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For those who can tell no tales, Žbanić (2013)

CINE/HISTORIA

TOMÁS SCHULIAQUER


Por aquellos que no pueden hablar (2013)
de Jasmila Žbanić

for those who (1)

     Jasmila Žbanić nació en Sarajevo en 1974. El año importa porque allá las fronteras y los países son, todavía hoy, territorios en disputa. Nació en una ciudad de la República Federal Socialista de Yugoslavia, vive en la capital de Bosnia y Herzegovina. Una conclusión evidente es que los nombres de las ciudades duran más que los de los países. Žbanić es la directora bosnia contemporánea más importante: en 2006 ganó el Oso de Oro en Berlín por Grbavica, y en 2021 su película Quo Vadis, Aida? fue nominada al Óscar a mejor película de habla no inglesa. En 2023 dirigió un capítulo de la serie de HBO The last of us que tenía a Pedro Pascal de protagonista. Es, podemos decir, una directora mainstream, una cineasta exitosa.

     Žbanić vivió la desintegración de Yugoslavia y las guerras bosnias entre sus 18 y 22 años, y su ciudad estuvo sitiada durante casi cuatro años, el sitio más extenso de las guerras modernas. Su cine es un ensayo, una indagación individual y colectiva sobre cómo un país puede existir después de una guerra si esas heridas no se enfrentan, si los traumas no se colectivizan, si no se enfrenta el pasado, si no hay juicios para los genocidas. Es decir, cómo puede seguir adelante un país si sus habitantes se enfrentaron entre sí, vecinos, amigos, compañeros de trabajos, de escuela, con un nivel de violencia y crueldad difíciles de comprender. Cómo puede continuar un país con un acuerdo de paz transitorio que, treinta años después, sigue sin resolverse. El cine de Žbanić se pregunta si pueblos que vivieron una guerra con matanzas y crímenes de lesa humanidad equiparables al nazismo, pero entre vecinos de un mismo barrio, y que no asumen sus responsabilidades ni juzgan a los culpables, pueden continuar hoy siendo parte de un mismo Estado Nación. Bosnia y Herzegovina reúne a bosnios, serbobosnios y bosniocroatas: ¿cómo conviven víctimas y victimarios, pueblos que niegan la existencia del otro, que quieren exterminar a su vecino o, en el mejor de los casos, expulsarlo de su territorio?

      For those who can tell no tales (2013) es una de las películas menos difundidas de Žbanić. El título, que no fue traducido al castellano pero podría ser “Por aquellos que no pueden hablar”, alza la voz por los muertos de la guerra y los sobrevivientes que, por el trauma, el miedo o el olvido forzado, no pueden trasmitir su experiencia. Si la guerra corta la posibilidad de comunicación, el cine de Žbanić asume el lugar de ser polea de transmisión de experiencias o de, al menos, indagar en su falta. Es un cine que anuncia, que señala, que pone en primer plano los silencios.. Y ahí, en esos silencios, en ese trauma, se zambulle.
      Una bailarina australiana lee el libro más famoso del único premio nobel yugoslavo de literatura: Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric. El libro cuenta la historia de un puente construido en el siglo XVI para unir Bosnia con Oriente, en la época que ese territorio estaba bajo el dominio del Imperio Otomano. Vale contar, a riesgo de confundir, que la narrativa nacionalista épica serbia encuentra su punto cúlmine en la Batalla de Kosovo de 1389: ahí los serbios perdieron contra el Imperio Otomano. Pero fue una derrota repleta de heroísmo, miles de ciudadanos serbios que defendieron su territorio frente al avance de un ejército imperial que lo duplicaba en número. El libro cuenta la historia de Visegrad desde la construcción del puente en el siglo XVI, casi doscientos años después de esa derrota serbia, hasta la caída del Imperio Austro Húngaro en el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914.
     La bailarina australiana lee la novela y, como cualquier lector que agarre el libro de Andric -podríamos decir que lo mismo me pasó a mí-, se obsesiona con el puente, se enamora de Visegrad, de las noches de los hombres que fuman y toman café en la kapia mientras discuten los destinos del pueblo, el pequeño hotel y el bar, el mercado. Entonces decide visitar Visegrad, un pueblo que le debe la mayor parte del escaso turismo que recibe al libro de Andric. En el camino, lee en la guía turística de Bosnia y Herzegovina sobre Vilina Vlas, un hotel spa, y llama por teléfono para reservar. Durante el día recorre el pueblo, cruza el puente, saca fotos, pero esa noche tiene pesadillas y no puede dormir, sufre, vomita, se descompone. Tiempo después, ya en Sidney, sigue sin poder olvidar esa noche y averigua sobre el hotel: descubre que durante los primeros meses de la guerra fue un centro de tortura y violación de más de doscientas mujeres bosnias, que luego fueron asesinadas. El puente, de hecho, fue sitio de violación pública de mujeres, así como de tortura y fusilamiento de bosníacos que después eran tirados al río Drina. Lee, también, que el puente se había vuelto intransitable por la cantidad de sangre y cadáveres que había. El comandante a cargo de esa región, por parte del ejército serbobosnio, fue Milan Lukic, que participó y organizó muchas masacres y hoy está preso, condenado en La Haya por crímenes de lesa humanidad.

     Visegrad, en la Bosnia oriental, está en la frontera con Serbia y por eso fue uno de los primeros pueblos que el ejército serbobosnio ocupó. El proceso de ocupación y conquista de los pueblos durante las guerras bosnias tenía un funcionamiento similar: las tropas, con equipamiento y financiamiento del gobierno central de Yugoslavia, avanzaban sobre la ciudad, quemaban las mezquitas y, con aprobación y participación de las minorías serbobosnias que allí vivían, identificaban a la población bosnia, violaban mujeres y las asesinaban, a los varones los torturaban y los mataban. Los pocos bosnios que lograban sobrevivir se exiliaron hacia el oeste y, cuando podían, a otros países. Por eso, Visegrad pasó de ser un pueblo con dos tercios de población bosnia a tener menos de la décima parte: antes de la guerra ahí vivían 22 mil personas -15 mil eran bosnias-; al terminar la guerra la población bosnia era de menos de mil personas. Hoy, esos territorios, si bien integran el Estado Nación de Bosnia y Herzegovina, están dentro de la República Srpska, territorio serbobosnio fundado durante las guerras de los ‘90. Por eso, no pareciera haber construcción posible de una memoria colectiva común: los serbobosnios que asesinaron, violaron y mataron, hoy gobiernan esos territorios. La comunidad internacional habla de etnocidio y genocidio -y así fueron juzgados por la Corte Internacional de La Haya los etnocidas y genocidas-, pero esos lugares hoy son gobernados por los descendientes de esos vencedores. Hay un relato que sirve para justificar las atrocidades cometidas: los serbobosnios sostienen que hace más de seis siglos viven dominados por los bosnios, que ocuparon su territorio y los esclavizaron durante los cinco siglos de dominación del Imperio Otomano. Esos siglos de ocupación justifican, en el relato, la expulsión de todos los bosnios de esa tierra. Los serbobosnios no estarían ocupando sino recuperando su territorio.

     La turista australiana, una protagonista externa al conflicto, una viajera, nos pone a nosotros, que miramos la película a más de diez mil kilómetros de distancia, en su lugar, nos hace empatizar con ella. La australiana, como en una película de terror donde el protagonista vuelve a la noche a la casa embrujada, decide volver a Visegrad meses después de su primera visita traumática. Antes había llegado en verano, durante un festival de música, había sol y la gente nadaba en el río Drina. Ahora es invierno, el pueblo está vacío, hay un auto de policía que la sigue, un serbobosnio que la mira torcido y también parece acecharla, el puente está nevado, las aguas oscuras bajan turbias.

     En 70 minutos Žbanić construye el presente de una guerra congelada. Quizás está bien aclarar que en las guerras bosnias no hubo una rendición, un bando ganador y otro perdedor. El nivel de las matanzas -en su mayoría de los serbobosnios sobre el pueblo bosníaco- fue tan escandaloso que la Unión Europa y Estados Unidos no pudieron seguir negando lo que sucedía. La Masacre de Srebrenica en julio de 1995 fue definitiva: probó la incompetencia de las Naciones Unidas, el silencio cómplice de los países europeos y de Estados Unidos, el desamparo del pueblo bosníaco -sobre la masacre, Žbanić hizo la gran película Quo Vadis Aida?-. Bill Clinton, entonces presidente de Estados Unidos, convocó a los presidentes de Serbia, Croacia y Bosnia para que se dividieran los territorios y firmaran la paz. Después de tres semanas de disputas y debates, cuando parecía incluso que no había acuerdo posible, se logró la firma de un tratado transicional hacia una administración de paz futura. Esa división de territorios y de formas de gobierno todavía perdura: cada cuatro años se eligen tres presidentes, uno serbio/cristiano ortodoxo, otro croata/católico, otro bosnio/musulmás, que se alternan entre sí cada ocho meses. Es decir, durante los cuarenta y ocho meses que dura el mandato, cada presidente gobierna dieciséis. Para confundir, porque es confuso, y para complejizar, porque es complejo, la gran parte de los serbobosnios viven en la República Srpska, que es el 49% del territorio al interior de Bosnia y Herzegovina, un país que no reconocen como propio. La mayoría bosnía convive en el otro 51% del territorio, la Federación de Bosnia y Herzegovina. La “General Paz” de Sarajevo es una de las fronteras internas entre República Srpska y la Federación de Bosnia y Herzegovina. Cruzar la avenida que divide ambas Sarajevos implica el cambio de alfabeto, de los nombres de las calles, de banderas -de un lado la de Bosnia y Herzegovina, del otro la de la República Srpska, muy similar a la de Serbia- y, lo que es más impactante, de los graffitis callejeros. Es habitual ver en estas fronteras internas urbanas símbolos ultra nacionalistas e independentistas serbios. En una esquina, en la división de esa “General Paz” que, vale aclarar, es angosta como una calle de mano simple, hay un mural enorme de Ratko Mladić, el comandante del ejército serbobosnio durante las guerras de los ‘90, condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. De un lado de Sarajevo, Mladić es criminal y uno de los máximos responsables de la muerte, tortura, violación y exilio de decenas de miles de personas, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Del otro, un héroe popular nacional, libertador del territorio, defensor del nacionalismo serbio.

      For those who can tell no tales cuenta una historia que parece sencilla: una turista viaja a un pueblo, sufre de insomnio, vuelve a su país, y se va de nuevo. Žbanić incorpora un elemento externo -nuestra turista australiana, es decir, nosotros-, y nos permite preguntarnos qué significa la paz, cuál es la importancia de las políticas de memoria, cómo se firma un acuerdo de paz, cómo se cuenta la Historia, cómo se recompone un pueblo, qué límites tienen las fronteras, cómo convivimos entre humanos, entre pueblos, cuántas voces pueden hablar y cuántas no, qué secuelas silenciosas tenemos en nuestros territorios, cómo podemos procesar los traumas sociales, cuánto puede un pueblo, cuándo termina una guerra.

TOMÁS SCHULIAQUER

Conversaciones: Historia y política en los años kirchneristas

HISTORIA

EUGENIA SALA


Conversaciones: Historia y política en los años kirchneristas (2021)
de Julia Rosemberg y Matías Farías

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Saneando lo baldío: lxs historiadores también tenemos que hablar de política*1

     Conversaciones. Bicentenario: Historia y política en los años kirchneristas es un libro incómodo. Ausculta nuestra historiografía y la ubica en su vínculo, más o menos estrecho pero siempre vigente, con la sociedad y el Estado en aquella Argentina del 2010.
     Los multitudinarios festejos del bicentenario son el disparador que pone primera en las conversaciones que Julia Rosemberg y Matías Farías llevan adelante con diez historiadores y ensayistas cuyas entrevistas surgen, según los autores, de la afinidad intelectual y el genuino interés en conocer sus opiniones. Quizás por el clima de época, quizás por la juventud e irreverencia de Rosemberg y Farías, desde el prólogo sabemos entonces que nos adentramos a una lectura que no pretende dar voz a la diversidad ideológica, sino recopilar desde el progresismo las piezas de un sentido perdido acerca del vínculo entre historia y política.
     Y es que este libro está en diálogo constante con la tradición disciplinar que desde la vuelta de la democracia marcó el pulso de la historiografía argentina: el proceso de profesionalización de nuestro campo y su cerrazón sobre la academia, ubicándose en un lugar de neutralidad respecto al pasado y de descreimiento del Estado y la política. En ese contexto, la obra del revisionismo histórico, honesta en su marco teórico y potente en su narrativa sobre los sujetos, es rotulada como mera literatura y fuente, perdiendo su status de corriente historiográfica por la cual optar para analizar el pasado y el presente. Las preguntas que mueven el ejercicio intelectual hiperespecializado en la primavera alfonsinista son las vinculadas a la república y el ciudadano como conceptos universales, perdiéndose la potencia del análisis situado, hasta el advenimiento del 2001.
     Autores y entrevistados reconocen en ese cambio de milenio un punto de quiebre en términos institucionales con su debido correlato en la disciplina, que devino en un interés renovado por el estudio de problemáticas sociales. Es con los últimos coletazos de la crisis que aparece Néstor Kirchner, y entonces se habilita el nuevo tiempo en el que se escribe este libro. Ni reconciliación, ni dar vuelta la página: ahora y después de muchos años, en boca de Rosemberg y Farías, el Estado nacional se inscribe en una trama histórica que, sobre todo, reivindica el conflicto como constitutivo. En ese marco, la noción de reparación histórica, propone María Pía López, es la punta de lanza del discurso kirchnerista desde sus inicios. Como plantea Javier Trímboli en su conversación, el presente tuvo por primera vez desde el retorno democrático peso propio; para la construcción del futuro ya no era necesario remitirse al paraíso del primer peronismo y los setenta revolucionarios y por eso podíamos trazar nuevas respuestas para las preguntas sobre nuestra Patria.
     Sobre estas reflexiones primeras, las discusiones acerca de los festejos del Bicentenario adoptan en el libro su mayor contundencia.
     En primer lugar, la masividad y diversidad de los argentinos que se apersonaron esa semana en el centro de la ciudad es insoslayable, siendo un consenso entre todos los entrevistados su carácter espontáneo y autoconvocado. Hilda Sábato plantea en su conversación que las multitudes querían ser parte de una comunidad política y, retomando a Alejandro Kaufman, esto puede entenderse en tanto el Bicentenario formula una narratividad viable de la Argentina.
     En cuanto a la existencia o no de una historia oficial, todos los entrevistados reconocen que no hay tal en términos monolíticos y cerrados, aunque sí claras tendencias gubernamentales en torno a qué se quiere transmitir. Gabriel Di Meglio, por ejemplo, explica que el gobierno elabora un relato neorrevisionista que, como plantea Fradkin, actualiza el legado de Abelardo Ramos y Hernández Arregui en clave democrática y de derechos humanos. A su vez, para Fernando Devoto el kirchnerismo cuenta con un carácter fundador donde, en el Bicentenario, busca celebrarse a sí mismo más que al pasado, abriendo muchas posibles interpretaciones de nuestros doscientos años de historia. Indicio de esto puede ser la invitación abierta por parte del gobierno a múltiples intelectuales para el desarrollo de las diferentes propuestas monumentales, artísticas y digitales que englobaron los festejos.

     Hilda Sábato, siendo la voz más disruptiva sobre las apreciaciones del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, nos habla de un discurso gubernamental faccioso basado en una retórica binaria y grietista, fuertemente pronunciado luego del revés de la 125. No es desdeñable esta apreciación, estimulante para pensar nuestra actualidad y respaldada por más de una respuesta de los entrevistados a la pregunta acerca de qué país deja el kirchnerismo (que a pesar de que todavía se avecinaba el categórico triunfo de CFK por el 53% de los votos arroja luz sobre el presente). Es Kaufman quien dice, de manera casi premonitoria, que los logros del kirchnerismo solo pueden sostenerse en un país gobernado por el kirchnerismo, en tanto los productores y distribuidores de la riqueza en pleno siglo XXI siguen sin abrazar y volver propia la institucionalidad democrática que garantice la subsistencia elemental de las clases populares.
     Año a año la pregunta sobre cómo superar este jaque permanente entre peronismo y antiperonismo, que no es otra cosa que la consolidación de las garantías constitucionales para las grandes mayorías o su achicamiento, y qué podemos hacer desde la historia para superarlo, solo parece ensancharse.
     La sensación que nos deja Conversaciones… es que del 2001 para acá las interpretaciones sobre la historia argentina vuelven a estar abiertas y en continua disputa. Lo vemos en las discusiones sobre el Centenario entre intelectuales que se detallan en el libro, pero también en que Javier Milei en su primer discurso como presidente electo se proclame el continuador del legado alberdiano.
Hoy, teniendo en el tintero tres meses de un gobierno que deglutió todas las insatisfacciones sociales en un relato reaccionario como motor de consenso popular – a diferencia del clasemediero perfil de votante peronista de las últimas elecciones -, la pregunta del vínculo entre historia, política y sociedad se magnifica y nos interpela en particular a quienes estudiamos, enseñamos, comunicamos y hacemos historia.      Fuimos impotentes: sobre una década ganada que no supo administrar el conflicto ni elegir bien sus batallas y la larga agonía de un gobierno peronista que falló en todas sus premisas, no supimos cómo denunciar de manera certera el ascenso de un outsider sin experiencia política que proponía fórmulas que fracasaron rotundamente en la Argentina. Miramos absortos nuestras viejas fichas mientras se ponía un nuevo tablero de juego sobre la mesa, cuyos primeros indicios ya habíamos percibido durante el macrismo con las fisuras del consenso en torno al Nunca Más. Aún hoy, sin unidad programática ni pragmática, encontrar la salida por arriba del laberinto se ve distante frente a un Poder Ejecutivo Nacional que parece tener la doctrina del shock friedmaniana como evangelio. Por lo pronto, la respuesta natural frente a la apertura de múltiples frentes parece ser replegarse sobre las identidades sectoriales y esperar la emergencia de una conducción a la altura de este tiempo.
De nuestra parte, tomar el espacio de vacancia que genera la falta de interlocutores claros desde el progresismo para formular un relato capaz de interpelar a la sociedad es un objetivo ambicioso y por eso mismo necesario. Hace 75 años Perón, siempre preclaro, resaltaba que el eterno pendiente es generar un sentido duradero y transformador del rol que cada individuo cumple en la comunidad organizada. Libros como este nos arrojan a la tarea un poco sucia*2, baldía, abandonada, de pensar la responsabilidad que como cientistas sociales tenemos sobre el presente y trascender la reflexión para devenir en praxis, a sabiendas de que como historiadores no solo tenemos cosas valiosas para decir sino también que, si no tomamos la posta, otros generadores de sentido con ideas bien distintas acerca de lo que implica la Argentina como proyecto colectivo viable, lo hagan. Hay que intentarlo.

*1 Guiño al libro de Javier Trímboli y Roy Hora Pensar la Argentina: los historiadores hablan de historia y política.
*2 Referencia al podcast sobre historia Un poco sucio de Javier Trímboli y Julia Rosemberg.

 

EUGENIA SALA

Es estudiante de Historia y militante peronista

El amor por los débiles & el instinto de asesinato, Axat (2023)

POESÍA/POLÍTICA

EMILIANO TAVERNINI


El amor por los débiles & el instinto de asesinato (2023)
de Julián Axat

axat

El peregrino de las estrellas

En cuanto a mí, ya en los principios de mi vocabulario, a una edad tan tierna que todavía expresaba mediante ruidos que quería dormir o comer, sabía que había sido un vagabundo de las estrellas. Sí, yo, cuyos labios nunca habían pronunciado la palabra “rey”, recordaba que una vez había sido el hijo de un rey. Más aún, recordaba que una vez había sido esclavo, e hijo de un esclavo, y que había llevado alrededor del cuello un collar de hierro […]. Otras voces gritaban a través de mi voz, las voces de hombres y mujeres de otras épocas, de mis antepasados ocultos entre sombras. Y el gruñido de mi rabia se fundía con los gruñidos de bestias más antiguas que las montañas; y los dementes ecos de mi histeria infantil, con todo el rojo de su ira, se mezclaban con los gritos estúpidos e insensatos de bestias prehistóricas anteriores a Adán. Y aquí se descubre el secreto. ¡La ira roja!
Jack London

     En “Kafka y sus precursores” (1951) Borges analizó de qué manera una obra influye no solo en las obras del futuro, sino también en las del pasado, activando nuevas lecturas de diversas tradiciones. No podría afirmar si estamos en presencia del mismo fenómeno, pero intuyo que en los misterios insondables del azar y las asociaciones se activa una tradición profunda que atraviesa a toda la literatura argentina desde los albores del siglo XX, una tradición hecha de traducciones sospechosas de Fedor Dostoievsky, Robert Louis Stevenson, Jack London o Julio Verne, que ofician de inconsciente colectivo para varias generaciones de lectores argentinos, que a lo mejor no los abordaron de manera directa como el mismo Borges, sino a través de otras escrituras.
     La “ira roja” a la que alude el epígrafe y que define al personaje de Darrell Spanding en The Star Rover (1916), condenado a muerte que puede recordar todas sus vidas pasadas, se ofrece como una buena definición de la experiencia de lectura de los poemas de El amor por los débiles & el instinto de asesinato (2023), Julián Axat. En la imagen de la “ira roja” confluyen Marte, los deshechos lunares del 2345, las ucronías de la URSS y la irritación del poeta ante determinados acontecimientos cercanos en el tiempo: la salvaje represión a los estudiantes chilenos en 2019, el asesinato de George Floyd en 2020 o el desalojo de familias en Guernica mediante el uso de topadoras. Los poemas registran la violencia institucional universal en un diario de bitácora que se propone decantar la memoria de los cuerpos, del espectáculo de la noticia.
     El poemario constata las distintas variaciones del Odio cósmico, tal como definían los Manos a los Ellos en El Eternauta (1959) de Oesterheld y Solano López. Sin embargo, lejos está de ofrecer una lectura tranquilizadora, concretizando un “nosotros” para pensar esa otredad. La identidad también es ese riesgo de hybris que señalan el soldado nazi y el soviético desde la tapa, casi como espejos. La complejidad en el abordaje de la relación víctima-victimario hace de este, quizás, el libro más borgeano de Axat. En El hombre que odiaba a los perros, simulacro de la pésima novela de Padura, leemos que “Dios y el Diablo son la misma persona”. Incluso, podemos pensar la & del kierkegaardiano título, –que remite y homenajea a otro peregrino, Mario Santiago Papasquiaro– como parodia de la imposibilidad de estabilizar la frase binominal.
     El primer término, se desplaza de la tradición marxista que conceptualiza la fuerza de los oprimidos como dato fáctico, aun cuando todavía no estén dadas las condiciones materiales y sea necesario un trabajo militante para que la clase tome consciencia de sí misma. Los débiles, en cambio, son fruto de este presente distópico, son aquellos que mueren potros sin galopar, debilidad de diseño biopolítico cuya duración ya está prefijada para que no arribe a ninguna conciencia ni nada que se le parezca. En el segundo término de la &, se aludiría o bien a la pasión que vehiculiza el deseo de justicia y conecta con los ideales emancipadores y las teorías sobre la violencia, o bien a los instintos primitivos no sublimados.
     Como lectores, vacilamos acerca de si ese instinto es efecto del amor por los débiles o es oposición al amor por los débiles, y en este sentido, estaríamos ante una reversión del enfrentamiento mítico entre Caín y Abel. Como no es objeto de la poesía ofrecer respuestas, sino apenas vislumbrarlas en epifanías indecibles o provocando nuevas incógnitas, el hecho de no negar ese instinto, aun cuando el poeta sea un abogado comprometido con los Derechos Humanos, se torna político, punza al lector.
El instinto de asesinato parodia axiomas que se pisan la cola, del estilo “el amor vence al odio”, y manifiesta que el odio nunca puede ser patrimonio único de las derechas. La debilidad actual del campo popular se percibió claramente en el reciente proceso electoral. La debilidad de una campaña que al odio y a la violencia le contesta con miedo, porque “lo peor está enfrente”, mientras tanto la idea de futuro sigue extraviada, congelada, como el tan mentado programa de acción política, que se asemeja al poema “El cosmonauta abandonado”:

 

 

En el tiempo que aún viajan los sueños
la estatua del cosmonauta
ruge como espantapájaros
en la estepa

Allí donde los restos
de la Ciudad de las Estrellas
valen más que el resto de un Gulag o acaso
toda la obra completa de Efremov

La estatua del cosmonauta es todavía
hermosa
aún repleta de estiércol
nadie podría dudar
que mira más allá del horizonte
Su estirpe erguida
nos interpela
pide a gritos
que la dejemos allí
mirando el infinito
el punto del infinito
que acaso nosotros
Somos incapaces de mirar

 

 

     “El cosmonauta abandonado” funciona como una metáfora de aquello que Andreas Huyssen alertaba a mediados de los noventa a propósito del giro conservador de la cultura de la memoria, cuestión que acá recién pudimos problematizar cuando las políticas de Memoria, Verdad y Justicia resistieron la primera oleada neoliberal del siglo XXI. De ahí que la befa a la monserga de “no hacerle el juego a la derecha”, nos lleva a preguntarnos: ¿cuántas experiencias necesarias fueron ocluidas para encorsetar discursos y prácticas al platonismo republicano?
     Ontológicamente, el miedo es una experiencia más característica de las clases dominantes que el odio, en todo caso este se explica por las acechanzas que imagina el primero. Solo los débiles pueden pensar que los privilegios son eternos.

     El nuevo poemario de Axat invita a repensar los vínculos entre imagen, poesía y cielo. Nos sumerge en ese placer antropológico –que nos conecta con el paraíso perdido de la infancia– de formar figuras con la posición de las nubes o de las estrellas, restos de luz que resisten iluminando nuestros pensamientos, cuando se dejan ver.
Podemos arriesgar que el animismo en las culturas indígenas se relaciona con la distancia que se establece entre naturaleza y conocimiento científico. En nuestro mundo cuantificable, ultravigilado, donde todo es alcanzable o compensado por el kitsch de las Saladitas del consumo, el cielo, por suerte, todavía persiste como índice de lo imposible. Más allá de las alteraciones que satélites, sondas y aviones realizan sobre el paisaje, los poetas retornan e indagan esa imposibilidad, esa distancia. Hay poesía cuando se crean figuras en ese palimpsesto de estrellas. Entonces, el poeta, como lector de los cielos, con los pies firmes en la tierra, se eleva. Como ha dicho en ocasiones Axat, la poesía es una máquina del tiempo imposible, y podemos agregar que lo irrealizable que pervive en la imaginación es su combustible.
     En la vena lírica de la ira roja, las voces de El amor por los débiles se encuentran en estado de ansiedad y desesperación, configuran una casa, ese espacio que para el poeta Pablo Ohde era más imposible que los castillos. Un hogar en el cielo de estrellas se torna fideísmo secular hecho con ese lenguaje del futuro que es la poesía.
     Como decía, hay algo borgeano en este libro de Axat que no está en su obra previa, irrupciones de humorismos que rompen con la densidad del eje principal que atraviesa el libro. “Otros obreros”, “Blend de noches”, “Puzzles en Chihuahua” o “Cervantes o Shakespeare (si como afirma el griego el Cratilo)” inauguran una nueva zona, la cual trabaja con las minucias de la vida cotidiana, momentos breves que como las estrellas se niegan a desaparecer y relumbran en una anécdota que seguramente en cien años sintetice la biografía de una vida.

     El año pasado, la Secretaría de Derechos Humanos y el Archivo Nacional de la Memoria subieron un video a Youtube en el que Julián Axat reflexiona sobre su archivo familiar, fragmentos de la búsqueda de justicia por la desaparición de sus padres, Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés Della Croce. Recomiendo al lector verlo, al menos por dos motivos. En primer lugar, porque se inicia con una lectura de “Estación Shell Autopista La Plata Buenos Aires”, de Cuando las gasolineras sean ruinas románticas (2017), en la que la inflexión de la voz modifica las lecturas que podrían hacerse del poema en silencio.         El texto sugiere que nuestras derrotas generacionales están hechas de las derrotas que las generaciones pasadas ocultan bajo la alfombra, son ese libro pendiente que nunca llega. En segundo lugar, plantea la cuestión de qué hacer con el archivo y el rechazo a que se convierta en un museo inmaculado. En este sentido, en los últimos tres libros del poeta encontramos un trabajo benjaminiano que le asigna importancia a la imagen, pero discute la manipulación acrítica que de ella hace la cultura de la virtualidad. La imagen debe decirse para comprenderse, no otra cosa se propone el poema “Últimos días en el Swift de Berisso” de El amor por los débiles:

 

 

Esa mañana de 1977
Rodolfo Jorge Axat llega temprano al Frigorífico “Swift” de Berisso
antes me ha dejado en la guardería.

Es día de matanza
y el aire está espeso / todo tiene olor a vísceras
los compañeros afilan cuchillas para el degüelle
y el rugido de las bestias se escucha desde la calle Nueva York

Salen pescuezo / nalga / asado / ojo de bife / aguja / osobuco / roast beef / vacío / lomo / filete / pecho / cuadril / brazuelo / solomillo / cadera / culata / tortuguita / espinazo / falda / tapa / tapilla / cuadrada / contra / paleta / bofe / corazón / lengua / esternón / riñones / seso / quijada /

Res es cosa / cosa es Rex
recita la mano del verdugo
que viola y no destaza
hasta que en el legajo figure la falta

(una cámara en frío)

y el fantasma de Echeverría
luce acostado en la parrilla

recitando su epopeya patria
y al final de la jornada
los obreros reciben 2 kg de yapa (para sus casas)
Volanteada en la puerta…
propaganda montonera…

/ Perón vive / en la carne 7 en las vísceras /

Esa tarde de 1977
Rodolfo Jorge Axat me busca de la guardería
Y los días / serán exactamente iguales

hasta que el telegrama diga:
“despido por ausencia injustificada”

 

 

     El poeta revuelve, desordena los archivos familiares y los interviene, en el proceso invierte aquella frase fogwillesca de Perón, cuando sugería que “la víscera más sensible del ser humano es el bolsillo”. Aquí, “Perón vive / en las carnes / en las vísceras”. La tragedia metonímica del padre que anuncia el verso funciona como manifiesto contra el pragmatismo de la táctica cuantificable sin estrategia y el verticalismo de la rosca infinita.
     La cuestión entonces es ideológica, pero también metodológica, sin el análisis de esa experiencia que los sobrevivientes de la militancia revolucionaria no suelen compartir o formular, y postergando, al menos desde 2015, una profunda autocrítica dialéctica en el campo popular, ¿cómo enfrentar el Odio cósmico? Poniendo flores en la boca de los fusiles seguramente no sea una solución.
     El amor por los débiles & el instinto de asesinato nos invita a construir una nueva épica de la resistencia desde la derrota, como Juan Salvo con sus compañeros en la Buenos Aires nevada de la década del ’50, como los docentes y las comunidades indígenas enfrentando la impunidad de Gerardo Morales en Jujuy, como la desorganización cacerolera que salió a ocupar el espacio ante los anuncios monárquicos de Milei. Épicas que apelan a paraísos perdidos que existieron, pero no de manera tangible, material, concreta, sino en los sueños de futuro de las generaciones pasadas. Ahí aguardan la Olinka del Dr. Alt, la Isla de Pascua de los Siloístas, la poesía de Axat:

 

 

porque el pueblo ha sido quitado del medio
& solo los versos podrían
comunicarse con los escombros de una épica
& excitar de nuevo

EMILIANO TAVERNINI

Es profesor en Letras (UNLP) y magister en Historia y Memoria (IdIHCS-CONICET). Estudia la relación entre literatura y memoria en la Argentina reciente, en particular la poesía de los hijos de militantes políticos.

Invasión (1969), Santiago

CINE / ARTE / POLÍTICA

ROBERTO PITTALUGA


Invasión (1969)
de Hugo Santiago

    En 1969 se estrena Invasión, un film dirigido por Hugo Santiago (1939-2018) y con guión del mismo director junto a Jorge Luis Borges, en base a una idea general de Borges y Adolfo Bioy Casares. El film es el primero de una trilogía que Hugo Santiago completará tardíamente; el segundo film, Las veredas de Saturno (1986) contó con la participación como co-guionista de Juan José Saer, y el último, El cielo de Centauro (2015), con la de Mariano Llinás. En los avisos y afiches anunciando su estreno se replican los términos y la fraseología de la política revolucionaria o de las vanguardias (política y estética); pero no se trata de un discurso ironista que busca por ese medio contraponer arte y política, sino que el propio aviso o afiche se incluye como parte del artefacto que es la película, cuya modalidad constructiva exige desplazamientos respecto de los sentidos establecidos de ver y leer, para ir más allá.

     En la sinopsis, Borges avisa: “Invasión es la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Luchan hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”. Imaginaria o real, dice. Pero sería incorrecto leer esos términos como una oposición; el propio enunciado trasmite el sentido de una indiferencia ante tal carácter. Podría ser una u otra, una y la otra. ¿Es realmente escindible la ciudad real de la imaginación sobre ella? Toda la discusión sobre las remodelaciones urbanas en la Europa del siglo XIX muestra el anudamiento de la ciudad imaginaria y la real. Precisamente el film se instala en una región a medio camino entre realidad e imaginación, se desplaza entre los registros “realistas” y su construcción “ficcional”. Y lo hace provocando perturbaciones en la percepción de la referencialidad.

     La dificultad para ese enfoque reside en que el cine hereda de la fotografía la retención del referente. Entonces, ¿cómo representar la ambigüedad de lo real, del referente, si se supone que “todo está a la vista”? ¿Cómo mostrar ostensiblemente Buenos Aires pero a la vez poder afirmar que no es Buenos Aires?  En el proceso constructivo de la ficción deberá haber un proceso destructivo, el de la inmediatez del referente: esa Buenos Aires no es Buenos Aires pese a los múltiples reconocimientos y nominaciones explícitas, como la oficina en la que puede leerse “Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires”, o el cartel del comercio de “Artículos regionales – Argentine souvenirs”, o aun el afiche que anuncia la realización de un festival internacional en Buenos Aires. Esas calles no son el centro porteño ni alguno de sus reconocibles barrios; ese año no es el 1969 de la filmación pero tampoco el 1957 de la ficción, desmentido por un plano en el que puede verse el lomo de “El hacedor” de Borges, editado en 1960; ese mapa —que casi no es un mapa, que casi es una maqueta— es de Aquilea, ciudad ficcional, pese a un contorno que retiene la figura de la urbe porteña. Pero para que esa dialéctica destrucción-construcción no derive en un pacto de suspensión completa del verosímil, el referente debe aparecer como tal; de allí que Buenos Aires o Argentina, como indicativos de lugar, o el libro de Borges, en términos temporales, deban ser expuestos. Como señaló David Oubiña, no hay elisión, borramiento del referente, sino construcción de la extrañeza de lo cotidianamente percibido y ya significado. Lo que queda elidido, difuminado, es la supuesta claridad de “lo visto”, lo que se opaca en el cruce entre lo conocido y su extrañamiento por inclusión en una trama ficcional es “lo visible”. Ese visible no es directamente reemplazado por una visibilidad completamente ajena, sino que es resituado: se lo arranca de un régimen de visibilidad para el cual cada elemento ya porta una significación, se lo desmonta de una vista de sentido ya configurado, generando las condiciones para una nueva intelección de la situación, posibilitando —casi forzando— la emergencia de una visualidad diferente. La inmediatez del sentido de lo visible también es interrumpida por una “apertura” del plano visual por medio de un “espacio sonoro” inconsistente con la naturaleza sensorial de lo mostrado; es el caso, entre muchos otros, de la escena inicial, en la cual el personaje de Lautaro Murúa avanza por una calle dominada por la oscuridad, en los bordes fronterizos de la ciudad, e interrumpe su paso por sonidos de tacos y otros ruidos que claramente corresponden a un espacio interior; banda sonora que se repite, con más intensidad, en la escena campestre que comparten Julián (Lautaro Murúa) e Irene (Olga Zubarry). Intervención sobre lo sensible que también atañe a las actuaciones, alternadas entre construcciones realistas y recitados que, en su choque, desrealizan las escenas. De este modo, la indeterminación entre registro de la realidad y ficción se constituye en un procedimiento con la capacidad de renovar nuestra comprensión del mundo —político, social, intersubjetivo— pues al desnaturalizar lo visto y lo oído para abrir la significaciones, al provocar una interrupción de la sensibilidad, se forja como instancia (potencial) de acceso a un nuevo conocimiento.

 

     Leyenda de unos héroes defensores que acaso no lo fueran. Conflicto entre defensores e invasores, aunque no se hacen más precisiones sobre unos y otros; los bandos contendientes se van presentando a medida que avanza una trama —que nunca llega a ser propiamente tal— que los configura a partir de una serie de contrastes, de oposiciones que expresan, cada una, un tipo de orden. Antagonismo entre dos órdenes, como señalara Gonzalo Aguilar, expuesto por medio de una serie de atributos estético-políticos: vestimentas con tonos oscuros para los defensores frente a indumentarias claras de sus enemigos; interiores cálidos y abarrotados de objetos artesanales de estilo mostrados en insistentes primeros planos, contra ambientes claros y despojados, con escasos objetos funcionalistas y artefactos tecnológicos modernos; modos de agrupamiento que se apoyan en la sociabilidad de la pequeña comunidad de los amigos del café —en donde la pertenencia se conjuga con la individualización— contra grupos de invasores como exponentes de la “masa compacta” de la que hablara Walter Benjamin, todos idénticos, dispuestos en línea, apenas diferenciables funcionalmente, sin nombres. Las “razones” del conflicto están representadas, en primer término, estéticamente: apuntan a la cognición sensible del espectador, y surgen del tratamiento visual y sonoro del film.

     Lo que puede inferirse del contraste estético entre órdenes rivales de pertenencia y agrupamiento, entre bandos en guerra, es que la resistencia se opone a una modernización invasora de tono consumista. Cuando finalmente la invasión tiene lugar, hacia el final de la película, la mayoría de los resistentes del primer grupo ya han caído en la lucha; en ese momento, distintos medios de transporte —aviones, camiones, automóviles, lanchas, e incluso, paisanos a caballo— es decir, “medios de comunicación”, penetran el territorio desde todos los puntos cardinales. Del mismo modo, “la batalla” final se desarrolla en el estadio, lugar del espectáculo y la comunicación de masas, precisamente en torno a la intención invasora de montar allí una “antena” de transmisión, elemento estratégico de la tal invasión y del nuevo orden que propicia. Asimismo, la mayor parte de las escenas del conflicto se viven en la calle o las fronteras, la lucha se va desplazando de calle en calle, de frontera en frontera, de punto cardinal a punto cardinal.  Manejar, manipular, controlar y, sobre todo, trazar las fronteras es un trabajo sobre identidades y pertenencias, es una construcción de contornos identitarios, de producción de subjetividad. El film ya nos ha advertido sobre cómo interpretar esas fronteras, porque desde el inicio hay un tratamiento del espacio como materia visual, sonora y táctil que debe ser aprehendida racional y sensiblemente a la vez. De forma que en torno a esas referencias geográficas que son los puntos cardinales y las fronteras, y la misma invasión como pasaje a través de estos límites, la obra invita a descifrarlos como índices para pensar la subjetividad. Por eso Santiago, en un reportaje en 1971, sostenía que la invasión podía ser la de una potencia imperialista, pero también de un hombre por un grupo o por otro hombre.

     Crítica de la modernización y de la modernidad que no se hace en nombre de ningún pasado premoderno. El punto de vista del film es también consistentemente moderno, de una modernidad distinta: podría decirse que este conflicto, el que se trama en Invasión, es una contienda entre modernidad y modernidad. Y por eso puede tener múltiples interpretaciones y ser visto en términos propios tanto por jóvenes alterglobalizadores en los primeros años del siglo XXI como por trabajadores árabes de las plantas petrolíferas en Argelia en los años 70. La resistencia de Julián Herrera (Lautaro Murúa) y su grupo es, entonces, a un sentido de la modernidad, el que se desplegó como imperialista porque se articuló con las relaciones capitalistas de producción; resistencia, entonces, a la modernidad capitalista, a su fetichismo de la mercancía y a sus relaciones sociales; resistencia a las figuras de subjetividad que produce esa modernidad tardocapitalista del espectáculo de masas y la individuación serializada.

 

     Ambigüedad productiva del film: para pensar la Argentina hay que verla como Aquilea, porque no es transparente, su verdad no es visible (el régimen de lo visible oculta la invasión, es decir, el carácter performativo de la subjetividad del dispositivo capitalista moderno). Lo que vemos debe ser “desnaturalizado”; la mirada misma debe ser desmontada de su punto de vista, para que pueda desplazarse por otros, corriendo cada vez el ángulo, estableciendo una visualidad nueva que haga surgir lo invisibilizado. 

     Como dice Oubiña parafraseando a Marx, no es posible mostrar sin interpretar, y no es posible interpretar sin transformar: la ficción de Santiago no es lo opuesto a lo verdadero sino lo que permite producir la verdad. El camino estético es emprendido allí donde los sistemas de conocimiento de la modernidad han querido abolir la dimensión sensorial-perceptiva del saber, reduciendo la estética al gusto o la apariencia, y disolviendo su poder cognitivo. Frente a la an-estética, a la alienación antisensorial de la modernidad capitalista, Invasión es un artefacto artepolítico que interrumpe por vía sensitiva dicha enajenación. Este aspecto es ya una dimensión política del film de Hugo Santiago, una politización del arte que no lo disuelve, sino que se sirve del mismo —de sus capacidades, de sus lenguajes propios y distintivos— para aportar a la inteligibilidad de la situación. Y que a la vez expande hacia el interior del arte cinematográfico las preocupaciones por hacer del mismo un elemento que contribuya a la elaboración de un saber, una nueva comprensión, por parte de los realizadores y de los espectadores. Por eso Hugo Santiago podía decir que su cine era un sistema de conocimiento que deriva de la poética: ni representación, ni discurso, ni registro. Pero que a la vez precisaba un lector más que un espectador, es decir, de un productor activo de significaciones a partir del material visual y sonoro que este cine ofrecía. 

     La cuestión del saber es un elemento clave de la narrativa del film; en la resistencia se trata de un saber por experiencia; la invasión ofrece otro, el de los medios de comunicación, el saber mediatizado de la sociedad del espectáculo. El dispositivo del saber se ubica así en el centro de la lucha en el film. A la vez, el film como obra es una problematización de la misma producción cinematográfica en tanto artefacto de saber de la modernidad. O, para decirlo en el modo de la temática de Invasión, ¿cómo se hace para transmitir un saber que no sea al modo de la “antena” de la modernización del capital? O aun, retomando a Hugo Santiago: ¿qué tipo de “sistema de conocimiento” es este largometraje? La respuesta, evidentemente, no está sólo en el plano interno de la película sino en la obra-artefacto como expresión del conflicto y del modo de intervenir en el mismo. Es que en este artefacto fílmico se articula la temática del film con la problemática del arte-político: frente a la uniformización de la subjetividad consumista, el film le opone, en el plano interno, figuras de subjetivación y temporalidad alternativas, y en el modo de intervención como film, un dispositivo de inteligibilidad de la “verdad prohibida” (como se la nombra en los avisos del pre-estreno), es decir, un saber sobre la construcción del saber.

     Cobra entonces entidad el nombre elegido para la ciudad, Aquilea, nombre mítico e histórico, como para apuntar que ambas escrituras deben dejar sus consabidas reyertas y aunarse en la producción de una ficcionalidad de lo verdadero, para elaborar un “modo de mostrar” que permita construir “un modo de ver”, como diría John Berger. El carácter reflexivo de cada toma, el montaje y el encuadre, la banda sonora y la fotografía, todos los elementos del cine están puestos a fin de construir una máquina de producir saber. Movimiento hacia el referente que no es encontrado sino construido y a la vez sospechado, y de ese modo se nos dice: si pretendemos ver la realidad argentina, hay que construir un sistema de pensamiento acorde a la complejidad de esa realidad. Porque mostrar esa realidad no es “reflejarla”, sino desconfiar de lo visible para ver algo más, aquello que no puede ser visto, lo latente, lo ocultado por las relaciones sociales hegemónicas. Para ver Buenos Aires, Argentina y su situación, hay que mirarla como si fuera Aquilea, entre cercana y extraña, y no resolver taxativamente esa tensión, mantenerse en ella, como diría Bertold Brecht: ver lo real exige su ficcionalización. 

 

     La politización del arte cinematográfico que ofrece Invasión está lejos de cualquier disolución del cine —o del arte en general— en la política (como si ésta, además, ya estuviera dada). Entre sus gestos políticos, está el acto de intervenir en la producción cinematográfica brindado un artefacto de artepolítico que intenta reinstalarse en aquella encrucijada del cine tal como la veía Benjamin en los años 30: configurarse como herramienta de comprensión y producción de nuevos saberes y por lo tanto articularse con los movimientos de masa que devienen en clase, o rendirse a la industria cultural y a sus formaciones de masas compactas.

ROBERTO PITTALUGA

Es profesor en la UNLP, en la UNLPam y en la UBA. Sus temas de investigación cruzan las problemáticas de la memoria de los sectores subalternos con las reflexiones sobre las formas de escritura de la historia. Entre sus libros se encuentra Soviets en Buenos Aires (2015).

Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas

HISTORIA

TERESA BERIZONCE


Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas (2023)
de Javier Trímboli (comp)

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     La reciente publicación de Tulio Halperín Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas invita a que nos reencontremos con Halperín con la firme convicción, como señala su compilador Javier Trímboli en las primeras páginas, de impedir que su pensamiento quede estacionado en un rincón sin luz. Pero el tiempo desconcertante en que es publicada la obra no hace más que magnificar la propuesta inicial: advertir una herencia destratada y a nuestro alcance no basta, es necesario advertir también la urgencia de lecturas inquietas. 

     Antes de abrir su tapa, en el curso de su lectura y una vez pasada la última hoja, en el libro sobrevuelan y circulan de manera permanente una serie de interrogantes: ¿de qué maneras se vincula Halperín con el presente?, ¿cuál es el rol del intelectual?, ¿cómo escribimos Historia?, ¿de qué Halperín se hace memoria?, ¿quiénes y cómo lo leen hoy? Ante ellos emergen posibles respuestas propias que, en paralelo, corren con otras que van construyéndose en diálogo con la lectura. Esto es posible por la propia impronta de la obra que conduce a conocer la voz directa de Tulio, en un abanico temporal amplio que lo recorre desde los años ‘80 hasta el 2008, partiendo de diez entrevistas bien variadas con interlocutores disímiles que van de Pigna a Pagni. Una por una, esta recopilación de conversaciones sueltas hasta entonces estacionadas en archivos, bibliotecas y casas de conocidxs son comentadas seguidamente con los disparadores que despiertan hoy en estudiantes, docentes y graduadxs de diversas trayectorias y puntos del país. 

     En principio, siguiendo el ejercicio planteado de detenerse a pensar sobre la figura de Halperín, me remito entonces al sentido común: Tulio Halperín Donghi es un nombre que se escucha en las aulas de humanidades, un ineludible. Su figura resuena si se quiere enumerar a lxs historiadores más conocidxs de Argentina debido al impacto que en las últimas décadas tuvo en la formación profesional y en el curso de investigaciones de distintas generaciones de historidorxs. Ahora bien, quien fuera artífice de obras como Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina, Historia contemporánea de América Latina o Una nación para el desierto argentino, ¿es en verdad un ineludible? 

     Para contestar permítanme ejemplificar desde la experiencia personal. Lo primero que pensé al momento en que vi publicado el libro fue: cuán necesario y qué difícil. Como estudiante nacida en el nuevo milenio, esas dos sensaciones resumen lo poco que sabía sobre Halperín: una idea vaga y uniforme, comentarios sueltos, una referencia misteriosa, un hacer historia inalcanzable. Por suerte y, proporcionalmente por desgracia, doy cuenta lo poco anómalo de mi experiencia si lo asocio al trato que tuvo su herencia. Advertir el inevitable pasaje de lo individual a lo colectivo es de manual, pero es que, y hacia allí me dirijo, hay algo que pasa con Halperín que, incluso estando ahí, acaba siendo para muchxs un conocido-desconocido.

     El propósito de esta obra es entonces ocupar también aquellos vacíos que rondan su enigmática figura y recepción, sorteando asimismo las sensaciones de dificultad que a priori pueden presentarse entre sus lectorxs ya que el formato elegido habilita aproximarse a un enorme intelectual de una manera amena y transparente. Se deja ver a un historiador relajado y con la lengua larga realizando juicios de sus obras y dando respuestas al pasar sobre nudos problemáticos quea su parecerestructuran nuestra historia; pero se lo deja también observar de cerca en sus silencios, omisiones y polémicas. Reparar en su figura con estos grises y ambivalencias expresa la incómoda complejidad que se atraviesa entonces frente a quien, justamente, ilustra un pensamiento vivo, audaz y en movimiento. Un movimiento que, se espera, traspase de la hoja hacia su lector/a para estimular la elaboración de análisis más desafiantes.

     Siguiendo este hilo, en relación con esa sensación de “lo urgente” es donde el libro ubica su horizonte de acción porque volver hacia Halperín significa recuperar una escritura de la historia que tensiona la costumbre de los papers de hiperespecialización. Haciendo memoria de su praxis, unx puede seguirlo de ejemplo para animarse a afirmar en grande aunque no sin cautela y visualizar la experiencia de una Argentina toda desde los siglos como colonia hasta los años kirchneristas o recurrir a cruces disciplinares que retroalimenten a la historia de la literatura aportando nuevas claves de análisis. No obstante, la urgencia se halla especialmente en reapropiarse del rol político que lo caracteriza, porque leerlo es leer a quien no le escapa a la intervención pública y por ello Halperín, tal como sintetiza Julia Rosemberg, nos da una necesaria bocanada de aire fresco.

     Con este presente a cuestas, el cauce del libro rumbea por tanto en la indagación del vínculo entre lxs intelectuales y la acción. Por esto mismo, más que remitirnos a las tesis de Halperín esboza en consejo Federico Vázquez, hay que aprender de su actitud característica; Halperín representa a quien reflexiona en voz alta y por fuera de cuatro paredes. Con su cuota de indisciplina y astucia, su opinión es leída en revistas y suplementos de diarios en diálogos mano a mano sobre los dilemas de la historiografía, la riqueza de un Sarmiento lleno de ambigüedades, los reveses del capitalismo argentino o la encrucijada del peronismo. El hecho de tener presente para la reflexión un público, unx otrx, una sociedad, implica así tener a lxs historiadorxs de cara a su realidad y, por tanto, tener la certeza de una profesión indisociable de la política.  

     El corazón de la obra remite de esta manera a la molestia de preguntarnos: ¿en qué momento y por qué decidimos no asumir como propio este legado? Cruzando fronteras de espacio y tiempo, Tulio Halperín Donghi sin saberlo contesta esta inquietud cuando, frente a una pregunta sobre el trato de la herencia sarmientina, él afirma: “quizás, lo que deberíamos hacer sea, simplemente, buscar las obras completas y abrirlas al azar”, y continúa diciendo, “la herencia está ahí, a disposición de todos”.

     El primer paso quizás sea abocarnos a una lectura halperiniana de Halperín y tomarnos sus textos desde una dimensión abierta en la que todavía resta por decir y, especialmente, por hacer. Sin mucho más que agregar, la herencia está ahí en nuestras manos.

TERESA BERIZONCE

Es estudiante del profesorado y la licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP y adscripta de la cátedra Historia Americana I.

Rizoma (1976), Deleuze y Guattari

LECTURAS DOCENTES/FILOLOGÏA/TEORÍA LITERARIA

GRACIELA GOLDCHLUK


Rizoma (1976)
de Gilles Deleuze y Félix Guattari

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¡Guay con Rizoma!

     Fui profesora de Filología Hispánica desde 2005 hasta 2022, cuando me jubilé. Entré a la cátedra como Profesora Adjunta en 2005, con Angelita Martínez como Titular. El enfoque de la materia, que años atrás se había ocupado sólo de contar la historia de cómo el latín había degenerado hasta llegar al castellano, consistía ahora en estudiar las dinámicas de cambio lingüístico, especialidad de la profesora Martínez, y cómo las variaciones sucedían de manera sincrónica y eran percibidas en la literatura, a la luz de manuscritos de autores contemporáneos, que era mi formación y el motivo por el que fui convocada por Élida Lois. Para quienes nos dedicamos a archivos de la literatura, Élida fue una maestra indispensable que dejó la cátedra para asumir un trabajo monumental con el archivo de Juan Bautista Alberdi y que mientras estuvo en La Plata conectó Filología con el Centro de Teoría Literaria, convirtiendo la materia en un lugar de confluencia entre estudios de la lengua y de la literatura. Esa fue la línea que seguimos con Juan Ennis, que se incorporó en 2012 y con quien profundizamos lo que había comenzado con Élida y con Angelita. En esas conversaciones sobre literatura y lengua nacional fue que Rizoma entró en el programa de Filología como un texto operativo, útil y necesario.

     Cuando se estudian manuscritos antiguos y medievales es frecuente que el objetivo sea estabilizar el texto, buscar una edición que se sueña “definitiva”, limpia de desviaciones, pero cuando estudiamos escrituras de los siglos XIX y XX, cuando la noción de autor está fuertemente establecida y la publicación en formato libro impreso es tan dominante para la literatura que resulta difícil pensar alternativas, la lectura de manuscritos debería llevarnos a otro lugar. Los manuscritos contemporáneos no pueden ser leídos como instrumentos para depurar erratas, o en todo caso no sólo para eso. Una vez establecida una edición confiable, los manuscritos están ahí, permanecen, para contarnos otra historia: la de los arrepentimientos, la de las polémicas ocultas, la de voces que se imponen en ocasiones incluso contra la voluntad autoral. Para resumir esto tengo una frase que dije muchas veces: “Porque ningún artista sabe lo que quiere escribir, pero lo que todos saben es lo que NO quieren escribir”. Entonces se abría la posibilidad de leer de otra manera, como nos había enseñado Élida Lois: “El manuscrito no es ya la preparación del texto, sino el otro del texto”. A partir de ahí comenzaba la advertencia contra la ilusión teleológica, vale decir la idea de que la escritura avanza de manera lineal desde una confusión inicial hacia la limpieza de la versión final. El tiempo del iluminismo, el del capitalismo industrial y su línea de producción. 

     Todo esto es hermoso para conversar y para armar una clase expositiva con frases interesantes que les alumnes podían copiar y repetir en un examen, pero la filología no se trata de eso. La filología es ante todo una tarea paciente, miope, lenta y recurrente. Los tiempos de la filología están hechos de sedimentos de muchos tiempos, y a la hora de transcribir manuscritos e interpretar procesos de escritura surgían los doscientos años de textología que tendían a construir una línea recta, desde la primera versión, normalmente desprolija, llena de palabras malsonantes, que se iban depurando hasta lograr la versión final, la que nos gustaba. Para empeorar las cosas, la única pregunta que surgía era “¿por qué habrá cambiado esta palabra el autor?”, con lo que “el buen dios”, como llaman Deleuze y Guattari al autor en Rizoma, se instalaba en el lugar del origen y del final del recorrido. Es verdad que yo intentaba suprimir esa pregunta respondiéndola en la primera clase: “¿por qué cambió Puig esta palabra?, porque quería que el texto le quedara mejor”, es una respuesta universal que suprime la pregunta porque la vuelve irrelevante. Pero mi problema, el problema de la lectura filológica, persistía. Si no puedo acomodar cronológicamente las correcciones y no tengo dónde ir a buscar una intención que lo justifique: ¿qué hago? El temita de la cronología se resolvía muy fácil: basta tomar una página que tenga un par de correcciones y pedir a todo el curso que la transcriba de manera que pueda leerse. Amo este ejercicio porque puede haber doce transcripciones diferentes del mismo párrafo, y porque en el momento de decidir qué escribió primero y qué después (si el autor usó primero el lápiz azul para corregir y después la birome roja, o si fue al revés) vemos que la escritura es efectivamente recurrente, y vemos en la superficie de la hoja que eso del tiempo lineal no corre para la creación. 

     Pero entonces, si no puedo hablar de la intención del autor aunque la intención exista de manera evidente, si no puedo decir que el texto mejoró, aunque a todas luces quedara mejor después de corregido, ¿qué herramientas tengo para analizar ese proceso extraño y anacrónico de la escritura? Rizoma era la respuesta.

     Pero guay con Rizoma también, porque está lleno de slogans que dan ganas de repetir, empezando por la palabrita rizoma, cuando lo genial es que esa palabra no describe una forma de texto o de libro, sino un funcionamiento. No se pregunta qué es un rizoma (no en el plano textual), sino cómo funciona. Este es un primer malentendido que hay que despejar para no escuchar nunca más que un texto es “rizomático” (nos encantaría en cambio que alguien se juegue y diga hace rizoma con…, y ahí empieza la lectura). Como nos enseñó Simone de Beauvoir para las mujeres, rizoma no se nace, rizoma se hace. Esta aclaración sirve también como guía de lectura: no soy filósofa, muchas cosas se me van a escapar y algunas otras se les van a escapar a les estudiantes. Entonces, frente a este texto, no hay que preguntarse qué quiere decir, sino cómo funciona, qué le hace esta manera de leer a nuestros objetos de lectura. De paso vamos preparando el examen final, ¿alguien se imagina a une estudiante de letras que vaya a rendir y se ponga a recitar esto, a hacer un resumen de las 19 páginas que ocupa? Lamentablemente algune lo intentó, y fue uno de los escasísimos exámenes que no llegaron a buen puerto. Rizoma se lee de una manera en Filosofía y de otra manera en Artes o en Letras, lo que no significa lectura irresponsable sino una lectura situada. ¿Qué, de lo que dice acá, funciona con mi trabajo filológico? Recordemos que antes de leer este texto ya hicimos el ejercicio de transcribir una página, o acaso media, de un manuscrito de Manuel Puig alojado en el sitio ARCAS, por ejemplo este

     Acá comienzan las “Instrucciones para leer Rizoma”. En primer término, no leer metafóricamente, como si quisiera decir otra cosa, sino aceptar que lo que Deleuze y Guattari dicen es lo que quieren decir. Mi tarea, durante la clase, es ofrecer una visita guiada por la superficie textual a partir de la lectura y comentario de citas que encuentro pertinentes para nuestro trabajo con manuscritos. Llegamos a Rizoma para leer manuscritos (se puede usar para muchas cosas, pero nosotres lo necesitamos para esto específicamente; para leer manuscritos y para analizar, de paso, la noción de libro como artefacto de poder que hasta el siglo pasado determinó qué cosa era la literatura). Un ejercicio que solía hacer era pedir que subrayen alguna frase que les sirva, que crean que tiene que ver, que llame la atención. Aunque es una consigna de lectura para la que habían tenido una semana, se pide que en grupos de tres elijan un subrayado o lo hagan en el momento, esto incluye a quienes no leyeron con anticipación y pueden realizar una lectura en diagonal o salteada, ver qué frase las interpela aunque no hayan leído todo el texto. Muchas veces coincidimos en los subrayados, pero es claro que las mejores clases son aquellas en las que se subraya lo inesperado. Eso se discute y se integra al recorrido que traigo pautado en una presentación. Desde hace varios años he usado power point en todas mis clases con el fin de controlar el tiempo, tengo una hecha con Rizoma, entre los documentos de 2012, en el blog de la cátedra se pueden encontrar desde 2013. Con seis diapositivas daba una clase de tres horas, si restamos la introducción, no menos de dos horas y media, porque cada diapo es sólo el guión, es el anclaje, la cita subrayada para ir y venir, para hacer rizoma con el resto del programa. Una de las primeras frases, la que abre el segundo párrafo, dice: “Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diversamente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes”. Como ya transcribimos un borrador, como ya hablamos de las tipografías, de las editoriales, de los circuitos de circulación, para nosotres se trata de cómo se hace un libro en la realidad, cómo se escribe y cómo se materializa. No tiene sujeto, se hace de a varios. No tiene objeto, no habla de algo que permanecería quieto sino que funciona con algo, y ahí son hermosos los casos. El año que Cristina Kirchner publicó Sinceramente, me bastaba mostrar el libro: más allá de su contenido, ese artefacto funcionaba en sí mismo. Para quienes lo llevaron a sus casas, en barrios populares, constituyó una biblioteca, otorgó el poder de leer un libro gordo que hablaba de política. Ese libro en ese momento hizo rizoma con el sistema editorial, político, y cultural en un sentido muy amplio.

     A partir de acá propongo dar un paseo por el guión de clase que armé para 2018 con nueve diapositivas, lo dejó acá.

     Y para terminar, me detengo en el principio de cartografía y de calcomanía. Pensando en el trabajo con manuscritos, es muy fácil de resolver. Intentar calcar un manuscrito por otros medios es absurdo e innecesario, el calco más parecido es la imagen digital. Más allá de reconocer que estoy produciendo otro objeto (uno digital) y que eso tiene consecuencias concretas en qué leo y cómo lo leo, es evidente que una foto del manuscrito se parece más al manuscrito que la más cuidadosa de las transcripciones. Entonces, ¿para qué transcribir?, y acá viene una reflexión sobre los mapas. Un mapa es un dibujo que se hace para dominar un territorio, es un producto colonial. Necesitamos un mapa para ocupar un espacio que no es el nuestro, no lo usamos en el barrio y las niñeces en el campo no lo necesitan para llegar a la escuela aunque deban atravesar ríos y andar kilómetros. El ejercicio de transcripción que había dado resultados tan diferentes mostró que se dibujaron diferentes mapas, cada modelo inventado pone el acento en diferentes aspectos: el color de los materiales usados, la disposición en el espacio, la distinción entre máquina de escribir y manuscrita, la realización en el tiempo, etc. 

     Tomo un recorte de la hoja antes señalada y dos posibles transcripciones, según se subraye el espacio o el tiempo de escritura:  

 

     En el primer caso, quien pase por este renglón (especialmente si estuviera leyendo todo un capítulo) muy probablemente lea refugiada centroeuropea, y sólo si le interesa especialmente podrá leer las otras opciones. En el segundo caso la primera lectura es refugiada rumana. Así, es inevitable ver la transformación y quizás se evoquen problemas geopolíticos del momento y tradiciones literarias. Son dos transcripciones correctas, cada una apunta a lugares diferentes. La novela de Puig que aquí miramos se escribió entre 1974 y 1976, año de publicación de Rizoma como texto único y no como prólogo a Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia.

     Insisto en que las dos transcripciones propuestas (entre las muchas posibles, algunas de las cuales pueden no copiar las palabras tachadas) son correctas, pero tenemos que ser conscientes de que estamos trazando un mapa que modifica la lectura. De ahí que podamos pensar que el calco imagina que hay un objeto preexiste que debe copiar a la perfección (una cuestión de competence), mientras el mapa tiene la obligación de plantearse qué hace con eso que cartografía (por eso es performance), cómo intervenir de manera responsable para permitir la emergencia de nuevos elementos que la repetición de lo mismo, el calco, no dejaba analizar. 

     Desde esta comprobación fáctica sobre cómo nuestra lectura viene formateada por esa fuerza tanática que es la compulsión a la repetición, y de qué manera un movimiento casi imperceptible como es lentificar la lectura y dibujar recorridos extraños cambia la temperatura de lo que leemos, les da el calor de lo que se mueve, otras lecturas se abren. Si lo alivianamos del deber ser, Rizoma es un texto precioso. Sólo es necesario leer con lentitud, recogiendo las señales que nos envía, ya sea para leer manuscritos o para dejar de leer del modo en que nos habían mandado a hacerlo.

     Por último, claro, acá les dejo Rizoma.

GRACIELA GOLDCHLUK

Es profesora consulta de la Facultad de Humanidades. Sus investigaciones giran en torno a los archivos y a los procesos de escritura en los siglos XX y XXI.

Hacer el odio (1948/2018), Báñez

NOVELA
JUAN MANUEL BELLINI

Hacer el odio (1984/2018)
de Gabriel Báñez

    En agosto de 1994 el escritor Álvaro Abós señalaba acerca de Gabriel Báñez: “aunque su nombre no suene con demasiada frecuencia en el gallinero literario debido a que insiste en cometer un pecado mortal en nuestro medio macrocefálico: vivir en La Plata, alejado de cenáculos y fastos”. Y se refería a la necesidad de recurrir a Hacer el odio para explicar lo que había sucedido días atrás: el atentado a la AMIA. Veía Abós que la novela servía para entender el antisemitismo latente en la Argentina. La novela había sido publicada en 1984 por Bruguera y siguiendo a Abós: “los ejemplares remanentes de la edición fueron a parar al proceloso mar del saldo o de la librería de viejo, donde tantos tesoros escondidos vegetan a la espera de tiempos mejores”.

    No eran tiempos mejores, pero en julio de 2018 fue reeditada por la editorial Mil Botellas. La contratapa daba cuenta de que “se editó en 1984, anticipándose a Villa de Luis Gusmán (1996) o Dos veces junio de Martín Kohan (2002), dos novelas también con personajes que no son célebres verdugos, sino que estuvieron y están ocultos en el cotidiano, y que sostienen, a su manera, el horror”.

     Empieza la novela con un epígrafe de Portero de noche de Liliana Cavani que sirve para unir al nazismo con la última dictadura. Y las primeras frases ya nos adelantan lo que va a venir: “La última pregunta que recuerdo de ella fue si yo era antisemita. Le respondí, naturalmente, que la quería. Pero no sé si la quería”.  El protagonista es el gris Damián Daussen y empieza narrando sus encuentros con Raquel, judía. Las acciones transcurren en La Plata, plena dictadura.

     Hay clima de delación, de sexo reprimido, de secuestros, violencias explícitas en las comisarías e implícitas en lo que encuentran en la autopsia de una jirafa del zoológico. La Iglesia Católica también juega un rol importante y el moralista y condenador Daussen recurre a la pornografía, a las relaciones homosexuales o las prácticas abortivas. Ahí también está la riqueza de la novela: se muestra la doble moral sin necesidad de señalarla con el dedo, se va mostrando solita.

     Un detalle no menor, la escritura. Prolija e intensa, queda como ejemplo la venida del calor en La Plata: “El verano llegó a la ciudad. Los días se hicieron largos para nada y las mujeres volvieron a las calles con el aire tendencioso de otros veranos. Nada varió. O sí: la fragancia de los tilos nunca resultó tan impotente como a comienzos del mes. El olor rancio de la Destilería se mantuvo inerte sobre la ciudad durante varias semanas. Calor y humedad, un placer malsano en el cuerpo”. 

     La buena literatura despierta los sentidos, leer esos párrafos es sentir ese calor. O visualizar la excavación donde tendría que renacer el Teatro Argentino convertido en cenizas o una excursión al Uruguay lejos de cualquier folleto turístico. También hace de lo local, universal, por eso la aparición del cine Roca, la Catedral, el Museo de Ciencias Naturales, la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata donde trabaja Daussen como sereno, no implican localismo, producen el mismo efecto en los ojos de cualquier argentino cuando se enfrentan con la Santa Fe de Juan José Saer, el Buenos Aires de Roberto Arlt o Yala de Héctor Tizón. Ese buen registro de Báñez también se encuentran en los cuentos de El circo nunca muere (también editados por Mil Botellas), en la nouvelle Octubre amarillo donde se encarga del múltiple femicida Ricardo Barreda y La Plata o en la novela Virgen que transcurre en Ensenada.

     La relación Damián-Raquel atraviesa la novela, y no deja de ser atrapante todo lo que se pone en juego, la crueldad de Damián, que también mantiene relaciones con una chica de trece años. Este antisemita, ex militante de Tacuara, que pintaba cruces esvásticas y que no dudaba en la cooperación con la policía cuando un compañero de pensión se convertía en secuestrado/desaparecido, se movía en una ciudad donde en los diarios nunca se publicaban los secuestros y con vecinos que decían  que “había empezado la limpieza” al escuchar disparos aislados.

     Todo esto publicado en 1984, a apenas un año de terminada la dictadura. Sin dudas merece figurar en el corpus de libros que trabajaron bien el tema a través de la ficción. Reconocemos ello en Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia y en Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980) de Jorge Asís, publicadas durante el genocidio en la Argentina, a El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979) y Maldición eterna a quien lea estas páginas (1981), las tres escritas por Manuel Puig en el exilio, o en las ya mencionadas Dos veces junio o Villa, y en el original trabajo de años recientes de Mariana Eva Pérez en Diario de una princesa montonera (2012 y reeditado este año), y también en Hacer el odio.

     Lo escrito por Álvaro Abós en la revista Humor derivó en una reedición a cargo de la editorial Almagesto, en 1995, que desgraciadamente pasó sin pena ni gloria. En estos tiempos de derechas que se expanden por el mundo, la reedición de Mil Botellas, que es expuesta en librerías de Buenos Aires y La Plata, que estuvo presente en las numerosas ferias pre-pandemia en el país, bien merece sumar lectores y lectoras, para entender un pasado de genocidios pero también para este presente. Ya desde la portada a cargo de Eduardo Ruiz, vemos una mano que dibuja esvásticas. En la página 131 se narra el secuestro por parte de fuerzas de seguridad a una pareja, la mujer estaba embarazada, entonces un vecino de pensión de Daussen se pregunta/afirma “¿o acaso usted no sabe que ellas se embarazan a propósito?”. Esta misma frase la hemos visto replicada en distintos contextos y ante distintos hechos, pero siempre está presente.

     Las buenas obras se defienden solas, por eso se puede recurrir a otra muestra de la excelente escritura de Báñez: “A media tarde dejé el bar y caminé. El aire estaba húmedo y con olor a pescado. Un muchacho barría las escaleras de un sótano que a la noche presentaba ‘el show de las strip-girls’. Del subsuelo ascendían vaharadas de acaroina y encierro. Me detuve brevemente a mirar hacia abajo y el muchacho dijo que el espectáculo comenzaba a las ocho. ‘Todavía falta’, agregó luego. Únicamente pude divisar un juego de luces de colores y desvaídas ramas de palmeras flanqueando el ingreso. Me alejé de inmediato: las ilusiones sobre penumbras, lo mismo que las imágenes sagradas después del domingo, siempre me produjeron tristeza”.

     La contratapa de su primera edición de 1984 indica que se trataba de “básicamente, un texto confesional para mostrar la ambigüedad de ciertas conductas: opresión y seducción que cierran la parábola”. Atinadas palabras, pero en su lectura se verá que es mucho más que eso. Cabe señalar que su última novela, Jitler,  editada a ocho años de su muerte, en 2017, por La Comuna (editorial de la Municipalidad de La Plata fundada por Báñez) siguió señalando conexiones entre el nazismo y La Plata. Y las prácticas que se realizaban entre las clases ilustradas de la ciudad: “Otro prominente hombre nacional, pero de las filas del Partido Socialista vernáculo, el Dr. Alejandro Korn, fundador de bibliotecas populares y humanista reconocido, también recibió por esos años parte de la remesa indígena del Museo de La Plata, sólo que bajo la forma de carne viva: una niña de la etnia aché de la comunidad guayaquí masacrada en el Paraguay oriental, Damiana, fue entregada al Dr. Korn para que hiciera de mucama en su casa. Tenía alrededor de nueve años. Nunca se supo el verdadero nombre de Damiana, en los archivos del Museo figura así ya que a los tres años fue bautizada con el santo del día de la matanza de su familia, San Damián”. Otro Damián.

     Báñez nació en 1951 y se suicidó en 2009 en La Plata. Si como señala Álvaro Abós su pecado mortal fue estar lejos de la Capital y no frecuentar al establishment literario, bien vale el rescate de su obra. Quienes se hayan interesado por los libros de ficción acerca de la última dictadura, a través de su lectura no dudarán en que Hacer el odio merecerá un lugar importante. Incluso se la puede tener en cuenta al relacionarla con películas como Los rubios (2003) de Albertina Carri o M (2007) de Nicolás Prividera, que desde el formato documental narran la complicidad civil y el silencio que acompañó a una época nefasta. Por supuesto, que también hubo otra Argentina, de hecho personas relevantes en la lucha contra la última dictadura como Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini o Chicha Mariani, se criaron y lucharon en la misma ciudad por donde andaban tantos y tantas Damián Daussen.

JUAN MANUEL BELLINI

Es Periodista, docente de la cátedra Análisis y Crítica de Medios de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP). Trabaja además en el Programa de Justicia por Delitos de Lesa Humanidad en la Comisión Provincial por la Memoria.

 

Currículum: crisis, mito y perspectivas (1995), de Alba

EDUCACIÓN

STELLA MARIS ABATE Y VERÓNICA ORELLANO


Currículum: crisis, mito y perspectiva (1995)
de Alicia de Alba

curriculum

Un imprescindible para enseñar a leer la formación universitaria en clave curricular

“Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).”

Ítalo Calvino 1993

     La invitación a escribir la reseña de un libro que sea parte de nuestra propuesta de enseñanza, fue el puntapié para volver sobre las elecciones pasadas y presentes en la asignatura Teoría y Desarrollo del Curriculum de la carrera de Licenciatura y Profesorado de Ciencias de la Educación de FaHCE – UNLP ¿Qué compartir de esa trama que fuimos configurando a través de las diferentes ediciones de la materia: una obra clásica, de las que constituyen el corazón de la materia? ¿Algún texto de los que seleccionamos para abordar temas de actualidad, en diálogo con los intereses de los estudiantes?

De estas opciones decidimos ir por una obra de las que consideramos clásicos del campo (del curriculum) y constituyen lecturas obligatorias. Un “clásico” es para nosotras “un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir” cada vez, el encuentro con él es un acontecimiento totalmente nuevo y nos sigue afectando.

 

Decidimos ir por una voz femenina y latinoamericana. En esta clave, elegimos comentar la obra (más importante a nuestro juicio) de Alicia de Alba que llegara hace cerca de 30 años a la Argentina: Currículum: crisis, mito y perspectivas. Considerando la multiplicidad de reseñas y de resúmenes de este libro, nos centraremos en esta oportunidad en contar por qué continuamos eligiendo esta obra como un texto central en la materia y en los espacios de formación docente del ámbito universitario.

   

     Es importante destacar que Alicia de Alba, es parte del florecimiento de la corriente crítica del currículum que arribó a México a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Esta corriente fue construída por jóvenes profesores, provenientes tanto del país como de Argentina. Ángel Díaz Barriga, Alicia de Alba, Alfredo Furlán, Azucena Rodríguez, Eduardo Remedí y Roberto Follari. A diferencia del pensamiento sajón encabezado por Herbert Kliebard (1970) quién inauguró formalmente la crítica a la racionalidad tyleriana, en América Latina se debatía a partir de los desarrollos de Paulo Freire, de la Escuela Francesa como sociología institucional y de la Escuela de Frankfurt. Este periodo se caracterizó por la generación de una producción académica importante a través de artículos, libros, y congresos. (Díaz Barriga y García Garduño, 2014) 

Alicia de Alba es la autora principal en la conformación y desarrollo de este movimiento curricular al encaminar su lucha contra la construcción discursiva que había encerrado el currículum durante una parte importante del siglo XX. Su enfoque y el de sus colegas mencionados pone en crisis la idea de plan de estudio. Asimismo la noción de “currículum oculto” muestra sus limitaciones, dado que supone la existencia de una “verdad” que sería en última instancia lo que en la escuela se transmite, a la cual se opone una construcción falsa, mistificadora. De Alba propone analizar al currículum como un entretejido de problemas provenientes de la sociedad, entendiendo a esta última como un conjunto de antagonismos. 

     La cátedra Teoría y Desarrollo del Curriculum ubica a Currículum: crisis, mito y perspectivas como una  obra clásica en tanto configuró un hito en el estudio del currículum universitario  a la vez que la considera como una obra que goza de vitalidad. Su planteo sigue aportando en el proceso de deconstrucción de visiones hegemónicas de entender el curriculum. Colabora a visibilizar que los contenidos se constituyen como consecuencia de la relación discursiva que se produce en el proceso de determinación curricular. En este sentido, acordamos con Adriana Puiggrós que en el enfoque de Alicia de Alba “no existen contenidos previos o externos al proceso de producción del currículum, porque ese proceso modifica los discursos disciplinarios, los amasa formando un nuevo producto, que está orientado hacia la constitución de sujetos. A partir de la duda sobre la noción tradicional de currículum surgen los personajes antes aplanados por el lenguaje tecnocrático, pero aún vivos. Son los sujetos, con los cuales ningún programa normalizador de la enseñanza y el aprendizaje ha logrado jamás acabar. La propia normalización tecnocrática del currículum no es otra cosa que una modalidad de constitución de sujetos. Subvertir la noción clásica de currículum es hacerlo con el programa de formación de los sujetos que tal noción proyecta”.

 

     En esta obra la autora aborda de modo lúcido los problemas sociales que el currículum universitario debe atender como parte de la discusión pública, anticipando temas de la agenda política actual: entre otros, la pobreza mundial y en particular de la población de América Latina (y el injusto reparto de la riqueza), la crisis  ambiental, la emergencia de la perspectiva ecológica como absolutamente necesaria para cualquier acción  que emprenda la humanidad y la pérdida del sentido, la indiferencia y la crisis de valores que caracteriza a las sociedades contemporáneas.

 

     De Alba nos dice que  los cambios en el currículum universitario ocurren por negociación o imposición de proyectos educativos y sociales. Como decimos en otra publicación, la comprensión del proceso en esta clave es central para leer posibilidades de cambio, horizontes formativos, retóricas de cambio, concepciones subyacentes y posiciones hegemónicas. Reconocer que los participantes involucrados en estos procesos representan proyectos formativos e institucionales nos lleva a usar las categorías de sujetos sociales y sujetos curriculares; de allí la importancia de estudiar sus sentidos teóricos.

 

     Además nos convoca a pensar los cambios curriculares desde marcos englobantes (“campos de conformación estructural curricular”) en función de determinado tipo de formación que se desea propiciar.  Si bien determinados espacios curriculares son más estables que otros por la naturaleza de sus saberes, propone espacios abiertos y flexibles  para que favorezcan la actualización curricular de los avances científico- tecnológico y el  diálogo con los problemas sociales y profesionales.

 

     En este sentido, de Alba nos invita, políticamente hablando, a asumirnos como sujetos de la determinación curricular. Si bien ya a fines del siglo XX nos advertía sobre la dificultad de asumir este reto por la ausencia de proyecto social amplio en el cual se identifiquen amplios sectores de nuestras universidades públicas y que paute y oriente la vinculación universidad-sociedad, nos decía que era fundamental intentar un esbozo de propuestas que tiendan a marcar la direccionalidad de tal relación curriculum- sociedad desde la perspectiva de las universidades públicas. Esta convocatoria sigue aún vigente y necesaria en la actual coyuntura de nuestro país y de los países de la región.

 

     En palabras de la autora, “…es fundamental comprender y asumir la problemática de la indiferencia, y frente a ella, la esperanza, para no caer nuevamente en el vértigo de la fascinación de un progreso industrial y económico que en otros momentos históricos ha dado la espalda a problemas tan sensibles como lo son la distribución del poder y la riqueza.”

VERÓNICA ORELLANO

Es  Profesora en Ciencias de la Educación (UNLP). Docente en la Cátedra Teoría y Desarrollo del Currículum en la carrera de Ciencias de la Educación, FaHCE. Docente tutora en la Especialización en Docencia Universitaria UNLP.

STELLA MARIS ABATE

Es Profesora Adjunta de la cátedra Teoría y Desarrollo del Curriculum en la carrera de Ciencias de la Educación.   Es docente de la Especialización en Docencia Universitaria  y de la Facultad de Ingeniería de la UNLP.  Se enfoca en el estudio del curriculum universitario.

Puka Pacha (2020), de La Mafiandina

MÚSICA

SUSANA PINILLA ALBA


Puka Pacha (2020)
de La Mafiandina

puka

     La música urbana como discurso contracultural no puede limitarse a congregar a las comunidades o canalizar de forma artística la subjetividad, sino que ha de servir a un propósito divulgativo y didáctico, cuestionando y diseccionando las cosmovisiones que conducen a la catástrofe para proponer alternativas viables y sostenibles. A lo largo de sus ocho piezas, el disco Puka Pacha (2020), primer LP de La Mafiandina, explora el concepto originario de ‘Pacha’ o plano espaciotemporal, que en el pensamiento panandino es causa de todo lo que existe desde antes de materializarse en la Tierra. Esta escuela de pensamiento, análoga a las filosofías socráticas europeas, está viva en el rap shimi (rap bilingüe en quechua y español) de la zona andina, escena política y musical de la que procede la agrupación. La MC Taki Amaru (Música y Serpiente, en kichwa), líder del dúo La Mafiandina, emplea el rap para ahondar en las raíces del pensamiento originario, desde la universalidad que apela a todas las personas deseosas de cambios drásticos en la comprensión de nuestro lugar en el mundo. Su poética concilia un interés anticolonial y antipatriarcal que no romantiza las culturas originarias, sino que las somete a un análisis crítico: valorando sus aciertos, pero también señalando sus perjuicios. 

     El disco Puka Pacha traza una alegoría de los hitos del mundo andino, retomando el Runa Ñan (la vía indígena) al destacar nociones básicas del pensamiento kichwa a través de un mensaje de libertad dirigido a las comunidades hispano y quechua-parlantes. A nivel musical, los artistas nutren su rap con ritmos regionales orquestados mediante instrumentos milenarios como la zampoña, la quena o la ocarina, a la que superponen samples de celebraciones precolombinas, delays que imitan sonidos de la naturaleza y efectos musicales propios del rap como los scratches. El sello de La Mafiandina se caracteriza por la fusión entre el componente urbano del rap con el sabor propio de los rituales y músicas tradicionales de la comunidad de Otavalo, lo que perfila el polifacético flow de la MC Taki Amaru, colmado de fortaleza en el rapeo y suavidad en el canto; una llamada a la complementariedad y al equilibrio, principios que moldean sus deslumbrantes “ritmos de la selva”. 

     El mestizaje del que emana este rap underground trasciende el exotismo dotando al discurso de una gran hondura existencial, elemento de suma importancia en una era de la inmediatez, del precariado acuciante que empuja a la supervivencia, habiendo situado al sujeto en la anulación de su propia ontología, sin epistemes propias que guíen su búsqueda.  Por eso, la obra de Taki Amaru se puede entender en clave feminista, ambientalista y anticolonial. Su trabajo no deja indiferente a quienes luchan desde el ecofeminismo por la reparación del epistemicidio, de los saberes de las mujeres y los pueblos milenarios en compromiso con los derechos humanos y animales. La hibridez musical y cultural del álbum, entendida desde lo ch’ixi (Rivera Cusicanqui), convoca a un público variopinto en el que interseccionan luchas de muy diversa índole, si bien todas tienen en común la defensa de la vida sobre la muerte, los lazos intercomunitarios y el amor propio, que prevalecen al sufrimiento y a la anulación del ser; así como una espiritualidad fundada en lo tangible, en los elementos de la naturaleza que garantizan la vida digna. Esta filosofía de reconexión y optimismo pugna contra una cosmovisión destructiva que ambiciona la competición, la aniquilación del otro y la productividad enferma e ilimitada en un mundo finito. Tres son las líneas temáticas que aborda este trabajo, en cuyos textos se vertebra cuidadosamente el pensamiento andino:

 

El ciclo de la vida: “Killariy”, “Urkukuna” y “Tukyarin”

 

     Las tres canciones permiten comprender la ‘Pacha’ en su encarnación en la Tierra, otorgando protagonismo a elementos de la naturaleza: las cascadas, las montañas y las plantas. La pieza que introduce el álbum, “Killariy”, retoma la imagen del fluir del agua, el silbido del viento y las enseñanzas runas, exponiendo el proceso liberador de reminiscencia y reconexión que la contemplación del volcán Imbabura supuso para la artista. A través del canto nos conecta con los sentidos y lo tangible, combatiendo en la parte rapeada la visión aristotélica y judeocristiana que el patriarcado colonial instauró en América Latina. Con los saberes del río, de los bosques y la vida comunitaria el ser humano se comprende como parte de un todo unánime y al mismo tiempo complementario, consciente de su plan de vida. Este inicio en la vía runa se refuerza en un elogio a las montañas, “Urkukuna”, encabezado con la melodía del charango evocando un atardecer de la cordillera andina, un llamamiento a la vida contemplativa que se conforma a través de la imagen del Jardín, trazando un exquisito paralelismo entre esta cosmovisión y la ética epicúrea, escuela filosófica que también procuraba la amistad, la calidad de vida y la dialéctica como modos de adquirir conocimiento. El llamado a recorrer el camino no es un acto minoritario o elitista, sino una necesidad trasmutable a cualquier punto del planeta y abierta a toda subjetividad. Así, avanzar en el sendero de las montañas se convierte en metáfora de la vida sustentada en el amor:

Me entretengo en los espacios verdes

donde las flores crecen y florecen.

Mi jardín interno, emano felicidad que siento, 

al pisar el frío del suelo y recuerdo que

todo viene de dentro y que es puro amor 

lo que proponemos.

 

     Otra metáfora de la vida se articula en torno a la circularidad del Pacha en la canción que cierra este álbum, “Tukyarin”, la culminación del ciclo de nacimiento, maduración y expiración del fruto. Sobre un beat caracterizado por scratches que imitan sonidos de aves, la artista se identifica con la Pachamama como planta que resiste y se reencarna tras el genocidio de sus ancestros. Así, saludar al “nuevo tiempo de retorno que va llegando” significa para ella abrazar nuevas epistemes que fortalezcan los movimientos que considera relevantes: el feminismo y las luchas ecoterritoriales por la soberanía alimentaria, la calidad de vida y la regeneración de los ecosistemas, entidades vivas que no son meros recursos al servicio del humano y que poseen por ello valor en sí mismos. El impacto del paisaje para reconfigurar el imaginario se presenta en tres momentos dentro del álbum (inicio, medio y final) aludiendo a este devenir cíclico que retorna, trayendo nuevas enseñanzas y recuperando las que el antropocentrismo, el patriarcado en sus múltiples facetas y el genocidio colonial intentaron sepultar. 

 

Ritos, simbologías y saberes propios: “Puka Yuyay”, “Amarumi” y “Siembra”

 

     Estas tres piezas honran la complementariedad, base del equilibrio del cosmos. Con la ayuda de la ‘chakana’ (cruz o arcoíris andino) puede comprenderse la simbología sobre el color rojo, presente en el título del álbum y en una de sus canciones más representativas, “Puka Yuyay”, la reminiscencia del pueblo que restaura su memoria tras una amnesia colectiva o un proceso de disociación: “nos desconectaron de nuestra propia madre, / te recuerdo, acá no llegaron mujeres”. La propuesta de inculturación de Taki Amaru pasa por desmantelar la impronta misógina del imaginario cultural, para poder edificar sobre los nuevos pensamientos epistemes de autonomía y respeto. Así, “Amarumi”, un alegato contra la visión eclesiástica de la serpiente como ser pecaminoso y encarnación de Lilith, introduce la representación andina asociada a este animal, guardián de los secretos de la humanidad y ente mediador entre el arriba y el abajo. La usurpación de la sexualidad de las mujeres se combate en la generación de prácticas que promuevan una educación sexual feminista alejada de la violencia y explotación de sus cuerpos, es decir, basada en el autodescubrimiento y en el disfrute consensuado por sus participantes, y no en el cumplimiento de roles de género asociados a la maternidad tradicional o a la vida marital. 

     Por otra parte, el rojo en la chakana representa el sonido de la voz, mientras que el azul, indica agua y remite a lo auditivo. Así se establece el nexo entre el rap, palabra presente, que ha de encontrar unos oídos dispuestos a escuchar, contribuyendo a la materialización de los sueños, idea motriz de este álbum. La carátula del disco, en violeta (unión cromática del rojo y el azul), prioriza la imagen de la mazorca, aludiendo a este mestizaje ch’ixi en la materialidad del alimento que sacia el hambre física y espiritual; unas veces es rojo y otras es azul, pero en su vínculo y trabajo colaborativo reside la fuerza y el equilibrio. La proyección de la Pacha como cronotopo cultural se homenajea en el track “Siembra”, elaborado a través de sonidos característicos de la festividad del Inti Raymi, la celebración más importante en el calendario incaico, un agradecimiento al Sol por la cosecha. Así, las energías del sol, ligadas al rojo, al fuego y a lo masculino, convergen simétricamente con las vinculadas al azul, al agua y a lo femenino, simbolizadas en la serpiente. 

 

Manifiestos libertarios: “Warmi Hatari” y “Humanidad”

 

     El halo místico y épico de esta obra deviene ecofeminista en el encuentro de estos dos manifiestos, ya que en la poética de Taki Amaru vislumbramos una crítica al antropocentrismo presente en las culturas occidentales, que construyen la noción dicotómica de lo humano desde una supuesta superioridad moral frente a los animales y los ecosistemas. La vuelta a lo indígena, esbozada magistralmente en “Humanidad”, retoma la noción runa de “persona”, ofreciendo una alternativa en la que no se establezcan dichas jerarquías entre los demás elementos de la naturaleza. Su propósito es claro: el reconocimiento del ser humano como cuerpo mutable, sujeto a la transformación de la naturaleza en el Pacha. Esta ontología exige el respeto al resto de seres que componen la Pachamana, o materialización en la Tierra de este espacio-tiempo. La necesidad de preservar el ecosistema dándole lugar para regenerarse y combatir la violencia contra la Madre Tierra, resulta análoga a su vez en “Warmi Hatari”, himno que denuncia la violencia estructural y episódica que experimentan las mujeres de la comunidad, que es a su vez un llamamiento universal hacia el autocuidado y la defensa de las genealogías de saberes femeninos. Estas dos piezas incluyen más texto en español que en kichwa, pues además de sus reflexiones introducen proclamas y vindicaciones explícitas que han de ser escuchadas por el público hispanohablante, a quienes se desafía a transformar su cosmovisión en pro de un mundo en el que la justicia ecosocial no sea algo utópico.   

     En la Mafiandina observamos este propósito desvelador del prejuicio, que busca hacer caer las sombras de la antropocéntrica civilización occidental, negadora de la organicidad del ser y su interdependencia con el ecosistema. Esta desconexión con la naturaleza es, para la rapera, consecuencia de la angustia existencial irresuelta en el pueblo latinoamericano; y en especial, en la juventud. Pocos artistas del rap logran como Taki perfilar desde su obra un retrato tan fiel de la realidad más penosa del continente, la de sus gentes violentadas en el expolio de la tierra y los recursos básicos de subsistencia. Al mismo tiempo, propone la pedagogía andina como reminiscencia, en una voluntad por aprehender de lo que siempre estuvo ahí, latente, en la “semilla nativa”, que busca germinar con vitalidad entre tantos pensamientos limitantes. Su trabajo persigue la inculturación, la vuelta al saber originario en resistencia contra las formas de violencia patriarcal, epistémica, económica y ecológica que asolan el continente, un propósito arraigado en el rap latinoamericano de un sinnúmero de raperas que se reconocen en el cruce de lo mestizo como forma vital de sabiduría.

SUSANA PINILLA ALBA

Es Graduada en Filología Hispánica, Máster de Educación por la Universidad de Málaga (España). Doctoranda y docente en el Departamento de Ciencias de la Literatura y Estudios culturales de la Universidad de Wuppertal (Alemania).

Casa grande y Senzala

LECTURAS DOCENTES


EMIR REITANO


Casa-grande y Senzala (1937)
de Gilberto Freyre

casa-grande

     Corría el año 1985 y me encontraba frente a la novedosa experiencia de cursar Historia Americana Colonial con quien más tarde sería mi mentor y director de tesis, el Profesor Carlos Mayo. Personalmente, siendo un joven estudiante, no sabía con certeza a qué campo de la historia dedicaría mi futura vida académica, tampoco imaginaba cómo construirla o cómo abocarme a ella. El estudio de la Historia Americana Colonial fue para mí el ingreso a un mundo desconocido hasta ese momento: el Canadá Francés, la colonización de América del Norte, el espacio caribeño con sus holandeses y el Brasil colonial fueron poco a poco llenando mi horizonte intelectual. Sin embargo, un libro en particular me colmó de curiosidad, generándome un profundo interés sobre la historia del Brasil portugués. 

     Carlos Mayo, al explicar a sus estudiantes el mundo del ingenio azucarero y su dinámica colonizadora del Brasil, como con tantos otros temas, no se detenía en detalles dogmáticos para desentramar complejas estructuras teóricas. Mayo en sus clases exponía con total facilidad desde lo más sencillo de los personajes la diversidad de la trama social y sus diferentes actores. No tenía necesidad de explicar complicadas teorías para hacernos comprender ese mundo que quería evocar y por ese motivo al hablar del Brasil colonial leía fragmentos de esta obra que llegó a despertar mi interés. A través de la lectura en clase de parte de este libro fundamental de Gilberto Freyre, me llegaron imágenes del mundo colonial del nordeste de Brasil que pasó poco a poco, a ser parte de mi mundo. ¿Quién era ese autor de Brasil, desconocido para mí que explicaba con un lenguaje que no parecía académico las intrincadas estructuras de la sociedad colonial azucarera de manera tan diferente? En aquellos años, carentes de información por internet y sus redes, supe rápidamente que la biblioteca de la Facultad de Humanidades tenía dos ediciones en castellano del libro de Gilberto Freyre. La primera editada en Buenos Aires por la pionera Biblioteca de autores brasileños en 1942 y una segunda edición, realizada por la Biblioteca Ayacucho de Caracas en el año 1977 con prólogo de Darcy Ribeiro. Este estudio preliminar me llevó también a conocer mucho más de la obra de su autor y el impacto que la misma tuvo en su época.  

     Casa Grande y Senzala es un libro múltiple y complejo. Publicado originalmente en 1933 posee un lenguaje único y novedoso. Es un libro pionero para la Antropología, la Sociología, la Historia de la vida privada, la Historia de la sexualidad y la Historia de la cultura. Es todo y nada de ello a la vez. Combina la riqueza del lenguaje poético literario con una sólida fundamentación heurística que se sostiene a lo largo de toda la obra. El instinto anticonvencional parece animar a Gilberto Freyre para la composición de Casa Grande y Senzala, con su franqueza en el tratamiento de la vida sexual del patriarcalismo y la importancia decisiva atribuida al esclavo en la formación más íntima del Brasil colonial. Incluso, por el volumen de información que maneja resultante de la técnica expositiva, Casa Grande y Senzala es un puente entre el naturalismo de los viejos intérpretes del Brasil como Euclides da Cunha o Capistrano de Abreu (autores a los que llegué luego de su lectura) y los puntos de vista más específicamente sociológicos que se impusieron a partir de 1940. La preocupación que tenía el autor sobre los problemas de fondo biológico: etnicidad, aspectos de la vida familiar, alimentación y ecología sirvió como soporte para un tratamiento inspirado por la antropología cultural de los autores norteamericanos de entonces. Casa grande y Senzala constituyó una ruptura con la tradición. El encuentro de las raíces afroeuropeas y nativas, el papel del portugués en el trópico y la hora africana del Brasil fue el camino trazado por Gilberto Freyre en la búsqueda de la gran nación mestiza. 

     Lamentablemente Gilberto Freyre no evolucionó intelectualmente a la medida de los tiempos que se avecinaban. Su lenguaje revolucionario en el marco intelectual de los años treinta lo posicionaba en ese momento como un joven que sería la vanguardia del pensamiento brasileño contemporáneo, pero la Sociología, la Antropología y la Historia evolucionaron mucho más deprisa que su pluma. Sus libros posteriores, Sobrados y Mocambos y Orden y Progreso, que venían a cerrar la trilogía que el autor se había propuesto, no tuvieron el impacto ni la recepción que tuvo su primer libro. La democracia racial era un concepto muy difícil de sostener a través del tiempo y muchos autores como también los hechos de la vida cotidiana en sí mismos pudieron corroborar los errores de Gilberto Freyre dentro de ese campo. Distanciado de las nuevas perspectivas analíticas, Gilberto Freyre terminó sus días escribiendo ensayos y novelas. 

     Más allá de esto debemos rescatar mucho de Casa Grande y Senzala. Es un libro motivador, disparador y pionero para los estudios de la historia de la cultura, de la familia, de la sexualidad y de la vida privada. Nos permite saber a través de un lenguaje florido sin descuidar el trabajo con fuentes, que se puede escribir historia cautivando al lector, encontrar empatía con él e inspirarlo a seguir, dejando muchos cabos sueltos en el camino como en un juego de laberintos. Freyre me motivó, despertó nuevas curiosidades en mí y me condujo en una travesía intelectual hacia ese Brasil que todavía, a casi cuarenta años de aquel primer encuentro, sigue generándome interés y muchas nuevas preguntas a las que seguiré buscándoles respuestas. Hoy todavía, a noventa años de su publicación, su lectura se hace imprescindible para iniciar ese fascinante periplo por la historia del Brasil colonial.

EMIR REITANO

 Es profesor y Doctor en Historia egresado de la FaHCE – UNLP. Profesor Titular de  Historia Americana Colonial; Director del Centro de Historia Argentina y Americana y Coordinador del Programa Interinstitucional El Mundo Atlántico en la Modernidad Temprana