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El archivo como gesto (2022), Mario Cámara

ENSAYO
VICTORIA COCCARO


El archivo como gesto. Tres recorridos en torno a la modernidad brasileña (2022)
de Mario Cámara

camara

       En El archivo como gesto. Tres recorridos en torno a la modernidad brasileña, Mario Cámara pone en práctica una sutil sensibilidad crítica de la que ya han dado cuenta sus libros anteriores, Cuerpos paganos, usos y efectos en la cultura brasileña y Restos épicos. Relatos e Imágenes en el cambio de época. Este tercer ensayo confirma la consistencia de un trabajo investigativo que se anima a atravesar diversas disciplinas artísticas (literatura, artes visuales, arquitectura, performance) porque sabe que desde ese cruce y esa heterogeneidad se ponen en marcha las formas de pensamiento que necesitamos para habitar nuestro complejo presente. En este sentido, Cámara apunta a nociones sustanciales a las preocupaciones teóricas y críticas contemporáneas –cuerpos, temporalidad, archivos, restos– para volver a tramar la reflexión estética sin nunca perder de vista las múltiples relaciones y activaciones entre el arte y la política. 

 

     En Cuerpos paganos el autor se focalizó entre los 60 y los 80 brasileños para reflexionar sobre las potencias transgresoras de las nuevas figuraciones corporales que las prácticas artísticas activaron en aquellos años. Luego, en Restos épicos, indagó en una constelación de obras literarias y visuales que en la coyuntura latinoamericana del cambio del siglo XX al XXI reelaboraron emblemas emancipatorios (lucha, revolución, militancia) problematizando herencias y lecturas del pasado. En El archivo como gesto parte de la premisa de que trabajar con el archivo es modular temporalidades: las prácticas artísticas devienen, en su lectura, máquinas del tiempo, o mejor, de los tiempos, de la multiplicidad de historias que vibran en lo que nos antecede. Las máquinas del tiempo se vuelven, allí, alquímicas, en tanto relacionarse de un modo diferente con lo acaecido es transformar lo por venir. El movimiento es doble. A la vez que se ponen en duda sentidos y relatos que han permanecido demasiado –sospechosamente– sólidos, señalando, entonces, su complicidad con violencias sobre cuerpos, materias y espacios, se crean otros presentes y otros futuros. Operar sobre el archivo, en la línea propuesta por Cámara, responde a una redistribución en clave ranciereana, sus efectos son trastocamientos y variaciones permanentes del sentido. 

 

     En el trabajo de tres artistas brasileñas contemporáneas, las instalaciones de Rosângela Rennó, las pinturas y esculturas de Adriana Varejão y la escritura de Verónica Stigger, el autor analiza diferentes operaciones que responden al deseo de no dejar de trazar caminos entre los estragos del siglo XX, un hacer con los destrozos que, como el gesto del ángel de la novena tesis de Walter Benjamin, puede, tal vez, construir una historia distinta. Un hacer con restos, espectros y vestigios que no implica, sin embargo, una sutura tranquilizadora sino exhibir, como advierte Cámara, a la modernidad brasileña como ruina y, entonces, en cortocircuito con un relato hegemónico articulado por el progreso y la integración.

 

     Siempre se lee, nos enseña el crítico, desde una coyuntura. Así, el ensayo parte del asesinato de la concejala Marielle Franco por un grupo parapolicial en marzo del 2018 para poner de manifiesto que la arena del tiempo es siempre, más bien, una polvareda que se levanta entre fuerzas reactivas y activas, de violencia y sojuzgamiento y de reivindicación e intervención. Allí, decíamos, se construye un presente, imagina un futuro y disputa un pasado. 

 

     En esa disputa intervienen los objetos del arte y la literatura que se analizan en El archivo como gesto. Una de sus singularidades, advierte el autor, es que leen la historia en cómo ha sido olvidada; abordan, entonces, al olvido como tecnología de la historia. De este modo, si bien archivo y olvido están articulados, continúa el crítico, también es a partir de ahí, de esas faltas, que el archivo siempre podrá modificarse y reordenarse para hacerlo emanar nuevos sentidos y destellar otras presencias. Allí, junto con Mario Cámara podemos afirmar que el arte inventa maneras de dar una nueva actualidad a eso que tal vez nunca fue escrito. Leer lo no escrito es disputar el sistema de enunciados de lo que puede ser dicho. 

 

     La artista como archivista, o bien, como profanadora del poder arcóntico del archivo –para referir a la perspectiva que Derrida desarrolla en su libro Mal de archivo y en la que abreva el ensayo de Cámara– es la que hace cortes, saltos, montajes, ensamblajes, “reenmarques”, al decir del crítico, que dan lugar a otras voces y otros relatos. Así, el autor expone cómo los trabajos de estas tres artistas brasileñas contemporáneas reabren el siglo XX mediante la creación de contraarchivos que reescriben relatos hegemónicos, anarchivos que destruyen el orden del archivo y alterarchivos que trazan otro recorrido, o bien, dan luz a otros materiales que no necesariamente se vinculan con un relato hegemónico. En este último caso, precisa Cámara, se trata de la construcción de un archivo y un patrimonio alternativo, un pasado otro y, por ende, nuevas –e inesperadas– herencias. 

 

     La puesta en crisis del modelo desarrollista de la modernidad no ocurre solamente porque estas prácticas artísticas la exhiban como ruina y delaten, muchas veces, su faz siniestra. Ocurre también en acto, en cómo trabajan con una lógica muy diferente a la del tiempo lineal, homogéneo y vacío con que tradicionalmente se construye todo relato histórico. En ellas, revisar, reordenar, destruir o fundar nuevos archivos produce un temblor y estallido del cronos. No es que deja de existir el tiempo sino que este se vuelve a tejer pero con otras agujas a las del reloj. Se usan, más bien, las de la anacronía y las supervivencias y el resultado es una textura porosa a la emergencia de orígenes alternativos. Contra cualquier modelo desarrollista y evolutivo, en los trabajos de estas tres artistas, nos enseña Cámara, el origen es tomado en su contemporaneidad y coagencialidad con el presente, “el tiempo siempre es un tiempo-con”, precisa el autor. Así, se anima a pararse en y leer desde la impureza temporal que las obras convocan o, más bien, componen. 

 

     El archivo, agrega, “nunca es un espacio neutro, sino un sitio que oculta y hace ver, clasifica y construye el espacio público de lo decible y lo visible”. Para introducirse en ese juego de luces y sombras construye un ajustado andamiaje conceptual que no por riguroso deja de ser aprehensible. Cada capítulo propone indagar un modo de trabajar con y sobre el archivo: omisiones, incisiones y aperturas. 

 

     En el primer capítulo, parte de las instalaciones de Rosângela Renno para pensar la construcción de la cárcel de Carandirú en intersección con la Semana de Arte Moderno durante los años veinte del siglo pasado. Como se advierte, en la práctica crítica de Mario Cámara los objetos de análisis funcionan no solo como trampolines para el salto en el tiempo sino también como tenazas con las que hundirse en la bifrontalidad de sus eventos. Así, el trabajo sobre un vasto archivo de imágenes fotográficas provenientes de lo público (estatales, mediáticas) que Rennó viene llevando adelante desde comienzos de 1990 es el punto de partida para reflexionar sobre una serie de omisiones en (y por) la euforia modernista que recorre el siglo XX brasileño. Pero la sagacidad crítica de Cámara hace que la omisión no sea un mero modo de nombrar las insistentes exclusiones tramadas por los relatos hegemónicos, sino que advierte cómo, en las instalaciones de Rennó, se convierte en procedimiento. Se trata, sostiene el autor, de borramientos y sustracciones que, paradójicamente, hacen ver cuerpos y rostros mientras indagan en las formas de producción y circulación social de las imágenes fotográficas. Al opacar las identidades constituidas por diversos documentos (carnets, libretas de trabajo, registros penitenciarios, etc.), la artista da vuelta como una media al retrato fotográfico en tanto dispositivo de captura, control y clasificación, analiza el crítico. Lo que aparece es, más bien, “el rostro como un mapa de singularidad”; lo que fulgura allí es “la presencia anónima de una vida cualquiera”. El trabajo de Rennó, reflexiona Cámara, avanza sobre la parte invisible de lo visible, es decir, sobre aquello que del dispositivo de documentación escapa a su voluntad clasificatoria. Como decíamos, el autor advierte en estas instalaciones una doble operación: si bien rescatan del olvido voces inaudibles, evidencian, a la vez, el mecanismo que posibilitó o, aún más, produjo ese olvido.

 

     La urgencia de pasarle a la historia el cepillo a contrapelo que declara Walter Benjamin al final de su séptima tesis –y que los trabajos que se analizan en El archivo como gesto parecen oír– no es la de escribir otra historia inversa a la hegemónica que la reemplace y sirva como modelo, sustituyendo un héroe por otro, sino desmantelar su modo de funcionamiento para practicar, a partir de allí, otras maneras de la narración histórica y, por ende, otras temporalidades a la del desarrollo. No se trata, simplemente, de contar otra historia, sino de reinventar la tarea del historiador. Lo que en El archivo como gesto queda sugerido es que la práctica histórica tal vez pueda reinventarse si se deja imantar por prácticas artísticas como las que analiza Mario Cámara. 

 

     En esta línea, el autor advierte que la recuperación que Rennó realizó del archivo de carnets de los trabajadores y las trabajadoras que participaron en la construcción de Brasilia no tiene como objetivo “hacer memoria” para crear otro relato que haga de los olvidados nuevas figuras monumentales, reemplazando, como decíamos, un héroe por otro, sino construir un contramonumento mucho más incómodo, abierto y difícil de neutralizar, que si bien erosiona estereotipos, jerarquías y clasificaciones, no sutura un nuevo sentido y relato. Más bien deja a esas imágenes fulgurando, acechando. 

 

     Este primer capítulo va de los rostros fantasmales de las instalaciones de Rennó a los trances carnavalescos fotografiados por Arthur Omar como dos vertientes de un mismo movimiento que problematiza a la identidad como algo fijo, cerrado, unívoco, estable, “universal”. En los retratos de Omar, sostiene Cámara, gestos, bocas, ojos y lenguas “desrostrifican”, despliegan la paradoja de retratos que –como los de Rennó– no coagulan una identidad. Así, tras la enseñanza de Aby Warburg, el crítico percibe en las fotografías de Omar intensidades afectivas ancestrales y advierte, en el gesto, el trazo de esas potencias arcaicas. Rostros en fuga y estallido del cronos, afirma Cámara, anidan en la serie de Arthur Omar, otro de los contraarchivos que se revelan en este libro.

      El capítulo dos, Incisiones, se focaliza en la problematización del barroco que activa la obra de Adriana Varejão. Una de las mayores virtudes de la sensibilidad crítica de Cámara es ese saber escuchar las múltiples capas temporales y de sentidos que convocan los objetos analizados. Así, las constelaciones que anidan en cada capítulo de El archivo como gesto emanan de cada una de las obras estudiadas. 

 

        La propuesta de acercarse al barroco como archivo en disputa se nutre de la invitación de Haroldo de Campos a considerarlo “un proyecto de modernidad alternativa” que, como las “desrostrificaciones” de Arthur Omar analizadas previamente, experimenta una lógica que no responde al desarrollo y una idea no esencialista de lo nacional: un “siendo no nacional”, al decir de Cámara. Las incisiones a las que refiere el título no solo describen los cortes supurantes que ocupan, por ejemplo, las pinturas al óleo de Varejão que se analizan con exhaustividad en este apartado, sino que conceptualizan, principalmente, las intervenciones sobre un dispositivo visual y un discurso colonial, patriarcal y esclavista. Agujeros, desfondamientos, supuraciones, tajos, desbordes, reelaboraciones, reapropiaciones son variados procedimientos a través de los que Varejão construye el “detrás de escena” del relato hegemónico de la historia brasileña, desmantelando la contracara violenta de una historia nacional que el barroco como estilo pretendió apaciguar, sostiene el autor. En las obras que se analizan el barroco emerge más bien como una potencia de lo informe que asedia la mirada y desestabiliza cualquier sutura y figuración estática, “un fondo magmático que el trabajo de la forma parece incapaz de domesticar”, precisa Cámara. 

 

      A medida que avanzamos en el capítulo vemos que las incisiones de Varejão, como los “reenmarques” sustractivos de Rennó, no tranquilizan. Tanto pinturas como esculturas –esas “ruinas modernistas” que, en palabras del crítico, Varejão construye– exhiben conflictos sin resolución y conforman un archivo anárquico (un anarachivo, al decir de Cámara) de “crueldad y descontrol”. 

 

     El capítulo tres, Aperturas, traza un nuevo vector del poliedro que el crítico construye para exhibir la (otra) modernidad brasileña, en este caso, uno que va de la literatura de Verónica Stigger a escrituras de viajeros por el Amazonas y poemas de Raúl Bopp para indagar sobre cierta configuración de la región amazónica como “otro” absoluto e inestable que erosiona cualquier fijeza de identidad pero, a su vez, como materialidad de la que se puede extraer de forma ilimitada e indiscriminada. Sin embargo, allí, gracias a la potencia alquímica de la literatura de Stigger, la selva amazónica se convierte en modelo para pensar la historia: el “Amazonas como paradigma de historización”, precisa el autor. Región inacabada, en perpetua formación, voluble, oscilante, resonante y con un suelo magmático en el que se hunden y del que brotan presencias imprevistas, desde donde es posible construir “una historia plural, sin origen, y hecha de invenciones” o lo que Cámara denomina un alterarchivo. Leída a la luz del siempre lúcido Raúl Antelo, la escritura de Stigger convoca una historia que desacata la idea de un origen único y unificado, así como las nociones de centro y periferia u original y copia. 

 

     El gesto que se analiza en Stigger es el de la reficcionalización del relato histórico, lo que no debe entenderse como la desidia del decir “todo es ficción” sino como la plena potencia de la ficción para abrir otro origen, inventar otro pasado y relacionar lo sido con el ahora. En palabras del crítico, no se trata aquí de una “historia novelada del modernismo” sino de que “a través de la ficción se ilumine otra forma de leerlo”. En este sentido, los objetos que se investigan en este libro son, además de máquinas del tiempo, máquinas de lecturas. 


      Néstor Perlongher visita todos los capítulos de El archivo como gesto, sin embargo, es en las últimas páginas que adquiere su lugar protagónico. Cual Virgilio carnavalesco y ochentoso, guía a Cámara por lo que –inspirados en este ensayo– podríamos llamar un altertrayecto, un recorrido otro de la ciudad que descubre una “San Pablo pulsional, antigua y arcaica, tribal y nómade”. El lente Perlongher la revela habitada por movimiento, nomadismo, flujos, fugas, sexo, marginalidad, nocturnidad,  en definitiva, como un territorio de deseo desbordante que desmiente el orden y el progreso, la organicidad y la integración, el desarrollo económico y la ascépcia que tradicionalmente han constriudo a San Pablo como emblema de la modernidad (de una modernidad). La ciudad, en definitiva, como un archivo a cielo abierto que Perlongher, nos dice el autor, ha intervenido con escrituras y recorridos que hacen ver y oír esas otras lógicas y otros cuerpos que también forman parte del presente y, entonces, de cómo leemos y desleemos al pasado. Allí, El archivo como gesto no es solo una fuente de inspiración sino una precisa y preciada arma de lucha para construir las historias deseadas y defender las vidas inventadas: las que queremos vivir e imaginar. Este ensayo nos recuerda, una vez más, que nunca debemos dejar de  tramar y retramar los tiempos para proyectar futuros habitables y queribles después de los fines de mundo que venimos atravesando.

VICTORIA COCCARO

Es poeta, investigadora, traductora y Doctora en Letras (Universidad de Buenos Aires). Ha publicado los libros de poesía: El plan (Colección Chapita, 2009), Hotel (Colección Chapita, 2011; Gigante, 2013); Eléctricos de sombra (Fadel&Fadel, 2016), El mar (Lomo, 2018) y Decir (Slimbooks, 2020).



Modo linterna, Sergio Chejfec

NARRACIONES

IGNACIO BARBEITO



Modo linterna (2013)
de Sergio Chejfec

Modo linterna

 

El merodeador

     La del merodeador es una figura sometida a sospecha. Para quienes observan su andar vacilante, su indefinición es causa de inquietud y alerta. La época que otorgó cartas de ciudadanía académica a las filosofías de la sospecha no se las avino del todo bien con aquellos que se resisten a ser identificados, moviéndose de un lugar a otro. Las filosofías de la sospecha definen a sus enemigos, los asedian sin cesar, de todas las maneras posibles, y con ello ganan su derecho de residencia, siempre y cuando sepan mantener en pie al enemigo. Pero con los merodeadores no se sabe: ¿cuáles son sus propósitos? 

 

     Las narraciones de Sergio Chejfec incluidas en Modo linterna (2013), así como otras que les anteceden, portan todos los atributos de un paciente merodeo en torno a lo que podemos llamar, con él, la experiencia. En este estrato de la existencia humana convergen realidad y literatura. Es probable que solo un argumento comercial pueda persuadirnos de que las narraciones incluidas en Modo linterna son cuentos, tal como se anuncia en la tapa del libro, editado por Entropía. Su lectura, en cambio, nos exige desprendernos de afanes taxonómicos para entregarnos a un repertorio de derivas descriptivas más atentas a la escansión del espacio que a la sucesión temporal. Lo que parece presentarse como un cuento desemboca en una digresión ensayística o en el esbozo de un proyecto de escritura, como si, recordando a Saer, la narración se desarrollase a la manera de una praxis que segrega su propia teoría. Igualmente, lo que se asemeja a un ensayo se ve de pronto interrumpido por el relato de una anécdota o de un encuentro entre dos viejos conocidos. En la confusión de géneros, justamente, Benoît Coquil ha identificado una de las estrategias formales de las que se sirve Chejfec para hacer de la lectura de sus textos una prueba de paciencia y errancia.

      Por otra parte, las narraciones de Chejfec se asemejan más a ejercicios de documentación y exploración antropológica que a relatos ficcionales. Su método, si cabe llamar así a lo que les otorga una forma, emula una caminata sin destino prefijado. Caminata, y no paseo; en este último Chejfec advierte una inclinación a la complacencia, contraria a la experiencia de la simultaneidad multifacética de la que procura dar cuenta. Por supuesto, estas narraciones no dejan de ser ficciones, en el sentido de ser algo construido y artificialmente dispuesto, pero la clave de su lectura no pasa tanto por la identificación de personajes o por el seguimiento de una trama que se desenvuelve progresivamente hacia una conclusión. Se trata, antes bien, de acompañar el barrido de una mirada a través de su expresión lingüística, abordando la escritura como el registro de lo percibido durante un desplazamiento a pie y algo caprichoso por el espacio circundante del narrador.  A los narradores no debería exigírseles mucho más, según reflexiona uno de los difusos personajes del relato “Una visita al cementerio”; no más que “una irradiación discontinua, por otra parte sin resultados garantizados”. 

     Las ficciones de Chejfec no ratifican la decisión de no verdad a partir de la que se despliega el territorio de la literatura moderna. No se inscriben ni deliberada ni inevitablemente en el campo de lo imaginario. Por el contrario, el régimen de verdad que impide a la literatura el ejercicio de la atribución de decir lo real resulta suspendido por un registro de escritura que va hacia las cosas tal como estas se manifiestan, no precisamente en una presunta objetividad sino en una construcción o escena cuyo montaje es de factura humana. De aquí que cuanto más riguroso se torna ese registro más vacilante e intangible se presiente la realidad de lo que se ofrece a la percepción. En este punto, la densidad de la experiencia y la espesa selva virgen de lo real se confunden sobre un mismo plano. Un plano, de nuevo, incierto. Ni primacía del objeto ni soberanía del sujeto; antes bien, el incesante restablecimiento y disolución de ambos en el entre dos del lenguaje.

     De aquí la importancia del paisaje, recurrente protagonista de los relatos de Chejfec, pero también objeto de una persistente reflexión. Por una parte, el protagonismo del paisaje, como experiencia atiborrada de enlazamientos temporales y espaciales, a menudo antojadizos; su retraducción a signos escritos, su alojamiento precario en el horizonte mental de los eventuales narradores y la certeza de su transfiguración en el curso del tiempo bloquean el riesgo siempre latente de su naturalización. En los relatos de Chejfec, por el contrario, la inmediatez artística del paisaje es sometida a un conjunto de operaciones de desacople y problematización, que fuerzan a interrogarse por la historicidad y por el carácter artificioso de lo que se ofrece a la mirada, impidiendo su idealización. Así, en “Donaldson Park” la disposición armónica del paisaje encubre una despiadada lógica de transformación económica. Por otra parte, el observador no es un mero contemplador: la asimilación artística del paisaje resulta evidenciada en su simbiosis ideológica o, como en “El testigo”, en una arbitrariedad subjetiva que no se sustrae a la confrontación entre memoria y presente, tornando al observador un ser fronterizo, sometido a una inquietante inestabilidad.  

     A un procedimiento de algunos parecidos respecto del empleado por Chejfec, Annie Ernaux lo denominó “escritura fotográfica” y Rudy Kousbroek “fotosíntesis”. Sobre el umbral del fin de la Historia, donde los hombres merodean desocupados, sin rol histórico que cumplir más allá de las mil premuras que embargan su cotidianeidad, en la fotografía se presiente una nueva infancia para la literatura. De alguna manera, este es el tema de otro de los relatos incluidos en Modo linterna, “Novelista documental”: el valor documental de la fotografía y las circunstancias de producción del documento fotográfico se convierten en la condición de posibilidad del relato. Ya no la historia como literatura ni el escritor buscando un entierro decoroso ante la intimidante sucesión escalonada de marmóreos prodigios; pero tampoco la verdad. Lo que cuenta ahora en relación con la literatura es su relevancia. Se trata de dilucidar en qué medida la literatura puede decir algo significativo acerca de un mundo cuyo mobiliario parece ya completamente inventariado. 

     Es claro que desde una perspectiva como la de Chejfec la posibilidad de la literatura de decir algo significativo sobre el mundo no se resuelve ni se resolverá por el lado de lo dicho o por el de los contenidos de la representación, como si uno y otro pudieran disociarse. Si hay una politicidad de las prácticas artísticas y, en particular, de las prácticas vinculadas al trabajo sobre el elemento del lenguaje, esta radica fundamentalmente en su capacidad para volver manifiestas, acentuar u obstruir las formas instituidas de representación y, a veces, el proceso mismo y los efectos de su institucionalización. Desde este punto de vista, es perfectamente comprensible la situación de exterioridad desde la que Chejfec procura elaborar su mirada o, aún más, proponer o, incluso, legitimar un modo de mirar, documentar y testimoniar ajeno a la economía de las emociones que dinamiza la existencia histórica de una comunidad política: “lo mío es esta afuera -se lee en Teoría del ascensor (2017)-; cuando algo no me apela en términos prácticos me siento mucho más comprometido con eso y, sobre todo, curioso”. La tentativa de alcanzar este posicionamiento perimetral no puede equipararse, por cierto, con la ambición de encarnar el punto de vista del ojo de Dios, porque el lugar del sujeto y la identidad del observador también resultan sometidos a idénticas operaciones. De ahí que los narradores de los relatos de Chejfec resulten resbaladizos al examen psicológico, moral o político, como si padecieran incesantemente un escamoteo identitario, a la manera del nouveau roman. 

     Para Chejfec, al igual que para Saer, la experiencia estética ha de preservarse como un modo radical de libertad. Entre otras cosas, esto implica ponerse en guardia contra la tentación de claudicar frente a los requerimientos  de una parcialidad política o social o a sus demandas de acumulación de fuerzas en un escenario de confrontación. Caminar, sí, pero sin atender a los que gritan o formulan interpelaciones directas o indirectas; desplazarse, también, pero no tanto entre la gente, que podría interrumpir con sus requerimientos la cadena libre de asociaciones que provoca una simultaneidad multifacética, como por zonas urbanas escasamente transitadas o sin mayores probabilidades de contacto humano. “Hacia la ciudad eléctrica”, el último de los relatos que integran Modo linterna, propone esta reflexión: 

“por más que los escritores busquemos abrirnos, inspirar y ser inspirados por la realidad, nuestra actividad no es penetrable por los no escritores, y por lo tanto la natural apertura hacia el mundo es percibida como cerrazón, cuando en realidad los cerrados son los demás, y no nosotros”.

     Para el narrador, frente a la curiosidad ávida del escritor, los demás se encuentran como aquellas garrapatas estudiadas por Von Uexküll, es decir, adormecidos en un mundo circundante que les resulta menesteroso, sin experimentar mayores variaciones por largos periodos de tiempo. ¿Podría la literatura contribuir a estimular una nueva forma de sensibilidad? Es posible, parece decir Chejfec, pero solo para pocos, solo para un puñado de exiliados estéticamente intransigentes. Aunque no lo parezca, la posibilidad de una verdadera experiencia estética debe satisfacer para Chejfec una suerte de requisito ético, al que los antiguos denominaron ataraxia. La experiencia estética no es universalizable y el escritor no ha de pretender hacer de su escritura la voz de otros. Solo la paciente sedimentación de una cierta “imperturbabilidad del ánimo” se presenta como el terreno adecuado para el cultivo de una nueva era de la curiosidad literaria, siempre en riesgo de ser ocluida por el fárrago de la simultaneidad de la experiencia social contemporánea. En el domingo de la Historia, la sofisticación parece ser el último recurso de los hombres honestos.

IGNACIO BARBEITO

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba. Su investigación se enfoca en la historia intelectual latinoamericana, la historia de los conceptos y la literatura documental.

Sancamaleón (2001), Sancamaleón

MÚSICA/HISTORIA
EMILIANO TAVERNINI

Sancamaleón (2001)
de Sancamaleón

Todo se compra si todo se vende

emoción en el jingle de un detergente

educa al hombre, hacelo decente

la tele y el fútbol no son suficientes (…)

abran bien los ojos que la fiesta terminó

abran corazones 

que no hay tiempo que perder aquí”

Sancamaleón, “Abrí tu boca” (2004)



     A fines de 2021, con motivo de los veinte años de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, advertí que ciertas memorias sonoras de ese acontecimiento pasaban desapercibidas. El ruido de las cacerolas, de las balas de goma, de las vidrieras estalladas y las sirenas de ambulancias y patrulleros suele ser recuperado en los documentales que abordan el período, no así la música que sostenía el subsuelo de la patria sublevada. Para muchxs, las memorias de la rebelión de 2001 están ligadas a la fusión de hardcore, samba, hip-hop, candombe, funk y ska; a letras que llenaban la boca de palabras que perdían su forma porque eran dichas con bronca y se arrojaban como escupitajos en la cara de un enemigo claramente definido. Estos sonidos irreductibles accedían al habla pública como vibración irrefrenable, pogos nerviosos e intempestivos. A diferencia de amplias zonas de la poesía de los Noventa que confundía transgresión con statu quo, la poesía crítica se aglutinaba promediando el fin de siglo en las letras de rock.

     Resulta un lugar común referir que en 2001 la Argentina caía en el abismo bajo los efectos de una resaca que no la dejaba vislumbrar el futuro a corto plazo, mientras el pueblo pagaba la fiesta de los años menemistas y la triste austeridad de los años delaruistas. En agosto de ese año, una banda formada por Federico Cabral (voz) y Diego Fares (guitarra) se juntaba en su sala de ensayo y grababa en una computadora personal su primer demo, bautizado con el nombre del grupo, Sancamaleón. Completaban la formación Román Montanaro en percusión, Patricio Pérez en piano y teclados y Nicolás Moauro en batería. El disco fue producido por Hernán Bruckner, guitarrista de Árbol, banda que todavía no había llegado a los niveles de popularidad posteriores a Chapusongs (2002). 

     En Sancamaleón el malestar de la cultura emerge a lo largo de seis tracks: 1- “El camino”, 2- “Un día de estos”, 3-“Carne” (intro), 4- “Carne”, 5- “Arriba!” y 6- “Sambódromo”. El arte de tapa del CD juega con el absurdo y el humor que va a ser característico en el diseño del primer disco de estudio oficial Cancionero para niños sin fe (2004), pero también en las intervenciones realizadas desde la página web sancamaleon.com.ar (que lxs curiosxs pueden recuperar a través de archive.org). Desde nuestro presente observamos esa fotografía como un cuadro de época. A simple vista parece jugar con la idea de un adolescente que quiere seguir durmiendo hasta tarde, que está dado vuelta y confunde la cama con un placard. Sin embargo, una vez que le damos play al disco advertimos que las letras y las melodías complejizan ese minimalismo y el mueble comienza a tornarse cajón mortuorio, tal vez autoconciencia de la acechanza de un nuevo filicidio de las juventudes argentinas.

     El proyecto era completamente autogestivo y contó desde el comienzo con ingeniosos videos realizados a muy bajo costo por Juan Cabral, hermano del cantante, que contribuyeron a posicionar a la banda en un marco federal mediante las emisiones que en la madrugada realizaba la señal de cable Muchmusic. El video del primer corte, “El camino”, continuaba la línea estética de Pizza, birra, faso (1997) de Adrián Caetano y Bruno Staganro y se leía en espejo con el pasaje de los niñxs de “11 y 6” (1985) a los adolescentes de “El chico de la tapa” (1990) en la obra de Fito Páez. Son los tiempos del Frente Vital retratado por Cristian Alarcón en Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) y la liberación violenta es una salida deseada, mítica, momentánea, anárquica y contraépica que se condensa en el videoclip de Cabral. La imagen de dos niños expropiando al capital financiero y a una juguetería es una secuencia sincrónica a la organización de los primeros saqueos a supermercados en el conurbano bonaerense.  

     En el proyecto de Sancamaleón pervivía una ética del trabajo independiente que se remontaba a la tradición de los progresivos de los sesenta-setenta y que unos años después cristalizó en la emergencia del “indie” del siglo XXI. Si bien Zeta Bosio seleccionó un tema del grupo (“Flotar”) para su cuádruple panorama Gen 00 (2001), tomaron la sabia decisión de no subirse a ese caballo. Oportunidades no les faltaron. En aquel 2001 Daniel Hadad era uno de los formadores de opinión mediática más importantes en la defensa de las políticas económicas de Domingo Cavallo y dedicó un programa a perseguir el videoclip de “El camino”, que posteriormente fue censurado por el COMFER. Cuenta la historia que hasta el productor de Jorge Rial quiso tentarlos con dólares y visibilidad para llevarlos a su programa de chimentos.

     Los muchachos de “Sanca” nos invitaban a oír el tic tac de la bomba que estaba a punto de estallar, hacían perceptible un cúmulo de tensiones sociales que sí o sí debían canalizar en la acción directa por vacancia de representación política y que incluso anticipan la momentánea confluencia de piquetes y cacerolas: “Veo que llegó la hora / de que las cabezas empiecen a rodar, tictactictac / en tu trabajo, estás cavando / la tumba que vas a usar (…) Un paso al frente / hijo de perra vas a ver lo que es sufrir / estás condenado / a lamerle el culo a una AFJP / Arréglense bien, sirvan el cocktail, / la cosa se está poniendo fea / la mascota se cansó / de que la traten mal y ahora está mirando para acá”, amenazaba “Un día de estos”. En este tema también hallamos en estado embrionario una recurrencia de la literatura argentina post 2001, la de los futuros distópicos que quizá tenga en el 2492 imaginado por Tato Bores en “El misterio de la Argentina” (1992) un inspirador: “y había una vez un país en el sur / ¿por qué no está? / nunca sabremos bien”.

     Las letras funcionan como exorcismo de la cultura del consumo “no quiero agrandar mi combo, / y un día de estos voy a explotar” y contribuyen a darle al cuerpo un lugar preponderante. En “Carne” se confía más en las verdades de ese lenguaje que en los discursos articulados que se revisten de falsedades e hipocresías: “me dan asco las palabras / arreglemos nuestros / problemas en la cama”. El cuerpo también se convierte en sinónimo de una alegría popular, plebeya y murguera que puja por un poco de oxígeno mediante un baile liberador y carnavalesco que pone el mundo patas arriba: “Quiero dejar de pensar / y que mi cuerpo / se mueva por sí solo / quiero arrancarme la cabeza / quiero que crezca la maleza / no quiero más el bajón / quiero aprender a sambar”, dice “Sambódromo”. En los shows en vivo este tema permitía aliviar el agite de los pogos y funcionaba como ritual de celebración de las esperanzas compartidas.

     El demo sintetiza la bronca que se vivía en la calle antes de que el adjetivo definiera el resultado de las elecciones legislativas de octubre. Las puertas que permitían sortear el nudo gordiano de la coyuntura son representadas como pasajes a cierto misticismo indoamericano que lleva a la banda a una búsqueda de los orígenes que se entrelaza con el descubrimiento de la riqueza cultural andina.

     La imagen del relámpago, trabajada como concepto por uno de los poetas más interesantes del período, Martín Gambarotta en Seudo (2000), acontece en “El camino”: “lanzas de fuego que cruzan la noche, somos miedo en tu cara embalsamada”. Hay una experiencia social condensada en esos versos, una equivalencia entre juventud y violencia “no nos jodan porque somos violentos” que realiza un montaje de distintos momentos históricos y permite ofrecer como programa de resistencia la recuperación de memorias hasta entonces negadas, así como una mirada federal de la crisis política contemporánea: “Quiero un país / que mire hacia adentro / del tiempo del viento / un ojo inmenso / y no te olvides de lo que pasó” escuchamos en “La venganza de la pachamama”, tema que le da nombre al segundo demo grabado en vivo en 2002.

     Sancamaleón fue parte de ese enunciador colectivo que surgió al calor de la crisis de 2001 y que conectaba en una amplia red a la escena del under de la que participaban entre tantos otros grupos Dios, Nuca, Resistencia suburbana, Las manos de Filippi o Actitud María Marta. Eran propuestas híbridas que configuraban nuevas subjetividades y acogían al oyente en territorios precarios, marginales, de cruces dinámicos, creativos, solidarios y resistentes. En estos espacios lxs músicxs con más ruedo oficiaban como productorxs, compañerxs de fecha, guías o promotorxs de quienes recién se incorporaban al circuito. 

     La noche del 30 de diciembre de 2004, mientras llegaban las primeras noticias de la masacre de Cromañón, Sancamaleón compartía una fecha en Cemento con Nuca, fueron las últimas bandas en tocar en ese mítico escenario. La bomba estalló en Cromañón, no en Cemento. Obviamente, el dueño era la misma persona y podemos pensar que la tragedia le habría podido pasar a cualquiera, de hecho los mismos músicos fueron los primeros en advertir los riesgos innecesarios que se corrían asiduamente por la negligencia de los organizadores y la naturalización de la misma. Sin embargo, la mecha explotó con una banda que enarbolaba una estética que pujaba por posicionarse en el paraíso del éxito y la masividad, que veía en los colegas rivalidad y competencia y que le daba un lugar demasiado trascendente al show del público congregado. Sancamaleón nunca tuvo el berretín noventista de “pegarla”, al contrario, sus integrantes contribuyeron a develar las virtudes y las libertades que ofrecía el under para la creación artística, posicionamiento político estético que se expresó en su tercer LP de estudio Afuera (2010) que salió con un arte de tapa que asemejaba la lista de temas de un show y se parecía más bien a un CD grabable.

     Hace un tiempo entre las crónicas y los artículos compilados por Mariana Enríquez en El otro lado (2020) encontré varios homenajes a los que denomina “dioses de la adolescencia”: actorxs, músicxs, escritorxs significativos en ese período de la vida de redefiniciones identitarias. La narradora manifestaba en un texto escrito con motivo de la muerte de Luis Alberto Spinetta que le daban miedo las personas que no eran fans de algo: “el estado del fan (…) es muy grato. El fan ha encontrado una manera de aliviar las desdichas de este mundo. Está menos solo que los demás, vive más intensamente”. Lo que no desarrolla allí Enríquez es lo que ocurre cuando nos distanciamos de esos faros, a lo mejor porque se demora demasiado el siguiente disco, a lo mejor porque cambiamos de frecuencia, los motivos son múltiples y complejos.

     Cuando salió el segundo álbum de Sancamaleón, Polenta (2007), sentí que algo se había perdido, menos hardcore, más pop, menos indagación latinoamericana, más sintetizadores. Para que se entienda, algo así como un pasaje de Todos tus muertos a Estelares. Cuando Babasónicos sacó Jessico (2001) continuaba por otros rumbos la búsqueda de Miami (1999), un destino natural en el derrotero de la banda. A lxs fieles de la primera etapa Sancamaleón nos exilió a un país donde se hablaba un idioma desconocido. En Polenta se propusieron combatir la etiqueta de banda contestataria que de alguna manera había cristalizado con las imágenes de archivo del videoclip “La venganza de la Pachamama” (2002). Fueron dignos y fieles en su búsqueda, no se conformaron con hacer de actores de lo que fueron (Mollo dixit). Ya entrados los 2000 “Sanca” leía nuevamente el presente de manera atenta. Un nuevo concepto de Estado, más inclusivo, se abría paso con la asunción de Néstor Kirchner, a muchxs la ficha nos cayó recién con el primer mandato de Cristina. Con esto no pretendo delimitar y clasificar la ideología política de los integrantes de la banda, que francamente desconozco, sí advertir que el cambio respondía a la percepción de otro momento histórico. Recuerdo que el público de Sancamaleón se iba modificando con la salida de cada nuevo disco, algunxs íbamos todavía a verlos por esos momentos de eternidad que eran los primeros simples, los eternos pogos, las presentaciones en El viejo varieté de La Plata; otrxs conectaban con Polenta, otrxs ya casi al final con Afuera, que fue una especie de reencuentro. Sancamaleón se separó en 2011, a modo de balance, quizá podamos decir que lo más valioso del proyecto haya sido juntar a esas tribus tan distintas en un mismo ritual. Hoy les agradecemos por habernos hecho comprender a la identidad como cofradía de diferencias: “y me niego a creerme / que tengo que tener miedo / a la gente diferente, / y es que pienso que tu / idea de seguridad / es la cosa más absurda / y egoísta que escuché”.

EMILIANO TAVERNINI

Es profesor en Letras (UNLP) y magister en Historia y Memoria (IdIHCS-CONICET). Estudia la relación entre literatura y memoria en la Argentina reciente, en particular la poesía de los hijos de militantes políticos.

Líneas móviles (2018), Andrea Iriart

POESÍA
VALERIA PUJOL BUCH

Líneas móviles (2018-en proceso)
de Andrea Iriart

      Un jardín en un fondo platense, exhibe un galpón con escrituras vivas. La casa pertenece a Andrea Iriart y en su galpón de doble altura se despliega LÍNEAS MÓVILES. Ciento cincuenta metros cuadrados escritos en paredes crudas y grafías que se despliegan a mano alzada. Una obra en los Altos de San Lorenzo que convoca la experiencia de un campo abierto: leer, crear, intervenir. Y sobre todo, permanecer en su contemplación.

     Andrea Iriart nació en De La Garma, un pueblo al sur de la provincia de Buenos Aires. Es escenógrafa, poeta, letrista, constructora, mujer y madre. Coordina talleres de artes visuales y literatura en la Grieta, espacio del que es parte desde sus inicios. Publicó Lobos (Sirga, 2015), con ilustraciones de chicxs del taller Fuera de Cuadro y participó de Antología poética (Comuna Ediciones, 2019), entre otras antologías. Se formó por caminos propios y convidados en seminarios y talleres, y explora las formas allí donde todo es curva, borde e intersecciones. 

      En 2019 inició el ciclo de conversaciones Temporada de patio, una serie de charlas que se sigue gestando ahora como escritura viva en su jardín. En esos años, cuenta Iriart, los diálogos sobre feminismo y disidencias se dieron debajo de una enredadera. Pero allí mismo se abrieron las temáticas. Muchas personas convocadas por las redes sociales la visitaron. Conversaron sobre género(s) y sobre las problemáticas del ser, y así Iriart fue hallando una línea de continuidad, un traslado, una transcripción de Temporada de patio hacia LÍNEAS MÓVILES.

      El campo de su arte abierto raspa el poroso límite entre lo público y lo privado, recuperando de sus anotaciones en cuadernos, los intercambios en Temporada. Así se van moviendo los elementos de su obra desde el interior hacia el exterior, o a más exteriores. Con la posibilidad de que esas porciones de charlas se incorporen a otros ensambles, con varios temas y nuevas voces, porque en Iriart todo intercambio puede ser sistematizado en arte. 

Si bien múltiples obras se desprenden de este galpón y de la artista, nos concentraremos en LÍNEAS MÓVILES donde Iriart juega, explora los trazos poéticos-espaciales y distintos ensayos. Y lo hace en blanco sobre cemento. Un blanco que discurre. Para construirse, para romperse, para transformarse. En ¿silencio? 

 

La pared como tiempo y espacio

 

El muro siempre ha sido un lugar para publicar tu trabajo.

BANSKY

 

     Poner el cuerpo, crear con las manos. Valerse de la brocha y del blanco para intervenir la pared como una piel. La pared como soporte de la palabra. La palabra sobre la piel-pared. La escritura en el aire, en su arte visual. 

     “Me encontré con el crudo de mí, el crudo de estas paredes, el crudo de una construcción que tenía que transformarse y evolucionar para otro lado”, dice Andrea Iriart sobre el proceso.

       En estas paredes, Andrea transcribe fragmentos de poemarios propios, inéditos y publicados, que hace jugar con el espacio de forma circular. Si la palabra (se) escribe en aire, en redondo y de manera fragmentaria, sus contenidos estallan junto con la noción misma de secuencia. 

      El tiempo también aparece interviniendo esta superficie textual. “Hace poquito terminé de sacar los muebles, de vaciar el espacio. Esto generó algo, un ruido en la escritura. Es muy notorio ese cambio en la grafía. La trama que quedó luego del último mueble que saqué, se ve diferencial y marca otra temporalidad”. Temporalidad de un trazo que alcanza un ritmo propio. 

Un tiempo de obra.

 

 

En construcción

ESA MUJER SUCEDE EN LA NOCHE ESCRIBE UNA PROCLAMA DE AFECTO

Andrea Iriart (AI)

 

      La transcritura trabaja con la selección, el quiebre y la apertura en la obra poética de Iriart. ¿Cómo construye? La artista entra al espacio con un texto, selecciona alguna línea y luego elige una pared para escribir en redondo. Una o dos líneas aquí, otras allá. Cuando termina con el texto, se esquirla. Lo mismo con todos. Pasan los días y eso plasmado allí, disperso, genera un poema plástico, tan relevante como astilla. Se ve un proceso espacial de escritura que construye infinitas entradas y que suscitan nuevas obras, flujos. Lo infinito. 

     La artista interviene los intersticios, completa las líneas vacías, los no blancos. La relevancia de la línea allí no tiene que ver con el tamaño ni con el pincel, sino con que simplemente entró en los huecos. Es una escritura poética por los bordes, que reflexiona y deambula breve y profunda. Se le percibe el campo, el paisaje, la problemática de la mujer y su vínculo con las ancestras. Una reflexión sobre la misma escritura, como se observa en el siguiente trazo de la obra: 

     Formas en juego, con las palabras y con lo que de ellas se escapa, como se observa en otras de sus superficies textuales de la obra: APENAS PUDE RECONOCER LA VIBRACIÓN DE ALGUNAS VOCALES Y EL SILENCIO DE UN GESTO.

    En el proceso, la escritura gira alrededor de ensayos vinculados con la blancura, la materialidad del lenguaje, el feminismo, el arte relacional y aquello que orbite alrededor de su autora.

 

La blancura

ESCRIBIR EL AIRE ES COMO MORDERLO.

Andrea Iriart

 

     El blanco, claridad máxima, aparece en esta obra como pregunta. En lo visual, el blanco es todo y la vez es nada. Se presenta en todas sus posibilidades, en su inmensidad.

     Resulta muy atractivo pensarlo como materialidad para ser leída. ¿Cómo se lee la blancura? Andrea Iriart dialoga con la escritura de un modo inverso, ya no para romper la hoja en blanco porque cuando llegue al blanco va a estar todo escrito.

¿Qué pasará cuando todo esté allí, cuando el blanco lo contenga todo?

     El final del ensayo de la blancura está elaborando las conclusiones, pero todo tiende a un borramiento. Porque el camino de escritura en los huecos señala que este espacio va a quedar completamente escrito. 

    Sobre el hechizo del blanco reflexiona Ismael, el personaje de Melville, en Moby Dick. Se pregunta por qué la blancura atrae con tanta fuerza al alma: “¿Será porque su falta de límite proyecta la sombra sin corazón de los vacíos e inmensidades del universo y por eso nos apuñala por la espalda, con intención de aniquilarnos, en el momento en que se contemplan las blancas honduras de la vía láctea?”. 

     Ismael se pregunta sobre lo inasible y su inmensidad. Eso que se contempla y que nos enseña a maravillarnos con el mundo, aunque también nos puede matar. 

     En diálogo con el Golpe de dados de Mallarmé, se releva la plástica de la poesía con su musicalidad. Con una distribución del blanco: la noción de vacío. Según María Negroni, la búsqueda incesante del blanco es similar a la necesidad de tocar con la punta de la lengua el silencio, tarea tenaz de la poesía. La poesía es consciente de lo que se escapa. Un vacío, siempre lleno que nos acerca al silencio. Ella dice: “Mi sueño imposible es escribir un libro sin palabras, como el famoso libro blanco de Mallarmé”.

     En su ensayo de la blancura, Andrea Iriart explora el imposible, la mordedura que en su luminosidad desborda. Y en este ensayo, se desafía a sí misma como una forma de reírse de sus miedos porque en el blanco encuentra algo nuevo, siempre, algo que se le ofrece como nueva posibilidad. 

 

Lecturas como errancias lúdicas 

Los últimos en contemplar una imagen

también le dan forma.

BYUNG-CHUL HAN, Shanzai

 

     Esta obra produce una forma diferente de ser leída. Quien lee puede ser percibido como un sujeto coautor. Desde distintos puntos del galpón, cada leyente puede construir una obra a su modo. Los originales ya fueron rotos por la artista y en la lectura antojadiza se vuelven a romper. Iriart me dice: “Muchas veces desconozco lo que leen y eso me fascina. Eso no lo escribí yo. Me produce extrañamiento”. 

 

Un ejemplo de lectura errática

 

Se puede leer escogiendo palabras con T de una pared: TRAZO RITMO INCESANTE

O, leer con celeridad desde abajo hacia arriba en otra pared: SU SOMBRA SE METE POR LOS HUECOS INDÓMITA

También, que se dé la lectura de una línea cualquiera: CON EL LATERAL DEL OJO BARRENAR EL ESTE EL OESTE SOPLAR EL MOLINO Y EL RELINCHO

 

Recorridos

     Desde 2020, LÍNEAS MÓVILES se encuentra en registro. Sobre el piso del galpón se ve la marcación de un trípode. Por el espacio actuó el fotógrafo Diego Chapay, quien genera su propia obra, de forma simultánea. La(s) obra(s) se exhiben por plataformas digitales, redes sociales, y así la (s) obra(s) entra(n) en difusión imprimiendo un nuevo ritmo.

     LÍNEAS MÓVILES trajina un laboratorio permanente, donde la participación colectiva la transforma, la expande y desvía al punto de provocarle su desconcierto. 

     Desatar otras obras e intervenciones colectivas es intencional, cuenta Iriart. Se acercan otrxs a leer en voz baja, en voz alta, a hacer intervenciones con danzas, con luces y sombras, con linternas y equipos sonoros. Son múltiples. Y para el campo fértil, colaboran distintxs amigos de Iriart en la coordinación de estas visitas. 

     LÍNEAS MÓVILES circula en las redes sociales, pero sobre todo en la vida real. Viajó en formato video a un taller literario de Bariloche, su técnica recorrió las galerías platenses y, la obra al fin, está en diálogo con poetas, escritoras y escritores de La Plata y de más allá. 

     Por los Altos de San Lorenzo circula mucha gente. Las puertas están abiertas para que se acerquen poetas, escritores, escenógrafos, estudiantes, artistas en general. 

En el jardín, lxs curiosxs son bienvenidxs.

 

Escritura aumentada 

ESTO NO ES UNA CASA SINO

UNA FORMA DE HABITARNOS

Andrea Iriart

 

     Andrea Iriart en esta obra, no solo crea desde los bordes, sino que también produce rupturas múltiples. Una que ya recorrimos, se vincula en cómo vuelve porosa la distinción entre lo público y lo privado. Pero también pone en tensión la noción de centro y de periferia cuando crea desde un barrio relegado, impregnado de prejuicios y múltiples violencias, y que ahora eso que sucede allí es reclamado por el centro. 

     Por la densidad de las capas significativas que habitan estas paredes como dispositivo textual, por la espacialidad de su escritura, por la movilidad a la que convoca, por las lecturas infinitas que suscita y por su circulación no hegemónica, LÍNEAS MÓVILES abre nuevas posibilidades estratégicas de circulación que rompen con las naturalizadas. Por todo ello, sortea el hipersaturado mercado editorial cuando desborda en escritura aumentada. Luce un aura resplandeciente, un aura única e irrepetible en su aquí y ahora, en donde la duda y el propio extrañamiento de la artista están habilitados. 

     “¿Si me provoca duda? A veces me pregunto qué estoy haciendo, ese tipo de dudas las tengo y me gusta que sucedan. Hay lugares donde la obra se vuelve ilegible. Eso también me gusta. Pero si algo es ilegible, aparece otro nuevo borde, y está bien. Imaginate cuando solo quede blancura, todo esto se va, y está bien que se vaya, ¿no?”, reflexiona Iriart.

 

¿Cómo visitar esta obra fascinante de sistema abierto? Contacto para visitas: iriarturruty@gmail.com / @andrea_iriart (IG)

 

Referencia: 

Entrevista en Infobae Cultura, María Negroni: “Escribir es horrible, es tremendo, es un privilegio, es una desgracia” – Infobae [consultada el 14/12/2021]

VALERIA PUJOL BUCH

Egresó como Comunicadora Social de la UBA. Se dedica a la difusión de la ciencia y es docente de la Universidad Nacional de Lanús. Pilotea sus días entre sus tres amores: las ciencias sociales, la literatura y la maternidad.

 

Los futuros del pasado. Marxismo, peronismo y revolución: una historia de las FAR (2021), Mora González Canosa

HISTORIA
FERNANDA TOCHO

Los futuros del pasado. Marxismo, peronismo y revolución: una historia de las FAR (2021)
de Mora González Canosa

     El libro de Mora González Canosa, fruto de una investigación de largo aliento que recoge los principales aportes de su tesis doctoral ampliada, sin duda se inscribe en uno de los campos más dinámicos de la historiografía reciente argentina y latinoamericana: la historia de la Nueva Izquierda de los años ’60 y ’70, los procesos de insurgencia social y lucha armada y las militancias revolucionarias. Precisamente la obra se publica dentro de la colección “Pasados Presentes” de la editorial Prometeo, dirigida por Débora D’Antonio, en diálogo con trabajos de destacados/as profesionales que logran sintetizar y a la vez enriquecer con nuevas preguntas y enfoques los principales núcleos de las investigaciones previas sobre estos convulsionados años, contribuyendo a una renovación de las agendas de investigación trazadas en este fértil campo de estudios.
En concreto, la autora reconstruye con una notable capacidad analítica y rigor empírico, la trama de acontecimientos que dieron lugar al origen y trayectoria de una de las organizaciones revolucionarias más singulares de los años 70 en nuestro país, aquella que asumió la identidad peronista desde una “sensibilidad de izquierda”, y de las menos conocidas hasta el presente: las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
     Al respecto, en el libro podemos encontrar un ejercicio metodológico de doble descentramiento que realiza su autora en relación con las tendencias más generales de la literatura sobre el período: por un lado se aboca al estudio sistemático de una organización lateral respecto de las que resultaron hegemónicas en aquella época, y que por lo mismo han recibido la mayor atención dentro de la historiografía, nos referimos a PRT-ERP y Montoneros. Se trata entonces de un sustantivo aporte dentro del subcampo de conocimiento de las organizaciones armadas peronistas –y también del peronismo “a secas”-, que logra dar cuenta de su gran heterogeneidad interna y la multiplicidad de senderos confluyentes y divergentes que en torno al ideario revolucionario reunió en su seno dicha fuerza política. Por otro lado, decíamos, el descentramiento que realiza respecto de la periodización elegida para construir su objeto de investigación, ya que para estudiar en profundidad a las FAR –una organización que duró en sí misma tan sólo tres años, desde su aparición pública en 1970 hasta su fusión con Montoneros en 1973-, la autora se traslada a los tempranos años sesenta reponiendo en toda su densidad el contexto intelectual y político, junto a los debates teóricos, las estrategias ensayadas y las experiencias fallidas que dieron lugar a la trayectoria de sus grupos fundadores.
     De esta forma, la dimensión temporal privilegiada en el análisis –que se vuelve un elemento central en la obra- no sólo ayuda a contrarrestar la propensión más general de los estudios sobre el campo que han centrado su atención mayormente en los sucesos posteriores al Cordobazo y la álgida coyuntura del año 1973, sino que permite recuperar las tramas sociales y políticas más densas y al calor de las cuales se forjó la historia de la organización. Precisamente esta dimensión procesual hace posible a lxs lectorxs acercarse y conocer las alternativas políticas que afrontaron y las estrategias que ensayaron los sujetos en ese momento histórico, evitando así una mirada determinista y anacrónica que ocluye la racionalidad política y la lógica de las acciones impulsadas por estos actores, en el marco de las opciones disponibles en el período.
     Estas coordenadas metodológicas y analíticas por las que nos lleva la obra, se inscriben explícitamente en el enfoque y el concepto de Nueva Izquierda desarrollado por Cristina Tortti en sus investigaciones. Escribir una historia de las FAR desde esta perspectiva, tal como señala González Canosa, contiene una enorme productividad por varias cuestiones. Desde una dimensión más teórica y política, plantea la discusión con aquellos trabajos que desde los años ‘80 en adelante, han tendido a reparar en el fenómeno de la violencia política y la supuesta irracionalidad de las organizaciones armadas como clave explicativa fundamental del periodo, construyendo una mirada sesgada y condenatoria sobre los sucesos analizados que obstaculiza su cabal comprensión en términos históricos. Por el contrario, la conceptualización de la Nueva Izquierda que sustenta el libro contribuye a una mirada de conjunto sobre el fenómeno epocal de la lucha armada y las organizaciones político militares que -aun cuando la atención se focalice en ellas y en la fuerte presencia del componente armado- permite inscribir su accionar en una trama mayor de expresiones políticas radicalizadas y contestatarias agrupadas dentro del “campo del pueblo” y la “revolución”, analizando de esa forma los vínculos y adhesiones gestados entre los distintos grupos, movimientos y organizaciones que protagonizaron el fenómeno de envergadura de protesta social y política revolucionaria característico de aquellos años.
     Asimismo, dicha perspectiva sobre la Nueva Izquierda se torna sumamente fecunda en cuanto permite observar las articulaciones, debates, transformaciones y rupturas entre distintas tradiciones político-culturales, no todas ellas incluidas por otros enfoques sobre el tema. Básicamente: el peronismo, el nacionalismo, el catolicismo y la izquierda. Se trata entonces, explica la autora, de una conceptualización que, a diferencia de otras, no circunscribe el fenómeno a las experiencias armadas ni tampoco lo reduce a los itinerarios exclusivos de la izquierda, sin incluir sus múltiples hibridaciones con otras tradiciones políticas, en particular el peronismo. En este sentido, el libro se convierte en un valioso instrumento para comprender mejor el mundo de la Nueva Izquierda, en la medida en que logra transmitir y volver inteligible el proceso a través del cual las FAR se convirtieron en la expresión medular del fenómeno de la “peronización” de vastos sectores de izquierda por esos años. Pero lo hace reconociendo su perfil singular, vale decir –en palabras de González Canosa- a través de un cauce específico de radicalización política, donde desde la izquierda y el marxismo –sin romper totalmente con estos elementos – se opta por el peronismo y la lucha armada, proceso que difiere del que asumieron otros grupos provenientes del mundo cristiano, el nacionalismo y el peronismo.
     Para dar cuenta de estos hechos la autora apela a dos ejes conceptuales que van en sintonía con las diversas etapas en el desarrollo de la organización y que estructuran la tesis del libro. Por un lado, sostiene la idea de un proceso de doble ruptura que se encuentra en la base de la constitución de las FAR: aquella que operó a nivel de las tradiciones político culturales de la izquierda liberal –fuertemente críticas del peronismo- en la que comenzaron su militancia sus grupos fundadores; como a nivel de las prácticas, estrategias y formas de hacer política que privilegiaba la vía no armada y los métodos legales de lucha (al calor del impacto que produce la revolución cubana). Si este proceso de doble ruptura (la relectura en clave positiva del peronismo y la asunción de la lucha armada) marcó la gestación de la organización, no obstante –explica la autora- el itinerario posterior de las FAR conservó ciertas huellas de origen que le imprimieron su perfil distintivo como organización: la huella marxista como prisma para interpretar el peronismo, y la impronta guevarista en sus métodos de acción política y en su relación con las masas. Ambas huellas se verán atravesadas por los cambios en la dinámica política nacional que hacia 1972-73 desembocó en la apertura electoral, lo que –tal como se analiza en los últimos capítulos del libro- conllevará interesantes variaciones en los planteos y posicionamientos de las FAR que contribuyeron a su acercamiento con Montoneros.
     En función de estos ejes conceptuales, el libro analiza en sus primeros capítulos las reconfiguraciones ocurridas en la cultura política de la izquierda argentina del período, reconstruyendo en particular el itinerario que recorrieron los grupos fundadores de la organización, desde sus agrupaciones partidarias iniciales (fundamentalmente el PC y el MIR–Praxis de Silvio Frondizi), las discusiones político- ideológicas que sostuvieron sus militantes con los referentes y paradigmas de la “vieja izquierda”, y sus rupturas, hasta la constitución de nuevas organizaciones ya inmersas en una reinterpretación del peronismo (sin asumirlo aún como identidad política pero considerándolo como un “estadio positivo” en el desarrollo de la conciencia obrera) y la lucha armada (pensada como la forma más elevada de lucha política y una práctica ineludible para acceder al poder). Por este sendero, la autora nos muestra el frondoso universo de debates e ideas con las que estos grupos se enfrentaron y/o identificaron, y el conjunto de estrategias políticas que buscaron poner en marcha (desde los viajes de entrenamiento a Cuba y la participación foquista en el ELN fundado por Guevara, hasta la temprana identificación con Nasser y la apuesta por un golpe militar de base popular) las cuales -más allá de su fracaso o mejor dicho, en función de ello- reponen el conjunto de alternativas políticas y vicisitudes que atravesaron sus militantes, volviendo de este modo inteligible el camino que los llevó de la práctica del foco rural a la guerrilla urbana, y de la órbita internacional a la nacional, con el consiguiente peso cada vez mayor que irá cobrando el peronismo en la vida de esta organización.
     Este es sin duda uno de los puntos más significativos de la obra que se desarrollará en los capítulos centrales: la asunción de la identidad peronista, acompañada de la persistencia de la huella marxista. Se trata ni más ni menos que de la convergencia entre el marxismo y el peronismo, un hecho gravitante en la vida de las FAR, y como vimos además, un eslabón trascendental en la geografía de la Nueva Izquierda. El libro logra reconstruir de manera sobresaliente el pasaje intelectual y político que emprendieron estos militantes desde el peronismo entendido como un “error”, a concebirlo y revalorizarlo como identidad política de la clase trabajadora, un gobierno que había llevado adelante un programa antiimperialista, anti oligárquico y nacional-popular. En suma, una experiencia que contenía elementos potencialmente revolucionarios, los cuales las FAR buscarían desarrollar desde su interior tanto a través de la teoría como de la lucha política misma. Este desplazamiento teórico-político implicó profundos debates sobre el movimiento peronista, el rol de su líder, la caracterización y vinculación con los sectores internos, etc., que la autora revisa con detenimiento en cada parte de su elaboración, permitiendo observar la lógica subyacente en la construcción de una estrategia discursiva a través de la cual los militantes de las FAR buscaron legitimar su filiación con el peronismo, desde una perspectiva marxista y un proyecto político cuya meta final era el socialismo.
     Para finalizar, “Los futuros del pasado…” se vuelve un aporte sustantivo no sólo para el conocimiento pormenorizado de la historia de esta organización político-militar tan singular y atractiva por todos los componentes que reunió y que el libro repone cabalmente, sino como aporte imprescindible para el debate más general sobre las formas que la política revolucionaria asumió en los años sesenta y setenta en nuestro país y en Latinoamérica, una época que lejos de expresar el mesianismo y la irracionalidad de una minoría “endemoniada”, como bien lo muestra esta obra, convocó a miles de sujetos racionales a organizarse políticamente y luchar contra las injusticias y desigualdades estructurales, conformando un movimiento de insurgencia del cual las FAR fueron una de sus expresiones y emergencias más notorias. 

FERNANDA TOCHO

Es Profesora y Doctora en Historia por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata. Sus investigaciones se centran en la reconstrucción y análisis del pasado reciente argentino. Es Docente de Historia General V y del Taller de Tesis de la Maestría en Historia y Memoria (FaHCE-UNLP). Investigadora en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS/UNLP-CONICET). Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas y capítulos de libros.

Crónicas marcianas (1950), Bradbury

NOVELA
FRANCISCO GIORDANO

Crónicas marcianas (1950)
de Ray Bradbury

    “Nunca creí tener tanta imaginación. ¡Cabello negro, ojos azules y tez blanca! Qué hombre tan extraño, y sin embargo, bien parecido”, comenta Ylla, nativa de Marte, a su esposo, señalando la posible existencia de hombres de un metro ochenta que desciendan a su planeta en naves de metal. Y así, al comienzo del libro, se formula la pregunta que más nos desconcierta. ¿Quiénes son, realmente, los verdaderos seres extraños que viven en un planeta lejano? Ray Bradbury se apropia de esta pregunta. A lo largo de Crónicas Marcianas, intenta responder quiénes son los marcianos, y en cada capítulo la confusión al respecto se vuelve mayor.
     En la novela, la definición de marciano es siempre variable. Y tiene sentido que lo sea, porque inicialmente la obra no se pensó como una pieza unificada, sino que se trataba de un conjunto de relatos cortos sobre el Planeta Rojo, escritos entre 1947 y 1949, y compilados a posteriori. Cada uno de ellos nos habla un poco sobre Marte, pero también sobre una sociedad que desde hace miles de años demuestra una empecinada obsesión con aquel planeta: la nuestra. Por eso, tanto en el libro como en las expectativas terrícolas, lo marciano no es más que una proyección de las inquietudes de distintas épocas y contextos.
     Para Bradbury, a veces, los marcianos son increíblemente parecidos a los terrestres, y en ocasiones completamente diferentes. La exploración del primer astronauta no fracasa por una falla tecnológica o un complejo choque con la cultura local, sino por un motivo vulgar y que nos suena próximo: la ira del esposo celoso de Ylla, volcada sobre el explorador cuya llegada esperaba ansiosamente su esposa.
     En otra ocasión sucede lo contrario. En lugar de humanoides con sentimientos símil-terrícolas, los marcianos son globos de luz luminosos, cuyos intereses permanecen en el misterio. Los religiosos que interactúan con estos seres intentan, testarudamente, atribuirles emociones humanas. ¿Piensan? ¿Conocen la moral? ¿Gozan de libertad e inteligencia?, se pregunta el padre Peregrine después de establecer contacto con ellos. De esta manera, el autor nos revela los dos tipos de reacciones que suelen ocurrir cuando un grupo se enfrenta con el desafío de conocer otra cultura: o bien negar o ignorar la distancia cultural, creyendo que los otros son similares a nosotros o a nuestros vecinos, o bien suponer que son completamente distintos, proyectándolos como una cultura opuesta a la propia. Dos reacciones que también han caracterizado a nuestra relación con Marte, similar a la Tierra en tantos sentidos, vecino próximo y familiar en comparación con los demás, pero a la vez fuente de temor y fabulación, espacio mítico, depósito de los imaginarios terrestres sobre la posible vida en otros mundos.
     La obra es también una crítica a la sociedad estadounidense de los años cincuenta, encaprichada con la expectativa de llegar a la Luna y colonizar otros planetas, pero incapaz de desprenderse de su intolerancia y prejuicios, al punto de repetir la cruel experiencia de la conquista colonial en el Planeta Rojo, que se nos muestra como un espejo de la colonización europea en América. Personajes como Benjamín Driscoll intentan transformar Marte en una nueva Tierra, instalando pueblos a imagen y semejanza de su planeta de origen, y trasplantando especies vegetales que lo hacen más habitable para los terrestres, sin importar sus consecuencias para los nativos marcianos. Las expediciones de los astronautas Williams, Black, Wilder y Spender nos recuerdan a Colón y los hermanos Pinzón, y luego a Cortés, Pizarro y otros conquistadores. Jeff Spender, convertido por elección en marciano, acaso podría ser Gonzalo Guerrero, primer español en asimilarse a la cultura local y ser reconocido como jefe maya. No es casualidad que este explorador encarne la voz más crítica en contra de la colonización de Marte, preocupado porque se repliquen allí las masacres terrestres:
     Para el estadounidense común, lo que es raro no es bueno. Si las cañerías no son como en Chicago, todo es un desatino. ¡Cada vez que lo pienso! ¡Oh, Dios mío, cada vez que lo pienso! Y luego… la guerra. Usted oyó los discursos en el Congreso días antes de que partiéramos. Si todo marchaba bien, esperaban establecer en Marte tres laboratorios de investigaciones atómicas y varios depósitos de bombas. Dicho de otro modo: Marte se acabó, todas esas maravillas desaparecerán. ¿De qué forma reaccionaría usted si un marciano vomitase licor rancio en el suelo de la Casa Blanca?
     Contrariamente, Biggs, compañero de Spender, simboliza la voracidad del colonizador, aquel clásico Robinson Crusoe que ignora los nombres marcianos de las montañas y colinas, y comienza a repetir, en medio de una borrachera Yo te bautizo, yo te bautizo, yo te bautizo […], yo te bautizo Biggs, Biggs, ca– nal Biggs.
     Por eso mismo, en el transcurso del libro, el espectador a veces observa la trama desde Marte, pero también desde el propio planeta Tierra. Una Tierra cada vez más abatida por la guerra nuclear, cuyos peligros, en la época que Bradbury escribió las Crónicas, estaban tan presentes como la expectativa norteamericana de triunfar en la carrera espacial. Un planeta que es a la vez origen y oportunidad perdida, encerrado entre su propia intolerancia, reflejando las sombras del racismo, la censura y el McCarthismo cuyas consecuencias el autor denunció en la mayoría de sus escritos. Escribe también acerca de una sociedad norteamericana obsesionada con la jerarquía y consciente de su dominio político y cultural en el mundo, al punto de que los exploradores de la Segunda Expedición a Marte esperan ser felicitados y celebrados por los marcianos. ¿Cómo esperaba esta sociedad llegar a otros planetas sin despegarse de los fantasmas del pasado?
     Lo curioso es que Crónicas Marcianas es también un escrito bisagra entre los imaginarios acerca del Planeta Rojo. Si bien Marte, identificado por primera vez por los asirios hace 4500 años, siempre ha tenido un lugar especial en el imaginario colectivo y en la cultura (a través del cine, la música, la literatura), es en el siglo XX, y particularmente a partir del año 1965, cuando a los terrestres nos llegan las primeras fotografías del planeta.      La obra de Bradbury, por lo tanto, es una de las últimas y más acabadas representaciones de Marte en la literatura antes de la cruda realidad que reveló la sonda Mariner 4: un planeta inhóspito y hostil, ni siquiera tan rojo como se suponía. Se descubrieron volcanes y paisajes modelados por el agua, pero ni un rastro de los marcianos. Sin embargo, si recordamos que el autor explicó que aquellos seres podían aparecer de distintas formas, por lo tanto, para la humanidad, claudicar ante la supuesta transparencia las primeras imágenes no tendría ningún sentido. El propio capitán John Black, líder de la Tercera Expedición, fue engañado por la ilusión que los propios marcianos habían creado acerca del despoblamiento de su planeta.
Asimov dijo que la ciencia ficción es la rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología, en contextos sociales que no existen hoy ni han existido en el pasado. La exploración a Marte, sin embargo, pertenece cada vez en menor medida al terreno de la ficción, y se nos presenta como una realidad impostergable. Desde que las misiones del Mars Odyssey y Mars Express a principios de los años 2000 revelaron imágenes de agua en algunos de sus estados químicos posibles (dando inicio a la “fiebre del agua”), el interés por la exploración de Marte se ha revitalizado, y se baraja la posibilidad de que el Planeta Rojo sea nuestra única alternativa de vida en caso de que el nuestro propio se encamine a la destrucción. En vistas del lanzamiento de la primera misión tripulada a Marte en 2030, cabe preguntarse ¿hemos aprendido realmente las lecciones del pasado, y en particular, las señaladas por este libro?
Si existe vida en Marte, por el momento, no podemos saberlo. Bradbury, sin embargo, nos invita a ser escépticos con nuestra propia mirada, a conocernos mejor antes de emprender viajes interplanetarios y, por qué no, a no suponer que los marcianos serán completamente iguales a nosotros, pero tampoco abismalmente distintos. Quizás, como se sugiere en el último capítulo de la obra, al fin y al cabo los marcianos seamos nosotros.

FANCISCO GIORDANO

Es profesor en Historia y diplomado en Antropología Social. Se desempeña como docente en varios niveles y como becario doctoral en la Universidad Nacional de La Plata. Es docente de la cátedra de Prehistoria General y Americana.

Se hace la Evita: las otras primeras damas peronistas (2021), Barry

HISTORIA
CAROLINA BARRY

Se hace la Evita: las otras dos primeras damas peronistas (2021)
de Carolina Barry (comp.)

     Si pensamos en cualquier escenario político actual, las representaciones masculinas siguen siendo predominantes, aun habiendo tenido a dos mujeres en la presidencia de nuestro país, otras en cargos políticos de importancia, un fuerte movimiento feminista que ha luchado por la igualdad en todas las esferas de la sociedad y que obtuvo avances significativos en el terreno político. Listas de partidos, gabinetes gubernamentales, cámaras de senadores, de diputados, sindicatos, gobernaciones, intendencias; las mujeres continúan teniendo una participación minoritaria, cuantitativa y cualitativamente, en la política.

     Ahora bien, si nos situamos más de 70 años atrás, ¿cuál era el lugar de las mujeres en ese entonces? ¿Cuáles eran sus posibilidades? ¿Qué oportunidades laborales, de vida, de estudio, podías tener siendo mujer? Las respuestas son bastante acotadas: maestra y/o universitaria si tenías determinado status social y el apoyo necesario, y si pertenecías a la clase trabajadora tu futuro posiblemente no iría más allá que ser madre, esposa, ama de casa u obrera. Fue allí, en ese contexto extremadamente adverso y complejo, que Eva Duarte de Perón, y miles de mujeres más, conformaron cuadros de poder político sin precedentes en la región ¿Dónde quedaron esas mujeres? ¿En dónde están escritos sus nombres? ¿Quiénes fueron? Se hace la Evita. Las otras primeras damas peronistas libro compilado por Carolina Barry y publicado por Omnívora Editora nos cuenta la historia política y biográfica de algunas de ellas, de esas otras primeras damas, esas “Evitas” que multiplicadas por todo el país y siguiendo el ejemplo de la persona que les dio la oportunidad de llegar -o siquiera de pensar- en acceder a un lugar de influencia y poder, ocuparon espacios impensados hasta entonces.

     En las páginas introductorias Barry problematiza y reflexiona sobre el rol que cumple una primera dama, los marcos jurídico-institucionales de su accionar y las reglas a seguir por quienes tienen que interpretar ese papel. En Se hace la Evita Barry retoma clasificaciones hechas sobre ellas: la primera dama acompañante, la protocolar, la que realiza acción social de ayuda a vulnerables y la involucrada en política. Agrega a estas el concepto del “poder bifronte”, en el cual, sin abandonar necesariamente el rol clásico, las primeras damas logran un liderazgo a la par de sus maridos, con quienes componen matrimonios gobernantes. Sobre estos ejemplos irán los estudios de caso del libro. Además, Se hace la Evita tiene la bondad de ser un libro federal, al relatar las historias de distintas primeras damas provinciales, plantea una perspectiva descentralizada que se consolida al observar el origen de autoras pertenecientes a diversas casas de estudio del país. El libro consta de una introducción de la compiladora y ocho capítulos que abordan historias de las provincias de Buenos Aires y San Juan a cargo de Barry, Córdoba por Marina Inés Spinetta, Corrientes por María del Mar Solís Carnercier, Mendoza por Mariana Garzón Rogé, Santiago del Estero por María Mercedes Tenti y de las ciudades de Bahía Blanca por José Marcilese y Junín por Karina A. Muñoz.

     Cuando pensamos en el peronismo histórico lo habitual es que las imágenes que se aparecen en nuestra mente nos trasladen a la Plaza de Mayo repleta de gente, a trabajadores con sus pies en la fuente, un Perón dando discursos en el balcón de la Casa Rosada, una Evita rodeada de descamisados, entre otras. Por fuera del ámbito académico sigue siendo poco habitual pensar un peronismo “periférico”, debido a eso, es interesante ver cómo a través de las historias de las “Evitas”, se construye  y articula otro tipo de peronismo, vemos la manera en que se tejían redes de lealtades al presidente y su compañera, y también tensiones con ellos. Los abordajes federales, por esto, nos habilitan a pensar ya no en el si no en los peronismos como una experiencia plural y transformadora que encuentra en los estudios situados en otros territorios, tradiciones, realidades, experiencias; un necesario y revitalizador enfoque.

     La lectura de los trabajos compilados nos permiten encontrar cuatro momentos claves en las experiencias de estas primeras damas y sus peronismos locales. Primero, el surgimiento de la acción política de las protagonistas al calor de la llegada de Perón a la presidencia, y el ascendente protagonismo que tendrá Eva en la acción social directa, cristalizado por ejemplo en el funcionamiento de la Obra de Ayuda Social de la Gobernación de Buenos Aires, los Centros de Ayuda Social en Córdoba, la Obra Social Mendoza, La Agrupación Femenina 4 de Junio de Junín o la Comisión de Ayuda Social de Santiago del Estero, que harán un trabajo similar a la Fundación Eva Perón allí donde el Estado y la propia FEP aún no habían llegado. En segundo lugar, con la sanción de la ley de sufragio femenino en febrero de 1947, vendrá un momento de reconfiguración de los centros cívicos femeninos -creados previamente- que se expanden, multiplican y se abocan a la tarea de empadronar a las futuras votantes. Hasta ese momento era habitual el uso de los nombres de gobernadores y sus esposas en los centros, como el caso del centro cívico femenino Ruperto Godoy (gobernador de San Juan) o el nombramiento de las primeras damas y sus esposos como presidentes honorarios de estas organizaciones, antecedentes de las unidades básicas. Pero esta costumbre ya no será válida, a partir de allí dichos centros pasarán a ser llamados Centros Cívicos María Eva Duarte de Perón y se abandonaran esas tradiciones previas. 

     El tercer momento transversal a las historias abordadas es fundamental ya que representa un quiebre en las trayectorias políticas de estas mujeres (y sus maridos): la creación del Partido Peronista Femenino en 1949. Es a partir de este punto que la toma de decisiones y el armado del partido es centralizado en Eva y Perón, quitándoles autonomía a los matrimonios gobernantes locales, imposibilitando explícitamente la influencia política mediante el envío de delegadas censistas elegidas personalmente por Evita. Y decimos explícitamente, porque había una directiva que planteaba la prohibición del nombramiento de las primeras damas como presidentas honorarias, o de cualquier actividad política que pudieran llegar a tener. Esto podría tener como causa el hecho de un cierto temor al crecimiento de figuras que opacaran a los líderes, se puede ver, por ejemplo, cómo en el ámbito sindical Perón fue muy celoso de permitir el desarrollo carismático de algún representante y en esos años fueron habituales las intervenciones en dichos espacios, pero principalmente es mencionado el temor de que las primeras damas fueran utilizadas por sus maridos con fines políticos. El Partido Peronista Femenino era independiente de la rama masculina del peronismo, y de los hombres en sí. Estaba íntegramente conformado por mujeres, y además, los cargos más altos jerárquicamente hablando, los ocupaban mujeres de la clase obrera, elegidas personalmente por Eva. La conformación de esta nueva organización femenina fue letal para las primeras damas porque más allá de lo anteriormente mencionado, también significó la desarticulación de los centros cívicos femeninos que ya estaban en funcionamiento o su puesta bajo la órbita del PPF. En la mayoría de los casos -como puede ser el de la primera dama bonaerense- fueron ellas las encargadas de realizar esta tarea, y no se resistieron a volver a un rol más tradicionalmente opaco. Entre las principales búsquedas en la disolución de estas organizaciones previas al PPF estaba la “eliminación” de los caudillismo locales, aunque la recopilación del libro muestra que esta voluntad tenía sus límites, como en el relato sobre Haydeé Ponti en Santiago del Estero, figura con pretensiones similares a las otras biografiadas, pero favorecida en su proyección personal por el momento particular en el cual su marido accede al poder, meses antes de la muerte de Eva, que le permitirá mantener vigencia. 

     Este último parteaguas abre el ‘después’ en la trayectoria de las biografiadas, acierto del libro el agregar a las breves descripciones de ese momento de las vidas de las protagonistas, pistas propias de las memorias íntimas, familiares, sobre páginas que en gris oscuro marcan el fin de los capítulos, y de las experiencias políticas de las “Evitas”, igualmente grises. La primera dama de San Juan que, viuda, recurre a la enseñanza de cocina regional para mantener a su familia y de quien nos comparten una receta, la primera dama correntina que luego de alejarse de su rol, de la política y enviudar busca disfrutar de otros placeres más personales como los viajes, el caso de la primera dama mendocina que alejada del poder y atravesada por la tragedia familiar deposita en una carta la esperanza de visitas ante una grave enfermedad que la aqueja en soledad, o el de la dama de Bahía Blanca que luego de padecer con su marido la persecución antiperonista pos golpe opta por el suicidio ante el irrenunciable compromiso de su compañero con una tarea que le resultó tan ingrata. Las “Evitas” biografiadas que se construyeron con Eva y no solo a partir de ella, comparten hasta en estos momentos cierto destino con la líder del movimiento, que expresaba en fecha cercana a su inmortalidad no sólo no haber querido nada para ella sino también haber dejado jirones de su vida en el camino. El nombre de Eva, volviendo sobre ese discurso, fue ciertamente levantado como bandera, será tiempo de preguntarnos si no hay otros nombres que también merecen ser levantados como tal. 

     De la lectura de Se hace la Evita rescatamos lo positivo en que se investigue y se releven históricamente las biografías y experiencias de las mujeres que formaron parte de esta excepcionalidad que tuvo lugar en los años del primer peronismo. La revitalización de la biografía en sí como género que tiene un gran potencial en la construcción del pasado, más allá del familiar, sobre todo en sujetos que podrían caer en el olvido. Todas las mujeres que estaban, y las que no estaban, dentro del Partido Peronista Femenino, fueron invisibilizadas por la historia, y también por la historia del peronismo. Entre ellas hubo quienes tuvieron la capacidad de dar discursos ante auditorios llenos, despertando las pasiones políticas de otras miles, encabezaron propuestas, ocuparon espacios y transformaron vidas. El libro es una oportunidad para pensar también disputas y transformaciones críticas del peronismo, es un libro que desnuda el interior del movimiento y lo que ocurría en sus márgenes. Toda lectura como a la que nos entregamos, plural, que genera preguntas, que abre los debates, que no sea condescendiente, que invite a realizar una lectura crítica, nos parece sumamente valiosa.

ALMA ALMIRÓN

Es estudiante avanzada de Ciencias Antropológicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

GUILLERMO D. SÁNCHEZ MAIDANA

Es profesor en Historia en enseñanza media, maestrando en Historia Argentina y Latinoamericana por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. 

El Madrileño (2021), de C Tangana

MÚSICA
FEDERICO DEL RIO

El Madrileño (2021)
de C Tangana

   La casa Carvajal es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura brutalista de los años sesenta españoles. Ubicada en Somosaguas (Madrid), la casa Carvajal expone los límites entre lo natural y lo urbano encontrándose en el dinamismo del cotidiano hogareño. Javier Carvajal ideó esta vivienda en 1967 para vivir allí junto a su familia, quienes moraron sus desniveles durante solo 10 años, luego cambió de dueños en varias oportunidades hasta la actualidad. La Casa Carvajal metaforiza, con la potencialidad material que la arquitectura sabe plasmar, el perfume de la modernidad española; el filo sapiencial del hormigón mixturándose con la naturaleza de su patio interno, su fogata en la entrada, su piscina casi de subsuelo. Además de ser la locación del libro de fotografías y textos autobiográficos de la fotógrafa española Cristina Rodriguez de Acuña Martinez -quién vivió durante 25 años allí-, La Casa Carvajal ha sido la locación del videoclip de la canción “Comerte Entera”, track número 3 del disco El Madrileño compuesto y producido por Antón Álvarez Alfaro, más conocido en la escena musical internacional como C Tangana. La elección de la locación podría justificarse dado que la paleta cromática del gris brutal del hormigón y los verdes de la vegetación interna y externa de la casa coinciden con el tono bucólico de la canción y su ritmo bossanovesco. Y podría decirse que sí, la Casa Carvajal y sus tonos fríos propios de una Madrid nublada y otoñal cuajan a la perfección con el espíritu nostálgico del tercer corte de difusión de El Madrileño. No obstante, la decisión de tomar un ícono de la arquitectura española cuya propuesta estética versa desde lo moderno a la tradición, desde el pasado árabe hasta el presente cosmopolita de la ciudad capital parece acompañar un concepto que es transversal a todas las canciones del disco tanto en lo sonoro, como en lo visual y lo poético. El Madrileño es un disco de diálogo desde el presente que observa con anteojeras digitales el pasado rural y urbano de España pero más precisamente Madrid y sus alrededores.

 

     Ese gesto visual tiene su correlato musical en los recursos compositivos de El Madrileño. Ya en sus primeros compases sienta lo que luego será un recurso recurrente en la producción integral de la obra: la utilización de retazos, recortes de música de otros tiempos, otros momentos, resignificados y reubicados en una canción popular. “Demasiadas Mujeres”, primer track del disco posee una introducción que oída desde latinoamérica desconociendo la historia Española y su cultura rural, podría parecernos compuesta para la ocasión. Es grata la sorpresa y a la vez poéticamente coherente descubrir que esa melodía interpretada por cornetas y tambores es en realidad un fragmento de “El amor” de la Banda Rosario de Cádiz, banda tradicional del sur de España que continúa su actividad al día de hoy con 35 años de trayectoria. Esa aparición de lo fúnebre y lo marcial pero a su vez una sonoridad que nos remonta a otro momento, a otra forma de interpretar la música popular, se ve disruptivamente quebrada por el sonido del bombo digital, grave y profundo y el sintetizador con su timbre artificial que acompañan la primera estrofa de la canción. Así C Tangana, en tándem creativo con su productor Alizzz, recurren al sampleo como un puente entre lo que podría ser la historia de otros españoles de 30 años, con su niñez marcada por los pasodobles y las marchas que sus abuelos oían tanto en la urbanidad madrileña, en el corazón cultural y administrativo Español, como así también en el aún postergado interior rural o costero.

 

     El sampleo es una técnica compositiva utilizada por numerosos musicxs y productorxs a lo largo de la historia de la música popular masiva. En términos concretos, esta técnica consta de tomar un fragmento de otra producción artística y redisponerlo en una nueva obra. Esta técnica puede realizarse de forma “análogica” reproduciendo total o parcialmente un fragmento o pueden manipularse digitalmente esos trozos musicales para incluirlos, resignificarlos e incluso volverlos irreconocibles. Más allá de los pormenores técnicos, el Sampleo representa una nueva forma de pensar la autenticidad en las obras de arte y, particularmente, en la música popular. La categorización del uso de samples como “plagio” pareciera no lograr dimensionar la profunda relevancia identitaria que conlleva la selección de fragmentos que no solo resultan funcionales a la producción que se quiere llevar adelante, sino también nos cuentan, superficial o profundamente, quién es en este caso C Tangana. Cuál ha sido la música, los sonidos, las referencias visuales, poéticas que lo han conmovido y lo han constituido como artista. Referencias que, el uso de samples, pone en evidencia de manera tajante y concreta.

 

     Siguiendo en esta línea de análisis hacia el final del primer track del disco y, en el momento más álgido melódicamente, C Tangana decide concluir esta canción que cuenta la emoción vacía de vínculos sexoafectivos esporádicos con la melodía introductoria a “La Campanera” del entonces niño cantor de pasodobles José Jimenez Fernandez, más conocido como “Joselito”. La melodía forma parte de la canción con total naturalidad y pareciera conectar ese comienzo de trompas y tambores con el beat electrónico y techno de la canción para volver nuevamente al pasado, a una voz, un canto de otro tiempo, de otro momento. En la continuidad del disco, podemos hallar una y otra vez las referencias sonoras que C Tangana va incluyendo como guiños, como pequeños llamados de atención al oyente atentx. En el segundo track “Tu me dejaste de querer” además de su ritmo bachatero con voces flamencas -es destacable aquí la participación de Niño de Elche y La húngara-, nuevamente Puchito incluye el coro de “Son Ilusiones” del grupo de Flamenco/Disco Los chichos. Es interesante cómo también en las referencias sonoras que han sido escogidas para el disco aparece el diálogo entre lo nacional y lo cosmopolita, entre la música tradicional y aquella adoptada posteriormente por las clases populares.

 

     En El Madrileño estos retazos de músicas anteriores no solo se presentan en forma de melodías literales -es decir aquellos fragmentos melódicos que aparecen sin ningún tipo de alteración perceptible-. En el tercer track del disco “Comerte Entera”, del cual hemos hablado anteriormente, la cita es aún más sutil. La melodía cantada de la canción, con su letra que se permite utilizar términos actuales como “roneando” o “meneando” es acompañada por acordes que, a primera escucha, no parecen guardar relación con otra producción. Sin embargo, la serie de acordes es claramente la misma que “Insensatez”, canción brasileña compuesta por el genial Tom Jobim. Este gesto es reforzado por el ritmo escogido para la canción y las intervenciones de Toquinho, uno de los músicos más importantes de la música popular de Brasil. La multiplicidad de dimensiones donde el recurso del encuentro entre lo que fué y lo que es la música popular es aquí muy interesante y enriquecedor. C Tangana evidencia, a través de los procesos compositivos que utiliza en El Madrileño, que la música popular continúa siendo un territorio en disputa donde la definición certera de su identidad estética pareciera ser un anhelo lejos de alcanzarse y lo suficientemente distante a lo que luego acontece en la producción artística. 

 

     Por último, destacaremos dos momentos más de El Madrileño donde la aparición de lo ya dicho aparece a partir de un procedimiento que resulta llamativo. En el cuarto track del disco, Antón Alfaro toma prestada la letra de dos canciones muy exitosas del pop melódico español. En “Nunca Estoy” cita textualmente a Alejandro Sanz y su canción “Corazón Partio” y a “Como quieres que te quiera” de Rosario -más específicamente toma fragmentos de ambas canciones y las nuclea en un solo estribillo-. Procedimiento similar realiza en “Nunca Olvidaré”, dónde comienza con una melodía cuya letra es la misma que el tango de Cobián y Cadicamo “Nostalgias”. En ambos casos las letras de las canciones son reapropiadas ya sea por modificar radicalmente la melodía que la acompaña -como sucede en “Nunca Olvidaré”- o porque de ambas citas genera un nuevo material -como en “Nunca Estoy”-. Podríamos mencionar también la cita a Los Abuelos de La Nada en “Hong Kong” junto a -como no podía ser de otra forma- Andrés Calamaro. De una manera u otra C Tangana logra con estos samples no solo enriquecer la propuesta general del disco, sino que además lo dota de una contundencia discursiva, estética e identitaria que es destacable en los tiempos de música por streaming y micro contenido.

 

     ¿Que es Pepe para tí la canción Española? preguntó Lauren Postigo el 8 de septiembre de 1978 a Pepe Blanco, cantante y actor icónico de la canción popular española. Su respuesta es sampleada 42 años después por “Pucho” e incluida en El Madrileño. Así, con un silencio absoluto C Tangana deja que Pepe Blanco responda y hable por él y por su música. C Tangana decide reclamar ese derecho de la periferia, de lo popular, de lo suburbano de generar resistencias contrahegemónicas, apropiándose de los discursos dominantes y sampleandolos para hacerlos suyos. Como bien responde Pepe Blanco ante la consulta en la Televisión Española 40 años atrás: “Lo que no puede cantar un Inglés es un fandango, una jota o un pasodoble (…) en cambio yo cantaría lo que canta ese gran artista Frank Sinatra (…) en cambio él no puede cantar (…) como cantan Farina o Antonio Molina”.

FEDERICO DEL RIO

Es licenciado en música popular, músico y docente en la Facultad de Artes (UNLP).

Un país hecho bolsa (2021), Camezzana y Capasso

PERFORMANCE/INTERVENCIÓN CALLEJERA
DANIELA CAMEZZANA Y VERÓNICA CAPASSO

Un país hecho bolsa. Resignificaciones del recurso de la bolsa en performances de protestas callejeras (2021)

     En el transcurso de la semana en la que se dieron a conocer un conjunto de irregularidades y/o excepciones realizadas a la gestión de la vacunación por etapas dispuesta en el Plan Estratégico para la Vacunación contra la Covid-19 en la República Argentina, comenzó a circular en las redes sociales una convocatoria a marchar el sábado siguiente a la Plaza de Mayo -la más antigua de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y escenario simbólico de los acontecimientos políticos, populares y/o ciudadanos más importantes de la historia del país-. Casi en simultáneo se difundió el llamamiento en medios de comunicación de alcance nacional como por ejemplo el Diario Clarín que en el trabajo de jerarquización de la información, seleccionó como principal consigna la demanda de justicia por el #VacunatorioVIP y por la “angustia de los adultos mayores”, por sobre otras demandas asociadas por lxs usuarixs al Banderazo -como, por ejemplo, clases presenciales, corrupción, economía-. 

     Mientras comenzaban a congregarse lxs asistentxs del “Banderazo” realizado el 27 de febrero de 2021, unxs disponen diez bolsas negras parecidas a las de consorcio o uso doméstico pero del largo de una persona (aproximadamente 1,60 m) sobre las baldosas grises a dos metros del lado externo del enrejado perimetral de la Casa Rosada. En la foto (imagen 1) del diario Página 12, citada por ser uno de los pocos registros públicos del momento de inicio de la acción performática, se puede ver a un joven vestido íntegramente de blanco hasta el tapabocas, que sostiene un extremo de la bandera violeta de la agrupación Jóvenes Republicanos (JR) la cual ocupa casi cuatro paneles. JR es una agrupación política que nació en el 2020, en el contexto de pandemia y cuarentena, y que tiene la característica de que la edad de sus miembros oscila entre 16 y 30 años. Según definen en su página web, persiguen valores republicanos y sostienen la lucha por la república y la libertad. Desde su creación, realizan charlas con referentes políticos y expertos en diferentes temáticas y encuentros de formación virtual sobre historia argentina, proponiendo otro revisionismo diferente al enseñado en instituciones educativas. Por último, usan las plataformas digitales para redactar y viralizar diversos contenidos, en especial Instagram y Twitter, las cuales, además les permiten mostrar el minuto a minuto de las performances.

     Cuando logran colgar la tela de los barrotes, aproximan las bolsas hasta el cantero que divide la vereda de la Plaza de Mayo del cerco perimetral de la Casa de Gobierno. La bandera queda centrada para que en la foto de la fachada cruce el cuerpo principal del edificio, a un lado de las bolsas que se colocan en el medio exacto del corredor principal de la plaza. Cada bolsa está atada en los extremos por una cinta de embalar marrón y rellena con papeles de modo tal que da la impresión de un “cuerpo inerte”. La prolijidad de los carteles confeccionados y diseñados previamente contrasta con la disposición despareja del material de relleno y de los bultos entre sí producto del traslado o las sucesivas maniobras para acomodarlos. Los “cuerpos” están identificados a la altura de la cabeza o el esternón con unas impresiones en hojas A4, con una primera línea en celeste que dice invariablemente: “Estaba esperando la vacuna pero se la aplicó” y en el medio de la hoja en mayúscula y centrado menciones más específicas a personas como “Estela de Carlotto”, “Martín Guzmán” y “Daniel Scioli” junto a otras generales como “los pibes de la Cámpora”; “la familia de Duhalde”; “los amigos de Alberto”; “la mujer de Zannini”; “el hijo de Moyano”; “los suegros de Massa” y “el sobrino de Ginés”. A pie de página se ve un águila, el logo de Unión Republicana (UR) y el caballo insignia de JR. 

     Según la propuesta programática de la acción explicada en distintos medios de comunicación, las bolsas aludían a las personas que fallecieron “o van a fallecer” por el virus señalando que “hay un argentino en esas bolsas porque otro se le adelantó”. Más allá de la veracidad de la información suministrada por la acción, la forma en que la misma fue consignada recibió críticas en tanto el contrato de lectura de los distintos elementos se reduce a la “letra chica”. Así se tome el punto de vista de los transeúntes o de lxs usuarixs de las redes sociales, la comprensión de la crítica o denuncia requiere una relación de proximidad con la imagen corporeizada (los muertos) que no suplanta necesariamente lecturas previas realizadas entre el texto en mayúsculas (nombre) y la figuración del cuerpo. Es por esto que la interpretación prevalente fue que las bolsas “contenían” los cuerpos de las personas mencionadas en los carteles o que “merecían” la muerte por sus acciones. 

     En ese sentido, la dimensión polémica de la acción sobrepasa lo que se declara en entrevistas posteriores como el conflicto tematizado en la instancia programática, habilitando más de una controversia en torno a la aparición de JR. Es decir, si bien la acción propone la conversación sobre el plan de vacunación y las consecuencias de la pandemia, produce una serie de operaciones que establecen relaciones de causalidad entre fenómenos distintos dándolas como evidentes sin respaldo de una carga probatoria sino que estaban ahí para ser “mostrados” al público general. Entre las múltiples conversaciones que se abren a partir de la acción, se establecen una serie de “confusiones productivas” tales como:

  • Vincular las consecuencias de la pandemia (fallecimientos por factores relacionados al Covid 19) a las medidas concretas alcanzadas por el gobierno nacional para la gestión de ese panorama.
  • Establecer como “falta” de transparencia en la comunicación la ausencia de imágenes vinculadas a lxs fallecidxs en tanto no aparecieron fotografías de cuerpos en las calles como en Perú o los entierros masivos en Brasil. Desestimando que la ampliación del sistema de salud y atención pública de los casos tenga relación con la falta de registro y/o “existencia” de esas escenas en la Argentina. 
  • Relativizar el rol de los activismos en la producción y divulgación de información, en este caso sobre el uso discrecional de los recursos públicos, realizando afirmaciones totalizantes como “los pibes de la Cámpora” o “los amigos de Alberto” que no son posibles de verificar o dan cuenta de grados de responsabilidad, etc.

 

     La performance, en tanto acontecimiento dentro del Banderazo, produjo cierta “atracción” más que “rechazo” en tanto se fotografió, filmó y difundió en simultáneo formulando un registro descoordinado y casero que multiplicó “las vistas” de la propuesta. La reproducción de la imagen fue sostenida a lo largo de los días más allá de la posición de las personas (a favor o en contra). En cuanto a las imágenes disponibles en la mayoría de las fotografías, no se establece una relación directa entre el cuerpo de lxs jóvenes que llevaron a cabo la acción o quienes toman registro a modo de pose o selfie sino que la presencia de lxs asistentes aparece mediada por la sombra. En los registros fotográficos, se produce un efecto de amalgama entre las personas que se paran a “los pies” de las bolsas y “los cuerpos” desparramados en la vereda “proyectando” extremidades como los brazos o la totalidad del cuerpo (imagen 2). En algunas fotografías (imagen 3), se observa cierta intención de “firmar” la acción a través de pins de las agrupaciones debajo de los carteles pero los mismos fueron retirados aparentemente después de obtenidas las imágenes. 

     Antes de concluir el encuentro, las bolsas son vueltas a mover para ser colgadas directamente del enrejado que divide la Casa de Gobierno de la Plaza (imagen 4). Esta vez más agrupados y ya algo desvencijados, “los cuerpos” quedan expuestos “a la vista de todos” y sobre todo, de lxs agentes de la policía que custodian el lugar.

     Uno de los referentes de JR, Ulises Chamorro, sostiene en diversas entrevistas que la acción fue pensada “sobre la marcha” y que resultó “un éxito” justamente por las repercusiones y la atención que “las famosas bolsas mortuorias” despertaron en propios y ajenos. 

     Por otro lado, Chamorro establece como destinatarixs de la acción además de lxs asistentes al acto, otrxs que acceden de forma mediatizada o hipermediatizada en las redes sociales apuntando específicamente a las repercusiones fuera del país. En tanto “recurso” como denomina a la acción, el joven sostiene que resulta efectiva no por su efectividad en lo comunicativo sino porque lxs permite “ingresar” al escándalo del Vacunatorio VIP, es decir, ser parte de la agenda pública y “cruzarse” con otrxs referentes políticos con más trayectoria. 

     Por su parte, la diseñadora Maia Ocampo, asume la discusión específica sobre la composición de la acción como recurso para “mostrar la realidad” y “despertar” a la sociedad. Dentro de las líneas de acción, Ocampo señala que este tipo de expresiones apunta a una dimensión simbólica en la que se proponen dar una batalla cultural (Entrevista radial, REALPOLITIK.FM, 3 de marzo de 2020). Por último, en ambos casos al ser interpelados en vistas de la polémica, lxs referentxs de JR responden que “reivindican”, “están convencidos” y se enorgullecen de la acción porque interfiere con los procesos de “victimización” de lxs adversarios. 

     Cabe en este punto pensar la noción de “transgresión” que propone Stefanoni (2021) asociada a ciertas formas de la rebeldía juvenil – que subyacen en los discursos de JR – frente al reclamo de lxs periodistxs, líderes políticxs y otras figuras públicas de reconocer un “exceso” en la manifestación. En lugar de pedir disculpas o retractarse por los efectos, lxs jóvenes reivindican la “incorrección” política como “una forma de decir las cosas como son, en nombre del pueblo llano, mientras que las izquierdas -culturalizadas- serían sólo la expresión del establishment y el status quo” (p. 65). Es por esto que definen la acción como “un éxito” en tanto expone más allá de los cuerpos, la reacción de “una élite progresista” que busca imponer su visión y “perseguir” otras formas de concebir el mundo. 

     Por último, señalamos que en tanto recurso, la utilización de las bolsas para hacer referencia a las violencias, padecimientos o la precariedad que pesa sobre los cuerpos fue utilizado en reiteradas ocasiones tanto en marchas como en intervenciones del espacio público en distintos momentos sociopolíticos del país. De las distintas referencias en este sentido, destacamos las acciones del Grupo Escombros (GE), que nace en La Plata en 1988, cuya trayectoria fue reseñada en el artículo “Grupo Escombros. La Estética de la Solidaridad (2020)” de María de los Ángeles de Rueda.

     A fines de los 80, GE usa la bolsa como elemento para denunciar la corrupción estableciendo una analogía entre la misma con los efectos de la acumulación de la basura en la obra “Montaña” (imagen 5). También aparecen con 500 bolsas de residuos de color negro en la muestra Arte en la Calle en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) en la obra titulada “Mar” (1993) (imagen 6). Por último, la fotografía titulada “Carrera de Embolsados” retrata cinco cuerpos en movimiento cubiertos por bolsas de nylon negro en un paisaje incierto. La imagen fue una de las 13 fotografías en blanco y negro que conforman la obra Pancarta I exhibida en noviembre de 1988 debajo de la autopista en el barrio de San Telmo. Los cuerpos fotografiados evocan la violencia expresiva, es decir:

 

     (…) por movimiento o reposo, los límites de la lucha y la resignación. Los rostros cubiertos, algunos cubiertos de bolsas, la posición abatida. Si hay una figura, como en las siluetas emblemáticas realizadas para las marchas por los desaparecidos, que resume el recuerdo de la tortura, es el del cuerpo aprisionado, agachado, cegado. (de Rueda, 2005, p. 8-9).

     Más allá de los posicionamientos políticos de los grupos mencionados, JR y GE, y de si JR tiene presente la genealogía de la utilización de este elemento en las performances de protesta, el recurso bolsa negra presenta una plasticidad que permite poner en contacto ideas e impresiones como la descomposición social y la corrupción con los cuerpos. ¿Qué le hace la inscripción de esta acción en nuestro imaginario a las futuras manifestaciones progresistas que adopten este elemento?

 

Bibliografía

     Rueda, M. D. L. Á. D. (2005). Cuerpos replicantes: sobre las Pancartas de Escombros y el arte múltiple. En: I Congreso Iberoamericano de Investigación Artística y Proyectual. La Plata: Facultad de Bellas Artes.

 

     Stefanoni, P. (2021). ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio). Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

 

Referencias:

Imagen 1: Fotografía publicada en el diario Página 12. Imagen: Kala Moreno Parra.

Imagen 2: Toma directa realizada por un participante del Banderazo.

Imagen 3: Fotografía de la acción en la que se ven los pines de las agrupaciones.

Imagen 4: Fotografía publicada en distintos portales de internet. (s/a)

Imagen 5: Motaña – Grupo Escombros, fines de los ‘80.

Imagen 6: Mar – Grupo Escombros (1993)

Imagen 7: “Carrera de embolsado” de la obra Pancartas 1 (1988) del Grupo Escombros. Fuente Galería Walden.

 

 

1 Veáse: https://www.argentina.gob.ar/coronavirus/vacuna.

2 A modo de ejemplo, véase: https://www.clarin.com/politica/-27f-oposicion-llama-marchar-plaza-mayo-gobierno-vacunatorio-vip_0_-rgde4__K.html

3 Véase: https://www.jovenesrepublicanos.com.ar 

4 Véase: https://www.instagram.com/jovrepublicanos/ 

5 Véase: https://twitter.com/JoRepublicanos 

6 Así lo explica Maia Ocampo, militante de Jóvenes Republicanos y diseñadora de las acciones performáticas que la agrupación lleva adelante. Entrevista REALPOLITIK.FM. Jóvenes Republicanos: “Los que tergiversaron la intervención son los mismos de siempre”. 3 de marzo de 2021. 

7 En este punto, queremos señalar que algunas de las personas mencionadas habían recibido la primera dosis porque les correspondía por edad; presentaban afecciones subyacentes que determinan que corren mayor riesgo y/o luego se constató que no habían accedido al “Vacunatorio VIP”.

8 Vale mencionar pedidos explícitos como el que se formula en la nota de opinión del periodista, Mempo Giardinelli de establecer penas para “responder legalmente” ante dichas situaciones. Véase: https://www.pagina12.com.ar/358799-parar-el-odio.

DANIELA CAMEZZANA

Es investigadora, comunicadora y artista. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Integra el  “Grupo de Estudio sobre Cuerpo” (GEC) y participa del proyecto de investigación titulado “Cuerpo, afecto y performatividad en prácticas artísticas contemporáneas” (FaHCE – UNLP). Colaboró con Cosecha Roja, Revista THC, Perycia y Revista Anfibia, entre otros.

VERÓNICA CAPASSO

Es socióloga e historiadora del arte. Doctora en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de La Plata. Investigadora asistente de CONICET. Ayudante diplomada en la cátedra Cultura y sociedad de la FaHCE-UNLP. Coordina el Grupo de lectura Estudios sociales del arte, la cultura y la política en Latinoamérica (CISH-IdIHCS). Investiga sobre arte/cultura visual, política y afectos. Participa del colectivo editorial de la revista de arte contemporáneo boba.

Indiccionario de lo contemporáneo (2021), Pedrosa-Klinger-Wolff-Cámara

ENSAYO
LUCÍA FAYOLLE

Indiccionario de lo contemporáneo (2021)
de Celia Pedrosa, Diana Klinger, Jorge Wolff y Mario Cámara

     La colección Madriguera llegó a mis manos en una bolsita de tela , a modo de regalo sorpresa. Tenía tres libros: Ensayo de vuelo, Lecturas imaginarias y ¿Qué hay en escribir? Al poco tiempo, eso que parecía una tríada se fue ampliando. Se sumaron Indiccionario de lo contemporáneo y El punto en el tiempo. Y ahora, ayer nomás, apareció Una casa lejos de casa. Van apareciendo y sorprenden. Se va expandiendo la madriguera de lecturas y escrituras de ensayos sobre teoría, arte y literatura que propone la colección. Va abriéndose en textualidades diversas que dan cada vez más la sensación de sinfín. Y mientras sigan apareciendo los túneles, las lectoras fanáticas de las madrigueras nos llenamos de ganas de ir a buscarlos para leer más. Porque cada libro deja preguntas y, con la certeza de que las respuestas no estarán en el siguiente libro, nos entusiasmamos en seguir la huella de EME en busca de más interrogantes. Así fue que fui a buscar Indiccionario de lo contemporáneo ni bien salió. 

     El nombre y la tapa eran (y son) una invitación. Cada libro como tal es una obra de arte. Indiccionario de lo contemporáneo no tiene título ni autores en su tapa, pero les lectores no los necesitamos. No se trata de un gesto rupturista, de generar un misterio. Todo lo contrario, la diagramación del libro hace sentido con su escritura colaborativa y se volvería redundante la repetición del título en la tapa. Esta se compone de un conjunto de módulos o voces que se yuxtaponen, superponen, completan y conversan dando la  idea de diálogo y vínculos múltiples y diversos. Es que ni bien abrimos el libro, nos encontramos con muchos nombres, muchas personas. Cuatro organizadores: Celia Pedrosa, Diana Klinger, Jorge Wolff y Mario Cámara. Muchxs autorxs: Antonio Andrade, Antonio Carlos Santos, Ariadne Costa, Florencia Garramuño, Luciana di Leone, Wander Melo Miranda, Rafael Gutiérrez, Raúl Antelo, Reinaldo Marques y Paloma Vidal. Y las traductoras: Guillermina Torres, Samanta Rodríguez y Lucía González. Sin embargo, cuando nos vamos metiendo en las páginas, descubrimos que esa escritura múltiple no está marcada, segmentada, señalada. No hay advertencias de cambios de escritura. ¿Dónde comienza unx y termina otrx? No se anuncia, no se avisa, no importa. La escritura es colectiva porque escriben todes sin apropiarse cada unx de aquella parte que tipeó. Y ahí cobra muchísimo más sentido la propuesta artística que hizo Leticia Barbeito, la directora de arte de la Colección Madriguera. Y más aún cuando leemos la presentación que hacen les organizadores del “bárbaro, nuestro, vuestro” indiccionario, donde cuentan el proceso de escritura del libro, que vale tanto la pena traer a este comentario.

     Indiccionario de lo contemporáneo comenzó a escribirse en el año 2012, en un encuentro para unas jornadas en la Universidad del Valle en Cali, Colombia. Desde diferentes perspectivas críticas y geográficas, nació el proyecto de un libro en torno a lo contemporáneo que sea sobre los problemas y temas comunes, en lugar de a partir de sus trabajos individuales. Fue un trabajo de cinco años en diversas etapas, que implicó muchas conversaciones por mail y algunos encuentros en persona, en los puntos intermedios entre las  localizaciones diversas de les escritores y organizadores. Las seis entradas que forman este indiccionario surgen del debate en torno a las palabras clave que aparecían en los trabajos presentados en las jornadas. Cada una de esas entradas fue en principio escrita por parejas de trabajo. Pero, en la segunda etapa, fue otra pareja la que terminó cada una de las entradas. Por cada una pasaron como mínimo cuatro personas. Por eso no llevan autoría: esta lectura y escritura indicial es colectiva, excede los límites personales.

     Seis nociones hacen el Indiccionario de lo contemporáneo: archivo, comunidad, destinación, lo contemporáneo, posautonomía y prácticas inespecíficas. Seis palabras, las relaciones que entre ellas se producen, las múltiples puertas que abren y las lecturas y escrituras diversas que lo construyen. Tiene de diccionario las entradas y el orden alfabético pero es también una elección de seis conceptos frecuentes en la crítica cultural latinoamericana y su negación en la deriva ensayística. Hay signos de pregunta en aquello que se afirma, hay afirmaciones y hay dudas. Se describe cada palabra y se la cuestiona, se las pone en relación y se construye una noción conjunta de lo contemporáneo en una seguidilla de entradas que permiten pensarlo y comprenderlo en sus diferentes aspectos. 

     Este Indiccionario invita a diversas lecturas posibles: desde la placentera de un domingo a la mañana hasta un resumen de la noción de archivo para preparar el final de Filología Hispánica. Lo digo, claro, desde mi propia experiencia lectora. Yo lo leía por placer el domingo entre mate y mate, cuando me acordé que una amiga estaba por rendir y me pareció un material de estudio excelente. Porque es un montón de puertas abiertas para ir pensando, pero también un gran recorrido por mucho de lo ya pensado sobre cada concepto. Se vuelve, de esta manera, una escritura inclusiva de todas aquellas personas que se acerquen al libro. En mi experiencia, por ejemplo, la entrada “archivo” fue un hermosísimo recorrido por nociones, autorxs, preguntas que ya había caminado. Un recorrido “de la mano” de una escritura conversada y decidida colectivamente. Pero esa entrada no es independiente de las demás, se complejiza y se expande al ser puesta en relación con las demás palabras que rodean lo contemporáneo. Entradas como la de “destinación”, que, a diferencia de la de “archivo”, fue todo sorpresa y entusiasmo. No conocía esta palabra como tal, aunque la poesía que leo y la poesía que escribo están cargadisimas de las segundas personas. Al poner la literatura en relación con las artes visuales, aparecen posibilidades mucho más complejas de destinar. Se abren las preguntas sobre la destinación contemporánea, su ética y su pluralidad de recepciones, que ponen en juego la unicidad que la lingüística atribuye a los pronombres en la enunciación. Una destinación que vuelve protagonistas a les lectores o espectadores, agentes constitutivxs del arte contemporáneo: lo hacen, lo mueven, lo transforman y lo afectan cada vez que se acercan, lo leen y lo tocan.

     Ese mismo lugar tenemos les lectores de este Indiccionario de lo contemporáneo. Se hace notar la heterogeneidad de lecturas y lectores invitades a visitar el libro entero o alguno de sus fragmentos, hacer los recortes deseados en aquellas entradas que hacen sentido con las demás textualidades que circulan alrededor de cada lectora. Es que hay en las maneras de escribir, organizar y hacer el Indiccionario tantas puestas en duda, tantos cuestionamientos de las maneras de pensar y construir conocimientos, que les lectores nos sentimos invitades a ser también escritores de ese proceso: seguirlo, expandirlo, problematizarlo, diversificarlo. Esta manera de escribir e invitar se sitúa desde la misma contemporaneidad que se describe a lo largo y ancho, en las idas y vueltas por las seis entradas: su lugar de enunciación es consecuente con las maneras de pensar y hacer lo contemporáneo. En la mitad del libro, encontramos la entrada sobre “lo contemporáneo”, que funciona como centro para pensar a las demás. Pueden releerse desde este espacio-tiempo tanto las entradas anteriores como las posteriores para comprender su lugar y momento de enunciación. Una escritura colectiva, situada y concentrada en los procesos, lo inacabado, lo colectivo, lo heterogéneo, lo híbrido, lo transdisciplinar, lo performático, la expansividad y la inespecificidad. Lo contemporáneo en general y este indiccionario en particular suceden allí donde las dudas son moneda corriente. Cada afirmación se lee con ese velo que es (hoy-acá-ahora) la manera más honesta de hablar, pensar y hacer. Hay certezas, pero es necesario conversarlas, revisitarlas y comprenderlas desde todos los ángulos y en escrituras colectivas.

LUCÍA FAYOLLE

Es profesora en Letras en Educación primaria, secundaria y superior. Miembro del proyecto de investigación “El archivo como política de lectura. Reformulaciones teóricas y metodológicas en América Latina en torno a Archivos de escritores y artistas”.