GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

El sexo de la historia, de Omar Acha

HISTORIA

CATALINA HERNÁNDEZ


El sexo de la historia (2000)
de Omar Acha

2

     En el 2000 se publicó un libro de historia, teoría y política, que veinte años después presenta discusiones completamente actuales, a las que probablemente nos acerquemos más hoy que ayer, gracias al avance del feminismo. Aclaro de antemano, no es un libro de playa, no es un libro sencillo y rápido. Es un libro espeso, sobre todo si no se tiene mucha noción de psicoanálisis o de discusiones de género. Llegué al libro porque el nombre es provocador: “El sexo de la historia”, lo tituló Omar Acha. Funciona perfectamente como un estado de la cuestión sobre la relación entre género e historiografía, donde el autor hace análisis y propone posibles soluciones. Si bien el libro busca debatir hacia el interior de la historiografía argentina, Acha bucea por diferentes debates y dialoga con corrientes foráneas para, en el último capítulo, dedicarse a nuestro país particularmente.

     La invitación primera que nos hace el autor está vinculada con la necesidad de desencializar: “Intervenciones de género para una crítica antiesencialista de la historiografía” es el subtítulo del texto. Se sostiene un antiesencialismo radical en el libro que apunta a desnaturalizar ideas que operan en la producción de conocimiento. Desencializar, en el libro, implica develar el hecho de que no hay una esencia en las ‘cosas’. El procedimiento de análisis crítico necesario para develar esto es el de deconstrucción. Como ejercicio para desencializar las nociones de ‘hombre’ y ‘mujer’, Acha recurre a una crítica de las retóricas de masculinidad en Freud, y a través de la historización del ano va desarmando el esquema binario hombre / mujer que la historiografía da por sentado, invariable y natural. Es válido preguntarse ¿qué pito toca el culo en todo esto? Acha nos recuerda que la cultura es condición de posibilidad de formación de los cuerpos e históricamente la vinculación entre identidad narrativa e identidad sexual se nos ha presentado con relatos mediados por el falocentrismo: conquista, monta, gloria: pene. La historiografía, nos dice Acha, ha dado por sentado mucho cuando nos habla de ‘hombres’. El ano se ha construido como ‘lo oprobioso’, la vagina como lo ‘pasivo’, el falo como lo adorado; y parece que la virilidad fálica no puede coexistir bien con la erogeneidad anal, no en la historiografía. Elevado su poder simbólico, el pene llegó a representar lo viril, lo público, lo bélico, lo político. Con este esquema, la sexualidad falo-ginocéntrica (heterosexual y binaria) funciona como objeto tácito de la historiografía y eso no es discutido sino asumido. El autor denuncia una mala conciencia de quienes no dejan de experimentar los múltiples modos de la sexualidad pero, a la hora de practicar la historiografía, niegan temas de sus experiencias vitales y extienden esta represión a sus objetos de conocimiento en nombre de la ‘imparcialidad’.

     Uno de los debates que se abren en el libro es la relación que existe entre sexo y género. La posición hegemónica en Argentina -dice Acha- es la de Simone de Beauvoir, que da por sentado que la constitución corporal es pre-cultural. Así, se supone el orden natural del sexo y el cultural-socio-político del género. Acha sostiene que no siempre existió una tal división binaria de los sexos que implicara las exclusiones hoy existentes. La distinción sexo – género es equivocada a los ojos de este autor y es funcional a la supremacía masculina, garantizada por una opinión que subordina los cuerpos, maniata los anos y exalta los penes penetrando las -pasivas- vaginas. Mientras de Beauvoir da por sentado que la constitución corporal es precultural -el sexo es una base biológica que distingue hembras de machos-; Acha sostiene que los cuerpos son formados como cuerpos en la cultura, o sea que la interpretación funciona como pre-estructura de la formación corporal. El sexo no existe fuera de las condiciones sociales y culturales donde se encuentra y, si bien hay diferencias biológicas innegables entre los cuerpos, lo determinante en la organización social es el significado y la valoración de esas diferencias; cómo se las interpreta y cómo se las vive. Acha nos dice que es inexcusable desarrollar un concepto de género que opere con radicalidad sobre la historiografía y las ciencias sociales, así como operan y han operado conceptos como el de raza o clase. 

     Este libro es un defensor de la teorización. Sostiene la necesidad de teorizar para no caer en la trampa positivista del empirismo que considera como ‘cosas’ a subjetividades y procesos, sobre los que hacemos la investigación histórica. Nos invita a reemplazar la objetividad positivista por una ‘verdad’ basada en una práctica historiadora que contenga una pluralidad de opiniones enfrentadas en términos de racionalidad y plausibilidad de los argumentos para justificar las interpretaciones históricas. El autor entiende que no podemos evitar el carácter situado del conocimiento: como del perspectivismo no podemos huir, hay que reconocerlo como una condición y no como un error. En este sentido, propone superar la ilusión objetivista con una ‘racionalidad científico hermenéutica’, que conjugue la parcialidad necesaria de la práctica, con una cientificidad que articule la intención política detrás de la tarea historiadora. Uno de los conceptos articuladores centrales, sostiene el autor, tiene que ser el de género, sobre todo si consideramos género como lo hace Scott desde la teoría estructuralista del lenguaje: “forma primaria de relaciones de poder significantes”. La teorización que Acha defiende a capa y espada es la que permite descubrir los velos ideológicos de la Historia tradicional y todos los supuestos que los sustentan. El empirismo ha sido funcional a la reproducción de una academia androcéntrica y homofóbica, denuncia el autor. En este sentido, la categoría de género es útil para develar que las representaciones genéricas funcionan como modos de asignación de jerarquías y tipos de relaciones, sin que se extienda a la construcción cultural de los cuerpos. La perspectiva de género muestra la instancia real de articulación de relaciones humanas y sociales entre los géneros.

     La perspectiva post estructuralista es introducida desde la obra de Joan Scott, a la cual dedica un capítulo completo. A lo largo de este capítulo se insiste en el esencialismo que subsume la idea de ‘mujer’ y se tensiona la idea de una posible historia de mujeres que suplemente la historia ya escrita ¿Por qué no ‘agregar’ a las mujeres que faltan si la Historia ya está escrita? Por el hecho de que la historia de las mujeres rompe con la unidad ficticia de una Historia que se devela necesariamente parcial, por ende, no objetiva; más allá de que la historiografía ha hecho gala tradicionalmente de tal objetividad basada en el tratamiento metódico de las fuentes. 

     Fue el post estructuralismo el que influyó en la labor de Scott y el que hizo que cambiara la pregunta sobre el ¿qué? por la del ¿cómo? Mientras el qué pregunta por la esencia de las ‘cosas’, el cómo permite historizar y develar que no hay una autenticidad o entidad uniforme e invariable. Acha nos trae a colación una crítica interesantísima que hace Scott a Thompson a raíz de su ‘gender blindness’  en ‘The Making of the English Working Class’. Scott, además de resaltar el hecho de que el historiador inglés no se pregunta por la vivencia de las mujeres, critica la noción misma de ‘experiencia’ con la que trabaja Thompson. Ella niega que la experiencia provenga de una subjetividad previa a la existencia histórica que este concepto expresaría. O sea, ésta es un producto de subjetividades que no preexisten a su ocurrencia. La experiencia, dice Scott y replica Acha, no es la expansión de una subjetividad previa sino la historia de su formación. Entendamos que las identidades no son una cosa, así como la experiencia no es la expresión de una subjetividad que estaba dada sino la historia de la formación de esta subjetividad.

     Mientras Scott nos propone alejarnos del marxismo y del psicoanálisis, del primero por un reduccionismo económico y del segundo por pensar la subjetividad en términos individuales, Acha intenta rescatar herramientas útiles de estas dos teorías. El libro funciona como ‘crítica no reactiva’ al marxismo donde el autor busca rescatar las motivaciones políticas emancipadoras que lo vieron nacer y sus herramientas más útiles, pero nos dice que debe dejar de aspirar a ser un monismo interpretativo. La jerarquización en términos de clase como factor determinante del proceso histórico ha hecho sistema con una representación masculinizada de la clase obrera como sujeto; aquí Acha repite la crítica de Scott a Thompson. La historia elaborada con instrumental marxista se ha atenido a temas y preferencias particularmente similares a la historiografía tradicional. El marxismo debe olvidar toda pretensión de hegemonía a priori en la comprensión de la realidad porque es preciso reconocer otros planos no económicos de esta realidad. Dentro de los inconvenientes que hay en la relación marxismo / género es evidente la incomodidad generada por el concepto marxista de materia. Es aquí donde entra la crítica de Judith Butler, quien plantea la imposibilidad de recurrir a la materialidad como instancia previa a la cultura y el lenguaje. El concepto de materia no implica una evidencia empírica sino que es una construcción histórica, ‘no hay materia, sino materialización’, dice Butler.

     Una interpretación como la que propone Acha exigiría una aproximación plural (pero no ecléctica) a la realidad, que debe ser criticada desde el enfoque lacaniano del registro de lo real. Este enfoque complementaría las nociones totalizantes que subyacen en el marxismo y en el post estructuralismo, según Omar Acha, y ayudaría a llamar la atención sobre la irreducibilidad de los ‘objetos’ del ‘mundo’ al lenguaje, previniendo la ilusión idealista de la unidad entre objeto de conocimiento y objeto real, y afirmando la diferencia ontológica del objeto de estudio respecto de sus interpretaciones a las cuales tal objeto es irreducible. Desde su perspectiva, el diálogo de la teoría de género con el marxismo y el psicoanálisis es necesario si queremos no absolutizar el lenguaje como mundo. De este modo, teorías no necesariamente traducibles entre sí pueden articularse críticamente para describir los procesos de formación de la realidad. Entonces, este autor nos propone buscar una ‘articulación crítica’ como condición de superación imposible de las diferencias entre la teoría post estructuralista de género y el marxismo. 

     Todo este recorte de ideas y debates que presenta el autor de forma muy ordenada, bien documentada y comentada, tienen como objetivo político explícito hacer tabla rasa con la historiografía patriarcal que hemos heredado. El deseo que subyace este trabajo es colaborar a la creación de una conciencia histórica vinculada a intereses emancipatorios. La historia de género es uno de los modos de construir un tipo de práctica historiadora con mayores ambiciones que las de la sedicente profesionalización. El libro busca superar el desafío de que las historias inconformistas no se conviertan en una rama del árbol del saber académico. Lo más interesante del libro es que propone deconstruir lo naturalizado, reclamando la transformación de los paradigmas disciplinares de la historiografía, e invitando a ver qué nos puede decir la historia de género sobre nuestras propias vidas.

CATALINA HERNÁNDEZ

Estudiante del profesorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, feminista y patagónica.

Ola Mina XD, de Ca7riel y Paco Amoroso

MÚSICA / VIDEOCLIP

DIEGO LABRA


Ola Mina XD (2019)
de Ca7riel y Paco Amoroso

onda mina2

     “Mira este video”, me escribió un amigo por Whatsapp, y adjunto un link. Como guiado por mi propio Carlos Argentino Daneri hasta un punto que contiene a todos los demás puntos del universo (una URL en este caso), el clic me llevó ahí donde pude verlo todo, pero todo, en un rectángulo de poco menos de siete pulgadas. Quedé de cara, como dicen los chicos ahora. Si es que los chicos siguen diciéndolo todavía. Este Aleph no está oculto, reservado para unos pocos en un escalón de la escalera que lleva al sótano de la casona de una familia bien. Sino que acumula más de siete millones de vistas desde el 11 de julio de 2019, cuando fue subido a YouTube. Cualquiera puede encontrar el infinito en el videoclip “Ola Mina XD”, del dúo de “música urbana” Ca7riel y Paco Amoroso

     El video abre con una suerte de altar al dios Windows 95, monitor de tubo y todo, que se erige en medio de la escena, flanqueado por un pallet y un barril oxidado. El plano se abre para revelar a los dos músicos arrodillados sobre alfombras a su pie. Ellos no están ahí para elevarle una oración binaria a Bill Gates, sino que persiguen un goce lisérgico por dial-up. El primero que se anima es Paco Amoroso. Se pone en cuatro e introduce un circuito integrado allá abajo, la luz roja titilando para establecer una interfaz narcótica/erótica entre carne y bits. 

     Justo a tiempo para su verso, Amoroso es arrojado, y nosotros junto con él, dentro de un caldo digital donde nuestros noventas y dos mil nos son devueltos como un vómito escrito en MS-DOS: gifs de Sonic, Pikachu, Broly y Shrek se (con)funden con el Diego modelo gordo y rubio oxigenado, Francis Ford “Guillote” Coppola, el Gauchito y la bandera nacional. Todo teñido de azul y oro. Vaporwave de bolishopping. Un fansite de Bokeee punto Geocities punto com punto ar. Lo que hubiese pasado si Cha Cha Cha y la cultura del meme hubiesen coexistido. 

     Ca7riel hace lo propio y termina como Lisa en el sillón de los Simpsons (si la familia amarilla hubiese sido una pesadilla que atormentó a Laura Dern en alguna película de Lynch). Siguen dos minutos de crescendo, a pura base y freaseo rapeado, que culminan en el clímax de un beso entre Paco y otro tipo que viste la xeneize. Paco y Ca7riel se miran extasiados. Saben que quieren más. 

     En todo su desenfado, la afiebrada visión que es Ola Mina XD, escrito por Kevin (Zeta) Zelaznik y Fernando Verdura y dirigido por el primero para Malasangre Audiovisual, podría aparecer como resultado de la aleatoriedad de un mal viaje y los bajos recursos de una producción a pulmón. Otra pieza más para el museo de lo bizarro lo-res que es Internet. Mas otros videoclips, como el ingenioso Jala Jala o el cinematográfico Ouke, protagonizado por Esteban Lamothe, prueban que el dúo crea su identidad audiovisual con mucha premeditación y estrategia. Y esta no es la excepción.

     Lo que el recurso narrativo del periférico anal quiere traducir mediante unos y ceros no es más que lo que Ca7riel y Paco ya tenían adentro. Poner en pantalla la cabeza de autodescriptos “niños robot” hijos de una “época informatológica”. Nacidos en los noventa, criados a base de todo por dos pesos, y cuya pubertad estalló a puro MSN y party-LAN durante la edad de oro del ciber. Un peso la hora, probablemente la mejor relación costo/beneficio en la historia de la industria del entretenimiento. Indicio generacional: cuando le preguntaron a Paco por haber “llenado” el Obras, “templo” de esa cosa amorfa que se llama “rock nacional”, el primer recuerdo que le vino a la cabeza fue que “alguna vez [fue] a ver a los Globetrotters ahí”.

     ¿Y la música? Bueno, la música también. Pulsante y abrasiva como es, más hablada que cantada, con lírica de gueto (“TODOS SE KIEREN SUBIR A MI PONY YO SOY ARGENTO NO TENGO MI MONI”), se corresponde con lo que uno imagina es el trap. Escena en auge en la que suele ubicarse a Ca7riel y Paco Amoroso. Pero la canción también desnuda lo ecléctico, “deforme”, de su producción. Adjetivada como “extraño y desopilante” y “un ritual aborigen combinado con los gritos de Gohan al transformarse por primera vez en Super Saiyajin 2”, su repertorio rehúye de las etiquetas en un mercado que las adora (pero donde es cool renegar de ellas). En este respecto, Ca7riel cumple su papel, definiéndose como poseedor de una “mente medio de productor”, que escribe “temas traperos, más hiphoperos y también rockeros”, despegándose de “la moda”. “Busco un sonido propio, pero es tan difícil, ¿viste?”

     En notas y entrevistas escritas sobre ellos, pero también en la misma música, el oyente es confrontado con negociaciones que tensan la escucha. Primero, con lo “popular”, en la superposición transicional que se dibuja entre los ritmos tropicales y el trap. El segundo reemplaza a los primeros en las pistas, los cumbieros se mudan al trap para no quedarse afuera. En tiempos en que la cumbia villera se ha visto canonizada con el visto bueno de la progresía, la crítica especializada y la bendición de la multinacional, el trap se vende como la continuación de ese escandaloso “agite tumbero”. Mas, con la sofisticación lírica y producción aportado por el hip-hop (y el appeal comercial del primo cercano reggeatón). 

     Como se ve en el video, Ca7riel y Paco se hacen cargo de esta demanda de lo “popular”, abrazando una estética trash (cierto, más cerca de Harmony Korine que de Yerba Brava). Una identidad visual a mitad de camino entre la Salada y el ClipArt. “No quiero chetos ni gringos / turros bailando en el bingo”, batió Ca7riel en el Hipódromo de San Isidro a quienes pagaron miles de pesos el abono de tres días en medio de la cruda recesión que todavía transitamos. 

     Segundo, se negocia con la tradición del rock, último refugio musical middlebrow de la siempre entrecomillada “clase media”. Constantemente se sacan a relucir las  credenciales rockeras del dúo. Que Paco (Ulises Guerriero) y Ca7riel (Catriel Guerreiro), oriundos de Floresta y amigos desde la escuela primera, estudiaron música desde chicos. Que el primero estudió violín, y el segundo “es hijo de un músico de rock y a su vez estudió y se recibió de profesor en la José Esnaola”, que “es como un Hogwarts” pero “con música” (que a su vez es como “una magia”).

     De nuevo, ellos mismos alimentan esta narrativa respondiendo que sus role models son “Freddy Mercury”, “Phil Anselmo” o aquel “GG Alin que se caga[ba] a piñas”. Aún más lo hacen con la doble vida que le dan a su música: hiperproducida y bailable en el estudio, la fiesta in your face que es Ola Mina XD, u orgánica y eléctrica en vivo. Esto último gracias la ATR Vanda, compuesta por algunos de los músicos con quienes supieron formar el conjunto de  inspiración spinetteana Astor y las Flores de Marte

     Mostrando la peor cara de la doctrina rockera, tan arraigada acá, y mejor representada por esa memorable intervención de “Pappo” Napolitano en Sábado Bus, estas credenciales son blandidas como una innecesaria defensa de una música que no busca justificaciones. Por eso se escribe que es trap, “pero de conservatorio”. Que los pibes “no son improvisados”. Se le aplica así una pátina de respetabilidad en deferencia a ese público “culto y oculto”. 

     Allí reside también la mayor versatilidad del dúo, la mayor potencialidad de su deformidad. Son materia prima agradable para una nota de Anfibia y sus lectores, quienes quieren escuchar en sus canciones un “nuevo punk”. Rock “garagero” para “tiempos de autotune”. Se dejan empaquetar para el consumo “boutique” junto a Babasónicos y la sensación indie Usted Señálemelo, sin perder el appeal de millones de chicos que hacen clic en Youtube y ante la pregunta por la revista de la UNSAM responderían ¿¡qué!?. Para quienes no quieren enterarse que el rock murió, tanto como fuerza comercial y como vanguardia artística, Ca7riel y Paco Amoroso son los nuevos Kuryaki. Para quienes son ajenos a esas internas, son el soundtrack de Bariloche y ya.

     Pero en este caso, y hete aquí lo que quizás es su mayor ruptura con los diez mandamientos del rock, el marketing no lo impuso la discográfica. Fue decisión propia, y a mucha honra. Si hacer plata implica “sacrificar un pedazo de su alma al capitalismo, sí o sí”, entonces “bueno, hay que ponerse a la moda”. Si las canciones se disputan una porción del mercado, del feed de tu Spotify, entonces hay que pensar en “conquistar tal público”. Aunque eso implique, como dice Ca7riel, dejar “de mirar adentro mío y hacer fluir el cien por ciento de lo que soy”. Este es un under que, como todos los under siempre, está dispuesto a venderse para alcanzar el sueño de vivir de la música. La novedad está en que no le da vergüenza decirlo. 

     Para quienes, como ellos, tienen el DNI por encima de los treinta y cinco millones, el saldo del siglo XX inmediato es menos el recuerdo de un estallido social que pasó cuando eran muy chicos, y más la globalización del mercado de productos culturales. Mtv, Cartoon Network y los otros ochenta y siete canales que había en el cable. Ese Caballero del Zodíaco trucho importado de Taiwán. La visual del videoclip expresa como la liberalización económica dinamitó los límites de lo que sus padres pensaban como “lo nuestro”. Todos quisieron ser por igual, durante el recreo en el patio de la escuela, el Power Ranger rojo, el diez de Boca o Super Saiyajin. 

     Encima después llegó la nueva y forajida frontera del Internet, donde el copyright va a morir, y todo estuvo al alcance de un clic. Leen Pitchfork, Spin o Rolling Stone, y descubren que la vanguardia está en el hip-hop barroco y sesudo del primer Kanye, Frank Ocean o Kendrick Lamar. Miran a amateurs en Youtube o Instragram hacerse un nombre desde abajo y sienten que ellos también pueden llegar. Investigan que genera más reproducciones y se van amoldando de a poco a la demanda digital. Porque (necesariamente) la otra cara de la democratización que implican las redes es el emprendedurismo de artistas que aprenden a venderse solos. En tiempos cuando la autenticidad es el máximo commodity, los “códigos” y las imposturas, tan caras a generaciones pasadas, se tienden a caer.

     El resultado, este “puchero deforme” que les sale a los músicos del culo, podría decirse que es nuestra “cultura nacional”, o algo que se le parece bastante. Puede ser que la Biblia siga estando al lado del calefón (aunque ahora se use más el termotanque eléctrico). Lo cierto es que sobre la mesa hay un plato de ramen con la cara de Juan Román Riquelme, más kawaii que nunca.

DIEGO LABRA

Profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito mayormente sobre industria editorial, tanto publicaciones periódicas como historieta. Posee un interés omnívoro sobre todos los aspectos de la cultura masiva.

Las hijas del fuego, de Carri

CINE

RAÚL FINKEL


Las hijas del fuego (2018)
de Albertina Carri

las-hijas-del-fuego-afiche-1x70-PDF

     Las hijas del fuego es en una primera mirada una porno sobre el goce femenino,  las dos terceras partes de su duración –pongamos 70 de los 115 minutos que dura- son escenas de sexo explícito. También podríamos decir que es una porno por respeto a la opinión de su directora, que vocifera que su película es una porno. Pero no es una película hecha para calentar sexualmente a sus espectadores y nada más, es una película mucho más compleja y que apunta a muchos y más interesantes lugares que solo la excitación sexual.

     El porno des subjetiviza los cuerpos, los transforma en objetos de una narración que busca el goce de un otro externo. El porno lo crea en parte la mirada del espectador, sea un valijero o un censor. Carri diluye la individualidad en otra búsqueda, la de la comunidad; no des subjetiviza sino que muestra yo suaves, yo que no buscan imponerse de ninguna manera, yo que no desean el dominio. La historia es sencilla en extremo, una pareja lesbiana se reencuentra en Ushuaia luego de unos meses de distanciamiento por motivos laborales. En la salida de esa noche conocen a otra chica. Las tres emprenden un viaje que puede ser a Puerto Madryn, a una especie de procesión acuática, o a Necochea a rescatar un viejo auto. La película es el camino. Una road-movie, en la que van conociendo, levantando y compartiendo partes del viaje con otras mujeres. En el recorrido aparecen distintas historias, hasta que llegan a algún lugar que no es ninguno de los dos posibles destinos iniciales. 

     Pero el tema no es la historia sino el tratamiento: de la imagen, de los personajes, de sus cuerpos, del goce sexual, del relato, y de les espectadores. Las hijas del fuego es una película lesbiana, todo el sexo que vemos es entre mujeres. Y la proliferación de escenas sexuales construye claramente una primera idea: la desaparición del concepto de propiedad en el vínculo amoroso o sexual. La nadadora y la cineasta, que son la pareja del inicio, están juntas hace tres o cuatro años. Ninguna expresa el menor gesto de inquietud frente al encuentro sexual de la otra con una tercera o una cuarta o una quinta. Más aun, esa pareja inicial parece sumar al tercer personaje por orden de aparición, una trabajadora de una fábrica de electrónica, no sólo a sus juegos sexuales sino también a su vínculo amoroso. No hay atisbos de propiedad sobre el cuerpo del otro ni sobre sus sentimientos, los celos están fuera de campo.

     Las  protagonistas de la película son mujeres y pareciera que todas pueden desearse libremente, no sólo porque nadie se los impide, sino fundamentalmente porque el requisito para encontrarse con otra no es más que la posibilidad de que ese encuentro suceda, la posibilidad de compartir el goce con otra mujer. Por otro lado, el goce sexual está absolutamente desvinculado de cualquier patrón estético de los cuerpos. Las siete mujeres que en algún momento comparten el viaje en la combi y los encuentros sexuales, son cuerpos diversos y comunes que se unen y se cruzan en el deseo. Son mujeres verdaderas que pueden tener curvas o no. Son una comunidad de goce y libertad que se expande o se encoge según las circunstancias. Y las circunstancias siempre están marcadas por el ejercicio de la libertad individual.

     La manera de gozar de todas y cada una de ellas es también absolutamente diversa: parejas, tríos, orgías, consoladores, látigos, cuerdas, máscaras, dedos, lenguas, hasta incluso la que solo goza en soledad, consigo misma, quien va a cerrar la película con un largo plano de su masturbación. La des normativización del goce es absoluta. Las hijas del fuego no sólo manifiesta una sexualidad disidente, también formas de vínculos distintas a las que la tradición nos ha acostumbrado hasta naturalizar. Cada una es de sí misma, no hay deseo de posesión, ni el deseo sexual ni el vínculo amoroso generan lazos excluyentes y mucho menos posesivos.

     La comunidad que construye Carri es un grupo casi horizontal, descabezado, las que inician el relato como personajes principales en determinado momento se diluyen en el grupo y el protagonismo lo asume otra mujer, como si de una historia transversal se tratase. Cualquiera es la protagonista, todas son las protagonistas. Porque lo que propone no es algo que le sucede a una sino a todas, porque a lo que aspira es a una horizontalidad de las relaciones en todos sus aspectos.

     La película incluye una re presentación, que funciona como reivindicación, de uno de los primeros cortometrajes de Lucrecia Martel: Rey muerto de 1995, una pequeña obra maestra de fuerte reivindicación de la mujer. Cuando el feminismo no estaba en casi ninguna agenda pública, Lucrecia Martel construía un personaje femenino que se plantaba y desafiaba con inteligencia y valor la violencia de un marido que por caso era el “poronga” del pueblo. Martel no sólo reivindicaba a una humilde mujer de un pueblo miserable, también vinculaba inteligentemente la violencia femicida con la violencia social y política arraigada en la Argentina. Una de las historias que surgen en el camino de la combi lleva a sus siete protagonistas a un pueblo llamado Rey muerto con el objetivo de ayudar a una mujer que padece de esa misma violencia machista y de una tremenda frustración. La cita repite casi textualmente la escena final del corto en la que, ahora las ocho mujeres, echan del pueblo al hombre, para que el personaje de Érica Rivas pueda tener una vida, más allá de que esa vida no sea con ninguna de ellas, más allá de que en esa vida no aparezca atisbo de deseo sexual. Es pura sororidad.   

     Las hijas del fuego no debería ser pensada como una película en términos de cine con algún, aunque sea mínimo, resabio de la idea de entretenimiento. Las hijas del fuego es un manifiesto feminista centrado en los vínculos sexuales y amorosos, y en las formas del goce. Desde esta perspectiva es una película de una enorme potencia crítica que nos habilita a pensar las formas en las que la dominación patriarcal se ha hecho en nosotros naturaleza afectiva.

     La libertad y la comunión de la comunidad que construye Carri no se limita sólo al sexo y los afectos. Otras realidades perceptivas son puestas en juego también a partir de los hongos alucinógenos que cultiva y consume el personaje de Cristina Banegas, la madre de la nadadora.

     Que ninguno de los objetivos iniciales del viaje se cumpla es también parte del posicionamiento crítico político de la película. Se corre de la productividad, de alcanzar el objetivo, del destino como justificativo del viaje. Se cumplen otros objetivos, que emergen en el trayecto, que adquieren sentido en las interacciones con las otras. Pero lo significativo está en el viaje y en los vínculos, ni en el destino, ni en la individualidad. No son para otras ni otros, son para sí mismas, pero no en un sentido individualista, egoísta, sino en el sentido de no alienado, de no escindido. El trio y con él el viaje y el relato comienza con un gesto de solidaridad y cada parada del viaje tiene esa carga.

     Carri de alguna manera va contra el amor romántico, que vendría a ser la más consolidada trinchera del dispositivo patriarcal. No hay ningún halo especial en ningún encuentro, no hay entrega de nada que haya sido conservado para ese momento, no hay lucha heroica, no hay sacrificio en pos del amor, no hay ese otro único, no hay dolor ni costo que pagar por el amor. Sobre todo porque ninguna de las protagonistas parece estar buscando ninguna mitad perdida de sí misma, todas parecen bastante completitas como personas.

     Las hijas del fuego es una fábula y un manifiesto que no solo tiene interés para las mujeres, ya que lo que propone son formas de vínculos, con uno mismo y con otres, construidos desde otra lógica. Las hijas del fuego es una película feminista porque sus protagonistas son mujeres, porque su equipo técnico está compuesto por mujeres, pero fundamentalmente porque entiende al feminismo no como un asunto de mujeres sino como la superación de formas vinculares, sociales y políticas que tienen como característica la dominación, eso que solemos llamar patriarcado y que nos impone un dispositivo vincular a todos los seres humanos, a todo ser vivo, a la naturaleza en su conjunto.

     La vuelvo a ver y las asociaciones traen de vaya a saber qué recóndito lugar de la memoria los nombres de William Reich y su intento por entrelazar sexo, marxismo y psicoanálisis; y de David Cooper, la antipsiquiatría y su texto  “La gramática de la vida”, quizás porque Las hijas del fuego es un manifiesto utópico en una época neblinosa, en la que es difícil ver lejos. Un manifiesto. Para una de las intervenciones de la voz narradora de la película Carri escribe este texto:

 

“Sobre el territorio del amor: La odisea se despliega como la cartografía de un nuevo continente. Hay que aprenderlo todo, incluso inventar nuevos aparatos para mensurar. Encontrar nuevos verbos para nombrar los descubrimientos…

Notas de personaje: Rosario y Sofía. Se amaron de un modo violento. Hicieron de la furia una causa. Incluso en la propia imposibilidad de alejarse de ella. La idea del amor romántico contiene violencia en sí misma, es imposible de llevar adelante sin romperse, y ellas lo saben y lo habitaron en toda su potencia, también en la cólera, y desde ahí lo pervirtieron hasta destruirlo. Ahora son otras. A Rosario solo le gusta el sexo consigo misma, la apabullan las energías. Es extremadamente sensible y sólo puede concentrarse en la pérdida de conciencia a solas, de ser posible completamente sola. Dejó de lado hace tiempo el sexo con Sofía y esto a Sofía al comienzo la desconcertó por completo, luego sintió una libertad que desconocía. La desea con locura y no poder acallar ese deseo es lo que la hace experimentar hasta el límite de sus músculos, hasta el límite de su olfato, hasta el límite del límite. ¿Existe ese límite? ¿Cuál sería el límite? ¿La culminación del goce? Culminar como un origen, y derribar cualquier leyenda sobre el cuerpo sin goce, porque aquí no hay sujeto ni sacrificio, porque no hay ofrenda ni a quien ofrendar, porque placeres y felicidad no han sido expulsados del orden cósmico, no pertenecen a una ley superior porque no hay desamparo al no haber culto, ni imagen, ni forma de representarlo. ¿Es el inicio de una nueva era? ¿El nacimiento de una nación? ¿O la idea de nación será demasiado patriarcal? Se va formando un pueblo que busca una historia de contagio y no de herencia.”

RAÚL FINKEL

Es Profesor en Historia (UNLP), hace un par de décadas investiga, escribe y da cursos sobre análisis cinematográfico.

El nervio óptico, de Gainza

NOVELA

LETICIA GARCÍA


El nervio óptico (2017)
de María Gainza

7dec92c6e0afc37c47e6220c9d34122937dd05fc

     El nervio óptico es un libro con el que me topé cuando buscaba alguno para regalarme. Lo primero que me atrajo fue su título y la imagen de su tapa que propone un juego entre forma y contenido. Se trata de la silueta de una mujer en cuclillas cuyo interior contiene un detalle del cuadro de Alfred De Dreux “Caza del ciervo”. Vi primero a la mujer y luego al ciervo, aunque ahora sea al revés cuando lo miro. Claro que, como en toda articulación visual, importa la distancia y el lugar en que nos ponemos para verlo. Me causó curiosidad el título, ¿en la rudeza de la nomenclatura médica se trataría de poder ver y transportar información sobre qué? Y se sumó el hecho de que fuera la primera novela de una autora argentina y contemporánea.  Me intriga ver cuán contemporánea soy de mis contemporáneos. Cabe aclarar que se trata de la tercera edición de un libro que apareció en octubre de 2017.

     No conozco los cánones requeridos para nombrar a un libro como novela, pero no es lo que llamaría una novela clásica, se trata de una colección de once cuentos que tienen como protagonista –y vuelvo a tener el problema de forma y contenido- a la autora y/o a un cuadro o pintor. Elijo decirles que es una novela autobiográfica, pero es un exceso dicho así.

     Entonces, once capítulos que funcionan independientemente unos de otros, a modo de cuentos breves, donde un cuadro lleva a un momento de su vida y viceversa, y mientras los recorremos vislumbramos, por instantes y con el rabillo del ojo, qué cosa se tramita en esta historia. “Uno escribe algo para contar otra cosa”, dice, y logra plenamente su atractivo literario.

     Inicia el libro con dos epígrafes, uno de ellos, del poeta Joseph Brodsky, “Los aspectos visuales de la vida siempre han tenido para mí más peso que el contenido.” En mi caso no sé si sabría separarlos para distinguirlos. María Gainza organiza un contenido con los aspectos visuales de pinturas que se enlazan a su vida volviéndose acontecimientos. Entrelaza obras y autores que funcionan de catalizadores de su sentir – De Dreux, Cézanne, Toulouse-Loutrec, Augusto Schiavoni, Courbet-, entre otros tantos.

     Visto en su conjunto es un libro donde la protagonista nos cuenta en primera persona, usando la técnica de recortar un detalle para que resalten algunas pinceladas, texturas y colores, su pasado reciente y no tanto; el de su familia y el pasado de nuestro país. En distintos capítulos nos acerca los vestigios de ese Estado que buscaba su sentido (y origen) en Europa, en una Europa aristocrática y con muy poco de revolución industrial. Describe con humor, ironía y lucidez crítica los detalles de las glorias pasadas de la nación, de las que su familia fue parte y que nuestra querida Buenos Aires conserva. 

     Es un libro que reúne con delicadeza las piezas que conforman una vida, la de la protagonista y la de tantos otros que la determinaron con sus acciones, obras, escritos, choques, encuentros y desencuentros  –que también la marcan-. Es un relato cálido, sutil y con tonos melancólicos, “una suave felicidad en el bajón, la felicidad poética creo que le dicen”. Lacan describe al arte como un modo de organización alrededor de un vacío y en esta novela el vacío toma la forma de la pérdida. Pérdidas que se volverán, en cada cuento, agujeritos por donde asomarse a otras tramas, a otras escenas, mezclándose todo el tiempo la figura y el fondo, los detalles visuales y el contenido. Hay pérdidas afectivas, familiares, amorosas, de pares y amigos, de iguales y distintos, pérdidas esperadas y otras absurdas, las hay temidas también. 

     Ser crítica de arte, y antes espectadora, se muestran como recursos que la protagonista tiene para entender y tramitar aquello que se le escapa. Cada pintura remite a un momento de su historia, es parte de una foto instantánea que fijó su memoria (Polaroid llamábamos a esas fotos que se revelaban en el momento). Detalles visuales que le permiten relatar las contingencias de su pasado, vueltas necesarias en la construcción de lo que dice ser, para poder pensar lo que vendrá.  

     En el capítulo “Gracias, Charly” el relato inicia con la protagonista embarazada huyendo de una niebla de cenizas que invade la ciudad. Sale en su auto, en principio no sabiendo muy bien hacia dónde, pero buscando un refugio, cuando recuerda un museo en la otra punta de la ciudad que tiene los cuadros de su pintor favorito. Así nos sumergirá en la vida y la obra de Cándido López, en la historia de la guerra de la Triple Frontera, con citas del diario de viaje de Sir Richard Francis Burton mientras remonta el río Paraguay en 1867. “El barco navega bien pero nuestras vidas están en manos de unos borrachines que lo timonean…”. Su auto acaba de tropezar contra un micro. El saldo, un farol delantero aplastado.

     Cuando finalmente llega al Museo Nacional recuerda que los cuadros de Cándido López están en restauración, ¡desde hace años! Los treinta y dos al mismo tiempo… Desilusionada y pensando otro plan, se sienta sobre sus anteojos. “Me levanto, los rescato, saco una patilla, después la otra, parecen las patas de un mosquito amazónico y se me parte el corazón. La sensación de fracaso me aplasta. Definitivamente estoy mal equipada para afrontar la realidad; soy un ejército de uno que, a metros nomás del enemigo, se da cuenta de que olvidó su bayoneta.” Claro que, en esta historia no está tan claro quién es el enemigo. “Mitre había prometido: `En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción.” La guerra duró casi cinco años y le costó al país más de cincuenta mil muertos.” Parte de esta empresa incluye a las familias patricias argentinas comprando campos en Paraguay a precio irrisorio, hecho que se ligará al pasado de su marido con su primera mujer y el hermano de esta, Charly. Historia que no les contaré. 

     La protagonista, retomo el capítulo, está embarazada, desconoce el sexo de su bebé, pero supone que en su panza está en el mejor de los mundos posibles y sorprendentemente para él “todo es futuro”; afirmación que nos da la medida de lo que pesa el pasado para ella. Es en este contexto que recuerda la cancioncita empalagosa que le cantaba su mamá para hacerla dormir y que decía, “¿qué será, será?”. Y que le estrujaba el corazón pensando que era una pregunta. “¿Cómo demonios voy a saber yo qué será?, pensaba. Odiosa cantinela, me arruiné la niñez tratando de contestarla.” Y aclarará que no entendía que la cancioncita era “una forma de aceptar el destino”. ¿Se trata de aceptar un destino escrito o aceptar un azar vago? Porque nos encontramos con el hecho de que la protagonista intenta medir, cada vez, en cada historia, cuánto fue azar y cuánto decisión en las vidas que nos acerca; cuánto hubo de feliz error o al revés, de buenas nuevas con un mal final. Detalles de situaciones, imágenes de momentos recortados que se vuelven causa del presente. Momentos y decisiones que parecen fundantes y se disuelven como la neblina de la mañana con el correr del día. Forma y contenido intercambiándose entre sí, todo el tiempo. Por momentos, el pasado se vuelve oracular, permitiendo leer a posteriori los detalles que anunciaban el porvenir. Y siempre nos encontramos con lo que se escapa, a pesar del intento del artista por retenerlo y plasmarlo. “Ahí están los temas para que los aprovechen los profesores de historia”, dice Cándido sobre sus obras. 

     María Gainza escribe, “en la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo el arte, y las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias”, y las más personales, agregaría. Fui cautivada por estos relatos. Principalmente por su prosa, ágil, delicada y a la vez directa y salvaje. Me deslumbró el nervio que permite pasar de la percepción de las formas del arte, con sus colores, trazos, contenidos y pasiones, a los juegos de la palabra, con su articulación y movilidad, sus medios dichos, y sus artificiosos conjuntos que organizan los relatos. Puedo decir que llevada por el azar, tuve un buen encuentro.

LETICIA GARCÍA

Licenciada en Psicología (UNLP), psicoanalista, miembro del Instituto Pragma – APLP, miembro del equipo de Salud Mental del Hospital San Roque de Gonnet.

Excesos lectores, ascetismos iconográficos, de José Emilio Burucúa

BIOGRAFÍA

JAVIER TRÍMBOLI


Excesos lectores, ascetismos iconográficos (2017)
de José Emilio Burucúa

aa907b_5d5275a962f84a11b6feea146807221e~mv2_d_1419_2372_s_2

     Por varios motivos despierta interés este libro. Su autor, se sabe, es una de las figuras que le dio tono sino a la historiografía que empezó a consolidarse con el derrumbe de la última dictadura, a la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, uno de los epicentros de esa renovación. También a la de Historia del Arte. Sus temas fundamentales de investigación no tuvieron ni tienen a la Argentina como preocupación principal y, aunque es mucho lo que ha cambiado desde que José Luis Romero realizó aportes destacados a la tardía historia medieval europea, también él se mueve con seguridad entre bibliotecas que no están a nuestro alcance. A la par, desde hace unos años que no sorprende topar con Burucúa en las páginas de alguno de los principales diarios, señal de que lo atrapa el reconocimiento público. 

    Una de las impresiones que deja Excesos lectores, ascetismos historiográficos es que su autor se siente muy a gusto en su situación, entre sus colegas y también con su lugar algo excéntrico. La exclamación “¡Viva la República de las Letras!” remata un párrafo que da cuenta de sus primeros encuentros con “Roger”, por Chartier, con Natalie Zemon Davis, con Robert Darnton y Carlo Ginzburg. Especifica: mientras que con el autor de La gran matanza de gatos compartió una cena en la casa de “Charlie” Reboratti e Hilda Sábato, de la que también fue parte “el gran José Nun”, al de El queso y los gusanos lo frecuenta desde que coincidió en una “festichola” en la Villa Getty en Santa Mónica “(réplica de la que fue la villa Adriana en tiempos del emperador que la diseñó y mandó a construir en Tívoli)!”. Noventas a pleno, bandejas de sushi. Se podría leer cierta ironía aquí -allá y más por acá también-, pero no; lo que se expresa es satisfacción, contento genuino, incluso juguetón. Seguirlo a Burucúa en estas páginas, que a simple vista ofrecen sólo un denso mapa de lecturas, es una forma de aproximarnos un poco más al campo historiográfico o a esa “República de las Letras” en su versión argentina, vigente así quizás hasta antes de ayer. 

    Contra lo que podría parecer una amalgama fácil, este libro desborda y se desmarca, al punto de que no es un ejemplar más de la especie en cuestión. Porque si de algo se ha cuidado el campo historiográfico, hasta hacer de ello una marca registrada, es de dejarse llevar por la fruición de cualquier entusiasmo. Inconfundible es la posición que cultiva el académico: reservada, tenue, a lo sumo burlona. Enjaula a las pasiones. Y aunque este libro no las entrometa con el conocimiento, la fascinación que llega al “nirvana” -así se escribe en la página 82-, es la fuerza que acompaña y envuelve a las lecturas, desde las más mozas hasta las últimas. Fuerza o un ánimo, el de la exaltación. Sólo una muestra: cuenta que Radical Reformation de George Williams lo lee “embriagado por la erudición histórica y los descubrimientos constantes de cuánta vida, pasada y coetánea, cuántas ideas enaltecedoras del prójimo, libertad contenida, fraternidad oculta, igualdad predicada con Biblia en mano, puede haber, no solo en un gran libro del tipo de los Adagia o de la Christianismi Restitutio, sino en los panfletos, en las cartas con intenciones expresadas entre líneas, en las confesiones arrancadas por la tortura.” No afloja. Esto de la mano de una generosidad poco común en el reconocimiento de los libros de otros, incluso de las lecturas que se abren por su influjo. Sobreabundan los elogios sin vergüenza, a contramano de todo retaceo. “De Fernando Devoto, entre tanto, más que sus libros, únicos en el planeta (sic), sobre la inmigración italiana en la Argentina, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna me enseñó qué es escribir una historia de ideas, intelectuales y política, que sale perfecta sin prestar demasiada atención al purismo de los géneros (…)”. Nos dice Burucúa que Son memorias de Halperin funcionó como modelo “platónico” para el suyo. No, desencaja. 

    Aunque no sea su problema principal -desde ya, nos interesan y gustan los libros que presentan problemas-, Excesos lectores… abruma. Los títulos de los libros leídos se suceden como en una guía de teléfonos, así como sin pausa se aprietan referencias a pinturas. Pero quizás el efecto lo produce que todo se presenta muy cercano y con un entusiasmo alto y parecido. Libros de historia, de matemáticas, de medicina, de arte, de literatura le pertenecen por igual. De los griegos a esta parte. Se muestra convencido de que todo lo conducía, siendo un niño y con naturalidad, a La Ilíada, y no a cualquier otra cosa que pudiera ofrecer ese almacén de ramos generales que evoca en la esquina de Boedo y Rivadavia; predestinación que complace al padre, con él se congracia. Parece muy importante la cantidad de veces que leyó las tantas aventuras de Tintin. “Leí completo, COMPLETO, el tomo primero del tratado de Julio Rey Pastor sobre análisis matemático”. Una y otra vez carga las tintas sobre el hecho de que sean completas sus lecturas, con fichas y en pocos días. Proezas del afán gimnástico de conocimiento que lo devora todo. La música en la civilización occidental de Henry Lang: “Lo liquidé en diez días e hice cuadros sinópticos”. Ostenta las lecturas, se emperifolla con ellas. Aunque no busque tal cosa, pareciera como si nos tirara por la cabeza con su biblioteca y sus destrezas lectoras, también con sus viajes. El mismo entusiasmo, monocorde, abraza sin contradicción a la vista a La revolución de Gustave Landauer y a La libertad y la violencia de Víctor Massuh.

     Desde su revés, Excesos lectores… instala la duda acerca de cómo se puede leer sin ofuscamiento, sin tropiezos, lo que es decir sin experimentar el padecer al que algunos libros nos arrojan, con tanto éxito que queremos acabar con ellos. Obliga a preguntar qué forma de leer es ésta que no llega a desear que no haya sido escrito ese libro que llegó a nuestras manos; que no se preocupa, más aún a la hora de escribir historia, por acercarse a esas páginas que son veneno. Que lo bebieron de la sociedad de la que brotaron y que la vuelven a derramar sobre ella. Pues, la definición primera que gobierna a Excesos lectores… es que “Nunca me dio veneno la lectura.” Como si se desconociera la radicalidad del desacuerdo que puede despertar un libro, incluso y sobre todo uno de muy buena factura. El conocimiento y su aventura, desde que la fe en la razón del hombre -ésa que Brecht le adjudicaba a su Galileo- se ha vuelto problemática, por no decir imposible o sospechosa de ceguera, no puede ser un paseo en un jardín. Attic Books, una librería de London Ontario, se le ocurre como “uno de los lugares más felices del planeta”, por las ediciones primeras que encuentra de libros bien amados. Que sus precios asciendan a varios miles de dólares apenas le arranca un “cáspita”, pero sin embargo no es esto exclusivamente lo que lleva a confirmar que es inconmensurable lo que nos distancia de toda una posición que Burucúa condensa de lo que hace ya decenas de años se entiende como un erudito.

    Apelando a los escasos recursos con que se cuenta, algo más empieza a revelarse cuando el trato es con libros que conocemos mejor. Amaga con plantear alguna idea sobre obras tan disímiles como El juguete rabioso y Radiografía de la pampa, pero sólo las enlista. De Facundo, generalidades. De El matadero: “texto donde la altura de lo argentino se me antoja una Aconcagua.” Como no decir nada. Borges: “me atrajo al punto de completar la lectura de Ficciones, agregar la de ambas Historias, la universal de la infamia y la de la eternidad.” Martín Fierro “es la cima de nuestra épica, la más bella y conmovedora.” Lo emparda con Tannhauser y los Maestros Cantores, en movimiento no muy distinto al célebre de Lugones cien años atrás, grave operación política estatal entre ojo y ojo. Se enreda con Halperin a propósito de La larga agonía de la Argentina peronista, con el remanido asunto de que ese final anunciado no terminó de ocurrir, e intenta salvar la situación diciendo que esto no fue responsabilidad del autor que “combatió contra las tiranías y los períodos de estupidez colectiva.” Digamos que si Martínez Estrada empujaba a que leyéramos con miedo, la forma que expone Burucúa no conoce siquiera esa posibilidad. Ajeno a toda indigestión.

    El juego que propone esta colección de la que es parte Excesos lectores…, aquí llega al extremo. Los libros por delante de la vida, incluso haciendo ver que queda poco de vida en su exterior. Probablemente, y más aún con todo lo que está revelando lo que nos afecta en 2020, no sea del todo errado ese diagnóstico involuntario, pero esto -antes, durante y después de la pandemia- vale solamente que lo tratemos como una pesadilla, no como un ideal finalmente alcanzado. Algunas fisuras vuelven más visible el asunto. Es lograda la forma en que el dolor por la enfermedad de su mujer se mide en la imposibilidad de recordar los libros que llevó al hospital durante el tratamiento que la salva. Antes, dos páginas contiguas: en la primera señala que intentó apartar a su hermano de la militancia en el ERP con la ayuda de libros de izquierda atemperados que, sin embargo, se revelaron ineficaces para tal fin. En la siguiente, confiesa que sedujo y abandonó a una mujer, y nada de su biblioteca le impidió obrar de ese modo, abrazar el mal que, dice, lo constituye. El tema es que ni una cosa ni la otra derraman sobre el resto del libro. Ni siquiera gotitas de su veneno o de su fragilidad. 

    Que su vida haya sólo llevado el ritmo de los libros, que se pueda narrar a través de estos listados sin que parezca que se está perdiendo algo, se vincula también con la bajísima intensidad política de esta tan peculiar biografía. Las páginas que más asombran al respecto son las que refieren a su paso como estudiante por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Eso ocurre con demora, pues atrás quedan dos carreras apenas iniciadas, poco después de la noche de los bastones largos, por lo tanto en una situación represiva que atraviesa, como es sabido, notablemente a las universidades. No hay palabra al respecto, como si estuviera por fuera de su horizonte, y la formación que recibe está más allá de todo cuestionamiento. Es a propósito de este contexto que celebra haber tenido a  Massuh de profesor porque el libro al que hacíamos referencia le “salvó la vida” al hacerlo descartar el camino de la violencia. Aclaremos que en ningún momento habíamos sospechado que estuviera cerca de él. Es por este vacío de reflexión sobre la circunstancia política y social que la militancia de su hermano irrumpe no se sabe de dónde. El muy vago sesentismo que por momentos se asume no tiene la fuerza suficiente para problematizar las decisiones -y las lecturas- de una vida.

    La casi imperceptible politicidad se lleva muy bien con el antiperonismo, el posicionamiento más fuerte que en este sentido hace el libro. Y lo hace apresuradamente, desde la primera página. “Mi antagonista perenne” lo llama y no se priva de escribir “los K”, guiño bruto hacia lectores dentro de los cuales no se nos imagina a muchos. Acompañada esta posición por genéricos y terminantes juicios sobre la dictadura -a la que preferentemente nombra “tiranía”-, en particular sobre la guerra de Malvinas. Las mentiras, no los libros, aquí sí dieron miedo. Incluso las lecturas imbuidas de peronismo lo “enfurecieron”, pero como pronto desembocaron en el “ridículo”, se entiende que hayan sido expulsadas de la biblioteca. En la contracara, su adhesión a Alfonsín por la esperanza democrática que anima, queda expresada de tal forma que hace pensar en las serias dificultades que efectivamente afrontó ese líder político para hacerse fuerte apoyado en la propia opinión que lo veneraba.

    La impresión es que no hace falta, como se hizo en un par de reseñas, preguntarnos sorprendidos por qué Burucúa se manifestó a favor de la candidatura presidencial de Mauricio Macri, porque la forma que se exhibe en este libro de entender a la cultura no hubiera podido encontrar una más satisfactoria resolución electoral.

JAVIER TRÍMBOLI

Es profesor en la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP). Su último libro es Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017). 

Trinche, de Caravario

BIOGRAFÍA

GASTÓN GUZMÁN


Trinche. Un viaje por la leyenda del genio secreto del fútbol, de la mano de Tomás Carlovich (2019)
de Alejandro Caravario

trinche_caravario-alejandro_201901091948

“No te dejes engañar

por el papel brilloso de los chocolates

ni la vista iluminada de la ciudad cuando oscurece.

No te distraigas 

con los que se fotografían en familia,

alzan trofeos,

o se muestran seguros

en las revistas de mucho tiraje.

Que tu corazón esté

con los que viven solos,

los que saben que un par de tragos

jamás abolirán el azar

y por eso forman parte de este estúpido club”.

Sindicato – Fabián Casas (Oda – 2003)

     Tomás Felipe “El Trinche” Carlovich jugó durante la mayor parte de su carrera en el ascenso del fútbol argentino, donde desplegó su zurda y dominó el mediocampo en canchas de pura tierra. Su carrera como profesional se desarrolló en equipos de la “B” y la “C” y en las ligas provinciales, jugando en la máxima división solamente en cuatro oportunidades. Sin registros fílmicos que recuperen ninguna de sus proezas, lo que sí hay es un perfil. Una historia formada por un universo de testimonios, una auténtica maquinaria oral con vida propia, nacida mucho antes de la propagación de las fake news, que lo ubican en el podio de los mejores jugadores de la historia.

     Debería aclararlo: escribo esto desde afuera del mundo fútbol, un mundo con idioma y reglas propias y de cosas que, en su enorme mayoría, desconozco. Entro sabiendo y declarando que lo hago en un territorio ajeno sin siquiera saber su lenguaje de señas. Me dispongo, sin embargo, a escribir para averiguar, en el transcurso, qué estoy haciendo acá: averiguar por qué escribo sobre el Trinche, por qué escribo sobre un 5 del ascenso argentino y de las ligas provinciales que nunca salió en las figuritas. Supongo que lo hago para intentar descifrar cómo se forjan historias como la suya. Hacía mucho no me pasaba: encontrarme con una historia con una fuerza de atracción tan potente. 

     ¿Cómo se construyen estas narrativas? ¿Desde qué lugar se narra a un símbolo del fútbol de otra época? ¿Quién fue el primero que lanzó “esta tarde juega el Trinche” como consigna para arrear al barrio y llenar la tribuna y puso en marcha, sin saberlo, la máquina de hacer historias? Supuse primero, tal vez para sentirme un poco más seguro, que debía escribir esto desde el mundo del boxeo, ese mundo que sí conozco. Este ejercicio me permitiría, sin mayores peligros, levantar un puente seguro por el cual cruzar. Lo que une al boxeo y al fútbol son sus historias. Hablaría entonces de una historia más entre tantas. 

     Siento una particular atracción por las historias. Puedo prescindir del papel. Creo que todo ocurrió cuando leí el discurso del poeta Fabián Casas al momento de recibir el premio Anna Seghers en Alemania: “en cada bar, oficina, hotel o cualquier lugar donde la gente se junta, está alguien escribiendo el sermón de la montaña. Simplemente hay que ponerse en estado de atención para poder oírlo”. A partir de ese momento empecé a encontrar literatura en todas partes.

     Esa es la historia de Carlovich: una mezcla de literatura y vida forjada por los primeros alquimistas de Rosario que conformaron un perfil definitivo con los elementos que tenían a mano: un quijote dueño del medio campo de las canchas del ascenso que, aseguran quienes lo vieron jugar, fue mejor que Messi y Maradona. Alejandro Caravario, autor del libro Trinche, reúne todas las piezas y las pone en orden. Entonces los elementos de la alquimia aparecen: por ejemplo, el día de 1974 en que el Trinche humilló en un amistoso, junto a un combinado de la ciudad de Rosario, a la Selección nacional que viajaba en unos días a disputar el mundial de Alemania y le tuvieron que pedir, después del 3 a 0, que afloje porque iba a desmoralizar a los muchachos y en unos días tenían que viajar. La tarde en que un referí lo echó y se arrepintió al momento, guardando la tarjeta roja en el bolsillo y sacando raudamente la amarilla: la tribuna no soportaría que el Trinche no brillara en el campo de juego. Aquella vez que Carlovich se hizo sacar la roja en un partido que se estaba disputando al costado de la ruta porque el micro que lo devolvía a Rosario pasaba en media hora y no podía perder tiempo. O cuando Menotti lo convocó a la selección y él se fue a pescar. También la tarde en que la lluvia  inundó el campo de juego y lo tuvo al Trinche con la pelota en el aire los 90 minutos. Aparecen también los elementos más trágicos de la composición: cuando el Cosmos de Pelé lo quiso comprar pero el brasileño se puso celoso y todo se pinchó. Y luz: la tarde en que Maradona le dijo “vos fuiste mejor que yo”.

     Todo esto reconstruye Caravario en el libro, y lo hace a través de un ejercicio de escritura que recupera un entramado de voces que da forma a un personaje creado a pura pulsión de relato colectivo, una historia moldeada por generaciones y traspasada de voz en voz hasta el relato final. El libro, ágil y movedizo, se mueve de anécdota en anécdota y explora también el lado B del genio en estado salvaje: la sensibilidad del Trinche, su carga ética, su escala de valores. Todo su mundo a contramano del actual. Toda su figura chocando contra cualquier posibilidad de gloria. 

     “Trinche: Un viaje por la leyenda del genio secreto del fútbol, de la mano de Tomás Carlovich” es una suerte de biografía coral que reúne testimonios de aquellos que lo vieron jugar y sostienen que nunca hubo nada igual en un medio campo y que ese flaco alto y a veces un poco desgarbado para correr, era capaz de todo con una pelota en los pies. Pero también testimonios de aquellos que se preguntan por qué hoy los pibes no tienen el 5 de trinche en la espalda cuando patean en un potrero,  por qué la A nunca puso los ojos en él, por qué nunca se convirtió en estrella. Hay lugar también para los que se atreven a ensayar respuestas, aportando la cuota poética de la alquimia: el Trinche jugaba al futbol de puro placer y  le daba lo mismo Central Córdoba que el Real Madrid. O la Champions que la Primera C. Que la idea siempre fue la misma: jugar a la pelota y no alejarse del barrio. Como propone Caravario promediando el libro “convertir la pelota, ese juguete de siempre, tal vez el único, en una herramienta de trabajo, en el instrumental de una profesión que promueve negocios fenomenales, exige un esfuerzo noble. Al borde de la impostura. Seguir viéndola como un chiche -y al fútbol como un recreo fascinante – tal como le pasó al Trinche y a muchos otros, suena a estricta madurez”.

     El libro parece escrito para los amantes de las historias, orales o de papel. Para aquellos, lectores o no, que buscan un gesto poético en tierra arrasada, o al menos la posibilidad de que algo así pueda seguir existiendo. O para ese gran universo de lectores que tienen atracción por las historias de los que no pudieron, no quisieron o no supieron. Ese mundo donde están todas las cosas que no se dieron: los goles errados o hechos en tiempo de descuento, las pelotas que pegaron en el palo y ahogaron gritos que eran de campeonato, las lesiones imposibles que terminaron con carreras. El boxeo, claro, también las tiene y forman parte del corazón de sus narrativas: Firpo en el Pollo Grounds de Nueva York viendo cómo Dempsey se sube al ring después de haberlo desparramado por el suelo, el intocable Locche siendo noqueado por Kid Pambelé la noche en que no pudo brillar, la última pelea de Maravilla en el Madison Square Garden esperando que todo termine rápido.  Nada como el fútbol y el boxeo para reunirlas.

 

     ***

 

     La mañana del seis de mayo la historia del Trinche sumó un nuevo capítulo, luego de ser asaltado y brutalmente golpeado para robarle la bicicleta con la que recorría las calles de Rosario. Falleció dos días después luego de no soportar la operación.

     Durante el mediodía del 9 de mayo una multitud se acercó con barbijos y banderas del Trinche al Estado Gabino Sosa de Central Córdoba para darle el último adiós a su mayor gloria, en lo que significó una masiva gambeta a las medidas de aislamiento social. El cinco del ascenso sumó entonces un epílogo a la altura de su trayectoria: nadie sabe lo que puede un mito.

GASTÓN GUZMÁN

Es profesor en Historia en el Departamento de Ciencias de la Educación de la FaHCE (UNLP).

Grupo Escombros, Estéticas de la Solidaridad.

MUESTRA

MARÍA DE LOS ÁNGELES DE RUEDA


Grupo Escombros. La Estética de la Solidaridad (2020)
Rodrigo Alonso (curador)

la_esteticade_la_solidaridad

     El Centro de Artes de la UNLP exhibió durante el mes de marzo una muestra antológica del grupo Escombros, Artistas de lo que queda. Organizada a partir del archivo del Grupo, en la sala B y vidriera del Centro, se mostraron objetos de conciencia, documentos de convocatorias, manifiestos, fotografías y foto-performances, producidos por Escombros a lo largo de más de veinte años. Este colectivo de artistas fue muy conocido en la ciudad y en el país en los años ’90, marcando la producción de varias agrupaciones emergentes, estableciendo además nexos entre varias generaciones. Pero, como ocurre a menudo, nadie es profeta en su tierra; y al haber trabajado con un modo de hacer expandido, el arte de acción, efímero y fuera del circuito habitual de galerías en esos años, la fragilidad, la opacidad y la precariedad de la historia y la memoria actúan más en favor del olvido que del recuerdo. 

     Hoy la tarea parece ser la activación de los archivos y tal vez la muestra llevada a cabo en el Centro de Artes de la UNLP gire en torno a eso: la reposición de un sentido histórico y a su vez actual de la propuesta del grupo. Esta presentación, en un espacio para la divulgación de las artes en la UNLP, es muy significativo para la valoración histórica y estética del grupo en la actualidad. Como escribí en diversos ámbitos sobre Escombros, y considero necesario difundir la historia de las artes desde La Plata, me interesa comentar parte de su trabajo y biografía.

Pancartas, Gallos ciegos 2

     La actividad del grupo comienza con un grafiti el 9 de julio de 1988 en un terreno baldío del barrio de San Telmo, Buenos Aires, y la imagen fotografiada la envían por correo como postal.  Arte de la enunciación: somos artista de lo que queda. Una pared, unos escombros, la relación entre los términos y los significantes. Al poco tiempo en noviembre del mismo año realizan Pancartas I, una muestra a partir de una marcha de foto-performances en pancartas que se exhiben debajo de la autopista, en Paseo Colón y Cochabamba en el mismo barrio de San Telmo; y que luego las pasean por las calles mostrando las imágenes de un espacio arrasado, en donde una serie de cuerpos forman figuras que evocan el horror, la tortura, el pasado reciente, la condición humana. Un enorme cartel que indicaba: Galería de Arte: Expone Grupo Escombros. Sus primeros escritos profundizan sobre las ruinas: “Expresamos lo roto, lo quebrado, lo violado, lo vulnerado, lo despedazado. Es decir, el hombre y el mundo de aquí y ahora”.

     La poética de Escombros, durante más de 20 años como colectivo (1988-2010) no puede ser interpretada en una sola dirección. En parte, por su condición de pertenencia a los lenguajes y modos de hacer contemporáneos, al proceso-concepto, la hibridación y la apertura de lo artístico hacia otros territorios; en parte, también, y derivado de la praxis artística, de las diferentes interpretaciones que se ponen en juego en las lecturas y comprensiones del fenómeno estético.  Sus propuestas giran en torno al restablecimiento de las utopías modernas, la acción social y el agenciamiento. Las acciones, que podemos llamar artísticas y comunicacionales, sustituyen al objeto “arte” por el concepto-idea: un proyecto puesto en marcha en un tiempo y espacio momentáneo, pero histórico. De este modo los artistas y comunicadores pasan a ser accionistas, se vuelven performativos, con la eficacia de un tiempo fugaz. Las obras de Escombros parten de una matriz mixta, van a ser el resultado de una mezcla de componentes experimentales, objetuales y conceptuales, vinculadas a la historia de los llamados nuevos comportamientos artísticos y arte expandido. Producciones que ocupan un espacio y un tiempo trastocado, resultan efímeras, destacan el proceso de lo artístico- comunicacional en el entorno social- cotidiano; que suponen una comprensión a partir de una dimensión temporal amplia: el diseño, la producción y recepción simultánea sumando las derivaciones posteriores que completan y seguirán dando sentido a una poética global. Escombros utiliza tanto los desechos de la cultura como los medios, géneros y manifestaciones contemporáneas de la sociedad. La modificación del entorno supone en ellos la incorporación del acto compartido por un sujeto colectivo y singular que establece una mínima clave para operar y una serie de actores sociales que acceden de manera consciente, inconsciente, lúdica o accidental a dicha proposición. Escombros desde sus inicios promovió una convocatoria ampliada a la comunidad artística y a la sociedad toda. Al artista performativo le sumó la idea de la creación “entre todos” con sus convocatorias como en La Ciudad del Arte, de 1989. La calle, los no lugares, los espacios renovados de ciertos museos, la tierra, el río, pasan a ser materia y contexto de una creación entre todos a partir de propuestas que generan máximas respuestas. 

     “La calle y los espacios urbanos, por su índole de centros de la vida comunitaria, pueden permitir que el arte vuelva a ser un instrumento de comunicación genuino y de interrelación social (…) La calle se desentiende de estas categorizaciones arte/ no- arte y enfatiza el proceso comunicacional (…)”

Poema Acción Siembra, 1989

     El territorio es un escenario de relaciones grupales e individuales, recibe y transforma las señales del hombre y de cómo interviene éste en el paisaje. Escombros captura esos indicios y produce metáforas sobre el agua, la tierra, el animal urbano. Más que un cambio de mirada sobre la recepción del arte, Escombros participa de la herencia desviacionista moderna, sin duda en el ámbito local la figura de E.A. Vigo, transformando la situación artística, en tanto situación comunicacional y afectiva, en un intercambio socializado de experiencias donde el protagonista es el sujeto colectivo y la obra deviene de las relaciones entre el espacio y las redes semánticas generadas en ese ritual. 

     El grupo activó una multiplicidad de dispositivos culturales que comporta muchos géneros heterogéneos y que estableció uniones, relaciones entre comunidades, acompañando el hacer común. La estética de lo roto (primer manifiesto del grupo) se planteó la recomposición de los pedazos del hombre moderno y sus expresiones artísticas. En la sociedad del desecho y la fugacidad propusieron un arte recomponiendo críticamente los despojos. De esta manera se avanza a la estética de la solidaridad desarrollada en el segundo manifiesto del grupo en 1995: El Arte de la Solidaridad, del que transcribo un fragmento:

     “La estética de la solidaridad expresa la ética de la solidaridad: el artista solidario crea para el débil, para el indefenso, para el no respetado; para el que camina descalzo, tirita de frío y come basura; para el que viste harapos, vive en la calle y muere en un baldío. La estética de la solidaridad es el espejo donde el Poder contempla su propia descomposición. 

     En un mundo regido por la desigualdad, los ríos están hechos de lágrimas; las montañas de corrupción; los vientos de gritos; los mares de indiferencia. Ese es el mundo que expresa Escombros

     A quienes carecen de todo, los cuadros del artista solidario le sirven también para tapar las ventanas sin vidrio; las esculturas de madera para prender fuego y calentarse; las de bronce y mármol para venderlas por kilo y comprar comida; los tapices para usarlos como frazadas; los grabados para ponerlos debajo de la ropa y protegerse del viento.

     El arte solidario es la nueva educación pública. La educación es el cambio a largo plazo. El único posible. Tensar el arco hasta que se rompa o romperse el brazo en el intento. Crear es un acto de máxima tensión.

      Toda obra de arte solidario es un acto de conciencia. Toda obra de arte solidario es una batalla por un mundo mejor”

País de Lágrimas, instalación (variable), 2003

     Las acciones artístico-comunicacionales sustituyen el objeto “arte” por el concepto-proyecto que habita los cuerpos, los lugares abandonados, la subjetividad fragmentada. El espacio se convierte en un campo de disputas por el poder, y las acciones ambientales realizadas ponen en tensión los sentidos de pertenencia, sustentabilidad, apropiación instrumental, empoderamiento. La mirada humanista del grupo Escombros interpeló los modelos sociales restrictivos que ignoran las nociones de participación e inclusión. Los espacios públicos en los últimos treinta años se han transformado en no lugares, de flujo y consumo, las zonas de lo público y lo natural fueron privatizadas, las periferias fueron convertidas en barrios cerrados y se ha transformado el entorno natural en detrimento de las energías sustentables. A su vez, la calle ganó protagonismo en la poscrisis del 2001 como lugar de disputas de sentido, de reclamos, de antagonismos. Ruinas, desplazamientos, catástrofes y pobreza se fueron sucediendo, pero también emergieron las organizaciones colectivas, autogestivas, nuevos procesos y micro políticas de activistas ambientales. La estética de la solidaridad enunciada por el grupo Escombros en 1995 es un potente material de archivo para resignificar las formas de pasaje de un territorio a otro, la escritura y sus acciones comunitarias, fijaron un arte fuera de sí, la intervención del artista junto con la comunidad. Todos o Ninguno, como su convocatoria de 1995.

MARÍA DE LOS ÁNGELES DE RUEDA

Profesora y Licenciada en Historia de las Artes Plásticas, Magister de Estética y Teoría de las Artes UNLP. Trabaja como docente e investigadora en la Facultad de Artes y otras dependencias de la UNLP desde hace muchos años.

Eva y las mujeres, de Rosemberg

HISTORIA

EVA DEMARCHI Y PILAR MEDINA


Eva y las mujeres: historia de una irreverencia (2019)
de Julia Rosemberg

tapajulia

     ¿Por qué nos cuesta tanto habitar las contradicciones? ¿Por qué nos niegan / negamos esta posibilidad? En los últimos años, el macrismo y la nueva ola feminista nos obligan tanto a repensar un accionar social que deje de lado el afán por la perfección, como a revisar nuestras conquistas pasadas y futuras. Este contexto impulsa al paradigma historiográfico a construir conocimiento situado, en relación a nuestras necesidades, que olvide su obsesión por los relatos libres de complejidad, cerrados y redondos. Una historia que abarque las complejidades y les dé un sentido práctico, permitiendo múltiples apropiaciones y resignificaciones. Entonces, ¿cómo conciliar eso que fuimos / somos con eso que buscamos ser? ¿Cómo rescatar a una Eva que dice de las feministas “Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres” (La razón de mi vida)? Pero sobre todo ¿Para qué?

     Julia Rosemberg busca volver a esas incomodidades que se creyeron inaprensibles desde la disciplina histórica tradicional por no entrar en los cánones de lo conocido. Vemos en Eva múltiples formas de romper mandatos, de disputar poder, de inspirar pasiones y junto a ella vemos a las mujeres irrumpiendo en la escena pública y política. La impureza de la figura de Evita no hace más que seguir proponiendo desafíos. En este sentido, ¿cómo saldar el silencio historiográfico y, sobre todo, la construcción de un discurso simplista que muestra a Eva como la prolongación del estereotipo patriarcal? ¿Cómo establecer un vínculo entre el peronismo y la lucha por la igualdad de las mujeres a través de la figura de Eva? O, lo que es más difícil, ¿cómo hacer para que estas revisiones y reflexiones circulen socialmente?

     Este libro busca reparar esas omisiones que desde los discursos históricos y políticos hegemónicos se impregnaron en la conciencia histórica colectiva. Es por esto que nos puede sorprender leer que el número de legisladoras del congreso en 1955, recién se superó en 1999 y sólo gracias a la ley de cupo. Se vuelve indispensable, y hasta urgente, el estudio de Rosemberg si queremos seguir avanzando en las discusiones y la construcción de derechos. En definitiva, la irrupción en el 2019 de una investigación que revisa el liderazgo político de Eva, recobra utilidad en un contexto de masificación de la discusión sobre el rol social y político de las mujeres. Eva, entendida desde la creación del Partido Peronista Femenino y su casi candidatura a la vicepresidencia, desde su militancia y su propia historia como mujer trabajadora o desde el arduo trabajo por la democratización del bienestar, es una inspiración. Y si hablamos de un movimiento político de masas como es el peronismo, es inseparable esta relectura de Eva, de la organización y movilización que tuvieron las mujeres a su alrededor. Eva no sería Evita sin Delia Parodi, sin las censistas, sin las obreras que lucharon porque se las reconozca como sujetas políticas. Esto supuso la disputa de un lugar tradicionalmente reservado para los hombres. Esa lucha por el poder simbólico que fue clave en la retórica peronista en relación a la clase alta, Eva la extiende a la dimensión de género. Otra vez, y adelantándose a su época, entendía que la opresión de clase es doble cuando se es mujer. Tal como hace Rosemberg, queremos devolverle la voz: “Y si al hombre se le impidió el goce total de la vida ciudadana, a la mujer laboriosa como él, más negada que él y más escarnecida que los hombres, se le negó también y en mayor proporción el derecho a rebelarse, a asociarse y defenderse.” (discurso del 23 de febrero de 1951; citado del libro compilado en 2009 por Aníbal Fernández y Carlos Caramelo, Eva Perón, discursos completos.)

     Llama la atención pensar que para la oposición, el hecho de que la misión de Eva fuera encender pasiones era algo negativo. Su persona resume en gran medida la falta de tibieza y la polaridad histórica que signó el siglo XX. De nuevo, es fácil reconocer que para las ciencias sociales positivistas y obsesionadas con la objetividad, una figura pasional es como mínimo problemática. Para una Historia que acostumbra a hablar de los grandes Hombres, una figura que no se cierra en una sola categoría es incomprensible. Esto es lo que pasa cuando el pueblo irrumpe como sujeto y no como objeto. No podemos aprehender la amplitud y complejidad de “lo impuro” en estructuras analíticas construidas para “lo puro”. Lejos de ver estas complejidades como debilidad, Rosemberg las presenta como fortaleza. Son las “múltiples caras” de Eva las que le dan esa fuerza singular y es a través de ellas que el libro logra apelar a nuestras subjetividades. Eva es odiada o amada por las mismas razones: romper con los mandatos que les eran impuestos. Una mujer pobre que, además de cumplir sus sueños de ser actriz, se convierte en líder política. Despierta pasiones, lleva lo sentimental-“lo femenino”-, a la política-“lo masculino”-. Ensucia la imagen limpia e inmutable de la primera dama ¿Cómo puede la academia eludir las pasiones si son lo que convierte este proceso en algo tan disruptivo?

     Julia Rosemberg señala que es necesario abarcar 1955 en el relato propuesto en su libro porque este momento signa las representaciones que se hicieron de la figura de Eva. Necesitamos revisar este hecho muchas veces ignorado, que buscó truncar un proceso histórico implantando nuevos simbolismos y representaciones identitarias, para encontrar las respuestas a nuestra pregunta anterior. La importancia que se le da a este golpe de Estado, no sólo marca el quiebre en los imaginarios de la sociedad, sino que también reafirma la idea que se plantea desde el comienzo: Eva trasciende a su persona. Su impronta se proyecta en el movimiento de mujeres que supo organizarse a su alrededor.

     Nuevamente replicando una operación que la autora de este libro elige para recuperar voces silenciadas y marginadas de la historia, nos gustaría hacer mención a una cita que aparece en el último capítulo. Reyna Diez, un símbolo de la lucha por la igualdad, la inclusión en la política y la disputa de poder de las mujeres, decana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP entre 1973 y 1974, dijo que la proyección de Eva es indiscutible, que se incorpora como mito en las nuevas generaciones, en sectores con formaciones varias pero con un mismo enemigo. Esto nos hace pensar dos cosas, por un lado que Eva abre un proceso inagotable, que su figura se recupera en distintos presentes y no podemos evitar querer enmarcarnos en una línea histórica que empieza con ella y recorre infinidad de figuras y de luchas resignificadas. Por el otro, vemos que el mito construido alrededor de Eva no es solamente el negativo, el que busca callar lo rupturista de sus ideales y sus prácticas; sino que también existe una leyenda en positivo, una que ella misma construye, que se alimenta desde el lugar de santa, de guía espiritual después de su muerte y, sobretodo, con la resistencia a partir de 1955. 

     Rosemberg tiene la difícil tarea de revisar estas construcciones discursivas desde lo empírico, desde la disciplina histórica, sin romper la mística, la pasión y, hasta nos atrevemos a decir, el fanatismo que lleva a la lucha, a la organización, a la reivindicación. Entendemos que este es el rol de cualquier investigador consciente de sus responsabilidades, desarmar y rearmar mitos, convertirlos en herramientas para un presente y un futuro. ¿Nos sirve el mito de Santa Evita o nos es más útil resaltar a Eva líder política? Lejos de presentar estas caras como contrapuestas, la reconstrucción de esta autora nos posibilita elegir nuestra propia Evita. Recuperando voces y lectores el libro logra una tarea que quieren presentarnos como imposible: comulgar la “tan anhelada” cientificidad con la divulgación, sin dejar de lado la épica. Queda abierta la inquietud acerca de las características de la circulación social del conocimiento histórico, o de cualquier tipo de conocimiento.

     La sensación que deja este libro es la de pensar las contradicciones como algo positivo, recuperar lo incómodo como una posibilidad. Como aquello que motiva e impulsa el cambio porque inspira, cuestiona y no permite que nos quedemos quietas. No podemos seguir pretendiendo explicar todo acabadamente, sin dudar, sin arrepentirnos. Como práctica histórica, supone una visión crítica que a la vez construye sentidos válidos para pensar el presente. Como propuesta historiográfica, pretende no olvidar que el pasado sigue abierto y que es urgente seguir pensándolo y construyéndolo. Como lectura para salvarnos de la cuarentena o de lo que sea que nos espera, es un relato amoroso y cautivante de la vida extraordinaria de una mujer que transformó y se nutrió de muchas vidas más.

EVA DEMARCHI

Estudiante del profesorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de UNLP.

PILAR MEDINA

Estudiante del profesorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de UNLP.

La Rosa Roja, de Evans

HISTORIETA / POLÍTICA

SARA GUITELMAN


La Rosa Roja (2017)
de Kate Evans

la-rosa-roja_tapa

     “Mirar con el corazón en los ojos”. Esto que leí alguna vez en palabras de Ana García Orsi es lo primero que pienso cuando me propongo contar la mirada de Kate Evans sobre Rosa Luxemburgo en La Rosa Roja. También así, con el corazón en los ojos, nos invita a leerla. Leer, mirar y más, porque se trata de una biografía gráfica que excede el formato del cómic: La Rosa Roja, al menos en su edición en español, es un dispositivo sinestésico construido al margen de toda tecnología 4D; por el contrario, configurado con recursos si se quiere artesanales, predigitales y algunos hasta casuales. Un cuerpo poético por donde se lo mire, hasta desde antes de comprarlo, cuando preguntamos cuánto sale y nos dicen 500 . Ahí ya empezamos a querer esta obra. Luego sus hojas, la textura rústica y áspera que huele a manifiesto, a tinta fresca, nos sitúan junto a Rosa, en la barricada.

     La función de la historieta como género explicativo, tan transitado para fines políticos y pedagógicos, se amplifica en esta edición que conmueve desde esa materialidad tanto como por la belleza de sus ilustraciones y los textos amorosamente militantes de Evans. Mucho se ha ponderado la potencia femenina abrasadora de los trazos violentos y sensibles con los que Kate se encuentra con Rosa. También su lucidez para captar en los rasgos y vivencias cotidianas de la pequeña, su futuro: la continuidad entre la renguera, su condición de mujer, de judía, y su práctica rebelde y revolucionaria.

     En el comienzo, algo que no se acomoda se vislumbra en la bebita Rosa. Las bromas sobre su nariz cuando era bebé, su pelo de puercoespín, lo gracioso de sus patas torcidas, se combinan con amistosos guiños a los años por venir ¿su flequillo adolescente no es acaso un flequillo rolinga? Está también el amor de la familia, de sus hermanos que la llevan a la biblioteca. Llegada la adultez, la biografía se vuelve más profusa en datos históricos y textos de Rosa. Y para ese momento ya la seguimos. Somos sus fans.

      “Me siento en casa donde quiera que haya nubes, pájaros y lágrimas humanas” dice Rosa y Kate se une a ella dejando a los dibujos transitar la sensibilidad de la heroína: los pájaros, las flores, el espinillo, los gatos, las cartas y hasta las representaciones de representaciones, como el manto ruso devenido tira de historieta. Por ahí andan las zonas emocionalmente más poderosas de la biografía.

     El dinamismo con el que alterna distintos recursos visuales y registros discursivos múltiples es sorprendente. Además, estos intertextos son insólitos: el juego que jugábamos de niñas, ese de las siluetas femeninas y vestiditos pespunteados para vestirlas; o los fotogramas con los que narra la toma del Palacio de Invierno, convocando al cine de la revolución; o las composiciones con líneas oblicuas que remiten a la gráfica del constructivismo ruso y que acá son rejas proyectadas hacia el sol, que mutan en vuelos de pájaros y siluetas fantasmales. Y también convoca a otros libros, otros textos en otros formatos. Como cuando con gracia parodia las lecturas juveniles típicamente inglesas desplazando los preceptos victorianos a imperativos rebeldes “Cómo ser una revolucionaria socialista”. Estudiar. Viajar. Construir un pasado. Hablar en la Internacional Socialista. Ganar militantes. Escribir propaganda”. Tantos materiales mezcla Evans que hasta se anima a hacer irrumpir a la narradora para interpelar ese pasado y traer acá las lecciones de Rosa, en directo primero y reviviéndolas luego, al final, en formato hashtag #rebelión #ocupación #comunicación #revolución.

     Grandes ilustraciones al corte -algunas en doble página- son pausas poéticamente necesarias en la vertiginosa secuencia de hechos contados con múltiples registros, y tal vez el lugar donde más ampliamente despliega su maestría como ilustradora: la feminidad de la mantita rusa bordada que transforma un tedioso calendario en poesía; una masacre convertida en gigante ola; el pelo, su cabeza, devenida campo de batalla; el cielo judaico, nocturno final.

 

     ***

 

     Pero algo más llama mi atención. Hay unos cuantos errores de tipeo y defectos tipográficos y estilísticos devenidos de la traducción, que en cierto modo también se vuelven queribles porque nos recuerdan que el llamado a difundir el mensaje de la revolución es internacional, y una vez más el libro se fusiona con el espíritu libre de Rosa. 

     La deficiente imitación de la caligrafía de la edición inglesa, que pretende copiar el original pero se desvía del estilo y en este desvío sacrifica la integración a la imagen, como así también las imperfecciones en la diagramación, aún más notorias en los bloques de texto tipográficos, todo ello participa de la particularidad de la edición en español. Seguramente no es intencional que los textos de las viñetas luzcan unidos por pura solidaridad con el estilo de la ilustración, y que en ocasiones se vean desprolijos, por eso sorprende el efecto que generan sin querer. Tal vez la eficacia de este imprevisto procedimiento se explique en parte por el contraste con la excelencia gráfica de la obra con la que paradójicamente, “dialogan” los imperfectos globos. Una vez más, un encuentro desigual. La inequidad hecha escena gráfica.

     Todo esto converge en un propósito, porque así es la militancia. Una misión impregna el libro y se hace especialmente visible en la frondosidad con la que se despliega un aparato paratextual que funciona como artillería: introducción, 36 páginas de anotaciones, un epílogo de la edición en inglés, agradecimientos, bibliografía, nota a la edición en castellano y más. No quedan dudas: este libro es un arma que Kate Evans activista, pone en nuestras manos. No es un secreto, lo dicen las editoras en español Alejandra Crosta y Josefina Luzuriaga Martínez, La Rosa Roja quiere “aportar a que la vida militante de Rosa sea inspiradora para nuevas generaciones”.

     Parece que Andrea Robles, del Instituto de Pensamiento Socialista, se comunicó con Evans al ver una de las últimas viñetas de la biografía, una escena en la que están las Madres de Plaza de Mayo y la agrupación Pan y Rosas, entre otras. Y así se gestó esta preciosa edición en español. Andrea D´atri, fundadora de la Agrupación Internacional de Mujeres Pan y Rosas, coincide en el énfasis en el propósito militante que moviliza esta obra “Anhelamos que la vida de la Rosa Roja –signada por la profundidad teórica marxista, la agudeza política y una honda sensibilidad- sea ejemplo para las jóvenes generaciones que luchan por liberar a la humanidad de las cadenas de la explotación y de la opresión que hoy la aprisionan”.

     Muchas marcas, más allá de esta función militante explícita, participan de la construcción de una obra que homenajea a Rosa emblema de lucha, proyectándola hacia el presente. Por eso el libro no termina con el asesinato sino con una escena en la que su voz se convierte en hashtag #la próxima primavera. Porque Rosa nunca es víctima o mártir sino alguien que se construye a sí misma, y se lanza al futuro. Como si hiciese falta aún más ánimo proyectivo, también el editor inglés, Paul Buhle, hace un meticuloso epílogo en el que narra los avatares del legado de Rosa luego de su muerte, las lecturas que se han hecho de ella, su influencia en las generaciones que la sucedieron.

     Más allá de las tantas virtudes mencionadas, y de la preciosa identidad de la edición en español, el mejor acierto de Kate Evans es el apego a la voz directa de Rosa a través de sus textos, sobre todo sus cartas, muchas de ellas inéditas. Ahí Rosa suena, y vive.

SARA GUITELMAN

Diseñadora en comunicación visual, profesora e investigadora, Facultad de Artes – UNLP.

Berlin 1900, de Fritzsche

HISTORIA

JUAN CRUZ MARGUELICHE


Berlín 1900. Prensa, lectores y vida moderna (2008)
de Peter Fritzsche

41LJJsrwdZL._SX331_BO1,204,203,200_

     Entender cómo se construye (lo material) y se representa (lo simbólico) una ciudad implica adentrarnos en lecturas que logren condensar ambas miradas. Y, sobre todo, si hablamos de una ciudad que está atravesando un proceso de transición y cambios como Berlín en el año 1900; las lecturas deben ayudarnos a captar su emergencia constitutiva.

     El interrogante no pasa sólo por ver la ciudad como un agente externo y desde afuera, sino también de poder sentir, vivir y habitar la ciudad desde sus protagonistas. Y es allí donde la obra de Fritzsche nos abre nuevos caminos y recorridos para conocer a la ciudad de Berlín. Hablamos de una Berlín que rompe con la idea de postal estática e inmutable para dar lugar a una ciudad moderna, dinámica y siempre en movimiento. El trabajo de Fritzsche nos invita y permite ingresar en esa efervescencia y turbulencia que transmite y transgrede la ciudad moderna. Esta gran máquina urbana viene a tambalear estructuras tradicionales, a fusionar elementos y a proponer nuevos escenarios. El autor logra de manera brillante adentrarnos al pasaje de una tranquila capital del imperio a una ciudad industrial dinámica y transformadora. Como sostiene Luis Romero, Peter Fritzsche ha escrito un fascinante estudio sobre los años anteriores a Weimar y el nazismo, que combina la dimensión urbana con la textual y explora, de manera original, las interrelaciones entre una sociedad popular en proceso de cambio y la construcción de su imaginario a través de la prensa.

     La reconstrucción constante de la ciudad de Berlín no se dio solamente en un sentido de carácter material y superficial. Una de las características que va a acompañar a la Berlín moderna de 1910 y a lo largo del siglo XX, es su carácter transitorio que queda reflejado en su paisaje urbano.  En el libro El color del río: historia cultural del paisaje del Riachuelo su autora Graciela Silvestri nos acerca una interesante reflexión sobre el concepto de paisaje. Para ella el paisaje se comporta de manera dialéctica entre fragmento de un territorio y representación visual. En donde en la primera, la sociedad se comporta como actor, transformando el ambiente vivido; y en la segunda, como espectador que observa y comprende el sentido de sus propias acciones. Ambas definiciones se complementan. La primera no puede desligarse de la apreciación perceptiva (en el sentido amplio); y la segunda (imagen y representación) no existe en ausencia de un referente real y de un trabajo simbólico realizado histórica y socialmente. Esta definición de Silvestri, que si bien está por fuera de la obra aquí presentada nos permite comprender lo que Peter Fritzsche intenta llevar adelante. Berlín 1900 apunta justamente a dotarnos de nuevas miradas para comprender cómo el nuevo sujeto urbano de la modernidad a través de la prensa escrita empieza a conocer todos los rincones de la ciudad, a moverse más allá de las centralidades y a reflexionar sobre su propia existencia en su habitar.

     La obra nos introduce en un análisis que cubre múltiples aristas y dimensiones sobre la ciudad de Berlín. Nos presenta una ciudad que se construye desde la representación de la prensa hasta la señalética urbana. Se empieza a presentar una ciudad extraña y desconocida que debe ser tamizada por otros para que se pueda vivenciar. Es aquí donde nos surgen preguntas: ¿Qué estuvo primero la ciudad construida o la ciudad representada? O ¿Son ambas ciudades indisociables?

 

“Para circular por la metrópoli sus habitantes tenían que leer horarios, avisos publicitarios, anuncios callejeros y artículos periodísticos que recapitulaban e intensificaban sus movimientos. La simetría entre la ciudad y los medios de comunicación que la representaba perfecta”.

 

     En la introducción el autor expresa la idea central de la obra:

 

“Este es un libro sobre la ciudad textual, la acumulación de textos breves y extensos que saturaron a sus habitantes, en gran medida, moldearon la naturaleza de la experiencia metropolitana. En una época y en un espacio urbano en los cuales la lectura es masiva, la ciudad como lugar y la ciudad como texto se definen y se constituyen mutuamente”.

 

     La multitud y la acumulación de objetos en la ciudad moderna actualizaron los modos de lectura y escritura, y esos actos de representación a la vez, construyeron una metrópoli de segunda mano que proporcionaba un relato para la ciudad de cemento y una coreografía para los encuentros que tenían lugar en ella. El autor se pone a construir un puente de análisis de la mediación entre la ciudad y los textos. Para él, existía un doble argumento en la ciudad. Por un lado, la lectura y la escritura que invitaban al movimiento y lo contenían. En este sentido, se da una triple relación entre lectores, textos y contextos. Y a su vez una contradicción entre el orden narrativo y el desorden interpretativo. En este sentido, no alcanzaba con identificar que había una ciudad textual que se iba reinscribiendo desde sus diferentes formatos narrativos en la ciudad. O que la ciudad estéticamente se iba transformando a una celeridad que no permitía reparar en su comprensión. La obra intenta ponernos en el medio de ambas ciudades y sería en ese interjuego textual y material que se lograría acercarnos a la comprensión de la ciudad moderna de Berlín.

     Si bien el autor realiza el análisis de Berlín extendiendo en algunos momentos la escala histórica, su objeto de análisis se asienta en los primeros años del siglo XX: 1900 – 1914, período durante el que Berlín atravesaba un rápido crecimiento en el cual los diarios se establecieron como verdaderas instituciones metropolitanas y que a partir de sus influencias producían nuevas prácticas periodísticas y a su vez sociales. Lo que deja claro el autor, es que Berlín es una ciudad de extraordinarios contrastes que revelan la historia de una ciudad de naturaleza fugaz de su pasado y con ello se convierte en un escenario del presente de suma fragilidad. Para Fritzsche, en Berlín se conjugaban una geografía particular con callejuelas medievales, zonas proletarias, o suburbios advenedizos y una sociología pintoresca con figuras como los deshollinadores o especuladores, desde una dinámica incesante de transformación. Pero Fritzsche nos aclara que el objetivo del libro no es centrarse en realizar un estudio de la prensa de aquel período, sino que la propuesta apunta a construir la ciudad “narrada” y de qué modo ésta impactó en la ciudad de cemento. Es decir, cómo los diferentes cuerpos y formatos discursivos (re) construyeron la ciudad y su representación. Es a partir de allí que se presentan tres aspectos a analizar: los nuevos aspectos emergentes de la ciudad, el surgimiento de nuevos lectores y la presencia de nuevas lecturas.

     ¿Pero cómo se daban estos textos? ¿En qué medida expresaban las nuevas espacialidades de la ciudad? ¿Aportaban herramientas para decodificar el paisaje urbano?

     Los textos que circulaban por la ciudad eran ordenados e imprecisos. Guiaban y a su vez confundían a los/as lectores/as. Trabajaban a favor o en contra de las diferentes consolidaciones de poder. Los textos tenían argumentos que se sostenían de discursos de poder que buscan (des) legitimar la ciudad. 

     Según el autor, la ciudad textual era una forma inestable y maleable que permitía a los diferentes lectores/as comprender el inventario cambiante de la ciudad y a su vez estandarizando el inventario urbano. Son los textos los que ingresan a la vida social regulando los modos de vivir, ver y moverse.

     También se destacan otras relaciones. La relación entre la ciudad, el espacio geográfico y el relato. El autor grafica esta relación a través de relaciones desencadenantes. Los documentos escritos dan lugar a la existencia urbana poniendo en los ojos formas de ver y comprender la fugacidad del paisaje de la ciudad. Pero esa “correspondencia” entre lo escrito y lo urbano crea un orden simbólico imaginario tan importante como la ciudad misma. Es a partir de allí que se mezcla en el cemento urbano: lo simbólico con lo material. 

 

“Una vez que la ciudad de cemento se vio recubierta por la ciudad de palabras, las funciones de la metrópoli fueron ganando en especialización y el poder de los gobernantes y los sacerdotes creció notablemente”.

 

     Ninguna ciudad europea soportó una transformación tan drástica como la que acaeció en Berlín. Berlín en el año 1911 era una ciudad con más de 4 millones de habitantes, y su reciente aglomeración industrial detentaba su propia versión desordenada de la realidad. Ese campo perceptivo inestable se reflejaba en la experimentación de escritores y artistas con la incorporación de nuevas técnicas de representación. El sorprendente crecimiento de la metrópoli durante el siglo XIX y el incesante flujo de personas, mercancías e información dieron lugar a una esfera pública cada vez más mediada. De ese modo la ciudad moderna se volvió inseparable de los registros comerciales, las carteleras publicitarias y los artículos periodísticos que la presentaban más bella de lo que era.

 

 “La extraordinaria correspondencia entre habitantes metropolitanos y lectores indica que la ciudad no podía recorrerse sin la guía del periódico”.

 

     También Fritzsche destaca el rol de los medios de transporte y su relación con el ámbito de la lectura. Los tranvías conjugaban una doble acción: la movilidad y el habitar en la lectura a través de los imaginarios urbanos. 

     En el marco de la obra además de la ciudad del cemento y la ciudad textual, Fritzsche nombra a otras ciudades, las cuales contienen características propias y que a su vez conviven y se superponen con otras. “La ciudad de la infancia” donde se asientan la nostalgia de algunos/as por la pérdida de ciertas estéticas y permanencias. También está “la ciudad fugaz”, la que lleva a la sensación de lo transitorio y lo efímero. Aparecen los recuerdos fugaces, sin tradiciones, sin sentido del deber para con el pasado. Para Fritzsche, esta visión encierra una visión crítica de la condición de la modernidad: “vivir de un día por vez” era vivir sin memoria y sin sentido de continuidad. La “ciudad del espectáculo” donde se generaba nuevas sensaciones y percepciones. Se invitaba a la exploración. Es decir, los diarios servían como guías ya preconcebidas para avanzar sobre la ciudad y a su vez abría un abanico de caminos a decidir. Lo que el autor afirma como la reconciliación con el mundo de los extraños. Este avance sobre lo extraño también ocultaba entre otras cuestiones el reconocimiento e incorporación de partes de una ciudad que antes o estaba vedada o no se consideraba. Se podría pensar que ambas iniciativas impulsadas por los periódicos también alimentaban el mundo urbano inmobiliario. Con estos mecanismos mediáticos de reconciliación se evitan las estigmatizaciones urbanas y se incorpora la periferia como parte del centro. Y un claro ejemplo en la política de planificación urbana es la incorporación de la periferia como espacio habitado. Los medios periodísticos, en la medida que crecía la ciudad y la gente ampliaban su espacio habitado, también empiezan a cultivar la mirada y comprensión sobre la diferenciación de los espacios y entornos urbanos. La ciudad no sólo crece en infraestructura y cemento, sino que crece producto de la desconexión localista de sus habitantes. Son los desplazamientos y el auge del transporte que también hacen crecer a la ciudad. Es allí donde aparecen los suburbios como pieza urbanística distinguible del centro. En la obra de Fritzsche, los suburbios aparecen bajo la denominación de “vorstadt”. Pero los suburbios, lejos de ser zonas de colores monótonos, se encontraban llenos de vida y energía propia.

 

“La forma de la vorstadt era cambiante, la expansión de la ciudad y la llegada de miles de nuevos residentes por año imprimían una dosis de turbulencia a los límites metropolitanos, unas líneas en constante movimiento. Esa fluctuación era lo que más atraía la atención de la prensa metropolitana”.

 

     Los diarios también legitimaban ideas nuevas además de imponer sus discursos. Fritzsche detecta cómo se empiezan a manifestar esas ideas y voces del público espacialmente. Los debates políticos se iniciaron en Berlín por el año 1848. Los primeros lugares donde se originaron estos debates fueron los cafés literarios y salas de lectura. Más tarde se extienden los debates a los espacios abiertos. Es allí donde el papel de los diarios, los folletos y caricaturas permitieron que las ciudades vayan ganando lectores. Pero los periódicos al comienzo se consumían de la mano de suscriptores cultos y de clase media, para más adelante masificarse en los habitantes de la metrópoli. Y es interesante saber cómo Fritzsche descubre no sólo el análisis de la ciudad de Berlín desde los diarios por un lado y desde el habitar por el otro, sino también cómo logra condensar ambos. Y ese ejemplo lo describe claramente cuando se detiene a analizar el “uso de la ciudad”. En la medida que los habitantes ampliaban el uso, recorrido y distancias de la ciudad; los periódicos se volvieron más útiles. Es también donde el aumento de las distancias y escalas de la ciudad, intervienen en la irrupción de nuevas movilidades: tranvía, tren, autobús y tren. En la lectura de este nuevo contexto de desplazamientos, zonas y espacialidades el autor descubre cambios y permanencias en el espacio urbano: el gran centro comercial, la capital imperial, la feminización del centro –en la circulación de mecanógrafas o administrativas, por ejemplo-, los recorridos más largos o la ciudad de fisonomía cosmopolita, entre otras.

     Por último, Fritzsche incorpora otro elemento de difusión y comunicación en la ciudad: los “feuilletons” cuya ventaja comunicativa y expresiva se sentaba en poseer la primacía de captar las fluctuaciones de la ciudad moderna en fragmentos precisos y muy estilizados. Estos pequeños documentos escritos poseían la capacidad abrumadora de registrar impresiones inmediatas. Los feuilletons eran artículos breves que enseñaban a los lectores a mirar y escuchar la diversidad discordante de la ciudad por medio de una precisión extrema mediante el uso de adjetivos y palabras técnicas. Este puntillismo híper descriptivo queda ejemplificado con la siguiente cita de la obra:

 

“Padre (…) chaqueta, pantalones arremangados, chaleco abierto, servilleta de papel sobre la cazadora (…)”.

 

     Para concluir, lo que logra esta obra es acercarnos a comprender a la ciudad moderna de Berlín en toda su complejidad urbana tratando de acercarnos una mirada intensa y extensa a través de múltiples dimensiones y aristas. Su propuesta nos invita a reflexionar en la actualidad sobre el rol e influencia de los discursos en la permanencia y discontinuidad de ciertos imaginarios y representaciones hegemónicas en las ciudades contemporáneas. Con esta lectura y reflexión, Fritzsche nos incita repensar cómo se (re) categorizan los espacios a través de los medios de comunicación y cómo éstos todavía nos siguen imponiendo maneras de pensar, sentir y habitar los lugares. La apuesta de esta obra es acercarnos a través de Berlín del 1900 a otras ciudades y de esta manera poder indagar cómo se construyen las ciudades textuales en las ciudades materiales. Seguramente los formatos textuales y visuales de la actualidad se hayan modificado, potenciado y diversificado, pero sus intencionalidades quizás convivan bajo los mismos objetivos.

 

     *** 

 

     Coda

     El Covid – 19 tuvo como epicentro una ciudad de China: Wuhan. Wuhan es la capital de la provincia de Hubei, tiene una superficie de más de 8.500 kilómetros cuadrados y una población total de más de 10 millones. Se trata de una ciudad milenaria, con una larga historia de más de 3500 años que en pocas décadas vio transformar su paisaje urbano y estilo de vida. A partir del brote de esta crisis sanitaria se generaron fuertes intervenciones en la ciudad y con ello también se alteró drásticamente la vida cotidiana de sus habitantes. El Covid – 19 irrumpió en esta ciudad cambiando por completo la vida urbana. Hoy si bien la ciudad aparentemente ha podido controlar el brote del Covid – 19 todavía está siendo interpelada por los medios de comunicación de occidente como la causante de esta pandemia a nivel mundial. Pero más allá de Wuhan, cuando el virus alcanzó carácter extraterritorial y obtuvo el estatus de pandemia, los espacios más afectados fueron las ciudades del mundo por sus características formativas y configurativas.

     ¿Qué relación podemos encontrar con el Covid – 19 y el libro Berlín 1900? A raíz de esta pregunta podemos identificar dos puntos de encuentro. En primer lugar, las ciudades son los centros y focos de atención de las grandes transformaciones de los últimos tiempos. Ya sea por el desarrollo industrial y los procesos de urbanización, como por las crisis ambientales y sanitarias, o por ser espacios de resistencias a las políticas neoliberales. Las grandes ciudades se han convertido en un laboratorio social capaz de catalizar las grandes transformaciones.

     El segundo encuentro se basa en cómo los discursos esgrimidos por los medios de comunicación generan acciones y comportamientos diferentes en los habitantes y en los modos de vivir en la ciudad. El Covid – 19 provocó discursos políticos y de comunicación que modelaron y moldearon no sólo nuestros entornos, sino también nuestras percepciones, representaciones y prácticas espaciales. En este sentido, los periódicos que circulaban en Berlín 1900 oficiaron de verdaderas guías para estimular la exploración, desplazamientos y encuentros en la ciudad, anexando las periferias y nutriendo al urbanita de herramientas para decodificar el mundo urbano. Por su parte, los medios de comunicación y el Covid – 19 nos llevaron a un aislamiento preventivo y a diluir todos los espacios de encuentro. Pero contrariamente a la anulación de encuentros en la ciudad de cemento, se abre una ciudad más grande a través de la ciudad (híper) textual que permite por medio de las redes sociales escaparnos del espacio doméstico para reencontramos en espacios multiterritorializados que se entretejen a través de redes y flujos (información, imágenes, signos y otros). Es decir, lo que en la ciudad del cemento se nos prohíbe, la ciudad textual nos abre caminos para recorrerla de otras maneras.

 

JUAN CRUZ MARGUELICHE

Geógrafo de la FaHCE – UNLP y Magister en Paisaje, Medio Ambiente y Ciudad de la FAU – UNLP. Trabaja en los últimos detalles de su TFI en la Especialización en Estudios chinos del IRI-UNLP. Doctorando en Geografía. Se interesa por los temas desde perspectivas culturales. Sus trabajos van desde el estudio de los territorios lejanos (Asia y África), el paisaje y la relación de las novelas con el territorio.