GUAY | Revista de lecturas | Hecha en Humanidades | UNLP

Tierra suelta (2020), Melina Cavalieri

NOVELA
CLARISA FERNÁNDEZ

Tierra suelta (2020)
de Melina Cavalieri

     Tierra Suelta es la primera novela de Melina Cavalieri. Se publicó en el 2020, año de inicio de la pandemia del COVID-19, trayendo en sus páginas un tema que iba en perfecta sintonía con el contexto: la muerte. Junto con ella, viene también la culpa, agazapada entre lo inevitable, pero batallando por salir. En el libro, la protagonista Mariela Fuentes regresa a su pueblo, Moquehuá, en la provincia de Buenos Aires, después de 5 años de haber vivido en la ciudad y ver morir (he aquí la primera muerte), todas sus proyecciones familiares y laborales. Vuelve derrotada y triste, llorando un pasado que no salió como debía. Pero rápidamente quien lee descubre que esa no es la muerte que más le duele, sino la de su papá Taco (he aquí la segunda muerte), y todo lo que se llevó con él. Melina, claro, es de Moquehuá, y este libro es en parte un homenaje a su pueblo, a su gente, al mapa intrincado de sensaciones y pensamientos que su pueblo le genera. 

     Esa vuelta al pueblo está llena de fantasmas, pero no de los que te asustan detrás del espejo, sino los que están tomando mate con vos, en tu casa, compartiendo tus sueños y anhelos, tus más profundos miedos. Cuando Mariela describe las sensaciones que le provoca volver al pueblo, el olor a campo, a barro, las vías del tren, los tabúes no dichos, las historias terribles, el olvido y el recuerdo, parece que se lo sabe todo de memoria, pero al mismo tiempo, que lo ve por primera vez. Como hilos invisibles que unen los capítulos, la pérdida, el abandono y la nostalgia contrastan con la felicidad que encarnan los momentos del pasado. Pero Melina no narra el dolor mostrando la sangre fresca que emana de la herida, sino que conjuga, en ese dolor, la dulzura de la vida que acompañó la muerte. El paso del tiempo se describe en sus habitantes: “gente que el campo tragó joven y vomitó en la vejez”. No hace falta nada más para imaginar esas vidas. 

     Melina y Mariela, autora y protagonista, parecen ir de la mano recorriendo las calles de su pueblo. Juntas hacen una especie de antropología afectiva de su propia historia: una antropología literaria, donde cada espacio, cada rincón, es detalladamente descrito. Pero en ese relato está prohibido el distanciamiento, es condición obligada no despojarlo de las vivencias que le dan sentido porque es ahí donde se constituyen: el barro y el viento, la madera y el sol, la chapa y la mugre, son dúos que reconstruyen fragmentos de lo no dicho, establecen pactos con emociones que el pueblo despierta. En esa antropología atravesada por la muerte y la culpa, hay destellos felices del pasado que buscan desesperadamente tejer redes con el presente, poder colarse en los nuevos amores, la recuperación de la amistad y el valor de la pertenencia. Mariela vuelve a Moquehuá convertida en piedra: la ciudad se la devoró. Pero mientras camina las calles del pueblo la piedra se va cayendo, sus músculos se liberan y sangran, el sol le devuelve el color humano y la respiración se restablece. Ese ciclo de mutación se cierra cuando vuelve a la ciudad, fugazmente, para concretar un trámite de su pasado: “ya no me pertenecen estas ceremonias”, piensa. 

     Los personajes de la novela son figuras estereotipadas: un héroe querido por todos, como Taco: la síntesis humana de la justicia, la amistad, la honestidad, la tozudez del que sabe lo que quiere. Garín, amigo incondicional de Taco y Mariela, ese personaje entrañable que está atado a la tragedia; El Tano, encarnación del mal, el resentimiento, todo lo oscuro, lo que no tiene remedio (“los demonios del pueblo son pocos y prefiero evitarlos”). Hay personajes que a simple vista parecen secundarios –como la mamá de Mariela-, que se reivindican en la ficción y recuperan un protagonismo que fue opacado por el héroe que ya no está, pero cuya omnipresencia es tan fuerte que nada puede pensarse sin él. En Tierra suelta también hay lugar para la esperanza, para el resurgir, para alcanzar algo de la justicia perdida. El amor circula, la amistad y la posibilidad de futuro, aun sobre la chapa derruida y los pastizales que cubren lo que otrora fue mágico. Existe un código, un decir sin decir, una sintonía de miradas, que Melina establece entre distintos personajes. Entre Mariela y Garín, el amor que sienten por Taco les permite hablar con una franqueza que congela los huesos: “tu papá no tenía que morirse” dice él, “cuando te morís te pudrís, y listo”, dice ella. Pero no, no te pudrís y listo, porque en Moquehuá van a hacerle un homenaje a Taco y ese festejo muestra que está más vivo que nunca. Quizá la vida que vive en las memorias no lleve una palmada en la espalda, una sonrisa de dientes chuecos o palabras de alegría después de tomar un vino. Quizás, la vida que vive en las memorias sea la que vuelve sobre lo que no se dijo, la que exacerba las pasiones, la que juega con los límites, la que mezcla ficción y realidad. Y por eso, el homenaje al Taco moviliza a todo el pueblo y pone a prueba los fantasmas reales e imaginarios. Los rituales más mundanos se vuelven sagrados. El abandono del pueblo a los ojos de Mariela, es una metáfora de la tristeza que trajo la muerte de su papá: el pueblo extraña su presencia, al igual que ella. 

     La relación de Melina con la literatura surgió desde muy pequeña en ese recóndito espacio de íntima soledad, que, admite la autora, la acompañó siempre. Fue entonces cuando empezó a pensar, respirar e imaginar literatura, a partir de una cotidianidad donde los relatos mediaban conversaciones reales e imaginarias con otres y con ella misma. También la literatura la ayudó a exorcizar cierto temor al paso del tiempo, a la pérdida absurda, inevitable y voraz que sume en el olvido esa vida, triste o feliz, que nos animamos a vivir. 

     Si algo logra Melina de manera magistral, es mostrar la simpleza de los sentimientos más complejos. Sí, acá en el campo se ama profundamente, se sufre profundamente y se vive profundamente. En esos tiempos que parecen letargos e incómodos para el tramiterío de la locura citadina, la mamá de Mariela la recibe con la pieza recién pintada, en honor a su visita. En alguna otra casa le hacen un puchero y en otra organizan un asado “como en los viejos tiempos”. Allí es donde parece detenerse el tiempo, en las manifestaciones más simples que por un momento muestran hacia dónde va la vida, cómo buscar la felicidad del otro, cómo expresar un “te extrañé, no te vuelvas a ir”. Mariela entra en el timing del pueblo y se siente a gusto ahí, tanto, que quien lee se ajusta a ese ritmo de siesta, de “pasadita” para comentar algo con un mate, de arreglamos las cosas charlando, nada de whatsapp. De hecho, la tecnología parece no existir, porque todos los mensajes, las confesiones, las pasiones y hasta los pensamientos, eluden los artilugios de la instantaneidad.

     Hay momentos en la novela donde surge la inquietud, a veces la necesidad, de que esos blancos y negros se muestren desteñidos. Que los grises, la contradicción y la incomprensión pueblen las acciones y pensamientos de los personajes. Quizá demasiada corrección, una pizca de idealización y la nostalgia que impregna con su néctar de dulce tristeza, impiden que alguien se salga del molde, que estallen las pasiones, que lo que sucede no esté atado a esos inexorables destinos. En esa mirada romantizada del campo, incluso la más violenta oleada de odio o los pensamientos más delirantes, están contenidos en un marco que no les permite estallar. Y si estallan, lo hacen en silencio. Un silencio cómplice, doloroso, que tramita la complicidad con miradas y palabras contenidas. 

     Melina dice que Tierra suelta es la manera que encontró de hacerle justicia al tiempo, porque no le gusta que las cosas cambien, que las personas se vayan y, más que nada, que se pierdan en el olvido. “Porque uno viene, tiene una vida hermosa o terrible y después se va. Y no queda nada”, afirma. Algo de esa certeza de lo inevitable es lo que queda en la boca después de leer este libro, raspando la garganta y ahogando los gritos callados. La cara más visible de la muerte (no estamos más), se combina con la más compleja (seguimos estando en quienes nos recuerdan). Tierra suelta ya no le pertenece a Melina, como ella misma dice, y en ese vuelo de nuevas miradas se establece un pacto que se enlaza a la perfección con la simpleza del relato. Sin marquesinas ni sobresaltos, conviviendo con “la ternura del pasto” y “la culpa del abandono” nos volvemos un poco ellos, un poco ellas. Comprendemos esa dinámica de pueblo que lo impregna todo, incluso lo que no es del pueblo. Nos hacemos cómplices de historias que bien podrían ser las nuestras y así, sin darnos cuenta, ponemos la cara al sol esperando el sonido del tren que no pasa y dibujamos círculos en la tierra suelta que rodea las vías en el andén. 

CLARISA FERNÁNDEZ

Es comunicadora social por la FPyCS (UNLP) magister y doctora en Ciencias Sociales por la FaHCE (UNLP). Docente e investigadora del CONICET con lugar de trabajo en la misma casa de estudios. Trabaja con políticas culturales públicas y organizaciones artísticas comunitarias.

 

Hacer el odio (1984/2018), Gabriel Báñez

NOVELA
JUAN MANUEL BELLINI

Hacer el odio (1984/2018)
de Gabriel Báñez

    En agosto de 1994 el escritor Álvaro Abós señalaba acerca de Gabriel Báñez: “aunque su nombre no suene con demasiada frecuencia en el gallinero literario debido a que insiste en cometer un pecado mortal en nuestro medio macrocefálico: vivir en La Plata, alejado de cenáculos y fastos”. Y se refería a la necesidad de recurrir a Hacer el odio para explicar lo que había sucedido días atrás: el atentado a la AMIA. Veía Abós que la novela servía para entender el antisemitismo latente en la Argentina. La novela había sido publicada en 1984 por Bruguera y siguiendo a Abós: “los ejemplares remanentes de la edición fueron a parar al proceloso mar del saldo o de la librería de viejo, donde tantos tesoros escondidos vegetan a la espera de tiempos mejores”.

    No eran tiempos mejores, pero en julio de 2018 fue reeditada por la editorial Mil Botellas. La contratapa daba cuenta de que “se editó en 1984, anticipándose a Villa de Luis Gusmán (1996) o Dos veces junio de Martín Kohan (2002), dos novelas también con personajes que no son célebres verdugos, sino que estuvieron y están ocultos en el cotidiano, y que sostienen, a su manera, el horror”.

     Empieza la novela con un epígrafe de Portero de noche de Liliana Cavani que sirve para unir al nazismo con la última dictadura. Y las primeras frases ya nos adelantan lo que va a venir: “La última pregunta que recuerdo de ella fue si yo era antisemita. Le respondí, naturalmente, que la quería. Pero no sé si la quería”.  El protagonista es el gris Damián Daussen y empieza narrando sus encuentros con Raquel, judía. Las acciones transcurren en La Plata, plena dictadura.

     Hay clima de delación, de sexo reprimido, de secuestros, violencias explícitas en las comisarías e implícitas en lo que encuentran en la autopsia de una jirafa del zoológico. La Iglesia Católica también juega un rol importante y el moralista y condenador Daussen recurre a la pornografía, a las relaciones homosexuales o las prácticas abortivas. Ahí también está la riqueza de la novela: se muestra la doble moral sin necesidad de señalarla con el dedo, se va mostrando solita.

     Un detalle no menor, la escritura. Prolija e intensa, queda como ejemplo la venida del calor en La Plata: “El verano llegó a la ciudad. Los días se hicieron largos para nada y las mujeres volvieron a las calles con el aire tendencioso de otros veranos. Nada varió. O sí: la fragancia de los tilos nunca resultó tan impotente como a comienzos del mes. El olor rancio de la Destilería se mantuvo inerte sobre la ciudad durante varias semanas. Calor y humedad, un placer malsano en el cuerpo”. 

     La buena literatura despierta los sentidos, leer esos párrafos es sentir ese calor. O visualizar la excavación donde tendría que renacer el Teatro Argentino convertido en cenizas o una excursión al Uruguay lejos de cualquier folleto turístico. También hace de lo local, universal, por eso la aparición del cine Roca, la Catedral, el Museo de Ciencias Naturales, la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata donde trabaja Daussen como sereno, no implican localismo, producen el mismo efecto en los ojos de cualquier argentino cuando se enfrentan con la Santa Fe de Juan José Saer, el Buenos Aires de Roberto Arlt o Yala de Héctor Tizón. Ese buen registro de Báñez también se encuentran en los cuentos de El circo nunca muere (también editados por Mil Botellas), en la nouvelle Octubre amarillo donde se encarga del múltiple femicida Ricardo Barreda y La Plata o en la novela Virgen que transcurre en Ensenada.

     La relación Damián-Raquel atraviesa la novela, y no deja de ser atrapante todo lo que se pone en juego, la crueldad de Damián, que también mantiene relaciones con una chica de trece años. Este antisemita, ex militante de Tacuara, que pintaba cruces esvásticas y que no dudaba en la cooperación con la policía cuando un compañero de pensión se convertía en secuestrado/desaparecido, se movía en una ciudad donde en los diarios nunca se publicaban los secuestros y con vecinos que decían  que “había empezado la limpieza” al escuchar disparos aislados.

     Todo esto publicado en 1984, a apenas un año de terminada la dictadura. Sin dudas merece figurar en el corpus de libros que trabajaron bien el tema a través de la ficción. Reconocemos ello en Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia y en Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980) de Jorge Asís, publicadas durante el genocidio en la Argentina, a El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979) y Maldición eterna a quien lea estas páginas (1981), las tres escritas por Manuel Puig en el exilio, o en las ya mencionadas Dos veces junio o Villa, y en el original trabajo de años recientes de Mariana Eva Pérez en Diario de una princesa montonera (2012 y reeditado este año), y también en Hacer el odio.

     Lo escrito por Álvaro Abós en la revista Humor derivó en una reedición a cargo de la editorial Almagesto, en 1995, que desgraciadamente pasó sin pena ni gloria. En estos tiempos de derechas que se expanden por el mundo, la reedición de Mil Botellas, que es expuesta en librerías de Buenos Aires y La Plata, que estuvo presente en las numerosas ferias pre-pandemia en el país, bien merece sumar lectores y lectoras, para entender un pasado de genocidios pero también para este presente. Ya desde la portada a cargo de Eduardo Ruiz, vemos una mano que dibuja esvásticas. En la página 131 se narra el secuestro por parte de fuerzas de seguridad a una pareja, la mujer estaba embarazada, entonces un vecino de pensión de Daussen se pregunta/afirma “¿o acaso usted no sabe que ellas se embarazan a propósito?”. Esta misma frase la hemos visto replicada en distintos contextos y ante distintos hechos, pero siempre está presente.

     Las buenas obras se defienden solas, por eso se puede recurrir a otra muestra de la excelente escritura de Báñez: “A media tarde dejé el bar y caminé. El aire estaba húmedo y con olor a pescado. Un muchacho barría las escaleras de un sótano que a la noche presentaba ‘el show de las strip-girls’. Del subsuelo ascendían vaharadas de acaroina y encierro. Me detuve brevemente a mirar hacia abajo y el muchacho dijo que el espectáculo comenzaba a las ocho. ‘Todavía falta’, agregó luego. Únicamente pude divisar un juego de luces de colores y desvaídas ramas de palmeras flanqueando el ingreso. Me alejé de inmediato: las ilusiones sobre penumbras, lo mismo que las imágenes sagradas después del domingo, siempre me produjeron tristeza”.

     La contratapa de su primera edición de 1984 indica que se trataba de “básicamente, un texto confesional para mostrar la ambigüedad de ciertas conductas: opresión y seducción que cierran la parábola”. Atinadas palabras, pero en su lectura se verá que es mucho más que eso. Cabe señalar que su última novela, Jitler,  editada a ocho años de su muerte, en 2017, por La Comuna (editorial de la Municipalidad de La Plata fundada por Báñez) siguió señalando conexiones entre el nazismo y La Plata. Y las prácticas que se realizaban entre las clases ilustradas de la ciudad: “Otro prominente hombre nacional, pero de las filas del Partido Socialista vernáculo, el Dr. Alejandro Korn, fundador de bibliotecas populares y humanista reconocido, también recibió por esos años parte de la remesa indígena del Museo de La Plata, sólo que bajo la forma de carne viva: una niña de la etnia aché de la comunidad guayaquí masacrada en el Paraguay oriental, Damiana, fue entregada al Dr. Korn para que hiciera de mucama en su casa. Tenía alrededor de nueve años. Nunca se supo el verdadero nombre de Damiana, en los archivos del Museo figura así ya que a los tres años fue bautizada con el santo del día de la matanza de su familia, San Damián”. Otro Damián.

     Báñez nació en 1951 y se suicidó en 2009 en La Plata. Si como señala Álvaro Abós su pecado mortal fue estar lejos de la Capital y no frecuentar al establishment literario, bien vale el rescate de su obra. Quienes se hayan interesado por los libros de ficción acerca de la última dictadura, a través de su lectura no dudarán en que Hacer el odio merecerá un lugar importante. Incluso se la puede tener en cuenta al relacionarla con películas como Los rubios (2003) de Albertina Carri o M (2007) de Nicolás Prividera, que desde el formato documental narran la complicidad civil y el silencio que acompañó a una época nefasta. Por supuesto, que también hubo otra Argentina, de hecho personas relevantes en la lucha contra la última dictadura como Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini o Chicha Mariani, se criaron y lucharon en la misma ciudad por donde andaban tantos y tantas Damián Daussen.

JUAN MANUEL BELLINI

Es Periodista, docente de la cátedra Análisis y Crítica de Medios de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP). Trabaja además en el Programa de Justicia por Delitos de Lesa Humanidad en la Comisión Provincial por la Memoria.

 

Pose (2018-2021), de Steven Canals, Brad Falchuk y Ryan Murphy

SERIE/TELEVISIÓN
DIEGO LABRA

Pose (2018-2021)
de Steven Canals, Brad Falchuk, Ryan Murphy

     En un texto que recientemente descubrí que se ha perdido junto con el dominio digital que lo albergaba reflexioné sobre mi crush preadolescente con Kate (Winslet) en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, y Scarlett (Johansson) en Perdidos en Tokyo, y Natalie (Portman) en Garden State, y tantas otras mujeres ficticias durante mi larga pubertad. Todas, como aprendí a posteriori, manic pixie dream girl en las cuales deposité mis sueños y fantasías de varón cis acomplejado que solo quería que una chica hermosa y alterna viniera a rescatarlo de sus propias inseguridades. 

     En los últimos años, de pretendida adultez, me he sorprendido sintiéndome atraído por personajes como Nomi, la hacker unida por un vínculo psíquico con otras siete personas desperdigadas alrededor de globo que compone el elenco coral de Sense8 (2015-2018), o Blanca, la madre con corazón de oro que protagoniza Pose (2018-2021). Inesperadamente me encontré en mi fuero interno frente al hipotético sí yo pudiese sentirme atraído o incluso entablar una relación sexoafectiva con una mujer trans en ese lugar desolado que llamamos la vida real. Una pregunta que escribo con miedo a sonar intolerante, pero que, si soy sincero, debo admitir nunca había ponderado hasta que me vi movilizado por estas atracciones de streaming. Aunque, pensándolo de nuevo, la cuestión bien podría formularse de otra manera ¿Cómo alguien podría mirar la serie y no enamorarse de Blanca? 

     Pose es quizás poco conocida entre les espectadores argentines, ya que como muchas otras de las excelentes producciones del canal norteamericano FX, terminó engrosando el vasto catálogo de Netflix de un día para el otro, sin mucha promoción. (En la versión local de la plataforma pueden verse hoy las primeras dos temporadas, con la tercera y última de seguro en camino). Ryan Murphy y Brad Falchuk (Nip/Tuck, American Horror Story, Glee) buscaron con esta serie redoblar su apuesta por la introducción de elementos queer en la televisión mainstream, que ya les había granjeado bastante reconocimiento y galardones. Reclutando a Steven Canals y Our Lady J como productores y guionistas, decidieron contar ahora historias con el trasfondo de la escena del drag ballroom neoyorkino de los ochentas y noventas y, en lo que fue su mayor innovación, pusieron por primera vez en pantalla un elenco compuesto casi completamente por personas transgénero y de color.

     Si bien al principio se ofrece el punto de vista introductorio de una parejita blanca de los suburbios, encarnada por les carilindes Evan Peters y Kate Mara, a partir de la segunda temporada se prescinde completamente de estos personajes, reconociendo que acá el reflector nunca fue de ellos, si siquiera de refilón. Esta es la historia de Blanca (Mj Rodriguez), fundadora de la Casa de Evangelista, su mejor amigo y anfitrión de las galas, Pray Tell (Billy Porter), su madre e imponente diosa nubia Elektra (Dominique Jackson), les hijes que van poblando su casa como Ángel (Indya Moore), Damon (Ryan Jamaal Swain), Papi (Angel Bismark Curiel) y Ricky (Dyllón Burnside), y muches otres que navegan una ciudad que a la vez les es hostil y les da la bienvenida, donde pueden no solo sobrevivir, sino encontrar comunidad y sentido.

     Como un espectador que se descubre incómodamente ignorante, no pude dejar de preguntarme a lo largo de toda la serie cómo es que ese vibrante mundo del ballroom, al que se nos permite espiar a través del imperfecto y comercialmente motivado prisma de una producción hollywoodense, me fue desconocido hasta ahora. Un mundo rico en historia e instituciones, organizado en torno a casas que, casi como si de fantasía épica se tratase, compiten en diferentes categorías a lo largo de la pista de baile/pasarela por el honor y el respeto de un jurado de mayores y las palmas de les pares. Pero que, en un sentido mucho más mundano, también articulan los lazos afectivos de personas expulsadas de sus lugares de origen y relaciones de sangre. Casas que cobijan familias electivas, esta vez sí fundadas en el amor incondicional que esa palabra connota. 

     Lo masivo y lo popular, entendido esto último en la academia argentina como lo subalterno, se trenzan de maneras complejas en Pose. Si bien novedosamente nos encontramos con historias sobre personas transgénero de minorías étnicas contadas por personas transgénero de minorías étnicas, una crítica intransigente podría objetar que aun así este no deja de ser un ejercicio de Hollywood. Otro empaquetado de una expresión cultural genuina para su distribución, venta y consumo global. Inteligentes, les escritores tematizan este conflicto en la segunda temporada, cuando les protagonistes se ven inesperadamente enfrentades a la atención que el éxito de “Vogue” de Madonna pone sobre la comunidad. Para algunes, como los bailarines Damon y Ricky, el hit inauguró una nueva avenida profesional de éxito y validación. Para otres, la canción representaba la usurpación de esa cultura que elles cultivaron a la sombra del desprecio del mainstream por una industria cultural que ni siquiera tenía los buenos modales de invitarles a ser parte del negocio.

     Y, sin embargo, incluso si aceptamos cínicamente que estamos frente a un producto cultural que nos ofrece un algoritmo, que experimentamos sólo de manera vicaria la magia y vitalidad del ballroom, la potencia de esa fiesta es tanta que incluso severamente diluida uno no puede sino rendirse ante ella. Cuando Elektra comanda imponente a la pista y a toda la audiencia con la dignidad faraónica que su vestuario y su actitud demandan, cuando Pray te estruja el corazón cantando desde el púlpito de la Iglesia que años antes lo expulsó por ser homosexual, no puedo sino sospechar que aunque sea un trozo de un fragmento de algo genuino trasciende las mediaciones, y que por esa razón es que se me llenan los ojos de lágrimas de emoción frente al televisor.

     Luego de una primera temporada que, con ínfulas de prestige TV, propone un tono dramático de Oscar, la segunda y tercera retienen la inventiva y purpurina de las competencias y giran las perillas del histrionismo y el melodrama al taco. Una decisión artística que atenta por momentos contra lo verosímil, pero que resulta exitosa gracias al compromiso de las actuaciones larger than life de les protagonistes. Incluso podría proponerse que recién entonces la serie termina de sintonizar con cierta tradición de arte queer que abraza la catarsis over the top, parte tanto del ADN de la cultura ballroom así como de la producción cultural de trazo más grueso, que tanto disgusta a la cultura culta y sus guardianes.

     La cultura masiva bien hecha es una máquina de generar empatía, y esto es algo que Pose pone en primer plano al invitarnos a consumir una ficcionalización de vidas que rara vez son ficcionalizadas, y menos aún, en este tono celebratorio y afirmativo. Volviendo a la pregunta inicial, ¿Cómo no enamorarme de Blanca cuando apela a mi complejo de Edipo de hombre cis argentino, colmando de amor su casa llena de hijes del corazón? ¿Cómo no encandilarme cuando llena la pantalla con su risa en las cenas familiares que rematan varios de los episodios? ¿Cómo no calentarme cuando desfila divina por la pista de baile, o hace playback toda producida sobre una de Donna Summer? Mi mente y hasta mi cuerpo se tensan en direcciones impensadas al verla y oírla hecha de pixeles y en HD. 

     En mi cabeza se abren múltiples avenidas sobre las que intelectualizar estas sensaciones, que me empujan a pensar sobre el poder de los productos culturales de alcance masivo y sus potenciales efectos en la sociedad que los consume. Una preocupación que en nuestro país tiene una tradición tanto o más larga que la historia de la cultura masiva misma, como atestigua la alarma con que los intelectuales ochentistas recibieron a las novelas de folletín de Eduardo Gutiérrez, y en cuyo esclarecimiento, lamentablemente, parece haberse avanzado poco. Ciertamente se pone sobre la mesa la cuestión de la “representación cultural”, una categoría propuesta desde la crítica cultural norteamericana de izquierda que abandonó la posición defensiva ante las denuncias conservadoras en contra de las historietas, el heavy metal o los videojuegos, para adoptar una agenda proactiva de promoción de la inclusión de minorías y disidencias como protagonistas y productores de cultura masiva. Una discusión en la cual claramente Pose se inserta, y que ha llegado a la arena del discurso público local al ritmo insomne y globalizado de los hashtags virales.

     Pero quizás sea mejor ir en contra de mis instintos y quedarme con la inmediatez de esas sensaciones, con todas las posibilidades y limitaciones que estas contienen. Quedarme con haber conectado con una historia de personas muy diferentes a mí que vivieron en un tiempo y lugar lejanos experiencias que me son ajenas, pero que ahora siento un poco más cerca y que, en esa cercanía, me hace considerar posibilidades que nunca antes había entretenido.

DIEGO LABRA

Profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito mayormente sobre industria editorial, tanto publicaciones periódicas como historieta. Posee un interés omnívoro sobre todos los aspectos de la cultura masiva.

Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo (1996)

GEOGRAFÍA/SOCIOLOGÍA
NICOLÁS SANTÁNGELO

Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo (1996)
de Renato Ortiz

      En el año 2007 Maristella Svampa y Pablo Stefanoni publicaron un libro titulado Bolivia: memoria, insurgencia y movimientos sociales en el que recopilaron artículos que buscaban describir y explicar algunos procesos político-institucionales recientes, principalmente aquellos vinculados al triunfo del MAS –el partido liderado por Evo Morales-. Uno de esos artículos es una entrevista a Abraham Bojorquez, un joven cantante de la ciudad de El Alto, referente del género musical denominado hip hop indígena. La inclusión de este capítulo pareciera extraña y hasta ajena al tema del libro –quienes escriben lo saben- y por eso se aclara en la introducción sobre “la importancia de comprender los cambios en la cultura juvenil y las formas del mestizaje cultural, espacio en el cual se entrecruzan lo local y lo global”; siendo el hip hop “uno de los lenguajes expresivos privilegiados por los jóvenes de todo el mundo que, en América latina encuentra una inflexión particular, en su articulación con los procesos sociales contrahegemónicos”.

     Mestizaje cultural, espacio, juventud, hegemonía. ¿Cómo abordar desde las ciencias sociales esta relación entre mundialización y cultura?

     Una década antes, en 1996 el sociólogo brasilero Renato Ortiz escribía Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo advirtiendo que a fines del siglo XX las categorías clásicas del análisis social se habían vuelto inadecuadas para captar de manera fehaciente las transformaciones más recientes de la sociedad. Modernidad-mundo, identidad, espacio, cultura de masas, consumo. ¿En qué medida la idea original de estos conceptos lograban explicar en su complejidad y amplitud las características y procesos de las sociedades contemporáneas?

     Un primer supuesto que guía las reflexiones de Ortiz a lo largo del escrito es que la globalización de las sociedades y la mundialización de la cultura puede ser entendida a partir de la continuidad de elementos anteriores como también por la aparición de nuevas características que exacerban procesos previos. Las sociedades contemporáneas no serían entonces el resultado histórico de un evento bisagra reciente sino de la superposición de nuevos elementos sobre la continuidad de otros que ya se venían desarrollando. En definitiva, la expansión del capitalismo y del proceso civilizatorio no constituyen una novedad, pero es recién en las últimas décadas del siglo XX que la sociedad global es menos una abstracción de las ideas y cada vez más una realidad concreta. Aeropuertos, artículos de consumo, Mc Donald´s, televisión por cable (hoy podríamos agregar Facebook, telefonía móvil) son todos elementos que se han localizado en nuestras vidas cotidianas y convertido en referentes comunes. El hecho de compartir sus sentidos nos integra como individuos dentro de los límites de la modernidad-mundo.

     Pero la modernización tiene una concreción material desigual –articula conjunción y disyunción- y por ende este proceso no es unívoco ni homogeneizador. Mientras que el sistema capitalista, sus redes y sus técnicas se vuelven totalizantes y unificadoras, el conjunto de significaciones propias de la modernidad debe enfrentar resistencias con otros universos simbólicos, arrojando como resultado un mundo transglósico y plural.

     Esta pluralidad, sin embargo, no significa que cada cultura se desenvuelva de manera autónoma y aislada del resto: la expansión de la modernidad, además de “comprimir” las distancias físicas con sus redes de comunicación y transporte, promueve la desterritorialización de las culturas y su integración a un universo simbólico más amplio. En las sociedades contemporáneas viajar ya no supone establecer un nexo entre mundos diferentes e incomunicados, sino desplazarse por el interior de los límites de la modernidad-mundo gracias a un conjunto de referencias compartidas.

     Este desvanecimiento de las fronteras que antes separaban material y simbólicamente a los lugares y sus culturas conduce a Ortiz a reflexionar sobre la adecuación del concepto de espacio y el tipo de articulación entre las escalas locales, nacionales y globales. La propuesta del autor consiste en entender al espacio como “un conjunto de planos atravesados por procesos diferenciados”. Contrario a las analogías de tipo “lo local se opone a lo global” o “lo nacional contiene a lo global” su tesis es que lo realmente existente es la transversalidad de la cultura. En otras palabras: lo nacional o lo global no existen como abstracción sino que son realidades empíricas localizadas que forman parte de la experiencia cotidiana de los individuos. Lo nacional ha podido localizarse –convertirse en cultura- gracias a un esfuerzo histórico modernizador basado en la creación de símbolos, el desarrollo de una conciencia colectiva, el establecimiento de un mercado interno y la escolarización de la población. De manera más reciente, lo global también ha logrado localizarse en hoteles, autopistas, marketing mundial e hipermercados, convirtiéndose en cotidianeidad y cultura mundializada. Si bien podrían parecer procesos distintos e incluso antagónicos ambos responden a una misma espacialidad propia e inherente a la modernidad mundo, que desterritorializa y reterritorializa constantemente el espacio.

     Dada la superposición y entrecruzamiento en el plano local de líneas de fuerza nacionales y mundiales, es evidente que la singularidad de las culturas no está definida por el sustrato morfológico sobre el que ellas se asientan. Si esto fuese cierto, podría suponerse entonces–de forma análoga a la tesis del fin de la historia o el fin del Estado- que el espacio “se vació” y que como categoría analítica ya no tuviese capacidad explicativa. Retomando el hilo de su argumentación Ortiz advierte que el espacio no se ha vaciado ni vuelto homogéneo: estas líneas de fuerza no tienen la misma preponderancia entre sí, no son equivalentes ni unívocas y cada una de ellas posee un peso y una legitimidad diferenciada. Los lugares son entonces el resultado de un constante re-acondicionamiento basado en negociaciones y conflictos entre esos vectores.

     Teniendo en cuenta estos supuestos, difícilmente pueda interpretarse el caso del hip hop indígena que se difunde en la ciudad de El Alto como una penetración cultural – ¿norteamericana?, ¿global?- que atenta contra la cultura boliviana -¿nacional?, ¿indígena?- en pos de una homogeneización cultural mundial (o como un inocente mestizaje cultural). La idea de transversalidad de la cultura es la que permite comprender cómo en el plano local de este suburbio paceño los individuos deciden adscribir a una identidad juvenil internacional-popular –hip-hop, gorras de béisbol, zapatillas Nike o Adidas- reivindicando al mismo tiempo aspectos de una cultura indígena –a través de referencias a las cosmovisiones andinas como la planta de coca o el cerro Illimani- y negociando de esta manera la articulación de aspectos locales con referentes mundializados de la cultura.

     El caso ilustra perfectamente que no es posible comprender a las culturas suponiendo que ellas poseen una esencia o raíz –la autenticidad o la originalidad no son propiedades que las culturas pierdan o conserven- porque la modernidad implica una cultura des-centrada: descentramiento realizado originalmente (al menos en sus intenciones) a través de líneas de fuerza nacionales y recientemente mediante vectores mundiales. El desarraigo –es evidente-, ha sido una condición tan propia de la constitución de los Estados nacionales como de la actual mundialización en curso.

     Para comprender el tipo de desarraigo que supuso la constitución de los estados nacionales –y contra la perspectiva esencialista- es necesario señalar que el esfuerzo estatal por crear una identidad colectiva no tuvo como objetivo formar la personalidad de los individuos, sino congregarlos mediante la construcción de un conjunto de referencias comunes en el marco de una ciudadanía moderna. Desde ya que esas referencias –pasado común, memoria colectiva, lengua oficial, próceres y fechas patrias- fueron resultado de una lucha de intereses que a través de sus artífices buscaron establecer su propia legitimidad, siendo el Estado nacional un campo de disputa mediante el cual irradiar dichas referencias. 

     Pero frente a esta heterogeneidad, un aspecto común se impuso como generalidad: la materialización de la nación significó un desdoblamiento del horizonte territorial de los individuos, que fueron “retirados” de sus localidades y congregados como ciudadanos integrantes de un mismo Estado nacional. La experiencia cotidiana del espacio y el tiempo, desanclada de sus lugares (regionalismos, provincialismos) fue así integrada a un todo más amplio mediante la unificación lingüística, la escolarización de la población y la difusión de los símbolos patrios. En términos analíticos –pensando en el caso latinoamericano- no importa demasiado la forma que asumió ese referente identitario -crisol de razas, mestizaje, hispanidad, indigenismo- sino el hecho de que todos estos discursos permitieron integrar a individuos desconocidos entre sí, conectando partes dispersas a una “comunidad imaginada”. Por eso para el autor la nación se realiza históricamente a través de la modernidad, convirtiéndose el Estado, al menos durante un período relativamente largo de tiempo, en un núcleo privilegiado de irradiación de referencias o –en términos de Gramsci- en una instancia hegemónica en la producción de sentido. 

     Este lugar predominante no estuvo libre de tensiones: la retórica nacional requirió de permanentes esfuerzos de reconstrucción en pos de pacificar las contradicciones internas que se daban en su seno, siendo el antagonismo de clase el caso más generalizado pero también las tensiones entre grupos diferenciados como los pueblos indígenas o la población de origen africano en los países de pasado esclavista. Esta solución de conjunto de las dificultades internas fue permanente en el tiempo hasta el momento en que el propio núcleo de referencias nacionales no pudo contener la expansión de la modernidad mundo y su impulso modernizador. No se trata de la aparición de fenómenos novedosos, sino de la aceleración de la movilidad y el desanclaje de los individuos hacia afuera de las fronteras nacionales. El surgimiento de nuevos referentes identitarios en el marco de la mundialización de la cultura demuestra que el tipo de desarraigo que supuso la integración nacional fue precario y exiguo, porque evidentemente la modernidad exige un desarraigo todavía mayor. Los actuales referentes –principalmente mundiales- que tensionan la legitimidad de las referencias nacionales no tienen un origen exógeno, sino que se engendran exacerbando procesos ya existentes en el seno de la propia sociedad. Si bien los discursos nacionales no desaparecen – la nación sigue siendo una realidad concreta y efectiva-, nuevos faros de sentido como la juventud, el movimiento ecologista, el consumo y las marcas se incorporan al espectro de referentes identitarios que organizan la vida de los individuos. 

     Si bien la tesis de Ortiz es que el Estado ya no detenta el monopolio de la definición de sentido, no deja de ser cierto que en las últimas décadas muchos países de América latina buscaron reelaborar un discurso nacional –incluso en países donde el proyecto nacional nunca fue una realidad concreta-. El ejemplo de Bolivia es arquetípico al recuperar el término “indio” como elemento cohesionador de una identidad nacional-popular, articulando la perspectiva indígena a un proyecto político-institucional que dio por resultado la creación del Estado Plurinacional de Bolivia. El carácter indígena del proceso no significó la reconstrucción del Qollasuyo –es decir el retorno a un plano estrictamente local-  sino su incorporación a una retórica nacional capaz de construir sentidos. “El discurso indígena tiene una retórica arcaizante pero una práctica modernizante”, afirmó el ex vicepresidente García Linera, dejando en claro que la identidad indígena no supone su exclusión de una cultura moderna, sino la posibilidad de negociar su lugar el espacio simbólico de otras identidades de alcance local, nacional y mundial.

     Ortiz sostiene sin embargo que las referencias nacionales se encuentran en decadencia y que el actual movimiento de la modernidad supone la identificación de los individuos con nuevas fuentes de identidad de alcance mundial, siendo la juventud y el consumo los marcos de referencia de mayor peso. Comprender estos fenómenos desterritorializados implica un abordaje también desterritorializado. 

     La identidad juvenil internacional-popular por ejemplo, no puede entenderse al margen de su carácter mundial, capaz de congregar a un segmento etario –y de clase social- más allá de la etnia y la nacionalidad. La integración de los jóvenes a un imaginario mundializado solo es posible a través de un conjunto de signos y símbolos –canalizados principalmente a través del consumo- que definen su identidad y les permite diferenciarse globalmente del mundo adulto. El consumo constituye otro ejemplo en el que -independientemente del intercambio de mercancías- se proyectan valores y modelos de conducta. No es la utilidad de los objetos lo que motiva a los individuos a comprar, sino la posibilidad que estos brindan para integrar a sujetos dispersos en un mismo imaginario colectivo, permitiendo a las clases medias mundializadas compartir similares gustos e inclinaciones. Viajes de turismo, ropa deportiva, shopping centers, Mc Donald´s (hoy podríamos agregar Netflix) –en definitiva las marcas y el mercado- se han convertido en instancias de socialización de carácter planetario con una ética específica modeladora de la conducta. 

     Evidentemente el espectro de referencias simbólicas en la actualidad es cada vez más amplio y los individuos –cada vez más móviles y desanclados- tienen la posibilidad de adscribir a referencias locales, nacionales o mundiales. De esta manera el juego de las identidades debe negociar su existencia, delimitando simbólicamente su territorio en consideración de otros actores sociales, lo que no significa que la totalidad de actores se encuentre en iguales condiciones para hacerlo (si bien el abanico de posibilidades es mayor, esto no equivale a una mayor libertad). La influencia de algunas identidades es más predominante que otras al inmiscuirse en el territorio de “los otros” como día a día lo hace el marketing global y las instituciones del mercado. Cada grupo social, consecuentemente, podrá apoderarse de los distintos referentes -Estados, ONG, sindicatos, movimientos sociales, marcas- que la modernidad mundo produce en la reelaboración de sus identidades, aunque esto sucederá de forma diferenciada según su lugar en el espacio social y como resultado de las líneas de fuerza que atraviesan sus espacios.

     Sabiendo que cualquier explicación es preferible al caos –y advirtiendo sobre este peligro-el autor de este ensayo propone nuevos alcances para viejos conceptos en pos de esclarecer el entendimiento de la cultura contemporánea, cuya manifestación es cada vez más desarraigada, cada vez más “la expresión de otro territorio”.

NICOLÁS SANTÁNGELO

Es profesor en geografía (UNLP). Se desempeña como docente en escuelas secundarias de La Plata.

Los ríos perdidos de Londres. El sublime topográfico (2016)

ENSAYO/GEOGRAFÍA
MALENA MAZZITELLI MASTRICCHIO Y DANIELA MARÍA GODOY

Los ríos perdidos de Londres. El sublime topográfico (2016)
de Iain Sinclair

La ciudad letrada

El verso se halla en cualquier parte en que la
lengua tenga ritmo (..)
En el género denominado prosa, existen también
los versos, a veces admirables en todos los ritmos.

 

Entrevista a Mallarmé, por Jules Huret

     El libro de Iain Sinclair, Los ríos perdidos de Londres y El sublime topográfico, editado por Fiord en el 2016, llegó a nuestras manos casi por casualidad. De esas casualidades lindas. En realidad creemos que el encuentro con este texto literario valida esa frase de quienes tienen a la educación como objeto de estudio: en el espacio áulico las y los docentes aprenden tanto como las y los estudiantes; efectivamente fue una enseñanza -de las mejores- que tuvimos durante el 2020. 

     El libro que reúne dos conferencias de Sinclair, publicadas originalmente en 2013 y 2011, nos permitió (re)preguntarnos ¿qué relación puede haber entre la literatura y la geografía? Dos discursos, en apariencia antagónicos, son puestos en diálogo en el texto, a partir de la lectura que el autor hace de algunos poetas que transitaron y percibieron el espacio citadino londinense de finales del siglo XIX.  

     La lectura compartida de este libro posibilitó poner en palabras tantas discusiones nocturnas que tuvimos al terminar nuestras clases en la carrera de Ciencias Sociales de la FHAyCS – UADER, en Paraná. ¿Cómo unir la literatura y la geografía? ¿cómo ver a los mapas como ficciones del espacio? ¿Cómo ser más didácticas a la hora de enseñar que ambas disciplinas construyen nuestras espacialidades, sin importar el grado de transparencia del lenguaje usado, y sin llegar al extremo de aplastarlo y alejarlo definitivamente de lo poético. En este aspecto tenemos que agradecerle a Sinclair, pues él cartografió Londres desde los poemas y nos dio la certeza -y la seguridad- de que no estábamos tan equivocadas: la geografía y la literatura nos espacializan, al igual que el mapa, nos dicen qué y cómo mirar, mirarnos y narrarnos. 

     El texto nos permite pensar a los poetas como observadores de un territorio oculto a simple vista para el transeúnte desprevenido. Sinclair abre una faceta: el poeta es un topógrafo que releva, visibiliza y registra un espacio, en este caso el londinense, no con el afán de reflejar lo real o describir los hechos del mundo sino de “crear metáforas y conexiones mentales” (Labatut, 2020: 108). Si bien ambos ensayos nos permiten entrelazar dos maneras de pensar y describir el espacio londinense, uno, el primero, está atravesado por el mito, por la leyenda; y el segundo por lo terrenal y topográfico, como su título lo indica. 

     Veamos, en Los ríos perdidos de Londres el autor descubre una geografía invisibilizada por el progreso y la modernidad a partir de la lectura de poetas que enaltecen los ríos, los arroyos y la cultura de un Londres subterráneo. Es interesante descubrir los paisajes a partir de otros sentidos. Esto es, habitualmente en un paisaje predomina lo visual, sin embargo esta Londres “oculta” que describe Sinclair se vuelve perceptible a partir de la escucha, el olfato, y la lectura de poemas cuyos versos friccionan y ficcionan la ciudad.  En palabras del autor “el río había sido cubierto en 1861, pero todavía era una presencia (…) Los ríos que sentimos pero que ya no vemos” (34-44p)

     La escritura de Sinclair es también un espacio libre de convenciones genéricas. Los puntos suspensivos, las oraciones cortas y precisas, la cadencia rítmica de la prosa -ese ritmo del que habla Mallarmé en el epígrafe-, y la apelación a imágenes fuertemente sensitivas se acercan mucho al lenguaje poético.

     En sus textos, Sinclair cartografía el espacio construido por los poetas y arma un mapa de Londres que luego pretende encontrar, no sin nostalgia, a través de sus recorridos por la Londres actual. Esa travesía lo lleva a buscar desesperadamente huellas que le permitan topografiar el territorio pretérito. Se zambulle, bucea, nada contracorriente; mapea la ciudad invisible de Londres y descubre -confirma- su naturaleza plural. Podríamos preguntarle al autor si hay alguna ciudad que no lo sea, no solo porque existe “una ciudad dentro de otra…” (41), sino por la pluralidad de miradas (poemas) que inventan ciudades. Borges, Arlt, Mujica Lainez nos relatan una Buenos Aires pasada y nos acercan “la ciudad como horizonte del acontecimiento, un tema para la contemplación” (p. 31).

     Sinclair, recupera su amor por el ejido perdido de Londres, un ejido que actualmente se le vuelve extraño y ridículo, por la supremacía de lo actual, controlado y digitalizado hasta homogeneizarlo y robarle lo local. Ese es El sublime topográfico que encuentra en Blake, aquella ciudad local, visible y topográficamente sublime. Es como el zaguán de Buenos Aires que nombra Borges pero que cada vez es más difícil encontrar en la ciudad. 

     Con el intento por recuperar la ciudad perdida, Sinclair denuncia la explotación del capitalismo en torno a los espacios naturales, y destaca que, a pesar de la podredumbre y de la basura, los ríos son todo vida. 

     Este ensayo de Sinclair muestra que la geografía y la literatura son ficciones en tanto invención de un espacio; ponerlas a funcionar juntas nos revela cómo la transparencia pretendida por una -en tanto discurso científico- y la opacidad, admitida por la otra como única posibilidad, permiten mirar el mundo -sus silencios, márgenes, fragmentos, grietas- desde otra perspectiva, esa que me habilita el lenguaje. 



     En el segundo ensayo, Sinclair elabora una cartografía literaria a partir de la poesía de Willam Blake. Es una cartografía que nos invita a recorrer el espacio londinense, que ningún poeta amojonó, marcó y topografió como Blake:  “Blake, realmente menciona áreas y antiguos barrios, y saborea la forma de moverse en ellos. Enormes cartografías de ausencia y posesión. La topografía de londres deviene para él una especie de cuerpo espiritual y casi un cuerpo físico” (81)

     Sinclair elige a Blake porque en él encuentra las huellas de una ciudad que la modernidad está diluyendo en una arquitectura digitalizada. Ese es su punto de partida. Lo sublime, que encuentra en Blake, es  observar  la belleza en lo armónico y también en lo trágico. Por eso el poeta se le vuelve excepcional.

     Blake camina, mira, selecciona y memoriza los espacios de la ciudad, que luego en su escritura se convierten en la topografía privilegiada de su Londres. En su poesía muestra una porción “bastante adormecida y acomodadamente excluida de los censos oficiales” (87) podemos decir entonces una Londres que la burocracia (o la topografía a secas) no había registrado. La Londres de Blake es una Londres desnuda, desprovista de una “imaginería hecha por computadora” (78). 

     La diferencia es entre el flaneur motivado por el afecto, la memoria, la percepción, y el trabajo mecánico de la oficina. Se cartografía a través de la memoria; el poeta (como el) topógrafo dibuja para no olvidar y también elige lo que no olvidar: “la ciudad se negocia” (80). Y en esa negociación  se privilegia un modo de lectura.

 

     El libro de Sinclair es una expedición por Londres, para el autor quienes se embarcan en esa expedición “empiezan por un pub. Improvisan, tergiversan, cuentan historias” (55). Nosotras empezamos (y recomendamos) por este libro ¿Está mal?

1 En http://www.carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/carpeta-1/literatura/entrevista-a-mallarme-por-jules-huret-1891

MALENA MAZZITELLI MASTRICCHIO

Es doctora en Geografía e investigadora de CONICET. Estudia temas de historia y epistemología de la cartografía y el territorio en el Grupo de Cartografía e Historia Territorial (CeHiT) del HITEPAC-UNLP y en la Universidad de Buenos Aires (CNT-FyL). Es adjunta de cartografía de la FyL- UBA y JTP en Geografía Humana FaHCE-UNLP.

 

DANIELA MARÍA GODOY

Es profesora de Lengua y Literatura por la Facultad de Humanidades Artes y Ciencias Sociales – UADER, Licenciada en Lenguas Modernas y Literatura por la FCEdu – UNER y Magíster en Estudios Culturales por CEI – UNR. Actualmente trabaja en docencia, en cátedras relacionadas a la literatura y los procesos culturales e históricos.

En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista (2021), Fabio Wasserman

HISTORIA/POLÍTICA
JAVIER TRÍMBOLI

En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista (2021)
de Fabio Wasserman

     Quienes de aquí en más se aboquen a pensar la situación macrista en la que nos vimos envueltos obtendrán un gran provecho de este libro de Fabio Wasserman. Más aún, claro, si ese interés se afinca en la dimensión cultural de esa situación articulada desde el gobierno del Estado nacional entre diciembre de 2015 y de 2019, puesto que el libro pone el ojo en su relación con la historia, con la temporalidad. Ahora bien, se ensancha lo que comprende En el barro de la historia… cuando se percibe que esa coyuntura excede, por un borde y por otro, al momento que califica el apellido de quien fuera presidente de la Argentina, incluso rebasa a una cuestión de gobiernos. No fue un paréntesis el macrismo, tampoco la forma que enarboló de vincularse con el pasado y el futuro. Antes de que fuera reunida por un nombre y por un partido –PRO, Cambiemos, Juntos por el Cambio- se encontraba diseminada y con pólvora fresca en la sociedad, así como ahora también la sigue empapando. Podríamos decir que el asunto con el que se atreve este libro no concluyó ni concluirá por un tiempo largo, ya que el macrismo no ha sido más –tampoco menos- que una inflexión del neoliberalismo. Lamentamos, no obstante, la opacidad que recubre a este término, seguramente por el abuso etiquetador que se ha hecho de él.

     Las palabras y las imágenes con las que trabaja Fabio Wasserman expresan sin dudas una novedad, componen una figura prácticamente flamante para una intervención que, a su vez, y acorde con la obra previa de su autor y su sólida inscripción académica, se hace fuerte en la historiografía. Porque es de las redes sociales de donde En el barro de la historia… recoge casi exclusivamente las posiciones y perspectivas que, como se conoce, allí circulan tan profusa como apretadamente. Las analiza, las cuestiona y a veces también las pliega a su propio argumento. Se trata de un corpus inusual, de piezas que ni siquiera hoy, cuando todo parece tener destino de archivo o museo, hubieran imaginado una sobrevida posterior a su irrupción en pantallas de celulares. Palabras e imágenes con fecha rápida de vencimiento, perdidas a lo sumo en el vacío limpio de la web. Evidentemente Fabio Wasserman las fue recogiendo con pausa, las atesoró y finalmente las volvió otra vez públicas, de otra publicidad, en este libro. Trabaja la espuma con instrumentos teóricos complejos, provenientes fundamentalmente de la historiografía. Así se cruzan Fernando Iglesias y Reinhart Kosselleck, Sebastián Fernández o Ramiro Castiñeira y Harmut Rosa. Alta y bajamente moderno.

     Tres filones se imponen en la lectura de En el barro de la historia…, los tres con tensiones, con indefiniciones que el mismo libro no oculta, lo que le aporta al conjunto mayor riqueza. El primero de ellos es el que más a la vista se encuentra y dialoga francamente con su subtítulo. El macrismo implicó una experiencia con la temporalidad que antepuso el futuro, que lo ensalzó para advertir que los rigores del presente, si son tales en pos de lo que vendrá, bien vale soportarlos. Desde el llano y luego desde el gobierno nacional llamó una y otra vez a reeducar a la sociedad, a una parte de ella, con el objetivo de reencauzarla hacia el futuro y desengancharla de la tóxica historia. Dos temas dan ganas de señalar acá, cortitos y al pie, para próximas conversaciones. El primero es de mi propia cosecha: escribí por fórmula que el macrismo accionó alguna vez “desde el llano” y pongo por lo menos en duda tal cosa, que alguna vez haya estado allí. La otra, la cuestión de qué estuvo primero, si esa experiencia de la temporalidad o el macrismo. O cómo se imbricaron y potenciaron.

     Destaco un movimiento que le otorga mayor densidad a esta veta, movimiento que recorre el libro hasta el final. Invitado a una charla en Rosario, por la JP de la Facultad de Humanidades, en 2017, Fabio Wasserman ensaya la hipótesis que lo venía rondando: el macrismo se desentendió de cultivar una relación con el pasado, todo puesto en el reencantamiento del futuro, su “futurismo”. Interesa el planteo, se escucha con atención, pero también trae discusiones. La reelaboración suscitada, no sólo por esa conversación sino por el andar de esos días, pasa a afirmar que ese deslinde que quiso ser quirúrgico para dar lugar a una nueva y moderna derecha, se vio imposibilitado por la dinámica política misma de la Argentina, por la obligación de las efemérides y también estatal de expedirse ante determinados temas del pasado. En el barro de la política, agarró el macrismo lo que tenía a mano, o sea, la visión tradicional de la derecha o del liberalismo respecto de nuestra historia, y se embarró también en ella. Clama Esteban Bullrich por una nueva campaña del desierto y tiemblan los billetes con animales. Y, agreguemos, también los animales de los billetes.

     Es valiosa esta oscilación sostenida entre la supuesta página en blanco del futuro y el renacer en el siglo XXI de la lucha sempiterna de la civilización contra la barbarie, porque elude la simplificación, porque dificulta la catalogación fácil. Pero también por la explicitación, por la puesta en escena de una trastienda del pensamiento que no tendría por qué ser revelada, que por caso la escritura de la historia en su versión académica y dominante no permite adivinar. Alguna vez se dijo que “la vacilación afortunada” es uno de los rasgos más propios del ensayo, aquí se evidencia. No nos ahorra la perplejidad que le suscita el “objeto de estudio”, la expone y esto hace que el libro se mueva, cosa que en los tiempos que corren, adormilados y cachacientos, no ocurre con frecuencia. Mientras, digamos, el capital se reformula, se regenera y vuela.

     La segunda veta. Más que al sesgo diría que en contraste, este libro sobre el macrismo y su discurso sobre la temporalidad pone de relieve nuestra situación. ¿Nuestra? ¿Del campo popular, nacional-popular? ¿Del peronismo? ¿De la franja angosta de los millones y millones de sobrevivientes que no están del todo cómodos con lo que les toca? No. Porque Fabio Wasserman más clásicamente, o de acuerdo con lo principal del siglo XX, aunque algo menos de la Argentina –y no así de América Latina-, dice izquierda y derecha. Y la impresión es que hay una frontera quizás hasta con tramos de muro y otros de empalizada. Y recuerda que el futuro fue durante largo rato una bandera de la izquierda, una pulsión de esa tradición política y cultural. Ante ella la derecha se ponía en guardia. Aquí se habría producido un fenomenal y dramático, no puedo sino percibirlo así, trasvasamiento, que es señal de una crisis más general. Porque la derecha de hoy día –vieja y nueva, pero que se atreve a bostezar, a través de Macri, en el Tedeum por el Bicentenario- no está en falta. Más allá de la derrota electoral de 2019, que en ningún sentido fue paliza, es ella la gran constructora de esta hora del mundo. ¿O me equivoco? Los que estamos en falta somos nosotrxs. Quiero decir: fundamentalmente alrededor del futuro, abandonado por la izquierda, apropiado por la derecha, es que se puede empezar a tirar del hilo del diagnóstico que este libro propone de nuestra situación. ¿En falta?

     Mucho para discutir a propósito de todo esto, cosa que se agradece nuevamente a Fabio Wasserman y a En el barro de la historia… Por empezar, volver a esas dos palabras, izquierda y derecha. Aunque se ha vuelto cuesta arriba –y si se llega arriba no se ve nada- entender qué es una cosa y qué la otra. ¿Es el abandono del futuro, es este entrecruzamiento impensable de posiciones lo que produce la confusión, la bruma? No creo que principalmente sea así. En este libro se propone que es la búsqueda de la igualdad lo que diferencia a una posición de otra. Si estuviera en lo cierto –y a todas luces es una clave de las más verosímiles-, el problema sería aún más hondo, ya que, por ejemplo, vivimos uno de los momentos económicamente más desiguales de la historia; momento en el que además llegaron y siguen llegando al gobierno, o a los ejecutivos latinoamericanos, fórmulas políticas que votamos o nos resultan simpáticas, y nadie salta de la silla para componer el desarreglo mayúsculo. El malestar que esto acarrea, si lo medimos en acciones que estén a la altura, incluso del pensamiento, es apenas epidérmico. Entrevemos una perspectiva terrible pero mantenemos las formas y las posiciones. Sin vender humo lo planteaba Jorge Alemán en declaración, ¿a ver si adivinan?, a Página 12: “Serán (éstos, los actuales, el de Alberto digamos) procesos decepcionantes si nos retrotraemos históricamente a los procesos revolucionarios, pero no estamos en el tiempo de los procesos revolucionarios. Ni siquiera estamos en el tiempo del kirchnerismo. Estamos en el siglo XXI conociendo por primera vez un fin de época.” Un llamado al realismo que escuchamos con orejas limpias.

     El tercer filón queda tan prolijamente afuera de lo que el libro trata y pone en cuestión que se transforma en una presencia casi nítida. Afuera incluido o adentro excluido, se liga directamente con la enunciación. O con los dispositivos, otra palabra demasiado manoseada, que friccionan con Fabio Wasserman, con los que él trabaja y viceversa. En primer lugar, la historiografía académica. ¿Cuánto de la visión del pasado del macrismo –cuando manifestó una-, no dialoga incluso de mil maravillas con algunas de las piezas fundamentales de la historiografía argentina refundada en los primeros ‘80? El desinterés, que llegó a ser cerrazón, para investigar y reconsiderar qué fue la “campaña del desierto”, que sólo desde comienzos de este siglo dio un giro gracias a la intervención de una nueva camada de historiadores, dejó a disposición esa misma denominación intacta con el sentido contundente y preciso que la atraviesa. Ninguna historiadora, ningún historiador tuitearía que el del ’55 es su golpe favorito, pero en el tomo de 2002 de la Nueva Historia Argentina que compila Juan Carlos Torre los bombardeos de junio de 1955 están colocados en un pie de igualdad, como signos de la violencia desatada, con los saqueos y destrozos de las Iglesias. La Sociedad Rural tuvo su lavado de cara y se erigió como progresista en el libro que Roy Hora le dedica. El elogio poco disimulado de la Argentina liberal conservadora, con su pico en el Centenario, pero que cada tanto se extiende hasta los años treinta, o sea, muy cerca de la “caída” que provocaría el peronismo, constituye uno de los posicionamientos más seguros que reúne a las principales intervenciones que lanzan una visión más abarcadora, por fuera de la cuadrícula académica. En cuanto a ésta, digamos que hay una retroalimentación eficaz entre el “enfriamiento” de la historia, parafraseando a Furet, y la “profesionalización del campo”, que acuerda que, para abordarla, hace falta la neutralidad, la inmunización política, la desdramatización. Con una escritura que se adapte plenamente a esos requerimientos, cosa que suele lograrse con suceso. No parece exagerado decir que la historiografía académica es resultado de ese “enfriamiento” de la historia, señal de que en relación con las vidas presentes se la puede dejar de lado.

     Muy breve en cuanto a las redes sociales: enormemente presentes, enormemente desasidas de todo barro de la historia, ¿no son acaso, más que el “accidente” macrista, la fuerza que inexorablemente desgaja del pasado, descontextualiza, pretende resolver todo en una inminencia de la comunicación? ¿Varía si se celebra al Chacho Peñaloza, se lo insulta o si sencillamente se lo olvida? Ironía va, ironía viene. En el prólogo, además, se les pone nombre, son Facebook y Twitter, empresas que tienen alma -“la noticia más terrorífica del mundo” vaticinaba Deleuze-, y que a esta altura nos recuerdan que los “fierros” que hacen posible esa comunicación los maneja el neoliberalismo. O la derecha. Macri es un poroto y éste es nuestro suelo.

     Por último, más que a una defección de la izquierda o, prosaicamente, del kirchnerismo, la dificultad para conjugar el futuro es parte central de la encrucijada o, mejor, de la encerrona, en que nos encontramos desde hace mucho, aunque en el último tiempo imanta los ojos. Tan atrás como en 1874 Nietzsche planteaba que “la palabra del pasado es siempre palabra de oráculo. No podréis entenderla si no sois los constructores del porvenir y los intérpretes del presente.” Lo afirma porque le sobra conciencia de que eso ya no es así, ya se agotó. Es lo que está desarticulado y si cada tanto se interrumpe, si el horizonte se abre, aunque más no sea por un rato, es por la lucha de masas que desborda lo previsible y sacude hasta conmocionar a la sociedad.

JAVIER TRÍMBOLI

Es profesor en la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP). Su último libro es Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017). 

En la intemperie (2020), Arnés-Dominguez-Punte

CLITERATURA/HISTORIA
AGUSTINA ALEGRE Y LUCÍA FAYOLLE

Historia feminista de la literatura argentina. En la intemperie. Poéticas de la fragilidad y la revuelta (2020)
de Laura Arnés, Nora Dominguez y María José Punte

     Cuando nos acercamos a esta Historia feminista de la Literatura Argentina, estamos listas para desarmar los preconceptos sobre qué es y cómo se hace, cómo se escribe y se lee la literatura, la crítica y la historia. Porque adjetivarla de feminista es alertar una nueva perspectiva. En la intemperie (el cuarto de sus seis tomos), como era de esperar, rompe con todas las linealidades. Tiene mucho de Historia pero se mueve a través del tiempo de una forma decididamente alternativa. Elegir un orden temático más que cronológico y construir un presente de treinta años permite ir y venir por los tiempos, releyendo para atrás y para el costado en cada uno de los comentarios. A su vez, no pretende nunca (en ningún momento) abarcar una totalidad. Es un proyecto, una entrada posible, un laboratorio, un artificio. Y lo dice: se nombra proyecto. Muy de feminista esto de hacerse cargo y bandera del lugar desde el que se habla. Muy de feminista esto de no pretender abarcarlo todo porque le que mucho abarca poco aprieta. Hay un recorte, claro, como en toda Historia. Pero acá es explícito. 

     Un recorte con mucho de Literatura. Pero otra, porque se construye un canon propio que se recorre, reitera y rehabita. Están LAS escritoras feministas del presente: Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Samanta Schweblin, Mariana Enriquez, Ariana Harwicz, Leila Guerreiro, María Moreno. Se las comenta desde montones de ángulos, como si se charlara sobre ellas en una enorme mesa de lectores heterogéneos que tienen mucho para decir porque hay mucho para decir. Pero también se fuga hacia otras escrituras y oralidades, que abren el diálogo hacia territorios novedosos: la novela romántica actual y sus clubes de lectura; las escrituras de hijas (de H.I.J.A.S) y sus perturbaciones de los discursos de la memoria; las escrituras trans cuyo primer gesto ha sido la cuña, la marca, el garabato sobre el cuerpo para devenir territorio; y las alianzas poéticas de comienzos del siglo que han hecho del poema un gesto de irreverencia.

     Tiene mucho de crítica pero En la intemperie se para “Ante la crítica” y la abre. Construye nuevas genealogías y archivos, más allá de la tradicional y masculinizada “ciudad letrada”. Y no solo el corpus se renueva y feminiza sino que también se abren las voces y escrituras convocadas a escribir crítica literaria. Esta historia se construye como un diálogo de límites difusos entre las escrituras de escritores, militantes, periodistas, poetas (y poetisas), psicólogues, editores, guionistas, docentes. Escritores de haceres múltiples, que entran y salen de la academia, de la universidad, del consultorio, de la escuela, de la calle. Queda la puerta abierta, para que vaya y venga la brisa, para que la crítica se pueble de voces diversas. La cuarta parte de este libro, “Ante la crítica”, funciona como una puesta en abismo de todo el libro: una revisión de la “ciudad letrada”, unas notas de escritura para una novela anotada, un poema que es también crítica (literaria y en general) y un comentario sobre la novela romántica actual, hecho por una editora de este tipo de novelas. Esta heterogeneidad desjerarquizada es transversal a una historia donde la crítica la hacemos todes.

     La nuestra es una lectura que sigue con este ímpetu de conversación y construcción colectiva. La charla de nuestra lectura propone tres nociones que permiten recorrer este libro de una de las maneras posibles: intemperie, afectividad y presente.

     La intemperie es una imagen de apertura. Abre el libro en sus imaginaciones políticas, afectivas, éticas, eróticas. No hay bordes. No hay apresamiento de sentidos. Todo es deriva a cielo abierto. Sin embargo, en esta apuesta, la perspectiva feminista no olvida sus responsabilidades. Porque Historia feminista de la literatura argentina es de un enorme compromiso con la literatura, la política y la vida. Es por eso que En la intemperie se escuchan los poemas del colectivo “Poetas por el derecho al aborto legal” de los Martes verde frente al Congreso.  En su vínculo con el presente, la literatura y la poesía se deshojan en la calle y nos recuerdan a las vanguardias históricas en su gesto de reconciliar el arte con la vida. 

     Si la poesía se vuelve una fuerza vital y política en nuestras luchas, la historia feminista nos conduce a otras resonancias, nos obliga a mirar a aquellas experiencias que abrieron el camino. De allí los encuentros de poesía de finales de los ‘90 y comienzos de los 2000, que se consolidaron como verdaderas alianzas, tal como dicta el título del primer apartado del libro. Alianzas fueron las del proyecto editorial de “Belleza y felicidad” a cargo de Fernanda Laguna y Cecilia Pavón. Alianzas fueron también los circuitos poéticos de “Zapatos rojos”. Las alianzas como pactos, asociaciones y acuerdos. Es que en aquel contexto neoliberal de aislamiento y precarización, las alianzas fueron las respuestas y los gestos políticos. No sólo de disputa de espacios al mercado capitalista, sino también de innovaciones formales. Un tono de irreverencia se impuso como forma frente a lo serio y sublime de la poesía. Si ocupar la lengua implica reinventarla, las alianzas nos remiten a su otra acepción, la de un compromiso en la creación.  

     Estas experiencias poéticas del pasado y el presente posibilitan que el poema se desterritorialice de la hoja para formar un nuevo territorio en el cuerpo. Ponerle el cuerpo a la poesía implica apostar por las emociones. Porque el poema encarnado se reinventa en lo afectivo. Y esta historia feminista se construye en base a eso. Sabe que el cuerpo deviene escritura, textura y deseo. En este punto no podemos dejar de mencionar las escrituras trans cuyos primeros garabatos se dibujan en el mismo cuerpo. Pero además, lo afectivo vuelve a conducirnos a las alianzas porque si se lee poesía con el cuerpo es de forma colectiva. 

     La literatura constituye aquel espacio en el que todas estas inscripciones tienen lugar. Y no solo ella se convierte en un terreno de posibilidades, desde esta perspectiva feminista la crítica literaria ha demostrado sus potencialidades imaginativas. Traza nuevas constelaciones sobre la historia de sentidos comunes. Construye territorios inesperados a partir de líneas que fugan. Vuelve a la tradición para mapear nuevos escenarios. 

     En el capítulo 3 llamado “Territorios generizados”, las lecturas se focalizan en cómo las narrativas del siglo XXI han resignificado los espacios producidos por una literatura nacional. De esta forma, se vuelve hacia los imaginarios tradicionales del campo, el desierto y la frontera. Estas reconfiguraciones suponen un nuevo tipo de exposición al peligro. La intemperie, en este caso, conlleva la precariedad de los cuerpos. Mientras que en la literatura de Selva Almada el litoral se construye como el escenario del femicidio, el espacio rural representado en novelas como Noxa y Distancia de rescate, exhibe los efectos nocivos de las economías extractivistas: cuerpos expuestos a altos niveles de envenenamiento. Al apuntar a un campo más desnaturalizado, estas lecturas críticas abren y complejizan las categorías de lo natural y autóctono, lo transgénico e implantado. 

     La misma mirada crítica atiende a las representaciones del orden de lo doméstico que aparecen en las literaturas de Vera Giaconi, Rosario Bléfari, Ariana Harwicz y Marina Yuszczuk. Los límites entre lo público y lo privado se borronean y en su lugar, lo íntimo se impone como fuerza disruptiva. Lo familiar asume un carácter siniestro y revela la alteridad constitutiva del sujeto. Desubjetivación y realismo microscópico son las claves que atraviesan este universo feminizado. Frente a las representaciones del hogar como unidad (re)productiva capitalista de contornos privados, individuales y contractuales, estas literaturas admiten otras derivas que desintegran las condiciones de sujeto, objeto y espacio. 

     Y todo esto se escribe en presente y en presencia. En y desde la misma intemperie en que emerge la literatura comentada. Van y vienen, historizan lo que se escribe en un presente decidido de treinta años, en democracia y con el camino abierto para nuevos territorios y desplazamientos afectivos. En “Desechos neoliberales, por ejemplo, se escribe en presente y la escritura se opone y es resto de un neoliberalismo con antesala en los noventa y revitalización en el Macrismo. El presente que construye esta historia abre y cierra en los neoliberalismos: una intemperie en la que la afectividad se vuelve combativa, para “hacer concha” todo el odio y la precarización de los cuerpos que no importan, los descartados y los residuales. Una escritura en presente y presencia nos resulta tan fuerte hoy, nos golpea porque hay un cambio de contexto: no hay Macrismo pero sigue la precariedad de las vidas; no hay presencia porque acecha una pandemia que ha convertido al afecto en un contacto peligroso. Este es un libro escrito en presente y presentado en la virtualidad. 

     En el cuarto tomo de la Historia feminista de la literatura argentina, encontramos un libro en el que la intemperie es más que un cielo abierto. Es una arquitectura de la fluidez, de la imaginación política y crítica. Volvamos una vez más a las vanguardias para sentarnos otra vez alrededor de la mesa de Lautréamont. Sobre esta mesa la crítica feminista rearma, rediseña y recupera archivos. Pero principalmente traza un modo de lectura atento a lo contingente y, por lo tanto, rompe toda linealidad histórica. En su lugar, las series se construyen a través de cortes problemáticos que asoman como témpanos a la superficie. Romper la cronología no es negar la historia, porque la verdadera historia se mueve por saltos y retrocesos. Es anacrónica porque histórica. Y es en ese movimiento que prevalece la afectividad como recorrido posible: inventa otros modos de pensar lo literario, dispone nuevas formas de relación, disputa sentidos y construye una trinchera abierta para sobrevivir en la intemperie. 

1 Como se nombra Tamara Kamenszain a sí misma y a otras tantas en “Las nuevas poetisas del S.XXI” en la sexta parte de este libro.

AGUSTINA ALEGRE

Es estudiante avanzada del Profesorado y la Licenciatura en Letras. Miembro del proyecto de investigación“Perspectivas históricas en torno a las colecciones: Editoriales, bibliotecas y lectorados en Argentina (1880-1955)”.

LUCÍA FAYOLLE

Es profesora en Letras en Educación primaria, secundaria y superior. Miembro del proyecto de investigación “El archivo como política de lectura. Reformulaciones teóricas y metodológicas en América Latina en torno a Archivos de escritores y artistas”.

Althusser y Sacristán. Itinerarios de dos comunistas críticos (2020), Juan Dal Maso y Ariel Petruccelli

HISTORIA/POLITICA
MARCELO STARCENBAUM

Althusser y Sacristán. Itinerarios de dos comunistas críticos.
(2020)
de Juan Dal Maso y Ariel Petruccelli

Por qué volver al marxismo del siglo XX

     La recuperación de las figuras de Louis Althusser y Manuel Sacristán propiciada por Juan Dal Maso y Ariel Petruccelli puede ser leída como una intervención condensadora de una serie de sentidos. Algunos de ellos están claramente explicitados en el libro. Por ejemplo, la idea de que en los itinerarios de ambos pensadores se cifra una conjunción productiva de rigurosidad filosófica, compromiso político y objetivos revolucionarios. Asociada a esta idea, el convencimiento -explicitado mas no desarrollado- de que el desarrollo contemporáneo del marxismo estuvo acompañado de una pérdida progresiva de esa conjunción expresada en las figuras de Althusser y Sacristán. Los autores también esbozan el objetivo de recuperar una posición comunista crítica. Este modo de intervenir en el terreno intelectual y político también tiene resonancias pasadas y presentes. Hacia atrás, ese posicionamiento se refleja en un modo de habitar el espacio comunista en el que la radicalidad de la crítica intelectual -a las directrices del movimiento, a la ortodoxia teórica- no conllevaba un abandono del compromiso revolucionario -como sí ocurría en el antimarxismo de los liberales o de los renegados-. Proyectada hacia el presente, la crítica asume la forma de una intervención que no renuncia a la teoría ni se contenta con otorgarle un rol instrumental con respecto a los objetivos de la línea política. 

     Es en relación a este problema donde se verifica un sentido latente de la intervención de Dal Maso y Petruccelli. Publicado por una editorial partidaria, el libro recupera a dos autores que no resultan fácilmente traducibles a la tradición intelectual y política que lo alberga (el trotskismo). Sin embargo, en el mismo sentido crítico de la intervención de Althusser y Sacristán, los autores logran abrir un espacio de autonomía teórica en el cual la herencia del marxismo del siglo XX es procesada en un modo que excede ampliamente las líneas del movimiento político que los contiene. De la misma manera, la seriedad con la que los autores tratan las obras de Althusser y Sacristán permite dotar de cierto espesor teórico a un espacio -como el de la militancia- que tiende a priorizar la práctica política y a circunscribir el debate intelectual a un repertorio de nombres y problemas preestablecidos (Marx, Lenin, Trotski, clase obrera, revolución permanente).                 

     Tal como reconocen los autores, un abordaje conjunto de las obras de Althusser y Sacristán conlleva un cierto desequilibrio analítico. Mientras el primero es un autor sumamente influyente, reconocido mundialmente, y con una obra que viene siendo objeto de estudio y debate desde hace décadas, el segundo es un autor circunscripto al espacio nacional español, orientado fundamentalmente hacia la filosofía y con un trabajo tradicionalmente poco visitado. Esta disparidad hace que mientras la sección dedicada a Althusser esté articulada sobre las obras y la bibliografía clásica y contemporánea, la de Sacristán sea fundamentalmente una reconstrucción de su itinerario apoyada por las pocas referencias existentes sobre su obra. A pesar de este desequilibrio, el análisis de los itinerarios de los dos pensadores implica el tratamiento común de una serie de problemas históricos. Es decir, más allá de las particularidades nacionales, la recuperación de la trayectoria intelectual de Althusser y Sacristán conduce a la restitución de procesos políticos comunes tales como el estalinismo, la Segunda Guerra Mundial, la expansión del capitalismo, la consolidación de los partidos comunistas europeos, la Guerra Fría, las revueltas de la década de 1960 y la crisis del socialismo real. Esta recuperación implica también el recorte de una serie de momentos comunes en el campo del pensamiento, como el existencialismo de las décadas de 1940 y 1950, el estructuralismo de los 1960 y 1970, y el desarrollo del posestructuralismo y el posmarxismo a partir de la década de 1980. 

     Al estar dividido en dos partes, el libro da cuenta de los modos específicos en los cuales dichos procesos políticos y momentos intelectuales se cruzaron en los casos francés y español. De esta manera, las figuras de Althusser y Sacristán actúan como instancias privilegiadas a los fines de identificar las particularidades de la conjunción de todos estos problemas en la historia de España y de Francia. Mientras la parte dedicada a Althusser se focaliza principalmente en las batallas teóricas entre el existencialismo y el estructuralismo, así como en las tensiones entre el Partido Comunista Francés y la radicalización del movimiento estudiantil, la sección en la que se analiza la figura de Sacristán se concentra en el peso de la tradición existencialista, las vicisitudes del movimiento comunista bajo el franquismo, la renovación propiciada por el eurocomunismo y los nuevos caminos de la transformación social abiertos al calor de la crisis de la experiencia soviética.                           

     El recorrido por los itinerarios de ambos autores sigue un orden cronológico. En este sentido, el análisis sobre Althusser se abre con el momento hegeliano de la década de 1950 y se cierra con los desarrollos sobre el materialismo aleatorio en la década de 1980. Del trabajo sobre los escritos de Althusser y el diálogo con la abundante bibliografía sobre su obra se derivan una serie de aportes singulares. Por un lado, el libro valora de manera positiva el modo característico de Althusser de avanzar en su teorización a partir de ejercicios autocríticos. A distancia de las lecturas que han interpretado estos movimientos en términos de endeblez teórica o defección política, el libro identifica en la autocrítica una forma productiva de ajustar problemas a partir de formulaciones provisorias. Por otro lado, el análisis sobre Althusser prolonga un ejercicio ya realizado por Dal Maso en sus libros anteriores sobre Gramsci; esto es, la puesta en diálogo con los conceptos de la problemática trotskista. En este caso, se trata de una conexión entre el concepto althusseriano de sobredeterminación, según el cual la contradicción siempre se encuentra afectada históricamente, y la temática trotskista del desarrollo desigual y combinado, que atiende tanto la dimensión de totalidad como la de las particularidades históricas. Asimismo, el libro se detiene en la conocida tensión entre Althusser y el movimiento estudiantil desarrollado alrededor de los episodios de mayo de 1968. Apelando a fuentes de la época y bibliografía sobre la temática, el análisis permite matizar la idea de una contraposición absoluta entre Althusser y la radicalización estudiantil.          

     En el recorrido de los itinerarios de Althusser también se destacan dos análisis que entrañan potentes efectos políticos. El primero de ellos está vinculado con la lectura de Sobre la reproducción, un texto póstumo de Althusser que acompaña el célebre ensayo sobre los Aparatos Ideológicos del Estado (AIE). Para los autores del libro, la interpretación desarrollada por Althusser sobre la relación entre el Estado y la reproducción de las relaciones sociales tiene una gran importancia para los debates contemporáneos en torno a lo estatal. Al señalar críticamente las concepciones del Estado como condensación de fuerzas, la operación desplegada en el libro busca contraponer la concepción althusseriana a las reflexiones desarrolladas al calor del llamado “ciclo progresista” en América Latina. Como ejemplifica la recuperación de Poulantzas realizada por Álvaro García Linera, dichas reflexiones tendieron a enfatizar el rol del Estado como un espacio atravesado por relaciones de fuerza, lo cual lo transforma en uno de los horizontes de la práctica política. Según los autores, este tipo de concepciones tienden a vaciar al Estado de su contenido de clase, reforzando de esta manera estrategias políticas de corte reformista. 

     El otro análisis relevante sobre Althusser está relacionado con los textos del denominado “Althusser tardío”, esto es, los escritos de la década de 1980 centrados en el materialismo del encuentro y su corriente subterránea. Estructurado alrededor del concepto epicúreo de clinamen, que refiere a la creación de un mundo a partir del desvío de los átomos, Althusser delineaba un materialismo cercano a la noción de contingencia y alejado de toda lógica de la necesidad. El camino elegido por el libro para analizar el materialismo del encuentro es la contraposición con un posicionamiento marxista, lo cual lleva a un contrapunto entre ambos alrededor de la concepción de la materialidad, el lugar de la práctica política y la consideración de la lucha de clases. Colocada en el repertorio de interpretaciones que se le ha dado este giro del último Althusser, la lectura de los autores se nos presenta como perteneciente a una perspectiva marxista clásica que ve desfavorable la apertura a los problemas del azar, el vacío y el encuentro.           

     El recorrido por los itinerarios de Sacristán también comienza en su juventud en la década de 1940 y culmina con sus últimos escritos de la década de 1980. En relación a sus inicios como militante, resulta interesante el repaso y análisis sobre su inserción en el falangismo y su posterior adscripción al marxismo. Lejos de una condena anacrónica a su participación en el movimiento creado por José Antonio Primo de Rivera, el libro recrea el contexto político e intelectual de aquellos años a los fines de volver inteligible la participación de los jóvenes españoles en aquella corriente. De la misma manera se analiza su transición hacia el pensamiento de izquierdas, y especialmente, su incorporación al Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC). En relación al modo en el cual Sacristán se vinculó con el corpus marxista, se analiza su estadía en Alemania y la consecuente mediación fenomenológica a través de la cual el español leyó la obra de Marx. A su vez, el fuerte peso que en su pensamiento tenían la lógica y la filosofía de la ciencia lleva a describir su aporte al marxismo como un esfuerzo por producir una síntesis superadora del existencialismo y el positivismo. En este marco, el libro desarrolla una interesante aproximación a la concepción de la dialéctica en su trabajo, la cual podría caracterizarse como una integración original entre concepción del mundo, conocimiento científico y opción política. Finalmente, se repasa su labor como editor -por la que es más conocido en el mundo hispanoparlante- y el proceso conjunto de alejamiento del PSUC en el marco de la transición a la democracia y apertura al problema de los nuevos movimientos sociales, tales como el feminismo, el ecologismo y el pacifismo.          

     En suma, el trabajo realizado por Dal Maso y Petruccelli propicia un regreso a dos pensadores marxistas del siglo XX apuntalado por el convencimiento de que allí se halla un modo de intervenir en la cultura de izquierdas que se revela sumamente productivo para el presente. Si bien Althusser y Sacristán no experimentaron la caída de la Unión Soviética ni el despliegue del capitalismo a nivel global, elaboraron una serie de reflexiones y desarrollaron unos posicionamientos que resultan útiles para afrontar el tiempo histórico abierto a partir de dichos fenómenos. Althusser y Sacristán fueron intelectuales comunistas que, como decía Étienne Balibar sobre el primero, no renunciaron a ninguno de los dos términos. Es decir, fueron intelectuales vinculados a partidos comunistas en un momento en que dichas organizaciones expresaron objetivos políticos de masas. A su vez, la vinculación orgánica no fue obstáculo para la elaboración de obras complejas en las que se planteaban los grandes desafíos que imponía la época histórica. Se trata, al fin, de dos comunistas críticos cuyo esfuerzo por ser simultáneamente teóricos y militantes constituye uno de los horizontes posibles para nuestra propia práctica intelectual.

MARCELO STARCENBAUM

Es docente e investigador en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Investiga sobre historia intelectual, historia del marxismo e historiografía. 

 

¡Clint, dispara! La “Trilogía del Dólar” (2012), Matellano (ed)

CINE
GASTÓN GALLI

¡Clint, dispara! La "Trilogía del Dólar" de Sergio Leone
(2012)
Víctor Matellano (ed)

Un brindis por el spaguetti western

 

 

     A mis cincuenta y pocos años, la combinación de la cuarentena y de un ciclo de cine virtual curado por Fernando Martín Peña me hicieron descubrir el western, género por el que jamás había sentido un interés especial y del que sólo había transitado un modesto puñado de ejemplos que tal vez no llegaban a la decena. 

     Con el fanatismo propio de los conversos y abusando del abundante tiempo en casa, me entregué de lleno a mi nueva pasión, descubriendo en el camino esa especie de género paralelo que componen los (mal) llamados “spaghetti westerns”. (Aclaro aquí que la denominación correcta es euro-western, pero la otra es más entrañable). 

 

                                                                                                                           ******

 

     Westerns producidos y filmados en Europa sin ninguna participación de los Estados Unidos existen desde el nacimiento del cine. Francia, Alemania, Italia, España fueron sus principales productores. Además, en muchos países, incluso Argentina, existía una abundante literatura popular de producción nacional de westerns. Con algunas excepciones (por ejemplo, las películas alemanas basadas en libros de Karl May) y algunas excentricidades (Giacomo Puccini estrenó en 1910 una “opera western” llamada “La fanciulla del West”), todas estas obras fingían ser productos norteamericanos y buscaban fundamentalmente la imitación.

     Todo cambió a comienzos de los 60. Unos años antes, diversas circunstancias transformaron a la industria cinematográfica de los Estados Unidos, reduciendo drásticamente la producción del cine de clase B que alimentaba los dobles programas que comenzaron a desaparecer. La industria centró su interés en grandes producciones capaces de ofrecer aquello que la televisión no podía dar, llevando a la producción de cine de géneros a un desgaste por la pérdida de libertades y audacias que la clase B permitía.

     Simultáneamente el relevo apreció en Europa, y el cine de géneros europeo tuvo entre mediados de los ‘50 y finales de los ‘70 una época de oro con policiales franceses, italianos y alemanes, cine de terror inglés, italiano y español, ciencia ficción italiana e inglesa además de generar variantes genéricas propias como el krimi (alemán) y el giallo (italiano), a las que habría que sumar las películas de James Bond (inglesas) y su vasta legión de imitadores.

     Esta explosión impactó en el cine de Hollywood, que fue adoptando algunas de sus características (como antes había hecho con, por ejemplo, el expresionismo alemán) mientras que la reiteración y sobre explotación llevaba al cine popular europeo a una crisis de la que tardó mucho en recuperarse. A principios de los 80 toda esa vitalidad se había terminado.

     En medio de todo este proceso, empresarios italianos descubrieron que filmar westerns en España y venderlos tratando de hacerlos pasar como productos de la serie B de Hollywood podría ser muy rentable… si uno invertía poca plata.

     Como había pasado con los otros géneros, lo que comenzó como imitación terminó desbordándose por otros caminos, y entre 1964 y 1978 se produjeron unos 600 westerns europeos. Entre ellos, tal vez menos de un centenar se destaquen. Pero entre esos elegidos uno puede encontrarse con cosas como:

  • Un tipo que anda por la vida arrastrando un pesadísimo ataúd y llega al pueblo más barroso y misérrimo del Oeste (Django, Sergio Corbucci, 1966).
  • Tres forajidos que, cuando no están ocupados violando y matando, se comportan como Los 3 Chiflados (Hannie Caulder, Burt Kennedy, 1971).
  • Un pistolero ciego que tiene que escoltar a 50 mujeres que se van a casar con unos mineros (Blindman, Ferdinando Baldi, 1971, con ¡Ringo Starr! haciendo de malo).
  • Un médico en un pueblo perdido en el oeste a mediados del siglo XIX que es capaz de diagnosticar un tumor cerebral y señalar que puede ser operado en la ciudad de Laredo (Antes llega la muerte, Joaquín Luis Romero Marchent, 1964).
  • Lina Wertmüller convertida en la primera mujer que dirigió un western, también protagonizado por una mujer (In mio corpo per un poker, 1968).
  • Dos hombres besándose (El Puro se sienta, espera y dispara, Edoardo Mulargia, 1969).
  • Carlos Monzón interpretando a un tipo valiente que tiene que actuar como un cobarde y a Susana Giménez abatida por un disparo de Winchester (El Macho, Marcello Andrei, 1977).
  • Un western navideño (Una pistola per Ringo, Duccio Tessari, 1965) y otro filmado en un país comunista (la checoslovaca Limonádovy Joe aneb Konská opera, conocida en Argentina como “Joe Cola Loca”, Oldrich Lipsky, 1964).
  • Adaptaciones de Fedra (Io non perdono… ucciso, Romero Marchent, 1968), de Edipo Rey (3 colpi di Winchester per Ringo, Emimmo Salvi, 1966), de la Orestíada (Il pistolero dell’Ave María, Baldi, 1969), de Hamlet (Quella sporca storia nel west, Enzo Castellari, 1968) o de Cosecha Roja (La ciudad maldita, Juan Bosch, 1978).
  • Westerns con fuerte contenido político dirigidos por militantes comunistas o “compañeros de ruta” (por ejemplo, Tepepa, Vamos a matar… compañeros, Giulio Petroni, 1969, o Yo soy la Revolución, Damiano Damiani, 1967). 
  • Pier Paolo Passolini interpretando a un cura guerrillero que habla como Camilo Torres en una imaginaria revolución mejicana (Requiescant, Carlo Lizzani, 1967).
  • Una de las comedias más taquilleras de su tiempo (Lo chiamavano Trinità, Enzo Barboni, 1970, donde nace el popular personaje de Trinity).
  • Toshiro Mifune haciendo de un samurai que debe recuperar una valiosa espada robada por Alain Delon (Soleil rouge, Terence Young, 1971).
  • Klaus Kinski interpretando a un personaje que, en la versión en inglés, lleva el redundante nombre de Loco, enfrentando a Jean-Louis Trintignant en una de las películas más crueles y amargas de la historia del cine (Il grande silenzio, Corbucci, 1968).

     Más allá de estas curiosidades y algunos excesos, uno puede encontrarse fundamentalmente con el simple placer de lo narrativo, con guionistas y directores embarcados en una variada búsqueda de sorprender y atrapar al espectador. Pero no utilizando los recursos que tanto admiran y valoran los críticos, sobre todo los que ha recibido la influencia de lo que Bioy Casares llamaba “los pedantes de Cahiers Du Cinema”: cámaras colocadas en ángulos incómodos, montajes confusos, “psicología” arbitraria, ausencia de historia o tramas mínimas que son apenas excusas, porque en realidad lo que le interesa al Artista no es la gente que vemos en pantalla y lo que les sucede sino pontificar sobre Cuestiones Importantes como “la hipocresía de los valores de una burguesía decadente” o, con un poco de mala suerte, intentar algún valiente experimento formal con la paciencia de los espectadores sometida a un castigo despiadado. 

     Los recursos del western europeo, en cambio, son los de Las 1001 y Una Noches: contar algo que asombre. Sus películas padecen de muchas fallas (bajos presupuestos, rodajes apresurados, malos doblajes de voces) y no siempre han envejecido bien. Pero conservan un espíritu hedonista que todavía impacta. 

     Hay, muchas veces, cine “de autor” pero poniendo siempre en el centro a los personajes y la historia que viven. Hay películas que buscan transmitir ideas políticas o que muestran “la hipocresía de los valores de una burguesía decadente” pero siempre están habitadas por personas a las que le suceden cosas y cuyo destino resulta importante. Hay, como en todo cine verdaderamente bueno, un profundo respeto por el espectador, por su tiempo, por su inteligencia y, por qué no, por el dinero que pagó para ver la película. Como dijo Darío Argento (uno de los pocos críticos que supo apreciar el nuevo subgénero en su nacimiento) “eran los westerns que siempre habíamos soñado ver”.

     Todo este fenómeno duró poco más de diez años y comienza con tres películas pensadas y dirigidas por Sergio Leone

 

                                                                                                                               ******

     La historia es conocida: Sergio Leone (un cineasta joven con una única película dirigida y muchos años de trabajo como asistente) va al cine a ver Yojimbo, de Akira Kurosawa, y sale impresionado pensando que con esa historia se podría hacer un magnífico western. Alguien lo conecta con empresarios italianos y alemanes que habían ganado algo de dinero financiando westerns españoles y querían invertir en algún nuevo proyecto. Pero no querían invertir mucho, así que no les alcanzaba para contratar algún actor yanqui de segunda y en decadencia que sirviera para intentar vender la película como si fuera estadounidense. Necesitaban algo más barato y lo encontraron en un actor cuyo techo había llegado interpretando a un personaje secundario en una serie más o menos exitosa, y hoy sólo recordada justamente por la presencia de Clint Eastwood: Rawhide (conocida en Argentina como Cuero Crudo). 

     La película se hizo y fue un éxito impresionante. A partir de eso, Leone filmará dos más con Eastwood, conformando la llamada “Trilogía del Dólar”: Per un pugno di dollari (1964), Per qualque dollaro in piu (1965) y Il buono, il brutto, il cattivo (1966).

     El libro está formado por varios artículos de distintos autores (y un testimonio de Clint Eastwood que sorprende por su menosprecio hacia las condiciones de producción italianas) en los que se analiza la Trilogía, su historia, sus características, su música (memorable), sus actores, sus locaciones y su influencia. Como suele suceder en estos casos, es un libro algo irregular pero con algunos capítulos excelentes, formando un conjunto muy interesante, al que la escasísima bibliografía en español sobre el euro-western le otorga categoría de imprescindible.

     De la mucha información valiosa que contiene, no puedo resistirme a contar esta historia, que el incrédulo lector puede verificar o profundizar en la página 360: en 1977 Per un pugno di dollari iba a ser emitida en la televisión yanqui, pero había un problema: el protagonista no tiene otro motor para sus acciones que el dinero y esto no era moralmente aceptable para la televisión. Entonces la cadena ABC le encarga al director Monte Hellman que filme una especie de prólogo protagonizado por Harry Dean Stanton y un tipo de espaldas vestido con un poncho, en el que resulta que el personaje de Eastwood no desencadena la masacre por dinero sino porque lo manda el gobierno para provocar a las bandas rivales a que “se maten entre ellos”. Por alguna razón esto parecía moralmente más aceptable para la televisión que la simple y humana codicia.

GASTÓN GALLI

Es veterano alumno de la carrera de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito ensayos, intervenciones y reseñas para distintas publicaciones, algunas de las cuales dirigió.

Rompan todo (2020), Spinetta

MÚSICA/HISTORIA
VALERIA SPINETTA

Rompan todo. La historia del Rock en América Latina.
(2020)
de Picky Talarico

 

     La miniserie documental Rompan todo. La historia del rock en América Latina, transmitida por Netflix, es una producción -de la compañía Red Creek, creada y guionada por Nicolás Entel y dirigida por Picky Talarico- que propone exponer el fenómeno del rock latinoamericano, y para ello realiza un recorte, el cual así como incluye, omite y también excluye. En esta nota, me explayaré en una visión crítica del documental, haciendo foco en el caso argentino. 

     La serie despertó críticas no sólo por las omisiones e inclusiones que realiza –de artistas, bandas y países-, sino también por el protagonismo que asumió Gustavo Santaolalla, quien además de oficiar como productor ejecutivo, ocupó un lugar de sobreexposición como sujeto entrevistado aportando testimonios como músico y también como productor de bandas latinoamericanas. Lo anterior oficia como un argumento para justificar la pérdida de objetividad del recorte realizado y la visión sesgada que ofrece –la cual construye una historia del rock en ciertos países de habla hispana desde la óptica de las industrias discográficas-.

     El documental hace foco en ciertas ciudades de habla hispana (Santiago, Lima, Bogotá, Montevideo y presta mayor énfasis en los casos de Buenos Aires y México) y en ciertas bandas y artistas; y recoge los testimonios de una serie de músicos y músicas, quienes fueron entrevistados/as especialmente para la producción –nota aparte es la inclusión del testimonio de David Byrne, ya que no se termina de entender el motivos de su participación, quizás venga a funcionar como una voz legitimadora y hegemónica del rock-, y expone una selección de material audiovisual de archivo. De este modo, recrea –mediante esas voces y puntos de vista- una parte de la historia del rock en castellano en ciertos países latinoamericanos –sobresale la exclusión de Brasil en este relato-. ¿Quizás dicha selección responde a una intención de priorizar la inclusión de bandas y artistas que han cruzado las fronteras y/o han logrado reconocimiento en el continente? ¿O las presencias se corresponden con éxitos comerciales en las urbes? De una u otra forma, muchos/as artistas y grupos quedan excluidos/as de esta “historia”.

     Los seis capítulos (titulados: “La rebeldía”, “La represión”, “Música a colores”, “Rock en tu idioma”, “Un solo continente” y “Una Nueva era”) siguen el orden cronológico de los hechos y tratan de vincular al rock con el contexto sociohistorico y político. Al contextualizar los orígenes y el desarrollo del rock en América Latina, se señalan, aunque sin una pertinente profundización, similares procesos socio-políticos que atravesaron estos países -dictaduras latinoamericanas y gobiernos neoliberales-; incluso, por momentos, la narrativa parece reproducir la concepción que equipara la violencia y el terrorismo implantado por las Fuerzas Armadas con los actos de violencia de las organizaciones guerrilleras. A su vez, en el documental se señalan las particularidades de cada caso –en Argentina se señala la guerra de Malvinas, la crisis de 2001 y la tragedia de Cromañón; en el caso mexicano se hace hincapié en el terremoto de 1985 y la revolución zapatista; en el caso de Colombia se focaliza en la lucha contra el narcotráfico-. A su vez, se señalan los diferentes impactos que las represiones dictatoriales tuvieron sobre el fenómeno del rock en estos países; en el caso argentino no se llega a señalar siquiera los momentos de libertad, y ciertos beneficios, que los músicos de rock encontraron durante el periodo de la última dictadura cívico-militar, a diferencia de lo que pesaba sobre otros grupos juveniles que han sido foco de la violenta represión.

     En los estudios académicos que, desde las ciencias sociales y las humanidades, analizan al rock nacional, se suele establecer periodizaciones para analizar la historia del fenómeno. En este sentido, la guerra de Malvinas y la tragedia de Cromañón –incendio ocurrido en la discoteca República Cromañón, durante el recital de la banda de rock barrial Callejeros, el 30 de diciembre de 2004, en la que murieron 194 jóvenes- son momentos claves que marcan al movimiento. Considero, entonces, que el documental omite cuestiones relevantes vinculadas con esos dos momentos. Por un lado, resulta extraño que se desatienda a bandas y músicos que recuperaron el tema Malvinas en sus letras, provenientes muchas de ellas del heavy metal argentino de los años ochenta. Por otro lado, el documental reproduce la visión estigmatizante de muchos/as periodistas, músicos/as y consumidores de rock que muestran al rock barrial como una deformación moral del rock y lo condenan por la tragedia de Cromañón. En este sentido, la ausencia del heavy metal argentino y el tratamiento que se le da al rock barrial de los años noventa, hablan de una exclusión y una visión altamente clasista y porteña.

     El capítulo cinco, sobre los años noventa, señala en el caso argentino la emergencia de un nuevo rock –producto de un cambio generacional-, bandas que producen desde la fusión una música y estética diferente. Alejado de este cambio que se presenta como creativo, en el documental se señala otra vertiente que valoriza el aguante, y se señala a Los Redonditos de Ricota como su mayor exponente a nivel popularidad –aunque no se señala el proceso mediante el cual la banda fue significada por su público, en los años noventa-. Incluso, Andrés Calamaro habla de dos escenarios masivos en el periodo: Soda Stereo en América Latina y Los Redondos en Argentina –y además, vincula la magnitud que generó la banda con la de los equipos de fútbol-. Reducir el fenómeno a Los Redondos y a la práctica de “el aguante” es desconocer o minimizar un proceso sociocultural mayor, la incorporación y la presencia de músicos y públicos mayoritariamente de sectores populares en el rock barrial de los años noventa, que tiene que ver con un contexto socio-político y económico y con prácticas y posicionamientos específicos y no sólo con la futbolización del público. Además, considero que si el documental venía vinculando el contexto socio-político con el rock, no se puede dejar de mencionar, para el caso argentino, la sistemática participación de bandas en eventos y actividades organizadas por la CORREPI –y su pedido de justicia por Walter Bulacio, caso paradigmático de violencia policial en el rock, que tampoco se menciona- y por Madres de Plaza de Mayo; como, así también, el apoyo a otras causas populares o por los derechos humanos. Pienso en La Renga -que, además, ni aparece nombrada en el documental, pese a ser exponente por su forma de producción musical independiente-, Los Piojos y Los Caballeros de la Quema, entre otras-.

     Dato aparte, que se vincula con la insistencia en narrar experiencias protagonizadas por Santaolalla, en el capítulo tres se expone al músico como artista influenciado por la onda new wave; en este sentido, me pregunto cómo se puede omitir el papel de Michel Peyronel. Quien, además, tuvo contacto directo con el new wave y el punk europeo –cuestiones que quedaron plasmadas en sus proyectos musicales-. Por otro lado, se señala a Bajo Fondo como experiencia musical de la década del 2000 donde convergió la cumbia, el tango y la milonga; y ni se nombran bandas como Intoxicados que, formando parte de un rock barrial tan denostado, se atrevieron a la fusión con el rap, el hip-hop, la electrónica.

     Por otro lado, y en vínculo con lo ya mencionado, en el documental no se menciona el impulso que Cromañón –dada la falta de lugares para tocar que implicó a causa del cierre de locales de música en vivo y las nuevas regulaciones que pesaron sobre la escena- dio a la organización y participación de músicos/as en el proceso de debate que sobresalió en 2012 con la sanción de la Ley Nacional de la Música (y la resultante conformación del Instituto Nacional de la Música –INAMU-) cuestión que es abordada desde la academia como un hito en la participación e intervención política de los/as músicos/as y en las asociaciones de músicos en América Latina. Tanto la iniciativa por la ley como la experiencia de diferentes agrupaciones de músicos/as independientes demandando derechos al Estado (sobresale el caso de la Unión de Músicos Independientes, UMI) impulsaron, promovieron y respaldaron la agrupación y organización de músicos/as a nivel federal, además de guiar el accionar político de diferentes colectivos artísticos. Todo este importante proceso brilla por su ausencia.

     En general, la escena independiente a nivel musical –y el vínculo entre rock e independencia cultural- queda algo marginada. Si bien, en el caso argentino, se señala al sello discográfico independiente Mandioca –creado en 1968- y la experiencia de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, no se profundiza en otras experiencias de independencia cultural que se han realizado desde el ámbito del rock, como la conformación de MIA (un proyecto autogestivo, cooperativo, educativo y musical, precursor de la producción independiente en el país), durante los años de la última dictadura cívico-militar. También, resulta extraño que, para el caso argentino, no se profundice –como si se hizo con el caso mexicano- sobre el impacto de las nuevas tecnologías digitales y la crisis de la industria discográfica en el contexto de la década del 2000; dado el impulso que implicó para la producción musical independiente y/o autogestionada nacional. En este sentido, el documental viene a echar luz sobre algo que Santaolalla critica –al menos en su discurso-: “la conversión del rock en un establishment”, en este sentido, tiende a focalizar en experiencias vinculadas con la industria musical y no se rastrean otras formas de producción musical relevantes en el periodo actual.

     En cuanto a los pocos minutos que se le dedican al lugar de la mujer en el rock, considero que no ayuda a una visión crítica sobre la desigualdad de género en la música; puesto que, en el caso argentino, ni siquiera se señala el proceso de movilización, lucha y visibilización de las mujeres músicas que derivó en la Ley de cupo femenino y acceso de artistas mujeres a eventos musicales a festivales (sancionado en 2019). A su vez, considero que es una inclusión algo forzada, y me resulta contradictorio -y falto de contenido-  decir: “el futuro del rock es mujer” sin señalar las luchas generadas en pos de lograr mayor representatividad y participación en festivales de música. Además, los testimonios parecen reproducir ciertos prejuicios y estereotipos, como cuando Santaolalla expresa: “siempre me interesó poder trabajar con una mujer”; o Hilda Lizarazu dice: “somos pocas, ahora hay más mujeres en el rock argentino”. Entonces, estos discursos transitan entre lo exótico que aún resulta la presencia de mujeres en el rock y la invisibilidad de las mujeres músicas que no forman parte de la industria. Por último, si bien se habla del rock como un universo machista y misógino, creo que se pierden oportunidades para profundizar en ello, como cuando se reprodujo una entrevista a las Viudas e Hijas de Roque Enrol donde a Mavi Díaz le preguntaron: “¿que provocan las mujeres que se dedican al rock?” y ella contestó: “asombro, miedo”; considero que hubiera sido pertinente profundizar en su respuesta, dada su participación como entrevistada en el documental.

     Si hay algo que nos demuestra el documental es que el rock, como movimiento cultural, es heterogéneo y está plagado de luchas y disputas internas, como así también de múltiples y cambiantes sentidos. En estos términos, la historia que se conforme sobre el rock en Latinoamérica depende del recorte que se tome y de las voces que den testimonio sobre el mismo. En una época dominada por la música urbana, donde ciertos fenómenos músicas como el rap, el hip hop, el trap y el freestyle, parecen ocupar el espacio privilegiado que el rock ocupó -hasta hace un par de décadas- en la escucha juvenil; Rompan todo viene a recordar que el “rock no va a morir nunca”, una frase que, en el contexto actual, se volvió tan cliché como reaccionaria. Un rock que recuerda su pasado musical y lo rememora, y que se asume “en un momento de hibernación”, esperando “volver a tener una apertura” para dar un futuro gran –y último, tal vez- golpe. Es una historia contada a través de testimonios que recuerdan ese glorioso pasado.

     Con estos clichés, Rompan Todo viene a fomentar un estereotipo del rock, al estilo Peter Capusotto y sus videos. El personaje Pomelo, como parodia del rock que se dirige hacia algunos músicos que hacen del bardo y la rebeldía un culto, representa los rasgos más grotescos del mito contestatario del rock que no se cansa de reaparecer en las prácticas y representaciones de sus exponentes, pese a que estos estén insertos y formen parte del establishment. Del mismo modo, Rompan Todo parece funcionar como una sátira acerca de las “estrellas del rock and roll”, que insisten en actuar bajo el lema “mi capricho es ley”.

VALERIA SPINETTA

Es Doctoranda en Ciencias Sociales (FCS-UBA). Becaria doctoral CONICET. Magíster en Comunicación y Cultura (FCS-UBA). Licenciada en Sociología (FCS-UBA) y Profesora de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Sociología (FCS-UBA).