajas de la prosa.  

 

     El libro conecta así con otras cajas de Pandora, otros textos híbridos y ambiciosos: el Paterson de W. C. Williams, los Cantos de Ezra Pound o el último Ernesto Cardenal, el de los Versos del pluriverso. No es exagerado afirmar que Raimondi acepta las intenciones de esas obras. Véase sino el poema “Danteum”. El texto describe una construcción nunca iniciada, pensada en la época del fascismo europeo, que anhelaba reproducir la estructura de la Divina Comedia. Mientras subimos por su interior descubrimos los detalles de un monumental proyecto, ya finalizado. Si no fuera por las referencias arquitectónicas y las preocupaciones funcionales, este recorrido se parecería a un ejercicio de sublimación, tal como lo sugiere el movimiento de ascenso indicado en el poema. Pero lo que vemos es el traslado al espacio físico de una épica fundadora, un “símbolo-objeto” sobre el cual se impone la mirada racionalista: “(…) solo hay tradición si se actualiza / brindando además un material estable / ante la previsión verosímil de incendios”. El texto omite el escándalo frente a los auspiciantes del edificio; más bien por el contrario, en términos de relato histórico surge un gesto análogo al clinamen: modificar la dirección de los elementos sería darle otra resolución al desastre. 

 

     Pero ¿no hay algo más solemne que un monumento? ¿No se fetichizan ahí todos los esfuerzos humanos, convertidos en representaciones manipulables en favor de tal o cual ideología? A Raimondi quizás estas preguntas le interesen, aunque no al punto de verse inmovilizado por ellas. Como vimos en “Danteum”, no hay temor al monumento. Muy por el contrario el Lexikón lleva grabado este antipático ADN; su deseo es ocupar dicho espacio simbólico combinando las herramientas clásicas y modernistas de la poesía. Estaríamos así ante un objeto monumental –por qué no– ya que, como dijimos, a eso también aspira la concepción formal de estos “dieciséis mil doscientos cuarenta y ocho versos”. Y tampoco esa desmesura debería intimidar a los lectores, porque al Lexikón le interesa explotar las ambigüedades genéricas del enciclopedismo: “(…) era hora de discutir de una vez / la superioridad de la música sobre el arte / de ensombrecer el terciopelo calibrar / la juntura de dos maderas o conseguir la espuma / perfecta en la elaboración de la cerveza” [“Encyclopedie (ou Dictionnaire raisonné)”]. El libro posee esa doble faz: compendio de saberes que a la vez puede leerse como una hilera de pensamientos ocasionales, ya que se permite opinar sobre cualquier asunto, no importa lo distante o cercano que sea. 

 

     El resultado es un discurso universalista de izquierda que desconfía de las jerarquías intelectuales y busca otro tipo de enunciación para las determinaciones que atraviesan la experiencia humana –tema constante en Raimondi, aunque cabe advertir que la palabra “determinación” o sus equivalentes idiomáticos no están en el índice…–. Sea como fuere, quizás sea más importante señalar que en el Lexikón cada situación no tarda en ser examinada desde otra perspectiva. Esa discusión pertinaz se nota en el uso de litotes y construcciones adversativas. Actitud recalcitrante del monumento, en rigor no muy lejana a otras poéticas objetivistas. Pero todos esos debates sugieren un discurso en devenir permanente, siempre atento a un replanteo de las circunstancias en las cuales se escribe. Y ese es otro hallazgo del libro.  

MARTIN BAIGORRIA

Es crítico literario, docente e investigador.

El Método Rebord

RADIO/STREAMING
DIEGO LABRA


El Método Rebord (2022)
de Tomás Rebord

metodo rebord

     El pasado sábado 2 de julio, mientras Cristina Fernández de Kirchner hablaba en Ensenada, el por entonces Ministro de Economía Martín Guzmán hizo pública su renuncia vía Twitter. El calibre político del hecho garantizaba que la siguiente entrega de M.A.G.A., el programa que Tomás Rebord realiza semanalmente por Nacional Rock, sería dedicado por completo a discutir las ramificaciones de lo sucedido, en un contexto de crisis aguda del Frente de Todos y del gobierno nacional en general. El apoteótico cold open, que reemplazó el collage sonoro de argentinidad al palo que abre usualmente cada emisión por el réquiem del Dies Irae, no hizo sino reforzar la sospecha de que se venía una arenga exacerbada. Pero entonces, cuando después de un minuto la música paró, la voz del conductor rompió el silencio para disertar inesperadamente sobre “las películas del Planeta de los Simios, las nuevas”. 

     Es “importante” charlar sobre ellas, justificó Tomás Rebord, no solo porque “son todas espectaculares”, sino porque en ellas se pueden encontrar “tres preceptos filosóficos” pertinentes a la hora. Representado de manera memorable con unas ramitas por el líder mono César (un magistral Andy Serkis bañado en CGI), el primero de ellos reza que “los monos juntos son más fuertes”. El segundo, introducido en la secuela, es el mosaico “mono no mata mono”. Más tarde en la misma película, un César derrotado le transmite a su hijo, ansioso por recuperar el mando de la tribu de manos del belicoso Koba, un tercero precepto. El más interesante, según el conductor. “Los monos se cuelgan de la rama más fuerte. Si la rama es débil, cuando el mono se cuelga, nos caemos todos”. Es decir, lo que necesitan los monos (y también los argentinos) es un liderazgo fuerte, cosa que no abundaba dentro del oficialismo por esos días.

     Mucha agua, demasiada, pasó desde entonces bajo del puente. No solo a nivel de la política nacional, sino en la carrera del propio Rebord, quien en los últimos meses se arrimó más al mainstream gracias a su sociedad con Felipe Pigna y las repercusiones de su entrevista a Fernando Vaca Narvaja y Máximo Kirchner. Pero el análisis de coyuntura se quedó conmigo porque destila la operación simbólica que a mi entender motoriza su éxito, posicionándose en un lugar destacado entre los llamados “influencers militantes” ¿Cuál es la fórmula de la Coca-Cola del éxito de Rebord?

 

¿Es esto novedoso?

     Rebord es joven, todavía no cumple treinta. Además, produce mayormente contenido para internet (su programa de radio es transmitido en simultáneo por Twitch, y está pensado para ser visto, no solo escuchado). Por lo tanto, parte de su atractivo debe ser su novedad ¿no? Como escribió Mariano Schuster al destacar la naturaleza rupturista de El Método Rebord, su formato de entrevistas y producción más exitosa, el entrevistador se permite celebrar haber descubierto la pólvora, prerrogativa de cada nueva generación. Programas de entrevistas mano a mano holgados de tiempo los hubo antes, aunque quizás no hayan sido transmitidos por Youtube. La deuda del formato con Joe Rogan, controversial podcastero norteamericano que le vendió la exclusividad de sus transmisiones a Spotify por una millonada, es blanqueada por el portarretrato con su cara que adorna la mesa del Método

     En este sentido, quizás lo nuevo pueda hallarse antes en el “cómo” que en el “qué”. Las plataformas de streaming como Youtube, o la más “gamer” Twitch, permiten la elasticidad cada emisión de El Método, durando cada uno lo que demande la “comunión entre las almas” del entrevistador y el entrevistado. Más novedoso aún es el sistema H.A.G.O.V. Llamado así por las siglas Hacer a Argentina Grande Otra Vez, el streamer montó un dispositivo de financiación directa mediante el cual sus seguidores pueden pagar básicamente para que Rebord siga siendo Rebord. En dicho sitio web podemos ver que el dinero está destinado a solventar la producción de contenido exclusivo, como las “epístolas” que envía a sus suscriptores, pero también programas que se podrían consumir sin poner un peso y que ya cuentan con una infraestructura profesional detrás, sea la de Nacional Rock, Corta o El Destape. 

     El medio de Roberto Navarro es una referencia importante, no solo porque Rebord haya hecho allí sus primeras armas, sino porque su éxito probó que se podía levantar un multimedio digital a partir de la contribución recurrente de un público pequeño pero fiel. Es decir, volver al viejo sistema de suscripción que puede rastrearse hasta los albores de la prensa nacional como solución a la atomización de los públicos y la inviabilidad del modelo masivo de producción cultural que se impuso durante el siglo XX. En este nuevo paisaje de medios, Rebord como marca y emprendimiento de un solo hombre se posiciona entre el tuitero que pone un link de Cafecito en su bio y una empresa con todas las letras como puede ser Futurock. 

     Ante la disyuntiva que plantea la dispersión del consumo multimedia y la falta crónica de capital que sufren a nivel local las PyME de la cultura, la respuesta que se ha encontrado es “construir comunidad”: hacer de la suma de tus espectadores un “fandom”. Es decir, el modelo Disney, pero aplicado a dos tipos que hablan sobre juegos de rol y minar cripto en una casa de Villa Crespo. Y construir “fandom” es algo que Rebord sabe hacer muy bien. Junto con un ajustado equipo de producción, cubren todas las bases a través de múltiples redes sociales, interactuando permanentemente con el público y desplegando estrategias novedosas, como el libre franquiciado de su marca mediante el incentivo a la creación de cuentas “hagov” o “bord” en Twitter. Rebord es un tipo de casi treinta que hace entrevistas, pero también es un “multiverso” de contenidos que amenaza con independizarse de su persona física.

     En su Método, Julia Mengolini no puede reconocer que Futurock sea “un buen negocio”, a pesar de describir a la empresa que fundó como un multimedio con casi 100 empleados, una editorial con 19 títulos en la calle, una productora de eventos que puede llenar Tecnópolis, “500.000 oyentes únicos mensuales” de la radio y miles de aportantes que ponen su plata todos los meses. “No quiero hacer guita”, afirma ante la repregunta, “no quiero ser rica”. Rebord no tiene este problema, no sufre de “pepemujiquismo”, como él mismo lo llama. De hecho, el tipo no es todavía del todo famoso y ya está cobrando cheques de multinacionales. Como su sonada renuncia de Spotify dejó en claro, ya fue eso de producir contenido gratis ¿Acaso “venderse” ya no es tabú? En tiempos de traperos self-made y capitalismo de plataformas, la pose “under” del arte por el arte hasta que duela la panza ya no genera los mismos dividendos simbólicos que antaño. No hay (tanta) vergüenza en admitir que la cultura también es negocio.

     No faltará quien señale que este giro “entrepreneur” de la producción cultural tampoco es tan novedoso, ni quien trace la descendencia genealógica entre Rebord y su entrevistado y empleador Mario Pergolini. Lo cual el mismo Rebord no contradeciría. En la subversión de las expectativas que representó el citado monólogo sobre El Planeta de los Simios con el que abre la nota, en el diálogo cómplice y risueño con los operadores (“está todo bien en cabina, todo en orden”, se escucha entre tentadas), conviven la obsesión metanarrativa del streamer, las referencia a la cultura masiva importada y el tono juguetón con que Tinelli pinchaba a Hoppe detrás de cámara. Si Rebord es algo, es un hijo sano de los noventa, en el sentido más literal de la expresión.

 

¿Es esto peronismo?

     Martín Rodríguez escribió que a lo largo de la última década del siglo XX, la fuerza centrípeta que tendió a sostener juntas las partes de una sociedad argentina cada vez más desigual y fragmentada fue la promesa del consumo. Un “derecho no escrito” que vino a suplir tantos otros que fueron suprimidos durante esos años. “La gran transformación de la época es que el ‘consumo’ se convirtiera en el verdadero (o posible) derecho de masas”, afirma Rodríguez. Un consumo de nuevo talante, moderno y globalizado, que hacía posible que tus viejos te llevaran al shopping a ver la nueva de Disney y luego a cenar una Cajita Feliz que venía con un juguete del protagonista por menos de diez pesos. Fue durante esa década que descubrimos que Tribilín en realidad se llamaba Goofy y aprendimos a decirle Bruce Wayne a Bruno Díaz. Quien quisiera podía tener en sus manos el viernes una historieta de Batman que se había publicado en Nueva York ese mismo miércoles. A medida que el mundo se hacía más chico, nosotros sentíamos que cosas antes imposiblemente lejanas estaban ahora al alcance de la mano (de quien pudiera pagarlas).

     Rodríguez también estima que, si bien el kirchnerismo se construyó en oposición al menemismo, el nombre de la década, no hubo antagonismo en cuanto al consumo. “El kirchnerismo combatió a Menem, pero no a los noventa”.  Es más, los “usó a su favor”: “Frávega y derechos humanos”, “orden y progresismo”. La recuperación del poder adquisitivo, el atraso cambiario y el retorno del Estado presente (y subvencionador) generaron una década ganada del consumo cultural, incluyendo lo importado: la asistencia a los cines batió records año a año a caballo de los Rápidos y furiosos y los tanques animados de Hollywood, artistas internacionales y festivales musicales volvieron a llenar los estadios de Buenos Aires, y quienes no habían podido tener la Play 1 si pudieron comprarse la 2. Altos salarios en dólares permitieron volver a viajar afuera. En 2012 pude conocer Nueva York, paisaje del cine catástrofe y las sitcoms con que me había criado, con un sueldo de heladero y sin dejar de pagar el alquiler. 

     Este tren de consumo cultural aparece como una tensión dentro del ethos kirchnerista. Por un lado, el Estado propuso (y financió) una renovación estética del peronismo afín a la sensibilidad de las clases medias y bajas urbanas que se habían criado mirando cable, jugando videojuegos y navegando en el primer Internet. Encuentro y Paka Paka. Comicópolis en Tecnópolis y KEXP en el CCK. Fuerza Bruta volando a bordo del ARSAT. El citado Futurock es quizás el mayor emergente de esta apuesta, la prueba de su pregnancia. Pero por otro, la raigambre ideológica del movimiento obligó a presentar esa renovación como la antítesis de esos mismos consumos que, cuanto menos, influyeron dicha renovación. Pikachu o Zamba, y fíjate de qué lado de la mecha te encontrás. El drama existencial del peronismo Latte Machiato, diría Rebord. Denunciar al imperialismo y los poderes fácticos, tuiteando desde el Lollapalooza. Mirar la última de Marvel en Disney+ con Dorfman y Mattelart en la mesita de luz ¿Qué hace el peronismo cuando lo que quieren consumir los argentinos de a pie es importado? ¿Cuándo el ídolo popular es Goku? 

     Rebord viene a resolver esta tensión simplemente ignorándola. De todo dilema ideológico se sale por arriba. Quizás por eso Juan Tenembaum lo llama un “peronista extraño” en el perfil que hizo de él. Nacido en el seno de una familia de clase media con biblioteca, la madre le dio para leer El hombre mediocre de José Ingenieros cuando tenía doce. Viniendo de una casa donde “no había política”, se interesa por ella gracias al icónico poster “Hope” de Obama y termina en “un local radical”. El viraje al campo popular también tuvo una fuerte raigambre estética: lo ve hablar a Chávez y se le despierta el medidor de mística “¿Qué es este gordo mágico que se pone a hablar y todos se cagan de risa?”, pensó. Se “desgorilizó” militando en La Mella y Nuevo Encuentro, pero nunca renegó de su dieta cultural omnívora propia de un porteño millenial. 

     “Yo soy admirador de la cultura yanki, me gusta, me vuelve loco”, admite sin tapujos en el podcast Círculo Vicioso ¿Por qué no habrían de gustarle si “son buenos productos” y entretienen? En esa frase la operación es doble. No solo se blanquea el placer por las producciones hollywoodenses, sino que se encuentra valor en productos culturales a los que desde círculos críticos e ilustrados usualmente se les niega (aunque esto quizás sea más un espíritu de época, como denota el discurso de voces que protagonizan el recambio institucional de la cultura). Una rebelión contra “la figura del crítico de cine, que habita la cultura mediante señalar lo verga que es todo”, ilustra en una entrevista. Desintelectualizar el consumo cultural. No todo tiene que ser una operación ideológica (aunque efectivamente lo sea). Reconocer las cosas primero desde el disfrute que nos regalan, construir desde lo que nos gusta. Y “hay tanto por disfrutar”, afirma él.

     Ya sabíamos que se podía ser peronista y mirar Game of Thrones. Lo que hace Rebord es ensayar una renovación del repertorio simbólico del peronismo a partir de esta coincidencia. Política nacional, Star Wars, Boca, las historietas de Alan Moore, la poesía de Almafuerte, lo fi hip hop beats to study to, los Redondos, los Avengers. Todo colisiona y se retroalimenta dentro del multiverso Rebord. Pensar el desencanto de la militancia kirchnerista a través de la comparación entre Rings of Power y House of the Dragon. Contar la historia del profeta argentino Benjamin Parravicini con la lente de Spielberg y Los Expedientes Secretos X. King Kong versus Godzilla versus Carl Schmitt. Todas referencias culturales que conviven en el collage que es la cabeza de los argentinos y argentinas que se criaron con una computadora en el living y tuvieron un teléfono celular antes que título secundario. Si los pibes se la ingenian para mirar anime e instalar el Counter en las netbook del Conectar Igualdad, si una provincia promueve el turismo apelando al parecido de las salinas con el ficticio planeta Tatooine, como no va a aparecer un peronista haciendo proselitismo de baja intensidad mientras hace un stream jugando al Elder Ring

 

¿Es esto política o entretenimiento?

     A pesar de encontrarse ideológicamente en las antípodas, no pocos han señalado puntos de contacto entre Rebord y Javier Milei. Por su estilo crispado, por apelar a bases similares. Son “dos caras de una misma moneda”, escribe Alan Ojeda, presentándolos casi como adversarios de una novela fantástica destinados por sus estrellas a chocar en un combate épico hacia el final del libro. La relación ha sido azuzada por el mismo productor de contenido, quien célebremente preguntó al aire “¿Cómo le vas a tener miedo a Milei?”. “Me interesa la cultura en términos del [antropólogo argentino Rodolfo] Kusch, como táctica de permanencia”, contesta a cualquiera que le pregunte. En este sentido, la “táctica” ensayada por Rebord es desplegar una serie de referencias culturales, de reconocer aspiraciones de consumo que hasta ahora quedaban por fuera del universo simbólico del peronismo y por eso mismo eran capitalizadas por otros espacios políticos. Dar la (otra) batalla cultural.

     Se cansaron de citar a García Canclini, pero se lo leyó como denuncia de una distopía en el horizonte cercano antes que como el análisis de una realidad presente que realmente ofrecía el antropólogo. Si hace treinta años era cierto que la globalización de la tercera revolución industrial debilitó la identificación de los sujetos con su correspondiente cultura nacional en detrimento de referencias simbólicas de coordenadas globales, entonces hoy lo es aún más ¿Es este proceso producto de un comercio cultural desigual y asimétrico que refleja la realidad geopolítica del mundo? Sí, pero que el diagnóstico no sea percibido como justo no lo hace menos cierto. Quienes nacieron y se criaron al filo del siglo XXI encuentran sus deseos y aspiraciones irremediablemente atados a este universo simbólico globalizado. Por eso calan las promesas de la “vuelta al mundo”, o de convertir a Argentina en un país “normal” donde se pueda consumir productos culturales importados sin tanto problema. Alguien espera con ganas la próxima Fiesta Nacional del Sol, yo espero el estreno de Avengers: The Kang Dinasty en 2025, pero los dos estamos en el mismo padrón electoral.

     Ahí está la dimensión emotiva de la falta de divisas: el dólar como la moneda con la que se compran los sueños (y no me refiero acá al de la casa propia en un mercado inmobiliario dolarizado). Sobre esa herida tiraba sal la falsa declaración sobre Netflix atribuida a la exministra Silvina Batakis. No existe la sustitución de importaciones culturales, y demonizar esos consumos no hace más que alienar a quienes encuentran en ellos un lugar de pertenencia o se sienten frustrados por no poder acceder a ellos. Así lo entiende Rebord, quien señala que no hay razón por la cual quienes disfruten de jugar on-line, coleccionar historietas importadas o hacer cosplay se tengan que quedar fuera del peronismo. Si, podés votar peronista y aspirar a vivir en un país donde pagar los ciento veinte dólares anuales que cuesta la suscripción a Playstation Plus no sea ni un imposible económico ni un incordio burocrático.

     Esto no significa que Rebord renuncie a la “cultura nacional”. Todo lo contrario. Relaja sus fronteras, la sumerge en nuevas intertextualidades, y de esta manera la pone en valor para sus contemporáneos, quienes no ven en ella un valor inherente solo por ser argentina. Entrar a Borges vía Swamp Thing, y no porque es una tarea de la escuela. “La cultura no es necesariamente Víctor Heredia cerrando un acto de la CTA por decimoséptima vez […]. Capaz es generar productos de calidad que hagan que esa gente [que vive en Malvinas] quiera ser más argentina que inglesa. Quiero hacer productos que interpelen, que narren nuestra generación, que cuenten lo que somos”, declaró al Diario con Vos

     Dos corolarios pueden extraerse de esta frase. Primero, que como venimos desarrollando hasta esta parte, “lo que somos” los argentinos del año 2023, “nuestra generación” es esto: Sarmiento, Macedonio y el “Indio” Solari, pero también Coldplay, George Lucas y Akira Toriyama. No hay concesión alguna ahí, no hay juicio de valor, solo la descripción de una realidad. Segundo, que esta otra batalla cultural no se va a ganar en la Aduana, sino produciendo “productos” que interpelen a los consumidores dentro del mercado cultural. Si la poesía ya no los conmueve, entonces habrá que cantar trap o relatar la vida de próceres argentinos en clave hollywoodense. En la boca de Rebord la cultura nacional se revitaliza porque su confianza en la mística de la misma es contagiosa ¿Cómo no te vas a animar a poner a Lamadrid al lado de Alejandro Magno o Darth Vader, si el argentino fue el más corajudo de todos, casi inmortal? “Quiero ganar”, que la cultura argentina le gane a la norteamericana, la española, la que sea, arenga el streamer. “Quiero que un niño yanki mire la puta película del comando argentino” ¿Ustedes tienen superhéroes? Bueno, nosotros tenemos simuladores.

     Ese optimismo desbordante por lo propio y por el presente del “rebordismo”, explícitamente inspirado en la teoría maslatoniana del “bull market”, es leído como infundado o hasta un error fatal en tiempos peligrosos por los “refutadores de leyendas”, categoría tomada a préstamo de Dolina. Pero es también una de las características más atractivas para los “hagoveros”, como se etiquetan los seguidores del streamer. Rebord llama a “construir cultura”, a “construir comunidad” a través de las nuevas herramientas que ofrecen los medios digitales, pero también aclara que “no es suficiente”. No alcanza con la “lógica zapatista de la producción de la cultura” under o independiente, con la pyme amateur que no produce lo suficiente para vivir de ella. Si le vamos a ganar a Hollywood, si vamos a meter al Eternauta y a Lamadrid en los cines de California hay que ir “por todo” ¿Podrán?,

DIEGO LABRA

Profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito mayormente sobre industria editorial, tanto publicaciones periódicas como historieta. Posee un interés omnívoro sobre todos los aspectos de la cultura masiva.