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El sexo en la historia (2000), Acha

HISTORIA

CATALINA HERNÁNDEZ


El sexo de la historia (2000)
de Omar Acha

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     En el 2000 se publicó un libro de historia, teoría y política, que veinte años después presenta discusiones completamente actuales, a las que probablemente nos acerquemos más hoy que ayer, gracias al avance del feminismo. Aclaro de antemano, no es un libro de playa, no es un libro sencillo y rápido. Es un libro espeso, sobre todo si no se tiene mucha noción de psicoanálisis o de discusiones de género. Llegué al libro porque el nombre es provocador: “El sexo de la historia”, lo tituló Omar Acha. Funciona perfectamente como un estado de la cuestión sobre la relación entre género e historiografía, donde el autor hace análisis y propone posibles soluciones. Si bien el libro busca debatir hacia el interior de la historiografía argentina, Acha bucea por diferentes debates y dialoga con corrientes foráneas para, en el último capítulo, dedicarse a nuestro país particularmente.

     La invitación primera que nos hace el autor está vinculada con la necesidad de desencializar: “Intervenciones de género para una crítica antiesencialista de la historiografía” es el subtítulo del texto. Se sostiene un antiesencialismo radical en el libro que apunta a desnaturalizar ideas que operan en la producción de conocimiento. Desencializar, en el libro, implica develar el hecho de que no hay una esencia en las ‘cosas’. El procedimiento de análisis crítico necesario para develar esto es el de deconstrucción. Como ejercicio para desencializar las nociones de ‘hombre’ y ‘mujer’, Acha recurre a una crítica de las retóricas de masculinidad en Freud, y a través de la historización del ano va desarmando el esquema binario hombre / mujer que la historiografía da por sentado, invariable y natural. Es válido preguntarse ¿qué pito toca el culo en todo esto? Acha nos recuerda que la cultura es condición de posibilidad de formación de los cuerpos e históricamente la vinculación entre identidad narrativa e identidad sexual se nos ha presentado con relatos mediados por el falocentrismo: conquista, monta, gloria: pene. La historiografía, nos dice Acha, ha dado por sentado mucho cuando nos habla de ‘hombres’. El ano se ha construido como ‘lo oprobioso’, la vagina como lo ‘pasivo’, el falo como lo adorado; y parece que la virilidad fálica no puede coexistir bien con la erogeneidad anal, no en la historiografía. Elevado su poder simbólico, el pene llegó a representar lo viril, lo público, lo bélico, lo político. Con este esquema, la sexualidad falo-ginocéntrica (heterosexual y binaria) funciona como objeto tácito de la historiografía y eso no es discutido sino asumido. El autor denuncia una mala conciencia de quienes no dejan de experimentar los múltiples modos de la sexualidad pero, a la hora de practicar la historiografía, niegan temas de sus experiencias vitales y extienden esta represión a sus objetos de conocimiento en nombre de la ‘imparcialidad’.

     Uno de los debates que se abren en el libro es la relación que existe entre sexo y género. La posición hegemónica en Argentina -dice Acha- es la de Simone de Beauvoir, que da por sentado que la constitución corporal es pre-cultural. Así, se supone el orden natural del sexo y el cultural-socio-político del género. Acha sostiene que no siempre existió una tal división binaria de los sexos que implicara las exclusiones hoy existentes. La distinción sexo – género es equivocada a los ojos de este autor y es funcional a la supremacía masculina, garantizada por una opinión que subordina los cuerpos, maniata los anos y exalta los penes penetrando las -pasivas- vaginas. Mientras de Beauvoir da por sentado que la constitución corporal es precultural -el sexo es una base biológica que distingue hembras de machos-; Acha sostiene que los cuerpos son formados como cuerpos en la cultura, o sea que la interpretación funciona como pre-estructura de la formación corporal. El sexo no existe fuera de las condiciones sociales y culturales donde se encuentra y, si bien hay diferencias biológicas innegables entre los cuerpos, lo determinante en la organización social es el significado y la valoración de esas diferencias; cómo se las interpreta y cómo se las vive. Acha nos dice que es inexcusable desarrollar un concepto de género que opere con radicalidad sobre la historiografía y las ciencias sociales, así como operan y han operado conceptos como el de raza o clase. 

     Este libro es un defensor de la teorización. Sostiene la necesidad de teorizar para no caer en la trampa positivista del empirismo que considera como ‘cosas’ a subjetividades y procesos, sobre los que hacemos la investigación histórica. Nos invita a reemplazar la objetividad positivista por una ‘verdad’ basada en una práctica historiadora que contenga una pluralidad de opiniones enfrentadas en términos de racionalidad y plausibilidad de los argumentos para justificar las interpretaciones históricas. El autor entiende que no podemos evitar el carácter situado del conocimiento: como del perspectivismo no podemos huir, hay que reconocerlo como una condición y no como un error. En este sentido, propone superar la ilusión objetivista con una ‘racionalidad científico hermenéutica’, que conjugue la parcialidad necesaria de la práctica, con una cientificidad que articule la intención política detrás de la tarea historiadora. Uno de los conceptos articuladores centrales, sostiene el autor, tiene que ser el de género, sobre todo si consideramos género como lo hace Scott desde la teoría estructuralista del lenguaje: “forma primaria de relaciones de poder significantes”. La teorización que Acha defiende a capa y espada es la que permite descubrir los velos ideológicos de la Historia tradicional y todos los supuestos que los sustentan. El empirismo ha sido funcional a la reproducción de una academia androcéntrica y homofóbica, denuncia el autor. En este sentido, la categoría de género es útil para develar que las representaciones genéricas funcionan como modos de asignación de jerarquías y tipos de relaciones, sin que se extienda a la construcción cultural de los cuerpos. La perspectiva de género muestra la instancia real de articulación de relaciones humanas y sociales entre los géneros.

     La perspectiva post estructuralista es introducida desde la obra de Joan Scott, a la cual dedica un capítulo completo. A lo largo de este capítulo se insiste en el esencialismo que subsume la idea de ‘mujer’ y se tensiona la idea de una posible historia de mujeres que suplemente la historia ya escrita ¿Por qué no ‘agregar’ a las mujeres que faltan si la Historia ya está escrita? Por el hecho de que la historia de las mujeres rompe con la unidad ficticia de una Historia que se devela necesariamente parcial, por ende, no objetiva; más allá de que la historiografía ha hecho gala tradicionalmente de tal objetividad basada en el tratamiento metódico de las fuentes. 

     Fue el post estructuralismo el que influyó en la labor de Scott y el que hizo que cambiara la pregunta sobre el ¿qué? por la del ¿cómo? Mientras el qué pregunta por la esencia de las ‘cosas’, el cómo permite historizar y develar que no hay una autenticidad o entidad uniforme e invariable. Acha nos trae a colación una crítica interesantísima que hace Scott a Thompson a raíz de su ‘gender blindness’  en ‘The Making of the English Working Class’. Scott, además de resaltar el hecho de que el historiador inglés no se pregunta por la vivencia de las mujeres, critica la noción misma de ‘experiencia’ con la que trabaja Thompson. Ella niega que la experiencia provenga de una subjetividad previa a la existencia histórica que este concepto expresaría. O sea, ésta es un producto de subjetividades que no preexisten a su ocurrencia. La experiencia, dice Scott y replica Acha, no es la expansión de una subjetividad previa sino la historia de su formación. Entendamos que las identidades no son una cosa, así como la experiencia no es la expresión de una subjetividad que estaba dada sino la historia de la formación de esta subjetividad.

     Mientras Scott nos propone alejarnos del marxismo y del psicoanálisis, del primero por un reduccionismo económico y del segundo por pensar la subjetividad en términos individuales, Acha intenta rescatar herramientas útiles de estas dos teorías. El libro funciona como ‘crítica no reactiva’ al marxismo donde el autor busca rescatar las motivaciones políticas emancipadoras que lo vieron nacer y sus herramientas más útiles, pero nos dice que debe dejar de aspirar a ser un monismo interpretativo. La jerarquización en términos de clase como factor determinante del proceso histórico ha hecho sistema con una representación masculinizada de la clase obrera como sujeto; aquí Acha repite la crítica de Scott a Thompson. La historia elaborada con instrumental marxista se ha atenido a temas y preferencias particularmente similares a la historiografía tradicional. El marxismo debe olvidar toda pretensión de hegemonía a priori en la comprensión de la realidad porque es preciso reconocer otros planos no económicos de esta realidad. Dentro de los inconvenientes que hay en la relación marxismo / género es evidente la incomodidad generada por el concepto marxista de materia. Es aquí donde entra la crítica de Judith Butler, quien plantea la imposibilidad de recurrir a la materialidad como instancia previa a la cultura y el lenguaje. El concepto de materia no implica una evidencia empírica sino que es una construcción histórica, ‘no hay materia, sino materialización’, dice Butler.

     Una interpretación como la que propone Acha exigiría una aproximación plural (pero no ecléctica) a la realidad, que debe ser criticada desde el enfoque lacaniano del registro de lo real. Este enfoque complementaría las nociones totalizantes que subyacen en el marxismo y en el post estructuralismo, según Omar Acha, y ayudaría a llamar la atención sobre la irreducibilidad de los ‘objetos’ del ‘mundo’ al lenguaje, previniendo la ilusión idealista de la unidad entre objeto de conocimiento y objeto real, y afirmando la diferencia ontológica del objeto de estudio respecto de sus interpretaciones a las cuales tal objeto es irreducible. Desde su perspectiva, el diálogo de la teoría de género con el marxismo y el psicoanálisis es necesario si queremos no absolutizar el lenguaje como mundo. De este modo, teorías no necesariamente traducibles entre sí pueden articularse críticamente para describir los procesos de formación de la realidad. Entonces, este autor nos propone buscar una ‘articulación crítica’ como condición de superación imposible de las diferencias entre la teoría post estructuralista de género y el marxismo. 

     Todo este recorte de ideas y debates que presenta el autor de forma muy ordenada, bien documentada y comentada, tienen como objetivo político explícito hacer tabla rasa con la historiografía patriarcal que hemos heredado. El deseo que subyace este trabajo es colaborar a la creación de una conciencia histórica vinculada a intereses emancipatorios. La historia de género es uno de los modos de construir un tipo de práctica historiadora con mayores ambiciones que las de la sedicente profesionalización. El libro busca superar el desafío de que las historias inconformistas no se conviertan en una rama del árbol del saber académico. Lo más interesante del libro es que propone deconstruir lo naturalizado, reclamando la transformación de los paradigmas disciplinares de la historiografía, e invitando a ver qué nos puede decir la historia de género sobre nuestras propias vidas.

CATALINA HERNÁNDEZ

Estudiante del profesorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, feminista y patagónica.

“Bases para un programa de liberación nacional”, Cooke (1961)

HISTORIA/ENSAYO/POLÍTICA

ESTEBAN BARROSO


Bases para un programa de liberación nacional (1961)
de John W. Cooke

bases

Libertad nacional y popular

     10 de diciembre de 2015. El ingeniero Mauricio Macri brinda frente a la Asamblea Legislativa su discurso de asunción como presidente de la Nación. Desde un principio y de manera insistente, habla de optimismo, de esperanza, de trabajo incansable. Vislumbra un futuro en el que todos, pero especialmente los más necesitados, estarán mejor luego de finalizado su mandato, proclamándose -no con demasiadas sutilezas- como el abanderado de la sencillez, de la honestidad, de la modernidad. En su visión, el período de enfrentamientos estériles, el reinado de la prepotencia y de la falsedad ha llegado a su fin. El riesgo de caer en un autoritarismo irreversible quedó en el pasado. Su gobierno, afirma, sabrá “defender esa libertad [la de las personas y la de las ideas] que es esencial para la democracia.”

     Ya en aquel momento resultaba evidente que la derecha se había apropiado de manera exitosa del concepto de libertad. Poco más de ocho años nos separan de aquella fecha, y el panorama en el que nos encontramos reconoce, en este terreno específico, un agravante. En la actualidad, ya no es la derecha en su conjunto la que parece tener el monopolio de definir los significados del concepto de libertad, sino más bien su vertiente más extrema, aquella que supo transformarla en bandera, en lema partidario, en grito atronador.  Los riesgos que entraña esta pérdida simbólica son tan apremiantes como entreverado pareciera ser el camino a recorrer para comenzar, al menos, a disputar la batalla en torno a los significados posibles de este concepto.  

     La historia es pródiga en ejemplos que ponen de manifiesto que la “libertad” nunca fue -ni podrá ser- una propiedad exclusiva de la derecha. El nacimiento de la vida independiente, como no podía ser de otra forma, albergó debates y disputas muy variadas en torno a esta noción, como las que se pusieron de manifiesto con la sanción de la denominada “libertad de vientres”. El 11 de abril de 1852, poco después de la Batalla de Caseros, un grupo de mujeres publicó el primer número de “La Camelia”, reclamando en su editorial que, si efectivamente con la caída de Rosas se estaba entrando en una era de libertad, “no hay derecho alguno que nos escluya [sic] de ella”. La transición al siglo XX reconoció también otra posible forma de entender este concepto escurridizo, bajo el grito anarquista que proclamaba “¡Viva la Revolución Social! ¡Viva la libre iniciativa! ¡Viva el Amor Libre!” 

     Lógicamente, no faltaron las ocasiones en las que tal idea fue colocada en el centro de procesos políticos encabezados por sectores de la derecha. Al asumir la presidencia de facto, el General Eduardo Lonardi afirmó que el golpe de Estado que marcaba el inicio de la autodenominada “Revolución Libertadora” había alcanzado el éxito gracias al “amor a la libertad”. Una libertad que, de allí en más, pareció destinada a asumir los contornos de la proscripción, la violencia, el autoritarismo. Sin embargo, el terreno de la política nacional vio emerger en las décadas siguientes sentidos diferentes sobre este concepto, al calor de procesos que atravesaban a porciones significativas del “Tercer Mundo”. Casi seis años después del golpe que desalojó del poder a Juan D. Perón, quien había sido diputado peronista, brevemente encargado de la reorganización del Partido Justicialista de la Capital Federal, y delegado del líder exiliado en el contexto inicial de la “Resistencia”, tomó la palabra en tierras que en aquel entonces eran depositarias de todo tipo de interrogantes, temores y esperanzas. En agosto de 1961, John W. Cooke escribió en La Habana un breve texto titulado “Bases para un programa de liberación nacional” (de aquí en más, “Bases…”), en el que, de manera implícita, buscaba contraponer la idea “libertad” que había triunfado armas en mano en el 1955, con otra libertad posible, una que asumiera los contornos de lo nacional y lo popular. 

     Ya en su apartado introductorio, el entonces ex delegado de Perón advierte al lector que no encontrará en su texto profundas disquisiciones doctrinarias ni teóricas. No por considerarlas irrelevantes, aclara, si no porque prefiere posponerlas en el tiempo para enfocarse en lo concreto. Este breve artículo consiste, por lo tanto, en un conjunto de medidas a aplicar aquellas tareas que considera imprescindibles para alcanzar lo que entiende como una aspiración común: la consecución de una Patria “libre, justa y soberana”. Y esta finalidad, para Cooke, no admitiría medias tintas ni soluciones provisorias. En su visión, ya para 1961, el peronismo clásico había pasado a ser un período de gloria, quizás, pero correspondiente al pasado. El tiempo era ya otro, por lo que “el respeto de las estructuras y de una serie de valores culturales intactos hace quince años” ya no resultaba posible, ni mucho menos deseable. Pensar en términos de 1949 resultaba “impráctico y retrógrado”. El cambio debía ser total, ya no había espacios para pensar en términos de conciliación de clase, ni para admitir como objetivo posible el de lograr un capital “menos” abusivo, “menos” explotador. 

     Las palabras de Cooke, especialmente las correspondientes al apartado introductorio, denotan urgencia. Un futuro irremediablemente transformado, inexorablemente más justo e igualitario, aparecía en su convicción no sólo como posible, sino también como al alcance de la mano. Las sutilezas de grados, de formas, de correlaciones de fuerzas, son consideradas por Cooke como secundarias. Afirma que la realidad argentina, siempre cambiante, indicará qué contornos específicos deberá asumir la definitiva liberación nacional cuando ésta se ponga finalmente en marcha. Lo que no es discutible en su opinión, y como sostiene en el apartado destinado a indagar en el terreno de la economía, es que dicha liberación deberá ser definitiva, asumiendo metodologías, formas y contenidos revolucionarios. 

     Resulta claro que cuando Cooke -y tantos otros que pensaban como él en aquellos años- hablaba de “liberación nacional”, dotaba al concepto de “libertad” de un significado totalmente opuesto al que parece instalado en el sentido común de nuestra Argentina actual. Si la extrema derecha hoy piensa tal concepto en términos ya sea de mercado, ya sea de individuos aislados, para Cooke la libertad deseable era, en primer lugar, la de la Patria, y en consonancia con aquella, la del propio pueblo. Pueblo, a su vez, entendido en tanto comunidad. Esto queda en claro ya desde el primero de los apartados temáticos en los que se estructura las “Bases…”, destinado al terreno de la político. Como vimos, para Cooke en 1961 ya no había espacio para la conciliación ni para la armonía, lo que hacía que no tuviera demasiado sentido la conservación de las “instituciones liberal-capitalistas”. Dichas instituciones, en su visión, debían ser reemplazadas por una democracia “auténtica”, entendida explícitamente en términos de organización popular. La definitiva liberación de la Patria, si seguimos su argumentación, sólo sería posible si los esfuerzos necesarios reconocieran como sustento último el accionar de organizaciones populares prontas a defender sus intereses, ya sea a nivel nacional, provincial, municipal o vecinal.

     Este accionar debía consistir, en primer lugar, en el análisis y discusión del Plan Económico General confeccionado por el gobierno central. Las sugerencias y modificaciones propuestas deberían ser empleadas para la redacción del plan definitivo, que a su vez sería ejecutado, dirigido y controlado por las propias organizaciones. Ahora bien, al margen de estas tareas, en todo el razonamiento de Cooke la idea de pueblo organizado, movilizado y consustanciado con los objetivos de la liberación nacional tiene una importancia que va mucho más allá de lo propiamente organizativo. Son escasas las ocasiones en las que Cooke, en su artículo, se detiene a desarrollar en extenso algunas de las cuestiones planteadas. Más usual es que tareas centrales merezcan en su escrito apenas el espacio de un renglón (por ej., “Nacionalización de todos los servicios públicos”). Una de aquellas escasas ocasiones se encuentra vinculada a la política económica a instrumentar. Aquí ya no hay simplemente un punteo, un listado de medidas a adoptar. Cooke suspende por un momento el formato de escritura adoptado, y se toma el tiempo necesario para argumentar en extenso. Posiblemente esta decisión, que parece contradecir lo dicho por él mismo en el apartado introductorio -la apuesta por lo concreto, dejando de lado las disquisiciones doctrinarias- se deba a que la política económica a desarrollar, tal como él la está pensando en aquel momento, supone de parte del pueblo, desde sus comienzos y como requisito ineludible, un compromiso sin el cual todo resultaría en vano: un compromiso en torno al esfuerzo. 

     Porque cuando Cooke habla de liberación nacional, dicha liberación implica cortar de raíz todas las ataduras impuestas por el imperialismo. Porque cuando Cooke habla de liberación y piensa en la libertad del pueblo, entiende que esto supone la extinción de los explotadores nativos y foráneos, la nacionalización de amplios sectores de la economía, la renuncia a cualquier tipo de capital o de préstamo que tenga sus orígenes en organismos internacionales de crédito, en la oligarquía terrateniente, en los grandes consorcios monopolistas. La definitiva liberación de la patria, la erradicación de la explotación y la desigualdad, sólo sería posible a través de la movilización de todo el pueblo, de su esfuerzo y de su sacrificio puestos al servicio del aumento de la producción y de los márgenes de ahorro, que permitirían la capitalización del país. Sin decirlo explícitamente, al destinar largos párrafos al desarrollo de esta cuestión, Cooke parecería admitir que la receta no es simple, no es indolora, no ofrece gratificaciones inmediatas. Pero rápidamente se ocupa de aclarar una cuestión central: todo este esfuerzo sólo tendría sentido, y efectivamente por ello lo ve como realizable, debido a que sus frutos no redundarían “en ganancias empresarias, sino en beneficio del mismo pueblo trabajador”. Toda acumulación posible, sería para la propia comunidad, no para sus explotadores. 

     Las tareas específicas que menciona Cooke a lo largo de su artículo adquieren sentido en función de los objetivos más amplios que él mismo plantea: acumulación de capital local, organización comunitaria, nacionalización de la producción, mejora de la calidad de vida de la población. Algunas de las medidas que propone parecen tan actuales como difíciles de llevar a la práctica (“Reforma urbana que convierta en propietarios a los inquilinos”, por ejemplo). Otras tantas, quizás, no tengan demasiada vigencia. De cualquier forma, si retomáramos las propias palabras de Cooke, pensar nuestra realidad en términos propios de la década de 1960 casi con seguridad resultaría algo “impráctico y retrógrado”. Entonces, ¿qué nos puede quedar del ímpetu, de la urgencia manifestada por Cooke en tiempos ya lejanos? Quizás, por sobre todas las cosas, el desafío de pensar, de poner en palabras, los significados que pueda tener para la izquierda nacional y popular de hoy en día el concepto de libertad. En su visión, la “libertad” era, antes que nada, territorio de disputa y conflicto. Libertad no era un mero adjetivo de mercado, lógicamente, ni un atributo de los individuos aislados. La libertad debía ser la de un país, la de un pueblo, para desarrollarse de manera autónoma, para encarar su destino exento de las ataduras que impone la explotación. Leer a Cooke, entonces, quizás pueda resultar una invitación a plantearnos un interrogante: en los futuros que se asoman, aquellos que en ocasiones resultan tan difíciles de concebir desde espacios de izquierda, ¿qué sentidos específicos, qué contornos imaginamos que podría asumir este concepto, si es que asumimos el desafío de pensarlo en una clave nacional y popular? 

ESTEBAN BARROSO

Es Profesor en Historia (UNLP) y becario doctoral del CONICET.

Los cercos/Ellas saben/Entre telones, Lacay (2023)

LITERATURA/PLÁSTICA/TEATRO

CATALINA NEUMANN


Los cercos/Ellas saben/Celina y las cartas (2023)
en memoria de Celina Lacay

lacay

     Hay personas que tienen la potencialidad de impactar profundamente en los otros, acercando distintos modos de pensar y accionar sobre la realidad. Celina Lacay ha sido definitivamente una de ellas, teniendo la capacidad de atravesar no solo a los que la rodearon, sino también a quienes pudieron conocerla mediante producciones realizadas por ella y sobre ella. En este sentido, una recopilación de cuentos y poemas, una exposición de arte cerámico o una función de teatro se convierten en alternativas posibles para acercarse a Celina y a su sensibilidad. Desde la luz y la determinación, ella logró interpretar e intervenir en un contexto signado por la más profunda oscuridad.

 

¿QUIÉN ERA CELINA LACAY? 

     Definir a Celina es una tarea difícil de abordar. Podríamos decir que fue una estudiante y luego profesora de la Universidad Nacional de La Plata, historiadora, escritora, militante del campo nacional y popular, madre de tres y presa política de la última dictadura de nuestro país. Sin embargo, esta descripción no alcanza a reconstruirla por completo, porque Celina era también un universo de sensaciones. Era alegría, ternura, optimismo y esperanza, pero también resistencia, rebeldía y fortaleza. Es que, en realidad, no se trata de cuestiones contradictorias y ese es precisamente su legado: cómo la alegría puede ser un acto de resistencia

    Durante la última dictadura, Celina estuvo detenida seis años, tres meses y siete días. Tras breves estadías en las comisarías 5ta, 8va y la cárcel de Olmos en La Plata fue trasladada a Villa Devoto, donde permaneció hasta obtener su libertad. Desde allí escribió cuentos, poemas y correspondencia para su familia. Aquellas cartas estuvieron signadas por el amor y la ilusión. Asimismo, ella expresaba y contagiaba estas emociones en la cotidianidad que compartía con sus compañeras de prisión. En este sentido, testimonios posteriores destacaron su capacidad para contener a otras mujeres y tejer redes afectivas al interior del encierro. Siendo detenida en 1976, le otorgaron la libertad en 1982 y falleció cinco años después, por una enfermedad que no fue tratada durante su reclusión. Sin embargo, sus trazos continúan presentes, marcando una posible forma de intervención sobre la realidad. 

     En los últimos años, los escritos de Celina han conformado la base para distintas creaciones. Se compilaron en un libro, se intervinieron y encuadraron formando una muestra artística, e inspiraron parte del guión de una obra teatral. Sus palabras aún poseen un enorme significado para nuestra actualidad, permitiendo repensar los modos de resistencia y acercándonos la potencia que tiene la ternura para combatir la atrocidad.

 

ENTRE PÁGINAS. Los cercos

     El libro titulado Los cercos es una recopilación de los escritos de Lacay. Muchos de los cuentos y poesías que reúne fueron producidos entre 1976 y 1982, mientras la autora se encontraba en la cárcel de Villa Devoto. Este material sobrevivió al encierro siendo enviado por correspondencia a su familia y quedando copias al resguardo de otras presas políticas. Tras salir en libertad, Celina continuó escribiendo. Sin embargo, al fallecer a los pocos años de su excarcelación, la publicación de su obra fue realizada póstumamente por su familia. El prólogo y la edición estuvieron a cargo de su compañero (Ramón Torres Molina), mientras que las ilustraciones fueron realizadas por una de sus hijas (Celina Torres Molina). 

     Sus palabras permiten reflexionar acerca de la vinculación entre historia, política y literatura. Desde la ficción y la metáfora, recorre la historia argentina del siglo XIX y XX, transitando por distintos procesos y acontecimientos que marcaron a la Argentina. La posibilidad de escribir acerca de la usurpación de Malvinas, la guerra del Paraguay, el levantamiento de Felipe Varela, la Revolución de 1905, el peronismo y las dictaduras de 1966 y 1976 se debe a una combinación de sus conocimientos históricos, sus vivencias personales y las anécdotas brindadas por otras compañeras de prisión.  

     Los relatos de Celina tratan sobre momentos históricos concretos, pero poseen una profunda actualidad. Algunas de las reflexiones que se plasman en ellos son transversales a distintas temporalidades; en este sentido, permiten trazar vinculaciones entre el momento en que transcurre, en el que se escribe y en el que se lee el relato. Uno de estos casos podría ser “Vendrán los cóndores”, que propone una valorización de la independencia y la soberanía nacional, trascendiendo fronteras cronológicas precisas. La ficción se sitúa en 1833, fue escrita entre 1976 y 1982, y se lee en la actualidad de nuestra década. Desde personajes ficticios y en torno a Malvinas, la autora critica el imperialismo que signó a la Argentina desde antes de 1810. Pero lejos de interpretarlo como característica endémica del país, le imprime su carácter histórico y, en consecuencia, la posibilidad de erradicarlo. En este sentido, se transmite aquella ilusión de que vendrán los cóndores para combatir junto a un pueblo al que nadie ni nada puede vencer frente a la defensa de su dignidad.

     Si bien los textos nos acercan a diferentes personajes, lugares y períodos, al ser elaborados por la misma autora, logran reflejar el modo de interpretar e intervenir la realidad por la que abogaba Celina. En muchos cuentos es crítica con la sociedad argentina y la disciplina histórica, en otros describe desde la poesía las experiencias de la tortura y el encierro. Pero, más allá de estar narrando –a veces de modo explícito y otros implícito– episodios sombríos del país, no invade al lector con el desasosiego, sino con la esperanza. Porque vendrán los cóndores a luchar junto al pueblo; porque las palomas libres vuelan mejor que los pespires verdugos; porque la literatura rescata a las mujeres del olvido histórico siendo una patria de asilo; porque el río Mapocho permite conectar con la memoria de los pueblos; o porque observar los Andes es mirar la Patria.  

 

ENTRE CUADROS Y ENMARCADOS. Ellas saben.

     Ellas saben es una muestra artística itinerante compuesta por cuadros y objetos de cerámica, que poseen entre sus partes fragmentos de cartas o poemas de Celina Lacay. La obra fue realizada por su hija, Celina Torres Molina, en un intento de reconstruir su propia historia, pero también de compartir el legado de su madre y de sus compañeras de Villa Devoto. De allí que el nombre sea plural y no singular, ya que se busca rescatar a Celina, pero también a aquellas mujeres con las que había compartido años de ausencia, incertidumbre y espera. Se trata de resaltar la importancia de esos vínculos de solidaridad y sororidad que lograron trazarse en un contexto signado por el terror, el incentivo al individualismo y el quiebre de los lazos sociales.  

     Las diferentes piezas que componen la exposición nos permiten acercarnos a la historia de la familia Torres Molina-Lacay mediante su archivo privado, pero también a la historia general del país. En este sentido y como la consigna popular sentencia: lo personal es político. La obra nos retrotrae a la última dictadura y nos permite comprender la profundidad de sus impactos. Amplía lo que en el sentido común se asocia con las víctimas del terrorismo de Estado. Por un lado, visibilizando la figura de las presas políticas. Por el otro, aproximándonos a los familiares de quienes fueron perseguidos, detenidos y/o desaparecidos. Cartas con deseos de feliz cumpleaños, felicitaciones por la finalización del jardín de infantes o preguntas sobre el inicio de clases en la escuela primaria, permiten dimensionar las profundas implicancias de aquellas ausencias en la vida de los seres queridos. 

     Empero, lo que mayormente resalta en la muestra, es la capacidad de Celina para conectar con sus hijos desde el valeroso idioma del amor, incluso a distancia y a través del papel. Las cartas con mensajes de cariño y rodeadas de decoraciones con hilos bordados, fueron parte fundamental de la crianza de Lucre, Javi y Celi. En un contexto de encierro, ella logró transmitirles la fascinación por las flores, la importancia de lo colectivo ejemplificado en las anécdotas con sus compañeras de Devoto y la posibilidad de imaginar un futuro mejor. 

 

ENTRE TELONES. Celina y las cartas. La alegría es un acto de resistencia.

     La obra de teatro Celina y las cartas es una propuesta conjunta entre la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires, la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo y el Espacio para la Memoria Ex. Comisaría Quinta. Es precisamente en este último sitio donde se brinda el espectáculo, cargando aún de mayor significado a la historia que se narra en el escenario. Si bien está destinado especialmente a visitas de instituciones educativas, en un principio como momento de conexión con allegados y luego como respuesta a la demanda general, también comenzaron a brindarse funciones abiertas al público. 

     La dirección escénica, guión y actuación son llevadas a cabo por Eleonora Gottlieb y Diego Mendoza Peña. La dirección de arte es realizada por Pierina Luiz. Y la producción audiovisual está a cargo de Broc Producciones. Creada desde el respeto y el cariño, la obra propone entrelazar las experiencias de la familia Torres Molina-Lacay con un período doloroso de la historia argentina. Se trata de reconstruir la última dictadura cívico-eclesiástica-militar del país a través de la correspondencia que Celina Lacay mantuvo con su esposo y sus hijos desde la cárcel entre 1976 y 1982. De este modo, el público logra aproximarse a un momento de la Historia desde una vivencia personal, permitiendo humanizarlo y dándole cara, nombre y voz a los sujetos que lo integraron. La obra permite no olvidar que, detrás de grandes y en este caso cruentos eventos y procesos, existen seres humanos con ideas, proyectos, deseos, miedos, familias y amigues.

     Desde la entrada al auditorio hasta los aplausos finales, el espectador se involucra en una experiencia conmovedora. Se trata de la representación de un período que suele generar tristeza, enojo y frustración; sin embargo, lo que transmiten desde el escenario es cariño y esperanza. Porque, en realidad, eso es también lo que proponía Celina en sus interacciones con sus compañeras y en los escritos a su familia. Lo que se refleja implícitamente en las escenas, y explícitamente en uno de los diálogos finales, es la valoración de la alegría como modo de resistencia, una estrategia presente de forma individual y colectiva en el accionar de las presas políticas de Devoto.

 

     Sea mediante una página, un cuadro o un diálogo, descubrir a Celina Lacay se convierte en un antes y un después, al presentarnos otros modos de interpretar e intervenir sobre la realidad. Encontrarse con las reminiscencias de los trazos y retazos de sus producciones nos conecta con la posibilidad de la ternura y el cariño como forma de lucha en contextos signados por el terror. Estas sensaciones son indisociables de la interacción con otros, de la profundización de redes y vínculos. Por ello, no hay forma de reponer a Celina sin mencionar a sus compañeras de Villa Devoto. En las producciones abordadas siempre está presente esta idea de colectivo que se generó entre las presas políticas, que es impulsada por la propia Celina: al dejar copias de sus cuentos al resguardo de sus pares, incluir en sus textos descripciones brindadas por otras compañeras y escribir en las cartas para su familia anécdotas sobre momentos compartidos con estas mujeres. 

     Más allá de la forma en que nos acerquemos a su historia, Celina tiene la capacidad de recargar de vitalidad al lector, al visitante y al espectador. Es que, apelar a la esperanza y al amor es una defensa de lo humano frente a un alrededor que desde el odio pretende destruir y deshumanizar. 

 

Acerca del libro: podés hallarlo en algunas librerías de la ciudad de La Plata. Referencia: Lacay, C. (2020). “Los cercos”. Memorias del Sur, Buenos Aires.

 

Acerca de la muestra artística: al tratarse de una exposición itinerante y variar el espacio en que se presenta, recomendamos consultar las redes sociales de la artista. Facebook: Celina Torres Molina. Instagram: celinatorresmolina.

 

Acerca de la obra de teatro: las funciones abiertas a todo público suelen anunciarse por las redes oficiales del Espacio para la Memoria Ex. Comisaria Quinta. Mientras que las visitas para asistir desde una institución educativa deben coordinarse vía email con el espacio.  Email: epmexcomisaría5ta@gmail.com Facebook: Espacio Memoria ex Comisaría 5ta. Instagram: espaciomemoria_ex5ta. 

CATALINA NEUMANN

Es estudiante del profesorado y la licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP y es parte de la Comisión de Estudiantes de Historia

Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política, Dalmaroni (2023)

LITERATURA/POLÍTICA/ENSAYO

IVÁN SUASNÁBAR


Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política (2023)
de Miguel Dalmaroni

patria y

La Plata, 21 de marzo de 2024 

Este texto fue leído en la presentación de Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política, en Librería y Editorial Malisia (diag. 78 n° 506), en la ciudad de La Plata.

     “El crítico es un estratega en el combate literario”, afirma Walter Benjamin en el epígrafe con que se inicia el primer ensayo de Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política. Tirar del hilo de este aforismo típicamente benjaminiano que forma parte de sus “Trece tesis sobre la técnica del crítico” nos permitiría empezar a hablar de este libro que, como el propio Dalmaroni señalaba en las palabras preliminares de la primera edición la de Biblioteca Vigil, de 2020, está hecho de borradores inéditos y de fragmentos de trabajos publicados con anterioridad, pero que ahora se nos ofrecen corregidos, revisados, ampliados, reescritos. 

     Volvamos a la cita de Benjamin, entonces: crítica, estrategia, combate. Tres palabras que, de algún modo, atraviesan cada uno de los diecisiete ensayos que componen este libro y, sobre todo, caracterizan la intervención crítica de su autor. O, mejor dicho, el modo en que Dalmaroni interroga con la convicción y la certidumbre de quien sabe que escribir es volver y una otra sobre algunas insistencias esa caja negra de la historia de la literatura argentina: su relación con la política. Y como el marino Marlow de viaje por el Congo, hacia allí va Dalmaroni, hacia el centro mismo del corazón de las tinieblas de una historia hecha, como todos bien sabemos, de sangre, muerte, exilio, censura, desaparición, pero también de grandes momentos de gozo, resistencia popular y alegría revolucionaria. De todo esto junto entremezclado, diríamos, está hecho este libro.

     Sin ir más lejos, bastaría con mirar el índice y leer en voz alta el título de algunos de los ensayos aquí reunidos para darnos una idea de los “entreveros” para usar una palabra del propio Dalmaroni, que recupera también Enrique Foffani en el magnífico posfacio que acompaña esta nueva edición, bastaría leer el índice, digo, para darnos una idea de la variedad de “entreveros” posibles entre literatura argentina y política; de los entuertos, de los malentendidos, de las desavenencias que se abren en esa “y” del subtítulo del libro. Es decir, de todo aquello que pasa cuando la escritura tensionada, al mismo tiempo, por la compulsión mimética y por el impulso hacia la desubjetivación se topa, ya sea porque lo intente o porque no le queda más remedio, con algo que, para decirlo rápidamente y a fin de poder entendernos, llamaremos “realidad”. Pero volvamos a los títulos de los ensayos: “Los siete locos”, “El llanto”, “La forma de la espada”, “La luna con gatillo”, “Sangre de amor correspondido”, “Lo imborrable”, “Cadáveres”, “El matadero”, “Operación masacre”, por nombrar solo algunos de los que, apenas leídos, evocan en la cabeza de quien más o menos conozca o haya transitado la no por breve menos intensa historia de la literatura argentina un mapa repleto de nombre propios: Arlt, Aira, Lugones, González Tuñón, Puig, Saer, Perlongher, Echeverría, Walsh. Y algunos otros que, aunque no estén aludidos en los títulos, también forman parte de este verdadero campo minado: Hernández, Sarmiento, Lamborghini, Ocampo, Gelman, Pizarnik y, por supuesto, Borges. 

     Demás está decir que uno podría leer en este libro el modo en que Dalmaroni analiza, con la agudeza a la que nos tiene acostumbrados, cada uno de estos entuertos, viendo en cada caso cómo se “tematiza” o “representa” la relación entre política y literatura, pero no sería del todo justo decir esto, puesto que lo que hace el autor es ir mucho más allá de la lectura de tópicos. A Dalmaroni le interesa menos la representación de la política en la literatura, que la especificidad misma de esa relación; es decir, lo que en verdad convoca a la escritura crítica es eso porque es un eso, verdaderamente, eso que pasa, digo, cuando literatura y política se sacan chispas mutuamente; cuando, como suele decirse, se desconocen y se paran de manos. Eso es lo que se propone Dalmaroni: ver de qué modo, con qué lengua, contra cuál doxa cristalizada trabaja la literatura más allá o más acá del repertorio de discursos ideológico-sociales disponibles. ¿Y por qué importa señalar la lejanía de estos ensayos respecto de la crítica tópica, de la crítica representativa-dependiente y contenidista? Porque sabemos que de lo que se trata –y esto Dalmaroni lo aprendió con Williams y nosotros de Dalmaroni, de lo que se trata, digo, es de aprehender “una experiencia que al parecer no es comunicable”, como ya dijera Williams en La larga revolución. Y estaríamos errados, al mismo tiempo, si pensáramos que este libro reúne solo ensayos sobre literatura, ya que Dalmaroni también se ocupa de examinar otros “entreveros”, como por ejemplo el de la relación entre crítica y política o, para decirlo de modo un tanto rimbombante, el de la relación entre intelectuales y esfera pública: de los románticos del siglo XIX al revisionismo histórico, del ensayismo de interpretación nacional a la lengua envalentonada de un Viñas o el reformismo socialdemócrata de una Sarlo, por mencionar solo algunas de las variantes más o menos radicalizadas, más o menos consensualistas en las que se puede pensar este “entrevero” en cuestión.

     Ahora bien, si hay estrategia y hay combate: ¿cuáles serían las “armas de la crítica”? A riesgo de no ser original, diría: la escritura. Una escritura que, como afirma el propio Dalmaroni en el apartado “Noticia”, cuando presenta estos ensayos, va más allá de los protocolos de la crítica profesional. Y acá me quiero detener un minuto, para señalar algo que es evidente para todos los que venimos leyendo intensamente a Dalmaroni desde un tiempo a esta parte: la potencia de su imaginación crítica. Algo que siempre estuvo, pero que, me animaría a decir, adquirió una nueva dimensión a partir de que comenzaron a proliferar las entradas de su columna en BazarAmericano: verdadero laboratorio de escritura en donde Dalmaroni, cual lenguaraz de la crítica, va y viene entre la teoría literaria, el ensayismo, la filosofía y, por supuesto, la literatura, y lo hace siempre con un estilo filoso, juguetón, irónico por momentos que no hace más que recordarnos la libertad –y uso la palabra libertad a propósito, porque su misma definición está en el centro de los debates y combates que estamos atravesando–, la libertad, entonces, de quien piensa y escribe mientras lee. No sobre lo que lee: mientras lee. La diferencia no es menor, ya que, como también nos enseñó Miguel, hay lectura justamente ahí donde algo “no termina de ocurrir”; ahí cuando la lectura fracasa en el sentido más pleno de la palabra o cuando, para decirlo con Paul De Man, se deja afectar por aquello que se le resiste.

     Sabemos también que la voz crítica nunca es algo del todo personal; o, más bien, que si lo es, eso se debe a que está hecha de otras voces y de otras conversaciones: en el caso de Dalmaroni, ese diálogo es un “diálogo con los muertos” es decir, con la tradición, con los maestros, con lo heredado, con lo que insiste en la cultura a pesar nuestro, pero también y sobre todo, es un diálogo situado con lo emergente, con lo que se está escribiendo, leyendo y discutiendo hoy. “Un crítico es aquello que lee, y un poco más que aquello que lee (…) Un crítico es un exceso, no solamente lee: hace la lectura posible”, dijo alguna vez Jorge Panesi. Eso es lo que hace Dalmaroni en este libro. En la mejor tradición de la crítica-ensayística, Dalmaroni como Panesi, como Viñas, como Sarlo, como Piglia, como González, por citar solo algunos de los ejemplos locales hace algo con eso que lee y nos lo devuelve transformado: a sus lectores y al público en general, pero también y de un modo especial a quienes se formaron con él; a los que fuimos alguna vez sus estudiantes y seguimos aprendiendo de él, porque para nosotros Miguel nunca dejará de ser eso también: nuestro profesor.

     Voy cerrando. “Quien no pueda tomar partido, debe callar” era otra de las “trece tesis” benjaminianas citadas en el epígrafe del primer ensayo de Patria y muerte, del que hablamos al comienzo de esta presentación. En efecto, Dalmaroni recoge el guante, no se saca el lazo con la pata, como se diría en el campo, sino que dobla la apuesta: toma partido y escribe desde allí. Un lugar de enunciación que es a la vez una ética y una posibilidad de seguir pensando y escribiendo a pesar de: de las modas teóricas, de los propios prejuicios y cegueras críticas, de los imperativos morales de una época, del autoritarismo, la violencia y el amedrentamiento de un gobierno de turno. Sabemos que la lectura arroja siempre un excedente, un resto ineliminable, y que ese residuo está siempre más allá, abierto a lo incierto e indeterminado de todo porvenir. Eso lo sabemos, digo. Pero también sabemos que el suelo de la crítica es el presente y que este presente extendido ese que se abre entre la edición de Biblioteca Vigil, en 2020, y la presente edición ampliada y revisada de Bulk que hoy aquí presentamos, nos convoca de un modo particularmente necesario y urgente. Este es, como dijo alguna vez un poeta, el juego en que andamos. Y en ese juego, agrego yo, se nos va la vida y, cada vez más, el destino de nuestra patria. 

IVÁN SUASNÁBAR

Es Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de La Plata y Becario Doctoral de CONICET. Analiza los vínculos entre crítica literaria, redes editoriales y prensa diaria en suplementos culturales argentinos durante la primera década del siglo XXI. Actualmente integra el Proyecto de Investigación “Revistas, archivo y exposición: literatura argentina y publicaciones periódicas a partir del siglo XX” (IdIHCS-UNLP).

Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la derecha que no vimos venir? , Semán (2023)

SOCIOLOGÍA/POLÍTICA

RODOLFO IULIANO


Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la derecha que no vimos venir? (2023)
de Pablo Semán (coord)

seman

Claves analíticas urgentes ante el ascenso de la extrema derecha y el imperio de la indolencia política en un país que se desangra

     Leí, leímos quizá, Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir? coordinado por Pablo Semán desde la preocupación política más que desde la inquietud sociológica, aunque esta demarcación es abstracta e imposible. Su lectura me dejó más preocupado en términos políticos y más inquieto en términos sociológicos: la configuración política de la derecha radical que es gobierno en Argentina tiene una densidad social y simbólica mayor de la que pensábamos, y sus bases de sustentación en su opacidad, se encuentran más extendidas de lo que nos gustaría creer. Esto no equivale a postular que el dispositivo político de la derecha radical es homogéneo y consistente, ni que se encuentra blindado hasta el fin de los tiempos frente a la crítica y la acción política. 

 

     Estas notas de lectura se enfocan en el libro con el que conversamos, como un conjunto de preguntas formuladas sobre las derechas que se extienden entre “nosotros” y, al mismo tiempo, sobre las formas en que “nosotros” hemos tramitado el proceso y podemos enfrentarlo. Un libro entonces también como una forma de intervención pública. Un argumento y su circulación al interior de nuestro campo de sensibilidades políticas nacional-populares, de izquierdas, progresistas e igualitaristas, donde es posible advertir una cronología que transcurre, demasiado rápido quizá, desde posiciones defensivas de subestimación y negación del fenómeno libertariano, hacia disposiciones confiadas en el inminente (aunque ya no tanto) hartazgo popular y de clase media; un terreno imaginario de fantasías objetivistas e ilusiones premonitorias de caída, donde los agredidos por el modelo y las políticas de LLA revisan su voto, encabezan la crítica y ordenan el mapa político. 

 

     Este diagnóstico puede tener su correlato en la táctica tiempista de algunas dirigencias políticas identificadas con horizontes igualitarios, a las que hemos acompañado no sólo electoralmente. Una actitud donde resuena un viejo proverbio: “siéntate en el umbral de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Este tiempismo proverbial asume dos riesgos demasiado grandes quizá: 1. que el cortejo fúnebre (simbólico por supuesto) del enemigo se demore bastante más de lo previsto, o que los espectros que habitan al cuerpo mortuorio (metafórico por supuesto) consigan trascenderlo a la manera de los bolsonarismos sin bolsonaros o los karinismos posmileistas; y 2. que se extiendan y profundicen la desaprensión, la indolencia y la impotencia políticas ante la renuncia a imaginar otras utopías políticas y otros repertorios de activismos posibles. Una (auto)impotentización política de nuestro campo, ligada a la procrastinación dirigente de un balance (auto)crítico y de su imprescindible comunicación pública para la deliberación, sobre el pobre desempeño de los gobiernos populares en los últimos tiempos.

 

     Quizá la autocrítica pueda relacionarse con la revisión de nuestros diagnósticos y representaciones acerca de la sociedad que integramos, y el desafío de calibrar más finamente nuestras categorías a la luz de las experiencias de las personas que la constituyen. Considero que el proyecto intelectual expresado en el libro, así como sus hipótesis y hallazgos, contribuyen con argumentos empíricos a la dolorosa aventura que nos toca afrontar en esta coyuntura, relacionada con advertir los puntos de verdad que habitan el malestar y las sedimentadas formas de sufrir de las personas con las que deseamos volver a conversar. Personas que pueden formar parte de categorías sociológicas como los “sectores populares”, los “jóvenes”, los “trabajadores precarizados de plataformas”, y al mismo tiempo adquirir carnaduras concretas en amigos, vecinos, colegas, estudiantes, amigos de nuestras hijas, hijos e hijes, y la lista continúa. 

 

     No es sencilla la tarea de comprensión e imaginación política que tenemos por delante. No alcanza con apelar al malestar social por el brutal proceso de transferencia y concentración de ingresos al que nos somete el gobierno y la casta económica que lo sustenta. Quizá la protesta social y la lucha de las organizaciones gremiales terminen siendo, como tantas veces en la historia, los principales diques de contención frente al avance de las políticas de ajuste, recesión y desempleo; de erosión de la normatividad democrática y de desagregación de la dimensión pública de la vida social. Pero el extendido razonamiento que deposita una esperanza emancipatoria en el hambre popular, el desempleo y el ahogo de los sectores medios no sólo parte de una fijación objetivista, de un economicismo pre-thompsoniano que desconoce el horizonte moral de la acción de colectiva (y de su inacción), sino que tiene como contracara una disposición free rider predominante en ciertas lógicas dirigenciales que en lugar ponerse al frente de la “batalla cultural” (que es política y económica al mismo tiempo) calcula el momento oportuno para “acompañar” el malestar y, eventualmente, conducirlo y encauzarlo políticamente. 

     En esta clave leí el libro. Con estas preocupaciones e incertezas tomé las notas que siguen. Algunas de estas preguntas urgentes encuentran en el libro valiosas tentativas de respuesta.

 

     Está entre nosotros es un texto coral. Su argumento se enuncia a través de un texto introductorio y capítulos. En el trabajo introductorio ”La piedra en el espejo de la ilusión progresista”, Semán reconstruye las líneas argumentales del libro y las despliega en direcciones que nos invitan a leerlo como un verdadero ensayo de interpretación nacional, con base empírica, enfoque sociológico y provocación intelectual. El autor formula una tesis sustantiva sobre las condiciones de emergencia del fenómeno libertario, que permite interpretar de forma descentrada (ni condenatoria, ni justificatoria) la adhesión popular al llamado mileista, sin que esto implique reducir el sentido de la adhesión a los términos del llamado. Recupero aquí, algo arbitrariamente y en función de mi clave de lectura en esta nota, ciertos elementos del argumento que restituyen la espesura histórica al surgimiento del fenómeno libertario: 1. deterioro de las condiciones materiales de vida, transformación de la estructura social y degradación de la moneda soberana durante las últimas cuatro décadas; 2. nuevas politicidades entramadas en torno a la digitalización de segmentos muy relevantes de las interacciones; 3. erosión creciente de la autoridad estatal en la regulación de la vida y 4. de la legitimidad de los partidos populares en la enunciación de propuestas digeribles para la ciudadanía; 5. extensión de una sensibilidad individualista vinculada con la autosuperación y la búsqueda de singularidad en experiencias de mercado; finalmente, 6. la pandemia, la cuarentena y las limitaciones y errores en las políticas de cuidado que amplían la brecha entre ciudadanía, instituciones y Estado.

 

¿Cuál es la novedad de la nueva derecha?

     El capítulo ”Rayos en cielo encapotado: la nueva derecha como una constante irregular en la Argentina” a cargo de Morresi y Vicente, coloca la configuración ideológico-política de la LLA en un mapa histórico de las derechas en Argentina, para demarcar sus continuidades y singularidades, mostrando que en cada coyuntura histórica las expresiones de derecha fueron concebidas desde la categoría de novedad. Desde comienzos del siglo XX hubo muchas “nuevas derechas” pero cada una con elementos singulares y característicos. 

     Desde el punto de vista de la historia de las ideas y las ideologías políticas, el trabajo muestra que LLA es una derecha libertariana (en contraste con los movimientos libertarios de izquierda y anarquistas) y radical (se vincula de forma estratégica, ambivalente y hostil con la democracia). O, puesto en otros términos, se trata de una filosofía política fusionista que en un marco inédito como la pandemia reúne elementos liberales en clave individualista, con elementos de la familia nacional-reaccionaria como el antipluralismo que problematiza los marcos de la democracia liberal y sus instituciones.

     La derecha radical a nivel de superestructura avanza en dos frentes, por un lado enfrentando a las configuraciones políticas que proponen proyectos inclusivos y por otro, disputando al interior del campo de las derechas, ubicándose a la derecha de las derechas. La estrategia fusionista amplía su capacidad de interpelación, pero al mismo tiempo contiene tensiones irresueltas en su interior (entre orientaciones populistas de derecha y un anti populismo republicanista) que la limitan. 

 

¿Quiénes son los militantes de LLA y cómo se politizan? 

     En el texto ”Los picantes del Liberalismo. Jóvenes militantes de Milei y ‘nuevas derechas’”, Melina Vázquez caracteriza sociológicamente al activismo mileista y demarca su singularidad respecto de las tradiciones militantes de derecha desde el restablecimiento de la democracia. 

     En base a un trabajo de campo desarrollado con militantes libertarios, esta investigación muestra que en el período que se extiende entre los debates por la Ley de interrupción voluntaria del embarazo en 2018 hasta las medidas de ASPO y DISPO en el marco de la pandemia en 2020, se configura una referencia identitaria de derecha que opera como un principio de reconocimiento en el espacio público. Por otro lado, la militancia se entrama centralmente entre sectores juveniles, que en muchos casos tuvieron experiencias de militancia previa en espacios no necesariamente de derecha y que construyen una politicidad en torno a la figura de Milei que disputa con las ortodoxias liberales, incorporando elementos populares y plebeyos.

     El trabajo de Vazquez ofrece elementos insoslayables para avanzar en una caracterización más refinada del proceso político en curso, al mostrar cómo es la dinámica de politización de las militancias mielistas. A ser militante libertario se aprende. Los jóvenes aprenden a movilizarse en el espacio público, a incorporar símbolos y prácticas oportunamente identificados con las tradiciones políticas peronistas o de izquierda, como el uso del bombo o la pintada de banderas. “Los picantes del liberalismo” pueden tomar modelos de otras juventudes militantes como las afiladas a la Cámpora y operar una politización liberal, pero recuperando elementos plebeyos que oponen generacionalmente a referentes y prácticas del campo de las derechas interpretados como ortodoxos.

     En definitiva, este trabajo pone de relieve que, en torno a estos elementos se ha configurado una contracultura de derecha que tiene un clivaje generacional, masivo y popular, cuya comprensión requiere advertir una densidad que puede trascender a la coyuntura electoral.

 

¿Cómo se configura una cultura masiva libertaria?

     En el capítulo “Entre libros y redes: ‘la batalla cultural’ de las derechas radicalizadas” Saferstein pone el foco en los canales materiales de difusión de las ideas y proyectos de la derecha radical. Muestra el modo en que un conjunto de dispositivos, instituciones y personas intervienen activamente en la configuración y legitimación del entramado cultural de la derecha radicalizada. Este trabajo muestra que las mediaciones y actuaciones de un conjunto de autores, textos, industrias y agentes editoriales fueron centrales en el entramado de conexiones y relaciones activas entre jóvenes, producciones y productores. 

     El trabajo de investigación reconstruye el terreno privilegiado de la “batalla cultural” de las derechas radicalizadas, mostrando el modo en que articulan instituciones editoriales tradicionales con dispositivos digitales; libros y redes; editores, escritores e influencers; presentaciones de libros, autores y lectores. En contraposición con una idea de sentido común que asume de forma exterior que las disputas simbólicas e identitarias de las derechas radicalizadas se circunscriben al campo de las redes sociales, esta investigación empírica muestra que la difusión de ideas libertarias encuentra en el dispositivo libro uno de sus centros de gravitación. 

     Las disputas sobre la interpretaciń del pasado reciente, de la “ideología de género” y del papel regulador del estado sobre la “libertad” de los individuos han sido algunos de elementos narrativos desde los cuales los lectores y usuarios se han sentido interpelados y se han capitalizado para intervenir en disputas con pares y gestionar sus propias vidas. Como muestra el trabajo de campo de Saferstein en la feria del libro de CABA, entre otras instancias de circulación de bienes simbólicos de las derechas radicalizadas, este proceso condujo a una masificación y juvenilización de los públicos que se apropian de las producciones de las derechas.

 

¿Cómo y por qué se produjo la adhesión popular a la propuesta de LLA? 

     En el capítulo “Juventudes mejoristas y el milesimo de masas. Por qué el libertarismo las convoca y ellas responden”, Semán y Welschinger elaboran una hipótesis y una explicación al respecto. Más que una adhesión social a una oferta política, nos encontramos ante una experiencia del mercado y una desconfianza del Estado, policlasista y socialmente extendidas, que se anudan con una interpelación libertaria en clave de explicaciones económicas, morales y políticas, las cuales encauzan y moldean el malestar social, en un marco que tensiona los límites del sistema democrático.

     A partir de un trabajo de campo con jóvenes de diferentes procedencias y ocupaciones, la investigación pudo advertir cómo, especialmente desde la pandemia/cuarentena, se ha ido configurando una sensibilidad crítica respecto de la economía, la política y el estado en la Argentina reciente. Las experiencias de programadores, repartidoras de plataformas (entre otras personas) han configurado una ideología que los autores conceptualizan como “mejorista”, basada en la autosuperación, el emprendedorismo y el empoderamiento frente a la incertidumbre del presente, que conecta no de forma automática ni lineal a la manera de una plataforma de acogida, con los llamados de LLA. Así, desde el punto de vista “mejorista”, la noción de mérito y superación individual aparecen como la precondición para la justificación del acceso a los derechos y las oportunidades. La conformación social mejorista y la narrativa personal preceden lógica y sociológicamente a la interpelación política libertaria, pero la interpelación libertaria hace puente, conecta mejor y da voz pública a esas sensibilidades. 

 

     En conclusión, este libro es al mismo tiempo el diario de abordo de una travesía colectiva por las aguas profundas de las derechas radicales, un espejo donde podemos ver reflejadas nuestras sorpresas y frustraciones ante la novedad política libertaria; y una posible hoja de ruta para orientarnos en los esfuerzos de comprensión y de debate público por venir. Debate que posiblemente nos encuentre reflexionando sobre las tensiones que es capaz de soportar el fusionismo de las orientaciones de derecha una vez en el gobierno, sobre la capacidad de los picantes del liberalismo para trascender los reveses que implica gestionar, sobre los límites de la batalla cultural cuando las ideas de derecha se desplazan desde la disidencia al oficialismo y sobre la evolución de las sensibilidades mejoristas cuando las políticas públicas que llevan su bandera (y lo hacen desde el Estado que impugnan) no produzcan las mejoras anheladas en las numerosas biografías que seguirán recorriendo la pendiente del empeoramiento.

 

     Una pregunta que insiste como un mantra tortuoso en estos meses de elaboración de la derrota y que, en mi lectura, el libro permite problematizar es si vamos a seguir esperando a que “la sociedad se de cuenta de su error” y “salga a la calle” o vamos a afinar nuestra caracterización del tiempo histórico presente, asimilar las transformaciones contemporáneas de la estructura social y las sensibilidades, y enfocar nuestras interpelaciones desde criterios de justicia e igualdad puedan trascender nuestro círculo de convencidos? ¿Estamos tan seguros que la revuelta de piquete y cacerola reloaded va a operar como un catalizador hacia una fase del sistema político más pluralista, humanista y democrática? ¿No se trata de un atajo para evadirnos de la problematización de las categorías con que nos hemos acostumbrado a analizar y evaluar la sociedad de la que somos parte? En definitiva, esta resistencia a tomar en serio la crítica que se expresa en el voto masivo y popular a LLA, que no es un calco del programa doctrinario de Milei ¿no conduce acaso a un estado catatónico de la imaginación política, una parálisis que actúa en espejo con el descrédito autocrático en que el gobierno de LLA sume a las instituciones del sistema democrático y republicano, habilitando cotidianamente la escalada de los embates autoritarios y, eventualmente, violentos contra los sectores que nos identificamos con la promoción de derechos y políticas públicas inclusivas e igualitarias?

     Un libro insoslayable para analizar a las derechas radicales que se despliegan y asientan entre nosotros; y para pensarnos a “nosotros” en nuestras disposiciones, sensibilidades y potencias para pensarlas. Una invitación, en última instancia, a revisar las formas en que imaginamos esas categorías de alteridad y exclusión, así como los supuestos analíticos y los contenidos morales desde los cuales nos figuramos la consistencia de sus fronteras y demarcaciones.

RODOLFO IULIANO

Es Sociólogo y Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Se interesa por la sociología cultural y por las formas en que las personas cotidianamente producen sus mundos. Se encuentra muy preocupado por el papel que juegan y pueden jugar las ciencias sociales en los debates públicos. 

Testigos son los cuervos. A la salud de los archivos, Korvalán (2023)

ARTE

LUCÍA FAYOLLE


Testigos son los cuervos. A la salud de los archivos (2023)
de Kekena Corvalán

quequena

     Testigos son los cuervos es un libro escrito por muchxs, a la vuelta de un campamento artístico realizado en el Chacú por Kekena Corvalán, Andrea Geat, Camila Barcellone, Celeste Medrano, Fiorella Anahí Gómez, Mariana Giordano y Tati Cabral. Los cuatro títulos que leemos al abrir el índice entusiasman: comienza con “Arte, genocidios, imágenes, rituales, memorias, duelos”, sigue por “Aprender del Chacú como artefacto de memoria”, “A la salud de los archivos” y, por último, “Yo comencé a pintar porque mi abuela empezó a perder la memoria”. Todos los capítulos hablan de lo mismo, en sus distintos aspectos y afectos: las reflexiones a la vuelta del “Campamento artístico curatorial Aprender del Chacú: cómo procurarnos artefactos comunes de memoria, abrigo y alimento” (junio de 2022), donde las artistas conocieron y experimentaron los juicios por crímenes de Lesa Humanidad por la Masacre de Napalpí, desarrollados en mayo del mismo año. 

     Entonces, este libro es una puesta en práctica de una premisa central para el grupo: “la curaduría es afectiva, la epistemología es mechera, la metodología es campamento, la gestión es en red” (p.45). Antes del libro, hubo un campamento, es decir, una convivencia artístico-curatorial, situada en el territorio, que se diferencia de las residencias artísticas porque estos están habitados por autorías disueltas, horizontales, diverso-disidentes y de aprendizaje, vivencia y producción colectiva. El campamento por un lado fue posible por la articulación con el Instituto Cultural de Chaco y, por el otro, por la apuesta a una epistemología mechera, que implica adoptar -contrasaquear- las formas del arte “respetado” para llenarlo de los contenidos de todos los saberes no autorizados, para generar conocimientos desde un intercambio amoroso, produciendo y validando nuestro saber entre todxs, con la potencia molar, macropolítica y en la que nos cuidan las amigas.

     El título tiene dos partes: “Testigos son los cuervos” y “A la salud de los archivos”,. Testigos (lo dado) son los cuervos (lo inédito), porque en el medio del silencio generalizado, los cuervos son los únicos testigos que quedan; y con cuervxs se nombra a todos los testimonios leídos, escuchados y vividos a partir de los relatos de lxs sobrevivientxs de la masacre de Napalpí. Los cuerpos-testigos-cuervos se comen nuestros ojos para volvernos videntes, para que veamos lo esencial, lo que importa: el 19 de mayo de 2022, el Juzgado Federal N°1 de Resistencia, a cargo de Zunilda Niremperger, condenó al Estado argentino por planificar, ejecutar y encubrir el asesinato de entre 400 y 500 personas en los pueblos Qom y Moqoit, ocurrido en el sur de Chaco en 1924. También lo encontró responsable por reducir a la servidumbre a esta población. Los hechos fueron considerados crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos indígenas. A un año de la condena, se ha avanzado con distintas medidas reparatorias que fueron ordenadas en ese marco. Ahí está lo importante. Un mes después, un grupo de cuirs, negras, pobres, travas (y tantos etcéteras, toda la multiplicidad) se juntaron en el campamento a encarnar las historias de los cuervos, los únicos testigos. De esta manera, las cuirs vuelven a la historia, pensando y desarmando qué tramas afectivas la sostienen y desde qué reglas se construyeron los lugares de sus vencidos, con qué derrotero se hizo la historia. Volver a la historia de manera epistemolar – epistolar, epistémica y molar -, que implica producir conocimiento desde el intercambio amoroso, entre todxs, con la potencia molar, macropolítica y de cuidado amistoso. Esa es la potencia epistemológica de juntarse, de situarse, de conversar y de construir. Testigos son los cuervos no es una metáfora pero sí es una de las obras desarrolladas en el campamento. Una instalación conformada por fragmentos de textos de testimonios, artículos o conclusiones sacadas por las artistas Paola Melissa Ferraris y Camila Barcellone. 

     Así, la obra en campamento opera produciendo archivos. La obra y el campamento están a la salud de los archivos y a la salud de los muertos. La segunda parte de este título, “A la salud de los archivos”, cita el libro A la salud de los muertos, de la filósofa Vinciane Despret (2021), que piensa los vínculos entre vivos y muertos, los modos de darles un plus de existencia a través del recuerdo, la conmemoración y el relato que es, ante todo, la experiencia y la creación de una coexistencia de versiones múltiples y contradictorias. En este libro, la salud que se cuida es la de los archivos. Entre la entrevista a Mariana Giordano y la última reflexión de Kekena Corvalán se tensiona la noción de archivo y su lugar en este “momento archivos” (Caimari, 2020) que vivimos. Mariana Giordano restituyó y re-situó las fotos alojadas en el archivo Lehmann Nitsche, que el médico y antropólogo sacó en la Masacre de Napalpí. Con autorización del Instituto Ibero-Americano de Berlín, se socializaron los archivos con las familias y vecinas de los fusilados en la Masacre. Se desapropiaron y reapropiaron en y por la comunidad, se volvieron a su lugar y sus personas. Mariana sacó las fotos de la institución académica extranjera que las alojaba y las entregó a otros dueños, otros guardianes, otros cuidadores. De la misma manera, las artistas logran despoblar el archivo para “seguirla desde prácticas artísticas y su fogoneada sensible, “habitando el equívoco” (Viveiros de Castro, 2004). Es decir, habitando el cuerpx como un sistema de afectabilidad más que como una morfología material” (p.39). Se dialoga con los archivos desde el equívoco para desapropiarlos. Pero a su vez, en la última reflexión que tensiona y abre la noción, “los archivos sobre los qom han sido siempre considerados como más respetables en Occidente (por ejemplo en Berlín o Buenos Aires) y han tenido más chances de existir que los mismos qom” (p.182). Así, abre la pregunta sobre la vida, las maneras de existir y sobre quién sigue viviendo cuando sobrevive y se cuida un documento. Leemos: “lo que se opone a la vida no es la muerte, (…) es el desencanto, y, en ese sentido, estamos más que nunca encantadxs con los archivos. ¿Por qué y para qué viven los archivos? ¿A cuáles de nuestros muertos pueden darles un plus de existencia (Despret, 2021)? Porque nos encantan y porque los necesitamos, porque siempre vuelven a decirnos algo. Está en tensión esa importancia de los archivos para ser visitados y resituados, para volver a decir tantas veces como sea necesario que aquí (allí) hubo una masacre, hubo un pueblo atacado por el estado y hubo algunos testigos, que dejaron las huellas que sobreviven y siguen hablando. 

LUCIA FAYOLLE

Es profesora en Filología Hispánica, en la FaHCE . Está realizando su Doctorado en Letras sobre archivos y literaturas del Noroeste de la provincia de Buenos Aires. Participa de la Biblioteca Diego Armando Maradona.

For those who can tell no tales, Žbanić (2013)

CINE/HISTORIA

TOMÁS SCHULIAQUER


Por aquellos que no pueden hablar (2013)
de Jasmila Žbanić

for those who (1)

     Jasmila Žbanić nació en Sarajevo en 1974. El año importa porque allá las fronteras y los países son, todavía hoy, territorios en disputa. Nació en una ciudad de la República Federal Socialista de Yugoslavia, vive en la capital de Bosnia y Herzegovina. Una conclusión evidente es que los nombres de las ciudades duran más que los de los países. Žbanić es la directora bosnia contemporánea más importante: en 2006 ganó el Oso de Oro en Berlín por Grbavica, y en 2021 su película Quo Vadis, Aida? fue nominada al Óscar a mejor película de habla no inglesa. En 2023 dirigió un capítulo de la serie de HBO The last of us que tenía a Pedro Pascal de protagonista. Es, podemos decir, una directora mainstream, una cineasta exitosa.

     Žbanić vivió la desintegración de Yugoslavia y las guerras bosnias entre sus 18 y 22 años, y su ciudad estuvo sitiada durante casi cuatro años, el sitio más extenso de las guerras modernas. Su cine es un ensayo, una indagación individual y colectiva sobre cómo un país puede existir después de una guerra si esas heridas no se enfrentan, si los traumas no se colectivizan, si no se enfrenta el pasado, si no hay juicios para los genocidas. Es decir, cómo puede seguir adelante un país si sus habitantes se enfrentaron entre sí, vecinos, amigos, compañeros de trabajos, de escuela, con un nivel de violencia y crueldad difíciles de comprender. Cómo puede continuar un país con un acuerdo de paz transitorio que, treinta años después, sigue sin resolverse. El cine de Žbanić se pregunta si pueblos que vivieron una guerra con matanzas y crímenes de lesa humanidad equiparables al nazismo, pero entre vecinos de un mismo barrio, y que no asumen sus responsabilidades ni juzgan a los culpables, pueden continuar hoy siendo parte de un mismo Estado Nación. Bosnia y Herzegovina reúne a bosnios, serbobosnios y bosniocroatas: ¿cómo conviven víctimas y victimarios, pueblos que niegan la existencia del otro, que quieren exterminar a su vecino o, en el mejor de los casos, expulsarlo de su territorio?

      For those who can tell no tales (2013) es una de las películas menos difundidas de Žbanić. El título, que no fue traducido al castellano pero podría ser “Por aquellos que no pueden hablar”, alza la voz por los muertos de la guerra y los sobrevivientes que, por el trauma, el miedo o el olvido forzado, no pueden trasmitir su experiencia. Si la guerra corta la posibilidad de comunicación, el cine de Žbanić asume el lugar de ser polea de transmisión de experiencias o de, al menos, indagar en su falta. Es un cine que anuncia, que señala, que pone en primer plano los silencios.. Y ahí, en esos silencios, en ese trauma, se zambulle.
      Una bailarina australiana lee el libro más famoso del único premio nobel yugoslavo de literatura: Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric. El libro cuenta la historia de un puente construido en el siglo XVI para unir Bosnia con Oriente, en la época que ese territorio estaba bajo el dominio del Imperio Otomano. Vale contar, a riesgo de confundir, que la narrativa nacionalista épica serbia encuentra su punto cúlmine en la Batalla de Kosovo de 1389: ahí los serbios perdieron contra el Imperio Otomano. Pero fue una derrota repleta de heroísmo, miles de ciudadanos serbios que defendieron su territorio frente al avance de un ejército imperial que lo duplicaba en número. El libro cuenta la historia de Visegrad desde la construcción del puente en el siglo XVI, casi doscientos años después de esa derrota serbia, hasta la caída del Imperio Austro Húngaro en el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914.
     La bailarina australiana lee la novela y, como cualquier lector que agarre el libro de Andric -podríamos decir que lo mismo me pasó a mí-, se obsesiona con el puente, se enamora de Visegrad, de las noches de los hombres que fuman y toman café en la kapia mientras discuten los destinos del pueblo, el pequeño hotel y el bar, el mercado. Entonces decide visitar Visegrad, un pueblo que le debe la mayor parte del escaso turismo que recibe al libro de Andric. En el camino, lee en la guía turística de Bosnia y Herzegovina sobre Vilina Vlas, un hotel spa, y llama por teléfono para reservar. Durante el día recorre el pueblo, cruza el puente, saca fotos, pero esa noche tiene pesadillas y no puede dormir, sufre, vomita, se descompone. Tiempo después, ya en Sidney, sigue sin poder olvidar esa noche y averigua sobre el hotel: descubre que durante los primeros meses de la guerra fue un centro de tortura y violación de más de doscientas mujeres bosnias, que luego fueron asesinadas. El puente, de hecho, fue sitio de violación pública de mujeres, así como de tortura y fusilamiento de bosníacos que después eran tirados al río Drina. Lee, también, que el puente se había vuelto intransitable por la cantidad de sangre y cadáveres que había. El comandante a cargo de esa región, por parte del ejército serbobosnio, fue Milan Lukic, que participó y organizó muchas masacres y hoy está preso, condenado en La Haya por crímenes de lesa humanidad.

     Visegrad, en la Bosnia oriental, está en la frontera con Serbia y por eso fue uno de los primeros pueblos que el ejército serbobosnio ocupó. El proceso de ocupación y conquista de los pueblos durante las guerras bosnias tenía un funcionamiento similar: las tropas, con equipamiento y financiamiento del gobierno central de Yugoslavia, avanzaban sobre la ciudad, quemaban las mezquitas y, con aprobación y participación de las minorías serbobosnias que allí vivían, identificaban a la población bosnia, violaban mujeres y las asesinaban, a los varones los torturaban y los mataban. Los pocos bosnios que lograban sobrevivir se exiliaron hacia el oeste y, cuando podían, a otros países. Por eso, Visegrad pasó de ser un pueblo con dos tercios de población bosnia a tener menos de la décima parte: antes de la guerra ahí vivían 22 mil personas -15 mil eran bosnias-; al terminar la guerra la población bosnia era de menos de mil personas. Hoy, esos territorios, si bien integran el Estado Nación de Bosnia y Herzegovina, están dentro de la República Srpska, territorio serbobosnio fundado durante las guerras de los ‘90. Por eso, no pareciera haber construcción posible de una memoria colectiva común: los serbobosnios que asesinaron, violaron y mataron, hoy gobiernan esos territorios. La comunidad internacional habla de etnocidio y genocidio -y así fueron juzgados por la Corte Internacional de La Haya los etnocidas y genocidas-, pero esos lugares hoy son gobernados por los descendientes de esos vencedores. Hay un relato que sirve para justificar las atrocidades cometidas: los serbobosnios sostienen que hace más de seis siglos viven dominados por los bosnios, que ocuparon su territorio y los esclavizaron durante los cinco siglos de dominación del Imperio Otomano. Esos siglos de ocupación justifican, en el relato, la expulsión de todos los bosnios de esa tierra. Los serbobosnios no estarían ocupando sino recuperando su territorio.

     La turista australiana, una protagonista externa al conflicto, una viajera, nos pone a nosotros, que miramos la película a más de diez mil kilómetros de distancia, en su lugar, nos hace empatizar con ella. La australiana, como en una película de terror donde el protagonista vuelve a la noche a la casa embrujada, decide volver a Visegrad meses después de su primera visita traumática. Antes había llegado en verano, durante un festival de música, había sol y la gente nadaba en el río Drina. Ahora es invierno, el pueblo está vacío, hay un auto de policía que la sigue, un serbobosnio que la mira torcido y también parece acecharla, el puente está nevado, las aguas oscuras bajan turbias.

     En 70 minutos Žbanić construye el presente de una guerra congelada. Quizás está bien aclarar que en las guerras bosnias no hubo una rendición, un bando ganador y otro perdedor. El nivel de las matanzas -en su mayoría de los serbobosnios sobre el pueblo bosníaco- fue tan escandaloso que la Unión Europa y Estados Unidos no pudieron seguir negando lo que sucedía. La Masacre de Srebrenica en julio de 1995 fue definitiva: probó la incompetencia de las Naciones Unidas, el silencio cómplice de los países europeos y de Estados Unidos, el desamparo del pueblo bosníaco -sobre la masacre, Žbanić hizo la gran película Quo Vadis Aida?-. Bill Clinton, entonces presidente de Estados Unidos, convocó a los presidentes de Serbia, Croacia y Bosnia para que se dividieran los territorios y firmaran la paz. Después de tres semanas de disputas y debates, cuando parecía incluso que no había acuerdo posible, se logró la firma de un tratado transicional hacia una administración de paz futura. Esa división de territorios y de formas de gobierno todavía perdura: cada cuatro años se eligen tres presidentes, uno serbio/cristiano ortodoxo, otro croata/católico, otro bosnio/musulmás, que se alternan entre sí cada ocho meses. Es decir, durante los cuarenta y ocho meses que dura el mandato, cada presidente gobierna dieciséis. Para confundir, porque es confuso, y para complejizar, porque es complejo, la gran parte de los serbobosnios viven en la República Srpska, que es el 49% del territorio al interior de Bosnia y Herzegovina, un país que no reconocen como propio. La mayoría bosnía convive en el otro 51% del territorio, la Federación de Bosnia y Herzegovina. La “General Paz” de Sarajevo es una de las fronteras internas entre República Srpska y la Federación de Bosnia y Herzegovina. Cruzar la avenida que divide ambas Sarajevos implica el cambio de alfabeto, de los nombres de las calles, de banderas -de un lado la de Bosnia y Herzegovina, del otro la de la República Srpska, muy similar a la de Serbia- y, lo que es más impactante, de los graffitis callejeros. Es habitual ver en estas fronteras internas urbanas símbolos ultra nacionalistas e independentistas serbios. En una esquina, en la división de esa “General Paz” que, vale aclarar, es angosta como una calle de mano simple, hay un mural enorme de Ratko Mladić, el comandante del ejército serbobosnio durante las guerras de los ‘90, condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. De un lado de Sarajevo, Mladić es criminal y uno de los máximos responsables de la muerte, tortura, violación y exilio de decenas de miles de personas, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Del otro, un héroe popular nacional, libertador del territorio, defensor del nacionalismo serbio.

      For those who can tell no tales cuenta una historia que parece sencilla: una turista viaja a un pueblo, sufre de insomnio, vuelve a su país, y se va de nuevo. Žbanić incorpora un elemento externo -nuestra turista australiana, es decir, nosotros-, y nos permite preguntarnos qué significa la paz, cuál es la importancia de las políticas de memoria, cómo se firma un acuerdo de paz, cómo se cuenta la Historia, cómo se recompone un pueblo, qué límites tienen las fronteras, cómo convivimos entre humanos, entre pueblos, cuántas voces pueden hablar y cuántas no, qué secuelas silenciosas tenemos en nuestros territorios, cómo podemos procesar los traumas sociales, cuánto puede un pueblo, cuándo termina una guerra.

TOMÁS SCHULIAQUER

Conversaciones: Historia y política en los años kirchneristas

HISTORIA

EUGENIA SALA


Conversaciones: Historia y política en los años kirchneristas (2021)
de Julia Rosemberg y Matías Farías

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Saneando lo baldío: lxs historiadores también tenemos que hablar de política*1

     Conversaciones. Bicentenario: Historia y política en los años kirchneristas es un libro incómodo. Ausculta nuestra historiografía y la ubica en su vínculo, más o menos estrecho pero siempre vigente, con la sociedad y el Estado en aquella Argentina del 2010.
     Los multitudinarios festejos del bicentenario son el disparador que pone primera en las conversaciones que Julia Rosemberg y Matías Farías llevan adelante con diez historiadores y ensayistas cuyas entrevistas surgen, según los autores, de la afinidad intelectual y el genuino interés en conocer sus opiniones. Quizás por el clima de época, quizás por la juventud e irreverencia de Rosemberg y Farías, desde el prólogo sabemos entonces que nos adentramos a una lectura que no pretende dar voz a la diversidad ideológica, sino recopilar desde el progresismo las piezas de un sentido perdido acerca del vínculo entre historia y política.
     Y es que este libro está en diálogo constante con la tradición disciplinar que desde la vuelta de la democracia marcó el pulso de la historiografía argentina: el proceso de profesionalización de nuestro campo y su cerrazón sobre la academia, ubicándose en un lugar de neutralidad respecto al pasado y de descreimiento del Estado y la política. En ese contexto, la obra del revisionismo histórico, honesta en su marco teórico y potente en su narrativa sobre los sujetos, es rotulada como mera literatura y fuente, perdiendo su status de corriente historiográfica por la cual optar para analizar el pasado y el presente. Las preguntas que mueven el ejercicio intelectual hiperespecializado en la primavera alfonsinista son las vinculadas a la república y el ciudadano como conceptos universales, perdiéndose la potencia del análisis situado, hasta el advenimiento del 2001.
     Autores y entrevistados reconocen en ese cambio de milenio un punto de quiebre en términos institucionales con su debido correlato en la disciplina, que devino en un interés renovado por el estudio de problemáticas sociales. Es con los últimos coletazos de la crisis que aparece Néstor Kirchner, y entonces se habilita el nuevo tiempo en el que se escribe este libro. Ni reconciliación, ni dar vuelta la página: ahora y después de muchos años, en boca de Rosemberg y Farías, el Estado nacional se inscribe en una trama histórica que, sobre todo, reivindica el conflicto como constitutivo. En ese marco, la noción de reparación histórica, propone María Pía López, es la punta de lanza del discurso kirchnerista desde sus inicios. Como plantea Javier Trímboli en su conversación, el presente tuvo por primera vez desde el retorno democrático peso propio; para la construcción del futuro ya no era necesario remitirse al paraíso del primer peronismo y los setenta revolucionarios y por eso podíamos trazar nuevas respuestas para las preguntas sobre nuestra Patria.
     Sobre estas reflexiones primeras, las discusiones acerca de los festejos del Bicentenario adoptan en el libro su mayor contundencia.
     En primer lugar, la masividad y diversidad de los argentinos que se apersonaron esa semana en el centro de la ciudad es insoslayable, siendo un consenso entre todos los entrevistados su carácter espontáneo y autoconvocado. Hilda Sábato plantea en su conversación que las multitudes querían ser parte de una comunidad política y, retomando a Alejandro Kaufman, esto puede entenderse en tanto el Bicentenario formula una narratividad viable de la Argentina.
     En cuanto a la existencia o no de una historia oficial, todos los entrevistados reconocen que no hay tal en términos monolíticos y cerrados, aunque sí claras tendencias gubernamentales en torno a qué se quiere transmitir. Gabriel Di Meglio, por ejemplo, explica que el gobierno elabora un relato neorrevisionista que, como plantea Fradkin, actualiza el legado de Abelardo Ramos y Hernández Arregui en clave democrática y de derechos humanos. A su vez, para Fernando Devoto el kirchnerismo cuenta con un carácter fundador donde, en el Bicentenario, busca celebrarse a sí mismo más que al pasado, abriendo muchas posibles interpretaciones de nuestros doscientos años de historia. Indicio de esto puede ser la invitación abierta por parte del gobierno a múltiples intelectuales para el desarrollo de las diferentes propuestas monumentales, artísticas y digitales que englobaron los festejos.

     Hilda Sábato, siendo la voz más disruptiva sobre las apreciaciones del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, nos habla de un discurso gubernamental faccioso basado en una retórica binaria y grietista, fuertemente pronunciado luego del revés de la 125. No es desdeñable esta apreciación, estimulante para pensar nuestra actualidad y respaldada por más de una respuesta de los entrevistados a la pregunta acerca de qué país deja el kirchnerismo (que a pesar de que todavía se avecinaba el categórico triunfo de CFK por el 53% de los votos arroja luz sobre el presente). Es Kaufman quien dice, de manera casi premonitoria, que los logros del kirchnerismo solo pueden sostenerse en un país gobernado por el kirchnerismo, en tanto los productores y distribuidores de la riqueza en pleno siglo XXI siguen sin abrazar y volver propia la institucionalidad democrática que garantice la subsistencia elemental de las clases populares.
     Año a año la pregunta sobre cómo superar este jaque permanente entre peronismo y antiperonismo, que no es otra cosa que la consolidación de las garantías constitucionales para las grandes mayorías o su achicamiento, y qué podemos hacer desde la historia para superarlo, solo parece ensancharse.
     La sensación que nos deja Conversaciones… es que del 2001 para acá las interpretaciones sobre la historia argentina vuelven a estar abiertas y en continua disputa. Lo vemos en las discusiones sobre el Centenario entre intelectuales que se detallan en el libro, pero también en que Javier Milei en su primer discurso como presidente electo se proclame el continuador del legado alberdiano.
Hoy, teniendo en el tintero tres meses de un gobierno que deglutió todas las insatisfacciones sociales en un relato reaccionario como motor de consenso popular – a diferencia del clasemediero perfil de votante peronista de las últimas elecciones -, la pregunta del vínculo entre historia, política y sociedad se magnifica y nos interpela en particular a quienes estudiamos, enseñamos, comunicamos y hacemos historia.      Fuimos impotentes: sobre una década ganada que no supo administrar el conflicto ni elegir bien sus batallas y la larga agonía de un gobierno peronista que falló en todas sus premisas, no supimos cómo denunciar de manera certera el ascenso de un outsider sin experiencia política que proponía fórmulas que fracasaron rotundamente en la Argentina. Miramos absortos nuestras viejas fichas mientras se ponía un nuevo tablero de juego sobre la mesa, cuyos primeros indicios ya habíamos percibido durante el macrismo con las fisuras del consenso en torno al Nunca Más. Aún hoy, sin unidad programática ni pragmática, encontrar la salida por arriba del laberinto se ve distante frente a un Poder Ejecutivo Nacional que parece tener la doctrina del shock friedmaniana como evangelio. Por lo pronto, la respuesta natural frente a la apertura de múltiples frentes parece ser replegarse sobre las identidades sectoriales y esperar la emergencia de una conducción a la altura de este tiempo.
De nuestra parte, tomar el espacio de vacancia que genera la falta de interlocutores claros desde el progresismo para formular un relato capaz de interpelar a la sociedad es un objetivo ambicioso y por eso mismo necesario. Hace 75 años Perón, siempre preclaro, resaltaba que el eterno pendiente es generar un sentido duradero y transformador del rol que cada individuo cumple en la comunidad organizada. Libros como este nos arrojan a la tarea un poco sucia*2, baldía, abandonada, de pensar la responsabilidad que como cientistas sociales tenemos sobre el presente y trascender la reflexión para devenir en praxis, a sabiendas de que como historiadores no solo tenemos cosas valiosas para decir sino también que, si no tomamos la posta, otros generadores de sentido con ideas bien distintas acerca de lo que implica la Argentina como proyecto colectivo viable, lo hagan. Hay que intentarlo.

*1 Guiño al libro de Javier Trímboli y Roy Hora Pensar la Argentina: los historiadores hablan de historia y política.
*2 Referencia al podcast sobre historia Un poco sucio de Javier Trímboli y Julia Rosemberg.

 

EUGENIA SALA

Es estudiante de Historia y militante peronista

El amor por los débiles & el instinto de asesinato, Axat (2023)

POESÍA/POLÍTICA

EMILIANO TAVERNINI


El amor por los débiles & el instinto de asesinato (2023)
de Julián Axat

axat

El peregrino de las estrellas

En cuanto a mí, ya en los principios de mi vocabulario, a una edad tan tierna que todavía expresaba mediante ruidos que quería dormir o comer, sabía que había sido un vagabundo de las estrellas. Sí, yo, cuyos labios nunca habían pronunciado la palabra “rey”, recordaba que una vez había sido el hijo de un rey. Más aún, recordaba que una vez había sido esclavo, e hijo de un esclavo, y que había llevado alrededor del cuello un collar de hierro […]. Otras voces gritaban a través de mi voz, las voces de hombres y mujeres de otras épocas, de mis antepasados ocultos entre sombras. Y el gruñido de mi rabia se fundía con los gruñidos de bestias más antiguas que las montañas; y los dementes ecos de mi histeria infantil, con todo el rojo de su ira, se mezclaban con los gritos estúpidos e insensatos de bestias prehistóricas anteriores a Adán. Y aquí se descubre el secreto. ¡La ira roja!
Jack London

     En “Kafka y sus precursores” (1951) Borges analizó de qué manera una obra influye no solo en las obras del futuro, sino también en las del pasado, activando nuevas lecturas de diversas tradiciones. No podría afirmar si estamos en presencia del mismo fenómeno, pero intuyo que en los misterios insondables del azar y las asociaciones se activa una tradición profunda que atraviesa a toda la literatura argentina desde los albores del siglo XX, una tradición hecha de traducciones sospechosas de Fedor Dostoievsky, Robert Louis Stevenson, Jack London o Julio Verne, que ofician de inconsciente colectivo para varias generaciones de lectores argentinos, que a lo mejor no los abordaron de manera directa como el mismo Borges, sino a través de otras escrituras.
     La “ira roja” a la que alude el epígrafe y que define al personaje de Darrell Spanding en The Star Rover (1916), condenado a muerte que puede recordar todas sus vidas pasadas, se ofrece como una buena definición de la experiencia de lectura de los poemas de El amor por los débiles & el instinto de asesinato (2023), Julián Axat. En la imagen de la “ira roja” confluyen Marte, los deshechos lunares del 2345, las ucronías de la URSS y la irritación del poeta ante determinados acontecimientos cercanos en el tiempo: la salvaje represión a los estudiantes chilenos en 2019, el asesinato de George Floyd en 2020 o el desalojo de familias en Guernica mediante el uso de topadoras. Los poemas registran la violencia institucional universal en un diario de bitácora que se propone decantar la memoria de los cuerpos, del espectáculo de la noticia.
     El poemario constata las distintas variaciones del Odio cósmico, tal como definían los Manos a los Ellos en El Eternauta (1959) de Oesterheld y Solano López. Sin embargo, lejos está de ofrecer una lectura tranquilizadora, concretizando un “nosotros” para pensar esa otredad. La identidad también es ese riesgo de hybris que señalan el soldado nazi y el soviético desde la tapa, casi como espejos. La complejidad en el abordaje de la relación víctima-victimario hace de este, quizás, el libro más borgeano de Axat. En El hombre que odiaba a los perros, simulacro de la pésima novela de Padura, leemos que “Dios y el Diablo son la misma persona”. Incluso, podemos pensar la & del kierkegaardiano título, –que remite y homenajea a otro peregrino, Mario Santiago Papasquiaro– como parodia de la imposibilidad de estabilizar la frase binominal.
     El primer término, se desplaza de la tradición marxista que conceptualiza la fuerza de los oprimidos como dato fáctico, aun cuando todavía no estén dadas las condiciones materiales y sea necesario un trabajo militante para que la clase tome consciencia de sí misma. Los débiles, en cambio, son fruto de este presente distópico, son aquellos que mueren potros sin galopar, debilidad de diseño biopolítico cuya duración ya está prefijada para que no arribe a ninguna conciencia ni nada que se le parezca. En el segundo término de la &, se aludiría o bien a la pasión que vehiculiza el deseo de justicia y conecta con los ideales emancipadores y las teorías sobre la violencia, o bien a los instintos primitivos no sublimados.
     Como lectores, vacilamos acerca de si ese instinto es efecto del amor por los débiles o es oposición al amor por los débiles, y en este sentido, estaríamos ante una reversión del enfrentamiento mítico entre Caín y Abel. Como no es objeto de la poesía ofrecer respuestas, sino apenas vislumbrarlas en epifanías indecibles o provocando nuevas incógnitas, el hecho de no negar ese instinto, aun cuando el poeta sea un abogado comprometido con los Derechos Humanos, se torna político, punza al lector.
El instinto de asesinato parodia axiomas que se pisan la cola, del estilo “el amor vence al odio”, y manifiesta que el odio nunca puede ser patrimonio único de las derechas. La debilidad actual del campo popular se percibió claramente en el reciente proceso electoral. La debilidad de una campaña que al odio y a la violencia le contesta con miedo, porque “lo peor está enfrente”, mientras tanto la idea de futuro sigue extraviada, congelada, como el tan mentado programa de acción política, que se asemeja al poema “El cosmonauta abandonado”:

 

 

En el tiempo que aún viajan los sueños
la estatua del cosmonauta
ruge como espantapájaros
en la estepa

Allí donde los restos
de la Ciudad de las Estrellas
valen más que el resto de un Gulag o acaso
toda la obra completa de Efremov

La estatua del cosmonauta es todavía
hermosa
aún repleta de estiércol
nadie podría dudar
que mira más allá del horizonte
Su estirpe erguida
nos interpela
pide a gritos
que la dejemos allí
mirando el infinito
el punto del infinito
que acaso nosotros
Somos incapaces de mirar

 

 

     “El cosmonauta abandonado” funciona como una metáfora de aquello que Andreas Huyssen alertaba a mediados de los noventa a propósito del giro conservador de la cultura de la memoria, cuestión que acá recién pudimos problematizar cuando las políticas de Memoria, Verdad y Justicia resistieron la primera oleada neoliberal del siglo XXI. De ahí que la befa a la monserga de “no hacerle el juego a la derecha”, nos lleva a preguntarnos: ¿cuántas experiencias necesarias fueron ocluidas para encorsetar discursos y prácticas al platonismo republicano?
     Ontológicamente, el miedo es una experiencia más característica de las clases dominantes que el odio, en todo caso este se explica por las acechanzas que imagina el primero. Solo los débiles pueden pensar que los privilegios son eternos.

     El nuevo poemario de Axat invita a repensar los vínculos entre imagen, poesía y cielo. Nos sumerge en ese placer antropológico –que nos conecta con el paraíso perdido de la infancia– de formar figuras con la posición de las nubes o de las estrellas, restos de luz que resisten iluminando nuestros pensamientos, cuando se dejan ver.
Podemos arriesgar que el animismo en las culturas indígenas se relaciona con la distancia que se establece entre naturaleza y conocimiento científico. En nuestro mundo cuantificable, ultravigilado, donde todo es alcanzable o compensado por el kitsch de las Saladitas del consumo, el cielo, por suerte, todavía persiste como índice de lo imposible. Más allá de las alteraciones que satélites, sondas y aviones realizan sobre el paisaje, los poetas retornan e indagan esa imposibilidad, esa distancia. Hay poesía cuando se crean figuras en ese palimpsesto de estrellas. Entonces, el poeta, como lector de los cielos, con los pies firmes en la tierra, se eleva. Como ha dicho en ocasiones Axat, la poesía es una máquina del tiempo imposible, y podemos agregar que lo irrealizable que pervive en la imaginación es su combustible.
     En la vena lírica de la ira roja, las voces de El amor por los débiles se encuentran en estado de ansiedad y desesperación, configuran una casa, ese espacio que para el poeta Pablo Ohde era más imposible que los castillos. Un hogar en el cielo de estrellas se torna fideísmo secular hecho con ese lenguaje del futuro que es la poesía.
     Como decía, hay algo borgeano en este libro de Axat que no está en su obra previa, irrupciones de humorismos que rompen con la densidad del eje principal que atraviesa el libro. “Otros obreros”, “Blend de noches”, “Puzzles en Chihuahua” o “Cervantes o Shakespeare (si como afirma el griego el Cratilo)” inauguran una nueva zona, la cual trabaja con las minucias de la vida cotidiana, momentos breves que como las estrellas se niegan a desaparecer y relumbran en una anécdota que seguramente en cien años sintetice la biografía de una vida.

     El año pasado, la Secretaría de Derechos Humanos y el Archivo Nacional de la Memoria subieron un video a Youtube en el que Julián Axat reflexiona sobre su archivo familiar, fragmentos de la búsqueda de justicia por la desaparición de sus padres, Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés Della Croce. Recomiendo al lector verlo, al menos por dos motivos. En primer lugar, porque se inicia con una lectura de “Estación Shell Autopista La Plata Buenos Aires”, de Cuando las gasolineras sean ruinas románticas (2017), en la que la inflexión de la voz modifica las lecturas que podrían hacerse del poema en silencio.         El texto sugiere que nuestras derrotas generacionales están hechas de las derrotas que las generaciones pasadas ocultan bajo la alfombra, son ese libro pendiente que nunca llega. En segundo lugar, plantea la cuestión de qué hacer con el archivo y el rechazo a que se convierta en un museo inmaculado. En este sentido, en los últimos tres libros del poeta encontramos un trabajo benjaminiano que le asigna importancia a la imagen, pero discute la manipulación acrítica que de ella hace la cultura de la virtualidad. La imagen debe decirse para comprenderse, no otra cosa se propone el poema “Últimos días en el Swift de Berisso” de El amor por los débiles:

 

 

Esa mañana de 1977
Rodolfo Jorge Axat llega temprano al Frigorífico “Swift” de Berisso
antes me ha dejado en la guardería.

Es día de matanza
y el aire está espeso / todo tiene olor a vísceras
los compañeros afilan cuchillas para el degüelle
y el rugido de las bestias se escucha desde la calle Nueva York

Salen pescuezo / nalga / asado / ojo de bife / aguja / osobuco / roast beef / vacío / lomo / filete / pecho / cuadril / brazuelo / solomillo / cadera / culata / tortuguita / espinazo / falda / tapa / tapilla / cuadrada / contra / paleta / bofe / corazón / lengua / esternón / riñones / seso / quijada /

Res es cosa / cosa es Rex
recita la mano del verdugo
que viola y no destaza
hasta que en el legajo figure la falta

(una cámara en frío)

y el fantasma de Echeverría
luce acostado en la parrilla

recitando su epopeya patria
y al final de la jornada
los obreros reciben 2 kg de yapa (para sus casas)
Volanteada en la puerta…
propaganda montonera…

/ Perón vive / en la carne 7 en las vísceras /

Esa tarde de 1977
Rodolfo Jorge Axat me busca de la guardería
Y los días / serán exactamente iguales

hasta que el telegrama diga:
“despido por ausencia injustificada”

 

 

     El poeta revuelve, desordena los archivos familiares y los interviene, en el proceso invierte aquella frase fogwillesca de Perón, cuando sugería que “la víscera más sensible del ser humano es el bolsillo”. Aquí, “Perón vive / en las carnes / en las vísceras”. La tragedia metonímica del padre que anuncia el verso funciona como manifiesto contra el pragmatismo de la táctica cuantificable sin estrategia y el verticalismo de la rosca infinita.
     La cuestión entonces es ideológica, pero también metodológica, sin el análisis de esa experiencia que los sobrevivientes de la militancia revolucionaria no suelen compartir o formular, y postergando, al menos desde 2015, una profunda autocrítica dialéctica en el campo popular, ¿cómo enfrentar el Odio cósmico? Poniendo flores en la boca de los fusiles seguramente no sea una solución.
     El amor por los débiles & el instinto de asesinato nos invita a construir una nueva épica de la resistencia desde la derrota, como Juan Salvo con sus compañeros en la Buenos Aires nevada de la década del ’50, como los docentes y las comunidades indígenas enfrentando la impunidad de Gerardo Morales en Jujuy, como la desorganización cacerolera que salió a ocupar el espacio ante los anuncios monárquicos de Milei. Épicas que apelan a paraísos perdidos que existieron, pero no de manera tangible, material, concreta, sino en los sueños de futuro de las generaciones pasadas. Ahí aguardan la Olinka del Dr. Alt, la Isla de Pascua de los Siloístas, la poesía de Axat:

 

 

porque el pueblo ha sido quitado del medio
& solo los versos podrían
comunicarse con los escombros de una épica
& excitar de nuevo

EMILIANO TAVERNINI

Es profesor en Letras (UNLP) y magister en Historia y Memoria (IdIHCS-CONICET). Estudia la relación entre literatura y memoria en la Argentina reciente, en particular la poesía de los hijos de militantes políticos.

Invasión (1969), Santiago

CINE / ARTE / POLÍTICA

ROBERTO PITTALUGA


Invasión (1969)
de Hugo Santiago

    En 1969 se estrena Invasión, un film dirigido por Hugo Santiago (1939-2018) y con guión del mismo director junto a Jorge Luis Borges, en base a una idea general de Borges y Adolfo Bioy Casares. El film es el primero de una trilogía que Hugo Santiago completará tardíamente; el segundo film, Las veredas de Saturno (1986) contó con la participación como co-guionista de Juan José Saer, y el último, El cielo de Centauro (2015), con la de Mariano Llinás. En los avisos y afiches anunciando su estreno se replican los términos y la fraseología de la política revolucionaria o de las vanguardias (política y estética); pero no se trata de un discurso ironista que busca por ese medio contraponer arte y política, sino que el propio aviso o afiche se incluye como parte del artefacto que es la película, cuya modalidad constructiva exige desplazamientos respecto de los sentidos establecidos de ver y leer, para ir más allá.

     En la sinopsis, Borges avisa: “Invasión es la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Luchan hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”. Imaginaria o real, dice. Pero sería incorrecto leer esos términos como una oposición; el propio enunciado trasmite el sentido de una indiferencia ante tal carácter. Podría ser una u otra, una y la otra. ¿Es realmente escindible la ciudad real de la imaginación sobre ella? Toda la discusión sobre las remodelaciones urbanas en la Europa del siglo XIX muestra el anudamiento de la ciudad imaginaria y la real. Precisamente el film se instala en una región a medio camino entre realidad e imaginación, se desplaza entre los registros “realistas” y su construcción “ficcional”. Y lo hace provocando perturbaciones en la percepción de la referencialidad.

     La dificultad para ese enfoque reside en que el cine hereda de la fotografía la retención del referente. Entonces, ¿cómo representar la ambigüedad de lo real, del referente, si se supone que “todo está a la vista”? ¿Cómo mostrar ostensiblemente Buenos Aires pero a la vez poder afirmar que no es Buenos Aires?  En el proceso constructivo de la ficción deberá haber un proceso destructivo, el de la inmediatez del referente: esa Buenos Aires no es Buenos Aires pese a los múltiples reconocimientos y nominaciones explícitas, como la oficina en la que puede leerse “Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires”, o el cartel del comercio de “Artículos regionales – Argentine souvenirs”, o aun el afiche que anuncia la realización de un festival internacional en Buenos Aires. Esas calles no son el centro porteño ni alguno de sus reconocibles barrios; ese año no es el 1969 de la filmación pero tampoco el 1957 de la ficción, desmentido por un plano en el que puede verse el lomo de “El hacedor” de Borges, editado en 1960; ese mapa —que casi no es un mapa, que casi es una maqueta— es de Aquilea, ciudad ficcional, pese a un contorno que retiene la figura de la urbe porteña. Pero para que esa dialéctica destrucción-construcción no derive en un pacto de suspensión completa del verosímil, el referente debe aparecer como tal; de allí que Buenos Aires o Argentina, como indicativos de lugar, o el libro de Borges, en términos temporales, deban ser expuestos. Como señaló David Oubiña, no hay elisión, borramiento del referente, sino construcción de la extrañeza de lo cotidianamente percibido y ya significado. Lo que queda elidido, difuminado, es la supuesta claridad de “lo visto”, lo que se opaca en el cruce entre lo conocido y su extrañamiento por inclusión en una trama ficcional es “lo visible”. Ese visible no es directamente reemplazado por una visibilidad completamente ajena, sino que es resituado: se lo arranca de un régimen de visibilidad para el cual cada elemento ya porta una significación, se lo desmonta de una vista de sentido ya configurado, generando las condiciones para una nueva intelección de la situación, posibilitando —casi forzando— la emergencia de una visualidad diferente. La inmediatez del sentido de lo visible también es interrumpida por una “apertura” del plano visual por medio de un “espacio sonoro” inconsistente con la naturaleza sensorial de lo mostrado; es el caso, entre muchos otros, de la escena inicial, en la cual el personaje de Lautaro Murúa avanza por una calle dominada por la oscuridad, en los bordes fronterizos de la ciudad, e interrumpe su paso por sonidos de tacos y otros ruidos que claramente corresponden a un espacio interior; banda sonora que se repite, con más intensidad, en la escena campestre que comparten Julián (Lautaro Murúa) e Irene (Olga Zubarry). Intervención sobre lo sensible que también atañe a las actuaciones, alternadas entre construcciones realistas y recitados que, en su choque, desrealizan las escenas. De este modo, la indeterminación entre registro de la realidad y ficción se constituye en un procedimiento con la capacidad de renovar nuestra comprensión del mundo —político, social, intersubjetivo— pues al desnaturalizar lo visto y lo oído para abrir la significaciones, al provocar una interrupción de la sensibilidad, se forja como instancia (potencial) de acceso a un nuevo conocimiento.

 

     Leyenda de unos héroes defensores que acaso no lo fueran. Conflicto entre defensores e invasores, aunque no se hacen más precisiones sobre unos y otros; los bandos contendientes se van presentando a medida que avanza una trama —que nunca llega a ser propiamente tal— que los configura a partir de una serie de contrastes, de oposiciones que expresan, cada una, un tipo de orden. Antagonismo entre dos órdenes, como señalara Gonzalo Aguilar, expuesto por medio de una serie de atributos estético-políticos: vestimentas con tonos oscuros para los defensores frente a indumentarias claras de sus enemigos; interiores cálidos y abarrotados de objetos artesanales de estilo mostrados en insistentes primeros planos, contra ambientes claros y despojados, con escasos objetos funcionalistas y artefactos tecnológicos modernos; modos de agrupamiento que se apoyan en la sociabilidad de la pequeña comunidad de los amigos del café —en donde la pertenencia se conjuga con la individualización— contra grupos de invasores como exponentes de la “masa compacta” de la que hablara Walter Benjamin, todos idénticos, dispuestos en línea, apenas diferenciables funcionalmente, sin nombres. Las “razones” del conflicto están representadas, en primer término, estéticamente: apuntan a la cognición sensible del espectador, y surgen del tratamiento visual y sonoro del film.

     Lo que puede inferirse del contraste estético entre órdenes rivales de pertenencia y agrupamiento, entre bandos en guerra, es que la resistencia se opone a una modernización invasora de tono consumista. Cuando finalmente la invasión tiene lugar, hacia el final de la película, la mayoría de los resistentes del primer grupo ya han caído en la lucha; en ese momento, distintos medios de transporte —aviones, camiones, automóviles, lanchas, e incluso, paisanos a caballo— es decir, “medios de comunicación”, penetran el territorio desde todos los puntos cardinales. Del mismo modo, “la batalla” final se desarrolla en el estadio, lugar del espectáculo y la comunicación de masas, precisamente en torno a la intención invasora de montar allí una “antena” de transmisión, elemento estratégico de la tal invasión y del nuevo orden que propicia. Asimismo, la mayor parte de las escenas del conflicto se viven en la calle o las fronteras, la lucha se va desplazando de calle en calle, de frontera en frontera, de punto cardinal a punto cardinal.  Manejar, manipular, controlar y, sobre todo, trazar las fronteras es un trabajo sobre identidades y pertenencias, es una construcción de contornos identitarios, de producción de subjetividad. El film ya nos ha advertido sobre cómo interpretar esas fronteras, porque desde el inicio hay un tratamiento del espacio como materia visual, sonora y táctil que debe ser aprehendida racional y sensiblemente a la vez. De forma que en torno a esas referencias geográficas que son los puntos cardinales y las fronteras, y la misma invasión como pasaje a través de estos límites, la obra invita a descifrarlos como índices para pensar la subjetividad. Por eso Santiago, en un reportaje en 1971, sostenía que la invasión podía ser la de una potencia imperialista, pero también de un hombre por un grupo o por otro hombre.

     Crítica de la modernización y de la modernidad que no se hace en nombre de ningún pasado premoderno. El punto de vista del film es también consistentemente moderno, de una modernidad distinta: podría decirse que este conflicto, el que se trama en Invasión, es una contienda entre modernidad y modernidad. Y por eso puede tener múltiples interpretaciones y ser visto en términos propios tanto por jóvenes alterglobalizadores en los primeros años del siglo XXI como por trabajadores árabes de las plantas petrolíferas en Argelia en los años 70. La resistencia de Julián Herrera (Lautaro Murúa) y su grupo es, entonces, a un sentido de la modernidad, el que se desplegó como imperialista porque se articuló con las relaciones capitalistas de producción; resistencia, entonces, a la modernidad capitalista, a su fetichismo de la mercancía y a sus relaciones sociales; resistencia a las figuras de subjetividad que produce esa modernidad tardocapitalista del espectáculo de masas y la individuación serializada.

 

     Ambigüedad productiva del film: para pensar la Argentina hay que verla como Aquilea, porque no es transparente, su verdad no es visible (el régimen de lo visible oculta la invasión, es decir, el carácter performativo de la subjetividad del dispositivo capitalista moderno). Lo que vemos debe ser “desnaturalizado”; la mirada misma debe ser desmontada de su punto de vista, para que pueda desplazarse por otros, corriendo cada vez el ángulo, estableciendo una visualidad nueva que haga surgir lo invisibilizado. 

     Como dice Oubiña parafraseando a Marx, no es posible mostrar sin interpretar, y no es posible interpretar sin transformar: la ficción de Santiago no es lo opuesto a lo verdadero sino lo que permite producir la verdad. El camino estético es emprendido allí donde los sistemas de conocimiento de la modernidad han querido abolir la dimensión sensorial-perceptiva del saber, reduciendo la estética al gusto o la apariencia, y disolviendo su poder cognitivo. Frente a la an-estética, a la alienación antisensorial de la modernidad capitalista, Invasión es un artefacto artepolítico que interrumpe por vía sensitiva dicha enajenación. Este aspecto es ya una dimensión política del film de Hugo Santiago, una politización del arte que no lo disuelve, sino que se sirve del mismo —de sus capacidades, de sus lenguajes propios y distintivos— para aportar a la inteligibilidad de la situación. Y que a la vez expande hacia el interior del arte cinematográfico las preocupaciones por hacer del mismo un elemento que contribuya a la elaboración de un saber, una nueva comprensión, por parte de los realizadores y de los espectadores. Por eso Hugo Santiago podía decir que su cine era un sistema de conocimiento que deriva de la poética: ni representación, ni discurso, ni registro. Pero que a la vez precisaba un lector más que un espectador, es decir, de un productor activo de significaciones a partir del material visual y sonoro que este cine ofrecía. 

     La cuestión del saber es un elemento clave de la narrativa del film; en la resistencia se trata de un saber por experiencia; la invasión ofrece otro, el de los medios de comunicación, el saber mediatizado de la sociedad del espectáculo. El dispositivo del saber se ubica así en el centro de la lucha en el film. A la vez, el film como obra es una problematización de la misma producción cinematográfica en tanto artefacto de saber de la modernidad. O, para decirlo en el modo de la temática de Invasión, ¿cómo se hace para transmitir un saber que no sea al modo de la “antena” de la modernización del capital? O aun, retomando a Hugo Santiago: ¿qué tipo de “sistema de conocimiento” es este largometraje? La respuesta, evidentemente, no está sólo en el plano interno de la película sino en la obra-artefacto como expresión del conflicto y del modo de intervenir en el mismo. Es que en este artefacto fílmico se articula la temática del film con la problemática del arte-político: frente a la uniformización de la subjetividad consumista, el film le opone, en el plano interno, figuras de subjetivación y temporalidad alternativas, y en el modo de intervención como film, un dispositivo de inteligibilidad de la “verdad prohibida” (como se la nombra en los avisos del pre-estreno), es decir, un saber sobre la construcción del saber.

     Cobra entonces entidad el nombre elegido para la ciudad, Aquilea, nombre mítico e histórico, como para apuntar que ambas escrituras deben dejar sus consabidas reyertas y aunarse en la producción de una ficcionalidad de lo verdadero, para elaborar un “modo de mostrar” que permita construir “un modo de ver”, como diría John Berger. El carácter reflexivo de cada toma, el montaje y el encuadre, la banda sonora y la fotografía, todos los elementos del cine están puestos a fin de construir una máquina de producir saber. Movimiento hacia el referente que no es encontrado sino construido y a la vez sospechado, y de ese modo se nos dice: si pretendemos ver la realidad argentina, hay que construir un sistema de pensamiento acorde a la complejidad de esa realidad. Porque mostrar esa realidad no es “reflejarla”, sino desconfiar de lo visible para ver algo más, aquello que no puede ser visto, lo latente, lo ocultado por las relaciones sociales hegemónicas. Para ver Buenos Aires, Argentina y su situación, hay que mirarla como si fuera Aquilea, entre cercana y extraña, y no resolver taxativamente esa tensión, mantenerse en ella, como diría Bertold Brecht: ver lo real exige su ficcionalización. 

 

     La politización del arte cinematográfico que ofrece Invasión está lejos de cualquier disolución del cine —o del arte en general— en la política (como si ésta, además, ya estuviera dada). Entre sus gestos políticos, está el acto de intervenir en la producción cinematográfica brindado un artefacto de artepolítico que intenta reinstalarse en aquella encrucijada del cine tal como la veía Benjamin en los años 30: configurarse como herramienta de comprensión y producción de nuevos saberes y por lo tanto articularse con los movimientos de masa que devienen en clase, o rendirse a la industria cultural y a sus formaciones de masas compactas.

ROBERTO PITTALUGA

Es profesor en la UNLP, en la UNLPam y en la UBA. Sus temas de investigación cruzan las problemáticas de la memoria de los sectores subalternos con las reflexiones sobre las formas de escritura de la historia. Entre sus libros se encuentra Soviets en Buenos Aires (2015).